Posiblemente dentro de unos meses entre en vigor la nueva normativa que permitirá sancionar con 100 euros sobrepasar al volante la velocidad máxima autorizada en un solo kilómetro. (Ahora ya te sancionan si sobrepasas en 15 km/h una velocidad máxima de 80.)
El problema, como ya advirtiera sabiamente Herbert Spencer hace más de cien años, son los precedentes. Un buen día, aceptamos la obligatoriedad de llevar cinturón de seguridad. La gente pensó que a fin de cuentas es una medida sensata, que se disminuiría la mortalidad por accidentes de tráfico, etc. Pero con ser todo esto cierto, quizá no se pensó lo suficiente en que la imposición de algo sin lo cual hasta entonces habíamos vivido perfectamente, por muy recomendable que sea, constituía un precedente fatal. Es decir, no se reflexionó sobre las consecuencias de permitir que los funcionarios puedan inmiscuirse en lo que hagamos en nuestra privacidad -siempre "por nuestro propio bien", por supuesto.
A aquella primera norma pronto siguieron otras. Hoy debemos llevar seguro obligatorio, chalecos reflectantes, triángulo señalizador, unas gafas de repuesto, no podemos hablar con el móvil, no podemos programar el GPS, no podemos superar determinada concentración de alcohol en sangre, y no sé cuántas prohibiciones u obligaciones me dejo. ¿Qué será lo siguiente? ¿Prohibirán silbar mientras conducimos, si es que algún "experto" a sueldo de la administración dictamina que ello influye negativamente en la conducción? ¿Nos obligarán a llevar un casco homologado dentro del coche como a los motoristas? En fin, mejor no demos ideas.
Un buen día, cedimos con lo del cinturón de seguridad; las consecuencias ya las conocemos. ¿Servirá al menos de lección? Cuando se toleran precedentes, los funcionarios los interpretan indefectiblemente como que estamos maduros para la estabulación. Y vaya si lo estamos.