Una de las características del fascismo es el uso de la grosería y la brutalidad dialéctica. No es quizá su rasgo más definitorio, pero sí resulta especialmente reconocible. Con ello intenta desprestigiar a sus oponentes y al mismo tiempo atraerse los votos de todos aquellos que se dejan impresionar por unas maneras zafias antes que por un discurso civilizado. Esquerra Republicana de Catalunya es muy amiga de utilizar estos procedimientos. Lo acabamos de ver con las bárbaras declaraciones de Joan Puig arremetiendo contra Ciutadans y Pedro J. Ramírez, y las especialmente malignas de Carod-Rovira, exigiendo al PP que "saque las manos de Cataluña".
Si las del primero rebasan toda medida, no dudando en volver a recordar el video sexual del que fue víctima el director de El Mundo (por sus investigaciones sobre los GAL) y comparando a C's con los colaboracionistas con el nazismo, que "pagaron su traición con la prisión y el escarnio público", las de Carod no son menos despreciables y bellacas, incluso puede que de mayor calado. Porque el mensaje implícito que por supuesto se está sugiriendo es "saca tus [sucias] manos de Cataluña". El lenguaje de las ideologías totalitarias trata de sugerir en el oyente imágenes, en lugar de ideas. Se trata de crear una asociación psicológica entre el adversario-chivo expiatorio y un ser amenazador y vagamente obsceno, que mancilla la pureza del pueblo limpio y honesto. El siguiente paso, desgraciadamente ya lo conocemos. El enemigo puede -debe- ser perseguido sin remordimientos.
Carod-Rovira y los de su calaña no es que no se paren a pensar en las consecuencias de sus venenosas palabras, es que las persiguen con lúcida deliberación. No son buenas personas con ideas equivocadas, sino que defienden las ideas que mejor sintonizan con el odio que les corroe el alma, y necesitan inocularlo al mayor número posible.