La técnica de la inversión es la técnica propagandística básica de la izquierda. Consiste en esencia en atribuir a determinadas ideas o instituciones efectos exactamente contrarios a los verdaderos, con el fin de desacreditarlas. Aunque los ejemplos cotidianos son innumerables, destaca especialmente, por ser el marco dentro del cual se sitúan muchos de ellos, la inversión del concepto de mercado libre o capitalismo.
La economía de mercado es la causante del mayor incremento de riqueza de la historia. En los últimos dos siglos, y especialmente en el último medio siglo, ha sacado de la miseria a millones de seres humanos, tanto en Occidente, donde se inició la revolución industrial, como en los países subdesarrollados. En cambio, para la izquierda las cosas son exactamente al revés, pues culpan al capitalismo de la miseria en el mundo, y de hecho han popularizado tanto esta idea que ha entrado hace tiempo a formar parte de la (seudo)sabiduría convencional.
Otro ejemplo, especialmente revelador de lo insidioso de esta técnica, lo proporciona la doctrina católica sobre el sida. Existen estudios que demuestran que la mejor política para contener esta epidemia en África es promover la disminución de la promiscuidad y favorecer la monogamia, precisamente lo que defiende la Iglesia. El condón, por sí solo, en una población que mayoritariamente no sabe leer el folleto de instrucciones, y en el mejor de los casos es instruída con una única demostración, no sólo es menos eficaz, sino que tiene fácilmente un efecto favorable a la promiscuidad. Pues bien, como es sabido, para la izquierda el Vaticano por su oposición al preservativo es responsable de la propagación del sida en el continente africano, con lo cual la Iglesia pasa de ser una institución (creencias religiosas aparte) objetivamente útil contra la enfermedad, a ser prácticamente la culpable de un genocidio.
Desde un punto de vista meramente instrumental, la técnica de la inversión es de una eficacia insuperable. Permite a la izquierda revestirse de indignación moral, lo cual genera empatía y al mismo tiempo desactiva o intimida a las reacciones en contra. Los dictadores y totalitarios siempre han tenido claro que la mentira, cuanto más grande, mejor, porque psicológicamente estamos menos preparados contra ella, de la misma manera que andando tranquilamente por la calle, uno espera menos recibir un fuerte golpe que un simple empujón. “Polonia ataca a Alemania”, tituló la prensa alemana hace 70 años, cuando Hitler invadió Polonia, iniciando la segunda guerra mundial. Desde entonces, sus aprendices no han desaprovechado el tiempo.