domingo, 28 de septiembre de 2008

Sobre la crisis económica: Una selección

A continuación enlazo -por orden cronológico- media docena de artículos sobre la crisis económica que me han parecido muy útiles, por su claridad y concisión:

  • Juan Ramón Rallo: ¿Por qué se equivocaron los bancos?
"Es curioso cómo políticos, reguladores y economistas se escandalizan ante el excesivo riesgo que han asumido los bancos, cuando la Reserva Federal les estuvo prestando dinero al 1% durante más de un año, sin que ningún funcionario pusiera el grito en el cielo." Leedlo entero aquí.


  • Thomas Sowell: Bankrupt "exploiters" (I y II)
"Culpar a los prestamistas es también el discurso de los demócratas del Congreso. Dicen que lo que necesitamos es incrementar la regulación pública de las entidades crediticias para proteger a los inocentes frente a sus prácticas 'depredadoras'. Antes de adentrarnos en este asunto, será útil remontarse a lo que desde un principio nos metió en este lío. No han pasado tantos años desde que el escándalo moral sacudiera a los medios de comunicación porque los prestamistas eran renuentes a prestar en determinados vecindarios, y porque los bancos no aprobaban las solicitudes de hipotecas de los negros con igual frecuencia con que aprobaban las de los blancos. Todo esto fue el pistoletazo de salida de una campaña destinada a obligar al Congreso a aprobar leyes que forzaron a los prestamistas a dejar dinero a personas a las que de lo contrario no prestarían y en lugares en los que de otra forma no invertirían su dinero." Leed la traducción entera: I y II. Original: I y II.


  • Alejandro Fernández: Conclusiones del intervencionismo en los USA
"Como ha pasado siempre a lo largo de la historia, las grandes corporaciones JAMÁS HAN DEFENDIDO EL LIBERALISMO, sino el intervencionismo estatal." Leedlo entero.


  • José Mur: ¿Ha muerto el liberalismo?
"En 1995, Bill Clinton, con la idea de que el Estado de Bienestar saltase la frontera de la asistencia sanitaria (Medicare, Medicaid) y se adentrase en el mercado de la vivienda, o sea, que cada americanito pudiera tener su propia vivienda, aunque no tuviera recursos para ello, favoreció la creación de regulaciones para que la banca tradicional y las dos entidades anteriormente mencionadas, Freddie & Fannie, no pudieran rechazar la concesión de créditos en determinados barrios, al límite de la marginalidad, con clientes de una morosidad segura, a poco que el mercado inmobiliario se diera la vuelta y cayera el precio de la vivienda. Y ese fue Bill Clinton. Buena intención socialista para crear una burbuja de potenciales y peligrosas consecuencias." Leedlo entero.


  • Borja Prieto: El New York Times anunciaba la crisis hace 9 años
"El gobierno interviene, los negros e hispanos pueden comprarse casas baratas, y todos felices. Clinton se va, gana Bush, y no se le ocurre levantar la presión sobre las entidades de crédito para volver a la racionalidad. Sería un suicidio político quitar las casas a los pobres. Lo que le faltaba es que le acusaran de racista." Leedlo entero.


  • Nairu: Crisis: Teoría y hechos
"Mises defendía que las depresiones eran consecuencia de las políticas de expansión crediticia patrocinadas por los gobiernos pensadas para rebajar los tipos de interés del mercado. Y lo que hemos tenido en España, más que una expansión habría que llamarlo auténtico desparrame crediticio: entre 2001 y 2007 la actividad crediticia creció cada año un 25%, algo que no ha ocurrido en ningún otro lugar del mundo, ni siquiera en China." Leedlo entero.


Epílogo

Ni que decir tiene que los pobres que no han podido cumplir sus compromisos hipotecarios, se quedan sin vivienda. O sea, que tras la genial intervención de los políticos "progresistas" (¿qué demonios entenderán por progreso?) no sólo no se ha beneficiado a los más desafavorecidos, sino que además nos han empobrecido a todos. Bueno, excepto a un reducido número de mangantes: No me extraña que haya tantos ricos de izquierdas.

Rompepiernas F. C. contra Sporting Primaveras

Anoche el programa de Tele5 "La noria" alcanzó una de sus más altas cotas de tendenciosidad. Alguno se preguntará cómo es que lo veo, si no padeceré acaso algún tipo de disfunción masoquista. La explicación es más prosaica: A mi mujer le gusta verlo por su temas del "corazón", utilizados hábilmente como cebo para enganchar a una audiencia amplia, la cual así recibe su buena dosis de adoctrinamiento político.

Pero vayamos a lo de anoche. María Antonia Iglesias, que cada vez se parece más a un personaje de la saga Star Wars cuyo nombre no recuerdo, estuvo especialmente agresiva y faltona. Hay que decir que ella y Enric Sopena juegan siempre en casa. Jordi González, el presentador, es de esos árbitros caseros que cuando ya se encuentra en la enfermería medio equipo visitante, acaba sacándole a un jugador de éste la primera tarjeta.

Les pongo en antecedentes. El primer tema de tertulia giraba en torno a un artículo de la revista Época, según el cual la hija mayor del rey estaría tratando de conseguir el divorcio o la nulidad matrimonial alegando que Jaime de Marichalar era cocainómano
había consumido cocaína. Pues bien, como González insistía en recordar una y otra vez, la cuestión a debatir no era la verdad o falsedad de esa información, sino los turbios intereses que un medio de la "derecha más extrema" podía abrigar para atacar a la monarquía. Ese es el estilo del programa. El siguiente tema a tratar, al hilo de los recientes atentados de ETA, fue la situación vasca. Aquí fue donde la Iglesias, enfurecida porque se atrevían a tocar a su Zapatero, y sobre todo por la documentada y segura intervención de Isabel Durán (la mejor de la tertulia con diferencia) arremetía con visceralidad inusitada incluso en ella. Dijo, entre otras lindezas, que "todos los de derechas sois igual de mentirosos", y tachó las opiniones de Miguel Ángel Rodríguez sobre el déficit de libertad en el País Vasco de "criminales". Fue en esto que M. A. R., agotado ya por las continuas interrupciones, le dijo a la periodista (cito de memoria) "cada vez estás peor; no sé si hoy no te has tomado la pastilla".

Respuesta de Mª Antonia Iglesias: "Repugnante fascista machista, cabrón".

Jordi González: "No, insultos no."

Finalmente, tras negarse a retirar la Iglesias sus insultos, que incluso repitió, M. A. R. le dijo: "Eres una imbécil."

Eso sí que ya fue demasiado para Jordi González. Que Mª Antonia Iglesias llamase repugnante fascista machista y cabrón a un contertulio de derechas, le pareció mal, pero que éste se rebote, eso sí que ya no lo pudo aguantar, y se levantó de la mesa, dando por concluida la tertulia y pidiendo hipócritamente disculpas a los espectadores. Lo que decía del árbitro casero, en fin.

Sinceramente no puedo comprender que gente como Isabel Durán o el propio Miguel Ángel Rodríguez sigan prestándose a participar en estas timbas con las cartas marcadas. Es un grave error, gracias al cual Jordi González y su colaboradora Gloria Serra pueden montar todas las noches del sábado al domingo su nauseabundo show izquierdista.

Ah, ya he recordado el nombre del personaje de Star Wars: Jabba el Hutt. Qué cabeza la mía.

Independentismo y nivel educativo

Según un estudio dado a conocer por un think tank independentista catalán (Cercle d'Estudis Sobiranistes) "como más nivel educativo se tiene, más favorable se es a la independencia".

El estudio se ha basado en una serie de encuestas realizadas entre 1991 y 2008 por diferentes entidades, cuyos resultados se han presentado unificados (metodología discutible, aunque no entraré en ello). La gráfica en la cual se sustenta la afirmación anterior es ésta:


Como puede observarse, la posición favorable a la independencia es del 21,7 % entre los encuestados carentes de estudios, y aumenta con el nivel formativo hasta alcanzar el 40 % aproximadamente entre los que tienen estudios universitarios. Asimismo, el estudio ofrece otra gráfica de la que parece desprenderse que los que leen la prensa con más asiduidad, también son más favorables a la independencia:

Esta gráfica sin embargo es inutilizable, debido no sólo a la errata de la denominación repetida "muy poco/casi nunca", sino a la imprecisión de las fronteras entre los que leen la prensa de "tanto en tanto", los que lo hacen "muy poco", los que "casi nunca" y los que nunca (que según el informe, no están incluidos). Es difícil sustraerse a la impresion de que se ha querido forzar la correlación entre independentismo e índice de lectura de la prensa mediante la división ad hoc en los grupos adecuados.

Limitémonos, pues, a la correlación entre nivel de estudios e independentismo. ¿Cuál sería la causa? Evidentemente, para un independentista, la explicación más halagadora sería que sólo la gente menos informada se opone a que Cataluña sea un Estado independiente. (Nótese sin embargo que un 44 % de las personas con estudios universitarios de grado superior son contrarias a la independencia, frente al 39 % que la defienden.)

En mi opinión, la explicación es otra: La gente que no ha padecido -o lo ha padecido durante menos tiempo- el adoctrinamiento nacionalista en las aulas, tiende a ser menos favorable a la independencia.

De todos modos, creo que el estudio tiene la virtud de mostrar también los límites de la hegemonía cultural del nacionalismo. Entre las personas que tenemos el catalán como lengua materna (el 43 % de la población catalana) el 52,6 % está a favor de la independencia, mientras que un 34,5 % de irreductibles nos posicionamos en contra. Y el estudio concluye: "Se ha de incidir [sic] en el 34 % de catalanohablantes que están en contra".

Es obvio que a los autores del estudio les desconcierta que haya tantos catalanohablantes que no queramos la independencia, de ahí que quieran "incidir" en nosotros.

viernes, 26 de septiembre de 2008

¿Por qué no caparlos?

El gobierno autonómico catalán ha planteado de nuevo el debate sobre la castración química para los violadores. El problema evidente de esta medida es que no existe ninguna garantía de que un violador siga observando el tratamiento hormonal fuera de la cárcel. Sin embargo, la abogada y psicóloga María José Varela (en la foto) no la ha criticado por esto, sino porque asegura que el deseo sexual no es lo que principalmente mueve a los violadores, sino "la voluntad de humillar a una mujer". Es decir, rechaza el factor de tipo biológico, para así poder culpar exclusivamente a la cultura y la sociedad "machistas". Esto ilustra a la perfección lo que intenté explicar en una entrada anterior.

No pretendo, naturalmente, negar la competencia y la brillante labor de María José Varela en defensa de las víctimas de agresiones sexuales y de violencia doméstica. Pero sus palabras no dejan de contener un prejuicio ideológico que a la larga no va a ayudar a esas víctimas. Si se descarta la castración (química o, mejor aún, quirúrgica), si se descarta la cadena perpetua (pues choca con el sacrosanto concepto de la reeducación, cuyo origen se encuentra, precisamente, en la idea de que el origen del delito es sociocultural, no genético), descartada cualquier recomendación preventiva que pueda interpretarse como una limitación de la libertad femenina ¿qué es lo que queda? ¿Educación sexual a edades cada vez más precoces -como propone al parecer Obama- para que los violadores sean también más precoces?

Mientras los violadores y maltratadores sean considerados un mero producto de la "cultura machista", los psicólogos, juristas y políticos no estarán defendiendo con eficacia a las mujeres. Pero, claro, así ellas continuarán creyendo necesitar a los progres justicieros.

Lo han vuelto a decir

Declaraciones de Interior, a las pocas horas del asesinato del brigada Luis Conde: "ETA está más débil que nunca". Desde que tengo uso de razón (y voy ya por los cuarenta) vengo oyendo que la organización terrorista se encuentra en los "estertores finales"; que su fin está cerca; que todavía podrá causar daño, sí, pero en realidad está "acabada". Comprenderán que no pueda evitar sentirme sumamante escéptico ante esta retórica. Al igual que con otro recurso también muy utilizado, el de que "matar es fácil", y su variante "ETA actúa de la única manera que sabe, que es matar".

Desgraciadamente, ETA sabe hacer muchas más cosas aparte de matar, como por ejemplo: Financiarse mediante la extorsión y todo tipo de argucias jurídicas y societarias, robar explosivos y sus componentes tanto en Francia como en España, falsificar matrículas, encriptar los discos duros de sus ordenadores, etc etc. Matar puede que sea fácil, pero la infraestructura necesaria para poder seguir matando durante décadas, en cualquier punto de España, no es ninguna tontería.

Se replicará que las autoridades, al pronosticar el inminente fin de ETA, tratan de desmoralizar a su base social, pero el éxito de esta estrategia a la vista está que ha sido nulo. El problema es que tras ese discurso banalizador del mal late una idea terrible: la de que no se puede hacer nada por erradicarlo de una vez por todas.

¿Qué logran los políticos dados a promover la resignación bajo la apariencia de su triunfalismo fatuo? Evidentemente, desembarazarse de la responsabilidad que implicaría adoptar las decisiones drásticas que requiere acabar con ETA. Aznar inició el camino correcto, promulgando una legislación específica para que los asesinos no pudieran aprovecharse del sistema democrático, entre otras medidas cruciales. En cuatro años más creo que hubiera logrado acabar -esta vez de verdad- con ETA. Pero el 11-M oportunamente dio al traste con este proyecto.

Así que seguiremos escuchando el anuncio del fin de ETA durante mucho tiempo, gracias a Zapatero.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Cultura de la paz

Leo la noticia de que la Generalitat "amplía las ayudas para promover la cultura de la paz y prepara acciones de sensibilización sobre los derechos humanos." Resumiendo, las ayudas ascienden a 650.000 euros. Pero es que prosiguiendo la lectura del artículo, me entero de que existen organismos llamados Oficina de Promoción de la Paz y de los Derechos Humanos de la Generalitat, Consejo Catalán de Fomento de la Paz o Instituto Catalán Internacional por la Paz, con sus presidentes, vicepresidentes primeros y segundos, directores, vocales, personal administrativo y -seguro- imponentes sedes en flamantes edificios del centro de Barcelona. (Si no las tienen ahora, pueden apostar a que las tendrán.) Vamos, que esos 650.000 euros son calderilla comparados con lo que realmente nos debe estar costando eso de la "cultura de la paz".

Ahora añadan la "cultura de la sostenibilidad", la igualdad de género, la promoción del catalán, los cuatro canales públicos de TV autonómica etc etc, y empezarán a barruntar ligeramente por qué el gobierno autonómico catalán está siempre tan enfadado con Madrid por el asunto de la financiación.

Eso sí, no se les ocurra criticar los gastos en "cultura de la paz". Serán tachados de militaristas desalmados. ¿No es mucho mayor el gasto en armamento? les replicarán. Claro, siempre habrá gente amargada incapaz de reconocer los importantes esfuerzos de mediación de la Generalitat entre Rusia y Georgia para evitar el estallido de las hostilidades.

Bien es cierto que las guerras no se van a acabar de un día para otro, pero claro, las cosas no son tan sencillas. Lo que hay que hacer es educar en los "valores de la paz", para que los hombres y mujeres de mañana comprendan que los conflictos bélicos no son la solución y bla bla bla.

Los "valores de la paz". Permítanme que les diga sintéticamente en qué consisten:
  • Los Estados Unidos siempre tienen la culpa.
  • Israel también.
  • El Islam es una religión pacífica, los musulmanes que aprueban la violencia son una minoría.
  • La causa de los conflictos está en la pobreza (y los Estados Unidos, no lo olviden).
  • Suerte que tenemos unos gobernantes progresistas que hacen todos los esfuerzos posibles por la "solución dialogada de los conflictos". (Incluso vender armamento a Hugo Chávez y a Ahmadineyah: lo que sea por la paz).
* * *

El Vicepresidente Segundo del Instituto Catalán Internacional por la Paz aparcó su BMW en el garaje de su casa, situada en una tranquila zona residencial, de esas donde no hay botellón. Se detuvo un instante en el jardín, contemplando la primera estrella que empezaba a brillar en el cielo, en el anochecer de un día de trabajo intenso. Se sintió satisfecho. Había impartido una conferencia a unos estudiantes, le habían aplaudido. (El chiste sobre Bush arrancó carcajadas cómplices del público.) Esos jóvenes, que constituían una muestra bien representativa de su generación, continuarían siendo votantes fieles de partidos de progreso. El Instituto podía contar con seguir recibiendo la subvención, desde luego. Viajes, comidas de trabajo en buenos restaurantes, aún tendría unos años espléndidos por delante, y ello sin necesidad de ir a mendigar a estúpidos empresarios la financiación necesaria.



Algo le distajo de sus pensamientos. Un coche deportivo cruzó frente a su casa, al parecer también de vuelta del trabajo. "Joder -se dijo para sus adentros-, no me digas que el vecino se ha comprado un Aston Martin... No estaría mal, para ir los fines de semana a la torre. Claro que con tantos radares, ¿para qué quiero ese cochazo? Pero seré tonto... ¡Si el jefe de los mossos es mi amigo Joan!"



Finalmente, se dirigió a la entrada de la casa. Se sentía aún joven, con ilusiones. Decidió servirse un Macallan 12 años, mientras meditaba sobre la paz.

martes, 23 de septiembre de 2008

¡Viva Darwin!














La teoría de la evolución, como toda teoría científica, no es definitiva. Pero determinados hechos han quedado tan sólidamente establecidos que difícilmente pueden ser negados. Entre ellos destacaría los tres siguientes:
  1. El ser humano desciende de "un tipo de organización inferior" (Darwin). O lo que es lo mismo, somos una especie animal más.
  2. Nuestro pasado como cazadores-recolectores, muchísimo más prolongado que el breve periodo civilizado (desde aproximadamente 8.000 a. C.) sigue pesando de manera notable en nuestra naturaleza actual.
  3. "Conforman todas las razas -por citar de nuevo las palabras de Darwin- en puntos tan esenciales de estructura y en tantas particularidades mentales, que sólo pueden hallar explicación procediendo todas de un progenitor común, al que, por poseer esos caracteres, hay que considerarlo dentro del rango humano." (El origen del hombre, EDAF, 1989, pág. 511)
El último punto con frecuencia ha sido poco atendido. Quienes acusan al darwinismo de prestar argumentos al nazismo, basándose en la jerga seudobiológica que empleó para intentar justificar el genocidio y el expansionismo alemán, olvidan la posición clara de Darwin en una época en la cual todavía muchos eminentes profesores discutían si los europeos y los negros pertenecían a especies diferentes. Vale la pena reproducir otro fragmento significativo de El origen del hombre:

"Existen evidentes pruebas de que el antecesor común de la humanidad no ha transmitido a sus descendientes el arte de tirar con flechas y arcos, y, sin embargo, las puntas de piedra de las flechas procedentes de las partes más opuestas del globo, y construidas en los tiempos más remotos, son casi idénticas. (...) La única explicación posible de este hecho es que las diversas razas poseen una misma inventiva semejante, o sea, las mismas facultades mentales." (pág. 176)

Insisto: Todo ese discurso delirante de razas superiores e inferiores, y de supervivencia de los más fuertes -entendida como la suspensión de todo principio jurídico-moral cuando se interpone en los objetivos políticos y militares propios- se basa en una profunda ignorancia de las teorías del naturalista inglés, y afirmar lo contrario supone incurrir en una excesiva sobrevaloración de la altura intelectual del nazismo.

Aclarado esto, vayamos al punto 1. Muchos afirman que el darwinismo "reduce" al hombre a la categoría de animal, con lo cual toda concepción moral quedaría en entredicho. En primer lugar, hay que decir que la ciencia en sí no es reduccionista ni lo contrario. El reduccionismo está sólo en la imaginación de quienes interpretan los resultados de la ciencia, sean los propios científicos o -lo que es más frecuente- los profanos. También podría decirse que la física socava la moral, al "reducirlo" todo a partículas subatómicas. O que Galileo, al afirmar que la Tierra es sólo un planeta entre otros, y en consecuencia no ocupa ninguna posición privilegiada en el Universo, cuestionó la existencia de la divinidad y por tanto la validez de los preceptos morales. El error que algunas personas religiosas cometen con Darwin es precisamente de la misma naturaleza que el cometido por la Iglesia Católica con el sabio italiano, según reconoció Juan Pablo II.

Hay que admitir que el reduccionismo ha causado un daño incalculable, en la medida que ha servido para los propósitos de sistemas totalitarios que lo han utilizado para triturar creencias, costumbres e instituciones que se veían como limitaciones a sus ansias de poder. Pero emprenderla contra la ciencia, sea cayendo en el misticismo, o sea prestándose al fraude de teorías supuestamente "alternativas", es una forma segura de reforzar aún más el reduccionismo, no de combatirlo.


En realidad, la idea de que pertenecemos al mismo grupo taxonómico que los chimpancés y los orangutanes nos debería hacer reflexionar en un sentido muy diferente del reduccionismo vulgar. Reconocer nuestra naturaleza animal nos obliga a meditar sobre nuestras debilidades y limitaciones, lo que traducido a la política significa recelar de los utopismos y los reformismos buenistas. Es en este sentido que en otro lugar he dicho que la teoría de la evolución, en realidad proporciona argumentos más a favor del conservadurismo que no lo contrario. Y quizás la mayor prueba de ello se halla en que el pensamiento "progresista", a pesar de que formalmente acepta el punto 1, generalmente se niega a admitir lo que se deduce de él en relación con nuestra naturaleza, y prácticamente considera anatema hacer referencia al punto 2.

Efectivamente, como ha expusto magistralmente el psicólogo evolucionista Steven Pinker en sus obras Cómo funciona la mente y, sobre todo, La tabla rasa, el pensamiento dominante en las ciencias sociales se ha basado durante años en negar que exista siquiera algo llamado "naturaleza humana", y en atribuir toda explicación de nuestra conducta a la cultura o al ambiente, tachando histéricamente cualquier discrepancia de "darwinismo social", cuando no de "fascismo". Así, hablar de las bases biológicas de la agresividad, por ejemplo, equivale según el seudoprogresismo a una justificación -por no decir exaltación- de la violencia.

Las consecuencias de dejar que los prejuicios interfieran en la actividad científica van por supuesto mucho más allá del ámbito académico. Cuando hablar de los genes en ciencias sociales se convierte en tabú, el resultado es que los "expertos" acaban colaborando con la arrogancia despótica de aquellos políticos que pretenden que está en nuestra mano cambiar la sociedad "transformando" al hombre. Se empieza por ejemplo con la afirmación de que la familia tradicional o los llamados roles sexuales son meras "construcciones" culturales, y se acaba aboliéndolos por decreto. Lo que no se cuestiona nunca, sino que evidentemente se reafirma, como es fácil de comprender, es el rol paternal del gobierno. Ahí está la trampa que ocultan las llamadas "ampliaciones de derechos" (Zapatero), que no son más que la profundización de nuestra dependencia del Estado que tan graciosamente nos "libera".

No es incompatible, sino todo lo contrario, que los mismos que desdeñan por políticamente incorrectos los condicionantes genéticos de la conducta, promuevan la experimentación con embriones humanos y presuman de su mentalidad "avanzada" frente a quienes manifiestan escrúpulos éticos y religiosos. Por cierto que Darwin, independientemente de que fuera creyente o no, estaba convencido de que la fe en "una divinidad omnisciente ha ejercido poderoso influjo en el progreso de la moral". Y la concepción de una moral trascendente siempre será uno de los mayores baluartes contra la expansión de la coacción arbitraria, es decir, el poder.

En suma, conviene no equivocarse. La reacción romántica y populista que confunde ciencia con cientifismo al atacar la primera, muchas veces bajo el pretexto de cuestionar la ciencia "oficial", no hace más que colaborar involuntariamente con los tecnócratas y sus voceros de pacotilla, que sustentan su poder precisamente sobre esa confusión, y pueden presentarse así como los guardianes de la modernidad y el progreso frente a la reacción oscurantista. Es como si los que recelamos de la hipótesis antropogénica del cambio climático nos empeñáramos en presentar como hipótesis alternativa que el clima está gobernado por Dios... No, por favor: ¡Entonces sí que Al Gore se acabaría creyendo la reencarnación de Galileo y Darwin a la vez!


ACTUALIZACIÓN:

Nada más publicar este post, he leído el de Desde el Exilio sobre el mismo tema. Imprescindible.

lunes, 22 de septiembre de 2008

¿La ideología está en los genes?

Un estudio científico recientemente publicado en la revista Science (John R. Alford y otros, "Political Attitudes Vary with Physiological Traits") concluye que las opiniones políticas pueden tener una base biológica. Los autores han sometido a un grupo de 46 personas con "firmes creencias políticas" a una serie de estímulos (ruidos bruscos, imágenes desagradables) con la intención de medir sus respuestas fisiológicas involuntarias: o sea, el mayor o menor grado en que se sobresaltan. El resultado es que quienes son partidarios de la ayuda económica a otros países, de las políticas tolerantes con la inmigración, el pacifismo y el control de las armas, manifiestan reacciones menos intensas que quienes son más favorables al gasto en defensa, la pena de muerte, el patriotismo y la guerra de Iraq.

A El País le faltó tiempo para sacar el mismo día su titular, haciéndose eco del estudio: "Más carca, más miedoso". Desde luego, hubiera sido mucho pedir al diario del monopensamiento progre que no cayera en el trazo grueso ante tema tan jugoso. Al menos, el periodista no propone que se investigue si existe correlación entre ser de derechas y la propensión a la caspa y el descuido en la higiene personal; se limita a sugerir que la ideología conservadora es una actitud de raíz irracional -y la ciencia por fin lo habría demostrado.

Por supuesto, el tipo de reacción de un individuo a un estímulo, no es por sí solo indicativo de que exista una amenaza real o no. Que uno sea de naturaleza tranquila puede ser tan ventajoso en algunas circunstancias como imprudente en otras. Definir la racionalidad como una tendencia a reacciones fisiológicas poco intensas sólo puede considerarse como una especie de broma, aunque tampoco descartaría que los propios autores del estudio flirteen con ella. De la atmósfera asfixiantemente izquierdista que se respira en los campus americanos y europeos se puede esperar cualquier cosa.

Por otra parte, no acabo de ver claro por qué las reacciones fisiológicas observadas deben correlacionarse con las opiniones políticas en bloque, y no acaso aisladamente con alguna de ellas.

Pero lo verdaderamente interesante del estudio es la hipótesis de que la ideología política puede estar más relacionada de lo que habitualmente se admite con nuestro carácter, e incluso que exista una predisposición genética a simpatizar con unas ideas más que con otras. Dos de los coautores del artículo de Science (John R. Alford y John R. Hibbing) ya publicaron en 2005, con un tercer colega, una investigación realizada con miles de hermanos gemelos, en la cual observaron que los gemelos monocigóticos (que comparten el 100 % de los genes) mostraban una mayor coincidencia en sus preferencias políticas que los dicigóticos (que comparten sólo el 50 % de su dotación genética). De esto concluían que las tendencias ideológicas están mucho más determinadas por los genes que por el ambiente.

Steven Pinker, en su libro La tabla rasa, recoge las conclusiones de otros estudios similares, algunos de los cuales revelaban coincidencias ideológicas e incluso religiosas verdaderamente asombrosas en gemelos que se habían criado separados.

Naturalmente, esto no significa que nuestra ideología esté absolutamente determinada desde que nacemos. La prueba de que no es así es que muchos hemos cambiado nuestra manera de pensar a lo largo del tiempo. Pero resulta inevitable hacerse una pregunta inquietante: ¿Hemos cambiado gracias a la reflexión, las lecturas y la experiencia, o es que finalmente nuestra naturaleza innata se ha acabado imponiendo? O dicho de otro modo: Si nuestras convicciones más profundas están condicionadas en mayor o menor grado por nuestra naturaleza biológica ¿quiere esto decir que la argumentación racional no sirve para nada, que nada es verdadero ni falso en política?

En realidad, que tengamos una cierta predisposición a creer en A, no afecta para nada a la cuestión de si A es verdadero o falso. Pero lo que sí se desprende de las observaciones científicas es que no podemos esperar que una idea triunfe por el mero hecho de ser verdadera. Y por supuesto, lo contrario también es cierto. Por muy equivocada que esté determinada concepción de las cosas, puede llegar a tener éxito si quienes la defienden son lo suficientemente hábiles para pulsar los resortes psicológicos adecuados de mucha gente.

La estrategia política más efectiva consistirá, por tanto, no en poner el énfasis sobre un solo tema, sino en tratar de activar la visión global de la realidad que hay en cada uno de nosotros. Esto parecen haberlo comprendido muy bien políticos como Zapatero. Demuestra una gran ingenuidad pensar que los debates sobre el aborto, la eutanasia o la guerra civil no tienen otra función que distraer a la población de los problemas económicos. En verdad, actúan como catalizadores del sentido de pertenencia a una ideología. En cambio, el empecinamiento de Mariano Rajoy en eludir determinadas cuestiones, en decir que eso no es lo que interesa a la gente, en "mirar al futuro" e incluso negar que existan las diferencias ideológicas (sólo la buena o la mala gestión) es un profundo error. A veces me pregunto si no estará en el ADN de la derecha española.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Por qué estoy contra el aborto (y II)

Luis I. Gómez, en su blog Desde el Exilio, ha argumentado a favor del aborto planteando el problema central de si el nasciturus es sujeto de derechos o no. Según él, los derechos emanan o bien de la voluntad divina, o bien de la propia naturaleza del hombre. Desestimada la primera posibilidad, la segunda le parece una premisa moral cuyo cumplimiento no puede imponerse a otros.

Como argumento he de decir que me parece extraordinariamente endeble. ¿No es "imponer" nuestras premisas morales encarcelar a quienes matan o roban?

"No se puede (o no se debe) -dice Luis- prohibir el aborto, pues ello supondría obligar a la maternidad a quien no quiere desarrollarla (no importan los motivos)."

En realidad, es abusivo llamar a esto "argumento". No es más que la exposición de su propia posición, sin asomo de justificación. Claro, si prohibimos el aborto, estamos obligando a que el embarazo llegue a su término... Y si prohibimos el robo, estamos obligando a la gente a que se gane la vida honradamente. Son distintas maneras de decir lo mismo.

Lo que no es válido es plantearse la cuestión de si el feto tiene derechos, para acto seguido darla por respondida, en sentido negativo. ¿Por qué no los tiene? -That's the question.

De hecho, el autor de Desde el Exilio termina su reflexión mostrándose partidario de que el aborto se considere el último recurso, de la importancia de la educación, etc. Todo esto es ingrediente habitual del discurso proabortista -con lo cual se endulza el brebaje. Pero yo me pregunto: Si de verdad un feto no tiene derecho a la vida ¿a santo de qué estos escrúpulos?

La fundamentación religiosa no puede rechazarse tan a la ligera como se acostumbra. Evidentemente, no todo el mundo es creyente, por lo cual sería problemático querer partir exclusivamente de esta base para defender principios morales de validez universal. Sin embargo, la propia idea de que existen tales principios universales, es en su origen religiosa. Olvidar este legado de la religión, menospreciarla y considerarla como una reminiscencia de nuestro pasado precientífico, entraña el peligro grave de que la ética quede al albur de las opiniones de unos funcionarios (pienso en la profesora Victoria Camps), quienes impartirán su doctrina a mayor gloria de las conveniencias estatales de cada momento.

Los principios morales deben tener la consideración de verdades trascendentes, independientes de la mente humana. De lo contrario, nada puede escapar al ácido corrosivo del relativismo. Ningún político, ningún profesor de ética puede dictar a partir de qué semana de gestación un feto empieza a ser una persona dotada del derecho inalienable a la vida. ¿Por qué si nos parece una aberración abortar un feto a los ocho meses, no lo es a los seis? En una inversión hábil de la situación, los proabortistas nos acusan a los antiabortistas de querer dictar a los demás nuestras propias determinaciones acerca de cuándo se inicia una vida humana. Pero no es así. La posición provida, aislada de cualquier componente religioso, no consiste en afirmar que la vida humana empiece el primer día de la fecundación o en otro momento, sino en que nadie puede afirmar que no empiece en un momento u otro: Es la diferencia entre un principio dogmático y un principio de cautela -conservador, si lo prefieren.

Inextricablemente relacionado con esto, tenemos el problema de la responsabilidad. Los proabortistas que se entregan al argumentario lacrimógeno sobre las mujeres perseguidas legalmente por haber abortado (no muestran sensibilidad comparable con la suerte del feto, desde luego), olvidan que salvo en el caso de la violación (en el cual sí admito el aborto), toda mujer es una persona responsable de sus actos. Nadie la obligaba a abortar, como en general nadie está obligado a delinquir. Por definición, todo delito es por acción, omisión o negligencia un acto voluntario. Ignorar la responsabilidad individual (¡hasta el extremo de tratar el remordimiento postabortivo como una dolencia psicológica!) conduce a una sociedad de adultos inmaduros, y por tanto no aptos para el ejercicio de la libertad. Los liberales que como Luis I. Gómez defienden el aborto, también olvidan esto.

Por qué estoy contra el aborto (I)

Hasta ahora, me he limitado a mostrar mi posición contraria al aborto, sin exponer apenas mis argumentos. Es lo que intentaré hacer en este escrito dividido en dos partes.

Iván Moreno, en un comentario a mi anterior entrada, ha dado en el clavo al apuntar que los proabortistas generalmente eluden la cuestión de fondo, que consiste en saber si el nasciturus es sujeto de derechos o no. Si descartamos a priori la respuesta afirmativa, efectivamente no tiene sentido limitar el aborto, porque su ejercicio no atentaría contra ningún derecho.

El comentarista que firma Mikimoss ha replicado a esta observación que aún hay una cuestión más previa, que es la de decidir quién tiene la potestad de reconocer derechos al feto -y él mismo la responde con un galimatías conceptual que sinceramente soy incapaz de comprender. Naturalmente, la cuestión misma ya es absurda, pues nos llevaría a una regresión infinita que haría imposible fundamentar ningún derecho. No existe una "potestad" (o sea, un derecho) de reconocer derechos.

En adelante, daré por sentado que existen derechos universales. Desde un relativismo antropológico coherente, no podríamos argumentar ni en contra ni a favor del aborto, ni en contra ni a favor de la ablación del clítoris, ni de nada.

Ahora bien, antes de abordar la cuestión de si un feto/embrión está dotado de derechos o no, vamos a suponer, por hipótesis, que sí. De hecho, esto es lo que hace la legislación española actual, al considerar el aborto como un delito, que sólo en determinados casos está despenalizado. ¿Serían válidas estas excepciones? En mi opinión, son demasiado amplias, pero no comparto el punto de vista de Luis I. Gómez, según el cual la admisión del derecho a la vida del feto, implicaría que no podría despenalizarse el aborto en ningún caso. Veámoslo.

Tenemos primero el supuesto de peligro para la salud física o psíquica de la madre. Sólo sería admisible, en mi opinión, en el caso extremo en el que está en juego la vida de la madre. En efecto, ante semejante dilema, existen tres posiciones posibles. O bien la vida del feto vale más que la de su madre, o bien ésta debe prevalecer sobre el primero, o bien valen lo mismo. Los seres humanos, en efecto, valoramos más unas vidas que otras, por muy terrible que suene. Nos parece mucho más doloroso que muera un niño de cáncer, que no un anciano. Por razones análogas -entre las cuales se cuenta la probabilidad de superviviencia de cada individuo- nos parece más grave que muera una madre, que no un feto. Pero si ambas vidas valen lo mismo, por ello mismo tampoco hay motivo por el cual debamos privilegiar la del feto sobre la madre. Lo que está claro es que ninguna depresión o problema de salud no mortal, puede ponerse al mismo nivel que una vida humana. (Recuerden que partimos de que el feto es una vida humana por hipótesis: aún no lo hemos justificado.)

En cuanto al supuesto de enfermedad grave del feto, creo al igual que en el caso anterior que se abusa demasiado de él. Pero salvo que definamos la vida en un sentido puramente orgánico, no pienso que cualquier clase de vida deba ser preservada a toda costa. Si un feto está aquejado de deformaciones tan graves que sólo puede esperarse una existencia desdichada tras su nacimiento, el aborto no sólo lo veo admisible, sino incluso un acto de piedad. En cambio, no me parece que el síndrome de Down, por ejemplo, justifique un aborto. La mayoría de personas aquejadas de esta dolencia genética tienen una vida aceptable y feliz. En cualquier caso, la casuística es interminable, y sería ridículo pretender que existe una respuesta fácil e incontrovertible para todas las circunstancias.

Quizás el caso más difícil sea el de la violación. Por un lado, la mujer víctima de una violación no tiene culpa alguna de haber quedado embarazada, pero por otra, la criatura fruto de ese acto sexual forzado, tampoco es culpable de nada. Cierto que el derecho a la vida debería en teoría prevalecer sobre las consideraciones derivadas del bienestar psicológico, pero tampoco debiéramos minusvalorar el terrible daño que una agresión sexual inflige a la mujer. Algunos, por ejemplo José García Palacios, en su reciente post sobre este mismo tema, han defendido la solución de que el hijo resultado de una violación pueda ser dado en adopción, pero aunque eso sea una opción, esquiva lo esencial, o sea, dilucidar si la ley debe obligar o no a la mujer a proseguir un embarazo oprobioso, cuya responsabilidad no puede serle achacada. En este caso estaría a favor del aborto.

Resumiendo mi postura, estoy de acuerdo con una versión restrictiva de la actual ley del aborto, en la que se despenalizara su práctica en los supuestos de peligro real para la vida de la madre, defectos graves del feto, o violación, pero por supuesto, me parece inadmisible en casos en los que el supuesto daño para la salud de la madre es meramente psicológico, o la enfermedad que pueda aquejar al feto no le impida poder llevar una vida aceptable. Soy consciente del alto grado de imprecisión de adjetivos como "grave" o "aceptable", pero sería ilusorio pensar que la realidad es lo suficientemente simple para resolver de una vez para siempre todos los casos dudosos. Eso sí, en los casos más claros debe aplicarse la ley de manera inflexible. Ello implica (y en eso también estoy en desacuerdo con J. G. Palacios, pese a la coincidencia de fondo) que si una mujer es culpable de aborto, sin que exista ninguno de los supuestos de despenalización, deberá serle aplicada la pena que corresponda, exactamente igual que con cualquier otro delito. ¿Qué es eso de que la que aborta "normalmente es, en mayor o menor grado, una víctima"? Como he dicho antes, eso puede afirmarse en el caso obvio de la violación, pero en todos los demás, considero un grave error caer en ese estribillo seudoprogresista que disuelve el principio de la responsabilidad individual.

Hemos visto lo que se deduce de admitir que un feto humano tiene el mismo derecho a la vida que un recién nacido, pero no he jusitficado esta afirmación. Es lo que intentaré, ahora ya sí, en mi siguiente entrada.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Ética la llaman

Un informe del Comité Consultiu de Bioètica de Catalunya, presidido por la catedrática de "Filosofía moral y política" Victoria Camps, acaba de recomendar el aborto libre hasta las 24 semanas de embarazo, o al menos hasta las 16 semanas. Toda mujer que desee abortar dentro de este plazo, debería -según el comité de "expertos"- poder hacerlo sin necesidad de aportar motivo alguno. Simplemente, porque le da la gana. (Es lo que llaman "autonomía reproductiva de la mujer".)

En la fotografía puede observarse un feto de dieciséis semanas. Sus órganos están completamente formados, empieza a realizar movimientos, a succionar con la boca y a cogerse los pies, las manos y el cordón umbilical; reacciona a estímulos táctiles. Entre las 16 y 24 semanas desarrolla el sentido del oído e incluso empieza a distinguir entre la luz y la oscuridad; tiene sobresaltos reflejos...

En los próximos meses escucharemos hasta la náusea el siniestro eufemismo de "ley de plazos". Pero lo peor, aparte de que se pretenda legalizar el crimen, es que nos vengan pontificando desde las cátedras de ética. ¿Y qué sucede? ¿Todos los profesores de ética opinan igual que su colega Victoria Camps? ¿Ninguno tendrá el valor de discrepar públicamente? Muy pronto sabremos de qué pasta moral están hechos los profesores de moral.


ACTUALIZACIÓN 15:26

Hoy el Congreso empieza los trámites que pueden conducir a la aprobación del aborto libre en España. El PP es el único que se ha opuesto, pero sin atreverse a entrar en el fondo del asunto, diciendo que "no hay demanda social". (Si la hubiera, ¿estarían a favor?) Mal, muy mal.

Por cierto, hoy El Mundo publica un artículo proabortista absolutamente vomitivo. Lo mismo de siempre, de la víctima del aborto no se habla para nada, se victimiza a la mujer y se utiliza el concepto de "derechos" como equivalente a "bienestar", es decir, a la desresponsabilización absoluta de las personas.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Una vida de héroe

¿Para qué sirven los políticos? Hay quien está tentado de contestar: para nada bueno. Una persona que cree, o quiere hacernos creer (no sé qué es peor) que puede mejorar las vidas de los demás ¿no debería levantar las peores sospechas? Sin embargo, hay algo que no me satisface de esta respuesta, y que podría resumirse con las palabras evangélicas: Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. En efecto ¿no estamos todos, sin excepción, en un grado u otro, aquejados de la manía de predicar la Solución Definitiva de Todo? Detengámonos un instante a escuchar cualquier conversación de bar. Quien no cree tener la fórmula mágica para acabar con la crisis económica, o para poner fin al terrorismo, imparte al menos lecciones de táctica futbolística, con las cuales su equipo favorito tendría la victoria asegurada. Y en fin: ¿qué decir de los que encima escribimos un blog?

El gran pensador rumano Emile Cioran lo expresó magistralmente en un pasaje ya clásico. Vale la pena citarlo:

"Un ser poseído por una creencia y que no buscase comunicársela a otros es un fenómeno extraño a la tierra, donde la obsesión de la salvación vuelve la vida irrespirable. Mirad en torno a vosotros: Por todas partes larvas que predican (...) Todos se esfuerzan por remediar la vida de todos: aspiran a ello hasta los mendigos, incluso los incurables: las aceras del mundo y los hospitales rebosan de reformadores. (...) La sociedad es un infierno de salvadores. Lo que buscaba Diógenes con su linterna era un indiferente... Me basta escuchar a alguien hablar sinceramente de ideal, de porvenir, de filosofía, escucharle decir 'nosotros' con una inflexión de seguridad, invocar a los 'otros' y sentirse su intérprete, para que le considere mi enemigo. Veo en él un tirano fallido, casi un verdugo, tan odioso como los tiranos y verdugos de gran clase." (Breviario de podredumbre, Ed. Taurus.)

Descontando, pues, el hecho de que los políticos, al igual que los periodistas o los intelectuales, no escapan a las debilidades y las patologías propias de la especie -como no podía ser de otro modo, cabe replantear la pregunta sobre cuál es su función. Y creo que existen básicamente dos respuestas, que podemos expresar recurriendo a las metáforas del capitán de barco, y la del ingeniero. (Pero también podríamos invocar las figuras del arquitecto, el artista, el explorador, el héroe...)

El capitán de barco tiene una misión bien delimitada: arribar a puerto. Su trabajo consiste en guiar la nave a través de una ruta previamente delimitada, tomando las decisiones que considere más oportunas ante cualquier imprevisto, a la luz de su experiencia y sus conocimientos. El capitán de barco como tal no es un creador, no pretende cambiar lo establecido, y precisamente por ello, los pasajeros pueden confiar en poder continuar ocupándose de sus asuntos sin contratiempos.

El ingeniero, o el arquitecto, en cambio, es un individuo que se aplica a la transformación de la realidad, que traza caminos nuevos, horada túneles, erige edificios o diseña máquinas o tecnologías que cambian nuestra vida. De manera comparable, los artistas y los descubridores también aportan o nos desvelan cosas que no estaban antes en el mundo que conocíamos.

Ciertos políticos se identifican claramente con esta segunda metáfora, o colección de metáforas. Sin ir más lejos, el alcalde de Madrid, Ruiz-Gallardón, lo ha expresado claramente en televisión diciendo que "transformar la realidad es algo fascinante y apasionante, y eso es lo atractivo de la política."

En un sentido trivial, el político puede ser efectivamente un tranformador: ordenando a los profesionales y artistas que ejecuten sus proyectos. Pero cuando Gallardón habla en abstracto de transformar la realidad, creo que no se refiere sólo al soterramiento de la M-30. Él es de los que piensa -me temo- que ha sido llamado por el destino a cambiar la sociedad.

El peligro de esta clase de políticos es patente. En ellos, el vicio universal de pretender salvar al prójimo -incluso aunque éste no manifieste mucho entusiasmo por su salvación- alcanza su máxima expresión. Al creer que sin ellos, el mundo no progresará, lo que sucede frecuentemente es que acaban interfiriendo la espontánea pero firme y regular marcha de las cosas, la cual en parte se debe a la multiforme y discreta labor de muchos verdaderos ingenieros y creadores en general, no a las ocurrencias de un diletante que acaso se inspira escuchando a Wagner.

Por cierto, hablando de buena música: Les dejo con Una vida de héroe, de Richard Strauss. Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia.

lunes, 15 de septiembre de 2008

¡Liberal-conservador el último!

¿En qué se parece Sarah Palin a Hugo Chávez? No lo crean, no es ningún chiste, sino el tema de un artículo de Andy Robinson en La Vanguardia, titulado "Palin, la Chávez del Ártico". Y la respuesta es: se parecen en algo que denomina "populismo petrolero". En efecto, para este corresponsal, los latrocinios y nacionalizaciones del dictador venezolano son comparables al hecho de que la gobernadora de Alaska subiera los impuestos a las petroleras en un 2,5 %.

Pero no crean que eso es lo que escandaliza al Sr. Robinson. Lo que por lo visto le parece indecente es que Palin reparta los dividendos obtenidos con la inversión de los ingresos del petróleo entre todos los ciudadanos, tocando a 3.200 dólares por cabeza. ¡Intolerable! "¿Quién sabe si no van a gastarlo en copas?" se pregunta, citando a un "analista" canadiense. Si empezamos a permitir que la plebe se gaste el dinero como le dé la gana, en lugar de que el Estado lo administre sabiamente ¿a dónde iremos a parar?

En honor a la verdad, hay que decir que Robinson admite cierta diferencia entre Chávez y Palin: ¡Chávez le parece mejor, por supuesto! Él no reparte indiscriminadamente el dinero del petróleo entre los venezolanos, lo entrega generosamente a las comunidades indígenas... de Alaska (sic). Qué contraste, en efecto, con el egoísmo de Sarah Palin, que prefiere que todo se quede en su país, y además que llegue a todos los ciudadanos, no que vaya a parar a tinglados políticos, llámense "indígenas" o "sociales".

Pues ¿qué quieren? Así es como los periódicos que arrastran la etiqueta de "liberal-conservador" (totalmente inmerecida, hay que reconocerlo) tratan de borrar esa mancha ignominiosa: compitiendo con los progres en las campañas más zafias y groseras contra todo lo que huela a liberal y conservador, sobre todo si viene del Gran Satán yanqui.

¡Qué ganas tengo de que ganen McCain y Palin, aunque sólo sea por leer los editoriales de nuestra prensa al día siguiente!

domingo, 14 de septiembre de 2008

Diez preguntas esenciales

He discutido ya en el post del viernes los pros y los contras del diagrama ideológico de Advocates for Self-Government. Como recordarán, el diagrama muestra gráficamente la puntuación obtenida al responder una serie de diez cuestiones. En esta entrada, trato de razonar mis propias respuestas.


LIBERTADES PERSONALES
  • El gobierno no debe censurar discursos, prensa, medios o Internet.
De acuerdo. Aunque la respuesta pueda parecer obvia para la mayoría, existen algunos casos-límite polémicos. Quizás el más significativo sea el de las leyes contra el revisionismo en relación con el Holocausto. Muchas personas profundamente liberales creen que en este caso debe hacerse una excepción. Yo no lo veo así. Aunque es cierto que la literatura revisionista carece del menor rigor científico, prohibir su difusión es un error, por dos motivos. Primero, porque es contraproducente. Los defensores de esas paparruchas pueden alardear de que sus "verdades" son tan incómodas que se les somete a censura, y así posiblemente consiguen despertar mayor curiosidad que si estuvieran expuestas al público escrutinio. Pero sobre todo, el problema de este tipo de leyes especiales es que sientan peligrosos precedentes. ¿Quién no nos asegura que mañana no se intentarán censurar opiniones discrepantes con, por ejemplo, el calentamiento global o con la guerra civil? Aunque parezca una boutade, propuestas que apuntan en esa dirección no han faltado.

Luego está el tema del supuesto derecho a la privacidad, las leyes contra la difamación y la calumnia, etc. Para resumir, diré que en esto estoy totalmente de acuerdo con Rothbard, en el sentido de que no existen tales "derechos", que permiten una discrecionalidad prácticamente ilimitada al Estado y los jueces para restringir la libertad de expresión.

  • El servicio militar debe ser voluntario.
De acuerdo. No está de más recordar que en sus tiempos, el socialista Narcís Serra, cuando era ministro de Defensa, decía que la "mili" obligatoria era una "conquista de la revolución francesa". Y que todavía hoy, no faltan los progres que afirman que un ejército profesional es socialmente injusto, porque se alistan a él sólo los más pobres. Es decir, los seudoprogresistas están dispuestos a vedarles una profesión retribuida a mucha gente socialmente humilde, con tal de fastidiar a la clase media obligándola a enviar a sus hijos al servicio militar (no a "los ricos", que éstos siempre han disfrutado de medios para escapar al reclutamiento o elegir los destinos más privilegiados). El resultado es que los humildes y no tan humildes acaban haciendo la "mili" a la fuerza, y además sin cobrar (a mí me pagaban mil pelas al mes cuando la hice, en el 88). Así es siempre la "ayuda" de los socialistas a los más desfavorecidos.

  • No deben existir leyes sobre sexo consentido entre adultos.
De acuerdo. Hay que señalar que desde la izquierda se suele interpretar esta frase de tal manera, que acaban invirtiendo su sentido, hasta el extremo que el Estado se empeña en intervenir en la educación sexual y las costumbres de la gente. Un ejemplo es la polémica sobre el llamado matrimonio homosexual. Uno puede estar a favor de que cada cual tenga relaciones sexuales y de convivencia con quien quiera, incluidas personas de su mismo sexo, y al mismo tiempo estar en contra de que las uniones entre parejas homosexuales sean equiparadas al matrimonio. Se me ocurren varias razones para ello, pero la principal, y que las resume todas, es que ningún gobierno puede unilateralmente atribuirse la prerrogativa de cambiar leyes y costumbres fundamentales, sin invalidar gravemente cualquier objeción a que su poder sea ilimitado. Y, repito, eso no tiene nada que ver con la libertad sexual de nadie.

  • Son rechazables las leyes que prohíben a los adultos la posesión y el uso de drogas.
Mi respuesta es que depende. Si por uso de drogas entendemos sólamente el consumo, estaría de acuerdo. Yo soy libre de hacer con mi propio organismo lo que quiera, y el Estado no es nadie para decirme lo que puedo beber, comer, fumar, esnifar o inyectarme. Es mi problema. Hasta aquí estamos de acuerdo la mayoría de liberales. Pero un tema muy distinto me parece el comercio con determinadas sustancias. Soy libre de jugar con mi salud si quiero, pero no me parece que me asista ningún derecho a vender a un tercero un producto que sabemos que es intrínsecamente peligroso, y sobre cuyo uso no podemos llamarnos a engaño. Soy partidario, por ejemplo, de la libertad de armas, pero ¿de verdad alguien cree que no debe existir límite alguno al tipo de armamento o explosivos al alcance del público? No me parecería aceptable que cualquiera pudiera adquirir explosivos de gran potencia, o armas bacteriológicas o químicas.

  • No debe existir un documento nacional de identidad.
De acuerdo. Se trata de un debate ya antiguo en Estados Unidos, donde no existe algo así como nuestro DNI, aunque no han faltado partidarios de crearlo, ya sea a partir del número de la seguridad social o de los permisos de conducción de los distintos estados, hasta ahora parece que sin éxito. Yo desde luego, estoy totalmente en contra del DNI, y no digamos ya de que periódicamente el Estado me obligue a perder varias horas de mi tiempo para renovarlo en una comisaria policial. Los argumentos favorables basados en una vaga idea de la seguridad, me parecen claramente hipócritas, máxime en un país como el nuestro donde asesinos, violadores y pedófilos están mucho más tiempo en la calle que en la cárcel -eso sí, con su documentación en regla.


LIBERTADES ECONÓMICAS
  • Fin del "corporate welfare". No deben permitirse tratos de favor a las empresas.
De acuerdo. Desde el momento que defendemos el derecho de las empresas a lucrarse honradamente y a disponer de sus beneficios como crean más conveniente, no tendría sentido que las pérdidas las pudieran repartir entre todos, aprovechándose de la coacción estatal. Los argumentos en favor de ayudar a grandes empresas cuando atraviesan dificultades, so pretexto de mantener los puestos de trabajo, lo único que hacen es favorecer la ineficiencia de determinados agentes productivos, a costa de todos los demás. En un mercado libre, la constante creación de empresas se basta para suministrar los puestos de trabajo que se pierden en la destrucción también constante de otras.

En cuanto a si debieran existir "mecanismos" (como dicen los políticos) para ayudar a los trabajadores en el momento de transición entre la pérdida de un empleo y la obtención de otro, no veo por qué no podrían ejercer esa función seguros privados voluntarios. El argumento de que no todo el mundo podría acceder a ellos es falaz, porque las actuales prestaciones públicas las costeamos igualmente todos: Directamente, vía impuestos, e indirectamente, vía pérdida del poder adquisitivo que implica desincentivar la inversión, por culpa de la carga que supone para la economía el sector público.

Alguien dijo una vez algo así como que "talamos los bosques para construir manicomios donde encerrar a la gente que se ha vuelto loca por no poder contemplar los bosques". También podía haber dicho que dificultamos la creación de empresas con impuestos, para poder mantener a la gente que no encuentra trabajo porque no se crean suficientes empresas.


  • Fin de las barreras al libre comercio internacional.
De acuerdo. Los argumentos en contra basados en que la libertad de comercio nos obliga a competir con los salarios más bajos de otros países son una variante de la falacia de siempre, que consiste en esencia en ver sólo el corto plazo de los fenómenos económicos. Si los consumidores pueden obtener algunos productos más baratos del exterior, todos se benefician, porque disponen de mayor poder adquisitivo para comprar otra clase de productos en su propio país, lo cual favorece la creación de puestos de trabajo en nuevos sectores más competitivos. Es un error derramar lágrimas por la pérdida de sectores tan ineficientes que no pueden competir con los de países generalmente más pobres. Es más, al permitir el comercio a dichos países, estamos contribuyendo a que incrementen su nivel de vida, y puedan convertirse a medio o largo plazo en potenciales mercados de nuestros productos.


  • La gente debe tener control sobre su propia jubilación: privatización de la Seguridad Social, y
  • Deben reemplazarse las prestaciones públicas con la caridad privada.
De acuerdo con ambas propuestas. En realidad, mis argumentos ya los he adelantado cuando discutía el tema de las prestaciones de desempleo, y creo que se pueden generalizar a toda clase de gasto público destinado a ayudar a los más desfavorecidos. No se trata de abandonar a nadie a su suerte, sino de evitar crear una clase de parásitos dependientes del presupuesto, y al mismo tiempo favorecer todo lo posible la prosperidad general para que la iniciativa privada, a través de instituciones caritativas y filantrópicas, pueda ocuparse de los menos afortunados. Y sobre todo, no olvidemos que la mejor política social que existe es la creación de empleo. No talemos tantos bosques, y no necesitaremos emplear su madera en construir tantos manicomios.


  • Recortar los impuestos y el gasto social en un 50 % o más.
Quien haya tenido la paciencia de leer hasta aquí, ya se imaginará mi respuesta favorable. ¿Cuánto deberían recortarse los impuestos? Soy partidario de todo lo posible, pero reconozco que eso no es decir mucho: ¿Cuánto es posible? Los anarcocapitalistas defienden la supresión total de los impuestos, y por tanto del Estado, privatizando la justicia, la policía y el ejército. No lo veo factible, pero de eso ya he hablado en otras ocasiones.


ANEXO

Para los aficionados a las matemáticas, puede ser interesante anotar que existen más de 59.000 combinaciones* de respuestas posibles al cuestionario del World's Smallest Political Quiz, exactamente:
Por supuesto, la gran mayoría de estas combinaciones son en la práctica muy improbables. La persona poco permisiva en materia sexual, difícilmente lo será con el consumo de drogas, y quien vea con buenos ojos la privatización de la seguridad social, previsiblemente también querrá reducir drásticamente los impuestos y el gasto público. Pero el test no pretende distinguir entre todas estas variantes, sólo tiene en cuenta el número de respuestas favorables, desfavorables o ambivalentes. De esta manera, el total de posiciones distinguibles en el diagrama se reduce a 11 x 11 = 121, lo cual tampoco está nada mal. De hecho, sobrepasan por completo el vocabulario político, por lo que todavía se hace necesaria una última simplificación, agrupándolas por proximidad en cinco grandes categorías: Liberal (libertarian), izquierda, centrista, derecha y estatista. Con todo, el hecho de que el diagrama permita la representación visual de más de un centenar de posiciones, aunque evidentemente no exista un término para cada una de ellas, me parece uno de sus mayores atractivos.
________
* Hablando con propiedad, se trata de los emparejamientos posibles de variaciones con repetición de cada uno de los dos grupos de respuestas.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Hoy hace siete años de este titular


O sea, que después del mayor atentado terrorista de la historia, la preocupación de una persona normal no tenía que ser que pudiera volver a repetirse en otro lugar una atrocidad similar, sino que, ante todo, debía sentirse inquieto por las "represalias" que pudiera emprender el país agredido.

Y llaman periodismo a semejante bazofia...

¿Cuál es su posición política?

Según la concepción más extendida de las diferentes posiciones ideológicas, éstas se relacionan entre sí como los puntos situados sobre una línea, cuyos extremos representan la extrema derecha y la extrema izquierda. En las sociedades más desarrolladas, existe un amplio consenso en rechazar las posiciones extremistas, y en preferir las más cercanas al centro de esa línea imaginaria: el centroderecha y el centroizquierda. El primero básicamente se caracteriza por ser más partidario de reducir el peso del Estado en la economía, a fin de favorecer el crecimiento, mientras que el segundo se opone porque cree que ello conduce a mayores desigualdades. Al mismo tiempo, el centroderecha está más próximo a la moralidad y las instituciones tradicionales, mientras que el centroizquierda considera que no hay motivos para limitar las aspiraciones reformistas en este terreno.

El problema de este esquema es en cierto modo comparable al de la geometría euclidiana. Ésta, como sabemos, resulta útil para distancias relativamente pequeñas sobre la superficie de la Tierra, en las cuales los ángulos de cualquier triángulo suman 180º, pero no para distancias de, digamos, miles de kilómetros, en las que la curvatura de nuestro planeta empieza a ser apreciable.

En efecto, extrapolando la descripción de las ideologías cercanas al centro que hacíamos antes, parecería que como más nos movamos hacia la derecha del espectro, mayor será el grado de libertad económica y de tradicionalismo que encontraremos, mientras que hacia la izquierda sucederá lo contrario. Pero esto no encaja con la experiencia. Casi todo el mundo identifica los regímenes fascistas con la extrema derecha, a pesar de que pusieron en práctica -por mucho que sobre el papel respetaran la propiedad privada- un profundo intervencionismo estatal en la economía. En cuanto al tradicionalismo, ni los regímenes fascistas se pueden asociar sin muchas matizaciones con esta actitud, ni los comunistas, en el extremo opuesto del espectro, con la habitualmente denominada "progresista". El nazismo aplicó la eutanasia, mientras que en los países comunistas, aún hoy se reprime la homosexualidad. Pero hoy en día se tiende a considerar que la despenalización del suicidio asistido es una política "avanzada", mientras que entre las reivindicaciones de la izquierda destaca especialmente la defensa de la libertad sexual.

Una reacción habitual ante estas objeciones al esquema lineal derecha-izquierda es cuestionar los usos lingüísticos acostumbrados. Así, por ejemplo, se nos dice que en los países comunistas no se vieron realizadas las "verdaderas" ideas de izquierdas, que allí lo que se implantó sencillamente fue un "capitalismo de Estado". Esta por supuesto es una táctica frecuente de los favorables a la izquierda, que así pueden seguir achacando todos los males a su enemigo favorito. Pero también hay quien con intención opuesta ha cuestionado que los regímenes fascistas de los años treinta puedan calificarse de derechistas. Se recuerda que Mussolini fue socialista, y que el partido de Hitler se proclamaba nacional-socialista.

Parece, sin embargo, que estos intentos de cambiar el nombre de las cosas no han tenido demasiado éxito. Las insuficiencias del esquema lineal no se pueden salvar meramente con ajustes nominalistas. Y tampoco las innegables semejanzas entre extremismos teóricamente antagónicos se pueden despachar mediante frases socorridas del estilo "los extremos se tocan", que se limitan a constatar la paradoja sin explicarla, sino mediante la adopción de un esquema teórico que ilustre las verdaderas relaciones entre las distintas ideologías.

En una entrada del año pasado ya comenté el diagrama rómbico que aparece en el libro de David Boaz, Liberalismo. Una aproximación. Entonces se lo atribuí a este autor, pero con posterioridad he descubierto que el copyright del diagrama en cuestión pertenece -literalmente- a una organización llamada
Advocates for Self-Government, que lo ha denominado World's Smallest Political Quiz. Véanlo:

Como puede observarse, en los dos lados de su mitad inferior hay dos escalas que miden el grado de libertad personal y el de libertad económica que uno está dispuesto a admitir, en función de las respuestas a un sencillo cuestionario de diez preguntas (cinco sobre cuestiones personales, y cinco económicas). Así, por ejemplo, una persona que obtenga una puntuación de 40 en la escala de economic issues, y de 80 en personal issues, quedará situada en la zona del diagrama definida como Left (Liberal) -o sea, Izquierda (Progresista). Ya se sabe que liberal en Estados Unidos significa prácticamente lo contrario que entre nosotros, y lo que aquí llamamos liberal se corresponde con la zona Libertarian del diagrama.

Las preguntas que permiten puntuar nuestras tendencias políticas versan sobre si el gobierno tiene derecho a censurar contenidos de los medios de comunicación, si el servicio militar debe ser obligatorio, si debe haber leyes que regulen las relaciones sexuales adultas, la posesión y consumo de drogas y si se está a favor de una tarjeta nacional de identidad. En cuanto a las de tema económico, tratan de evaluar si uno es partidario o no de las regulaciones del mercado, de las barreras al libre comercio, del sistema de pensiones públicas, la caridad privada en lugar de la asistencia pública y la reducción de los impuestos en un 50 % o más. Según que la respuesta sea "de acuerdo" (en el sentido favorable a mayor libertad del individuo), "quizás" (o "no lo sé") o "en desacuerdo", se obtienen veinte, diez o cero puntos. David Boaz en su libro proponía un cuestionario más amplio, pero en esencia equivalente a este.

Animo al lector a hacerse el test on line en la web de los autores. En mi caso, obtuve una puntuación de 100-100 (véase el punto rojo en el primer diagrama de los tres que podéis ver más abajo), si la expresión "use of drugs" se traduce como "consumo de drogas", y de 90-100 (segundo diagrama) si incluye el tráfico de estas sustancias, ante lo cual adopto la posición dubitativa intermedia. Sin embargo, antes de conocer el cuestionario yo me habría situado, intuitivamente, en una posición como la que representa el tercer diagrama (luego explico por qué).


En mi antigua entrada a la que hacía referencia antes, sin dejar de admitir la sustancial mejora que el World's Smallest Political Quiz suponía frente al simplismo de la línea derecha-izquierda, critiqué la idea básica de distinguir entre libertades personales y económicas. ¿No existe acaso una sola libertad, sin adjetivos? Sin embargo, pensándolo mejor, me doy cuenta de que esta crítica ignora el hecho de que, nos guste o no, los políticos y la gente en general realizan continuamente esa distinción, y en la práctica es determinante para posicionarnos de una manera inteligible.

En otra entrada posterior llegué incluso a proponer un esquema distinto, en el que habría un eje que mediría la mayor o menor simpatía por la libertad individual, y otro basado en el dualismo modernidad-tradición. Sin embargo, aparte del hecho de que no supe dar con un procedimiento sencillo de puntuación, no creo ahora que mi propio esquema aporte nada esencialmente innovador. Mi intención era argumentar que es un error identificar completamente modernidad con libertad, que uno puede ser el mejor defensor de la libertad en tanto en cuanto defiende determinadas instituciones o valores tradicionales. Pero en realidad, el Political Quiz no prejuzga esto. Como habrán advertido, no incluye ninguna pregunta sobre, por ejemplo, el aborto, lo cual obligaría a plantear nuestra posición frente a este tema como si fuera una cuestión de mayor o menor compromiso con la libertad personal, cosa que para mí no es en absoluto.

Del mismo modo, al evitar las cuestiones referentes a la seguridad y la política exterior, los autores del diagrama admiten implícitamente que acaso no sea tan evidente como suele darse a entender que la posición conservadora típica sobre estos temas debe interpretarse como recelosa de las libertades personales. Por plantearlo sin circunloquios: ¿Guantánamo representa un retroceso en las libertades individuales o es más bien la única manera de protegerlas eficazmente frente a la amenaza islamista? No pretendo que exista una respuesta sencilla y definitiva a ésta y otras preguntas semejantes. Habrá casos en que el Estado se extralimitará, y otros en los que sería suicida un excesivo garantismo. Seguramente será inevitable que cometamos errores, pues el único método infalible para saber qué es lo más conveniente para la causa de la libertad sería conocer el futuro, es decir, las consecuencias a largo plazo que comportarán las decisiones políticas.

Esta es la razón por la cual dije antes que, intuitivamente, me veo algo más situado hacia la derecha conservadora de lo que lo hace mi puntuación. Con buen criterio, los autores del diagrama han evitado aquellas preguntas directas cuya sóla inclusión podría sugerir una toma de partido en la discusión sobre si ciertas opiniones o actitudes son coherentes con el ideario liberal o no. La simplificación y acaso una cierta imprecisión ha sido el precio pagado por la neutralidad. Pero pese a sus inevitables imperfecciones, creo que cualquiera que analice el Political Quiz, ya no volverá a caer en el burdo esquema tradicional del "espectro político". O sea, sin ir más lejos, no podrá escuchar sin ruborizarse esas memeces pronunciadas por algunos dirigentes del PSOE sobre la "derecha extrema".

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Ofrenda a Rafael Casanova

Con motivo de la celebración de los nacionalistas catalanes, vale la pena reproducir aquí algunos fragmentos sobre los últimos años de vida de Rafael Casanova, el Conseller en Cap de Barcelona durante el sitio de 1714, cuyo monumento en Barcelona recibirá como cada año las ofrendas florales de partidos y otras organizaciones. Ahí va mi traducción castellana:

"La lucha se arremolinó en torno de la bandera de Santa Eulalia, que Casanova, con Lanuza, Pinós y los otros prohombres, había mantenido siempre en primera línea. (...) Sobre el terraplén de la muralla entre los baluartes del Portal Nou y de Sant Pere cayó entonces, con el muslo traspasado por una bala, el Conseller en Cap Rafael Casanova. (...) Llegó en estado grave al colegio de la Merçé, donde lo hospitalizaron. (...) Digamos todavía que la Generalitat, siguiendo el ejemplo de los Consellers, había sacado igualmente su bandera, la de Sant Jordi." (...)

"Sus amigos, ante su impotencia física, dispusieron de él. En algún aspecto, la cosa fue bien lamentable, ya que decidieron la destrucción de todos los papeles particulares del Conseller en Cap (...). Resultó acertada, en cambio, la determinación de hacerlo pasar por muerto (...). Valiéndose probablemente de un médico amigo, lo inscribieron como muerto en el registro del hospital de la Santa Creu." (...)


"Al cabo de un tiempo, el herido fue trasladado en secreto a Sant Boi de Llobregat, donde existía la casa paterna de su mujer. Muerto también el suegro de Casanova (...), la casa y las tierras eran heredadas por Rafael Casanova i Bosch, el único hijo del Conseller en Cap. El chico, todavía muy jovencito, volvió al lado de su padre después de la capitulación de Cardona, donde había servido de alférez (...). Gracias a los bienes de su hijo, quien fue jefe del Gobierno Catalán pudo evitar estrecheces económicas durante el largo periodo que vivió escondido. Durante este tiempo, el joven Casanova tenía que pasar los inviernos fuera, porque seguía sus estudios de derecho en Cervera. En esta ciudad, destacada por la adhesión a Felipe V, comenzaba a funcionar la nueva universidad, después de la supresión de todos los Estudios Generales del Principado."

"En 1719, y acogiéndose seguramente a alguna disposición moderadora que comenzaba a ser posible a los cinco años de posguerra, Casanova abandonó su escondite. Volvió a Barcelona, públicamente, y ejerció otra vez su carrera."

"En 1725, como resultado de la paz entre España y el Imperio, le fueron devueltos sus bienes. (...) En 1730 se casó el hijo Casanova. Siete años más tarde, el antiguo Conseller en Cap se retiró a Sant Boi, a vivir con el hijo y la familia que este había constituido. Murió en aquella población en 1743 [a los 83 años]." (Santiago Albertí, L'onze de setembre, Albertí, editor, 2ª ed., 1977, págs. 348-400.)

Quédense con el detalle de las banderas de Santa Eulalia y de Sant Jordi... La senyera no se menciona. Por supuesto, ni Casanova ni los demás dirigentes que defendían las pretensiones austriacistas al trono de España (sí, Es-pa-ña) abrigaron nunca remotamente algo parecido a ideas nacionalistas, que no aparecerían en Europa hasta un siglo más tarde.

En cuanto a las instituciones barcelonesas y catalanas suprimidas, es difícil y seguramente ocioso conjeturar hoy si hubieran podido evolucionar de manera favorable a las libertades. Yo no lo descartaría, a juzgar por casos comparables de otros países, como Inglaterra u Holanda, que supieron utilizar inteligentemente sus tradiciones e instituciones como diques de contención del despotismo. Y desde luego para nada calificaría a la dinastía borbónica de "liberal", como hace Álex Rosal en un artículo, por lo demás muy correcto.

Puede que no sea mala idea homenajear a Rafael Casanova, aunque por motivos muy distintos del nacionalismo. Él pensaba que con Felipe V habría menos libertad, no sólo para Cataluña, sino también para España, aunque posiblemente, la idea que el prohombre barcelonés tuviera de las libertades estaba inextricablemente unida a la conservación de los privilegios de su estamento. Pero eso es prácticamente una constante en la historia de la libertad, desde los tiempos al menos de la Carta Magna de los barones feudales ingleses. El nacionalismo, en cambio, no está esencialmente interesado en limitar el poder del Estado, sino en crear otro Estado. Posiblemente por ello su interpretación de la figura de Casanova sea la más alejada de la verdad que podría haberse hecho. Y la más injusta.

Hay que volver a Hume

Le dije que a Escocia yo la quería personalmente
por el amor de Stevenson y de Hume.

Borges, El libro de arena


Generalmente suele pensarse que la ética presupone la libertad. Así, ayer mismo, sin ir más lejos, Albert Esplugas, decía en su blog que "si no somos la causa de nuestras propias acciones la distinción entre acciones éticamente ilegítimas y acciones legítimas pierde su sentido." En realidad, creo que esto obedece a una confusión entre dos significados distintos de la palabra libertad. Por un lado, tenemos la libertad en el sentido de libre albedrío (libertad metafísica) y por otro tenemos la libertad política, que es no estar sometido a la voluntad de otros.

Así, cuando adquiero un determinado artículo en un supermercado, obviamente estoy obligado a pagar al pasar por caja, pero no estoy sometido a la voluntad de la cajera, porque nadie me obligaba a adquirir ese artículo ni ningún otro, y además la norma de pagar al pasar por caja es de tipo impersonal y general, no se debe a ningún particular capricho de la cajera o del dueño del supermercado. Aquí las consideraciones metafísicas acerca de si el ser humano es libre, o por el contrario, está sometido rígidamente a la ley de la causalidad al igual que el resto de la naturaleza, parecen fuera de lugar.

Y sin embargo, creo que la cuestión metafísica sí es decisiva, pero en un sentido diametralmente opuesto al que presupone la concepción ejemplificada en las palabras de Esplugas.

David Hume, en su Tratado de la naturaleza humana (1739), ya razonó que si la conducta humana no fuera previsible, la moral carecería de sentido. Pues si las acciones de un individuo no tuvieran relación alguna con su naturaleza y sus circunstancias, es decir, fueran metafísicamente libres, cualquier intento de influir en su conducta sería inútil. Más aún, si la acción humana no estuviera sometida a determinadas leyes naturales, ni siquiera la civilización (incluyendo la libertad política, evidentemente) sería posible. Sólo porque sabemos que los seres humanos, en determinadas circunstancias, se comportarán de manera muy aproximadamente previsible, podemos realizar planes a corto, medio y largo plazo, que son consustanciales a nuestra naturaleza.

Por tanto, podemos decir que en realidad es la libertad la que presupone la ética, y no al revés. Sólo admitiendo la existencia previa de unos principios morales universales y atemporales, podemos hablar de libertad política, y no meramente de la lucha por la realización de nuestros deseos, sin importar cuáles sean. Ni la libertad ni ningún otro valor pueden sostenerse por sí mismos, como si dijéramos, por su mera enunciación.

No se me escapa obviamente que el planteamiento de un sistema de valores universales está profundamente desprestigiado en el mundo intelectual, dominado por las concepciones positivistas y relativistas. Y en gran parte es responsable de ello el propio Hume, quien en mi opinión destruyó para siempre la ilusión de una moral fundamentada racionalmente, por muchas prestidigitaciones conceptuales que ensayara el idealismo alemán para esquivar la tozuda verdad. Pero tiende a olvidarse que Hume no dijo que la moral no pudiera fundamentarse, sólo negó que lo fuera recurriendo a la mera razón analítica.

En efecto, de nuevo aquí nos encontramos con otra confusión, esta vez entre los conceptos de universalidad y racionalidad. Es evidente que la verdad es universal (2 +3 = 5 vale para todos los lugares y épocas), pero no necesariamente todo lo que es universal debe ser racional.

El pensamiento moderno ha tendido a prescindir de Dios, en la confianza de que la razón podía perfectamente sustituir su función legislativa, por así decirlo. El problema es que se le exige a la razón lo que esta jamás podrá ofrecer. Juan José Sebreli, desde su posición de humanismo laico, ha reconocido la dificultad del problema, que el optimismo ilustrado obvió con demasiada ligereza:

"La fundamentación objetiva de los valores es un problema difícil de solucionar en una sociedad democrática y laica que desecha legitimarse por lo trascendente o por una esencia humana idiosincrásica prefijada y, a la vez, no acepta el relativismo esencial de los valores negadores de la universalidad de la razón y la objetividad de lo verdadero y lo justo." (El olvido de la razón, Ed. Sudamericana, 2007, pág. 381.)

Modestamente, mi opinión es que el problema, planteado en estos términos, no es difícil de solucionar: es imposible. O fundamos los valores sobre la trascendencia, o bien sobre la realidad empírica de la naturaleza humana -y no creo que ambas opciones sean incompatibles. La alternativa, como a regañadientes admite Sebreli, es el relativismo multicultural, que no es más que la derrota de los valores occidentales de libertad individual, igualdad entre hombre y mujer, etc., que pasan a ser rechazados como "etnocéntricos".

Sin embargo, la experiencia indica que esos valores sólo por razones históricas contingentes se han desarrollado en Occidente, y que en realidad coinciden con las aspiraciones más elementales de los seres humanos de todo el mundo. El argumento de índole escéptica consistente en que, ante las desconcertantes diferencias culturales que existen, la libertad de decisión individual podría ser un criterio válido, oculta en realidad un complejo ideológico -precisamente el temor a que nos señalen a los occidentales como "etnocéntricos". Berta García Faet, en un artículo titulado "El problema de la ética marxista", propone este argumento, poniendo como ejemplo la polémica sobre el uso del velo. Olvida que precisamente libertad de decisión individual es de lo que carecen las mujeres en el mundo islámico, y parece dar por sentado que todas o la mayoría, están contentas con esa situación. Pues yo no lo creo, al contrario, estoy convencido de que existen muchas más mujeres de cultura musulmana que secretamente envidian a las occidentales (y no sólo por la manera de vestir, que si se quiere es lo más anecdótico) que no al revés.

Así pues, podemos fundar la libertad o bien en lo que sabemos por experiencia de nuestra propia naturaleza, o bien en la creencia en unos "derechos inalienables conferidos por el Creador" -o en ambas cosas. El racionalismo de estirpe hegeliano-marxista es un camino equivocado, que al final acaba conduciendo -por implosión o por desengaño- al irracionalismo relativista.

Dicho de otro modo, no estoy de acuerdo en que que la ética marxista esté pendiente de refutación formal. Todo lo contrario, quien no ha sido refutado ha sido Hume, y por ello, uno de los más conspicuos representantes de la Escuela de Frankfurt, Herbert Marcuse, carga contra el filósofo escocés desde las primeras páginas de su libro Razón y Revolución. "Si se aceptase a Hume -decía Marcuse- tendría que rechazarse la exigencia de la razón de organizar la realidad." Organizar la realidad equivale, obviamente, a la famosa tesis marxista de "transformar el mundo" que ha servido de justificación a las dictaduras más siniestras de la Historia.

Por el contrario, el pensamiento de David Hume (a quien Friedrich Hayek calificó de "constante compañero y sapiente guía") es la mejor antitoxina contra las teorías que hacen caso omiso de la experiencia a fin de sostener sus peligrosas ilusiones utópicas, y también contra algunos debates que pueden acabar sembrando innecesaria confusión.

martes, 9 de septiembre de 2008

Sin venir a cuento

Javier Bardem parece que ha llamado "estúpido" a una parte del público. A mí en cambio me ha llamado más la atención que haya dicho que no cree en Dios, sino en Al Pacino. Por dos razones. Primero, que esa frase supuestamente brillante (más bien de un esteticismo algo demodé) parece confirmar el aserto de Chesterton, según el cual quien no cree en Dios, acaba creyendo en cualquier cosa (con todos los respetos a Al Pacino). Y segundo, que resulta revelador que alguien se declare ateo sin venir a cuento, sin que nadie le haya preguntado por sus creencias. Significa que él cree que ser ateo o ser creyente no es algo irrelevante, sino que tiene consecuencias en la forma de relacionarse con los demás. Porque si no, ¿qué quiere dar a entender con ello? ¿Por qué haría semejante confesión, si creyera que la ética no necesita para nada de un Dios?

Que alguien crea en Dios, evidentemente no garantiza que sea mejor persona. Pero por la forma un tanto orgullosa y desafiante como algunos proclaman su ateísmo, se diría que en cambio piensan que no creer sí les convierte en mejores personas. Personas de izquierdas, por supuesto.

Camarada Rodríguez

Ignoro si existe alguna fotografía de Felipe González (como presidente del gobierno) con el puño en alto. Esta que he encontrado tiene toda la pinta de ser anterior a la victoria socialista del 82, aunque tampoco pondría la mano en el fuego:


Eso sí, en tiempos de Franco, el heroico González manifestaba otro tipo de fidelidades, tal como puede observarse por esta otra foto que aparece en el blog Zetapolleces:


¡Si non è vero, è ben trovato! Pero volvamos a los tiempos del González presidente. Cuando en los actos del PSOE se entonaba La Internacional, muchos dirigentes y sindicalistas levantaban el puño sin poder reprimir su nostalgia por esa ideología que el siglo pasado causó cien millones de muertos, ya sea por represión política directa, o por la miseria atroz que ocasionó la abolición de la propiedad privada y del mercado.

Sin embargo, que yo recuerde, González, en ostensible contraste, siempre evitaba ese gesto, imagino que investido del sentido de la responsabilidad de su cargo, que se supone representa a todos los españoles. Por cosas como esta, algunos se precipitan en hiperbólicos elogios del ex presidente socialista: Como Ansón, a quien ahora le ha dado por decir que fue el mejor presidente de la democracia. O sea, el presidente de los GAL, la corrupción y los tres millones de parados, habría sido el mejor...

Pero sí que es cierto que Zapatero ya ha conseguido hacer bueno a González. Además de permitir al brazo político de ETA que se presente a las elecciones, de tratar de poner bajo el control de sus amigos algunas de las empresas más importantes del país, y de llevar camino de superar los tres millones de desempleados que teníamos en el 96, Zapatero sí se permite levantar el puño -y no es la primera vez que lo hace.


Zapatero entra de lleno, pues, en ese selecto club de los Hugo Chávez y los Arnaldo Otegui. No sé qué pecado hemos cometido los españoles, pero tiene que ser muy grande para que hayamos merecido tener a un sujeto así como gobernante.