sábado, 29 de noviembre de 2008

Ateos Sin Fronteras

Una campaña privada, patrocinada entre otros por el científico y escritor Richard Dawkins, adorna los autobuses de Londres con el siguiente mensaje: "There's probably no God. Now stop worrying and enjoy your life." ("Probablemente, Dios no existe. Así que no te preocupes y disfruta de la vida.")

Se dan aquí, en muy pocas palabras, dos errores típicos. El primero consiste en asignar una probabilidad a la existencia de Dios. En ningún sentido riguroso nadie ha podido demostrar que eso sea posible. Anteponer el adverbio "probablemente" a cualquiera de nuestras opiniones no les presta mayor empaque científico. Siguen siendo eso, meras opiniones. Esto me recuerda más bien a aquel eslogan que aseguraba: "probablemente, la mejor cerveza del mundo". Como hallazgo de marketing no estaba mal, pero no dejaba de ser por ello una afirmación perfectamente discutible.

El segundo error, enunciado implícitamente, hace referencia al estereotipo de las personas religiosas como masoquistas patológicos que se pierden lo mejor de la vida autoinfligiéndose sufrimientos inútiles. Aunque personas así existan, no es nada evidente que el perfil del creyente normal se corresponda con ellas. Desde los tiempos homéricos, al menos, las prácticas religiosas han constituido uno de los más apreciados pretextos para fastuosas celebraciones gastronómicas, pensemos si no en las fiestas navideñas que tenemos a la vuelta de la esquina. En cuanto al sexo, San Pablo recomendaba la abstinencia, pero añadía que era mejor casarse que "abrasarse" (Corintios I, 7, 9). Todo indica que la mayoría de cristianos han optado por la opción menos drástica, de lo contrario se hubieran extinguido hace tiempo.

En todo caso, quizás sería aconsejable que los ateos se aplicaran el cuento a ellos mismos: "Probablemente hay gente que cree en Dios y todo tipo de supersticiones absurdas. Pero eso ¿qué más te da? Disfruta de la vida." No puedo evitar la sensación de que todos estos empresarios de la "liberación", en plan Madonna (la cantante), que se preocupan tanto por emanciparnos de la represión clerical, sufren algún tipo de trauma por culpa de la educación religiosa y se consuelan pensando que a los demás nos sucede lo mismo. Desde luego, el negocio que hacen con ello consuela a cualquiera.

Un artículo de El País que se hacía eco de la campaña atea de los autobuses, abundaba en similares tópicos banales. Así, citando a un escritor, proponía "creer" en la ciencia como alternativa a la religión, lo cual es hacerle un flaco favor a la primera. La ciencia se diferencia de la religión precisamente en que, más que un cuerpo de verdades establecidas, es un método para cuestionarlas. Y contraponer a los creyentes con la gente "que valora la razón y la ciencia" cae ya de pleno en la burda manipulación, como si no existieran científicos creyentes, o ateos profundamente irracionalistas y reaccionarios. Tampoco resulta serio que se presente como única alternativa a la teoría de la evolución el literalismo bíblico. Hay quien cuestiona a Darwin sin necesidad de defender una interpretación al pie de la letra del Génesis. Y por supuesto, también hay (yo mismo, sin ir más lejos) quien no ve ninguna incompatiblidad esencial entre el evolucionismo y el teísmo. De hecho, sigo teniendo en mucha estima El gen egoísta, de Dawkins, que muchos -a derecha e izquierda- se empeñaron en malinterpretar groseramente.

En esta línea confusionista destaca también el artículo de Antonio Golmar en Libertad Digital. En una hábil inversión de los hechos, nos presenta el caso del colegio de Valladolid, que se ve obligado a retirar los crucifijos de las aulas por una sentencia judicial, como todo lo contrario, como una ilustración de la intolerancia de los fanáticos que imponen esos símbolos religiosos y no estarían a favor de la libertad de elección de cada colegio. ¡Por lo visto, el juez que se la acaba de cargar sí que está a favor de ella! Se trata del mismo tipo de argumento por el cual aquellos nacionalistas que aspiran a separarse de España, consideran que la guardia civil y la policía nacional son "fuerzas de ocupación". Obviamente, que algo afecte a mi delicada sensibilidad no lo convierte necesariamente en una imposición de nadie.

Más enjundia tiene su mención de Leo Strauss. Admito que comparto con Golmar su escasa simpatía hacia este autor. Personalmente, sus elucubraciones me recuerdan demasiado a esa crítica elitista de la cultura de masas practicada por algunos teóricos marxistas de la Escuela de Frankfurt, cuyo influjo hace tiempo que superé, felizmente. Ignoro qué hay de cierto en la leyenda según la cual Leo Strauss profesaba un ateísmo nietzscheano esotérico, que sólo manifestaba dentro de un reducido círculo de discípulos elegidos. En todo caso, la vieja doctrina según la cual el pueblo debe ser mantenido en la superstición para que no deje de respetar las normas morales, parte de un error esencial, que es confundir el ámbito de la conducta individual con el político. La mayoría de la gente no necesita una fundamentación intelectual para obrar moralmente. En realidad, es exactamente lo contrario: La moral se encuentra tan profundamente enraizada en nuestra naturaleza, que necesitamos "ideas", es decir, pretextos (de más o menos consistencia intelectual) para quebrantar lo que nuestro sentido moral nos dicta.

Ahora bien, en el ámbito de la política, las cosas son muy distintas. Las masas han apoyado ideologías atrozmente inhumanas a pesar de que la mayoría de los individuos que las componían hubieran sido incapaces de aplicarlas personalmente sin gran repugnancia. La mayoría de los alemanes del periodo 1933-1945 no eran en absoluto unos sádicos embrutecidos como los miembros de las SS. Y sin embargo, si las ideas nazis acerca de los judíos y demás no se hubieran popularizado notablemente, los SS no habrían podido cometer sus crímenes, al menos no en esa escala.

La idea tan bienintencionada de que para hacer el bien no se necesita creer en Dios, aunque quizás minusvalora en exceso la influencia de las creencias, es sin duda válida en el nivel de las relaciones personales, porque la gente no rige su conducta particular por ideas abstractas. Pero no por ello la fundamentación de la moral deja de ser un problema filosóficamente irresuelto -acaso irresoluble. Y ello sí que tiene consecuencias políticas.

Bertrand de Jouvenel, en Sobre el poder (uno de los libros más lúcidos escritos en el siglo XX) señaló como una causa fundamental del crecimiento de los Estados el desprestigio del cristianismo entre las elites ilustradas, que inevitablemente deja el campo despejado para la proliferación de ideologías (o religiones más agresivas, pienso en el Islam) que permiten a los gobernantes saltarse todos los límites sin que los gobernados se escandalicen demasiado. Jouvenel por cierto no defendía un regreso a épocas pretéritas ni nada parecido, simplemente señalaba, de manera desapasionada, la existencia de ese proceso.

Ahora bien, podemos colaborar en acelerar dicho proceso o no. El ateísmo y el laicismo militantes lo hacen con un entusiasmo no exento de inocencia. Están en su derecho, desde luego, pero conmigo que no cuenten.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Furiosos de la higiene

Un juzgado ha ordenado retirar todos los crucifijos y símbolos religiosos de un colegio de Valladolid. Según la sentencia, la presencia de esos símbolos conculca derechos fundamentales.
Ahora bien, acudiendo a la Constitución, leemos lo siguiente:

Art.º 14:
Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión
(..)

Art.º 16:
1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto (...)
2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.
3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española (...)

¿Cuál de estos principios es vulnerado por la mera presencia de un crucifijo en un aula? Los alumnos que no profesan la religión cristiana no reciben ningún trato diferenciado del resto. Nadie limita su libertad religiosa o ideológica, ni les obliga a manifestarla u ocultarla. En cuanto a 16.3, se trata a todas luces de un mandato contradictorio, según uno se acoja a una u otra de las dos frases separadas por un punto y seguido. Pero en estos casos dudosos, una elemental norma de prudencia es dejar las cosas como están.

Sin embargo, lo que me ha llamado más la atención de esta noticia son las declaraciones del portavoz de la asociación laicista promotora del proceso judicial, que ha hablado de "libertad de conciencia" y de "higiene democratica". Sobre lo primero, acabo de decir lo que pienso, que no veo por ningún lado que sea eso lo que está en juego. La "higiene" merece un comentario aparte.

Por supuesto, aquellos que acostumbran a hablar de higiene democrática, higiene intelectual y por el estilo, de una manera subrepticia y maliciosa están sugiriendo que quienes discrepan de ellos no son personas aseadas. Las metáforas no son nunca inocentes. Pero pasemos esto por alto, porque no es lo esencial del asunto.

Hablar de higiene en el contexto del debate ideológico es una forma de apelar al progreso, pero en la idea más rudimentaria y más burda que pudieran tener de él aquellos iluminados sectarios y bárbaros del siglo XIX, y principios del XX, aquellos vegetarianos, anarquistas, naturistas... Personajes como Ferrer Guardia, llenos de un odio primitivo hacia lo religioso y en general hacia aquella parte de la cultura occidental que no comprendían -que era prácticamente toda. Cuando alguien me habla de higiene, pienso invariablemente en aquellos pobres hombres que en su atrevida ignorancia pretendían refundar la civilización condenando al fuego purificador (profiláctico) casi todo lo existente. Desconfíen de los apóstoles de la higiene.

Hidalgos de hoy

El pasado jueves un centenar de "estudiantes" lanzaron pintura contra una oficina del Banco Santander del campus de la Universidad Rovira i Virgili en Tarragona. El motivo de este acto de vandalismo era protestar contra la privatización de la Universidad que según algunas organizaciones estudiantiles promueve el Plan de Bolonia. Concretamente, a uno de los cabecillas le escuché en la radio decir que estaba en contra de que la enseñanza se convierta en "una mercancía dentro del sistema capitalista".

Es cosa sabida que la izquierda utiliza las palabras "privatizar" y "mercancía" como espantajos que la eximen de mayor argumentación. Basta un análisis elemental para poner al descubierto la incuria intelectual de tal procedimiento.

Una mercancía es un bien o servicio susceptible de ser intercambiado por otros bienes o servicios. En las sociedades civilizadas el número de mercancías es tan elevado que para facilitar los intercambios se utiliza un instrumento llamado dinero, pero en esencia, todos obtenemos las mercancías que necesitamos o deseamos (alimento, vestido, vivienda, etc) a cambio de las mercancías que producimos, seamos mecánicos, constructores o camareros. O profesores. La enseñanza, por supuesto, es un servicio, una mercancía como otra cualquiera. No existe ningún motivo racional por el cual deba sacralizarse, como si ningún producto fuera digno de ser intercambiado con ella.

La característica fundamental del acto de compraventa es que es libre. Somos libres de comprar y vender lo que queramos, elegimos lo que compramos o vendemos. Por tanto, decir de una actividad que no puede convertirse en mercancía significa que su práctica no debe ser libre. La enseñanza, según defiende la izquierda, debe ser un servicio público, es decir, un monopolio del Estado. Los estudiantes no deben poder elegir entre centros académicos que compitan entre sí en calidad, sino que debe haber una única oferta educativa. En consecuencia, ser profesor equivale a un estatus privilegiado y endogámico, en el que los criterios de admisión y promoción son los que se marcan los docentes a sí mismos, no los resultados objetivos.

Se dice que la enseñanza privada no sería accesible a todo el mundo, pero se olvida que para remediar este inconveniente hace tiempo que se inventó el sistema de becas, y que en Estados Unidos, el país del capitalismo salvaje y bla bla bla, el porcentaje de hijos de trabajadores no cualificados que cursan estudios superiores es superior al de Alemania o Francia.

¿Y los estudiantes? Contagiados de la escasa motivación de sus profesores para esforzarse y superarse, es lógico que muchos también quieran gozar de un estatus de privilegio y que cuando oigan (o imaginen oír) la palabra privatización se pongan en guardia. La sola idea de que se instaurara en la Universidad un ambiente de esfuerzo y autosuperación les angustia. ¡Menuda pesadilla, tener que trabajar! Pero por supuesto, hay que evitar reconocer con franqueza la verdadera naturaleza de su aversión. Del mismo modo que en épocas pretéritas la nobleza holgazana se prohibía a sí misma el sórdido trabajo manual, nuestros privilegiados de hoy, sean profesores o estudiantes, se indignan si alguien insinúa introducir groseros criterios de eficacia económica en su nobilísima actividad.

Quizás por eso un profesor que tuve decía que las únicas instituciones medievales que persisten hoy en día son los toros... y la Universidad.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Un tipo sincero

El escritor mediático Toni Soler, entrevistado en TV3 por Albert Om (sí, el mismo que le reía la gracia a Rubianes cuando se cagaba en la puta España) ha reconocido que en Cataluña existe un conflicto lingüístico. Tampoco es que le parezca algo excesivamente preocupante, mientras los suyos lleven las de ganar.

Los ejemplos que pone son dignos de nota. Hay quien desea dar a sus hijos educación en lengua castellana, y hay quien desea ser entendido cuando pide un tallat en un bar. Aparte del revelador contraste entre la importancia de una cosa y otra, existe una esencial diferencia entre ambas. Si no te gusta un bar en el que no saben lo que es un cafè amb llet, siempre puedes elegir otro. Precisamente lo que no se les permite a los padres que desean ver educados a sus hijos en su lengua materna.

Toni Soler no se aparta en el fondo lo más mínimo del guión nacionalista. Si el castellano es discriminado en Cataluña es porque así lo han decidido los ciudadanos democráticamente. Evidentemente, con esta concepción de la democracia cualquier conculcación de derechos sería válida, mientras cuente con el respaldo de una mayoría suficiente. La cuestión no es quién tiene la razón, sino quién tiene el poder. O si se me permite decirlo en tono lapidario: Tener el poder es tener la razón.

Así según la particular epistemología de Soler, es lícito cerrar las emisoras de COPE Gerona y COPE Lérida porque la línea editorial de la cadena no es admisible. Para él está claro quién tiene la razón.

P. S.: Justo antes de publicar esta entrada he leído la de Carmelo Jordá.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Cómo tratar a los malnacidos pedófilos

Me apunto a la idea de dos bloggers, Paco Sánchez y Nacho de la Fuente, de escribir una entrada contra la pornografía infantil el 20 de noviembre, Día Universal del Niño. El objetivo es que los depravados que introducen en los buscadores estas palabras (pornografía, infantil) a fin de recrearse en sus repulsivas inclinaciones, sepan que les escupimos a la cara.

En su novela La náusea (1938) Jean-Paul Sartre muestra un odio destructivo hacia todo lo burgués. Es necesario haber leido este libro temprano para comprender el vínculo entre el Sartre existencialista de entreguerras y el maoísta de los sesenta. Resulta especialmente sintomática la reacción del protagonista cuando sorprende en una biblioteca pública a un pedófilo entablando contacto con unos niños. En lugar de tratar de impedirlo y denunciarlo, el narrador prefiere dialogar con el pervertido, mostrarle incluso su comprensión. (Éste sin embargo se asusta al verse descubierto y huye.) El desprecio del "orden burgués" del protagonista llega a tal extremo que no puede evitar sentir cierta simpatía por uno de los individuos más detestables que existe, aquel que abusa de los niños.

Puede parecer que me voy muy lejos para tratar de mostrar una vaga conexión entre la tolerancia hacia la pedofilia y el radicalismo de izquierdas. Detengámonos, pues, en una obra más reciente, de 1979, El libro rojo del cole, traducción castellana de un texto pedagógico danés, con ilustraciones de Romeu (sí, el de El País) y que constituye un claro precedente de los actuales manuales de Educación para la Ciudadanía, en los cuales se mezclan política y sexualidad de manera característica. La comunista Cristina Almeida participó activamente en la difusión por los colegios de este manual que, hablando de "los obsesos y los sádicos", trataba de prevenir a los niños sobre el tratamiento del tema por los medios de comunicación: "Se dice y se repite, aún hoy a menudo, que estos obsesos sexuales son peligrosos. Es raro el caso en que es así. No son criminales sexuales, sino hombres que han carecido de suficiente amor." (Negritas mías). Y más adelante añade: "Ocurre a veces que todo esto termina en golpes, violacion o muerte. Pero es muy poco frecuente, y en general, es debido a que el hombre ha tenido miedo." Vamos, que prácticamente tenemos que compadecer al pederasta que viola o mata a sus víctimas para que no le denuncien.

Más cerca del presente, en 1995, la última legislatura de Felipe González elaboró un nuevo Código Penal en el que quedaba eliminado el delito de corrupción de menores. Al poco tiempo, gobernando ya el PP, hubo que volver a introducirlo, pero las leyes penitenciarias que seguimos sufriendo, y que son herederas directas del mandato constitucional de la reeducación y la reinserción -una clara concesión a las irresponsables cretineces progres- garantizan que un monstruo como Nanysex, condenado a 58 años, saldrá con toda seguridad mucho antes, siendo aún joven y con todas la posibilidades de reincidir.

Mi propuesta es sencilla. Que los delincuentes en general, y los delincuentes sexuales en particular, cumplan las penas a las cuales son condenados. ¿Reinserción? No es imposible, pero no se puede dar por descontada. Si un padre mata al asesino de su hijo, sería deseable que se le redujese la condena. Pero terroristas, violadores, pedófilos, toda esta gentuza que sabemos que no se rehabilitan jamás, que no se arrepienten o carecen de todo sentido moral, deben pudrirse en la cárcel. Y a la mierda las monsergas progres que digan lo contrario.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Se acabó la fiesta

Según el último globo sonda de la Generalitat catalana, ésta se plantea entrar en el accionariado (o sea, nacionalizar parcialmente) las pequeñas y medianas empresas. Me pregunto si harán como la CNT durante la guerra civil, que tras "nacionalizar" las barberías se dedicó a recolocar a los antiguos propietarios en locales distintos. Así, a uno que tuviera el negocio debajo mismo de su vivienda, le podía tocar tener que trabajar en una barbería en el otro extremo de Barcelona. Es innecesario decir que los de la CNT se afeitaban gratis. Cualquiera no le reía un chiste a un tío que no se separaba del fusil.

Ahora bien, si algo demuestra el último chiste del gobierno autonómico es que estos tíos (me refiero en general a los miembros de todos los gobiernos) no tienen bastante todavía. Para ellos no es suficiente con el saqueo -vía impuestos- de entre el 40 y el 50 % de la riqueza nacional, según los países. Quieren más, y esta crisis económica les viene como caída del cielo para justificar su insaciable ansia de mangoneo y de poder.

Ante tal agresión concertada de los gobiernos, ha llegado el momento de plantarnos. Por lo pronto, mientras no surja un partido o lo que sea que demuestre querer hacer frente al expolio de la clase media, debemos propugnar una abstención masiva en todas las elecciones, municipales, autonómicas, nacionales o europeas. No me sirven las reclamaciones coyunturales de austeridad porque estamos en crisis. Eso me suena demasiado al consejo de un atracador a su cómplice para que aguarde un tiempo prudencial antes de gastarse el producto de su último robo en coches caros, buenos restaurantes u otros lujos demasiado ostentosos.

Y que no me vuelvan a hablar, por favor, de "la fiesta de la democracia", mientras sea una fiesta que ellos convocan, ellos organizan, ellos disfrutan y nosotros pagamos.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Realeza y plebe

Las palabras de la hermana mayor del rey, Doña Pilar, me han traído a la memoria una anécdota, enseguida se verá la relación. Bueno, las palabras a que me refiero son: "Somos conservadoras, tradicionales y capitalistas. Y a mucha honra." Y la anécdota la contaba un profesor de Historia Moderna que tuve en los tiempos en que hacía como que estudiaba -y algunos profesores (que no éste en cuestión) hacían como que daban clases. Sucedió unos cuantos años antes, en los setenta, no recuerdo si antes o después de la muerte de Franco. En aquellos días era habitual que los estudiantes se encararan con los docentes y les acusaran de ser unos vendidos al régimen o al sistema. En una ocasión, un joven le espetó a un profesor: "¡Usted es un burgués!" A lo que éste, manifiestamente ofendido, respondió algo así como: "De burgués nada: ¡Yo soy aristócrata!"

Sabido es que los monarcas europeos, a los largo de siglos, emplearon de manera creciente a la burguesía en la administración y el gobierno. Con ello trataban de consolidar su poder personal frente a una nobleza todavía orgullosa e independiente. Quizás por eso algunos aristócratas se han hecho socialistas: para vengarse de la clase que los terminó desplazando. Aunque tal vez sólo sea para que no les llamen burgueses, suprema afrenta.

Pero estos burgueses instruidos y laboriosos racionalizaron (es decir, reforzaron) el Estado de tal manera que al final pudieron precindir incluso de la figura del propio rey, su anterior aliado, que allí donde pervive lo hace como mero elemento decorativo. Lo natural sería, pues, que los miembros de familias reales, los otros damnificados a la postre por el irresistible ascenso de la burguesía (cría cuervos...) se acercaran también por un revanchismo condicionado históricamente a la estética socialista, es decir, antiburguesa y, en el fondo, aristocrática. Se cerraría así un ciclo, con el regreso de la monarquía a su origen señorial. Pero aquí es cuando Doña Pilar me chafa mi bonito esquema teórico. ¿Pues no va y confiesa simpatizar con el plebeyo capitalismo?

Al menos a su hermano el rey no creo que le oigamos jamás decir tal cosa: Todo indica que se amolda mucho mejor al esquema.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Producción española

No veo las series españolas, o sea que sólo puedo hablar por los anuncios que hacen de ellas las cadenas y algún fragmento que he podido tolerar durante escasos minutos para tratar de contrastar mis peores sospechas.

Mi opinión: Que tras su apariencia de esmerada corrección política (cuota gay, chistes contra lo que los guionistas creen que es neocón, etc) se dedican básicamente a la explotación de las más repetitivas fantasías sexuales masculinas. Ya saben: felaciones por doquier, mujeres hambrientas de sexo, polvos exprés, etc.

Aparentemente, la explicación podría ser que así tratan de arrebatar esa audiencia masculina a qué sé yo, el fútbol u otros temas que se supone interesan más a los hombres. Algo de verdad puede haber en ello, pero creo que lo decisivo, en la batalla por la audiencia, es la femenina.

Ahora bien, a las mujeres les encanta comprobar que las principales obsesiones de los hombres giran en torno a ellas. Es normal. Como expuso Arcadi Espada en un lúcido artículo este verano pasado, a ellas les sucede lo mismo: ¡También están más interesadas en las mujeres!

Así que las productoras y las televisiones van a lo fácil, al mínimo común denominador de los espectadores de todo sexo y condición. El resultado: La inmunda bazofia de la que se alimentan millones de hogares. Claro, después no debe sorprender lo que se vota. Como diría Feuerbach si viviese hoy, el hombre es lo que ve por la tele.

lunes, 10 de noviembre de 2008

La derecha pura y dura

Oír o leer este latiguillo tan desgastado y mediocre de "la derecha pura y dura", al igual que otros muchos (la derecha cavernícola, la derecha casposa, etc) me deja bastante indiferente a estas alturas. Pero sí que me sorprende haberlo leído en el contexto de un ensayo más que notable que recomendaba el sábado, Els bons salvatges, de Ferran Sáez Mateu.

El filósofo catalán emprende en este libro una crítica devastadora del mito del "buen salvaje", que según él constituye el núcleo de gran parte del pensamiento que actualmente pasa por "progresista". Aunque se trata de una obra dirigida a un público relativamente amplio, sin notas bibliográficas ni otros formalismos propios de trabajos estrictamente académicos, su carácter de producto culto es innegable. De ahí que la aparición, bien avanzado el libro, del exabrupto mencionado, resulta tan anómala como si hubiera empleado algún coloquialismo fuera de lugar. Este es (traducido) el párrafo al que me refiero:

"Hacia finales de la década del 1980, la gente se reía abiertamente de la gauche divine. (...) La inercia contestataria, puramente estética, les llevó a partir de entonces a aventuras en las cuales el inevitable resentimiento se transformaba en patetismo, como un resorte fuera de control. Muchos acabaron atrincherándose en los recovecos más marginales del nacionalismo español, de la derecha pura y dura, de las emisoras de radio que escuchan los taxistas..." (Ed. Mina, pág. 117)

Descalificar a la COPE (es obvio que se refiere a ella) con el "argumento" de que la escuchan los taxistas, no es representativo en absoluto del nivel intelectual del libro, que -insisto- es muy robusto. Pero se puede interpretar de dos maneras, no mutuamente excluyentes. O bien Sáez no ha escuchado realmente nunca esta emisora, y desconoce por tanto que muchas de las ideas que expresa en el libro son compartidas por varios de los periodistas y escritores que hablan habitualmente en ella; o bien, a pesar de su actitud aparentemente desacomplejada frente a los tabúes políticamente correctos que manifiesta en muchos otros párrafos, no ha podido escapar del todo al mal que aqueja a tantos intelectuales, al cual se refirió Jean-François Revel afirmando que "siguen preguntándose en primer lugar no qué deben pensar sino qué van a pensar de ellos."

Uno puede ser un enfant terrible, incluso criticar ferozmente a la izquierda. Mientras deje claro que no le gustan Federico Jiménez Losantos o César Vidal, podrá seguir volviendo a su pequeño pueblo leridano e impartir clases en la Ramon Llull sin que ningún energúmeno le raye el coche o le dedique una pintada amenazadora, o sin que su carrera profesional se vea afectada por la desafección de los colegas y los medios de comunicación catalanes. Es tan fácil evitarse problemas...

domingo, 9 de noviembre de 2008

Dos conceptos de democracia

Los californianos han votado una ley llamada de "protección del matrimonio" para que sólo el matrimonio entre hombre y mujer sea considerado constitucionalmente válido. Claro, allí no son tan progresistas como en España, donde este tipo de cosas no se someten a votación. ¿Para qué, para que pueda ganar la opción que no le gusta a los gobernantes? No, aquí tenemos otra idea de la democracia. Democracia es tener el número suficiente de diputados para que el partido en el poder pueda hacer lo que le dé la gana. Desde luego, es mucho más sencillo y no hay que estar continuamente preguntando a la gente lo que prefiere, qué fastidio. Basta con unas encuestas sabiamente preparadas, en las que sutilmente se dé a elegir entre el "matrimonio" homosexual y la Inquisición, y poner en marcha una campaña encubierta y unilateral de todas las televisiones a favor de sólo una de las tesis, como si la contraria sólo fuera defendida por cuatro frikis.

Nadie o casi nadie discute que las personas adultas pueden hacer lo que quieran con su vida sexual, juntarse, separarse o formar tríos. Pero llamar matrimonio a cualquiera de estas uniones es algo más que una incorrección semántica. Supone sencillamente disolver la institución del matrimonio tal como la conocemos desde hace miles de años. Se confunden gravemente quienes argumentan, desde posiciones aparentemente liberales, que el Estado no es nadie para decir quién puede casarse con quién. El Estado, efectivamente, no debe tener esa atribución: Por eso mismo no puede reformar de raíz los principios que han regido en nuestra civilización desde tiempo inmemorial, salvo para que se vean reconocidos más explícitamente en los textos legales.

También se ha tendido a ridiculizar a quienes afirmamos que el matrimonio entre homosexuales supone abrir la puerta a la poligamia y a toda clase de aberraciones. Hay que decir que antes los progres eran más coherentes (o quizá menos expertos en marketing) y no hacían ningún asco a esta posibilidad. En el que fue un claro precedente de los actuales manuales de Educación para la Ciudadanía, El libro rojo del cole (un engendro que comunistas y socialistas difundían clandestinamente por los colegios durante la Transición) se afirmaba lo siguiente: "No se ve el porqué una familia debe necesariamente basarse en el matrimonio de un hombre y una mujer. ¿Por qué no pueden haber matrimonios de grupo, grandes familias, comunidades, etc?" Lo más interesante de estas palabras es el "etc". ¡La de posibilidades que se sugieren aquí! Por cierto que recomiendo la lectura de este libro, hoy justamente olvidado, en el que se adoctrina a los adolescentes en técnicas subversivas, se proporcionan recomendaciones para abortar ilegalmente o se "desaconsejan" las drogas entrando en detalles de tipo práctico sobre cómo consumirlas de forma "segura".

En fin, visto que estas enseñanzas no llegaron a calar lo suficiente, los progres cambiaron de estrategia. Defienden exactamente lo mismo (la abolición de la familia, es decir, su absorción por el Estado) pero de manera más disimulada y encubierta, ridiculizando a quienes denunciamos sus verdaderas intenciones como si los radicales fuéramos nosotros y no ellos. Y sobre todo, monopolizando la etiqueta de demócratas. Eso sí, demócratas españoles, no californianos. No confundamos.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Contra el romanticismo

El filósofo Ferran Sáez, en su último e interesante libro Els bons salvatges, define el romanticismo como "una de las peores enfermedades que ha padecido nunca la cultura occidental". Más adelante también califica al romanticismo como "catástrofe cultural".

La verdad es que no puedo estar más de acuerdo con esta opinión. En sentido coloquial, se entiende por romanticismo dar más importancia a los sentimientos que a la razón, a la subjetividad que a las normas, mientras que en una acepción culta, generalmente se piensa en Brahms o en Mahler. Ambas acepciones son muy insuficientes. En primer lugar, Hume ya expuso la falacia que se encierra en la contraposición entre sentimientos y racionalidad. Lo que se suele dar en realidad es un conflicto entre sentimientos distintos. Por otra parte, el uso culto del término no puede hacernos perder de vista que el romanticismo impregna toda la cultura popular actual. Jim Morrison o los Guns N'Roses son también claros ejemplos de artistas románticos, tanto desde el punto de vista biográfico como estrictamente musical.

El romanticismo me parece muy bien en el arte, pero nefasto en la vida. Muchos artistas han compuesto valiosas obras bajo los efectos de las drogas (una forma extrema de encerrarse en la propia subjetividad) pero no por ello sus vidas han dejado de ser menos desastrosas. Y ¿qué sería de la literatura y el cine sin las infidelidades y los triángulos amorosos? Pero en la vida real, la ruptura de una pareja, y no digamos una familia, por razones "sentimentales" es una grave irresponsabilidad y una frivolidad. El inmerecido prestigio de la pasión amorosa, frente a la conducta burguesa y ordenada de la mayor parte de las clases medias, es una de las claras manifestaciones del componente romántico de nuestra cultura.

Sobre todo, donde el romanticismo me parece más peligroso es en la política. Algunos autores han asociado el irracionalismo con patologías extremas de la vida social, con regímenes populistas o fascistas, pero en la medida en que el romanticismo es la expresión moderna por antonomasia del irracionalismo, su presencia en la política es un fenómeno cotidiano. En otro lugar he criticado una campaña publicitaria del gobierno extremeño, por razones ajenas al tema presente. Pero no ha dejado de llamarme la atención que en unos anuncios pagados por la administración para supuestamente promocionar una región, se hable insistentemente de "romanticismo" y de "pasión". Incluso resulta cómico que al jugador de baloncesto José Manuel Calderón le hagan recitar un texto donde contrapone la pasión y el sentimiento con "las reglas y los tiempos establecidos" (¡sin los cuales no habría deporte!).

Esa apelación al sentimiento, que en el caso de esos anuncios puede parecer trivial, mera palabrería hueca -y en cierto modo lo es- coincide con la retórica de tantos líderes políticos o activistas sociales que arremete contra la competitividad y toda una serie de valores que podríamos denominar burgueses, que están en la base de nuestra civilización. Cuando decimos que el romanticismo está contra la civilización, no tratamos de hacer una frase dramática, sino que describimos una de las características esenciales que cualquier manual de historia del arte podría apuntar. La idealización de la naturaleza, de lo rural, el odio hacia la civilización industrial, hacia el comercio y lo "material": son características del movimiento romántico, que traducidas a la esfera política se suelen identificar con formas de la reacción más rudimentaria, pero sin que debamos olvidar el componente mucho más sutilmente regresivo de las ideologías ecologistas y socialistas.

La utilización de los sentimientos por parte de movimientos y partidos supuestamente "progresistas" obedece, en suma, a algo más que una mera técnica política. La izquierda es por naturaleza romántica, y además presume de ello. Muchos de los lemas buenistas y contestatarios del Mayo del 68 ("imaginación al poder", "prohibido prohibir", etc) son inequívocamente románticos, y todavía hoy ejercen su influencia en artistas, intelectuales y oradores. Suenan muy bien a mucha gente, por mucho que no dejan de ser mala literatura, y tienen tanta conexión con la realidad de las cosas como la novela rosa con la realidad de la vida. Y además suelen tener otra cosa en común: una inenarrable cursilería.

Veo una toga y siento bascas

Nos informa Francisco Pérez Abellán, en su serie "Crónica negra" de Libertad Digital, que el padre de una de las niñas de Alcácer, brutalmente asesinadas hace años, podría enfrentarse a una condena de 16 años por haber faltado al respeto al tribunal que en su día juzgó el caso.

Los magistrados de este país me recuerdan a esos árbitros de fútbol que consienten el juego sucio, las patadas, las entradas salvajes, etc hasta que un jugador, lógicamente molesto con el arbitraje, hace el gesto de palmearse la mejilla, en alusión al rostro arbitral. Pueden tener por seguro de que si es visto por el árbitro, el jugador acaba expulsado fulminantemente.

Así es nuestra "Justicia", implacable y áspera con las víctimas, piadosa con los criminales y servil con los poderosos.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Hay jóvenes que no saben quién fue Carrillo

Santiago Carrillo, entrevistado en la televisión catalana, ha dicho que algunos jóvenes no saben quién era Franco. No lo discuto, son las secuelas de la educación progresista que llevan sufriendo las últimas generaciones.

Curiosamente, el Sr. Carrillo sigue negando su responsabilidad (ampliamente documentada) en las matanzas de Paracuellos, sin explicarles a los jóvenes en qué consistió aquel episodio histórico de la Guerra Civil. Al mismo tiempo, por si acaso, reconoce haber pasado por la "enfermedad infantil del izquierdismo" (expresión leninista que revela que no se ha curado del todo) y que ya pagó con sus cuarenta años de exilio en Francia. Exilio, hay que reconocerlo, no tan confortable como la estancia en prisión de los terroristas de ETA, a pesar de que estos se empeñan incomprensiblemente en preferir la vida regalada de la campiña gala a las cárceles españolas.

Hay que explicarles a los jóvenes quién fue Franco, ciertamente. Pero para que tengan una comprensión cabal del tema, también deben saber lo que ocurrió en Paracuellos. De lo contrario, lo que desde luego no entenderán nunca es lo que significó que tras la muerte del dictador, un ex ministro franquista presentara al dirigente comunista Santiago Carrillo en sociedad. No tendrán ni idea de lo que fue la Transición ni del significado de la reconciliación. Pensarán, en suma, como Zapatero, pero eso sí, por pura ignorancia, no por ninguna obsesión ideológica enfermiza.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

¿Quiere una subvención? Diga que está contra el neoliberalismo

Para más detalles, lean este post de El atraco que no cesa.

Ha ganado la incógnita

¿Con la victoria de Barack Obama, han ganado los progres? En realidad, de cualquier manera hubieran "ganado", pues de haber vencido en las elecciones norteamericanas John McCain, hubieran vuelto a recrearse en sus tópicos de la "América profunda" (y racista) que habría preferido a un veterano del Vietnam antes que a un distinguido ex alumno de Harvard.

La incógnita ahora es cuánto durará el idilio entre la progresía y Obama, a fin de cuentas presidente de la tan aborrecida por ellos potencia imperialista. Y la cuestión de fondo es si Obama tenderá a mantener en líneas generales la política que ha hecho que Estados Unidos siga siendo el país más competitivo del mundo (que esa es la base de su poderío político y militar, no al revés) o bien preferirá acercarse al modelo europeo (más intervencionismo, más burocracia, más Estado en suma). Eso sí, si opta por esto último, no lo va a tener fácil. En Estados Unidos todavía hay una sociedad civil, y no se reduce al 48 % de los que han votado por McCain.

Así pues, frente a la sensación que tendrá la mayoría de que hoy, con los resultados de las elecciones, se ha despejado una importante incógnita, la realidad es lo contrario. La incógnita se ha instalado en la Casa Blanca, y por una buena temporada.

domingo, 2 de noviembre de 2008

2030: Preparen las maletas para Marte

Según un informe de la organización ecologista WWF/Adena, de continuar el ritmo actual de crecimiento de la población y de consumo, en 2030 necesitaremos otro planeta más. El blog La Libertad y la Ley hizo un primer comentario en caliente de la noticia la pasada semana, poniendo acertadamente de relieve el prejuicio neomalthusiano que subyace en todas estas profecías apocalípticas del ecologismo. En esta entrada quisiera analizar más concretamente algunos conceptos cruciales que aparecen en el informe, y añadir unas reflexiones.


El informe

El informe Planeta Vivo 2008 utiliza los conceptos "Índice Planeta Vivo", "Huella Ecológica" y "Biocapacidad". El primero mide las poblaciones de 1.686 especies de vertebrados de todas las latitudes, que en los últimos años no han dejado de menguar. El segundo, en el cual se basa el núcleo de la argumentación, mide el área de la superficie terrestre necesaria para mantener el nivel de vida de una persona, un país o el mundo entero. Este concepto va ligado estrechamente con el de Biocapacidad, que estima el área biológicamente productiva existente. Ambos parámetros utilizan como unidad de medida la hectárea global (hag), que se define como la hectárea con la capacidad productiva promedio.

Para estimar la Huella Ecológica es necesario medir la extensión requerida por los asentamientos humanos, las zonas pesqueras, forestales, agrícolas, de pastoreo y la extensión de bosques necesaria para absorber las emisiones antropogénicas de CO2. Una vez elaborados todos estos datos, se obtiene que la Huella Ecológica Global fue de 2,7 hag por habitante en 2005, frente a una biocapacidad global de 2,1 hag por habitante. Es decir, como media, cada uno de nosotros supuestamente consume y contamina cerca de un 30 % más de lo que la Tierra puede producir y absorber de manera sostenible. Y según las proyecciones del informe, en 2030 la Huella Ecológica doblará la Biocapacidad, que es lo que se expresa dramáticamente diciendo que serán necesarios dos planetas Tierra.

Se me ocurren dos comentarios acerca de toda esta conceptualización. En primer lugar, nótese que el Índice Planeta Vivo queda algo desconectado del resto de la argumentación. Aunque no negaré que haya buenas razones para lamentar la extinción del antílope saiga, el rinoceronte blanco del norte o la rana arbórea gris, no es para nada evidente que ello afecte a nuestra supervivencia. En segundo lugar, no puede pasar desapercibida la complejidad de las informaciones que se requieren para elaborar el dato de la Huella Ecológica. Permítanme que me muestre escéptico ante la posibilidad de estimar un parámetro semejante, y no hablemos ya de su proyección hacia el futuro. La profusión de gráficos y tablas del informe recuerda al método científico, pero no es el método científico -conviene tenerlo presente.


La gran mentira

La falacia central del ecologismo podría expresarse como sigue:

(1) La Tierra no puede sostener una población y un consumo infinitos.

(2) Esto significa que tiene que haber un volumen máximo de población y de consumo.

Según el ecologismo, ese máximo lo hemos alcanzado ya, o estamos a punto de hacerlo. En los años setenta el Club de Roma ya hizo previsiones, aventurando incluso fechas concretas, acerca del agotamiento de los recursos naturales. El problema es que no acertó ni una.

Pero más allá de la constatación empírica de esos errores, lo decisivo es poner de manifiesto el carácter ilógico de la premisa ecologista. Digámoslo claramente: La proposición (2) no equivale a (1). El hecho evidente de que el planeta no pueda albergar una población infinita no significa que deba existir un número máximo de habitantes dado. Sería así si los recursos naturales fueran algo inmutable, es decir, si la productividad agrícola, industrial, etc fuera ahora la misma que en tiempos del Imperio Romano. La historia, sin embargo, es la demostración patente de que a medida que aumenta la demanda de cualquier recurso determinado, tanto su obtención como su aprovechamiento se hacen más eficaces (menos costosos) o incluso se encuentra un sustituto más accesible. ¿Significa esto que cualquier cifra de población y de producción, por descomunal que sea, sería factible en un futuro dado? Evidentemente no. Pero admitir esta obviedad es muy distinto de afirmar que podemos precisar dónde estaría el límite. Si nos atenemos a la ley sobre los recursos que acabo de enunciar, en teoría el progreso puede continuar indefinidamente. En la práctica, lo que ocurriría es que un momento determinado, colonizar otros planetas empezaría a ser más viable (tecnológica y económicamente) que continuar creciendo sobre la superficie terrestre. Si ninguna catástrofe lo impide, algún día daremos el salto hacia el espacio -es decir, continuaremos creciendo, mal que les pese a los ecologistas. (Si quieren chinchar a uno de estos, recomiéndenle Los próximos diez mil años de Adrian Berry, que se publicó más o menos por la misma época que el informe del Club de Roma.)

Naturalmente, ninguno de estos argumentos convencerá nunca a un ecologista. Incluso aunque se mostrara de acuerdo en la parte puramente lógica, siempre podría agarrarse a la complejidad de las informaciones y estadísticas medioambientales para afirmar que los datos "demuestran" que la Tierra se nos ha quedado pequeña, y que ya es tarde para comprar los billetes para Marte. De hecho, si las tesis ecologistas son válidas, los viajes espaciales masivos no serán jamás factibles, pues las cantidades de energía que se requieren para ello no se pueden desarrollar sin comprometer la sostenibilidad del planeta.


Lo que hay detrás de la gran mentira


Para atacar la línea de flotación del ecologismo hay que obligarles a que se quiten la careta. Es decir, hay que preguntarles si están dispuestos a asumir los costes del crecimiento cero. Este sólo puede conseguirse de dos maneras:
  1. Que los países pobres sigan siendo igual de pobres.
  2. Que los países ricos sean menos ricos.
Observen que ambas hipótesis son a la vez perfectamente compatibles. De hecho, en contra de lo que la imagen popular de los vasos comunicantes sugiere, lo habitual es que cuando disminuye el crecimiento del los países más desarrollados, los más atrasados tampoco salgan beneficiados, sino todo lo contrario (disminución de la inversión extranjera, de las exportaciones, etc).

¿Están dispuestos los ecologistas a asumir las consecuencias de su discurso? ¿Quién le dirá a los chinos o a los indios que no tienen derecho a poseer un automóvil o aire acondicionado? ¿O quién le dirá a los europeos más humildes que han de renunciar a alcanzar jamás el nivel de vida de las clases medias altas? Sólo existe una alternativa, si de verdad aspiramos al crecimiento cero, y es que las clases medias y altas de Occidente sacrifiquen su actual situación económica y estén dispuestas a conformarse con menos, a prescindir o restringir el uso del vehículo privado, las viviendas espaciosas y repletas de confortables electrodomésticos, los viajes, etc.

Naturalmente, si los ecologistas fueran tan claros, no tendría votos, ni subvenciones ni donaciones. Hay que hablar de "bienestar sostenible" y ocultar el hecho de que, de aplicarse seriamente su programa intervencionista, los únicos que mantendrían su bienestar serían ellos y la clase política en general, al igual que ocurre indefectiblemente en todo sistema de economía dirigida.

Muchas propuestas de optimización de los recursos que hacen los ecologistas son las que aplica la propia sociedad sin necesidad de imposiciones, cuando se permite actuar libremente a la iniciativa individual. Por eso los países donde hay más libertad son también los más respetuosos con el medio ambiente. Incluso en el informe Planeta Vivo se les escapa esta verdad, cuando afirman:

"La mayoría de los servicios ambientales de mantenimiento, regulación y culturales no se compran ni se venden en el mercado; por lo tanto, no tienen valor comercial. Su disminución no envía señales de alerta a la economía local o mundial."

¿Cabe mayor elogio del mercado? Sin quererlo, los autores nos están diciendo que si existieran derechos de propiedad sobre bienes públicos como el agua, el aire, etc, estos estarían mucho mejor protegidos, porque habría quien estaría personalmente interesado en ello. Pero naturalmente, su conclusión es la opuesta. Como el mercado no puede solucionarlo todo (¡porque el Estado se lo impide!) la salvación vendrá de los gobiernos, los cuales no han de retroceder ni siquiera ante "los límites de la propiedad privada", como afirma reveladoramente el director general de WWF, James P. Leape, en el prólogo. Como se dice vulgarmente, se le ve el plumero.

El ecologismo, en suma, es el caballo de Troya del viejo despotismo socialista. Como nadie acepta fácilmente sacrificios materiales como los que se estilaban en la antigua Unión Soviética (escasez, colas, mala calidad de los productos, etc) es necesario -además de la pura y simple coacción- un discurso consolador, que o bien nos prometa el paraíso esplendoso del socialismo, o bien nos amenace con un infierno ecológico si nos desviamos de las leyes "que dicta la naturaleza". Nótese el verbo empleado por James P. Leape: La dictadura, en efecto, se puede justificar en nombre del "pueblo" o en nombre de la "naturaleza". Pero dictadura es, al fin y al cabo.