El pasado fin de semana, el presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy dijo: "Nuestros principios no han cambiado, son los de siempre, los de ayer, los de hoy y los de mañana. Las convicciones no se abandonan nunca y nosotros no lo hemos hecho." La verdad es que me quedé con las ganas de oír una voz, surgiendo de entre el público, preguntar: "Sí, pero ¿cuándo nos dirás cuáles son?"
No es la primera vez que le escucho a Rajoy hablar de principios, sin más especificaciones, no sea que se pierda algún votante de esa fantasmagoría sociológica llamada el centro. Su discurso está plagado de apelaciones inconcretas al "sentido común", la "buena gestión" y, sobre todo, "las preocupaciones de la gente", generalmente en contraposición a la "ideología", que por lo visto es algo que no interesa a casi nadie. Los principios, al principal partido de la oposición, como se decía antes del valor en el Ejército, "se le suponen". Y así nos va.
martes, 30 de junio de 2009
Quien no se conforma es porque no quiere
La televisión pública vasca sigue ofreciendo el tiempo de Euskal Herria, un territorio casi tan fantástico como la Tierra Media de Tolkien, como lo demuestra el hecho de que la mayoría de sus habitantes no son conscientes de pertenecer a él. Bueno, hay que decir que ahora, con Patxi López, se han añadido al mapa unas líneas blancas, no muy visibles, que representan los límites administrativos entre comunidades y la frontera con Francia. Y nada, con eso ya todo el mundo parece que se queda contento.
En Cataluña, al menos, antes de mostrarnos el mapa del Impe... digooo, de los Països Catalans, la TV3 tiene a bien ofrecernos el tiempo de las cuatro provincias catalanas, lo cual es de agradecer, porque en el mapa pancatalanista que viene luego, por cuestión de escala apenas se distingue entre Tarragona y Barcelona.
También ha dicho López que se terminarán las ayudas a los familiares de presos etarras... que no condenen el terrorismo. Lo veo venir, al final quedará en una condena a "todo" el terrorismo, y si puede ser, a la guerra de Iraq y al franquismo, para que ningún familiar de etarra se vea obligado a renunciar a una subvención por un quítame-allá-esas-pajas retórico.
Y el PP, aplaudiendo "los nuevos aires" del País Vasco. Es lo que hay.
domingo, 28 de junio de 2009
Instinto estatalista
En escasos días se han sucedido las declaraciones de dos dirigentes socialistas, motivadas por el tema del aborto, que constituyen ejemplos de manual de cómo el poder elabora sus justificaciones ideológicas. Lástima que no viva Bertrand de Jouvenel, porque de lo contrario hubiera podido incluirlos en una reedición de su clásico Sobre el poder.
José Bono ha criticado a la Iglesia por intentar "imponer lo que piensa" a la sociedad, y ha añadido que "en España quien manda es el pueblo español a través de sus representantes, que no son los obispos, sino los diputados, senadores y el gobierno." Casi podemos oír el estruendo de la artillería, el fragor de la lucha titánica entre los dos poderes, el del Estado por un lado, con sus fuerzas de seguridad, sus televisiones, Hacienda y la DGT; y el de la Iglesia por otro, con sus... bueno, ya saben, con su poder omnímodo y aterrador.
El Estado siempre se presenta como el liberador frente a otro poder, enmascarando hábilmente el hecho de que aspira a convertirse en el único poder, si no lo es ya. La justificación democrática, la identificación con el "pueblo", no es más que la forma actual que presenta esa propensión natural.
De más enjundia fueron las declaraciones anteriores de José Antonio Alonso, quien dijo que "en el ámbito público la única moral posible es la de la Constitución". Desde un punto de vista lógico-formal, no es posible objetar nada a una afirmación como ésta. Ya desde los antiguos sofistas griegos, la idea de que la moral es convención, es decir, de que no existen unos principios éticos naturales o trascendentes, sino que la moral es una creación humana, ha fascinado a multitud de pensadores. Ahora bien, semejante concepción, estrechamente emparentada con la teoría positivista del derecho, es la más potente justificación imaginable para el poder político. Si no existe un derecho natural previo, en teoría no hay tampoco limitación alguna para el poder del estado, que hará y deshará las leyes a su conveniencia.
Llevando hasta las últimas consecuencias teóricas una afirmación como la de Alonso, la conclusión es que el asesinato está mal, no porque así lo dicte una moral universal preexistente a los actos del legislador, sino porque es lo que se desprende del artículo 15 de la Constitución de 1978. Insisto, desde un punto de vista estrictamente formal, se trata de una tesis sostenible. Pero me atrevo a afirmar que la mayoría pensará como yo, que además es una aberración. Cabría invitar, pues, al portavoz del grupo socialista a aclarar esta cuestión, a que nos diga si realmente ha pensado bien lo que ha dicho, o si esa práctica de pensar no se estila entre los adictos al zapaterismo. Posiblemente, la respuesta sea lo segundo, pero no logro eludir la sensación de que cierto instinto opera firmemente en los socialistas a través de su incuria intelectual: El instinto estatalista.
José Bono ha criticado a la Iglesia por intentar "imponer lo que piensa" a la sociedad, y ha añadido que "en España quien manda es el pueblo español a través de sus representantes, que no son los obispos, sino los diputados, senadores y el gobierno." Casi podemos oír el estruendo de la artillería, el fragor de la lucha titánica entre los dos poderes, el del Estado por un lado, con sus fuerzas de seguridad, sus televisiones, Hacienda y la DGT; y el de la Iglesia por otro, con sus... bueno, ya saben, con su poder omnímodo y aterrador.
El Estado siempre se presenta como el liberador frente a otro poder, enmascarando hábilmente el hecho de que aspira a convertirse en el único poder, si no lo es ya. La justificación democrática, la identificación con el "pueblo", no es más que la forma actual que presenta esa propensión natural.
De más enjundia fueron las declaraciones anteriores de José Antonio Alonso, quien dijo que "en el ámbito público la única moral posible es la de la Constitución". Desde un punto de vista lógico-formal, no es posible objetar nada a una afirmación como ésta. Ya desde los antiguos sofistas griegos, la idea de que la moral es convención, es decir, de que no existen unos principios éticos naturales o trascendentes, sino que la moral es una creación humana, ha fascinado a multitud de pensadores. Ahora bien, semejante concepción, estrechamente emparentada con la teoría positivista del derecho, es la más potente justificación imaginable para el poder político. Si no existe un derecho natural previo, en teoría no hay tampoco limitación alguna para el poder del estado, que hará y deshará las leyes a su conveniencia.
Llevando hasta las últimas consecuencias teóricas una afirmación como la de Alonso, la conclusión es que el asesinato está mal, no porque así lo dicte una moral universal preexistente a los actos del legislador, sino porque es lo que se desprende del artículo 15 de la Constitución de 1978. Insisto, desde un punto de vista estrictamente formal, se trata de una tesis sostenible. Pero me atrevo a afirmar que la mayoría pensará como yo, que además es una aberración. Cabría invitar, pues, al portavoz del grupo socialista a aclarar esta cuestión, a que nos diga si realmente ha pensado bien lo que ha dicho, o si esa práctica de pensar no se estila entre los adictos al zapaterismo. Posiblemente, la respuesta sea lo segundo, pero no logro eludir la sensación de que cierto instinto opera firmemente en los socialistas a través de su incuria intelectual: El instinto estatalista.
sábado, 27 de junio de 2009
Los criminales y los cursis
Uno de los errores más graves que se siguen cometiendo con el terrorismo de ETA es condenar sus crímenes con el argumento de que en nuestra democracia, toda idea o planteamiento político se puede defender legítimamente sin recurrir a la violencia. Esta misma tarde, sin ir más lejos, se lo he escuchado en la COPE al presidente de la patronal navarra, José Manuel Ayesa.
Dicho argumento transmite, generalmente de manera involuntaria, dos falsas ideas. La primera es que, si no hubiese libertad política, sería lícito extorsionar y asesinar para conseguir determinados fines. Lógicamente, eso es lo que piensan los propios terroristas, que sólo tienen que negar que exista una "verdadera" democracia para considerarse justificados, y en ello basan de hecho casi toda su propaganda ("la opresión del Estado español", etc).
La segunda idea falsa, es que los fines de una organización criminal como ETA son separables de los medios empleados para conseguirlos, es decir, que uno podría teóricamente lograr la implantación, en un territorio determinado, de una dictadura socialista contra la voluntad de la mayoría de la población, por métodos democráticos. Los terroristas tienen perfectamente claro, por supuesto, que esto es imposible y que sus objetivos sólo podrían lograrse por el recurso a la violencia.
En esta estrategia encuentran toda una serie de colaboradores conscientes, que reconocen abiertamente compartir sus fines, pero no sus métodos, y que son partidos nacionalistas tanto del País Vasco como de fuera (PNV, ERC...). A su vez, estos se benefician de la colaboración involuntaria de pardillos como Ayesa, cuando incurren en las habituales politicucherías sobre que se puede defender cualquier idea "con la palabra", que es como si le dijéramos a la mafia que existen maneras honradas de ganar dinero. ¡Claro, casualmente las que no le interesan!
Los terroristas no quieren convencer a nadie, porque jamás lo lograrían: Ellos quieren vencer, es decir, imponer su voluntad a millones de personas. Es exactamente la misma diferencia que existe entre un mafioso y un empresario. Por supuesto, el Sr. Ayesa ya lo sabe; si además se desembarazara de cursilerías superfluas, sabría incluso expresarlo.
Dicho argumento transmite, generalmente de manera involuntaria, dos falsas ideas. La primera es que, si no hubiese libertad política, sería lícito extorsionar y asesinar para conseguir determinados fines. Lógicamente, eso es lo que piensan los propios terroristas, que sólo tienen que negar que exista una "verdadera" democracia para considerarse justificados, y en ello basan de hecho casi toda su propaganda ("la opresión del Estado español", etc).
La segunda idea falsa, es que los fines de una organización criminal como ETA son separables de los medios empleados para conseguirlos, es decir, que uno podría teóricamente lograr la implantación, en un territorio determinado, de una dictadura socialista contra la voluntad de la mayoría de la población, por métodos democráticos. Los terroristas tienen perfectamente claro, por supuesto, que esto es imposible y que sus objetivos sólo podrían lograrse por el recurso a la violencia.
En esta estrategia encuentran toda una serie de colaboradores conscientes, que reconocen abiertamente compartir sus fines, pero no sus métodos, y que son partidos nacionalistas tanto del País Vasco como de fuera (PNV, ERC...). A su vez, estos se benefician de la colaboración involuntaria de pardillos como Ayesa, cuando incurren en las habituales politicucherías sobre que se puede defender cualquier idea "con la palabra", que es como si le dijéramos a la mafia que existen maneras honradas de ganar dinero. ¡Claro, casualmente las que no le interesan!
Los terroristas no quieren convencer a nadie, porque jamás lo lograrían: Ellos quieren vencer, es decir, imponer su voluntad a millones de personas. Es exactamente la misma diferencia que existe entre un mafioso y un empresario. Por supuesto, el Sr. Ayesa ya lo sabe; si además se desembarazara de cursilerías superfluas, sabría incluso expresarlo.
viernes, 26 de junio de 2009
Fe y falacias
Pese a no ser creyente, pocas cosas me producen más hastío que la ligereza con la cual muchos ateos argumentan su postura y, lo que es peor, extraen de ella conclusiones en los ámbitos de la ética y la política. Un ejemplo de ello es un texto de Massimo Pigliucci, “Faith and Reason”, publicado en su blog Rationally Speaking. (Traducción aquí.)
Pigliucci se define como biólogo y filósofo. Su probidad en el primer campo no la conozco, pero como filósofo es un perfecto chapuzas. Cuando uno critica el concepto de fe contraponiéndolo al de razón, lo mínimo que se le puede pedir es que utilice correctamente esa facultad que tanto defiende, es decir, que sus argumentos no sean burdas falacias o simplificaciones.
Pigliucci niega que la fe sea una virtud. Pienso lo mismo, si entendemos virtud en un sentido moral. De hecho, la propia doctrina católica considera la fe como una “gracia” de Dios, es decir, algo de cuyo mérito no debería ufanarse su poseedor. Pero no contento con eso, el autor asegura que la fe es “algo irracional y potencialmente dañino para la salud”. Su argumento, resumidamente, es el siguiente: Creer algo contra toda evidencia, o sin evidencia suficiente, nos puede conducir a tomar decisiones erróneas. Luego la fe religiosa es nociva.
En este razonamiento subyacen dos equívocos. Primero, el autor pretende despistarnos diciendo que habla de la fe en sentido genérico, no sólo de la “variedad religiosa”. Pero luego descarga toda su artillería sobre dicha variante. Esto es sencillamente hacer trampa, porque la fe en Dios, o en Jesucristo, no implica necesariamente la fe en los amuletos, los horóscopos o cualquier grosera superstición que se nos ocurra. De hecho, a veces son quienes no creen en Dios quienes más fácilmente están dispuestos a creer en cualquier cosa, y no al revés.
Segundo, el autor juega a la confusión entre lo que carece de evidencias, y lo falso o improbable. Pero no es lo mismo. A menudo tomamos decisiones correctas basándonos en una información insuficiente o incluso inexistente. De hecho, como especialista en el tema de la evolución, Pigliucci sabe perfectamente que nuestro cerebro no es en absoluto una tabla rasa que construye su conocimiento del mundo físico basándose exclusivamente en la experiencia, sino que funciona gracias a multitud de supuestos y subrutinas surgidas por selección natural, que nos permiten sobrevivir con una información muy deficiente. Es más, es posible incluso que muchos de estos supuestos consistan en tesis incorrectas sobre el mundo físico, pero que sirven como aproximaciones en la mayoría de las circunstancias. Dicho claramente, incluso aunque una creencia fuera falsa, no necesariamente es perjudicial. ¿Cuántas personas han superado una grave enfermedad gracias, en parte, a tener una gran fe en Dios? Pregúntenle a muchos médicos, independientemente de sus creencias personales, y les responderán si la fe religiosa, como el carácter optimista, es un inconveniente o una ventaja terapéutica.
Pero la falacia más inepta es la que remata el artículo. Dice Pigliucci que “el hecho de que ni un solo problema –ya sea científico, filosófico o socio-político– haya sido resuelto alguna vez o tan siquiera modestamente mejorado por la fe”, demuestra que ésta no puede ir más allá de la razón. La pregunta es si la fe realmente pretende “resolver” o “mejorar” nada. Comparar dos cosas de finalidades distintas tomando como referencia la finalidad de una de ellas, es sencillamente cómico. Es como si yo dijera que un coche es mejor inversión que una casa, y retara a cualquiera a que me pusiera como ejemplo alguna casa que se haya desplazado por sí sola un milímetro de su posición, mientras que el coche permite recorrer miles de kilómetros.
La fe no es un método de conocimiento, y por tanto no se le puede reprochar que no sirva para aumentar nuestro saber. Y si algunos creyentes afirman lo contrario, se equivocan, pero no extrapolemos el error de una parte al todo. Pigliucci, acostumbrado a debatir con los creacionistas, tiende a pensar que todas las personas religiosas son como ciertos fanáticos integristas del Medio Oeste norteamericano. Pero su formación científica le debería impedir precisamente caer en tales simplificaciones.
En su estilo de brocha gorda, Pigliucci concluye aludiendo al terrorismo islámico y a las cruzadas (noten, aquí sí, la exquisita equidistancia) como ejemplos de los desastres provocados por la fe religiosa. Hay que reconocer que, al menos hasta el siglo XVIII, los pretextos religiosos para toda clase de fechorías han dominado la escena, aunque bien es verdad que tampoco había mucho donde elegir. Pero desde la revolución francesa para acá, los motivos antirreligiosos han recuperado el tiempo perdido de manera pavorosa. Como podrán imaginarse a estas alturas, Pigliucci ni siquiera menciona este hecho, no se plantea la posibilidad de un balance ponderado sobre la aportación histórica de la religión cristiana a nuestra civilización, y las consecuencias que han tenido los intentos de erradicarla, independientemente de la cuestión de si contiene un núcleo de verdad o no.
En una cosa estoy de acuerdo con Pigliucci. Si algo caracteriza a nuestra sociedad, no es un exceso de racionalidad, sino su escasez. Y su artículo es un buen ejemplo de lo último.
Pigliucci se define como biólogo y filósofo. Su probidad en el primer campo no la conozco, pero como filósofo es un perfecto chapuzas. Cuando uno critica el concepto de fe contraponiéndolo al de razón, lo mínimo que se le puede pedir es que utilice correctamente esa facultad que tanto defiende, es decir, que sus argumentos no sean burdas falacias o simplificaciones.
Pigliucci niega que la fe sea una virtud. Pienso lo mismo, si entendemos virtud en un sentido moral. De hecho, la propia doctrina católica considera la fe como una “gracia” de Dios, es decir, algo de cuyo mérito no debería ufanarse su poseedor. Pero no contento con eso, el autor asegura que la fe es “algo irracional y potencialmente dañino para la salud”. Su argumento, resumidamente, es el siguiente: Creer algo contra toda evidencia, o sin evidencia suficiente, nos puede conducir a tomar decisiones erróneas. Luego la fe religiosa es nociva.
En este razonamiento subyacen dos equívocos. Primero, el autor pretende despistarnos diciendo que habla de la fe en sentido genérico, no sólo de la “variedad religiosa”. Pero luego descarga toda su artillería sobre dicha variante. Esto es sencillamente hacer trampa, porque la fe en Dios, o en Jesucristo, no implica necesariamente la fe en los amuletos, los horóscopos o cualquier grosera superstición que se nos ocurra. De hecho, a veces son quienes no creen en Dios quienes más fácilmente están dispuestos a creer en cualquier cosa, y no al revés.
Segundo, el autor juega a la confusión entre lo que carece de evidencias, y lo falso o improbable. Pero no es lo mismo. A menudo tomamos decisiones correctas basándonos en una información insuficiente o incluso inexistente. De hecho, como especialista en el tema de la evolución, Pigliucci sabe perfectamente que nuestro cerebro no es en absoluto una tabla rasa que construye su conocimiento del mundo físico basándose exclusivamente en la experiencia, sino que funciona gracias a multitud de supuestos y subrutinas surgidas por selección natural, que nos permiten sobrevivir con una información muy deficiente. Es más, es posible incluso que muchos de estos supuestos consistan en tesis incorrectas sobre el mundo físico, pero que sirven como aproximaciones en la mayoría de las circunstancias. Dicho claramente, incluso aunque una creencia fuera falsa, no necesariamente es perjudicial. ¿Cuántas personas han superado una grave enfermedad gracias, en parte, a tener una gran fe en Dios? Pregúntenle a muchos médicos, independientemente de sus creencias personales, y les responderán si la fe religiosa, como el carácter optimista, es un inconveniente o una ventaja terapéutica.
Pero la falacia más inepta es la que remata el artículo. Dice Pigliucci que “el hecho de que ni un solo problema –ya sea científico, filosófico o socio-político– haya sido resuelto alguna vez o tan siquiera modestamente mejorado por la fe”, demuestra que ésta no puede ir más allá de la razón. La pregunta es si la fe realmente pretende “resolver” o “mejorar” nada. Comparar dos cosas de finalidades distintas tomando como referencia la finalidad de una de ellas, es sencillamente cómico. Es como si yo dijera que un coche es mejor inversión que una casa, y retara a cualquiera a que me pusiera como ejemplo alguna casa que se haya desplazado por sí sola un milímetro de su posición, mientras que el coche permite recorrer miles de kilómetros.
La fe no es un método de conocimiento, y por tanto no se le puede reprochar que no sirva para aumentar nuestro saber. Y si algunos creyentes afirman lo contrario, se equivocan, pero no extrapolemos el error de una parte al todo. Pigliucci, acostumbrado a debatir con los creacionistas, tiende a pensar que todas las personas religiosas son como ciertos fanáticos integristas del Medio Oeste norteamericano. Pero su formación científica le debería impedir precisamente caer en tales simplificaciones.
En su estilo de brocha gorda, Pigliucci concluye aludiendo al terrorismo islámico y a las cruzadas (noten, aquí sí, la exquisita equidistancia) como ejemplos de los desastres provocados por la fe religiosa. Hay que reconocer que, al menos hasta el siglo XVIII, los pretextos religiosos para toda clase de fechorías han dominado la escena, aunque bien es verdad que tampoco había mucho donde elegir. Pero desde la revolución francesa para acá, los motivos antirreligiosos han recuperado el tiempo perdido de manera pavorosa. Como podrán imaginarse a estas alturas, Pigliucci ni siquiera menciona este hecho, no se plantea la posibilidad de un balance ponderado sobre la aportación histórica de la religión cristiana a nuestra civilización, y las consecuencias que han tenido los intentos de erradicarla, independientemente de la cuestión de si contiene un núcleo de verdad o no.
En una cosa estoy de acuerdo con Pigliucci. Si algo caracteriza a nuestra sociedad, no es un exceso de racionalidad, sino su escasez. Y su artículo es un buen ejemplo de lo último.
jueves, 25 de junio de 2009
Estamos maduros
Posiblemente dentro de unos meses entre en vigor la nueva normativa que permitirá sancionar con 100 euros sobrepasar al volante la velocidad máxima autorizada en un solo kilómetro. (Ahora ya te sancionan si sobrepasas en 15 km/h una velocidad máxima de 80.)
El problema, como ya advirtiera sabiamente Herbert Spencer hace más de cien años, son los precedentes. Un buen día, aceptamos la obligatoriedad de llevar cinturón de seguridad. La gente pensó que a fin de cuentas es una medida sensata, que se disminuiría la mortalidad por accidentes de tráfico, etc. Pero con ser todo esto cierto, quizá no se pensó lo suficiente en que la imposición de algo sin lo cual hasta entonces habíamos vivido perfectamente, por muy recomendable que sea, constituía un precedente fatal. Es decir, no se reflexionó sobre las consecuencias de permitir que los funcionarios puedan inmiscuirse en lo que hagamos en nuestra privacidad -siempre "por nuestro propio bien", por supuesto.
A aquella primera norma pronto siguieron otras. Hoy debemos llevar seguro obligatorio, chalecos reflectantes, triángulo señalizador, unas gafas de repuesto, no podemos hablar con el móvil, no podemos programar el GPS, no podemos superar determinada concentración de alcohol en sangre, y no sé cuántas prohibiciones u obligaciones me dejo. ¿Qué será lo siguiente? ¿Prohibirán silbar mientras conducimos, si es que algún "experto" a sueldo de la administración dictamina que ello influye negativamente en la conducción? ¿Nos obligarán a llevar un casco homologado dentro del coche como a los motoristas? En fin, mejor no demos ideas.
Un buen día, cedimos con lo del cinturón de seguridad; las consecuencias ya las conocemos. ¿Servirá al menos de lección? Cuando se toleran precedentes, los funcionarios los interpretan indefectiblemente como que estamos maduros para la estabulación. Y vaya si lo estamos.
El problema, como ya advirtiera sabiamente Herbert Spencer hace más de cien años, son los precedentes. Un buen día, aceptamos la obligatoriedad de llevar cinturón de seguridad. La gente pensó que a fin de cuentas es una medida sensata, que se disminuiría la mortalidad por accidentes de tráfico, etc. Pero con ser todo esto cierto, quizá no se pensó lo suficiente en que la imposición de algo sin lo cual hasta entonces habíamos vivido perfectamente, por muy recomendable que sea, constituía un precedente fatal. Es decir, no se reflexionó sobre las consecuencias de permitir que los funcionarios puedan inmiscuirse en lo que hagamos en nuestra privacidad -siempre "por nuestro propio bien", por supuesto.
A aquella primera norma pronto siguieron otras. Hoy debemos llevar seguro obligatorio, chalecos reflectantes, triángulo señalizador, unas gafas de repuesto, no podemos hablar con el móvil, no podemos programar el GPS, no podemos superar determinada concentración de alcohol en sangre, y no sé cuántas prohibiciones u obligaciones me dejo. ¿Qué será lo siguiente? ¿Prohibirán silbar mientras conducimos, si es que algún "experto" a sueldo de la administración dictamina que ello influye negativamente en la conducción? ¿Nos obligarán a llevar un casco homologado dentro del coche como a los motoristas? En fin, mejor no demos ideas.
Un buen día, cedimos con lo del cinturón de seguridad; las consecuencias ya las conocemos. ¿Servirá al menos de lección? Cuando se toleran precedentes, los funcionarios los interpretan indefectiblemente como que estamos maduros para la estabulación. Y vaya si lo estamos.
miércoles, 24 de junio de 2009
La extrema derecha en España
Según la Guardia Civil, un grupo denominado Hammerskin, que está siendo juzgado, pretendía “implantar el IV Reich en España”. La frase, no me lo negarán, tiene algo de chiste. Por supuesto que estos individuos, en la medida en que alentaban o ejercían la persecución de personas de raza no blanca u homosexuales, son peligrosos, y si se les puede acusar con alguna figura jurídica que permita encarcelarlos por más tiempo, mejor. Pero es evidente que la mera idea de que el IV Reich renaciera en España (no creo que a Hitler le hubiera hecho mucha gracia) se presta más bien a chirigota.
Nos inquietaría más, desde luego, que los juzgados fueran algún grupo yijadista, cuya intención consistiera en implantar la sharia. Porque aunque esto no es algo que pueda suceder tampoco de un día para otro, sí sabemos que cuenta con mucho más apoyo entre un porcentaje considerable de la población inmigrante, además de la impagable colaboración de los tontos útiles multiculturalistas.
El “qué viene la ultraderecha” es uno de los temas preferidos de la izquierda y la extrema izquierda, com es sabido. De hecho, es el principal banderín de enganche para esta última, y una no despreciable fuente de votos para la primera. Pero la realidad es que ni hay apenas ultraderecha en España, ni la poca que hay es lo más opuesto que se puede concebir a la izquierda, al contrario de lo que han conseguido que la gente indocumentada crea.
En las elecciones legislativas del 2008 (en adelante, todos los datos se referirán a éstas), la decena de partidos de extrema derecha que se presentaban, no obtuvo en total ni siquiera el 0,25 % de los votos. Es difícil evitar la sensación, pues, de que el análisis de los programas de estos grupos sería algo más bien ocioso. Pero ya veréis que no carece de interés.
Tiende a pensarse que los temas más explotados por la extrema derecha son la inmigración y la unidad de España, y en gran medida es así, pero no es cierto que eso sea lo que tienen en común todos los grupos. Un partido como FE de las JONS (14.023 votos), por ejemplo, al menos en su documento de presentación “Nuestras ideas”, rechaza explícitamente la xenofobia y el racismo, y se niega a culpar a los inmigrantes de los problemas de los trabajadores. Y Partit per Catalunya (1.919 votos), una escisión de Plataforma per Catalunya (que no se presentó en el 2008) no pone demasiado énfasis en la unidad de España, como el propio nombre ya sugiere. Otros partidos, como Democracia Nacional (12.836 votos), defienden además de la protección de la cultura española frente a la globalización, la de aquellas “regiones con identidad cultural propia”.
Se nos dirá que no podemos fiarnos de las declaraciones programáticas de los partidos, y menos de las de esos. Pero si se acusa frecuentemente a la ultraderecha (con razón) de atizar las bajas pasiones del pueblo, no tiene mucho sentido acusarla a la vez de fingir ser lo que no son: ¿Por qué habrían de desaprovechar la ocasión de exponer sus verdaderos objetivos, cuando supuestamente ello les aporta los votos de determinadas capas de la población? Quienes prefieren la moderación y desconfían de los radicalismos, ya tienen al PP, y por tanto, cabe pensar que al menos en cuanto a los principios generales, los programas o exposiciones de idearios de los partidos ultras algo nos permiten conocer acerca de ellos.
¿Qué es lo que tienen en común todos los partidos de extrema derecha? La respuesta, que voy a documentar en los siguientes párrafos, me parece bastante obvia: Todos ellos son antiliberales, y más concretamente, están en contra en mayor o menor grado del mercado libre, la globalización y los Estados Unidos, y suelen apostar en consecuencia por las nacionalizaciones, el proteccionismo, la abolición o restricción de las ETT’s, la semana de 35 horas, etc.
Así, por ejemplo, los partidos que usufructúan el nombre de la Falange (FE de las JONS, Falange Auténtica, FE/La Falange), cargan en términos bastante similares contra la globalización y el capitalismo y proponen la alternativa “sindicalista”, sistema económico en el cual los trabajadores son propietarios de los medios de producción (FE de las JONS; estos además proponen la salida de la OTAN, “brazo armado del mundialismo”). FE/La Falange, que se presentó como Frente Español en 2008, obteniendo 1.539 votos, defiende la nacionalización de la tierra, de las “Grandes Empresas de productos de primera necesidad” y apuestan por la semana de 35 horas. A destacar uno de sus postulados: “El mayor crimen social es el de ponerse frente al Estado.”
Los demás partidos no se quedan cortos. Democracia Nacional también pide la salida de la OTAN y el “desmantelamiento” de las bases americanas, declarándose contra el “neoimperialismo yankee”. Defiende las prestaciones del estado del bienestar, califica a las ETT,s de “explotación institucionalizada” y define el trabajo como un “bien público” que el estado está obligado a proporcionar.
España 2000 (6.906 votos) incide en los mismos tópicos anticapitalistas y antiamericanos, y precisa que en la etapa de Aznar, “la política exterior española se sacrificaba a las necesidades de la política aventurera e irresponsable de George Bush.” Son también partidarios de la semana de 35 horas, de la “abolición” de las ETT,s y no dudan en incurrir en propuestas tan delirantes como la defensa de la “autosuficiencia alimentaria”, para terminar cargando contra el “liberalismo salvaje” (¿os suena?).
Si esto no os parece suficiente, ved las declaraciones de la formación Partit per Catalunya:
“El PxCat rechaza aquellos aspectos del neoliberalismo que, desde la caída del muro de Berlín (...) buscan la destrucción del estado de bienestar europeo (...) en nombre de intereses privados. (...) Así, frente a la globalización neoliberal y la incontrolada circulación de mano de obra –la inmigración- que esta comporta, todo ello como consecuencia querida y necesaria de la hegemonía del mercado/negocio capitalistas, apelamos al principio ético-político de la soberanía popular. (...) El PxCat reclama el inmediato cierre de fronteras, el fomento arancelario del mercado interior europeo y el retorno al keynesianismo económico.”
Pero tampoco penséis que PxCat se escindió de Plataforma per Catalunya (PxC) por diferencias en cuanto a sus concepciones sobre el libre mercado. Lean lo que dice el partido del ex blaspiñarista Josep Anglada, que en Cataluña tiene representación en varios ayuntamientos, y que en las próximas elecciones autonómicas podría incluso entrar en el Parlament:
“PxC considera que una de las consecuencias de la actual sociedad de consumo es la crisis ecológica. El despotismo liberal del mercado supone que todo puede ser objeto de explotación, sin límites, y que el sentido de la vida se resume en acumular bienes de consumo de todo tipo. Igualmente, es evidente que este proyecto materialista está destinado al fracaso, porque los recursos del planeta son limitados y la vida tal como la conocemos tendrá que cambiar, queramos o no.”
Como podéis ver, PxC introduce de manera muy reveladora el pretexto ecológico, pero no es en absoluto la única formación de este tipo que lo hace; la retórica ambientalista y conservacionista (con tópicos como la “reforestación”, etc) es una constante de la mayoría de grupos de extrema derecha, ya desde el nacional-socialismo de Hitler.
Y ya que estamos, no podíamos olvidarnos de Alianza Nacional (2.737 votos), partido de carácter inequívocamente neonazi y que, como no podía ser menos, es quien lleva más lejos el discurso antiliberal y anticapitalista. Tras manifestarse contra Israel y Estados Unidos (por este orden), esta gentuza aboga por la nacionalización de la banca, del sector energético, las grandes superficies comerciales, los “trusts” y por la “confiscación” de los latifundios. Declara que “el Estado ha de controlar la riqueza para que esta esté distribuida de la manera más equilibrada posible entre la población” y añade que “las personas excesivamente ricas son un peligro para la sociedad.” Por último, propone un proteccionismo radical de los productos españoles frente a los extranjeros.
No he querido mezclar en este análisis, pese a ser básicamente descriptivo, a dos partidos que sería injusto meter en el mismo saco que a los anteriores, y que son Familia y Vida (9.882 votos) y Alternativa Española (AES, 7.300 votos). Aunque no carecen de cierto aire fascistoide, sobre todo el segundo, dirigido por el yerno de Blas Piñar, no deja de resultar significativo que su mensaje en contra del mercado libre sea algo menos altisonante o incluso francamente ambiguo. AES traza en su programa un paralelismo entre la caída del muro de Berlín y la crisis económica actual, asegurando que si la primera demostró el fracaso del socialismo, la segunda equivale al fracaso del “frío y apátrida liberalismo”. Sin embargo, en otros párrafos apuesta por “la iniciativa privada, la propiedad privada, el libre mercado”, aunque sin dejar de compensar estas expresiones con retórica referente a la “justicia social”, etc.
En cuanto a Familia y Vida, aunque no entra mucho en consideraciones genéricas que definan su posición frente al mercado libre, sí hace una serie de propuestas que chocan con la visión liberal de la economía, como cuando defiende un salario mínimo interprofesional de 1.000 euros al mes, el impuesto sobre la renta progresivo, la financiación de los partidos políticos y sindicatos por medio del IRPF o –desbarrando ya totalmente– “el consumo de productos locales, que evite el coste ecológico y económico del transporte.”
Concluyendo. Aquellos que creemos en el mercado libre y en el modelo de la primera democracia del mundo, los Estados Unidos (mientras Obama no lo acabe fastidiando); que vemos como una bendición, sobre todo para los más pobres, la globalización y la libre circulación de mercancías, y por tanto estamos radicalmente en contra de todo proteccionismo; aquellos que pensamos que el crecimiento económico basado en la iniciativa individual es lo que más contribuye al ascenso de las clases medias y bajas, y que los intentos de redistribución o nivelación basados en la coacción estatal, no sólo carecen de justificación moral, sino que además consiguen lo contrario de lo que dicen pretender; aquellos que pensamos todo esto, desde luego no vislumbramos ninguna formación “a la derecha del PP” (para utilizar la discutible imagen del espectro político) que nos pueda interesar remotamente, independientemente de que en cuestiones muy concretas, como la oposición al aborto, o la denuncia del expansionismo islámico, podamos tener coincidencias.
Lo curioso es que las razones por las cuales no votaríamos jamás a la extrema derecha son en parte las mismas por las cuales no votamos a la izquierda. Pues nada, el Partido Popular que continúe eludiendo el debate ideológico, que sobre todo no hable de liberalización y esas cosas que supuestamente tanto asustan al personal, y que siga desmarcándose de Aznar y la importante labor intelectual de FAES. Que siga, en definitiva, sin explicar a la gente de a pie aquello que precisamente le distingue radicalmente de la extrema derecha. Pero luego, que no se queje si los adversarios obtienen réditos de fingir confundirla con ella.
Nos inquietaría más, desde luego, que los juzgados fueran algún grupo yijadista, cuya intención consistiera en implantar la sharia. Porque aunque esto no es algo que pueda suceder tampoco de un día para otro, sí sabemos que cuenta con mucho más apoyo entre un porcentaje considerable de la población inmigrante, además de la impagable colaboración de los tontos útiles multiculturalistas.
El “qué viene la ultraderecha” es uno de los temas preferidos de la izquierda y la extrema izquierda, com es sabido. De hecho, es el principal banderín de enganche para esta última, y una no despreciable fuente de votos para la primera. Pero la realidad es que ni hay apenas ultraderecha en España, ni la poca que hay es lo más opuesto que se puede concebir a la izquierda, al contrario de lo que han conseguido que la gente indocumentada crea.
En las elecciones legislativas del 2008 (en adelante, todos los datos se referirán a éstas), la decena de partidos de extrema derecha que se presentaban, no obtuvo en total ni siquiera el 0,25 % de los votos. Es difícil evitar la sensación, pues, de que el análisis de los programas de estos grupos sería algo más bien ocioso. Pero ya veréis que no carece de interés.
Tiende a pensarse que los temas más explotados por la extrema derecha son la inmigración y la unidad de España, y en gran medida es así, pero no es cierto que eso sea lo que tienen en común todos los grupos. Un partido como FE de las JONS (14.023 votos), por ejemplo, al menos en su documento de presentación “Nuestras ideas”, rechaza explícitamente la xenofobia y el racismo, y se niega a culpar a los inmigrantes de los problemas de los trabajadores. Y Partit per Catalunya (1.919 votos), una escisión de Plataforma per Catalunya (que no se presentó en el 2008) no pone demasiado énfasis en la unidad de España, como el propio nombre ya sugiere. Otros partidos, como Democracia Nacional (12.836 votos), defienden además de la protección de la cultura española frente a la globalización, la de aquellas “regiones con identidad cultural propia”.
Se nos dirá que no podemos fiarnos de las declaraciones programáticas de los partidos, y menos de las de esos. Pero si se acusa frecuentemente a la ultraderecha (con razón) de atizar las bajas pasiones del pueblo, no tiene mucho sentido acusarla a la vez de fingir ser lo que no son: ¿Por qué habrían de desaprovechar la ocasión de exponer sus verdaderos objetivos, cuando supuestamente ello les aporta los votos de determinadas capas de la población? Quienes prefieren la moderación y desconfían de los radicalismos, ya tienen al PP, y por tanto, cabe pensar que al menos en cuanto a los principios generales, los programas o exposiciones de idearios de los partidos ultras algo nos permiten conocer acerca de ellos.
¿Qué es lo que tienen en común todos los partidos de extrema derecha? La respuesta, que voy a documentar en los siguientes párrafos, me parece bastante obvia: Todos ellos son antiliberales, y más concretamente, están en contra en mayor o menor grado del mercado libre, la globalización y los Estados Unidos, y suelen apostar en consecuencia por las nacionalizaciones, el proteccionismo, la abolición o restricción de las ETT’s, la semana de 35 horas, etc.
Así, por ejemplo, los partidos que usufructúan el nombre de la Falange (FE de las JONS, Falange Auténtica, FE/La Falange), cargan en términos bastante similares contra la globalización y el capitalismo y proponen la alternativa “sindicalista”, sistema económico en el cual los trabajadores son propietarios de los medios de producción (FE de las JONS; estos además proponen la salida de la OTAN, “brazo armado del mundialismo”). FE/La Falange, que se presentó como Frente Español en 2008, obteniendo 1.539 votos, defiende la nacionalización de la tierra, de las “Grandes Empresas de productos de primera necesidad” y apuestan por la semana de 35 horas. A destacar uno de sus postulados: “El mayor crimen social es el de ponerse frente al Estado.”
Los demás partidos no se quedan cortos. Democracia Nacional también pide la salida de la OTAN y el “desmantelamiento” de las bases americanas, declarándose contra el “neoimperialismo yankee”. Defiende las prestaciones del estado del bienestar, califica a las ETT,s de “explotación institucionalizada” y define el trabajo como un “bien público” que el estado está obligado a proporcionar.
España 2000 (6.906 votos) incide en los mismos tópicos anticapitalistas y antiamericanos, y precisa que en la etapa de Aznar, “la política exterior española se sacrificaba a las necesidades de la política aventurera e irresponsable de George Bush.” Son también partidarios de la semana de 35 horas, de la “abolición” de las ETT,s y no dudan en incurrir en propuestas tan delirantes como la defensa de la “autosuficiencia alimentaria”, para terminar cargando contra el “liberalismo salvaje” (¿os suena?).
Si esto no os parece suficiente, ved las declaraciones de la formación Partit per Catalunya:
“El PxCat rechaza aquellos aspectos del neoliberalismo que, desde la caída del muro de Berlín (...) buscan la destrucción del estado de bienestar europeo (...) en nombre de intereses privados. (...) Así, frente a la globalización neoliberal y la incontrolada circulación de mano de obra –la inmigración- que esta comporta, todo ello como consecuencia querida y necesaria de la hegemonía del mercado/negocio capitalistas, apelamos al principio ético-político de la soberanía popular. (...) El PxCat reclama el inmediato cierre de fronteras, el fomento arancelario del mercado interior europeo y el retorno al keynesianismo económico.”
Pero tampoco penséis que PxCat se escindió de Plataforma per Catalunya (PxC) por diferencias en cuanto a sus concepciones sobre el libre mercado. Lean lo que dice el partido del ex blaspiñarista Josep Anglada, que en Cataluña tiene representación en varios ayuntamientos, y que en las próximas elecciones autonómicas podría incluso entrar en el Parlament:
“PxC considera que una de las consecuencias de la actual sociedad de consumo es la crisis ecológica. El despotismo liberal del mercado supone que todo puede ser objeto de explotación, sin límites, y que el sentido de la vida se resume en acumular bienes de consumo de todo tipo. Igualmente, es evidente que este proyecto materialista está destinado al fracaso, porque los recursos del planeta son limitados y la vida tal como la conocemos tendrá que cambiar, queramos o no.”
Como podéis ver, PxC introduce de manera muy reveladora el pretexto ecológico, pero no es en absoluto la única formación de este tipo que lo hace; la retórica ambientalista y conservacionista (con tópicos como la “reforestación”, etc) es una constante de la mayoría de grupos de extrema derecha, ya desde el nacional-socialismo de Hitler.
Y ya que estamos, no podíamos olvidarnos de Alianza Nacional (2.737 votos), partido de carácter inequívocamente neonazi y que, como no podía ser menos, es quien lleva más lejos el discurso antiliberal y anticapitalista. Tras manifestarse contra Israel y Estados Unidos (por este orden), esta gentuza aboga por la nacionalización de la banca, del sector energético, las grandes superficies comerciales, los “trusts” y por la “confiscación” de los latifundios. Declara que “el Estado ha de controlar la riqueza para que esta esté distribuida de la manera más equilibrada posible entre la población” y añade que “las personas excesivamente ricas son un peligro para la sociedad.” Por último, propone un proteccionismo radical de los productos españoles frente a los extranjeros.
No he querido mezclar en este análisis, pese a ser básicamente descriptivo, a dos partidos que sería injusto meter en el mismo saco que a los anteriores, y que son Familia y Vida (9.882 votos) y Alternativa Española (AES, 7.300 votos). Aunque no carecen de cierto aire fascistoide, sobre todo el segundo, dirigido por el yerno de Blas Piñar, no deja de resultar significativo que su mensaje en contra del mercado libre sea algo menos altisonante o incluso francamente ambiguo. AES traza en su programa un paralelismo entre la caída del muro de Berlín y la crisis económica actual, asegurando que si la primera demostró el fracaso del socialismo, la segunda equivale al fracaso del “frío y apátrida liberalismo”. Sin embargo, en otros párrafos apuesta por “la iniciativa privada, la propiedad privada, el libre mercado”, aunque sin dejar de compensar estas expresiones con retórica referente a la “justicia social”, etc.
En cuanto a Familia y Vida, aunque no entra mucho en consideraciones genéricas que definan su posición frente al mercado libre, sí hace una serie de propuestas que chocan con la visión liberal de la economía, como cuando defiende un salario mínimo interprofesional de 1.000 euros al mes, el impuesto sobre la renta progresivo, la financiación de los partidos políticos y sindicatos por medio del IRPF o –desbarrando ya totalmente– “el consumo de productos locales, que evite el coste ecológico y económico del transporte.”
Concluyendo. Aquellos que creemos en el mercado libre y en el modelo de la primera democracia del mundo, los Estados Unidos (mientras Obama no lo acabe fastidiando); que vemos como una bendición, sobre todo para los más pobres, la globalización y la libre circulación de mercancías, y por tanto estamos radicalmente en contra de todo proteccionismo; aquellos que pensamos que el crecimiento económico basado en la iniciativa individual es lo que más contribuye al ascenso de las clases medias y bajas, y que los intentos de redistribución o nivelación basados en la coacción estatal, no sólo carecen de justificación moral, sino que además consiguen lo contrario de lo que dicen pretender; aquellos que pensamos todo esto, desde luego no vislumbramos ninguna formación “a la derecha del PP” (para utilizar la discutible imagen del espectro político) que nos pueda interesar remotamente, independientemente de que en cuestiones muy concretas, como la oposición al aborto, o la denuncia del expansionismo islámico, podamos tener coincidencias.
Lo curioso es que las razones por las cuales no votaríamos jamás a la extrema derecha son en parte las mismas por las cuales no votamos a la izquierda. Pues nada, el Partido Popular que continúe eludiendo el debate ideológico, que sobre todo no hable de liberalización y esas cosas que supuestamente tanto asustan al personal, y que siga desmarcándose de Aznar y la importante labor intelectual de FAES. Que siga, en definitiva, sin explicar a la gente de a pie aquello que precisamente le distingue radicalmente de la extrema derecha. Pero luego, que no se queje si los adversarios obtienen réditos de fingir confundirla con ella.
domingo, 21 de junio de 2009
La destrucción de la familia y su finalidad
¿Puede existir una sociedad sin familia? En 1932, Aldous Huxley publicó Brave New World, una novela de ciencia-ficción (traducida al español como Un mundo feliz) en la cual imaginaba un futuro en el cual la familia ha sido erradicada de raíz [valga la redundancia]. El título original, dicho sea incidentalmente, procede de Shakespeare, La tempestad, acto V, cuando Miranda pronuncia estas palabras:
"¡Oh prodigio! ¡Qué arrogantes criaturas son éstas! ¡Bella humanidad! ¡Oh espléndido mundo nuevo, que tales gentes produce!" (Traducción de Luis Astrana Marín.)
En la distopía descrita por Huxley, los seres humanos son producidos industrialmente por el Estado, y por supuesto criados, educados y atendidos por el Estado desde que nacen hasta que mueren. No existen por tanto padres, madres, hermanos, abuelos... Los niños aprenden en la escuela que en el pasado el ser humano era un animal vivíparo, y que los padres criaban a los hijos, como hacen los animales. No es de sorprender que en estas sórdidas condiciones, la gente no fuera feliz: Los sentimientos que ligaban a los individuos con lazos biológicos o monogámicos entre sí eran tan intensos que se convertían en una fuente constante de conflictos y de sufrimiento; existían cosas tan horribles como el dolor por la muerte de un ser querido, o los celos, o el deseo sexual insatisfecho. Afortunadamente -se les enseña a los niños del Mundo Feliz- esa fase primitiva de la evolución humana ha sido superada para siempre. Ahora "nadie es de nadie", todo el mundo es feliz porque no existen lazos obscenamente intensos entre individuos, las relaciones monogámicas estables han desaparecido y el sexo es sólo una diversión más, carente por completo de cualquier connotación pasional o amorosa. Pero al mismo tiempo puede decirse que todo el mundo es del Estado, y absolutamente nada ni nadie escapa al control de la tecnocracia gobernante.
Desde luego, estamos lejos de la reproducción extrauterina en grandes plantas industriales, aunque seguramente mucho menos de lo que podía pronosticarse hace siete u ocho décadas. Sin embargo, en el plano cultural existe una serie de tendencias que apuntan con inflexible lógica hacia la instauración en un futuro no tan lejano de ese Mundo Feliz.
La primera y más evidente es que, al tiempo que no deja de perfeccionarse la reproducción asistida, en su sentido más amplio (desde el seguimiento médico del embarazo hasta la inseminación artificial), se promueve desde todos los ángulos que la gente no tenga hijos. El énfasis en la anticoncepción y el aborto, el vaciado de sentido del término matrimonio y por tanto el desprestigio de la monogamia heterosexual, la banalización del sexo (de la cual habla Teresa Giménez Barbat en un reciente artículo), son aspectos que al menos desde los años sesenta han repercutido de manera clara en el descenso de la natalidad en el mundo desarrollado.
La segunda tendencia, complementaria de la anterior, es la de que los hijos no tengan padres. Es lo que se denomina con el eufemismo de los "otros modelos de familia". La llamada familia tradicional, con los dos progenitores al cuidado de los hijos, se presenta como una construcción cultural en pie de igualdad con otras posibles, y se reivindica la familia monoparental, que obviamente es más dependiente del Estado.
La tercera tendencia viene a completar este proceso. Si a pesar de todo siguen existiendo familias "tradicionales", se trataría de destruir la autoridad de los padres, restringiendo su derecho a controlar la educación de los hijos, sus decisiones en cuestiones tan graves como el embarazo de una niña de dieciséis años o legislando sobre las relaciones en el ámbito doméstico (dar un cachete a un niño puede ser ya motivo de perder la patria potestad, al menos temporalmente).
No se trata de que exista una especie de Plan maquiavélico para destruir la familia, sino de que instintivamente, el poder político tiende a favorecer la disolución de todo tipo de vínculos tradicionales entre los individuos, para poder actuar más libre de trabas. Esta atomización social produce un tipo de ser humano que carece de otras referencias culturales y psicológicas que las que el Estado (es decir, una minoría autolegitimada) tiene a bien proveer. Significa la destrucción de cualquier límite ideológico a lo que dicha minoría está autorizada a hacer, y por tanto conduce a un despotismo mucho más perfecto y minucioso que todos los habidos hasta la fecha. Y cuenta con la colaboración de una clase de intelectuales, no sólo estrictamente de izquierdas, que están prestos a denunciar cualquier oposición o mera descripción de este proceso como una forma de reacción o integrismo religioso. Son aquellos que han perdido el instinto de la libertad, que es el permanente estado de alerta contra el poder, y han convertido su liberalismo en una especie de credo hueco y ritualista, exclusivamente preocupado por celebrar la libertad sin meditar acerca de las condiciones que la favorecen, como si ésta pudiera fundarse sobre meras consideraciones abstractas que no tuvieran en cuenta el conocimiento empírico acerca de la naturaleza humana.
NOTA AÑADIDA EL 30/08/09: La novela de Huxley parece plantear una interesante paradoja: La existencia de un Estado que no requiere de la coacción (que es lo que en última instancia defiende al Estado). Pero se trata de una falsa impresión. Un Estado todopoderoso como el que plantea Huxley no tendría problema alguno en eliminar violentamente el menor atisbo de oposición, porque nada habría que se lo impidiera. Por otra parte, en los inicios de la novela se relata someramente la historia de la implantación del "mundo feliz", tras guerras y matanzas terribles, y desde luego no se nos ocurre cómo la humanidad podría llegar a una situación semejante sin una enorme violencia previa, que barriera las fuertes resistencias que habría cuando el proceso de eliminación de la familia y otras instituciones fuera ya inocultable.
sábado, 20 de junio de 2009
Federico Jiménez Losantos
Hace tres días días me he comprado un receptor de radio wifi por internet, que espero recibir pronto. El motivo, que Federico Jiménez Losantos a partir de setiembre ya no estará en la COPE, sino en esRadio, en el 99.1 de la FM madrileña, y quiero seguir escuchándolo a través de internet (vivo en Tarragona) mientras me afeito, ducho y desayuno, que luego uno no tiene tiempo. (Descarté la opción de instalarme unos altavoces conectados al ordenador en el cuarto de baño y en la cocina, porque me pareció más práctica una radio wifi que me pueda llevar de un sito a otro de la casa. Ya contaré la experiencia.)
Cuando tenía veintitantos años, una chica de mi pandilla, hija de guardia civil, nos contó con orgullo que su abuelo o su padre (no me acuerdo bien), del mismo pueblo de Jiménez Losantos, Orihuela del Tremedal, prácticamente lo había tenido en su regazo de niño. Se llamaba Valero. Recuerdo que la reacción de varios de nosotros fue de mofa. Considerábamos que Jiménez Losantos era un facha enemigo de Cataluña y bla bla bla.
Mi propio padre, por cierto, siempre fue un acérrimo seguidor de Federico. Pasaron los años, y como he contado otras veces, fui superando la izquierditis, aunque reconozco que tardé más en sustraerme al nacionalismo catalán ambiental. Por entonces descubrí Libertad Digital, y por este medio me enteré un día de que un autor del que había leído dos o tres excelentes libros, César Vidal, se encargaría del programa nocturno de la COPE. Así que empecé a escucharlo. Y al cabo de no mucho tiempo, de manera natural, empecé a sintonizar también esa emisora por las mañanas, es decir, me convertí en oyente de Jiménez Losantos. De hecho, si a César Vidal dejé de seguirlo, porque por las noches prefiero leer o navegar por internet (con “El gato al agua” de fondo en la tele; aunque cada vez también lo voy siguiendo menos), a FJL me he mantenido fiel, en parte porque es el horario que me va mejor, pero sobre todo porque es el comunicador con el cual más me identifico ideológicamente. (¡Exceptuando sus filias y fobias futbolísticas!).
Jiménez Losantos encaja bastante en el perfil del neoconservador, aunque el término me parece de dudosa utilidad fuera de Estados Unidos. Ha evolucionado desde la izquierda a posiciones liberal-conservadoras, es decir, la defensa del mercado libre y la propiedad privada, y de las raíces judeocristianas de nuestra civilización. De ahí también deriva en gran medida su idea de España, como nación clave en la formación de lo que conocemos como Occidente.
Al igual que los neocón estadounidenses, se opone al intervencionismo estatal, pero admite sin demasiados reparos la existencia de un sector público en la educación y la sanidad. Esto le lleva a mostrar un apoyo sostenido a la presidenta de la comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ignorando las críticas de cierto liberalismo de torre de marfil. No sé si es exactamente lo que piensa Federico, pero esta flexibilidad en los principios liberales me parece admisible sólo desde un punto de vista táctico y gradualista, porque para mí lo ideal sería un Estado mínimo, reducido a la función estrictamente defensiva y jurídico-policial.
FJL se reconoce ateo, y no duda en cargar contra los “meapilas” desde la propia emisora de los obispos cuando lo cree conveniente, pero al mismo tiempo experimenta los mayores recelos ante quienes, como Rodríguez Zapatero, no se esfuerzan demasiado en disimular su odio hacia “Roma y la Cruz”. Es aquí donde me siento quizás más cercano a Jiménez Losantos, porque siendo también agnóstico, desde hace mucho me asquea la ingenua suficiencia y el simplismo adolescente de la mayor parte del ateísmo que hoy se manifiesta. (Quizás con la postura que me identifico aún más es con la que expresó elegantemente Andrés Amorós en una entrevista que le hizo Víctor Gago en Libertad Digital TV, cuando a la pregunta de si era creyente contestó: “Lo intento.”) En este aspecto, creo que Jiménez Losantos es el mayor divulgador del liberal-conservadurismo hayekiano en España, es decir, de la idea de que la libertad no puede sobrevivir sólo con burdos presupuestos "racionalistas", sin una tradición, unos valores morales y unos vínculos familiares y asociativos que permitan al individuo desarrollarse autónomamente desde la infancia, eludiendo la dependencia del Estado.
Pero quizás el rasgo ideológico más definitorio de Jiménez Losantos es su crítica rotunda del nacionalismo, especialmente el catalán. Como catalán que soy, reconozco que al principio fue lo que más me dificultó acercarme a él. Pero por caminos propios he llegado a las mismas conclusiones. Aquí sobre todo creo que ha sido determinante la singular influencia de mi padre, catalán de pies a cabeza (hijo de inmigrantes murcianos perfectamente integrados en Barcelona), casado con una arbequina -mi madre-, defensor siempre del idioma catalán, preocupado por que sus hijos lo habláramos con corrección y admirador de Josep Pla, al que conoció... Y al mismo tiempo, como recuerdo desde que tengo uso de razón, un enemigo implacable del provincianismo nacionalista y toda su parafernalia kulturkampf.
Por último, no podemos olvidar el papel crucial de Jiménez Losantos en la denuncia del golpe de Estado del 11-M y de la manipulación policial y judicial de la investigación de aquellos atentados, que es todo una y la misma cosa. Es ahí donde se demuestra el liberalismo, en la lucha sin cuartel contra la arbitrariedad y el abuso del poder, no simplemente en la defensa, con ser importante, de un mero programa económico. Porque el liberalismo es por encima de todo la desconfianza hacia el poder político, y no meramente la idea de que la libertad es útil para hacer crecer la renta per cápita, cosa evidente pero que a fin de cuentas se deduce de lo esencial, de un análisis solvente de las consecuencias del despotismo.
Se acercan tiempos decisivos. Con un gobierno que está usando la crisis económica para imponer más socialismo, en lo económico y en lo cultural, y una oposición que ha renunciado a su función de tal, para limitarse a heredar el poder, la salida de Jiménez Losantos de la COPE (sin que sepamos cuánto tiempo le llevará volver a tener una audiencia nacional) es un grave contratiempo para todo aquel que crea en la libertad y en España. Pero por ahora, hay que resistir, e Internet sigue siendo la trinchera más providencial que nunca podíamos haber imaginado.
Cuando tenía veintitantos años, una chica de mi pandilla, hija de guardia civil, nos contó con orgullo que su abuelo o su padre (no me acuerdo bien), del mismo pueblo de Jiménez Losantos, Orihuela del Tremedal, prácticamente lo había tenido en su regazo de niño. Se llamaba Valero. Recuerdo que la reacción de varios de nosotros fue de mofa. Considerábamos que Jiménez Losantos era un facha enemigo de Cataluña y bla bla bla.
Mi propio padre, por cierto, siempre fue un acérrimo seguidor de Federico. Pasaron los años, y como he contado otras veces, fui superando la izquierditis, aunque reconozco que tardé más en sustraerme al nacionalismo catalán ambiental. Por entonces descubrí Libertad Digital, y por este medio me enteré un día de que un autor del que había leído dos o tres excelentes libros, César Vidal, se encargaría del programa nocturno de la COPE. Así que empecé a escucharlo. Y al cabo de no mucho tiempo, de manera natural, empecé a sintonizar también esa emisora por las mañanas, es decir, me convertí en oyente de Jiménez Losantos. De hecho, si a César Vidal dejé de seguirlo, porque por las noches prefiero leer o navegar por internet (con “El gato al agua” de fondo en la tele; aunque cada vez también lo voy siguiendo menos), a FJL me he mantenido fiel, en parte porque es el horario que me va mejor, pero sobre todo porque es el comunicador con el cual más me identifico ideológicamente. (¡Exceptuando sus filias y fobias futbolísticas!).
Jiménez Losantos encaja bastante en el perfil del neoconservador, aunque el término me parece de dudosa utilidad fuera de Estados Unidos. Ha evolucionado desde la izquierda a posiciones liberal-conservadoras, es decir, la defensa del mercado libre y la propiedad privada, y de las raíces judeocristianas de nuestra civilización. De ahí también deriva en gran medida su idea de España, como nación clave en la formación de lo que conocemos como Occidente.
Al igual que los neocón estadounidenses, se opone al intervencionismo estatal, pero admite sin demasiados reparos la existencia de un sector público en la educación y la sanidad. Esto le lleva a mostrar un apoyo sostenido a la presidenta de la comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ignorando las críticas de cierto liberalismo de torre de marfil. No sé si es exactamente lo que piensa Federico, pero esta flexibilidad en los principios liberales me parece admisible sólo desde un punto de vista táctico y gradualista, porque para mí lo ideal sería un Estado mínimo, reducido a la función estrictamente defensiva y jurídico-policial.
FJL se reconoce ateo, y no duda en cargar contra los “meapilas” desde la propia emisora de los obispos cuando lo cree conveniente, pero al mismo tiempo experimenta los mayores recelos ante quienes, como Rodríguez Zapatero, no se esfuerzan demasiado en disimular su odio hacia “Roma y la Cruz”. Es aquí donde me siento quizás más cercano a Jiménez Losantos, porque siendo también agnóstico, desde hace mucho me asquea la ingenua suficiencia y el simplismo adolescente de la mayor parte del ateísmo que hoy se manifiesta. (Quizás con la postura que me identifico aún más es con la que expresó elegantemente Andrés Amorós en una entrevista que le hizo Víctor Gago en Libertad Digital TV, cuando a la pregunta de si era creyente contestó: “Lo intento.”) En este aspecto, creo que Jiménez Losantos es el mayor divulgador del liberal-conservadurismo hayekiano en España, es decir, de la idea de que la libertad no puede sobrevivir sólo con burdos presupuestos "racionalistas", sin una tradición, unos valores morales y unos vínculos familiares y asociativos que permitan al individuo desarrollarse autónomamente desde la infancia, eludiendo la dependencia del Estado.
Pero quizás el rasgo ideológico más definitorio de Jiménez Losantos es su crítica rotunda del nacionalismo, especialmente el catalán. Como catalán que soy, reconozco que al principio fue lo que más me dificultó acercarme a él. Pero por caminos propios he llegado a las mismas conclusiones. Aquí sobre todo creo que ha sido determinante la singular influencia de mi padre, catalán de pies a cabeza (hijo de inmigrantes murcianos perfectamente integrados en Barcelona), casado con una arbequina -mi madre-, defensor siempre del idioma catalán, preocupado por que sus hijos lo habláramos con corrección y admirador de Josep Pla, al que conoció... Y al mismo tiempo, como recuerdo desde que tengo uso de razón, un enemigo implacable del provincianismo nacionalista y toda su parafernalia kulturkampf.
Por último, no podemos olvidar el papel crucial de Jiménez Losantos en la denuncia del golpe de Estado del 11-M y de la manipulación policial y judicial de la investigación de aquellos atentados, que es todo una y la misma cosa. Es ahí donde se demuestra el liberalismo, en la lucha sin cuartel contra la arbitrariedad y el abuso del poder, no simplemente en la defensa, con ser importante, de un mero programa económico. Porque el liberalismo es por encima de todo la desconfianza hacia el poder político, y no meramente la idea de que la libertad es útil para hacer crecer la renta per cápita, cosa evidente pero que a fin de cuentas se deduce de lo esencial, de un análisis solvente de las consecuencias del despotismo.
Se acercan tiempos decisivos. Con un gobierno que está usando la crisis económica para imponer más socialismo, en lo económico y en lo cultural, y una oposición que ha renunciado a su función de tal, para limitarse a heredar el poder, la salida de Jiménez Losantos de la COPE (sin que sepamos cuánto tiempo le llevará volver a tener una audiencia nacional) es un grave contratiempo para todo aquel que crea en la libertad y en España. Pero por ahora, hay que resistir, e Internet sigue siendo la trinchera más providencial que nunca podíamos haber imaginado.
miércoles, 17 de junio de 2009
Cómo ayudar desde casa...
...a superar la censura gubernamental en Irán. Lo cuenta Barcepundit aquí.
ACTUALIZACIÓN: Esta foto impresionante también nos llega vía Barcepundit:
ACTUALIZACIÓN: Esta foto impresionante también nos llega vía Barcepundit:
Érase una vez... el neoprogre
En un artículo publicado ayer en El País, Carlos Mulas-Granados, director general de la Fundación Ideas (la réplica del PSOE a FAES), propone el término neoprogre para hacer frente a la caricatura "grosera e interesada" del progre que según él difunden los "neoconservadores".
Lo primero que cabe señalar es que la caricatura que el autor traza de los conservadores no es menos burda que la que denuncia. Por lo visto, el conservadurismo es un genotipo invariable que se transmite a través de los siglos. Los conservadores actuales, aunque lo disimulen, están en contra del sufragio universal o la libertad de expresión igual que lo estaban sus antepasados del siglo XVIII. La diferencia es que ahora estas conquistas de los progres ya no tienen marcha atrás, de ahí que los conservadores finjan aceptarlas e incluso pretendan apropiárselas.
Por supuesto, los conservadores tienen su contraparte en los progres, que también se mantienen invariables a través de las edades, "herederos de una larga y épica historia de libertad". Es una visión que me recuerda a aquella serie francesa de dibujos animados, "Érase una vez... el hombre", en la cual veíamos a los mismos personajes, en sus respectivos papeles de buenos y malos, reaparecer en cada época histórica.
Este esquema pueril, por cierto, no es más que la extrapolación del discurso que sobre la derecha española viene haciendo sistemáticamente la izquierda desde la muerte de Franco, aunque sus precedentes son muy anteriores: La derecha es autoritaria por naturaleza, y sólo acepta la democracia por oportunismo o porque no le queda otro remedio.
En realidad, la historia de la libertad, desde la Antigüedad hasta los tiempos modernos, ha estado muy ligada a la de clases patricias y feudales, celosas defensoras de sus privilegios, que imponían constituciones y cortes estamentales a los reyes, claros precedentes de las actuales instituciones parlamentarias, mientras que las clases populares (con las que se identifica el ideario progre) jugaron a menudo un papel de colaboradoras de las monarquías, y por tanto favorecedor del perfeccionamiento de la maquinaria estatal, e incluso del absolutismo. Más tarde, fueron el capitalismo y la revolución industrial quienes verdaderamente acabaron con las viejas sociedades regidas por una aristocracia y un clero decadentes, que ya no representaban un verdadero contrapoder frente al Estado, sino todo lo contrario. Por cierto que la revolución francesa para lo único que sirvió es que, en medio de todas estas transformaciones, el poder del Estado saliera reforzado. (Véase El Antiguo Régimen y la Revolución, de Tocqueville.) Y en fin, para qué hablar de las revoluciones rusa o china, que produjeron tiranías infinitamente más brutales que todo lo conocido hasta la fecha, en nombre del progreso.
El discurso, pues, que asocia izquierda con libertad, y derecha con autoritarismo, no es que sea inexacto, es que es radicalmente falso. Y lo bueno es que en el propio articulo queda meridianamente claro, al incurrir una vez más en la vieja confusión entre libertad y bienestar. Dice Mulas-Granados:
"¿Cómo puede llegar a ser libre un niño que no accede a la mejor educación posible a causa de la pobreza de sus padres? ¿Cómo puede ser libre una persona con discapacidad si no se garantiza desde el Estado que pueda circular como cualquiera por las calles? ¿Cómo puede una mujer ser libre si no se garantiza su igualdad cuando trabaja? ¿Cómo puede un país ser libre si no se le protege de los abusos del mercado y no se favorece su nivelación?"
Como se ve, el director de la fundación socialista contrapone la libertad individual y su corolario la libertad de mercado, a la "verdadera libertad" (expresión que utiliza varias veces), que consistiría en la coacción estatal vía impuestos. En realidad, si ignoramos su extravagante uso del término libertad, está defendiendo precisamente restringir determinadas libertades para favorecer la igualdad de hecho, frecuentamente incluso a costa de la igualdad de oportunidades (con las leyes de discriminación positiva).
¿Por qué lo llaman libertad cuando quieren decir igualdad de hecho, es decir, impuesta? ¿Quién es aquí el que utiliza el nombre de la libertad en vano, la izquierda o la derecha?
La libertad es una precondición para prosperar, no al revés, como propone el seudoprogresismo. Incluso en condiciones de ausencia de libertades políticas, si un país ve crecer su riqueza es porque al menos en el ámbito económico, el poder político tolera una cierta libertad.
La retórica de "proteger al débil" ha sido siempre, no sólo hoy, la gran coartada del estatismo. Históricamente, quien ha hecho más por los débiles, ha sido claramente el mercado (es decir, la libertad que los progres desprecian), favoreciendo la ascensión social a millones de seres humanos, que así han podido acceder a una mejor educación, sanidad, etc. En casi todas partes, el Estado ha nacionalizado servicios que el mercado y el asociacionismo (la también despreciada caridad) estaban prestando a capas cada vez más amplias de la población, para después autojustificarse como la solución frente a las "insuficiencias" de la economía libre. Ejemplo paradigmático de esto fue la Segunda República, que tras cerrar numerosos colegios religiosos, donde se impartía una excelente educación, incluso a las clases más desfavorecidas, se ha presentado siempre como una Arcadia Feliz de la cultura, pese a que creó menos centros educativos de los que cerró, por no hablar del patrimonio artístico, las bibliotecas, etc, cuya destrucción permitió, cuando no alentó.
Si este es el argumentario de los neoprogres, desde luego, tiene bien poco de nuevo. Son las viejas cantinelas de siempre, revestidas con un término patéticamente inspirado en sus adversarios.
Lo primero que cabe señalar es que la caricatura que el autor traza de los conservadores no es menos burda que la que denuncia. Por lo visto, el conservadurismo es un genotipo invariable que se transmite a través de los siglos. Los conservadores actuales, aunque lo disimulen, están en contra del sufragio universal o la libertad de expresión igual que lo estaban sus antepasados del siglo XVIII. La diferencia es que ahora estas conquistas de los progres ya no tienen marcha atrás, de ahí que los conservadores finjan aceptarlas e incluso pretendan apropiárselas.
Por supuesto, los conservadores tienen su contraparte en los progres, que también se mantienen invariables a través de las edades, "herederos de una larga y épica historia de libertad". Es una visión que me recuerda a aquella serie francesa de dibujos animados, "Érase una vez... el hombre", en la cual veíamos a los mismos personajes, en sus respectivos papeles de buenos y malos, reaparecer en cada época histórica.
Este esquema pueril, por cierto, no es más que la extrapolación del discurso que sobre la derecha española viene haciendo sistemáticamente la izquierda desde la muerte de Franco, aunque sus precedentes son muy anteriores: La derecha es autoritaria por naturaleza, y sólo acepta la democracia por oportunismo o porque no le queda otro remedio.
En realidad, la historia de la libertad, desde la Antigüedad hasta los tiempos modernos, ha estado muy ligada a la de clases patricias y feudales, celosas defensoras de sus privilegios, que imponían constituciones y cortes estamentales a los reyes, claros precedentes de las actuales instituciones parlamentarias, mientras que las clases populares (con las que se identifica el ideario progre) jugaron a menudo un papel de colaboradoras de las monarquías, y por tanto favorecedor del perfeccionamiento de la maquinaria estatal, e incluso del absolutismo. Más tarde, fueron el capitalismo y la revolución industrial quienes verdaderamente acabaron con las viejas sociedades regidas por una aristocracia y un clero decadentes, que ya no representaban un verdadero contrapoder frente al Estado, sino todo lo contrario. Por cierto que la revolución francesa para lo único que sirvió es que, en medio de todas estas transformaciones, el poder del Estado saliera reforzado. (Véase El Antiguo Régimen y la Revolución, de Tocqueville.) Y en fin, para qué hablar de las revoluciones rusa o china, que produjeron tiranías infinitamente más brutales que todo lo conocido hasta la fecha, en nombre del progreso.
El discurso, pues, que asocia izquierda con libertad, y derecha con autoritarismo, no es que sea inexacto, es que es radicalmente falso. Y lo bueno es que en el propio articulo queda meridianamente claro, al incurrir una vez más en la vieja confusión entre libertad y bienestar. Dice Mulas-Granados:
"¿Cómo puede llegar a ser libre un niño que no accede a la mejor educación posible a causa de la pobreza de sus padres? ¿Cómo puede ser libre una persona con discapacidad si no se garantiza desde el Estado que pueda circular como cualquiera por las calles? ¿Cómo puede una mujer ser libre si no se garantiza su igualdad cuando trabaja? ¿Cómo puede un país ser libre si no se le protege de los abusos del mercado y no se favorece su nivelación?"
Como se ve, el director de la fundación socialista contrapone la libertad individual y su corolario la libertad de mercado, a la "verdadera libertad" (expresión que utiliza varias veces), que consistiría en la coacción estatal vía impuestos. En realidad, si ignoramos su extravagante uso del término libertad, está defendiendo precisamente restringir determinadas libertades para favorecer la igualdad de hecho, frecuentamente incluso a costa de la igualdad de oportunidades (con las leyes de discriminación positiva).
¿Por qué lo llaman libertad cuando quieren decir igualdad de hecho, es decir, impuesta? ¿Quién es aquí el que utiliza el nombre de la libertad en vano, la izquierda o la derecha?
La libertad es una precondición para prosperar, no al revés, como propone el seudoprogresismo. Incluso en condiciones de ausencia de libertades políticas, si un país ve crecer su riqueza es porque al menos en el ámbito económico, el poder político tolera una cierta libertad.
La retórica de "proteger al débil" ha sido siempre, no sólo hoy, la gran coartada del estatismo. Históricamente, quien ha hecho más por los débiles, ha sido claramente el mercado (es decir, la libertad que los progres desprecian), favoreciendo la ascensión social a millones de seres humanos, que así han podido acceder a una mejor educación, sanidad, etc. En casi todas partes, el Estado ha nacionalizado servicios que el mercado y el asociacionismo (la también despreciada caridad) estaban prestando a capas cada vez más amplias de la población, para después autojustificarse como la solución frente a las "insuficiencias" de la economía libre. Ejemplo paradigmático de esto fue la Segunda República, que tras cerrar numerosos colegios religiosos, donde se impartía una excelente educación, incluso a las clases más desfavorecidas, se ha presentado siempre como una Arcadia Feliz de la cultura, pese a que creó menos centros educativos de los que cerró, por no hablar del patrimonio artístico, las bibliotecas, etc, cuya destrucción permitió, cuando no alentó.
Si este es el argumentario de los neoprogres, desde luego, tiene bien poco de nuevo. Son las viejas cantinelas de siempre, revestidas con un término patéticamente inspirado en sus adversarios.
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martes, 16 de junio de 2009
Hoy he recibido una multa de tráfico
Hoy he recibido una multa de tráfico, con una fotografía del radar inapelablemente clara. Se me sanciona con 100 euros por la falta “grave” de circular a 95 km/h por la autovía Tarragona-Salou, en un tramo donde el máximo permitido es de 80 km/h.
Supuestamente, no me puedo quejar demasiado. La infracción es innegable, no pierdo ningún punto de carnet y la cuantía de la multa no es de esas que te crujen vivo. Pero quisiera decirle una cosa al Sr. Eusebi del Olmo Ferrús, Cap del Servei Territorial de Trànsit de Tarragona: ¿Se siente usted muy orgulloso de recaudar dinero de esta forma? ¿A cuántos panolis como yo le saca cada día los cuartos gracias a una legislación que promueve exacciones simplemente por superar el límite de velocidad en menos de un veinte por ciento?
Casi cada día trascienden noticias ejemplarizantes de conductores sancionados por haber sido detectados circulando a velocidades de más de 200 km/h, pero me gustaría conocer la cuantía de lo recaudado por infracciones como la mía; por mero razonamiento estadístico debe ser muy superior, porque aunque las multas sean menores, hay mucha más gente que supera la velocidad permitida en 15 km/h que no en 80 o más. Lo cual me confirma lo que ya pensaba, que hemos venido a este mundo para pagar impuestos, tasas y multas, et tout le reste c’est propaganda cochina.
Supuestamente, no me puedo quejar demasiado. La infracción es innegable, no pierdo ningún punto de carnet y la cuantía de la multa no es de esas que te crujen vivo. Pero quisiera decirle una cosa al Sr. Eusebi del Olmo Ferrús, Cap del Servei Territorial de Trànsit de Tarragona: ¿Se siente usted muy orgulloso de recaudar dinero de esta forma? ¿A cuántos panolis como yo le saca cada día los cuartos gracias a una legislación que promueve exacciones simplemente por superar el límite de velocidad en menos de un veinte por ciento?
Casi cada día trascienden noticias ejemplarizantes de conductores sancionados por haber sido detectados circulando a velocidades de más de 200 km/h, pero me gustaría conocer la cuantía de lo recaudado por infracciones como la mía; por mero razonamiento estadístico debe ser muy superior, porque aunque las multas sean menores, hay mucha más gente que supera la velocidad permitida en 15 km/h que no en 80 o más. Lo cual me confirma lo que ya pensaba, que hemos venido a este mundo para pagar impuestos, tasas y multas, et tout le reste c’est propaganda cochina.
domingo, 14 de junio de 2009
Una mentira dentro de una mentira dentro de una mentira dentro de...
En otro país de Occidente, el informe del químico Antonio Iglesias, o las afirmaciones sostenidas por el abogado José María de Pablo en otro libro reciente, habrían provocado una hecatombe política sin precedentes.
El socialismo parte de la idea de que la restricción de la libertad individual por el Estado es el único medio para garantizar mayor bienestar para todos. Esta es la primera gran mentira, la más exterior o abarcadora. Pero por supuesto, los socialistas no lo plantean con tal crudeza. Ellos consiguen confundir los conceptos de libertad y bienestar de tal modo que formulan su principio aproximadamente así: A más Estado, mayor libertad y bienestar. Lo cual ya no sólo está refutado por la experiencia, sino que es un contrasentido, una imposibilidad lógica: Segunda mentira. (También la primera mentira es tal vez un contrasentido, pero eso nos llevaría por derroteros filosóficos más arduos.)
Ejemplos de las mentiras tercera, cuarta…, enésima, los estamos teniendo a diario, en el contexto de la crisis económica. Antes de las dos últimas citas electorales, hemos comprobado cómo según el gobierno, no había crisis. Pero aunque hubiera crisis, España era el país mejor preparado para afrontarla. Y si el mal aspecto de la situación es de una evidencia insoslayable, nos dicen que ya apuntan los síntomas de recuperación (“brotes verdes”), que estamos en el buen camino, que vamos hacia un nuevo modelo económico… Bien, incidentalmente, esto último puede que acabe siendo cierto. Puede que nos estemos precipitando hacia un modelo argentino, o sin ir tan lejos, andaluz, con una sociedad cada vez más dependiente de la administración, y por tanto más incapaz de crear riqueza y competir en un mundo globalizado.
Ellos lo llamarán una sociedad más solidaria y sostenible, claro, envolviendo la mentira con otra mentira. La crisis se convertirá entonces en crónica, pero ya no se llamará crisis, constituirá la normalidad, y cualquier propuesta alternativa que no pase por profundizar aún más el modelo estatista, será rechazada como el infierno ultraliberal que ninguna persona decente se supone que desea.
Ahora bien, la mentira socialista deja pronto atrás el ámbito económico, el más genérico, internándose en otros como son los del pacifismo, el ecologismo, la ideología de género, etc. Especialmente relevante, en la actual coyuntura española, es la mentira pacifista. Ella está en la raíz de la victoria del PSOE en las elecciones del 14 de marzo del 2004, que le dieron el poder gracias a que se relacionó el 11-M con la guerra de Iraq, tras un proceso de meses en el cual se había criminalizado al gobierno de Aznar por participar en la amplia coalición internacional que, liderada por Estados Unidos, invadió el país árabe y derribó la dictadura de Saddam Hussein.
Es mentira que la Alianza de Civilizaciones (es decir, el diálogo con estados que ni son democráticos ni comparten nuestras concepciones de libertad individual y derechos humanos) favorezca un mundo más justo y pacífico. Por tanto, aunque el 11-M hubiera sido un atentado de Al-Qaida para debilitar la coalición Bush-Blair-Aznar, jamás hubiera estado justificado castigar por ello al gobierno que se presentaba a la reelección, porque no podemos darle a los terroristas lo que quieren. Pero además, porque tampoco el Ministerio del Interior ocultó, al contrario de lo que se dijo (otra mentira en forma de muñeca rusa), los indicios que parecían apuntar a la autoría islamista, sino todo lo contrario: los comunicó a la población casi en tiempo real, a diferencia de la oposición y sus medios afines (cadena SER), que llevaron a cabo una intoxicación en toda regla que será objeto de análisis preferente para historiadores futuros.
Pero es que ahora podemos afirmar con base científica, gracias al informe del químico Antonio Iglesias (Titadyn, La Esfera de los Libros), que esta mentira se construyó aún sobre el círculo último o penúltimo de otra: La de la investigación policial y judicial. Sabemos, con más que razonable certeza, que una parte de las fuerzas de seguridad manipuló las pruebas (traspapelando o destruyendo algunas, y creando otras falsas) para ocultar la naturaleza del verdadero explosivo utilizado para matar a 192 personas. Y sospechamos, en buena lógica, que a consecuencia de esta manipulación, seguimos sin conocer a los verdaderos autores de la masacre (por lo menos a los instigadores).
Podríamos seguir analizando la formidable máquina de mentiras concéntricas, sobre las cuales se erige el régimen que Rodríguez Zapatero aspira a crear, pero deseo pasar ya a una reflexión ulterior.
El socialismo por ahora está venciendo en toda regla. Lo que me lleva a esta conclusión tan pesimista es que la mera exposición de la verdad ya no produce apenas efectos visibles en esta sociedad anestesiada. En otro país de Occidente, el informe del químico Antonio Iglesias, o las afirmaciones sostenidas por el abogado José María de Pablo en otro libro reciente, habrían provocado una hecatombe política sin precedentes.
Cierto que la mayoría de conclusiones que presentan estos autores fueron ya anticipadas o entrevistas por investigaciones periodísticas previas (básicamente del periódico El Mundo y del experto Luis del Pino), pero hasta ahora las maniobras de confusión de los medios afines al gobierno podían contrarrestarlas, aprovechándose de la ignorancia general en las cuestiones técnicas y científicas que eran objeto del debate. (¿Cuántos habíamos oído hablar antes de la metenamina?)
Sin embargo, ahora que una persona de la autoridad del perito químico Antonio Iglesias ha expuesto de la manera más rigurosa y fehaciente el estado de la cuestión sobre el arma del crimen, a esos mismos medios, que son casi todos, les basta el silencio para que aquí no ocurra nada. Y en efecto, no está ocurriendo nada. (Ya veremos las repercusiones del valiente y ejemplar "Yo acuso" de Pedro J. Ramírez) Nos deslizamos hacia el periodo de larga siesta veraniega, sin que ni un solo indicio nos permita presagiar que la sociedad civil vaya a reaccionar contra el gobierno que se asienta sobre tal estructura de mentiras perfectamente trabadas, ni por tanto vaya a obligar a la oposición mayoritaria a salir de su estado de hibernación permanente (estos empalman directamente con la siesta estival).
A veces, por continuar con la metáfora, dentro del sueño cobramos súbita conciencia de estar soñando, es decir, nos apercibimos de que todo es mentira, pero no terminamos de despertar, porque el sueño puede que sea agradable, ¡o incluso se halle dentro de otro sueño! Quienes viven objetiva o subjetivamente de las ilusiones del socialismo, sólo con gran dificultad renunciarán a ellas. Y muchos que votaron a Rodríguez Zapatero en el 2004, seguramente siguen siendo renuentes a admitir que fueron patéticamente manipulados por un golpe de estado mediático y quizás no sólo mediático, o por decirlo vulgarmente, engañados como chinos. Eso siempre es duro de reconocer. Pero al mismo tiempo, nada es más liberador. Hay que ayudarles, por nuestro propio interés y el suyo, a salir del círculo de la mentira más interior, y luego, círculo por círculo, hacia el mundo exterior, el mundo real.
El socialismo parte de la idea de que la restricción de la libertad individual por el Estado es el único medio para garantizar mayor bienestar para todos. Esta es la primera gran mentira, la más exterior o abarcadora. Pero por supuesto, los socialistas no lo plantean con tal crudeza. Ellos consiguen confundir los conceptos de libertad y bienestar de tal modo que formulan su principio aproximadamente así: A más Estado, mayor libertad y bienestar. Lo cual ya no sólo está refutado por la experiencia, sino que es un contrasentido, una imposibilidad lógica: Segunda mentira. (También la primera mentira es tal vez un contrasentido, pero eso nos llevaría por derroteros filosóficos más arduos.)
Ejemplos de las mentiras tercera, cuarta…, enésima, los estamos teniendo a diario, en el contexto de la crisis económica. Antes de las dos últimas citas electorales, hemos comprobado cómo según el gobierno, no había crisis. Pero aunque hubiera crisis, España era el país mejor preparado para afrontarla. Y si el mal aspecto de la situación es de una evidencia insoslayable, nos dicen que ya apuntan los síntomas de recuperación (“brotes verdes”), que estamos en el buen camino, que vamos hacia un nuevo modelo económico… Bien, incidentalmente, esto último puede que acabe siendo cierto. Puede que nos estemos precipitando hacia un modelo argentino, o sin ir tan lejos, andaluz, con una sociedad cada vez más dependiente de la administración, y por tanto más incapaz de crear riqueza y competir en un mundo globalizado.
Ellos lo llamarán una sociedad más solidaria y sostenible, claro, envolviendo la mentira con otra mentira. La crisis se convertirá entonces en crónica, pero ya no se llamará crisis, constituirá la normalidad, y cualquier propuesta alternativa que no pase por profundizar aún más el modelo estatista, será rechazada como el infierno ultraliberal que ninguna persona decente se supone que desea.
Ahora bien, la mentira socialista deja pronto atrás el ámbito económico, el más genérico, internándose en otros como son los del pacifismo, el ecologismo, la ideología de género, etc. Especialmente relevante, en la actual coyuntura española, es la mentira pacifista. Ella está en la raíz de la victoria del PSOE en las elecciones del 14 de marzo del 2004, que le dieron el poder gracias a que se relacionó el 11-M con la guerra de Iraq, tras un proceso de meses en el cual se había criminalizado al gobierno de Aznar por participar en la amplia coalición internacional que, liderada por Estados Unidos, invadió el país árabe y derribó la dictadura de Saddam Hussein.
Es mentira que la Alianza de Civilizaciones (es decir, el diálogo con estados que ni son democráticos ni comparten nuestras concepciones de libertad individual y derechos humanos) favorezca un mundo más justo y pacífico. Por tanto, aunque el 11-M hubiera sido un atentado de Al-Qaida para debilitar la coalición Bush-Blair-Aznar, jamás hubiera estado justificado castigar por ello al gobierno que se presentaba a la reelección, porque no podemos darle a los terroristas lo que quieren. Pero además, porque tampoco el Ministerio del Interior ocultó, al contrario de lo que se dijo (otra mentira en forma de muñeca rusa), los indicios que parecían apuntar a la autoría islamista, sino todo lo contrario: los comunicó a la población casi en tiempo real, a diferencia de la oposición y sus medios afines (cadena SER), que llevaron a cabo una intoxicación en toda regla que será objeto de análisis preferente para historiadores futuros.
Pero es que ahora podemos afirmar con base científica, gracias al informe del químico Antonio Iglesias (Titadyn, La Esfera de los Libros), que esta mentira se construyó aún sobre el círculo último o penúltimo de otra: La de la investigación policial y judicial. Sabemos, con más que razonable certeza, que una parte de las fuerzas de seguridad manipuló las pruebas (traspapelando o destruyendo algunas, y creando otras falsas) para ocultar la naturaleza del verdadero explosivo utilizado para matar a 192 personas. Y sospechamos, en buena lógica, que a consecuencia de esta manipulación, seguimos sin conocer a los verdaderos autores de la masacre (por lo menos a los instigadores).
Podríamos seguir analizando la formidable máquina de mentiras concéntricas, sobre las cuales se erige el régimen que Rodríguez Zapatero aspira a crear, pero deseo pasar ya a una reflexión ulterior.
El socialismo por ahora está venciendo en toda regla. Lo que me lleva a esta conclusión tan pesimista es que la mera exposición de la verdad ya no produce apenas efectos visibles en esta sociedad anestesiada. En otro país de Occidente, el informe del químico Antonio Iglesias, o las afirmaciones sostenidas por el abogado José María de Pablo en otro libro reciente, habrían provocado una hecatombe política sin precedentes.
Cierto que la mayoría de conclusiones que presentan estos autores fueron ya anticipadas o entrevistas por investigaciones periodísticas previas (básicamente del periódico El Mundo y del experto Luis del Pino), pero hasta ahora las maniobras de confusión de los medios afines al gobierno podían contrarrestarlas, aprovechándose de la ignorancia general en las cuestiones técnicas y científicas que eran objeto del debate. (¿Cuántos habíamos oído hablar antes de la metenamina?)
Sin embargo, ahora que una persona de la autoridad del perito químico Antonio Iglesias ha expuesto de la manera más rigurosa y fehaciente el estado de la cuestión sobre el arma del crimen, a esos mismos medios, que son casi todos, les basta el silencio para que aquí no ocurra nada. Y en efecto, no está ocurriendo nada. (Ya veremos las repercusiones del valiente y ejemplar "Yo acuso" de Pedro J. Ramírez) Nos deslizamos hacia el periodo de larga siesta veraniega, sin que ni un solo indicio nos permita presagiar que la sociedad civil vaya a reaccionar contra el gobierno que se asienta sobre tal estructura de mentiras perfectamente trabadas, ni por tanto vaya a obligar a la oposición mayoritaria a salir de su estado de hibernación permanente (estos empalman directamente con la siesta estival).
A veces, por continuar con la metáfora, dentro del sueño cobramos súbita conciencia de estar soñando, es decir, nos apercibimos de que todo es mentira, pero no terminamos de despertar, porque el sueño puede que sea agradable, ¡o incluso se halle dentro de otro sueño! Quienes viven objetiva o subjetivamente de las ilusiones del socialismo, sólo con gran dificultad renunciarán a ellas. Y muchos que votaron a Rodríguez Zapatero en el 2004, seguramente siguen siendo renuentes a admitir que fueron patéticamente manipulados por un golpe de estado mediático y quizás no sólo mediático, o por decirlo vulgarmente, engañados como chinos. Eso siempre es duro de reconocer. Pero al mismo tiempo, nada es más liberador. Hay que ayudarles, por nuestro propio interés y el suyo, a salir del círculo de la mentira más interior, y luego, círculo por círculo, hacia el mundo exterior, el mundo real.
sábado, 13 de junio de 2009
El ultraconservador Ahmadineyad y los ultraestúpidos
Televisión y prensa de diversas tendencias (por llamar tendencias a los delicados matices que las diferencian) se refieren hoy a la victoria electoral del "ultraconservador Ahmadineyad".
Para calificar el tratamiento dado a esta noticia quizás convendría acuñar el término ultraestúpido, aplicable a aquellos medios que, para que se me entienda, en 1933 hubiesen informado de la victoria electoral del "ultraconservador Adolf Hitler".
A continuación, incluyo algunas fotografías del reelegido presidente iraní con otros dirigentes ultra... bueno, ultra-lo-que-sean.
No me he entretenido en comprobarlo, pero tengo la sensación de que cuando gobernaba el neocón de Bush, los medios tendían a calificar al mandatario persa como radical, un término mejor valorado por la cretinez universal que conservador. (El malo ya se imaginan quién era.) Con Obama, la cosa puede cambiar. No me sorprendería que algunos acabasen adjetivando como conservador al régimen de Corea del Norte.
¿Por qué lo aborrecible siempre es "conservador", con o sin prefijo? Creo que no es difícil responder a esto. Tiene que ver con el hecho de que quienes deciden generalmente cómo llamar a las cosas son los progres listos, que por cierto, son lo más parecido que existe a los conservadores estúpidos.
Para calificar el tratamiento dado a esta noticia quizás convendría acuñar el término ultraestúpido, aplicable a aquellos medios que, para que se me entienda, en 1933 hubiesen informado de la victoria electoral del "ultraconservador Adolf Hitler".
A continuación, incluyo algunas fotografías del reelegido presidente iraní con otros dirigentes ultra... bueno, ultra-lo-que-sean.
No me he entretenido en comprobarlo, pero tengo la sensación de que cuando gobernaba el neocón de Bush, los medios tendían a calificar al mandatario persa como radical, un término mejor valorado por la cretinez universal que conservador. (El malo ya se imaginan quién era.) Con Obama, la cosa puede cambiar. No me sorprendería que algunos acabasen adjetivando como conservador al régimen de Corea del Norte.
¿Por qué lo aborrecible siempre es "conservador", con o sin prefijo? Creo que no es difícil responder a esto. Tiene que ver con el hecho de que quienes deciden generalmente cómo llamar a las cosas son los progres listos, que por cierto, son lo más parecido que existe a los conservadores estúpidos.
martes, 9 de junio de 2009
La increíble y triste historia del cándido Tercer Mundo y las multinacionales desalmadas
La petrolera Shell, tras un acuerdo extrajudicial, indemnizará con 15,5 millones de dólares a las familias de varios activistas ejecutados por la dictadura militar nigeriana en la década de los noventa, entre los que se encontraba el escritor Ken-Saro Wiva. La multinacional, sin embargo, niega los hechos de que se la acusan, esto es, haber colaborado con el gobierno de Nigeria en la represión.
El relato que hacen diversos medios de comunicación, por ejemplo el periódico El Mundo, se ajusta al guión previsible: Una malvada multinacional que destruye el medio ambiente de un país del Tercer Mundo, y que “ejecuta” a los indígenas que se atreven a protestar pacíficamente. No nos anuncian cuándo se rodará la película, pero no creo que tarde mucho.
Desde luego, no seré yo quien defienda a las multinacionales en general ni a la Royal Dutch Shell en particular; sus buenas plantillas de abogados tienen para eso. No me cabe ninguna duda de que son perfectamente capaces de las brutalidades que se les imputan en ocasiones, aunque desconfíe por principio de relatos concretos cuya objetividad no estoy en condiciones de juzgar. Por cierto que el padre del liberalismo, Adam Smith, escribió páginas durísimas acerca de la Compañía de las Indias Orientales.
Sin embargo, no debe escapársenos el error que subyace en ese seudoprogresismo difuso que de manera más o menos implícita condena al sistema capitalista entero por las prácticas de ciertas empresas, las cuales, si por algo se caracterizan, es precisamente porque eluden siempre que pueden las reglas de un mercado libre sometido al Estado de Derecho; lo cual es enormemente fácil, claro, en lugares en los cuales no existe ni una cosa ni otra.
En los países de capitalismo avanzado, el 90 % de los contratos laborales los realizan pequeñas o medianas empresas. Esto equivale a decir que el 90 % de la población se sustenta directamente gracias a un intrincado y descentralizado tejido industrial y de servicios, con escasa influencia política. Se trata de una situación muy diferente, aunque también aquí las grandes corporaciones tratan de eludir a menudo las reglas de la competencia, llegando a acuerdos de trato privilegiado con los representantes políticos, siempre dispuestos a colgarse medallas por la creación de puestos de trabajo.
Pero son las administraciones las principales culpables de favorecer estas prácticas. Y son las dictaduras quienes violan los derechos humanos, o garantizan la impunidad de todo tipo de abusos a cambio de sobornos y entrada de divisas. Las empresas lo que hacen es sencillamente adaptarse al entorno que se encuentran en cada país.
Lo que no se puede ignorar es que existe algo mucho peor que las inversiones de las multinacionales en el Tercer Mundo: Que no haya inversiones. A pesar de todos los abusos, el salario que paga una multinacional en un país pobre siempre es superior al que se paga en ese país por un trabajo similar en esfuerzo, horarios, etc. En Occidente nos escandalizamos por el empleo de mano de obra infantil, pero cuando la alternativa real no es -como defienden tantos manipuladores de emociones- la escuela, sino la absoluta miseria o incluso la prostitución, ese puesto de trabajo es una bendición. Con frecuencia, las generaciones nacidas a partir de los sesenta olvidamos que nuestro bienestar actual lo debemos a la generación de nuestros padres, muchos de los cuales empezaron a trabajar a los doce o trece años.
Los principios son duros, pero la inversión extranjera es un medio nada desdeñable para que los países pobres empiecen a dejar de serlo. Desde luego, es mucho más eficaz que las meras ayudas en forma de dinero, alimentos o vestido, que en gran parte sólo sirven para engordar a los caciques que las roban y las venden en los mercados locales, con graves daños para su precaria agricultura y su incipiente industria.
Sobre todo, el papel de la inversión es facilitar el surgimiento de una clase asalariada con una mínima capacidad de consumo, que pueda favorecer el sostenimiento de una industria local, así como la divulgación de cierta cualificación técnica y de una cultura del trabajo, de la puntualidad, de la higiene, etc, que haga posible a su vez un aumento de la productividad general de la población. Es una ventaja con la que Europa no contó hace cien o doscientos años, cuando realizó sola sus revoluciones industriales, y que al Tercer Mundo le puede ayudar a quemar etapas mucho más rápidamente.
Es muy fácil, desde nuestro confortable nivel de vida, condenar las condiciones laborales, medioambientales, etc, del mundo subdesarrollado, y repetir el falso mantra de que cada vez hay más pobres por culpa de la globalización. Nosotros, a diferencia de los pobres, nos podemos permitir el lujo de equivocarnos gravemente acerca del diagnóstico de males que no nos afectan… por ahora. Porque el incesante goteo de ideología anticapitalista y buenista que sufrimos en Occidente desde edades cada vez más tempranas, pueden acabar destruyendo las bases culturales de nuestra prosperidad. Aunque quizás así se cumplan los sueños igualitarios de los antiglobalización: Que todos seamos iguales, por lo menos en la miseria.
El relato que hacen diversos medios de comunicación, por ejemplo el periódico El Mundo, se ajusta al guión previsible: Una malvada multinacional que destruye el medio ambiente de un país del Tercer Mundo, y que “ejecuta” a los indígenas que se atreven a protestar pacíficamente. No nos anuncian cuándo se rodará la película, pero no creo que tarde mucho.
Desde luego, no seré yo quien defienda a las multinacionales en general ni a la Royal Dutch Shell en particular; sus buenas plantillas de abogados tienen para eso. No me cabe ninguna duda de que son perfectamente capaces de las brutalidades que se les imputan en ocasiones, aunque desconfíe por principio de relatos concretos cuya objetividad no estoy en condiciones de juzgar. Por cierto que el padre del liberalismo, Adam Smith, escribió páginas durísimas acerca de la Compañía de las Indias Orientales.
Sin embargo, no debe escapársenos el error que subyace en ese seudoprogresismo difuso que de manera más o menos implícita condena al sistema capitalista entero por las prácticas de ciertas empresas, las cuales, si por algo se caracterizan, es precisamente porque eluden siempre que pueden las reglas de un mercado libre sometido al Estado de Derecho; lo cual es enormemente fácil, claro, en lugares en los cuales no existe ni una cosa ni otra.
En los países de capitalismo avanzado, el 90 % de los contratos laborales los realizan pequeñas o medianas empresas. Esto equivale a decir que el 90 % de la población se sustenta directamente gracias a un intrincado y descentralizado tejido industrial y de servicios, con escasa influencia política. Se trata de una situación muy diferente, aunque también aquí las grandes corporaciones tratan de eludir a menudo las reglas de la competencia, llegando a acuerdos de trato privilegiado con los representantes políticos, siempre dispuestos a colgarse medallas por la creación de puestos de trabajo.
Pero son las administraciones las principales culpables de favorecer estas prácticas. Y son las dictaduras quienes violan los derechos humanos, o garantizan la impunidad de todo tipo de abusos a cambio de sobornos y entrada de divisas. Las empresas lo que hacen es sencillamente adaptarse al entorno que se encuentran en cada país.
Lo que no se puede ignorar es que existe algo mucho peor que las inversiones de las multinacionales en el Tercer Mundo: Que no haya inversiones. A pesar de todos los abusos, el salario que paga una multinacional en un país pobre siempre es superior al que se paga en ese país por un trabajo similar en esfuerzo, horarios, etc. En Occidente nos escandalizamos por el empleo de mano de obra infantil, pero cuando la alternativa real no es -como defienden tantos manipuladores de emociones- la escuela, sino la absoluta miseria o incluso la prostitución, ese puesto de trabajo es una bendición. Con frecuencia, las generaciones nacidas a partir de los sesenta olvidamos que nuestro bienestar actual lo debemos a la generación de nuestros padres, muchos de los cuales empezaron a trabajar a los doce o trece años.
Los principios son duros, pero la inversión extranjera es un medio nada desdeñable para que los países pobres empiecen a dejar de serlo. Desde luego, es mucho más eficaz que las meras ayudas en forma de dinero, alimentos o vestido, que en gran parte sólo sirven para engordar a los caciques que las roban y las venden en los mercados locales, con graves daños para su precaria agricultura y su incipiente industria.
Sobre todo, el papel de la inversión es facilitar el surgimiento de una clase asalariada con una mínima capacidad de consumo, que pueda favorecer el sostenimiento de una industria local, así como la divulgación de cierta cualificación técnica y de una cultura del trabajo, de la puntualidad, de la higiene, etc, que haga posible a su vez un aumento de la productividad general de la población. Es una ventaja con la que Europa no contó hace cien o doscientos años, cuando realizó sola sus revoluciones industriales, y que al Tercer Mundo le puede ayudar a quemar etapas mucho más rápidamente.
Es muy fácil, desde nuestro confortable nivel de vida, condenar las condiciones laborales, medioambientales, etc, del mundo subdesarrollado, y repetir el falso mantra de que cada vez hay más pobres por culpa de la globalización. Nosotros, a diferencia de los pobres, nos podemos permitir el lujo de equivocarnos gravemente acerca del diagnóstico de males que no nos afectan… por ahora. Porque el incesante goteo de ideología anticapitalista y buenista que sufrimos en Occidente desde edades cada vez más tempranas, pueden acabar destruyendo las bases culturales de nuestra prosperidad. Aunque quizás así se cumplan los sueños igualitarios de los antiglobalización: Que todos seamos iguales, por lo menos en la miseria.
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viernes, 5 de junio de 2009
Soy de ultraderecha
Sé que más de uno pensará con sorna: “¡qué notición!”. Pero me explico. Resulta que siento franca simpatía por el político holandés Geert Wilders y su Partido por la Libertad. Ahora bien, con motivo de sus excelentes resultados en las elecciones europeas (en Holanda la jornada electoral fue ayer), con casi total unanimidad la prensa española impresa ha calificado al mencionado partido y a su líder como “ultraderecha”.
Curiosamente, la excepción es El País, único rotativo nacional que, al menos en la edición digital, no emplea los términos “ultraderecha” o “extrema derecha”, sino la expresión “derecha populista”, mucho menos criminalizadora, pese a que sigue estando lejos de ser objetiva. (Será que reservan lo otro para Aznar, no lo sé.)
El Mundo, ABC, La Razón, La Vanguardia… Todos los medios supuestamente conservadores (perdón si les ofendo con tan grave acusación) se suman con entusiasmo a señalar con el dedo al hereje que se ha atrevido a denunciar la islamización de Holanda y Europa, con la amenaza que ello supone para los derechos individuales de hombres, mujeres, homosexuales y prácticamente todo quisque, llegando a calificar El Corán como un libro fascista. De sus titulares y encabezamientos se deduce, pues, que quienes compartimos estas posiciones, somos de extrema derecha.
Bueno, la verdad, es que uno ya andaba acostumbrado a que le llamen facha y de todo, o sea que no me siento muy preocupado. O mejor dicho, me siento preocupado, pero no por mí, sino por esta Europa dormida de la que habla Bruce Bawer, al que me referí con admiración en la primera entrada que publiqué en este blog. Si decir hoy la verdad es ser facha, vamos muy mal. Aunque esto tampoco es que sea ningún notición.
Curiosamente, la excepción es El País, único rotativo nacional que, al menos en la edición digital, no emplea los términos “ultraderecha” o “extrema derecha”, sino la expresión “derecha populista”, mucho menos criminalizadora, pese a que sigue estando lejos de ser objetiva. (Será que reservan lo otro para Aznar, no lo sé.)
El Mundo, ABC, La Razón, La Vanguardia… Todos los medios supuestamente conservadores (perdón si les ofendo con tan grave acusación) se suman con entusiasmo a señalar con el dedo al hereje que se ha atrevido a denunciar la islamización de Holanda y Europa, con la amenaza que ello supone para los derechos individuales de hombres, mujeres, homosexuales y prácticamente todo quisque, llegando a calificar El Corán como un libro fascista. De sus titulares y encabezamientos se deduce, pues, que quienes compartimos estas posiciones, somos de extrema derecha.
Bueno, la verdad, es que uno ya andaba acostumbrado a que le llamen facha y de todo, o sea que no me siento muy preocupado. O mejor dicho, me siento preocupado, pero no por mí, sino por esta Europa dormida de la que habla Bruce Bawer, al que me referí con admiración en la primera entrada que publiqué en este blog. Si decir hoy la verdad es ser facha, vamos muy mal. Aunque esto tampoco es que sea ningún notición.
miércoles, 3 de junio de 2009
Aborto y libertad
Los defensores del aborto lo plantean como un derecho de la mujer, es decir, como una libertad más, y niegan en cambio al no nacido el carácter de persona humana, o lo que es lo mismo, su derecho a la vida. Los provida, por su parte, defienden exactamente lo contrario, no existe ningún derecho al aborto; el único derecho a considerar aquí es el del embrión o feto a vivir.
Ahora bien, científicamente es insostenible afirmar que la vida humana empieza en algún momento distinto de la fecundación. Esto significa que no se puede negar el derecho a la vida del no nacido, y que los abortistas adoptan una posición intelectualmente suicida cuando niegan un hecho que el progreso de la medicina, el perfeccionamiento de las técnicas ecográficas, las mayores posibilidades de supervivencia de los bebés prematuros, etc, hacen cada vez más difícil ignorar.
Sin embargo, aún podría quedarles aparentemente una salida a los proabrotistas. Podrían decir, bien, de acuerdo, reconocemos el derecho a la vida del no nacido, pero el problema es que ese derecho entra a veces en conflicto con otros. Por ejemplo, en el caso en el que el embarazo pone en riesgo la vida de la madre. Generalizando esta argumentación, podrían incluso decir que el derecho a la vida de un embrión o un feto entra en conflicto con el derecho de la madre a "decidir su maternidad", y que debemos elegir cuál de los dos prevalece.
En otras ocasiones ya he señalado cómo los derechos espurios (por ejemplo el derecho a la vivienda) sólo sirven para violar los verdaderos derechos individuales (por ejemplo el derecho de propiedad). Sin embargo, aquí nos las habemos con un derecho estrictamente individual, y perfectamente alcanzable con solo que el Estado no intervenga (características de los derechos clásicos), como es el derecho de la mujer a no tener un hijo. ¿Debemos aceptar el problema en estos términos y entrar en la discusión de si debe prevalecer el derecho a la vida del nasciturus o la libertad de la madre?
En realidad, este planteamiento se basa en una falsa suposición, la de que la libertad de la madre de tener hijos y el derecho a la vida del nasciturus pueden entrar en conflicto. No pueden hacerlo, porque para no tener hijos basta con no tener relaciones sexuales, y que así el nasciturus no llegue siquiera a existir. Podrá parecer una broma, pero no lo es en absoluto. Aquí la cuestión de si esta opción es realista o no, nada tiene que ver, porque no estamos hablando de psicología, sino de ética. O dicho de otra manera, los proabortistas no están defendiendo la libertad de la madre de tener hijos, sino la total irresponsabilidad respecto a los actos propios. De hecho, esta es exactamente la razón por la cual la izquierda ha tomado partido por los proabortistas, porque coincide con su mensaje genérico de externalización de la responsabilidad, por utilizar la expresión de David Schmidtz, es decir, el favorecimiento de un tipo humano cada vez más incapaz de valerse por sí mismo (lo que implica hacerse cargo de los propios errores) y por tanto dependiente del Estado.
Sólo se me ocurre una objeción a estas consideraciones. ¿Qué pasa cuando una mujer queda embarazada a consecuencia de una violación? En este caso, ya no podemos apelar obviamente a su responsabilidad. ¿Sería este un caso en el que sí podría darse un conflicto entre la libertad de una mujer de tener o no descendencia y el derecho a la vida del embrión? Mi opinión es que sí, pero ello no altera en absoluto el razonamiento para los embarazos producto de relaciones sexuales consentidas, que son la gran mayoría.
Ahora bien, científicamente es insostenible afirmar que la vida humana empieza en algún momento distinto de la fecundación. Esto significa que no se puede negar el derecho a la vida del no nacido, y que los abortistas adoptan una posición intelectualmente suicida cuando niegan un hecho que el progreso de la medicina, el perfeccionamiento de las técnicas ecográficas, las mayores posibilidades de supervivencia de los bebés prematuros, etc, hacen cada vez más difícil ignorar.
Sin embargo, aún podría quedarles aparentemente una salida a los proabrotistas. Podrían decir, bien, de acuerdo, reconocemos el derecho a la vida del no nacido, pero el problema es que ese derecho entra a veces en conflicto con otros. Por ejemplo, en el caso en el que el embarazo pone en riesgo la vida de la madre. Generalizando esta argumentación, podrían incluso decir que el derecho a la vida de un embrión o un feto entra en conflicto con el derecho de la madre a "decidir su maternidad", y que debemos elegir cuál de los dos prevalece.
En otras ocasiones ya he señalado cómo los derechos espurios (por ejemplo el derecho a la vivienda) sólo sirven para violar los verdaderos derechos individuales (por ejemplo el derecho de propiedad). Sin embargo, aquí nos las habemos con un derecho estrictamente individual, y perfectamente alcanzable con solo que el Estado no intervenga (características de los derechos clásicos), como es el derecho de la mujer a no tener un hijo. ¿Debemos aceptar el problema en estos términos y entrar en la discusión de si debe prevalecer el derecho a la vida del nasciturus o la libertad de la madre?
En realidad, este planteamiento se basa en una falsa suposición, la de que la libertad de la madre de tener hijos y el derecho a la vida del nasciturus pueden entrar en conflicto. No pueden hacerlo, porque para no tener hijos basta con no tener relaciones sexuales, y que así el nasciturus no llegue siquiera a existir. Podrá parecer una broma, pero no lo es en absoluto. Aquí la cuestión de si esta opción es realista o no, nada tiene que ver, porque no estamos hablando de psicología, sino de ética. O dicho de otra manera, los proabortistas no están defendiendo la libertad de la madre de tener hijos, sino la total irresponsabilidad respecto a los actos propios. De hecho, esta es exactamente la razón por la cual la izquierda ha tomado partido por los proabortistas, porque coincide con su mensaje genérico de externalización de la responsabilidad, por utilizar la expresión de David Schmidtz, es decir, el favorecimiento de un tipo humano cada vez más incapaz de valerse por sí mismo (lo que implica hacerse cargo de los propios errores) y por tanto dependiente del Estado.
Sólo se me ocurre una objeción a estas consideraciones. ¿Qué pasa cuando una mujer queda embarazada a consecuencia de una violación? En este caso, ya no podemos apelar obviamente a su responsabilidad. ¿Sería este un caso en el que sí podría darse un conflicto entre la libertad de una mujer de tener o no descendencia y el derecho a la vida del embrión? Mi opinión es que sí, pero ello no altera en absoluto el razonamiento para los embarazos producto de relaciones sexuales consentidas, que son la gran mayoría.
martes, 2 de junio de 2009
Mentiras en formato 21 X 21
Un folleto del PSC que está llegando a los hogares catalanes insiste, dentro de la estrategia general de la campaña electoral socialista, en plantear la disyuntiva entre derecha e izquierda. Entre una derecha a la que se responsabiliza de la crisis económica, y que además quiere aprovecharla para recortar derechos “sociales”, y una izquierda que -asegura- pretende todo lo contrario, sacarnos de la crisis y “conseguir más derechos”.
Por supuesto, los derechos sociales no están realmente en peligro, por la sencilla razón de que no son derechos. Todo “derecho” que no sea individual, en realidad es un pretexto para restringir un derecho individual. Por ejemplo, el derecho a la huelga (que por cierto la derecha real ni por asomo cuestiona), o el salario mínimo, en realidad funcionan como restricciones del derecho al trabajo. Las llamadas “conquistas sociales” son casi todas privilegios de los trabajadores de grandes empresas, que curiosamente son la minoría, porque el 90 % de los asalariados trabajan para pequeñas y medianas empresas. Los “derechos sociales” significan en realidad trabas a la libre contratación, más paro y por tanto salarios más bajos para el conjunto de la población laboral. Son seguramente la estafa más grande que existe.
El folleto incluye además, por la otra cara, nueve puntos que transcribo y comento:
Reactivemos la economía mediante la inversión pública.
La inversión pública es necesaria en infraestructuras y determinados servicios, pero no es su papel reactivar la economía, porque se financia con los impuestos que se obtienen del sector privado. Por tanto, pretender que sea ella la que nos saque de la crisis equivale al intento del barón de Münchhausen, que quería salir de una ciénaga tirando de su propia coleta.
Prevengamos nuevas crisis con reformas en los mercados financieros.
El problema es que la crisis tiene su origen en organismos externos al mercado, como los bancos centrales y las agencias reguladoras, y lo que se pretende ahora es precisamente dar más poder a estas instituciones burocráticas que han fallado desastrosamente. Es decir, lo mismo que denuncia el eslogan del PSC (“¿pueden sacarnos de la crisis los que nos han metido en ella?”) pero en lugar de las caras de Bush, Aznar, etc, imaginen otras caras, menos conocidas del gran público, entre las cuales no faltan políticos y altos funcionarios del campo "progresista".
Defendamos los derechos sociales y sindicales de los trabajadores y trabajadoras.
Ver arriba sobre los "derechos sociales". Desde luego, resulta innegable que las subvenciones a los sindicatos han aumentado de manera más que notable, si es eso a lo que se refieren.
Luchemos por la plena igualdad entre hombres y mujeres.
Cuando hablan de plena igualdad, quieren decir igualdad de hecho, no igualdad de oportunidades. Es decir: intervención y control en todos los ámbitos de la vida para imponer unos criterios absurdos de paridad y corrección política. Empiezan en las empresas públicas, luego en las privadas, después incluso en la familia (nuevo código civil catalán) y ya van a por los niños de más tierna edad (reciente iniciativa socialista en el Congreso).
Detengamos la inmigración ilegal y el tráfico de seres humanos.
Es decir, intentemos enderezar el desastre que hemos provocado nosotros los socialistas con el “papeles para todos”.
Acabemos con los paraísos fiscales, el fraude y la evasión de impuestos.
Es decir, subamos los impuestos, con la tranquilidad para el fisco de que ya no quedará lugar sobre la Tierra adonde los inversores puedan huir.
Aumentemos la inversión en investigación, desarrollo e innovación.
El ánimo de lucro es el mejor incentivo conocido para la innovación, y nada lo estimula más que las bajadas de impuestos. Pero claro, los progres prefieren invertir el dinero ellos mismos, con los conocidos resultados de ineficacia, despilfarro, corrupción, clientelismo...
Transformemos el transporte en Europa para hacerlo más eficiente, asequible y sostenible.
Europa lleva doscientos años tendiendo sus redes ferroviaria, de carreteras, autopistas, etc, lógicamente cada vez más perfeccionadas. Este tipo de gansadas como "transformemos el transporte" son muy típicas de los socialistas. Parece como si el progreso sólo existiera gracias a ellos y no, como más frecuentemente ocurre, a pesar de ellos.
Hagamos que Europa sea una fuerza global en la lucha contra el cambio climático.
Gastemos, pues, miles de millones de euros en prevenir un supuesto calentamiento global que en los últimos años parece haberse detenido, y sin que parezca que la intervención humana tenga nada que ver.
O sea, palabrería, gasto e intervencionismo. Esto es lo que prometen los socialistas.
Por supuesto, los derechos sociales no están realmente en peligro, por la sencilla razón de que no son derechos. Todo “derecho” que no sea individual, en realidad es un pretexto para restringir un derecho individual. Por ejemplo, el derecho a la huelga (que por cierto la derecha real ni por asomo cuestiona), o el salario mínimo, en realidad funcionan como restricciones del derecho al trabajo. Las llamadas “conquistas sociales” son casi todas privilegios de los trabajadores de grandes empresas, que curiosamente son la minoría, porque el 90 % de los asalariados trabajan para pequeñas y medianas empresas. Los “derechos sociales” significan en realidad trabas a la libre contratación, más paro y por tanto salarios más bajos para el conjunto de la población laboral. Son seguramente la estafa más grande que existe.
El folleto incluye además, por la otra cara, nueve puntos que transcribo y comento:
Reactivemos la economía mediante la inversión pública.
La inversión pública es necesaria en infraestructuras y determinados servicios, pero no es su papel reactivar la economía, porque se financia con los impuestos que se obtienen del sector privado. Por tanto, pretender que sea ella la que nos saque de la crisis equivale al intento del barón de Münchhausen, que quería salir de una ciénaga tirando de su propia coleta.
Prevengamos nuevas crisis con reformas en los mercados financieros.
El problema es que la crisis tiene su origen en organismos externos al mercado, como los bancos centrales y las agencias reguladoras, y lo que se pretende ahora es precisamente dar más poder a estas instituciones burocráticas que han fallado desastrosamente. Es decir, lo mismo que denuncia el eslogan del PSC (“¿pueden sacarnos de la crisis los que nos han metido en ella?”) pero en lugar de las caras de Bush, Aznar, etc, imaginen otras caras, menos conocidas del gran público, entre las cuales no faltan políticos y altos funcionarios del campo "progresista".
Defendamos los derechos sociales y sindicales de los trabajadores y trabajadoras.
Ver arriba sobre los "derechos sociales". Desde luego, resulta innegable que las subvenciones a los sindicatos han aumentado de manera más que notable, si es eso a lo que se refieren.
Luchemos por la plena igualdad entre hombres y mujeres.
Cuando hablan de plena igualdad, quieren decir igualdad de hecho, no igualdad de oportunidades. Es decir: intervención y control en todos los ámbitos de la vida para imponer unos criterios absurdos de paridad y corrección política. Empiezan en las empresas públicas, luego en las privadas, después incluso en la familia (nuevo código civil catalán) y ya van a por los niños de más tierna edad (reciente iniciativa socialista en el Congreso).
Detengamos la inmigración ilegal y el tráfico de seres humanos.
Es decir, intentemos enderezar el desastre que hemos provocado nosotros los socialistas con el “papeles para todos”.
Acabemos con los paraísos fiscales, el fraude y la evasión de impuestos.
Es decir, subamos los impuestos, con la tranquilidad para el fisco de que ya no quedará lugar sobre la Tierra adonde los inversores puedan huir.
Aumentemos la inversión en investigación, desarrollo e innovación.
El ánimo de lucro es el mejor incentivo conocido para la innovación, y nada lo estimula más que las bajadas de impuestos. Pero claro, los progres prefieren invertir el dinero ellos mismos, con los conocidos resultados de ineficacia, despilfarro, corrupción, clientelismo...
Transformemos el transporte en Europa para hacerlo más eficiente, asequible y sostenible.
Europa lleva doscientos años tendiendo sus redes ferroviaria, de carreteras, autopistas, etc, lógicamente cada vez más perfeccionadas. Este tipo de gansadas como "transformemos el transporte" son muy típicas de los socialistas. Parece como si el progreso sólo existiera gracias a ellos y no, como más frecuentemente ocurre, a pesar de ellos.
Hagamos que Europa sea una fuerza global en la lucha contra el cambio climático.
Gastemos, pues, miles de millones de euros en prevenir un supuesto calentamiento global que en los últimos años parece haberse detenido, y sin que parezca que la intervención humana tenga nada que ver.
O sea, palabrería, gasto e intervencionismo. Esto es lo que prometen los socialistas.
Vida, Libertad, Propiedad, Familia y Seguridad
Si yo me presentara a las elecciones, este sería mi programa de cinco puntos:
Vida
La vida humana debe ser protegida desde el momento de la concepción hasta la muerte.
El aborto debe ser considerado un delito. El aborto sólo podrá ser despenalizado en los casos en que la supervivencia de la madre esté en riesgo, el embrión o feto presente taras congénitas tan graves que su vida no pueda ser considerada digna de ser vivida, o que el embarazo sea el producto de una violación denunciada dentro de un plazo determinado. Bajo ningún concepto se podrá admitir el aborto por motivaciones como una depresión psicológica, la situación socioeconómica de la madre, o la detección de enfermedades del feto, como el Síndrome de Down, que no imposibiliten una futura existencia mínimamente digna. Las madres con dificultades de esta índole y todas en general deberán contar con el apoyo de la sociedad, en forma de una legislación que dé prioridad a la prevención del aborto por encima de su penalización, sin excluir ésta cuando sea necesaria, así como el bienestar de los niños, sean completamente sanos o no.
Se prohíbe la eutanasia activa, pero no la asistencia al suicido, siempre y cuando el suicida no pueda quitarse la vida sin colaboración previa, pero la consumación del suicidio la realice enteramente por sus propios medios y asimismo pueda interrumpirla sin ayuda.
Libertad
La libertad individual de toda persona, sea cual sea su sexo, raza, religión, ideología u orientación sexual debe ser escrupulosamente respetada y jamás podrá ser restringida, ni siquiera por voluntad popular expresada en las urnas. Sólo podrá ser limitada la libertad de un individuo por razones apremiantes de seguridad de otro individuo, de acuerdo a leyes generales y no retroactivas, enfocadas únicamente a proteger la vida y la libertad de las personas. Toda legislación existente que no cumpla estas condiciones, deberá ser derogada. La libertad individual incluye la libertad de expresión, de comercio, de circulación y de reunión,la propiedad privada y la libertad de educación, sin que esta enumeración excluya necesariamente otras.
Los padres podrán elegir la educación que desean para sus hijos, y la lengua en que se realice, con la única limitación de que no se impartan doctrinas contrarias a este mismo principio de Libertad. Se implantará un sistema de cheque escolar, que permita el acceso de todos los ciudadanos sin distinción a la educación básica, por razones de mérito hasta la educación superior. No existirán escuela ni medios de comunicación públicos, que implican favorecer una determinada orientación ideológica con los impuestos de todos los ciudadanos.
Propiedad
La propiedad privada va indisolublemente unida a la libertad y es inviolable, salvo con fines contributivos rigurosamente delimitados. Los impuestos tenderán siempre al mínimo posible para las necesidades públicas*. No podrán imponerse cargas fiscales destinadas a subvencionar a determinados individuos o grupos, salvo aquellas personas que por limitaciones físicas o mentales no puedan valerse por sí mismas. No habrá cortapisas a la libertad de comercio, trabajo o industria, salvo para garantizar la salud de los individuos, en aquellos casos en que ésta se vea gravemente amenazada, como en los de comercio de estupefacientes, explosivos y pornografía infantil, o la salubridad de zonas residenciales.
Familia
La familia será considerada como la unión entre una mujer y un hombre, cuyas dos características fundamentales son: Primera, constuituir el medio óptimo para la crianza de los niños. Segunda, la igualdad total de derechos entre los dos sexos que la componen. La familia con hijos, incluido el caso en el que sólo esté compuesta por uno de los progenitores y los hijos, será protegida por la legislación, mediante incentivos fiscales directos a los padres, e indirectos a las empresas en las que trabajen, y acceso privilegiado a servicios y cargos públicos.
Se toleran y respetan las uniones civiles entre personas del mismo sexo, pero se priorizará siempre la adopción de niños por familias heterosexuales, o monoparentales femeninas.
Los modelos de familia, en sentido antropológico, en los cuales la mujer esté sometida al hombre por razones religiosas, culturales o cualesquiera otras, y más concretamente, las hijas no puedan decidir emanciparse en igualdad de condiciones que los hijos varones, y se practiquen matrimonios concertados, no serán consideradas familias a efectos jurídicos.
Seguridad
El objetivo prioritario de las leyes penales es proteger a los individuos del delito, y sólo secundariamente se contempla la reinserción del delincuente. Se admite la cadena perpetua para los delitos más graves contra la vida.
La justicia debe ser independiente del poder ejecutivo y legislativo, y dotarse de los medios humanos y materiales necesarios para que la prisión preventiva se aplique sistemáticamente en todos los delitos graves y los juicios se celebren a la mayor brevedad posible. La reincidencia continuada en delitos leves tendrá carácter de delito grave.
Podrá limitarse la inmigración extranjera por razones económicas o de seguridad.
El Estado debe mantener un sistema defensivo adecuado a sus circunstancias geoestratégicas, basado en un ejército profesional. Los miembros de las fuerzas armadas y de seguridad serán de nacionalidad española, y se excluirá a los de religión musulmana u otros credos u organizaciones que la experiencia nos muestre como incompatibles con estos principios.
*Soy perfectamente consciente de que esto abre la puerta a todos los viejos abusos del Estado. No conozco solución a este problema. El anarco-capitalismo sacrifica el realismo en aras de la coherencia, lo cual nos ayuda a plantear el problema en toda su pureza, pero no a resolverlo.
Vida
La vida humana debe ser protegida desde el momento de la concepción hasta la muerte.
El aborto debe ser considerado un delito. El aborto sólo podrá ser despenalizado en los casos en que la supervivencia de la madre esté en riesgo, el embrión o feto presente taras congénitas tan graves que su vida no pueda ser considerada digna de ser vivida, o que el embarazo sea el producto de una violación denunciada dentro de un plazo determinado. Bajo ningún concepto se podrá admitir el aborto por motivaciones como una depresión psicológica, la situación socioeconómica de la madre, o la detección de enfermedades del feto, como el Síndrome de Down, que no imposibiliten una futura existencia mínimamente digna. Las madres con dificultades de esta índole y todas en general deberán contar con el apoyo de la sociedad, en forma de una legislación que dé prioridad a la prevención del aborto por encima de su penalización, sin excluir ésta cuando sea necesaria, así como el bienestar de los niños, sean completamente sanos o no.
Se prohíbe la eutanasia activa, pero no la asistencia al suicido, siempre y cuando el suicida no pueda quitarse la vida sin colaboración previa, pero la consumación del suicidio la realice enteramente por sus propios medios y asimismo pueda interrumpirla sin ayuda.
Libertad
La libertad individual de toda persona, sea cual sea su sexo, raza, religión, ideología u orientación sexual debe ser escrupulosamente respetada y jamás podrá ser restringida, ni siquiera por voluntad popular expresada en las urnas. Sólo podrá ser limitada la libertad de un individuo por razones apremiantes de seguridad de otro individuo, de acuerdo a leyes generales y no retroactivas, enfocadas únicamente a proteger la vida y la libertad de las personas. Toda legislación existente que no cumpla estas condiciones, deberá ser derogada. La libertad individual incluye la libertad de expresión, de comercio, de circulación y de reunión,
Los padres podrán elegir la educación que desean para sus hijos, y la lengua en que se realice, con la única limitación de que no se impartan doctrinas contrarias a este mismo principio de Libertad. Se implantará un sistema de cheque escolar, que permita el acceso de todos los ciudadanos sin distinción a la educación básica, por razones de mérito hasta la educación superior. No existirán escuela ni medios de comunicación públicos, que implican favorecer una determinada orientación ideológica con los impuestos de todos los ciudadanos.
Propiedad
La propiedad privada va indisolublemente unida a la libertad y es inviolable, salvo con fines contributivos rigurosamente delimitados. Los impuestos tenderán siempre al mínimo posible para las necesidades públicas*. No podrán imponerse cargas fiscales destinadas a subvencionar a determinados individuos o grupos, salvo aquellas personas que por limitaciones físicas o mentales no puedan valerse por sí mismas. No habrá cortapisas a la libertad de comercio, trabajo o industria, salvo para garantizar la salud de los individuos, en aquellos casos en que ésta se vea gravemente amenazada, como en los de comercio de estupefacientes, explosivos y pornografía infantil, o la salubridad de zonas residenciales.
Familia
La familia será considerada como la unión entre una mujer y un hombre, cuyas dos características fundamentales son: Primera, constuituir el medio óptimo para la crianza de los niños. Segunda, la igualdad total de derechos entre los dos sexos que la componen. La familia con hijos, incluido el caso en el que sólo esté compuesta por uno de los progenitores y los hijos, será protegida por la legislación, mediante incentivos fiscales directos a los padres, e indirectos a las empresas en las que trabajen, y acceso privilegiado a servicios y cargos públicos.
Se toleran y respetan las uniones civiles entre personas del mismo sexo, pero se priorizará siempre la adopción de niños por familias heterosexuales, o monoparentales femeninas.
Los modelos de familia, en sentido antropológico, en los cuales la mujer esté sometida al hombre por razones religiosas, culturales o cualesquiera otras, y más concretamente, las hijas no puedan decidir emanciparse en igualdad de condiciones que los hijos varones, y se practiquen matrimonios concertados, no serán consideradas familias a efectos jurídicos.
Seguridad
El objetivo prioritario de las leyes penales es proteger a los individuos del delito, y sólo secundariamente se contempla la reinserción del delincuente. Se admite la cadena perpetua para los delitos más graves contra la vida.
La justicia debe ser independiente del poder ejecutivo y legislativo, y dotarse de los medios humanos y materiales necesarios para que la prisión preventiva se aplique sistemáticamente en todos los delitos graves y los juicios se celebren a la mayor brevedad posible. La reincidencia continuada en delitos leves tendrá carácter de delito grave.
Podrá limitarse la inmigración extranjera por razones económicas o de seguridad.
El Estado debe mantener un sistema defensivo adecuado a sus circunstancias geoestratégicas, basado en un ejército profesional. Los miembros de las fuerzas armadas y de seguridad serán de nacionalidad española, y se excluirá a los de religión musulmana u otros credos u organizaciones que la experiencia nos muestre como incompatibles con estos principios.
*Soy perfectamente consciente de que esto abre la puerta a todos los viejos abusos del Estado. No conozco solución a este problema. El anarco-capitalismo sacrifica el realismo en aras de la coherencia, lo cual nos ayuda a plantear el problema en toda su pureza, pero no a resolverlo.
lunes, 1 de junio de 2009
Los de los trajes a medida
Los vídeos de la campaña electoral del PSOE son zafios y demagógicos, e incluso tienen un cierto aire goebbelsiano: Si sustituimos a la derecha, a Bush y a Aznar por los financieros y "usureros" judíos, la semejanza con el estilo propagandístico del nazismo se revela sorprendente. Sin embargo, la cuestión principal es si son efectivos o no, y me temo que pueden serlo bastante. Ante esto, denunciar como hace Mayor Oreja que nos hallamos ante la campaña más sucia de la democracia, aunque fuese cierto, no sirve de nada. En mi entrada anterior he desarrollado este tema.
Ahora bien, uno de los vídeos del PSOE, el montaje sobre la famosa foto de Bush y Aznar con los pies sobre la mesa, es de carácter tan sonrojantemente burdo, que incluso puede tener efectos contraproducentes. La voz en off dice: "Los de los paraísos fiscales, los de las stock options, los de los trajes a medida..."
Bueno, no sé si los deportistas de élite o los artistas que -entre otros- depositan su dinero en paraísos fiscales son ahora los monstruos a los que hay que culpar de la crisis económica. Tampoco veo nada claro que la crisis tenga realmente que ver con los ejecutivos que se han beneficiado de determinadas formas de retribución, aunque admito que eso "cuela" más. Pero lo de los trajes a medida... ¿Qué pasa, que los gobernantes socialistas, los altos cargos socialistas y los alcaldes socialistas de grandes poblaciones se visten con ropa de mercadillo? ¿O es que Francisco Camps va a ser ahora el único político español que tiene sastre? (Cuestión aparte de si se lo paga él.)
Un populismo tan grosero entraña el riesgo de que su carácter manipulador acabe siendo demasiado evidente. Si el PP se pasa de moderado y tibio, es posible que a los socialistas, emborrachados de agit-prop, se les acabe viendo el plumero por incurrir en el error opuesto. De lo contrario, si -pese a todo- semejante demagogia les reporta un saldo positivo de votos, debemos entonces enfrentarnos a lo peor: Que en efecto abundaran más de lo que pensamos los ciudadanos con los cuales estos procedimientos son eficaces. O dicho sin florituras, que la gente, definitivamente, sea idiota.
Ahora bien, uno de los vídeos del PSOE, el montaje sobre la famosa foto de Bush y Aznar con los pies sobre la mesa, es de carácter tan sonrojantemente burdo, que incluso puede tener efectos contraproducentes. La voz en off dice: "Los de los paraísos fiscales, los de las stock options, los de los trajes a medida..."
Bueno, no sé si los deportistas de élite o los artistas que -entre otros- depositan su dinero en paraísos fiscales son ahora los monstruos a los que hay que culpar de la crisis económica. Tampoco veo nada claro que la crisis tenga realmente que ver con los ejecutivos que se han beneficiado de determinadas formas de retribución, aunque admito que eso "cuela" más. Pero lo de los trajes a medida... ¿Qué pasa, que los gobernantes socialistas, los altos cargos socialistas y los alcaldes socialistas de grandes poblaciones se visten con ropa de mercadillo? ¿O es que Francisco Camps va a ser ahora el único político español que tiene sastre? (Cuestión aparte de si se lo paga él.)
Un populismo tan grosero entraña el riesgo de que su carácter manipulador acabe siendo demasiado evidente. Si el PP se pasa de moderado y tibio, es posible que a los socialistas, emborrachados de agit-prop, se les acabe viendo el plumero por incurrir en el error opuesto. De lo contrario, si -pese a todo- semejante demagogia les reporta un saldo positivo de votos, debemos entonces enfrentarnos a lo peor: Que en efecto abundaran más de lo que pensamos los ciudadanos con los cuales estos procedimientos son eficaces. O dicho sin florituras, que la gente, definitivamente, sea idiota.
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