miércoles, 29 de septiembre de 2010

Un clásico siempre oportuno

"La cuestión de si el Estado debería o no 'actuar' o 'interferirse' plantea una alternativa totalmente falsa, y el término laissez faire [dejar hacer] representa una descripción muy ambigua y desorientadora de los principios en los cuales se basa una política liberal. Es evidente que todos los estados deben actuar y que cualquier acción del Estado se interferirá en alguna cosa u otra. Pero la cuestión no es esta. Lo importante es si el individuo puede prever la acción del Estado y emplear este dato cuando elabora sus planes, lo cual tiene como resultado que el Estado no pueda controlar el uso que se hace de su maquinaria y que el individuo sepa exactamente hasta qué punto estará protegido frente a la interferencia de terceros o si el Estado está en situación de frustrar los esfuerzos individuales. Es indudable que el Estado que controla los pesos y medidas (o que impide el fraude y el engaño de cualquier otro modo) realiza una acción, mientras que el Estado que permite el uso de la violencia, por ejemplo los piquetes de los huelguistas, es inactivo. Y pese a ello, en el primer caso el Estado observa los principios liberales y en el segundo, no." (Friedrich A. Hayek, Camino de servidumbre, cap. 6: "La planificación y el Estado de derecho". Negritas mías.)

martes, 28 de septiembre de 2010

¿Qué son mil millones de años?

Decía Darwin, en el capítulo X de El origen de las especies, que poca gente sabe "lo que realmente significa un millón [de años]". ¡No digamos ya mil millones! Ésta es una de las razones por las cuales la teoría de la evolución resulta intuitivamente difícil de asimilar, incluso hoy que sabemos que la Tierra es mucho más antigua de lo que se creía en el siglo XIX, y que por tanto la evolución ha tenido inmensos períodos de tiempo para actuar.

He recordado esa observación de Darwin al enterarme de que ya podemos consultar en internet cuándo dos especies compartieron un ancestro común. En timetree.org descubriremos, por ejemplo, que el antepasado común a la mosca (Musca domestica) y al Homo sapiens existió hace unos mil millones de años. (Los cálculos arrojan resultados muy distintos según el método utilizado, desde 560 hasta 1.400 millones. Pero para simplificar adoptaremos este número redondo.)

Desde luego, nuestra primera reacción ante este dato es de incredulidad. ¿Cómo es posible que hayamos podido evolucionar desde un ser tan simple como una mosca en sólo mil millones de años? Sin embargo, existen ciertos cálculos sencillos que nos pueden ayudar a representarnos la verdadera escala de este período de tiempo.

No sé si se puede cuantificar de algún modo la complejidad de un ser humano en comparación con una mosca. El cerebro humano tiene unas 100.000 millones de neuronas; la mosca, unas 250.000. Así que podríamos decir, en cierto modo, que el cerebro humano es 400.000 veces más complejo que el de una mosca. Por supuesto, esto no pretende responder a ningún concepto riguroso, se trata sólo de un ejercicio para poner a prueba nuestra capacidad de representarnos grandes cifras.

Ahora bien, nuestra primera tendencia es pensar que 1.000 millones de años es poco tiempo para que un organismo multiplique por 400.000 su grado de complejidad, porque intuitivamente tendemos a considerar la razón 1.000.000.000/400.000 = 2.500. Es decir, que los descendientes del ancestro de la mosca deberían haber aumentado su dotación de neuronas en 2.500 anuales para llegar a convertirse en hombres, de manera constante. Aunque físicamente no sea imposible, desde luego parece poco verosímil.

El error procede de que nos es mucho más fácil pensar en términos lineales que en exponenciales. ¿Por qué no calcular el crecimiento acumulativo que se requeriría para multiplicar una cantidad por cuatrocientos mil en mil millones de años (10 elevado a 9)? Esto es:

400.000 = (1 + c)^(10^9)

Donde c es el crecimiento anual en porcentaje. (Es la fórmula del interés compuesto, claro.) Pues bien, bastaría un crecimiento anual del 0,000000013 % para conseguir un cerebro 400.000 veces más complejo que el de una mosca... Si tenemos la paciencia de esperar mil millones de años.

Bien es cierto que la evolución tal vez no sea tan gradual como creía Darwin. Insisto en que esto es un mero ejercicio numérico, que no demuestra obviamente nada sobre la propia evolución, sino sobre la falta de entrenamiento mental que nos aqueja a la mayoría de nosotros.

Eso sí, la teoría de la evolución me gusta, entre otras razones, por una cosa que tiene en común con la teoría económica liberal: Que algunas objeciones en contra se basan en nuestra limitada capacidad para imaginar procesos en los que intervienen millones de años -o millones de individuos tomando decisiones. (Y además, dicho sea incidentalmente, y diga lo que diga Dawkins, la idea de Dios no es incompatible con la teoría de la evolución. Pero sobre este tema volveré otro día.)

domingo, 26 de septiembre de 2010

Contra los okupas, sean gitanos o niños bien

Cuando yo tenía doce o trece años vivía en Barcelona, en el barrio del Valle Hebrón, a los pies del Tibidabo. Un día, al asomarme al balcón, mi familia y yo descubrimos que en el descampado próximo habían acampado unos gitanos. No penséis en autocaravanas ni tiendas de campaña: Eran sólo unos cuantos Mercedes, turismos grandes. Las necesidades, evidentemente, las hacían al aire libre, y los ruidos y la suciedad no faltaban. Al parecer, se habían instalado allí provisionalmente para estar cerca de un familiar, ingresado en el hospital cercano, y al cabo de un tiempo (no recuerdo si fueron semanas o meses) se fueron tal como habían venido.

Para ser sincero, no supe que estos gitanos crearan ningún problema de importancia. Pero es obvio que por razones higiénicas y de convivencia, el vecindario no habría visto con buenos ojos que la situación se hubiera prolongado.

Viene esto a cuento, como habréis imaginado, por el caso de la expulsión de gitanos rumanos acampados ilegalmente en Francia. Me llama la atención que, como suele suceder en estos casos, algunos liberales hayan acusado a Sarkozy de atizar el populismo xenófobo, o cuando menos de "querer captar votos derechistas exhibiendo una imagen de mano dura". (Albert Esplugas en LD.)

Siempre pienso que los juicios de intenciones, incluso si son acertados, no aportan nada a la argumentación. A fin de cuentas, también podríamos decir, de un político que tomara una medida irreprochablemente liberal, que espera con ello conseguir más votos, y no por ello esa medida debería parecernos mal. De donde se deduce que las motivaciones psicológicas, en el contexto político, nos deberían resultar indiferentes; lo que nos habría de importar es la naturaleza de los actos. Análogamente, no nos preocupa que el camarero nos sirva simplemente para ganarse el sueldo, mientras nos sirva bien.

Bien es verdad que Esplugas no se limita a recelar de las motivaciones de Sarkozy, sino que expone argumentos para desaprobar sus medidas contra los campamentos gitanos. En primer lugar, afirma algo con lo que estoy absolutamente de acuerdo, que para enjuiciar una medida política, no basta con que ésta sea acorde con la legalidad positiva, pues según esto, lapidar mujeres adúlteras en Irán no sería criticable, dado que está avalado por las leyes del régimen teocrático persa. Existen, pues, unos principios éticos previos al derecho positivo, en los cuales debe basarse toda legislación liberal. Sobre cómo conocemos esos principios éticos, ahí discrepo seguramente de Esplugas, que por lo que sé, piensa que los podemos conocer racionalmente, a priori, mientras que yo en esto soy empirista. Es decir, distingo entre la tesis metafísica según la cual existen un bien y un mal objetivos (a la que soy favorable), y la epistemológica según la cual podemos conocerlos de manera absoluta, por un medio distinto de la experiencia (lo cual creo que es formalmente imposible). Pero no voy a entrar ahora en el debate filosófico, ya lo he hecho otras veces.

Lo que me interesa es el razonamiento concreto de Esplugas para oponerse a la expulsión de rumanos gitanos sin papeles. Viene a decir, en la terminología de los "delitos sin víctimas", que no hay nada de malo en "la ocupación de un terreno comunal deshabitado y de titularidad pública". Sospecho que a Esplugas nunca le han acampado un grupo de gitanos, o de la etnia que sea, al lado de su casa. Es muy fácil teorizar sobre la inocuidad de prácticas que nunca te han afectado directamente, pero antes de perorar sobre la libertad, la ética y una utopía sin coacción estatal, valdría la pena tratar de empaparse más sobre los detalles de cada caso concreto.

Lo que sabemos es que el pasado julio, un grupo de unos cincuenta gitanos armados con barras de hierro y hachas, en represalia por la muerte de uno de ellos (que al parecer se había saltado bruscamente un control policial) causaron daños contra propiedades públicas y privadas, talaron varios árboles, quemaron coches y saquearon una panadería de la pequeña localidad de Saint-Aignan. Por supuesto, esto no significa necesariamente que todos los campamentos gitanos sean focos de delincuencia y de disturbios. Pero sin llegar a estos extremos, cabe imaginar perfectamente las molestias que origina un asentamiento nómada, que no cumple las mínimas condiciones de urbanización, en las áreas habitadas adyacentes. ¿Por qué las normas que obligarían a cualquier ciudadano, no habrían de aplicarse a los de etnia gitana?

Es evidente, y Esplugas mismo lo reconoce en su artículo, que aquí no se trata de un problema de racismo, sino de mero orden público. Quienes hablan como liberales hacen un flaco favor a su ideario cuando arguyen que ser consecuentemente liberal implica no poder reclamar la protección policial ante conductas incívicas, porque eso supuestamente sería atentar contra la libertad individual. Yo en cambio creo exactamente lo contrario, que desgraciadamente, en el mundo real seguimos necesitando a la policía para garantizar la libertad. Y por supuesto, en este mundo real, no hay garantías absolutas, porque a veces los policías también delinquen. Pero a ningún liberal se le ocurriría decir que debe abolirse el capitalismo porque hay empresarios que defraudan al público y explotan a los trabajadores.

En general, tiendo a recelar de los argumentos del tipo "esto no hace daño a nadie". Quienes se solidarizan con los okupas suelen esgrimir esta retórica sentimentaloide, del estilo de "estos chicos son muy majos, y organizan actividades culturales..." Pero sería interesante preguntar la opinión de quien tiene que soportar las fiestecitas de estos chicos majos y sortear a la mañana siguiente los vidrios de litronas rotas. Por no hablar de las no menos majas familias que también, si pudieran, vivirían sin pagar la hipoteca o el alquiler, como hacen estos simpáticos okupas. Antes de decir que lo que sea no hace daño a nadie, preguntemos a quienes andan cerca, no sea que nos veamos obligados a rectificar nuestro olímpico punto de vista.

sábado, 25 de septiembre de 2010

La Uno o la pornografía emocional

Según Umberto Eco, la manipulación televisiva, para guardar las formas, sólo requiere de un sencillo procedimiento. Basta con que a las críticas de la oposición sigan invariablemente las réplicas del gobierno, de manera que éste siempre tenga, mediáticamente, la última palabra. Si bien la apariencia es de ecuanimidad, por cuanto se ofrecen dos opiniones contrapuestas, el que aparezcan sin excepción en el mismo orden (oposición y gobierno; nunca al revés) es lo realmente decisivo, desde un punto de vista propagandístico. Toda opinión contraria al gobierno debe ser contrarrestada acto seguido por otra favorable. Es lo que llaman pluralismo.

La televisión pública española emplea este método de manera sistemática, pero por lo visto, no es suficiente. Viene a cuento recordar los casos de flagrantes servicios al régimen socialista, tanto en la etapa felipista como en la actual. Desde las imágenes de los goles de Butragueño contra Dinamarca, intercaladas "por error" con las siglas del PSOE (uno de los muchos méritos contraídos por la causa del entonces director de informativos, Enric Sopena), hasta el montaje de Abu Ghraib con la aparición estelar de Mariano Rajoy (también un "error", claro), el nivel de desvergüenza de algunos que se llaman sí mismos profesionales de la información no parece tener límite.

Sin embargo, mucho más grave que esos casos esporádicos, aunque reveladores, es esa manipulación cotidiana y sutil que va calando insensiblemente en millones de espectadores que, por su bajo nivel cultural, carecen de otro alimento informativo. (Para los de estudios medios y superiores, ya está El País.) El método descrito por Eco es básico, pero existe otro que en mi opinión es más importante aún: La selección de la noticia con la cual se abren los informativos. Aquí el grado de colaboración entre la televisión pública y el gobierno, que programa cada una de sus manifestaciones en función del horario televisivo, es sencillamente nauseabundo.

Este sábado 25 de setiembre, por ejemplo, el informativo de las tres en La Uno, tenía ante sí varias posibilidades. Naturalmente, el manual de estilo prohíbe taxativamente comenzar el Telediario con las críticas de la oposición a los presupuestos. Una opción eran las riadas en el Maresme (los fenómenos meteorológicos siempre son muy populares), pero hay que reconocer que esto hubiera resultado aburridamente fácil para estos virtuosos del sectarismo. Así que han abierto con la noticia de que la Seguridad Social ayudará a los padres con niños hospitalizados por enfermedades graves, para que puedan acompañar a sus hijos las veinticuatro horas. En el mejor estilo de Informe Semanal, han montado un reportaje lacrimógeno en el que nos muestran tres casos conmovedores de pequeños con cáncer u otras dolencias terribles, además de entrevistas a un director general, un médico y una representante de una asociación de afectados. Mientras nos cuentan las historias de estos niños con nombre propio, se nos recuerda que "tres de cada diez padres pierden su empleo ante una enfermedad grave infantil". Todo esto, no lo olvidemos, en la apertura de un noticiario, donde se supone que prima la actualidad inmediata sobre temas que precisamente por su seriedad, merecen un tratamiento alejado de impúdicos sensacionalismos.

El objetivo emocional consiste evidentemente en sugerir en la mente del espectador una pregunta más o menos como la siguiente: ¿Qué monstruo desalmado podría oponerse ya no a esta medida, sino a un gobierno tan sensible que se desvela por los padres de "pequeños enfermos", en los que nadie hasta ahora, al parecer, había reparado? Y la respuesta, abruptamente, llega en la siguiente noticia, que ahora ya sí, convenientemente preparados los ánimos, nos presenta las críticas de la oposición, a la que por supuesto le importan un pimiento los niñitos con cáncer, y solo piensa en el poder. Ni que decir tiene que tras las declaraciones de parlamentarios opositores, vienen las oportunas réplicas de un miembro del gobierno, según el método descrito por el autor de El nombre de la rosa. Que el pluralismo no decaiga. Y mañana, otra ración de pornografía emocional.

jueves, 23 de septiembre de 2010

2 neoliberalismos hoy. Desde que he iniciado este Contador de neoliberalismos, el promedio es de 0,7 resultados diarios para el término neoliberal en el buscador de elpais.com. Es decir, casi 5 por semana. Creo que El País podría hacer un pequeño esfuerzo, y llegar a los 7 neoliberalismos semanales, aunque quizás no esté lejos de ello, si contamos la revista dominical y las viñetas...

sábado, 18 de septiembre de 2010

El papel reciclado y las vacas locas

El lector sabrá perdonarme un breve introito autobiográfico. Hace unos diez años fui agente comercial de un fabricante y distribuidor de productos de papel de Esplugues de Llobregat. Mi relación con esta empresa, aunque breve, fue muy grata.

Ayer, una noticia que leí en LD (enlace más abajo) me trajo a la memoria las charlas que nos impartía a los vendedores el fundador de la empresa, don Jesús, sobre aspectos técnicos de los productos que comercializábamos, y sobre nuestra materia prima, el papel. Aunque ya se encontraba en edad de jubilarse, y había delegado en sus hijos parte de las tareas directivas, era visible el placer que hallaba en hablar del tema al cual había dedicado su vida.

Una cosa quedó muy clara en el cursillo: a don Jesús el papel reciclado no le gustaba. Aunque la demanda le obligaba a incluirlo entre sus productos, que iban desde las servilletas impresas de alta calidad hasta el papel higiénico, insistía a menudo en que los vendedores debíamos hacer pedagogía entre los clientes, persuadiéndolos de que valía la pena pagar algo más por el papel de pasta virgen.

El veterano fabricante argumentaba en contra del mito de la destrucción de los bosques por culpa de la industria papelera. En la práctica, la celulosa actualmente es un cultivo en manos de unas pocas multinacionales, que evidentemente no son tan estúpidas para destruir su propia fuente de negocio. Los árboles que nos proporcionan la materia prima de libros, periódicos, embalajes, etc, son plantados con ese fin exclusivo, por lo que la imagen de depredación suicida de los pulmones del planeta, al menos en relación con esta industria, es sencillamente un cuento infantil.

Pero ese no era el motivo fundamental para recelar del papel reciclado. Una cosa es evitar el despilfarro inútil de papel, reutilizando por ejemplo las hojas escritas por una sola cara, y otra muy distinta negar que el reciclado industrial sea un proceso con sus luces y sus sombras. Para don Jesús se trataba de sombras muy alargadas, hasta el punto de que un día nos formuló una pregunta aparentemente absurda: ¿Qué tiene que ver el papel reciclado con las vacas locas?

El llamado mal de las vacas locas, o encefalopatía espongiforme bovina (EEB), es una grave enfermedad del sistema nervioso que, según parece, se desencadenó a finales del siglo XX por la práctica de alimentar al ganado herbívoro con compuestos de origen animal. El resultado fue catastrófico: Decenas de personas que habían consumido carne de vaca contrajeron una horrible enfermedad incurable, y millones de reses tuvieron que ser sacrificadas en el Reino Unido.

El papel reciclado, teóricamente, procede sólo de papel pero ¿ustedes se han detenido a pensar en todo lo que realmente va a parar a los contenedores de cartón y papel? En la práctica, la materia prima de ese producto es... sencillamente basura. Lo cual puede incluir todo tipo de inmundicias, como, por qué no, restos orgánicos de ratas. Pues bien, hace diez años, aquel industrial ya se preguntaba si con el papel reciclado no podría llegar a desencadenarse una crisis análoga a la de las vacas locas. Y ahora hemos sabido que, efectivamente, se han detectado bacterias nocivas en papel higiénico reciclado, fabricado en China. No deja de ser irónico que algo que nos quieren vender amparado en el beatífico mensaje ecologista pueda llegar a ser causante de enfermedades.

Al ir a escribir esta entrada, he sabido que don Jesús murió hace año y medio, a los setenta y seis años. Sirvan estas líneas a modo de homenaje.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Hoy 1 neoliberalismo, en la edición gallega. Venga, que tengo depositadas grandes esperanzas en el fin de semana.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

martes, 14 de septiembre de 2010

El País 14-9-2010: 2 neoliberalismos.

Contador de neoliberalismos

El diario El País es conocido popularmente como el boletín oficial del PSOE, aunque actualmente sería quizás más preciso llamarlo boletín de Interior, dedicado a filtrar en primera página, un día sí y el otro también, las informaciones policiales sobre los casos de corrupción que supuestamente afectan a la oposición. Pero conviene no desdeñar la influencia que sigue ejerciendo como guía espiritual de la progresía española, hasta el punto de que podríamos definir al progre ibérico como una persona que forma su opinión leyendo el periódico de PRISA.

Una característica inconfundible de El País es el uso, con intención obviamente peyorativa, del término neoliberal, que aparece prácticamente todos los días, tanto en las secciones de noticias como de opinión. Para ser más exactos, en el año 2009, el propio buscador de elpais.com ofrece 246 resultados para neoliberal. Es decir, una media de casi cinco veces por semana. (Como término de comparación, el digital elmundo.es, en el mismo año, utiliza el mismo término 53 veces.) Por supuesto, si en la búsqueda incluimos sinónimos como ultraliberalismo, capitalismo salvaje, etc, la frecuencia media seguramente se eleva a varias menciones diarias. Todo un bombardeo ideológico que sufren -la mayoría con gusto- los lectores del rotativo.

En El País de ayer lunes, sin ir más lejos, la palabra se utiliza dos veces. Así, Almudena Grandes en su columna pone como ejemplo paradigmático de neoliberalismo el anuncio del jefe de Ryanair de reducir a uno solo los pilotos por avión, a fin de ahorrar. Como suele suceder, el ejemplo es incompleto y tendencioso, porque si el liberalismo es que las empresas puedan tomar decisiones con las mínimas interferencias del gobierno, también lo es que los consumidores puedan elegir en qué compañías volar. En todo caso, si los empresarios son tan incorregiblemente malos, cuesta entender por qué los políticos tienen que ser tan buenos, perteneciendo a la especie Homo Sapiens ambas tipologías.

Seguramente, la cuestión de qué entiende el progre por neoliberalismo nos llevaría a una definición circular: Lo que el diario de los progres entiende por tal. Sin entrar a fondo en ello, salta a la vista la función estigmatizadora del prefijo neo. Es que cargar contra el liberalismo sin más, que está en las raíces de nuestra cultura política, aún suena mal. En cambio, neoliberalismo tiene la suficiente connotación tecnocrática, alusiva a organismos como el FMI, que de liberales tienen tanto como yo me sé.

No carecería de interés que instituyéramos un contador de neoliberalismos, con el fin de comprobar las veces que puede llegar a aparecer el dichoso vocablo el mismo día, semana o mes, en un periódico o varios. Cobraríamos de este modo una consciencia más exacta de la formidable intensidad de la propaganda antiliberal, lo que podría ser útil a la hora de contrarrestarla. Tarea cuantitativamente nada fácil.

neoliberalismo.

1. m. Teoría política que tiende a reducir al mínimo la intervención del Estado. [RAE.]

2. m. Aparición del término "neoliberal" o sus derivados en un medio de comunicación, generalmente con sentido peyorativo. [CLD.]

domingo, 12 de septiembre de 2010

Otra de corresponsal en La Habana

Mientras el tirano Fidel Castro se aclara sobre si el modelo cubano sigue siendo válido o no, lo cierto es que la experiencia ha demostrado hace décadas que es un completo desastre. Si la Unión Soviética, país de tan vastos territorios y recursos naturales, duró setenta años, se nos antoja difícil que la isla caribeña pueda igualar esa marca. De ahí las tentativas de liberalización económica que, al menos desde el acceso a la presidencia de Cuba del hermanísimo Raúl Castro, una parte del Partido Comunista parece apoyar. Como siempre, ello implica una lucha de facciones, entre la partidaria de mantener la ortodoxia socialista y otra más pragmática, aunque no menos cínica. Mientras tratan de adivinar cuál de ellas vencerá, son muchos los miembros de la minoría dominante que se protegen con una postura ambigua, de manera que gane quien gane puedan afirmar retrospectivamente que ellos siempre estuvieron en la línea correcta.

Esto es lo que ocurre, grosso modo, en Cuba. Sin embargo, leyendo a determinados corresponsales, se diría que la liberalización parece más una amenaza que una esperanza. Lo señalaba hace un año en este blog, a propósito de una crónica de El Mundo. Y hoy vuelve a ser este mismo periódico, y no sé si el mismo corresponsal, quien nos presenta (requiere suscripción) una particular visión de las supuestas reformas en Cuba. Nos dice Ángel Tomás González desde La Habana:

"El objetivo de recomponer la iniciativa privada, además de interés económico, tiene como meta restablecer el tejido de una clase media. [Hay que ver qué listos son los Castro, sólo han tardado cincuenta años en querer imitar el objetivo de cuyo logro presumía Franco, ya anciano.] Una realidad imprescindible de construir ante la posibilidad, a medio plazo, de aproximación y convivencia con Estados Unidos. [Y ahora prepárense, las negritas son mías:] El sostén de la soberanía nacional es la meta primaria del proceso isleño. (...) Por lo que la intención del Gobierno de Raúl Castro, al parecer, es que sea la revolución quien ofrezca a los cubanos la posibilidad de mejorar su calidad de vida y no el futuro desembarco de turistas y empresas estadounidenses."

Vamos a ver si lo entiendo. O sea, que olvidarse de los principios sagrados de la revolución ("socialismo o muerte"), al menos por un tiempo y dentro de ciertos ámbitos restringidos, es equivalente a que la Revolusión "ofrezca" a los cubanos "mejorar su calidad de vida". Y además, ello es incompatible con que los estadounidenses inviertan y consuman en Cuba. (Como es sabido, nada tememos más en España que vengan los americanos a invertir y hacer turismo, ¡nuestra soberanía nacional se resiente que no veas!)

Se dirá, en descargo del corresponsal, que él se limita a hacerse eco de un documento del PC cubano que circula entre las altas esferas. Pero el texto no es claro al respecto, no se distingue bien la información de la interpretación. Y por tanto, tácitamente el periodista está avalando la sarta de disparates que sugiere el párrafo citado. Lo peor es que no puede sorprendernos. Es la enfermedad profesional del corresponsal, una especie de síndrome de Estocolmo por el cual interioriza la propaganda de las dictaduras que padecen los países desde los cuales escribe, siempre contra el imperialismo yanqui, faltaría más.

España tiene más extranjeros que Francia y Reino Unido


La proporción de extranjeros en España, según datos de Eurostat, es del 12,3 %, muy superior a la media de la UE (6,4 %) y también a la de países como Alemania (8,8 %), Reino Unido (6,6 %), Italia (6,5 %), Francia (5,8 %) y Holanda (3,9 %). No se trata, pues, de una mera percepción de personas ignorantes y más o menos racistas. En nuestro país, objetivamente, hay muchos inmigrantes en relación a la población: más que en la mayor parte de Europa. Incluso, en términos absolutos, superamos la cifra de inmigrantes de países más poblados que el nuestro, como Francia y Reino Unido.

Ante este hecho desnudo, cabe hacer dos consideraciones elementales. La primera, que España no goza de una renta per cápita superior a la de los países citados, por lo que el diferencial inmigratorio no se puede atribuir específicamente a razones económicas. La segunda, que nuestro país no es más accesible, geográficamente, que la mayoría de países europeos. El énfasis mediático sobre las pateras que tratan de cruzar el Estrecho de Gibraltar no debe hacernos perder de vista que la gran mayoría de inmigrantes llegan gracias a los mismos medios de transporte que les permitirían viajar a países vecinos como Portugal o Francia, que tienen menor proporción de población inmigrante.

La pregunta ineludible, por tanto es: ¿Por qué los extranjeros prefieren venir a España? No me voy a entretener en replicar la contestación estúpida y autocomplaciente de que "aquí se vive muy bien", porque si atendemos a las frías estadísticas, esto puede afirmarse con más razón de Alemania o Francia. Bien es cierto que el clima no es un factor irrelevante en los fenómenos migratorios, pero Grecia, Portugal, Italia o el sur de Francia tampoco tienen tanto que envidiarnos en este aspecto. También es verdad que el idioma español explica en buena medida la presencia de inmigrantes hispanoamericanos, pero los factores lingüísticos e históricos son aplicables igualmente a países de pasado colonial como Reino Unido, Francia o Bélgica.

Por supuesto, responder la pregunta anterior requeriría un estudio riguroso y sería ridículo que aquí pretendiéramos sentar cátedra. Pero ahí van algunas sugerencias:

¿No será que la política del "papeles para todos" de la primera legislatura de Zapatero ha tenido algo que ver con este fenómeno?

¿No tendrá algo que ver la facilidad de los extranjeros para acceder a los servicios públicos y a todo tipo de ayudas a cargo de los contribuyentes?

¿Podrá incluso influir nuestro sistema penal y judicial hipergarantista, que atrae a los peores elementos de todos los continentes, por mucho que se trate de una minoría dentro de la población inmigrante? (Estadísticamente, el inmigrante delinque más que el nacional: No es xenofobia, son datos.)

La inmigración, excuso decirlo, es un indicador de dinamismo económico. Y no podemos negar que la relativa prosperidad de España, perceptible sobre todo desde finales de los noventa, con los gobiernos de Aznar, ha sido una condición sine qua non para que los extranjeros se decidan por nuestro territorio. Pero eso no explica que los inmigrantes en España sean proporcionalmente casi el doble que la media UE27. Sencillamente, este no es el País de Jauja que podría corresponderse con esta cifra, no al menos si atendemos a nuestra renta per cápita, a nuestra tasa de desempleo o a nuestra baja competitividad.

Desde luego, dadas las circunstancias, sería de desear una política inmigratoria más restrictiva, pero el problema de fondo no es de fronteras sino de condiciones del país de acogida. El Estado asistencialista, que genera pobreza convirtiendo a millones de personas en profesionales de hacer colas en la ventanillas de la administración, disuadiéndolas de emplear su tiempo en trabajos productivos, es tan ineficaz como inmoral. Porque no hay derecho a que los mileuristas nacionales sostengan con sus impuestos a personas que podrían estar trabajando, sea en España o en otro país que ofrezca más oportunidades de prosperar, no de mendigar.

Pero el problema no es sólo económico, sino también cultural. Las organizaciones mal llamadas no gubernamentales (que suelen vivir casi todas de subvenciones) no hacen más que clamar contra las supuestas discriminaciones que sufren los extranjeros. Pero la mayor discriminación es la que ejerce la propia administración, al conceder ayudas o privilegios a determinados individuos en función del colectivo cultural al que pertenecen. El Estado asistencialista va unido a un Estado multiculturalista, que mientras día a día se empeña en suplantar a instituciones fundamentales de nuestra propia cultura como la familia, no tiene empacho en reconocer -en la práctica cuando no oficialmente- estructuras patriarcales y teocráticas, que conculcan la igualdad de todos los individuos ante la ley.

Desde luego, no somos el País de Jauja. Pero una buena parte de los extranjeros creen que sí, al menos para ellos.

domingo, 5 de septiembre de 2010

La falsa antítesis Dios/razón

La polémica por las declaraciones de Stephen Hawking, según el cual la ciencia descarta la existencia de un Dios creador del universo, es tan superficial como era de prever. Ahora resultaría que el descubrimiento de un planeta extrasolar demostraría que el cosmos no es producto de una inteligencia divina. La sensación de déjà vu es inevitable. Desde la refutación del geocentrismo por Galileo, los ateos no han dejado de proclamar, a cada nuevo gran avance del conocimiento científico en astronomía, geología, biología, neurología, etc, que la hipótesis Dios es infundada o innecesaria. Pero si esto fuera realmente así, ¿no habría bastado con el primero de estos avances?

Ningún descubrimiento empírico puede probar que Dios no existe, pues siempre podrá argumentarse que los planes divinos son demasiado sutiles e ingeniosos para nuestra comprensión, tal como ya sugirió Descartes. En cambio, como más conocemos acerca de la naturaleza, más difícil es sustraerse a la impresión de que existe un orden objetivo cuyo funcionamiento es prácticamente indistinguible de un plan inconcebiblemente inteligente, ¡exista o no de hecho un Dios personal autor de dicho plan! La antítesis entre racionalismo (en sentido ontológico, no epistemológico) y teísmo es falsa. Nada se parece más a la idea de un orden racional y objetivo que la idea de un Dios omnisciente.

El positivismo ha proscrito prácticamente cualquier consideración sobre el orden objetivo del cosmos, tachándola de metafísica. La idea de que existen unas leyes de la naturaleza (un nexo causal), más allá de las regularidades observables, sería según Wittgenstein "la superstición" (Tractatus, 5.1361). Sin embargo, aunque tal afirmación sea metodológicamente útil (la ciencia se centra en el cómo, no el porqué), ontológicamente tendría consecuencias inauditas. Significaría que el orden natural es aparente, y que en rigor nada impide que en cualquier momento pueda irrumpir el caos, como sugería Sartre en su novela La Náusea:

"Salen de las oficinas, después de la jornada de trabajo, miran las cosas y las plazoletas con aire satisfecho, piensan que es su ciudad, 'una hermosa ciudad burguesa'. No tienen miedo, se sienten en su casa. Nunca han visto otra cosa que el agua domeñada que sale de los grifos, la luz que surge de las bombitas cuando se hace presión en el interruptor (...). Cien veces por día tienen la prueba de que todo se hace mecánicamente, que el mundo obedece a leyes fijas e inmutables. (...) ¿Y si sucediera algo? ¿Si de golpe se pusiera a palpitar? (...) Puede suceder en cualquier momento, quizá en seguida (...)" [Sigue una descripción alucinatoria del caos, de como la naturaleza se rebela y empieza a engendrar monstruos, abortos, absurdos. Puede leerse en PDF aquí, págs. 187-189.] Entonces soltaré una carcajada (...) y les gritaré al pasar: '¿Qué habéis hecho de vuestra ciencia? ¿Qué habéis hecho de vuestro humanismo? ¿Dónde está vuestra dignidad de cañas pensantes?' (...)"

Puede parecer que este fragmento no es más que una licencia neorromántica de un novelista, que no debe tomarse en serio más allá de su contexto literario. Gran error. Como es sabido, Sartre es uno de los filósofos más consistentemente ateos del siglo XX. La alternativa a su pensamiento no es otra que la vieja idea de los presocráticos, de que el cosmos es un Orden, independientemente de nuestra mayor o menor capacidad de aprehenderlo. Esta idea llega hasta nosotros por diversos caminos, entre ellos el Dios cristiano (que es producto tanto del mundo helénico como del judío, si no más) y también inspira a grandes científicos como Newton, Einstein, Planck o el propio Hawking, sean o no todos ellos creyentes.

Cuando Stephen Hawking concluye su libro Historia del tiempo diciendo que si se encontrara una teoría completa (que unifique la Relatividad y la mecánica cuántica), "conoceríamos el pensamiento de Dios", no sabemos si se trata de una declaración de fe religiosa, o simplemente de una manera de nombrar -según la tradición iniciada por Spinoza- la racionalidad última de lo real. Me parece por tanto una vulgar estrategia editorial presentar el nuevo libro de Hawking como si algún nuevo avance científico le hubiera hecho cambiar su pensamiento. Sobre su fe o falta de fe religiosa sigo casi tan a oscuras como antes, y además no es algo que me incumba. En cambio, la fe del gran físico teórico en la racionalidad del universo, como la de sus ilustres predecesores, se revela intacta. Según se lee en la prensa, Hawking sostiene que el universo surgió de la nada como consecuencia de las propias leyes de la física. Esto no es más que responder a la pregunta "¿por qué hay algo y no más bien nada?" en un sentido francamente racionalista, absolutamente incompatible con la actitud positivista que considera que la pregunta carece de sentido.

Ante la gran pregunta metafísica de por qué existe algo, sólo tenemos tres actitudes posibles. La racionalista, inaugurada ya por Parménides hace 2.500 años, según la cual el ser es necesario; la irracionalista, que considera la existencia como algo contingente, gratuito, absurdo; y la positivista, que niega sentido a la cuestión. Ahora bien, a poco que se medite, se verá que la posición positivista es insostenible, porque o bien el ser es necesario, o bien es contingente, carente de toda razón. No hay más. Es imposible eludir este dilema adoptando convenciones arbitrarias sobre el significado de las palabras. La actitud positivista, por tanto, en la práctica equivale a admitir la posibilidad de que la respuesta irracionalista fuera la verdad. Esto significaría que en cualquier momento puede surgir cualquier cosa de la nada, las leyes de la naturaleza pueden quedar en suspenso, como en el relato sartreano. Lo cual se extiende también a cualquier tipo de principio ético-político ("humanismo", dice Sartre con aguda intuición). Si la naturaleza es un caos con apariencia de orden (un absurdo entre infinitos absurdos posibles), y las leyes físicas meras creaciones de la mente humana, toda moral es asimismo convencional, no existe más que el derecho positivo y no hay límite en última instancia a lo que el Estado pueda decidir que es válido o no. "Todo está permitido", como dedujo también acertadamente ese otro consecuente ateo que fue Nietzsche.

Se dirá que los ateos actuales, como Richard Dawkins, en absoluto defienden la concepción irracionalista. Pero aquí no se trata de juzgar su coherencia. Lo importante es que, generalmente, un ateo negará la existencia de una moral natural universal que preexiste a las leyes, que los seres humanos descubrimos y no meramente inventamos. Por tanto, procede como si la realidad no fuera racional, y no simplemente como si negara el carácter personal de Dios. Porque si el universo es esencialmente inteligible (al menos por una hipotética mente infinita, ya que no por el débil entendimiento humano), sabemos que existen unos principios ético-políticos óptimos para la felicidad del género humano, y debemos tratar de aproximarnos lo más posible a ellos. No podemos escabullirnos de esta difícil tarea diciendo que basta con acatar lo que digan unos electores, o una asamblea democrática, porque éstos pueden perfectamente errar.

Un ateo que se limite a negar la existencia de un Dios personal, pero que crea en la inteligibilidad última de lo real, si es coherente deberá admitir que existen principios universales preexistentes a cualquier convención humana. Otra cosa es cómo podemos llegar a conocer esos principios, aquí no estoy sugiriendo que podamos tener un conocimiento apriorístico y absoluto de ellos (no me estoy decantando por el racionalismo epistemológico). Lo único que digo es que los principios ético-políticos están ahí objetivamente, al igual que las leyes de la naturaleza. E incidentalmente, esto pone límites tajantes a la acción de los gobiernos.

Ahora bien, este ateo que no reniega del racionalismo ontológico, que no sea tan radical como un Nietzsche o un Sartre, comete un error de bulto al oponer el teísmo judeocristiano al racionalismo. (El islamismo es otro asunto, como se aprecia porque empieza negando unos derechos humanos universales.) Esa no es la batalla esencial, un cristiano que no lo sea sólo nominalmente (como muchos que además creen en los horóscopos, el tarot, las pulseras energéticas o cualquier otra variante sincrética) es lo más cercano a un racionalista ontológico que podría encontrarse.

Para el cristiano, un Dios creador omnisciente es la garantía de que el universo ha sido concebido según un plan inteligible, de que todo tiene un sentido, una razón que podemos al menos vislumbrar. Si a ese Orden no queremos llamarle Dios, como hacía Spinoza, pese a que no creía en un Dios personal, no hay nada que objetar. Pero nuestro enemigo no es quien postula la existencia de un Autor del Orden (acaso superfluo), sino quien niega el mismo Orden, quien en la estela del filósofo del nazismo Heidegger (uno de los más furibundos pensadores antiliberales del siglo XX, por cierto), abomina de la técnica y el universalismo humanista. O quien, desde la asepsia positivista, y pese a creerse un abanderado de la ilustración y el progreso, se priva a sí mismo de argumentos contra el irracionalismo y el relativismo multiculturalista.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Alternativas al estado autonómico

El artículo de Lorenzo Bernaldo de Quirós, "La cuestión catalana" (sobre el que nos ha llamado la atención Barcepundit), parte de una premisa falsa cuando habla de "las demandas políticas de Cataluña", así como cuando dice que "la mayoría de la población existente en un territorio determinado aspira a constituirse en Estado". LBQ cae increíblemente en la primera trampa que tienden siempre los nacionalistas, que es identificarse con Cataluña o con el País Vasco, o al menos con el sentir mayoritario. En cambio, le doy toda la razón cuando afirma lo siguiente:

"Las zonas ricas del territorio nacional no tienen por qué subvencionar a las pobres, lo que además no ha servido para avanzar en la convergencia real entre las regiones españolas sino para crear mecanismos de clientelismo pagado con el dinero de otros."

Siempre me ha parecido un argumento espurio, comprado al igualitarismo de raíz progre, aquello de la "solidaridad interregional", y por eso me parece sumamente incoherente, y contraproducente, cuando lo emplea la derecha. Por esta regla de tres, entonces habría que prohibir que las comunidades con competencias tributarias bajaran los impuestos, o que en general pudieran aplicar medidas liberalizadoras que beneficiaran a los habitantes de su territorio más que a los del resto de la península.

Es por esto que, pese al error de planteamiento inicial, creo que el artículo de LBQ es muy interesante. El Estado de las autonomías debería ser reformado, no porque perjudique a Cataluña, sino porque perjudica también a Madrid, y a cualquier región que pudiera apostar por la competencia fiscal y liberalizadora. Tal como está montado ahora, sólo ha servido para favorecer el enquistamiento de unas castas políticas socialistas y nacionalistas. Las unas (Andalucía, Extremadura, etc) porque viven de la sopa boba de las transferencias; las otras (Cataluña y País Vasco) porque explotan el victimismo culpando de los problemas al gobierno central.

O bien adoptamos un esquema más centralista, con un retorno de determinadas competencias autonómicas al estado central, o bien cedemos prácticamente todas las competencias a las comunidades, salvo Defensa y poco más, y que cada cual se espabile por su cuenta sin poder apelar a subsidios ni ayudas. Pero claro, ninguna de las dos opciones interesa a esas castas regionales.

La reforma centralizadora tendría la ventaja de que restauraría la unidad de mercado, de que garantizaría ciertos derechos básicos como recibir la enseñanza en lengua materna, y permitiría reducir administraciones y normativas. (Según un estudio del Instituto de Empresa, las autonomías generan 700.000 folios anuales de regulaciones.) Ahora bien, estas ventajas podrían perfectamente quedar neutralizadas por las desventajas de un gobierno central de cariz muy intervencionista.

En cambio, una reforma en sentido federal podría permitir que las regiones con gobiernos más liberalizadores se desenvolvieran independientemente de la ideología de la administración central. Además, en teoría también eliminaría burocracia, en este caso básicamente la central, que quedaría reducida a un mínimo. Sobre todo, los gobiernos regionales deberían rendir cuentas a los ciudadanos de los resultados económicos, sin poder tapar sus miserias con discursos identitarios que no dan de comer.

Si un sistema más centralista se hubiera adoptado durante la Transición, nos hubieran ido mejor las cosas. Pero ahora no parece que sea posible la marcha atrás. Los nacionalistas, con sus propias policías autónomas, con su infiltración en casi todas las instituciones económicas, culturales y asociativas, no se dejarían desalojar sin violencia.

Hoy estamos más cerca de un sistema federal, en el cual en cada región-estado existiera prácticamente una sola administración, mientras que el estado central sólo se ocupara de la defensa y la justicia. Estos estados, por razones de viabilidad, no tendrían por qué coincidir con el actual mapa autonómico. Podría por ejemplo haber sólo cuatro o cinco estados, alguno de los cuales agruparan a varias de las actuales comunidades autónomas. Aunque los nacionalistas son conscientes de que a la larga el federalismo no les conviene, porque desactiva el eterno victimismo, les sería muy difícil justificar ante sus ciudadanos una actitud de franca oposición a una reforma federal.

Para sabotear una reforma federalista, los nacionalistas previsiblemente tratarían de sobrepasarla en radicalismo, con propuestas desvergonzadamente inadmisibles. En realidad, lo han hecho ya: se llama Estatuto. Por un lado defienden la independencia de facto de Cataluña, en cuestiones como la fragmentación del poder judicial, o la política exterior, y por otro exigen al resto de España que se pliegue a sus demandas de financiación, e incluso pretenden participar en instituciones centrales. Es decir, proponen una independencia de facto costeada por todos los españoles, o bien la independencia de iure. El objetivo evidente es que la opinión pública española, cansada ya del chantaje separatista, acepte lo segundo, la desmembración de España como un mal menor.

El problema desde luego es de difícil solución. Pero un gobierno central firme, que demostrara su coherencia con reformas liberalizadoras que empezaran por limitarlo y reducirlo a él mismo (privatización de la televisión pública, implantación del cheque escolar y sanitario, etc) podría tener la autoridad moral suficiente para llevar a cabo una reforma federal. La administración por defecto sería la estatal-regional. Cada estado recaudaría los impuestos, prestaría sus propios servicios públicos y, en el caso de que no fuera económicamente viable, se integraría dentro de otro, o de una especie de distrito federal. Todos los estados contribuirían en proporción a su PIB al estado central, encargado básicamente de la defensa, justicia, las relaciones exteriores y las grandes infraestructuras. El estado central, y particularmente el Tribunal Constitucional y el Supremo, podrían interferir, en cualquier caso, en la defensa de los derechos de los ciudadanos, por ejemplo para impedir las imposiciones lingüísticas de los nacionalistas.

Hoy esto suena a política-ficción, porque lo que tenemos es un régimen social-nacionalista diseñado para arrinconar a la oposición conservadora ad eternum. Es decir, un régimen que vive de ahondar el problema, mientras finge hipócritamente que su única intención es solucionarlo.

Es hora de que la derecha presente una alternativa global al social-nacionalismo. O bien adopta la centralista de UPyD, que prevé cerrar el modelo territorial devolviendo al estado central determinadas competencias (lo que no parece realista en las actuales circunstancias), o bien descoloca a todo el mundo con un modelo federal, que defienda la igualdad de derechos de todos los españoles, pero no castigue la competencia económica entre comunidades, premiando a las que producen más funcionarios que empresarios.