miércoles, 30 de septiembre de 2009

¿No tienen vergüenza? ¿No tienen decencia?

Es lo que pregunta el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a quienes asistieron impávidos ante el último vómito filonazi de Ahmadineyah en la sede de la ONU.



La transcripción completa del discurso, en castellano, aquí. (Vía Nihil Obstat).

sábado, 26 de septiembre de 2009

La tomadura de pelo ecologista

El ecologismo es la penúltima máscara que han adoptado los socialistas de todos los partidos (desde Obama a Sarkozy, pasando por el inefable cabeza de la familia Adams) para avasallar a los ciudadanos con nuevos impuestos, llámense ecotasas, impuestos verdes, derechos de emisión de CO2 o la puta que los parió. (Con las grandes empresas haciéndole el juego a los gobiernos, a ver si así consiguen o mantienen tratos privilegiados.)

Después de ver cómo los gobernantes expolian a la sociedad, lo que más me subleva es la mansa actitud de esa masa formidable de borregos cuya fuente primordial de información es el telediario de La 1: "Bueno, es que algo hay que hacer, si no a este paso nos cargaremos el planeta", etc.

Es muy difícil llegar -lo admito- a esas mentes embrutecidas por "Gran Hermano" y por esas series españolas que a Imanol Arias, en el papel de un anuncio de RTVE, todavía no le parecen suficientemente desvergonzadas.

Si en España hubiese una Fox y no una sola esRadio, sino media docena, que mostraran a millones de personas, incluidas esas que no tienen el internete, la extensión actual del hielo del Ártico (en rosa) en comparación con la de hace dos años por estas mismas fechas...


...o divulgaran un reciente estudio según el cual la superficie forestal en España ha crecido hasta más del doble en las últimas décadas...

...Si estas cosas llegaran a mucha más gente, las tomaduras de pelo de los gobiernos, ecologistas o del tipo que sea, tendrían mucha más contestación social, ayudarían a revitalizar el antaño temible humorismo popular, actualmente vampirizado por las gilipolleces televisivas, y en general nos iría mejor. Como mínimo, Mr. Adams y sus secuaces deberían trabajarse más los discursos, elevándolos por encima del nivel de subnormalidad profunda que por ahora les basta. Vamos, que sudarían un poco, y justificarían una parte, aunque ínfima, del sueldo que les pagamos.

martes, 22 de septiembre de 2009

Escuela pública o privada

¿Debe existir una escuela pública que garantice la igualdad de oportunidades, o bien bastaría con ayudar económicamente a los padres de rentas bajas para que escolaricen a sus hijos en la privada? Álvaro Vermoet, a quien leo siempre con interés en Libertad Digital, defiende en un artículo titulado, significativamente, "Contradicciones de un liberal", lo primero.

Hay una cosa en la que estoy de acuerdo con Vermoet, y es que el derecho de los niños a recibir instrucción está por encima del derecho de los padres a elegir su educación o incluso ninguna. Creo que bajo ningún concepto la sociedad debe admitir que los padres puedan privar a los hijos de educación (ni de sanidad o alimentación), y se trata de uno de los pocos casos en los que el Estado está facultado para intervenir en el ámbito privado (pero sólo cuando se detectan situaciones extremas; concretamente, el homeschooling me parece absolutamente legítimo). Sin embargo, disiento de Vermoet en el método de asegurar la educación de niños y jóvenes.

El articulista básicamente enarbola tres argumentos: Primero, que mientras defendemos la privatización total de la enseñanza, con nuestra actitud maximalista estamos dejando el terreno libre a la izquierda para que imponga su visión adoctrinadora de la enseñanza en el sector público. Segundo, que de esta manera no podemos impedir la existencia de escuelas islamistas y similares, que inculcan a los niños valores antiliberales. Y tercero, que no garantizamos el principio de igualdad de oportunidades.

El primer argumento, como reconoce Vermoet, es más bien de tipo táctico, y puede tener parte de razón. Pero olvida plantearse lo esencial, si la degradación de la calidad de la enseñanza no se debe precisamente a su carácter público. Vermoet denuncia con razón el dominio de la secta progre en el ámbito pedagógico, pero no explica cómo podemos desalojarla de las posiciones conquistadas, precisamente porque descarta el único método eficaz para ello, que es devolver el control de la enseñanza a la sociedad civil.

El segundo argumento es en realidad improcedente, pues el peligro de que algunos padres decidan adoctrinar a sus hijos en la sharia o en otros principios contrarios a las libertades, no se evita con la existencia de la escuela pública, salvo que ya directamente prohibamos a los padres acudir a establecimientos educativos privados, lo que no creo que él esté defendiendo.

En cuanto al tercer agumento, que es el realmente importante, creo que puede justificar la intervención del Estado, como he dicho, en casos de negligencia paterna en los más elementales cuidados de los hijos, pero hasta deducir de ahí que el Estado deba convertirse en empresario de la educación hay un paso que resume perfectamente la diferencia entre la posición liberal y la socialista. La igualdad de oportunidades no puede convertirse nunca en un pretexto para instaurar la igualdad de hecho. Por mucho que los niños acudan a la misma escuela pública, independientemente de su situación social, la igualdad plena de oportunidades no la lograremos (habrá niños cuyos padres leen, escuchan música clásica, etc, y otros que al llegar a casa se encuentran panoramas completamente distintos), y de hecho es en este empeño en el que los socialistas encuentran su justificación de la expansión indefinida del Estado. Porque el razonamiento lo podemos extrapolar a la sanidad y a prácticamente todos los ámbitos.

Si lo que queremos garantizar es una instrucción mínima de toda la población, existen fórmulas como las becas o el cheque escolar (que Vermoet expone en otro artículo suyo, que enlaza) las cuales permiten el acceso de cualquier niño a la educación, sin necesidad de que el Estado asuma competencias que corresponden a la sociedad civil.

Pero permitidme hacer una reflexión de más calado. Lo que caracteriza a los utopismos es su carácter de urgencia. Los iluminados y demagogos de todos los tiempos y lugares nos dicen que la sociedad perfecta es posible ya, ahora mismo. Por eso, cuando alcanzan el poder y la dura realidad se impone, necesitan por su propia naturaleza unos chivos expiatorios (el imperialismo, la oligarquía, etc) a los que culpar de los constantes aplazamientos del paraíso prometido. En cambio, el liberalismo parte del principio de que no existe una sociedad reconciliada, una meta final, sino de que la Historia está abierta, y la libertad individual es la única que permite al mayor número posible de individuos prosperar, ascender socialmente, sin que ello deba confundirse en absoluto con el objetivo quimérico de una sociedad perfectamente igualitaria, que nunca existirá, y además es mejor que nunca exista, porque sería el terreno abonado para la más perfecta de las tiranías.

Al confiar a la iniciativa privada la enseñanza, la sanidad y todos los ámbitos posibles, sin duda no estamos garantizando que todo el mundo tenga acceso a la mejor educación y a la mejor sanidad: De hecho, ningún sistema garantiza esto, y los que menos son los socialistas, como está absolutamente demostrado. Pero sí estamos garantizando, al menos, que mucha más gente prospere y por tanto acabe accediendo (y aún más sus hijos, y sus nietos) a niveles de bienestar superiores, lo que incluye mejor vestido, alimentación, sanidad, educación, etc. Este es el verdadero mundo posible, y no las utopías redentoras de los socialistas de todos los partidos.

Concedo, con todo, que mientras exista una enseñanza pública, aboguemos por que sea de calidad, y en este sentido simpatizo con medidas como las de Esperanza Aguirre de conferir más autoridad a los profesores. Pero no veo que ello nos obligue a renunciar, a más largo plazo, a que el Estado reduzca drásticamente su intervención en la vida humana.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Primero vinieron a por el tabaco

Barcepundit está que se sale. Ved la versión que propone del conocido poema de Martin Niemöller:

Primero vinieron a por el tabaco, pero yo no era fumador y no protesté.

Después vinieron a por los refrescos, pero yo sólo bebo agua mineral y no protesté.

Después vinieron a por las hamburguesas, pero yo soy vegetariano y no protesté.

Luego vinieron a por los que emiten CO2 al conducir, pero yo no tengo coche y no protesté.

Al final vinieron a por los que criticamos a los políticos, pero ya no quedaba nadie para protestar.

Aunque yo me hubiera remontado más atrás: Primero vinieron a por los que conducen sin cinturón de seguridad...

domingo, 20 de septiembre de 2009

El neoliberalismo amenaza al paraíso cubano

Desde que Lenin implantara la NEP en los tempranos años veinte, otros regímenes comunistas han ensayado reformas liberalizadoras temporales y limitadas, para evitar la ruina total a que conduce inexorablemente la economía planificada. Generalmente, estos periodos van acompañados o seguidos de un notable incremento de la represión, con el fin de evitar que las reformas "degeneren" en más reivindicaciones de democracia y libertades políticas.

Cuba, después de cincuenta años de dictadura comunista, es un país más pobre y atrasado que en tiempos de Batista. Aunque por supuesto la regencia de Raúl Castro sigue manipulando los datos estadísticos para ocultar esta realidad, parece que no le queda otro remedio que adoptar algunas tímidas medidas liberalizadoras.

Un reportaje de El Mundo titulado "Cuba dice adiós al paternalismo" habla este domingo de ello. Pero me ha llamado más la atención el tratamiento del tema que este mismo. Según el corresponsal de La Habana, las nuevas reformas inquietan a los cubanos, "poco acostumbrados a la rudeza de las reglas económicas." Me pregunto si en cambio se sienten más a gusto con la rudeza de los policías o los mamporreros de los Comités de Defensa de la Revolución, que pueden efectuar registros domiciliarios a su capricho, y confiscarle a cualquiera un humilde electrodoméstico adquirido con grandes esfuerzos, por contravenir las normas revolucionarias. Por poner sólo un ejemplo entre centenares de la mezquina y constante opresión cotidiana que se vive en la isla caribeña.

Más adelante el corresponsal añade que se recortarán incluso prestaciones sociales en educación y sanidad, como si hubiera realmente mucho que recortar. Si ahora los cubanos que ingresan en un hospital han de llevarse incluso la comida o las sábanas de casa, y en las farmacias no se encuentra algo tan simple como ibuprofeno para atajar la fiebre de un niño, ya me contarán qué demonios tienen que perder los usuarios del fantástico sistema sanitario cubano.

El acabóse es ya el recuadrito que acompaña el cuerpo del texto, con el epígrafe "Aumenta la desigualdad". Dice que "se ha formado en el país una élite que destaca por su estilo de vida y su poder adquisitivo." Menudo notición. ¿No se referirá a los cargos medios y altos del Partido Comunista, por casualidad?

Bueno, al menos el reportaje no lo han titulado "El neoliberalismo amenaza al paraíso cubano". Algo es algo.

Poder político y poder económico

Una de las tesis fundamentales del marxismo es que el poder político no es más que una emanación del poder económico. Para Marx y para su amigo y colaborador Friedrich Engels (un rico industrial, por cierto), la función del Estado se reduce en el fondo a la de un segurata de los propietarios de los medios de producción, frente a la clase obrera desposeída.

Marx justificó esta concepción de dos maneras: Primero con razonamientos económico-filosóficos (la teoría de la plusvalía y de la alienación) que se basan en la falaz argumentación de la suma cero: Para el socialismo, en un intercambio económico, si uno gana el otro necesariamente pierde. Es decir, el mercado libre sólo beneficia a los capitalistas, no a los trabajadores ni consumidores.

En segundo lugar, Marx adujo una serie de observaciones históricas sesgadas con la pretensión de mostrar que la concentración de los medios productivos durante la revolución industrial sólo podía explicarse por un proceso de "acumulación primitiva", por el cual las tierras comunales del Antiguo Régimen fueron privatizadas, forzando a buena parte de la población rural a convertirse en carne de cañón de las humeantes factorías de la alta burguesía.

Sin embargo, la experiencia y el razonamiento nos conducen a constatar que a los argumentos marxistas podemos y debemos darle la vuelta. En un libre intercambio entre dos agentes económicos (vendedor y comprador, empresario y trabajador) ambos salen ganando algo, porque, de lo contrario, al menos una de las partes no accedería a la transacción. Sólo cuando el intercambio no es verdaderamente libre, es decir, está basado en (o condicionado por) la coacción política (impuestos, expropiaciones, control de precios, establecimiento de monopolios, etc) sucede que alguien resulta expoliado.

Esta mañana se desarrollaba una interesante tertulia en esRadio. Mario Noya opinaba que en el pulso entre el grupo PRISA y el gobierno socialista, el gran error cometido por el primero estriba en olvidar que quien está en posesión del verdadero Poder (es decir, a fin de cuentas, quien dispone de la policía) es el Estado. Por mucha influencia que tenga un editorial de El País, no es nada comparado con quien manda en el Ministerio del Interior. Luis del Pino ha objetado que Cebrián todavía podría poner en marcha "el ventilador" para chantajear al gobierno del PSOE, lo que demostraría que el verdadero poder se encuentra en la información. Pero ¿de verdad podemos creer que algún grupo de comunicación puede competir con los servicios de información de ningún Estado? Si PRISA entrara en una guerra abierta de revelaciones, no debería sorprendernos que episodios similares a los que sufrieron conocidos periodistas durante las investigaciones de los GAL, se repitieran en versión aumentada.

Es difícil no percibir cierto paralelismo entre lo que está sucediendo en España y en Argentina, con los Kirchner asaltando con doscientos funcionarios de Hacienda la redacción de Clarín. Allí, claro, es más descarado, pero creo que nos dirigimos a pasos agigantados a una situación muy parecida. Bajo el pretexto de enfrentarse al "poder económico", los Estados no hacen más que reforzar el único y auténtico poder que existe, que es el de quien te puede mandar a la cárcel, sea por delitos imaginarios o por delitos reales que aguardaba el momento más conveniente para dejar de consentir.

La prueba de que la visión marxista de la relación entre política y economía es un cuento chino, es que las grandes fortunas han buscado siempre tanto la protección de la derecha como de la izquierda, sea por preferencias subjetivas, sea obedeciendo a cálculos más o menos acertados de qué partido prevalecerá, pero guiadas en todo caso por el instinto de supervivencia ante una fuerza que reconocen muy superior, y de la que puede depender la preservación de su patrimonio.

Contaba ayer el corresponsal Andy Robinson en La Vanguardia (ese "diario de centroizquierda comprado por la gente de centroderecha", según la incisiva definición de Josep Martí) que el golpe de Honduras responde a los intereses de apenas veinte familias que controlan la economía del país centroamericano, entre los que menciona a accionistas de Burger King y al presidente local de Pepsi. Cita como "pruebas" la opinión de una maestra de escuela, (de la que no nos informa sobre su filiación política o ideológica) y el hecho de que uno de estos ricachones ya había mostrado su disconformidad con medidas de Zelaya. Tampoco nos precisa a qué medidas se refería, es decir, no entra en la cuestión de si Zelaya estaba perpetrando un golpe más disimulado, pero potencialmente mucho más regresivo para la libertad, que el de Micheletti, en cuyo caso es irrelevante si quien lo denuncia es más o menos rico. Parece dar por sentado, en efecto, que oponerse a un gobernante "progresista" sólo puede responder a los intereses más turbios.

En cambio, no nos aclara cuáles pueden ser los intereses de "Nike y otras marcas" con maquiladoras en la región, ni los del "magnate local" Jaime Rosenthal, que se han puesto del lado de Zelaya. Parece ser que cuando los ricos apoyan a la izquierda populista, no debemos ver al "gran capital" moviendo los hilos. La izquierda, y eso incluye a los periodistas progres, sólo ve detestable el dinero cuando engrasa causas distintas de sus favoritas. Pero hay algo mucho más poderoso que el dinero: La pistola del gendarme que, al final, te obliga a entregárselo al dictador de turno, como las multinacionales españolas en Hispanoamérica han podido comprobar en más de una ocasión.

Gran artículo de Ana Nuño

Que enlazo a través de Martha Colmenares, y del que extracto este párrafo, absolutamente luminoso:

<<El relativismo, en realidad, es el nombre civilizado de la agi­ta­ción y propaganda, aquel viejo y utilísimo agitprop del imperio so­viético. Se trata, más que de negar la realidad o reemplazarla por una versión instrumental y útil a determinados fines, de in­va­lidarla; más que de “relativizar” la verdad, mediante la falaz creen­cia de que toda verdad es siempre, en esencia, subjetiva, de volver inútil su búsqueda. El relativismo es la máscara soft de los viejos mecanismos de control y sofocamiento de la li­ber­tad de pensamiento y de ex­pre­sión. Y no se piense que sólo los regímenes autoritarios o las dic­taduras tienen interés en des­dibujar y confundir, mez­clán­dolos, los perfiles de los he­chos y las ficciones: en la sólida de­mocracia francesa, los parla­men­tarios llevan dos décadas le­gislando en materia de “me­mo­ria histórica”, y, más pre­vi­si­ble­mente, en la España de Ro­drí­guez Zapatero, la izquierda en el poder se ha sacado de la chis­tera una nueva materia de es­tudio, “Educación para la ciu­da­danía”, que en no pocos ca­sos sirve para imponer una lec­tu­­ra de la Historia y unos valo­res morales ensalzados únicamente por ser acordes con la ideología del partido en el Gobierno. Con­siderar que la Historia es tributaria de la actualidad o que se reduce a la memoria, forzosamente parcial, de los hechos o, peor aún, que sea un objeto jurídico y, como tal, pasible de san­cio­nes, es el primer paso en la transformación del ciudadano en sujeto de una tiranía. O, para decirlo con Hannah Arendt: “El sujeto ideal del régimen totalitario no es ni el nazi ferviente ni el comunista convencido, sino el hombre para el que la dis­tin­ción entre hecho y ficción (la realidad de la experiencia) y en­tre verdadero y falso (las reglas del pensamiento) ha dejado de existir”.>>

Las negritas son mías. La idea de que la verdad no existe, de que sólo existe mi verdad, tu verdad, o más exactamente, de que la verdad no es un valor ("verdad, ¿para qué?", podríamos decir, parafraseando a Lenin) es esencial a la izquierda, para la cual vale todo con tal de conseguir el poder o mantenerse en él (en su lenguaje populista, para que no vuelva la derecha "antigua"). Ejemplo de manual: Zapatero, Príncipe del Pleno Empleo.

sábado, 19 de septiembre de 2009

¡Tooooma verdad judicial!

La sentencia del juzgado de 1ª instancia de Madrid que desestima íntegramente la demanda del comisario Sánchez Manzano contra el director del periódico El Mundo, varios de sus colaboradores y Federico Jiménez Losantos, no se limita a proteger la libertad de expresión e información. Esto era lo esperable, si partimos de la base de que, salvo en las instancias judiciales superiores, descaradamente politizadas, todavía queda en España alguna independecia judicial, al menos en comparación con Cuba o Marruecos.

El carácter decisivo de la sentencia de la juez Lledó estriba en que, de manera pormenorizada, establece que ninguno de los artículos que son objeto de la demanda "faltan a la verdad al narrar los presupuestos fácticos sobre los que los demandados aportan sus opiniones y juicios de valor".

Ahora podemos decir, pues, que algunas de las irregularidades más escandalosas de la investigación policial forman ya parte de esa "verdad judicial" que los voceros a jornada completa o parcial de la tesis oficial, los que se han venido cebando con las mayores hipérboles descalificatorias contra los "conspiranoicos" (neologismo que ya se utilizó contra quienes investigaron los crímenes del GAL), tienen siempre en la boca, y que ahora a lo mejor harían bien en comerse con patatas.

La verdad no es verdad porque la diga un juez, un científico o el Papa de Roma. La verdad es la verdad, la diga la juez Ana Cristina Lledó, o su taxista. (Y a la inversa, la mentira es la mentira, la diga un borracho acodado en la barra del bar o el presidente del Tribunal Constitucional.) Por supuesto, la verdad a veces permanece sin descubrir, y en el 11-M, aunque sabemos algunas cosas, y existen multitud de indicios clamorosos, realmente conocemos poquísimo de lo que en verdad sucedió tanto aquel aciago jueves de marzo de 2004 como los días previos y posteriores.

Pero tenemos perfecto derecho a especular y conjeturar, y esto es algo que la sentencia también ampara:

"Igualmente, opinar que el 11 M se engendró muy probablemente en el seno o al menos en el regazo del Estado..." (Doc 64 [palabras de Pedro J. Ramírez]) es hipótesis protegida por la libertad de expresión, aunque a algunos les pueda parecer sorprendente y disparatada y a otros, por el contrario, factible dado el antecedente del llamado caso Gal."

Pues nada, celosos protectores del sacrosanto honor del Estado, continuad con vuestra cruzada contra los conspiranoicos, para salvar a la derecha de la nefasta influencia de Pedro Jota y Jiménez Losantos. La justicia también os ampara, al menos la justicia con minúscula, porque la otra hay 193 asesinados y cerca de dos mil heridos que siguen esperándola.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Al Zaidi (el periodista iraquí que lanzó sus zapatos a Bush) tiene miedo -asegura tras salir de la cárcel- de que los servicios secretos de Estados Unidos traten de asesinarle.

Si le hubiera lanzado un zapato a Sadam Hussein cuando gobernaba Iraq sería distinto, está claro. Clarísimo.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Ahí fuera parece que se van enterando del significado de la "extensión de derechos" de Zapatero... (Atención al párrafo final.)

domingo, 13 de septiembre de 2009

Estábamos avisados

Reducida a su más simple expresión, la tesis mantenida [en mi artículo de 1860] era que, a menos que se adoptaran las debidas precauciones, el incremento de la libertad en teoría sería seguido por un decrecimiento de la libertad en los hechos. Nada ha sucedido para hacerme alterar la creencia que expresé. La tendencia de la legislación desde entonces, ha sido de la clase que predije. Medidas dictatoriales, multiplicadas con rapidez, han tendido continuamente a estrechar las libertades de los individuos. Esto lo han hecho de dos maneras. Han sido promulgadas reglamentaciones, en números anualmente crecientes, restringiendo al ciudadano en esferas donde sus acciones eran anteriormente libres y obligándolo a acciones que previamente podía realizar o no, según su deseo. Al mismo tiempo, pesadas cargas públicas, principalmente locales, han restringido más su libertad disminuyendo la parte de su salario que podía gastar como quisiera y aumentando la parte que se le recauda para que dispongan de ella los funcionarios. Las causas de estos efectos predichos, entonces en operación, siguen rigiendo, y es verosímil que se acentúen.

(Herbert Spencer, prefacio de 1884 a El hombre contra el Estado.)

Humboldt, el primer minarquista

Acabo de leerme Los límites de la acción del Estado, de Wilhelm von Humboldt (ed. Tecnos). Teniendo en cuenta que la obra fue escrita en 1792 (aunque no se publicó completa hasta 1851), podemos considerar a Humboldt, hasta donde yo sé, como el primer teórico de un Estado mínimo, reducido estrictamente a las funciones defensiva y de seguridad.

Humboldt cree que el hombre sólo desarrolla su máximo potencial en libertad. De ahí que según él, cualquier intervención del Estado (es decir, cualquier coacción) que no se limite a defender a la sociedad de enemigos externos y disensiones internas, produce más daño que beneficio. Esto le lleva a rechazar explícitamente el Estado del Bienestar y el Estado empresario:

"Me refiero aquí, por tanto, a todos los intentos del Estado por elevar el bienestar positivo de la nación; a todos sus cuidados para la población del país y el sustento de sus habitantes, unas veces, directamente, con sus establecimientos de beneficiencia, y otras indirectamente, mediante el fomento de la agricultura, de la industria y del comercio; me refiero a todas las operaciones financieras y monetarias, a las prohibiciones de importación y exportación, etc."

Para Humboldt, la intervención del Estado no sólo implica siempre en mayor o menor grado una forma de coacción, sino que además promueve la uniformidad y el espíritu de dependencia, diluye el concepto de responsabilidad individual y "debilita la solidaridad y frena el impulso de ayuda mutua". Fenómenos que a su vez -cabe añadir- reclaman una mayor intromisión estatal en las vidas privadas para suplir los déficits morales, produciéndose un círculo vicioso infernal, en el que no parece haber límite al crecimiento asfixiante del Estado y las regulaciones administrativas.

De hecho, incluso sin tener en cuenta los efectos morales del intervencionismo, por su propia naturaleza éste no puede más que producir una expansión indefinida de la burocracia, pues toda intervención, al producir efectos imprevistos en la sociedad, obliga a sucesivas correcciones y ajustes normativos y presupuestarios, "nuevas formas restrictivas, de las que a su vez brotan, con toda naturalidad, nuevas hornadas de empleados [públicos]. Así se explica que, en la mayoría de los Estados, el número de funcionarios y el volumen de los archivos aumente sin cesar de decenio en decenio, a medida que disminuye la libertad de los súbditos."

Humboldt cree que todas las funciones que habitualmente realizaban los Estados en su tiempo (hoy, multiplicadas de un modo a veces espeluznante) pueden ser realizadas por asociaciones libres, con mucha mayor eficacia y escaso peligro para las libertades. La única función que en su opinión requiere "un poder último, no contestable" es la seguridad interior y la defensa frente a un enemigo externo, sin las cuales no existe libertad posible.

La seguridad sin embargo no justifica que el Estado trate de formar moralmente a los ciudadanos. Humboldt rechaza la educación pública, por considerar que es un medio de uniformización incompatible con la libertad. No rechaza que los "padres pobres" reciban ayudas para costear la educación de los hijos, pero cree que "entre hombres libres surge la emulación y los educadores son mejores donde su suerte depende del éxito de su labor que donde depende de la promoción que han de esperar del Estado."

En coherencia con esta posición, Humboldt excluye que el Estado mínimo favorezca a ninguna religión o controle de ningún modo el culto. Esta postura no debe confundirse con eso que ahora se acostumbra a llamar laicismo, y que consiste en que el Estado inculque a través principalmente de la enseñanza pública una serie de valores, falsamente "neutrales", lo que en la minarquía de Humboldt no sería admisible.

El Estado, precisando más el concepto de seguridad, sólo puede intervenir para evitar o castigar cualquier lesión de un derecho ajeno. Explícitamente, Humboldt niega que el Estado pueda actuar para defender a un individuo de los daños que se inflinja a sí mismo, ni aquellos que se produzcan con el consentimiento de la persona perjudicada. Sin embargo, y esto es muy interesante, sí cree que el Estado debe prohibir acciones que, aunque en sí mismas no sean lesivas de los derechos ajenos, entrañen un peligro grande y muy probable, aunque advierte que toda restricción de las libertades debe estar justificada por la importancia de esa peligrosidad.

Humboldt no da ejemplos de esto último. Pero se me ocurre uno muy concreto. Aunque no sabemos qué habría opinado Humboldt de las drogas, mi impresión es que de sus principios se deduce que habría estado a favor de la libertad de consumo, pero no tengo nada claro que hubiera defendido la libertad de tráfico, siendo como es una actividad de evidente peligrosidad social, por los efectos nocivos que provocan esas sustancias.

En cambio, sí sabemos que Humboldt se oponía a la eutanasia, porque si bien de los susodichos principios se deduce que debería quedar impune incluso "el homicidio realizado por voluntad de la propia víctima", debe a pesar de todo ser perseguido penalmente, por el "peligroso abuso a que esto podría dar pie."

Algunas otras cuestiones en las cuales la posición de Humboldt es significativa son las siguientes:

Defiende la libertad de ejercicio de cualquier profesión, sin que el Estado pueda imponer ningún tipo de examen ni titulación obligatorios.

Admite una mayor intervención normativa en propiedades "comunitarias" (no dice "del Estado"), como caminos, calles, etc.

Rechaza la tortura, por considerar que atenta contra los derechos del hombre, sea un simple sospechoso o incluso un delincuente. En cambio admite la pena de muerte, porque defiende que las penas deben equivaler, en la medida posible, al daño causado por el delincuente, para que sean verdaderamente disuasorias.

Cree también que el Estado debe velar por los "incapaces" y por que los padres cumplan sus obligaciones de tutela de los hijos, sin inmiscuirse en su educación, y actuando sólo en los casos manifiestos de incumplimiento. (Compárese con la absurda doctrina de Rothbard, según la cual no debería ser penado que los padres dejaran morir a los hijos de hambre.) Sólo en el caso de los niños y las personas disminuídas, es lícito que el Estado se preocupe por su bienestar, además de su seguridad. Humboldt no hace alusión al tema del aborto, aunque en mi opinión entraría necesariamente dentro de las competencias estatales velar por la vida de los no nacidos...

Los límites de la acción del Estado es una obra fascinante, que se anticipa genialmente a la crítica más rotunda del Estado del Bienestar, cuando éste era poco menos que la ensoñación de una minoría ilustrada, y no como ahora la religión de las masas.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Hoy nace un nuevo digital de opinión


Semanario Atlántico/Atlantic Weekly es el nuevo proyecto de Alberto Acereda, catedrático de literatura española afincado en Arizona y columnista de Libertad Digital.

Ocho años después del mayor ataque sufrido por los Estados Unidos en su territorio, la batalla ideológica sigue siendo tan crucial como siempre.

Frente a la retórica huera de la "Alianza de Civilizaciones" que promueve el iluminado presidente español, el nuevo digital se inscribe sin medias tintas en la Alianza por la Civilización, esto es, la defensa de los valores de libertad individual y gobierno limitado, que gracias a la victoria de Estados Unidos sobre el fascismo y el comunismo, continúan siendo la referencia moral de Occidente.

Decía Jean-François Revel en La obsesión antiamericana que "la ideología es una máquina de rechazar los hechos". Por ello no basta con aportar información neutral para combatir los juicios preconcebidos, sino que es preciso desmontarlos y exponer la forma en que operan. No debemos perder de vista la función principal del cultivo del odio a Estados Unidos: Responde al designio de todas las almas totalitarias (sedicentes "progresistas") contra el mercado libre y la esencia del legado judeocristiano, es decir, contra todo aquello que constituye un dique al poder incontrolado del Estado.

Estos son los términos del combate ideológico en el que se adentra decididamente Semanario Atlántico.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Dichosa edad y siglos dichosos aquellos...

Según el autor libertario Stephen Kinsella, quien esté de acuerdo en que la agresión inicial es injustificable, coherentemente sólo puede ser anarco-capitalista, independientemente de que este sistema social le parezca realizable o no.

Albert Esplugas, por cuyo blog he conocido el escrito de Kinsella, no está tan seguro de que uno se pueda adherir al anarco-capitalismo sin creer en su viabilidad práctica. Sugiere que Kinsella sí cree en su posibilidad, pues según este autor, bastaría que todo –o casi todo– el mundo fuera anarco-capitalista, para que se acabara implantando.

En realidad, sostener que para que un sistema triunfe, basta que una amplia mayoría lo apoye, es poco más que una trivial tautología, algo así como decir que para ser rico no hay más que tener mucho dinero. Leyendo el texto de Kinsella, podemos comprobar que efectivamente no cree que el anarco-capitalismo sea viable (o sea, que la mayoría de la gente lo acabe apoyando), pero se considera ancap porque para él, el más mínimo impuesto es una coacción (una agresión) contra personas inocentes. Sencillamente, reconoce que el Estado existirá siempre, al igual que existirán siempre criminales y mafias, pero eso no le lleva a justificar ni una cosa ni la otra.

El problema es que afirmar que uno está contra la agresión inicial, me parece también una trivialidad. Nadie, excepto los criminales de que habla Kinsella (pero la posición de estos es ateórica) defiende que esté bien agredir a alguien si no es en defensa propia. Sin embargo, existen dos razones distintas por las que la mayoría de la gente no se considera anarco-capitalista.

La primera es una razón equivocada, y en esto coincido con Kinsella. Hay quienes creen que unos impuestos razonables no se pueden considerar una agresión; sin embargo, en esto se equivocan. Los impuestos por definición son coactivos, el Estado no te pregunta si quieres pagarlos o no, y si no lo haces, te puede embargar o incluso encarcelar. Por tanto, incluso un Estado mínimo implica un mínimo de coacción. El Estado es coacción.

La segunda razón me parece en cambio decisiva. Los ancaps parten, al menos implícitamente, de una situación original ideal, en la cual todavía no existe Estado, y les parece injustificable que un determinado grupo, so pretexto de garantizar la seguridad y otros servicios, se arrogue ninguna legitimidad para extorsionar fiscalmente a los demás e imponerles su autoridad. Pero ese estado adánico ni existe, ni posiblemente haya existido nunca, de forma pura. Es una mera abstracción. Lo que tenemos es un mundo donde hay criminales, y hay Estados que son mucho más agresivos hacia sus propios ciudadanos, y hacia el exterior, que otros. En este mundo, un Estado lo más limitado posible, con funciones defensivas y policiales, es claramente el mal menor. Cierto que eso implica un mínimo de coacción, la necesaria para recaudar los impuestos que financian a la policía y al ejército, y la derivada de posibles extralimitaciones de estas fuerzas, pero en las sociedades más civilizadas generamente se trata de una violencia mucho más controlada y reducida que cualquier otra imaginable.

Kinsella respondería que esto es precisamente caer en el erróneo debate sobre si el anarco-capitalismo es factible o no. Sin embargo, no creo que su definición meramente moralista tenga mucho éxito. Pienso después de todo, como intuye Esplugas, que para llamarse anarco-capitalista, es condición indispensable creer que el anarco-capitalismo es factible, aunque no necesariamente probable. En la práctica, algo que diferencia típicamente a un ancap de un liberal de tendencia más o menos minarquista es que el primero suele adoptar posiciones pacifistas en política internacional. Es decir, invoca subliminalmente el esquema descrito de un estado primigenio, en el cual no era necesario el ejército, porque no había otros ejércitos. Lo que no nos explican los pacifistas, ni los anarco-capitalistas, es cómo volver (suponiendo que hayan existido) a esas míticas edades doradas que subyacen a sus planteamientos.

Hugo Chávez NO es bienvenido en España

Con motivo de la visita del dictador venezolano, Archipiélago Duda cambia temporalmente de nombre.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

EsRadio sigue en Tarragona en el 98.70 de la FM. Las dificultades de esta mañana se han solucionado bastante pronto, hacia las nueve y media, creo. Esperemos que mañana a las siete podamos sintonizarla.

ACTUALIZACIÓN 23:00 horas: Gracias al sabio consejo de Daniel (¡muchas gracias!), al final he conseguido sintonizar la emisora por internet con mi radio wi-fi. Así que aunque las ondas vuelvan a fallar, mañana podré escuchar a Jiménez Losantos mientras me afeito.

Ya NO se escucha esRadio en el 98.7 de Tarragona

ACTUALIZACION La señal ha vuelto. ----------------------------------------------------------------------------------------------------- Poco dura la alegría en la casa del pobre. Bueno, supongo que el equipo de esRadio estará en ello... Y por cierto, con la radio wi-fi Revo Pico Station que tengo, tampoco detecto la emisora por internet. Las instrucciones que proporcionan en su web no sirven para este modelo, no puedo introducir la URL directamente ni aparece esRadio en el portal de internet radio con el que se puede conectar este dispositivo. Ya les he enviado un correo, espero que no tarden mucho en encontrar la solución, sea vía ondas o internet. (La TDT no me sirve, no puedo ponerme a escuchar la tele a esas horas.)

domingo, 6 de septiembre de 2009

¿Para qué sirve la Historia?

Simon Jenkins, columnista de The Guardian, exclama "basta de paralelismos" en un artículo, titulado precisamente así, que ha publicado hoy El Mundo. Se refiere a las comparaciones entre las guerras de Afganistán e Irak y la guerra contra el nazismo, que considera como una "ofensa" a la memoria de los millones de muertos en la segunda guerra mundial.

He echado de menos que Jenkins mencionara también el insidioso paralelismo que algunos pretenden ver entre el Holocausto y un supuesto "genocidio" palestino cometido por Israel. Llamar nazis a los israelíes, eso sí que es una ofensa a los millones de judíos muertos a manos del nazismo y a los supervivientes, pero se puede leer en la prensa occidental con tanta o más frecuencia que las llamadas a no repetir los errores de 1938. Sin ir más lejos, en The Guardian y en El Mundo.

Y a fin de cuentas ¿no nos puede enseñar nada el destino de la República de Weimar, entre 1918 y 1933, y la política europea de los siguientes seis años? ¿Para qué sirve la Historia, entonces? Sospecho que Jenkins es de los que sólo aprueba su uso cuando sirve para justificar sus opiniones favoritas.

sábado, 5 de septiembre de 2009

La ONU debe ser demolida

Coincido plenamente con Barcepundit. Y el próximo presidente de la Asamblea General de la ONU, será un diplomático libio. La flor y nata de las dictaduras seguirá dando lecciones de ética a las depravadas democracias capitalistas, las cuales continuarán abonando sus cuotas religiosamente.

Meditación sobre Dios y política (y II)

Nuestra definición de Dios, por otra parte, presenta un paralelismo evidente con el Dios judeocristiano. Si formulamos en un lenguaje antropomórfico las ideas de la verdad y el bien objetivos, nos encontramos frente al Dios omnisciente y de bondad infinita de los creyentes. Incluso el Dios creador es una forma de expresar la capacidad de una inteligencia que por su dominio de las leyes de la naturaleza, podría haber sido su autor.

A pesar de sus críticas al Dios antropomórfico y finalista de la religión, Spinoza no renunció a llamar así a su Substancia infinita, que básicamente se corresponde con la definición aquí expuesta, si omitimos la falacia del argumento ontológico sobre la cual construye el filósofo hispanojudío su sistema.

No veo por qué tiene que ser descabellada la idea de una Inteligencia infinita, en el sentido de que su conocimiento fuera total, sin límites externos. Sin embargo, para la definición aquí expuesta de Dios, no es esencial que esa Inteligencia exista de hecho, sino sólo que sea factible, es decir, que el universo sea inteligible. Pero las formulaciones y ritualizaciones del monoteísmo judeocristiano, aunque arrastran una carga de elementos superfluos, contribuyen a transmitir la idea esencial de Dios a través de las generaciones, y por tanto a poner en aprietos a quienes por hacer valer sus arbitrariedades, desprecian toda concepción de objetividad. Por lo demás, en el ritual religioso, late una vieja experiencia en la canalización civilizada de las emociones humanas, que ciertas parodias laicas sólo reproducen con gran torpeza e ineficacia.


3. Las consecuencias del ateísmo

Por lo anteriormente expuesto, alguien podría preguntarse si existe el ateísmo en sentido estricto, es decir, si más allá de cuestionar la idea de un Dios antropomórfico (que nos ama, se preocupa por nosotros, etc) y no digamos ya la cohorte de santos y vírgenes del catolicismo, existe quien niegue la inteligibilidad del universo, y por tanto que haya verdades objetivas, trascendentes, acerca de todos los asuntos humanos.

Creo que el ateísmo consciente, como el que defendió Nietzsche (que efectivamente cuestionó la idea misma de verdad), es efectivamente raro. Sin embargo, en una forma muy irreflexiva, sí que se encuentra muy extendido. Muchos que desde principios supuestamente liberales proclaman el relativismo moral y la “neutralidad” del Estado en cuestiones morales, incurren en la confusión entre el plano epistemológico y el ontológico, es decir, actúan no como si fuera difícil conocer la verdad (que lo es), sino como si la verdad no existiera. Según ellos, los principios morales no son verdades objetivas a las cuales debemos intentar aproximarnos en lo posible, sino meras convenciones o reglas de juego que los seres humanos han inventado para convivir.

Hay en esta actitud una soberbia enorme. Consiste en decir: No es que nuestro entendimiento sea demasiado débil para conocer la verdad, es que la verdad no existe.

Debo aclarar que aquí uso el término moral en un sentido especial. En rigor, ningún conocimiento es prescriptivo, puede marcar los fines humanos. Sin embargo, sí puede indicarnos qué fines inmediatos nos permiten alcanzar los mediatos, es decir, nos proporciona los medios para alcanzar cualquier fin. Ahora bien, desde la perspectiva de la inteligencia infinita, existiría un único fin último, que es ella misma. Quiero decir, si pudiéramos acceder al conocimiento absoluto, no correríamos el riesgo de extraviarnos en multitud de fines inmediatos que nos desviarían del fin esencial que late en toda voluntad consciente. Interpretando muy libremente lo que decía Sartre, de que es lo mismo emborracharse a solas que conducir pueblos, podemos decir que en el fondo de su ser, todo ser humano aspira a lo mismo, aunque en su búsqueda se interne con frecuencia en callejones sin salida.

Sobre la naturaleza de ese fin último al que aspira, de manera más o menos oscura, todo ser consciente, hablaré en otra ocasión.

Ahora bien, si existe una verdad objetiva total pero no podemos conocerla de manera absoluta, ¿cómo podemos evitar en la práctica la actitud relativista, de que todo o casi todo es defendible, que nos conduce al reino de la arbitrariedad política y el despotismo? Si los derechos humanos, por ejemplo, dejan de tener un origen trascendente, como en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, y se reducen a lo que decida una asamblea, perdemos toda garantía de que otra asamblea o la misma no los vacíe de significado promulgando leyes que entren en conflicto con ellos, y de hecho es lo que está sucediendo.

El liberalismo clásico siempre ha entendido la libertad en un sentido nada abstracto, que es el de estar libre de la arbitrariedad de un tercero, sea un delincuente o la autoridad. Nada en el liberalismo se opone a que las leyes (lo contrario de la arbitrariedad) se basen en principios morales trascendentes, es decir, en Dios tal como lo hemos definido aquí. La cuestión de cuáles son esos principios, es ajena al pensamiento liberal, pero no que existan y sean necesarios para que una sociedad libre sea viable.

Ahora bien, ¿quién debe determinar cuáles son esos principios? La respuesta de que cada individuo es libre para ello es eludir el problema, porque ignora la posibilidad real de que la disparidad de principios origine conflictos. Al final, surge la necesidad de un árbitro que naturalmente, arbitra, es decir, decide arbitrariamente qué principio prevalece, o bien se basa en algún principio más general que, a su vez alguien ha determinado antes, lo que nos devuelve al interrogante de partida.

En realidad, la pregunta está mal planteada, porque presupone que alguien tiene la potestad de determinar los principios morales. De hecho, toda sociedad se encuentra ya con unos códigos morales y políticos, que han evolucionado espontáneamente, de manera no consciente ni planificada. Por supuesto, tales códigos son por naturaleza imperfectos, pero podemos juzgarlos por sus resultados. Aquella civilización que ha alcanzado amplios grados de libertad y prosperidad haría bien en tratar con suma cuatela su legado normativo, en la medida que le ha permitido alcanzar esa situación envidiable.

Uno de los grandes peligros que amenazan a nuestra civilización es precisamente la actividad legislativa incesante. Se pretende justificar a menudo por la necesidad de adaptación a un mundo cambiante, pero si la esfera de la intervención del Estado no fuera mucho más amplia de lo conveniente para salvaguardar la libertad y la prosperidad, no serían necesarios esos continuos ajustes jurídicos (con sus implicaciones morales) que la impertinente hiperactividad política hacen inevitables.

El trabajo principal de las asambleas políticas debería ser controlar a los gobiernos, es decir, asegurarse de que cumplen la ley, y no tanto recrear ésta continuamente, hasta el punto de que gobernar ya no es en gran medida aplicar las leyes, sino crearlas –lo cual supone la máxima perversión posible de una sociedad política. Pues ¿cómo podemos distinguir la arbitrariedad (es decir, la dictadura) de la legalidad, si la ley es un ente dúctil y caprichoso en manos de los gobernantes?

Sólo si presuponemos la existencia de una normatividad trascendente, aunque imperfectamente conocida, podemos evitar dejarnos enredar por los cantos de sirena del Estado providencia. Sólo si el Estado está sometido a una Ley superior, ajena a las veleidades humanas, y no la ley supeditada al Estado, existe garantía para la libertad individual.

Meditación sobre Dios y política (I)

Uno de los logros que definen a la civilización occidental es la separación entre Iglesia y Estado. Esto significa que los clérigos no tienen poder político, o lo que es lo mismo, no tienen a su disposición la fuerza coactiva del Estado para imponer sus creencias. Y recíprocamente, el Estado no puede interferir en la doctrina ni en el gobierno interno de la Iglesia.

Con todo, persiste en Occidente una opinión muy difundida, según la cual toda manifestación pública religiosa, aunque sea de la religión mayoritaria en Europa o América, es en sí misma una imposición, una amenaza a la separación Iglesia-Estado. Y la misma prevención se da con cualquier pretensión de que la moral cristiana (o una moral coincidente, en cuestiones determinadas, con la cristiana) pueda inspirar las constituciones y las leyes.

En definitiva, se invoca un supuesto riesgo de involución para justificar la erradicación del cristianismo de la escena pública, mientras que, paradójicamente, frente al Islam, que no separa entre el poder civil y el religioso, no se observa una beligerancia similar. Ello lleva a sospechar que tras las ásperas críticas contra la Iglesia y el Vaticano no late tanto una voluntad emancipadora del individuo (que en Occidente hace tiempo se ha liberado de cualquier servidumbre hacia ninguna clase sacerdotal), como un instinto más o menos ciego de destruir, debilitar o absorber cualquier institución independiente del Estado.

En perfecta coordinación con esta estrategia, de la que no todos sus agentes son necesariamente conscientes, tenemos una clase de intelectual que, aun cuando admite que la existencia de Dios no sólo no ha sido demostrada, sino tampoco refutada, está empeñado en ridiculizar la idea de una divinidad trascendente, considerándola como el vestigio de épocas precientíficas, que tarde o temprano el progreso debería ir diluyendo.

Me propongo argumentar, primero, que se precipitan quienes quieren jubilar a Dios, y segundo, que desde un punto de vista político, necesitamos la idea de Dios más que nunca, si no queremos que el Estado acabe suplantando su papel, de manera en el fondo no muy distinta a lo que sucede en los países islámicos (cuyo estatismo, contra lo que se piensa, no representa una involución, sino que es inquietantemente moderno), pero aquí en nombre de la democracia y el progreso.


1. La inteligibilidad del cosmos

Nuestro conocimiento del universo es muy imperfecto, al no tener otra fuente que la observación. Aunque hemos llegado a formular leyes de carácter general que permiten conectar multitud de fenómenos, desde la caída de una manzana hasta la órbita del planeta Mercurio (que sólo gracias a Einstein se pudo explicar satisfactoriamente), sabemos que se trata sólo de aproximaciones a la realidad, que en el futuro serán superadas por otras más fidedignas (más abarcadoras de los nuevos fenómenos que se suman a nuestra experiencia). Con todo, pese a que no tenemos, ni podemos imaginar, un conocimiento “directo”, por así decirlo, de las leyes que rigen el universo, pocos han negado que estas leyes tengan una realidad objetiva, independiente del observador. En la mecánica cuántica sabemos que el observador interfiere en el objeto, y que por tanto hay un límite teórico a lo que podemos conocer, pero nadie o casi nadie postula que si el hombre no existiera, no habría quarks ni espacio-tiempo, ni por tanto las leyes que los constituyen. Cuando Wittgenstein afirma que la ley natural es la superstición, está diciendo que el conocimiento de la naturaleza se reduce en última instancia a asociar empíricamente los fenómenos (como ya dejó sentado Hume), y que jamás tendremos una certeza apodíctica de conocer ninguna ley natural. Pero que esas leyes, aunque estén para siempre más allá de nuestra forma de conocer, existen, me parece difícil negarlo sin caer en el solipsismo más radical.

Pese a nuestras limitaciones, el hecho de que el universo presente un orden inflexible, en el cual todo parece estar conectado, y nada suceda sin una razón, nos lleva a pensar que, aunque acaso se encuentra fuera del alcance de la mente humana, existe una teoría que daría cuenta de todo fenómeno habido y por haber. Diremos que el universo es inteligible si puede existir (si es factible según sus propias leyes), por principio, una inteligencia natural o artificial que sea capaz de comprender esa teoría omniexplicativa, y calcular usando un tiempo y una energía finitos cualquiera de sus implicaciones técnicas. Entiendo a su vez por técnica toda aplicación de una teoría tendente a determinar los medios adecuados a un fin dado, sea en ingeniería, medicina, economía o cualquier otro campo.

La respuesta a si el universo es inteligible o no, se halla por supuesto en la propia teoría omniexplicativa. Sólo si conociéramos absolutamente las leyes que explican todo cuanto acaece en el cosmos, podríamos determinar si esas mismas leyes permiten la existencia de un ser capaz de comprenderlas y resolver todos los problemas derivados, es decir, dar respuesta a cualquier pregunta con sentido imaginable.

No sabemos, pues, si el universo es inteligible o ininteligible, y tal vez no lo sabremos nunca. Ahora bien, sí podemos tratar de deducir las implicaciones de que sea lo uno o lo otro.

Supongamos que el universo sea ininteligible, que no pueda existir por principio una inteligencia, humana o del tipo que sea, capaz de aprehender la lógica oculta tras todos los fenómenos, y por tanto, de resolver todos los problemas. Esto equivaldría a afirmar que no sólo el ser humano es incapaz de responder a ciertas preguntas, sino que objetivamente puede que no existan siquiera las respuestas. En rigor, no habría diferencia entre inventar y descubrir. Toda invención sería resultado del continuo fluir de nuevos fenómenos, que objetivamente no podían haber sido previstos ni siquiera por una hipotética mente superior.

Esto tendría consecuencias también en la política, la economía, y lo que podríamos llamar la moral. Sería absurdo hablar de unas verdades objetivas acerca de qué sistema de organización social o qué principios morales son más adecuados para conseguir determinados fines. La verdad absoluta no existiría, habría sólo verdades relativas y limitadas. Y por tanto, habría una incertidumbre esencial, de raíz, acerca de lo que es correcto y lo que no, de lo que está bien y está mal.

En cambio, si el universo es inteligible, aun cuando esa inteligibilidad no esté a nuestro alcance, conceptos como el bien y la verdad, por mucho que estén sujetos a un debate interminable, sabemos que poseen una realidad objetiva, independiente de convenciones o intereses humanos, a la que, ya sea imperfectamente, tenemos la obligación moral e intelectual de intentar aproximarnos.


2. Qué entendemos por Dios

Podemos definir a Dios como el conjunto de conocimientos que nos permitirían demostrar la inteligibilidad del universo, o lo que es lo mismo, que constituyen esa inteligibilidad. Si se quiere, podríamos decir, con un eco de Spinoza, que Dios es el universo inteligible.

Con ello no se trata de revestir con lenguaje actual el viejo panteísmo. Más bien pienso en la proposición “Dios está en todo”, en el sentido que hasta el más vulgar fenómeno del universo está conectado a todos los demás, tiene sólo su pleno sentido dentro de la explicación general del cosmos.

A lo que más se parece esta definición de Dios es sin lugar a dudas al mundo de las ideas platónicas. El pensador griego, en su obra, que es uno de los monumentos imperecederos del espíritu humano, no se cansó de luchar contra la sofística de su tiempo por defender la existencia de una verdad objetiva, de una idea del bien e incluso de la belleza independientes de la mente humana, es decir, que debemos descubrir, no meramente inventarnos. El problema del platonismo, por lo demás, es sobradamente conocido. Creyó que gracias al razonamiento puro, podíamos acceder a la inteligibilidad del mundo, lo cual es un completo error, que en sí mismo contiene el germen del totalitarismo. La República de Platón es el primer sistema totalitario diseñado por un intelectual. Lógicamente, quien crea estar en posesión de algún tipo de verdad absoluta, difícilmente resistirá la tentación de tratar de imponerla por cualquier medio.

Sin embargo, las consecuencias de negar que exista una verdad absoluta y objetiva (y no sólo que se encuentre más allá del entendimiento humano) conducen a resultados idénticos, como enseguida voy a desarrollar.

jueves, 3 de septiembre de 2009

La igualdad lingüística según el socialismo

Especialmente torpe (pero revelador) este artículo de un funcionario cultural socialista sobre el catalán, en la línea del gobierno de presionar al TC. El autor, Jordi Font, fiel al ritual, empieza negando que el castellano esté en peligro en Cataluña. Seguramente no lo está, pero es que el problema no es la salud del castellano, sino la libertad de la gente para usarlo. Font, en el colmo de la ceguera (por ser benévolo), llega a decir que el modelo lingüístico catalán ha sido hasta ahora el de la "igualdad jurídica" entre ambas lenguas. ¡Pues vaya igualdad, en la que una de las dos no puede ser empleada en la escuela, salvo las dos horas semanales en las cuales se imparte como asignatura, ni en la mayoría de comunicaciones de la administración autonómica con los ciudadanos (incluyendo la sanidad), ni en los rótulos públicos ni privados!

A fin de cuentas, no debe sorprendernos, ya se sabe que para los socialistas, todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Mi más sentido pésame a los japoneses

El ganador de las elecciones japonesas, Yukio Hatoyama, afirma que el problema del “fundamentalismo del mercado” es que pone la libertad como valor supremo y eso lleva a considerar a las personas como medios y no como fines. Menudo absurdo. Precisamente, si se antepone la libertad individual a otras consideraciones, es porque se cree que las personas no deben ser instrumentalizadas, que no deben ser los políticos y los burócratas quienes tomen por ellas las decisiones, aunque sea “por su propio bien”. ¡Quien considera a los seres humanos como medios, y no como fines, es indiscutiblemente el fundamentalismo socialista!

Dice también Hatoyama que hasta ahora, el gobierno japonés había optado por plegarse a los dictados del mercado, y que ahora ha llegado el momento de recuperar el valor de la “fraternidad”, para mantener los lazos comunitarios tradicionales que el frío cálculo económico amenazaba con arramblar.

En realidad, Japón ha estado lejos de ser un modelo de liberalismo económico. El gobierno ha intervenido en la industria, la banca y los mercados en general, y el resultado ha sido una larguísima recesión. Por desgracia, parece que el “cambio” del nuevo gobierno de centroizquierda consistirá en repetir el mismo error, acentuándolo, lo cual destruirá los “lazos tradicionales”, y lo que se le ponga por delante, mucho más rápidamente que supuestamente lo hiciera la globalización, pues tenderá a sustituirlos, según se lee entre líneas, por una mayor dependencia del Estado.

Mi más sentido pésame a los japoneses por el nuevo gobierno que han elegido.

La técnica de la equidistancia exquisita

Hace más de dos años (todavía no escribía este blog) vi una tertulia en televisión en la cual participaba Gustavo de Arístegui (el único cuyo nombre recuerdo) y diversos periodistas. El tema debatido era el terrorismo islámico, y un periodista de El País contrapuso las violaciones sistemáticas y cotidianas de los derechos humanos en los países musulmanes, a las que acababa de referirse sobriamente Arístegui, a los "campos de concentración" de Estados Unidos, donde (esto lo añado yo) se hallan recluidos algunos centenares de prisioneros, y no precisamente por repartir octavillas. Pero al periodista le bastó la alusión a Guantánamo para concluir triunfalmente que "en todas partes cuecen habas", igualando así el Occidente democrático a las dictaduras más impresentables.

La técnica de la equidistancia es la que emplea la izquierda en contextos en los que la mentira demasiado grosera no es oportuna, normalmente porque se encuentra en frente a un interlocutor cualificado. Es un recurso que te permite fingir una imparcialidad y moderación desarmantes, y si además se echa mano del refranero, que es para mucha gente su único trasfondo teórico, se apunta uno un tanto. Por supuesto, la moderación dura justo el tiempo necesario para parar el golpe dialéctico del adversario, porque el objetivo es volver a la inversión pura y dura de la realidad: "El verdadero terrorismo es el capitalismo" y la basura habitual.

Otro ejemplo, de ayer mismo. Un comentarista anónimo me replica que la técnica de la inversión la practica también "la derecha", y pone como ejemplo que se quiera culpar de la crisis a las regulaciones, no a la falta de ellas ("toma del frasco", sazona el anónimo). Por supuesto, eso no es un ejemplo de inversión de la realidad, sino de la pura verdad: ¿O es que los bancos centrales y la emisión de moneda no son monopolios fuertemente regulados? Pero lo interesante aquí es como se trata de confundir una vez más con el socorrido "en todas partes cuecen habas".

Pues no, en todas partes no cuecen habas, y el tópico cartesiano de la prudente equidistancia entre la verdad y el error, si para algo sirve, es sólo para evitarnos la fatiga de intentar averiguar dónde se halla la primera.

martes, 1 de septiembre de 2009

La técnica de la inversión

La técnica de la inversión es la técnica propagandística básica de la izquierda. Consiste en esencia en atribuir a determinadas ideas o instituciones efectos exactamente contrarios a los verdaderos, con el fin de desacreditarlas. Aunque los ejemplos cotidianos son innumerables, destaca especialmente, por ser el marco dentro del cual se sitúan muchos de ellos, la inversión del concepto de mercado libre o capitalismo.

La economía de mercado es la causante del mayor incremento de riqueza de la historia. En los últimos dos siglos, y especialmente en el último medio siglo, ha sacado de la miseria a millones de seres humanos, tanto en Occidente, donde se inició la revolución industrial, como en los países subdesarrollados. En cambio, para la izquierda las cosas son exactamente al revés, pues culpan al capitalismo de la miseria en el mundo, y de hecho han popularizado tanto esta idea que ha entrado hace tiempo a formar parte de la (seudo)sabiduría convencional.

Otro ejemplo, especialmente revelador de lo insidioso de esta técnica, lo proporciona la doctrina católica sobre el sida. Existen estudios que demuestran que la mejor política para contener esta epidemia en África es promover la disminución de la promiscuidad y favorecer la monogamia, precisamente lo que defiende la Iglesia. El condón, por sí solo, en una población que mayoritariamente no sabe leer el folleto de instrucciones, y en el mejor de los casos es instruída con una única demostración, no sólo es menos eficaz, sino que tiene fácilmente un efecto favorable a la promiscuidad. Pues bien, como es sabido, para la izquierda el Vaticano por su oposición al preservativo es responsable de la propagación del sida en el continente africano, con lo cual la Iglesia pasa de ser una institución (creencias religiosas aparte) objetivamente útil contra la enfermedad, a ser prácticamente la culpable de un genocidio.

Desde un punto de vista meramente instrumental, la técnica de la inversión es de una eficacia insuperable. Permite a la izquierda revestirse de indignación moral, lo cual genera empatía y al mismo tiempo desactiva o intimida a las reacciones en contra. Los dictadores y totalitarios siempre han tenido claro que la mentira, cuanto más grande, mejor, porque psicológicamente estamos menos preparados contra ella, de la misma manera que andando tranquilamente por la calle, uno espera menos recibir un fuerte golpe que un simple empujón. “Polonia ataca a Alemania”, tituló la prensa alemana hace 70 años, cuando Hitler invadió Polonia, iniciando la segunda guerra mundial. Desde entonces, sus aprendices no han desaprovechado el tiempo.