sábado, 29 de diciembre de 2012

La ideología del hecho

Con frecuencia, en mis discusiones con progresistas, aparece el siguiente argumento: la derecha históricamente no hace más que retroceder posiciones. Se opone al divorcio y a los anticonceptivos, para terminar aceptando a regañadientes la "realidad social"; se opone al aborto y al matrimonio gay, y lo mismo. En el futuro, no sé qué innovaciones plantearán los progresistas, pero sin duda se repetirá el mismo argumento. La ideología subyacente es que no existe más verdad que la que determine en cada momento la "realidad social". Lo correcto es lo que la mayoría de la gente cree que es correcto. Si mañana un 51 % de la población ve con buenos ojos la poligamia, la eugenesia o el infanticidio ¿por qué no se iban a legalizar?

Parece que los progresistas no se atienen a este principio cuando se oponen a determinadas ideas que son bastante populares, como por ejemplo la cadena perpetua. Pero no hay contradicción. Los progresistas creen que en el futuro todo el mundo pensará como ellos, con lo cual la realidad social terminará coincidiendo con la legal; y si el proceso se puede acelerar, mejor. El progresista es la persona que va montado en la irresistible marcha de la historia. (Esto, por cierto, se llama marxismo, con Marx o sin Marx.) Las tendencias sociales existen en el presente, como la planta existe ya en potencia en una semilla. (Son las "contradicciones" del materialismo dialéctico.) La realidad es dinamismo, contiene la dimensión temporal, como ya vio Heráclito. El mañana puede leerse en el hoy, si se conoce la clave. Por eso sigue siendo exacto que el progresismo es la ideología de lo fáctico, o si queremos ponernos más metafísicos, la concepción según la cual el deber-ser se identifica con el ser, con la inmanencia. El marxismo a fin de cuentas era un hegelianismo de izquierdas.

Los liberal-conservadores, conservadores o personas de derechas (uso estas palabras como sinónimos, o al menos me gustaría que lo fuesen) pensamos exactamente lo contrario. La verdad es la verdad, el bien es el bien, triunfen o fracasen. Lo que la gente suele entender por conservador, un defensor del statu quo, no es más que un quietista, que ignora la naturaleza cambiante de la realidad. El progresista también se coloca del lado del vencedor, pero del vencedor de mañana, de la revolución que cree inevitable. En cambio, el auténtico conservador, el hombre de principios, es como lo retrata Borges: "a un gentleman sólo pueden interesarle causas perdidas". El bien se realizará o no, pero sigue siendo el bien, porque los valores, si existen, solo pueden ser trascendentes, estar más allá de los hechos. (Como sostuvo el conocido integrista Ludwig Wittgenstein, en Tractatus, 6.41) Las personas de derechas podemos estar equivocadas, pero no consideramos que una encuesta de opinión, ni el calendario ("¡a estas alturas del siglo XXI!") sean argumentos. Ni lo más reciente es por definición mejor que lo viejo, ni la mayoría tiene razón por el mero hecho de serlo.

Es verdad que la derecha se opuso al divorcio, y que hoy los de derechas se divorcian igual o casi igual que los de izquierdas. Pero el divorcio seguirá siendo una equivocación, aunque ya no quedara una sola persona que pensara así. Porque el divorcio no es la libertad para separarte de tu cónyuge (eso siempre existió), sino que la administración te reconozca una nueva unión. O lo que es lo mismo, que quien no debiera haberse casado pueda volver a cometer el mismo error cuantas veces quiera. Y los anticonceptivos no son la libertad de tener relaciones sexuales (eso siempre existió) sino que fundar una familia deje de ser la prioridad. En suma, que la gente no tenga unos lazos más sólidos entre sí que los que tiene con el Estado.

Cuando un individuo o una sociedad toman un camino equivocado, el progreso no consiste en continuar avanzando obcecadamente en la misma dirección, sino en tomar una distinta, o incluso desandar lo andado. Puede que eso sea imposible, y que nadie sea capaz de frenar un tren que se dirige hacia el abismo, pero no por ello estamos obligados a creer que en el fondo del precipicio está la Arcadia Feliz.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Otra tragedia de la que seguiremos sin aprender nada

Una mujer de 33 años con cuatro hijos, entre ellos una bebé de 16 meses, tiene perfecto derecho a mantener una relación amorosa con un joven de 25 años al que apenas conoce.

Una mujer de 33 años con un bebé a cargo también tiene la obligación de mantener una conducta responsable, aunque solo sea por la criatura que depende de sus cuidados.

Una mujer de 33 años con cuatro hijos tiene la experiencia suficiente para saber que los varones jóvenes sin ocupación conocida son potencialmente individuos peligrosos. Aunque no conozca las estadísticas, y aunque no se lo hubieran dicho sus padres, debe imaginar, por puro sentido común, que un porcentaje muy alto de los delincuentes son varones jóvenes.

Una sociedad que confunde el "derecho a x" con "x no tiene nada de malo" o incluso "x es sanísimo" es una sociedad inmadura, degradada, en la cual es más fácil que ocurran tragedias como la que hemos conocido hoy: Días después de su desaparición, una niña de 16 meses ha sido encontrada muerta.

Las relaciones efímeras, los "otros modelos de familia", la "libertad sexual" convertida en valor supremo (por encima del amor, la fidelidad y la familia "tradicional") conducen a esto, a la desprotección de los niños. Que caiga todo el peso de la ley (demasiado liviano, por desgracia) sobre el repugnante asesino y sus posibles cómplices. Y que caiga de una vez la venda de los ojos de una sociedad que sigue creyendo en la utopía de la "liberación" de la moral, que es como si los peces quisieran "liberarse" del mar. El ser humano es un ser moral. Cuando se lo desarraiga de su medio, su vida se convierte en un errar sin sentido, como el pez que da vueltas incansablemente en una pecera. Lo habíamos sabido siempre, pero nos empeñamos con verdadera obcecación en desaprenderlo.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Teorema de Juncágoras



Oriol Junqueras, presidente de ERC y vicepresidente (de facto, por ahora) de Cataluña, citó en televisión hace poco unas palabras de Pitágoras de Samos (el del teorema), que reproduzco de memoria: "La democracia está para hacer las leyes, no las leyes para limitar la democracia."

He tratado de comprobar la fuente, sin éxito. Ni en Vidas de los más ilustres filósofos griegos, de Diógenes Laercio, ni en la antología de Alberto Bernabé (De Tales a Demócrito. Fragmentos presocráticos, Alianza Editorial, 1988), ni en una somera búsqueda en Google he encontrado ni rastro de la atribución a Pitágoras de estas palabras. Pero Junqueras es doctor de Historia del Pensamiento Económico, por lo que alguna credibilidad intelectual merece; más desde luego que un servidor, que no es doctor en nada, así que doy por fundada la cita. De todos modos, no deja de sorprender que fuera Pitágoras quien dijera eso, cuando por lo que sabemos fue un hombre de tendencias aristocratizantes. Incluso alguna fuente, como el citado Diógenes Laercio, se hace eco de la noticia según la cual fue ejecutado por unas turbas de Crotona, temerosas de que el filósofo y matemático tuviera algo que ver en una conspiración tiránica.

Dicho lo cual, y yendo al fondo del asunto, la anterior proposición sobre la democracia y la ley incurre en un rotundo error, porque las leyes, las haga quien las haga, están precisamente para limitar la democracia, claro que sí. Por muy democrática y bolivariana que sea una tiranía, no deja de ser una tiranía. Por mucho que el pueblo adore las cadenas, estas no dejan de ser cadenas. Con los votos y sin ellos, todos los tiranos que ha habido en la historia y que habrá en el futuro, aseguran contar con el respaldo del pueblo, ¡y con frecuencia tienen razón! Una ley es lo contrario de la (mal llamada) ley de Lynch, los códigos penales son lo contrario de la lapidación pública y los tribunales populares, las constituciones (contra una de las cuales, la española en vigor, apunta Junqueras) son lo contrario de la democracia asamblearia o plebiscitaria. Ninguna democracia está legitimada para aprobar el robo o abolir la libertad de expresión; luego no es cierto que esté por encima de la ley.

Hace años, en las últimas elecciones en las que se presentó Jordi Pujol, las paredes de Cataluña se llenaron con el siguiente teorema: CIU + ERC = CAT. A la vista está que han terminado siendo premonitorias. Tenemos un gobierno basado en un pacto entre ambos partidos que, si se aplica, convertirá a Cataluña en la región de Europa con impuestos más altos, endurecerá la persecución a esos peligrosos sujetos que se atreven a rotular "Peluquería para caballeros", y encima amenaza con una secesión territorial cuyos costes de todo tipo los catalanes pagaríamos durante años. No se podía esperar menos de quien cree que la democracia está por encima de la ley. Lo que quizás en su día no se entendió era el significado del segundo miembro de la ecuación: CAT. No significa Cataluña, ni tampoco se refiere al cuadrado de la hipotenusa. Es CATástrofe.

Tirios y troyanos

Según argumenta Roberto Augusto en un artículo, "la identificación con una ideología, sea la que sea, es una barrera mental." La pretendida superación de los términos derecha e izquierda es un tema recurrente de la reflexión política. Sin ir más lejos, en mi libro Contra la izquierda (perdón por la autocita) y en este mismo blog he hablado varias veces sobre ello. El locus classicus es el célebre pasaje de Ortega, en su "Prólogo para franceses" de La rebelión de las masas: "Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral." Aunque este pasaje se ha citado muchas veces, quizás no siempre se lo ha situado en su adecuado contexto: 1937, una época en la que, como señalaba Ortega en el mismo párrafo, las derechas prometían revoluciones y las izquierdas proponían tiranías.

Hoy sin embargo, las cosas son distintas: la derecha promete bienestar y la izquierda lo mismo. Ambas se distinguen por lo que entienden por bienestar. Para la derecha es la renta per cápita y para la izquierda son los sentimientos per cápita. La derecha vende realismo y la izquierda romanticismo. El pecado de la derecha suele ser olvidar que no solo de pan vive el hombre: lo que mueve verdaderamente el mundo no es el dinero, ni el petróleo, no es Wall Street; son las ideas. (Y si nos ponemos pesimistas como Revel, las ideas falsas.) El verdadero realismo consiste en comprender la fuerza motriz del pensamiento. "Son las ideas, estúpido." La izquierda, por su parte, lo tiene mucho más claro, y ahí reside su peligro. Si bien la teoría marxista relega las ideas a epifenómenos de las relaciones de producción, es decir, de la economía, fue un marxista, Gramsci, quien se percató de que para construir la utopía socialista primero había que transformar la mentalidad social, asaltar el palacio de la cultura. La derecha sigue creyendo que se puede gobernar sin ideas; la izquierda no se conforma con tan poca cosa como gobernar, quiere transformar, es decir, dominar las almas y los cuerpos, porque el verdadero poder no se ejerce meramente sobre el cuerpo sino sobre la mente. La ironía es que Gramsci comprendiera esto gracias al fascismo, que si triunfó en Italia fue debido a su dominio de la cultura, a la adhesión de la mayoría de figuras intelectuales del momento.

Por esta razón me considero de derechas: Precisamente porque creo que las ideas pueden trastocar el mundo con resultados impremeditados, no pueden dejarse en manos de aprendices de brujo. Y recelo siempre de quienes pontifican que, para pensar por nuestra propia cuenta, debemos prescindir de "etiquetas". La veo como una posición adanista. Lo normal es que, si uno reflexiona por sí mismo, no llegue muy lejos. Lo aconsejable es leer y así poder darse cuenta de que algunas ideas que apenas entrevemos oscuramente, ya han sido pensadas antes por otros, y con mucha mayor clarividencia. Lo honesto es reconocer que nuestras ideas no son inclasificables, sino que seguramente se pueden catalogar, se pueden adscribir a una determinada tradición intelectual. Lo habitual es que, si intentamos mínimamente pensar por nuestra cuenta, acabemos descubriendo antes o después que simpatizamos más con güelfos o gibelinos, montescos o capuletos, tirios o troyanos, aun conservando nuestro criterio autónomo. Esto no nos convierte en sectarios, no significa que debamos ponernos incondicionalmente detrás de ninguna bandera.

Sostiene Roberto Augusto que "lo importante no es ser de izquierdas o de derechas, sino la verdad". Totalmente de acuerdo. Pero ¿qué le hace suponer que la verdad no está ya descubierta? Precisamente la diferencia decisiva entre la izquierda y la derecha es que la segunda cree que la verdad ya fue descubierta hace tiempo. Puede ser una posición equivocada, pero entonces la razón se hallará más cerca de la izquierda, en cuyo ADN está cuestionar la tradición. De lo cual se deduce que, a fin de cuentas, existen fundamentalmente dos grandes concepciones del mundo, y solo dos. No las llamemos izquierda y derecha, si no queremos, pero algún nombre habrá que darles.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Metafísica navideña

Este año mi mujer y yo queríamos renovar nuestro belén y, en el mercadillo que todas las navidades se instala en la Rambla Nova de Tarragona, encontramos una bonita figura que nos gustó más que el tradicional pesebre de estilo supuestamente "realista". Es un nacimiento de cerámica, de una sola pieza, en el que no aparecen más que el niño Jesús, la Virgen María y San José, y que en el interior permite colocar una vela, cuya luz se difunde a través de una especie de ventanuco en forma de estrella. Lo hemos puesto al pie del árbol (otro símbolo cristiano), y en lugar de la vela hemos colocado una de las luces con las que iluminamos el abeto de plástico. Hemos rescatado de nuestro viejo belén el buey y la mula, un ángel que hemos colgado de una de las ramas del árbol, e incluso hemos mantenido una figurita de San Nicolás, a la derecha del nacimiento. Todo puede parecer muy sincretista, pero lo importante es recordar el significado de la iconografía, manteniendo el motivo central del nacimiento de Cristo. No sabemos cómo debió ser el pesebre al que se refiere el evangelio de San Lucas. Creo que a todo cristiano le gustaría, si fuera posible, viajar atrás en el tiempo, como en las novelas de J. J. Benítez (de las que tuve bastante con leer en diagonal la primera parte de Caballo de Troya), para poder contemplar ese momento irrepetible de la historia, junto con la crucifixión. Sin embargo, hay razones metafísicas profundas para suponer que el viaje al pasado es imposible. Si el pasado pudiera reescribirse, si los actos humanos pudieran borrarse una vez realizados, la libertad humana sería una quimera, como en ciertas especulaciones de la física cuántica sobre universos paralelos, en los que infinitos dobles nuestros viven todas las vidas posibles, cometen todas las heroicidades y todas las ignominias. Y sin la libertad, no habría ni pecado, ni salvación, ni Dios. No, estoy firmemente convencido de que ni siquiera Dios puede hacer que lo que ha sucedido no haya sucedido nunca, porque es una contradicción lógica, y ya Santo Tomás de Aquino afirmó que no limita la omnipotencia divina decir que no puede hacer algo contradictorio, porque una contradicción, algo que es y no es a la vez, no es nada. Así que el Nacimiento y la Pasión estarán para siempre vedados a nuestros ojos, por mucho que avance la tecnología. Hecho que está ligado inextricablemente al misterio del tiempo, de la Creación y de la Salvación. Y para celebrar este misterio nos reunimos las familias cristianas, comemos polvorones y bebemos champán. ¡Feliz Navidad a todos!

miércoles, 19 de diciembre de 2012

La secesión legal

CiU y ERC han pactado, como era de prever, la celebración de un referéndum sobre la secesión de Cataluña. Sin ninguna duda, el gobierno central tiene absoluta legitimidad para impedirlo. Las leyes están para cumplirlas, y Cataluña no puede separarse legalmente de España sin que antes se reforme drásticamente la constitución por el procedimiento que prevé el artículo 168: Mayoría de dos tercios del congreso y el senado, disolución de las Cortes, elecciones legislativas, ratificación de la nueva constitución por dos tercios de las nuevas Cortes y referéndum (en toda España, por supuesto).

El problema de que el gobierno central impidiera el referéndum secesionista sería que los independentistas explotarían la situación con la demagogia acostumbrada y gritarían a los cuatro vientos que España no permite a los catalanes ejercer la democracia, pese a que desde 1976 han podido votar en cuarenta ocasiones (más de una vez al año, de promedio) en elecciones locales, autonómicas, generales, europeas y varios referendos, entre ellos el de la constitución y dos estatutos. Por desgracia, la escasa cultura política de la población catalana (en esto, muy parecida a la del resto de España), unida al servilismo hacia la Generalitat de la mayoría de medios de comunicación regionales, tanto públicos como privados, permitiría que este victimismo calase ampliamente y se pudiera llegar a una situación de grave tensión, con una sociedad catalana aparentemente unida en bloque contra el gobierno de Madrid.

Existe una alternativa legal a esta situación. Consiste en que el gobierno central autorizara un referéndum en Cataluña (cosa que el artículo 149, 1, 32ª  le permite expresamente), con las siguientes condiciones:

. Se negociaría entre el gobierno central y el autonómico la fecha y la redacción de la pregunta. (No valdría algo así como "¿Desea usted que Cataluña sea un estado independiente, próspero, libre y pacífico dentro de la Unión Europea, que se acabe el hambre en el mundo y que a todo catalán le toque la lotería al menos una vez en la vida?")

. El  a la secesión solo sería considerado válido si obtuviera un resultado superior al 50 % del censo. (No solo de los votos.)

. En caso de ganar el no, no podría autorizarse otro referéndum de secesión en un determinado período de tiempo. (Por ejemplo 40 años, el tiempo que pronto llevará vigente la constitución.)

. En caso de ganar el , el gobierno español se comprometería a reformar la constitución según el artículo 168, de manera que permitiera la secesión ordenada de Cataluña.

. En caso de que el pueblo español no ratificara en referéndum la reforma constitucional, el gobierno catalán debería acatar el resultado, y comprometerse a no plantear de nuevo la autodeterminación antes de un período acordado.

Una virtud de esta alternativa legal es que los separatistas podrían perder el referéndum, con lo cual se aplazaría el problema durante bastante tiempo, quizás indefinidamente. Y previsiblemente el nacionalismo saldría bastante tocado. Lo peor que podría ocurrir sería lo previsto en la 5ª condición, que hubiera un "choque de trenes" entre los votantes catalanes y la voluntad del pueblo español expresada en referéndum. Pero creo que es difícil que se llegue a esta situación, por dos razones:

La primera es que, si una mayoría del censo de catalanes optara por la separación, en los términos descritos de legalidad y juego limpio, lo más probable es que el conjunto de los españoles también lo aprobara. Incluso muchos catalanes que votaríamos no sin dudarlo en el referéndum catalán, aceptaríamos con democrática resignación un resultado adverso, votando después  en el referéndum nacional, o por lo menos absteniéndonos.

La segunda razón por la que no creo que se llegara al choque de trenes es que, después de todo, difícilmente los nacionalistas aceptarían la alternativa legal, es decir, se avendrían a negociar los términos del referéndum y, sobre todo, a pasar por la reforma constitucional. Y creo que esta puede ser la principal virtud de esta propuesta. Si el gobierno llegara a plantearla (aunque tampoco debe precipitarse), restaría credibilidad a las facilonas acusaciones de cerrazón e inmovilismo, y centraría el debate en la cuestión esencial, que es el respeto al Estado de derecho. Si los nacionalistas se niegan a la alternativa legal, el gobierno español se cargaría aún más de razón para impedir cualquier acción unilateral, es decir, ilegal. Porque la política por definición consiste en convencer, en sumar voluntades, en conseguir apoyos o como mínimo desmovilizar oponentes. Sin ello, no hay fuerza que valga, por muy legal que sea.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Encuentros en la tercera fase

La inversión de valores es un proceso cultural por el cual las concepciones de una minoría intelectual se difunden entre las masas, y en el que podemos distinguir tres fases. En la primera, que podríamos llamar fase crítica, determinados valores tradicionales son sometidos a un análisis sesgado a fin de cuestionar sus fundamentos, omitiendo los argumentos favorables a estos. La segunda fase, o fase progresista, ya no se limita a introducir la duda, sino que trata de poner de relieve los supuestos efectos nocivos de la moral tradicional, y solo estos. En la tercera y última fase, que llamaré propiamente fase de la inversión de valores, las consecuencias de la subversión de los valores tradicionales, antaño consideradas indeseables, son presentadas como lo "normal", como algo bueno en sí mismo.

Para el éxito del proceso, en la fase crítica es muy importante dar a entender que el análisis racionalista no tiene ningún efecto en la moralidad, que se trata de una cuestión meramente académica, un mero debate entre personas civilizadas, porque de lo contrario los críticos pueden ser acusados de minar la moral tradicional, y obligados a cesar en su labor intelectual, o por lo menos a reconocer sus posibles consecuencias sociales y tenerlas en cuenta en su análisis.

En la fase progresista, sucede algo muy curioso. Se juzgan como perversas las consecuencias de la moral tradicional, pero esto todavía se sigue haciendo (en parte, al menos) con la propia escala de valores tradicional. En cierto modo, los valores se minan desde dentro. La finalidad es que quienes están todavía inmersos en ellos no interpreten la subversión como si les estuvieran arrebatando sus convicciones más profundas, sino al contrario, como si se tratara de purificarlas, de eliminar sus inconsistencias.

Por último, desarmada toda prevención, la inversión de valores puede ya consumarse. Los efectos de los nuevos antivalores, que en las dos primeras fases hubieran escandalizado, ahora ya se pueden reconocer sin generar rechazo, porque ya hemos sustituido, de manera gradual e insensible, los valores tradicionales por los nuevos antivalores. Ahora solo queda una labor de afianzamiento, en la cual es muy importante mantener vivo el temor a una restauración de los antiguos principios morales.

Un ejemplo. La moral judeocristiana desaprueba la homosexualidad. La crítica ilustrada a la religión mantuvo durante dos siglos la misma desaprobación, pero sustituyó el concepto de pecado por el de enfermedad. Se consideraba que las "perversiones" (como se las llamaba en la literatura médica no hace tantos años) no eran de carácter moral, sino anomalías de tipo psicológico o fisiológico. Después llegó la segunda fase, en la cual el concepto de enfermedad se sustituye por el de opción u orientación sexual. La homosexualidad ya no es considerada ni un pecado ni una enfermedad, sino una condición libremente elegida, y que debe ser respetada. El homosexual se convierte en gay o lesbiana, términos de connotación reivindicativa. Por último, en la tercera fase, no solo se respeta la homosexualidad, sino que se promueve y se propone como modelo alternativo a seguir. Actualmente nos encontramos en algún punto intermedio entre la segunda y la tercera fase, si no plenamente en la última.

Esta es la conclusión a la que llegué ayer, cuando vi en Tele5 la entrevista que Jordi González le realizó a Jorge Javier Vázquez. En ella se vertieron críticas de tono injurioso contra el alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, porque ha iniciado una campaña contra el cruising (práctica de "citas a ciegas" homosexuales en lugares públicos) en una playa del municipio. En un momento de la entrevista, no recuerdo quién preguntó retóricamente (cito de memoria): "¿Es que ahora no se podrá follar en la playa?" En otra época, no hace muchos años, cualquiera hubiera respondido: "Naturalmente que no". De hecho, la propia pregunta (por no hablar del empleo de ese vocabulario en televisión) hubiera sido impensable, pues el sentido del pudor y la decencia no había sido sistemáticamente desprestigiado por años de propaganda ideológica. Pero ahora la inversión de los valores está llegando a su culminación.

Para la Iglesia, la homosexualidad no es una enfermedad, sino una conducta libremente elegida. (Lo cual no es incompatible en absoluto con que pueda existir una inclinación homosexual de causas genéticas o ambientales.) En esto coincide exactamente con el movimiento gay, pero evidentemente su conclusión es la opuesta: Puesto que la sodomía (como se decía antaño) es voluntaria, se trata de una conducta pecaminosa. Y como todo pecado, puede ser perdonado si hay arrepentimiento sincero. Lo que implica, por cierto, que ese arrepentimiento no se puede forzar: de esto somos más conscientes ahora que en épocas pasadas, lo cual puede que sea un efecto indirecto de las dos primeras fases de la inversión de los valores. Pero este mismo proceso ha continuado su propia lógica subversiva. Ahora ya no hay nada de lo que arrepentirse, y por tanto, se ve como "normal" y hasta saludable que determinados individuos acudan a lugares públicos para practicar una promiscuidad desesperada y autodestructiva, es decir, para negar su propia dignidad como seres humanos, que es lo que defiende el cristianismo y, supuestamente, el movimiento gay. Pero claro, eso era todavía en la segunda fase.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Dónde está la gracia

Por el blog Contando estrelas me entero del enésimo ataque a los católicos perpetrado desde un canal de televisión, en concreto La Sexta. [En realidad se emitió desde Antena 3, como me rectifica el autor del blog, Elentir. Ver los comentarios a esta entrada.] Dado que esta ha sido absorbida recientemente por Antena 3, el autor del blog secunda la "huelga de audiencia" contra todos los medios del grupo de comunicación. No me parece muy atinado un boicot tan genérico. ¿Qué culpa tiene, por ejemplo, Carlos Herrera, que trabaja en Onda Cero, de los contenidos de un programa de una de las televisiones pertenecientes al grupo del señor Lara? Pero no quería hablar de esto, sino ir a la cuestión de fondo.

Les resumo rápidamente la mamarrachada. En el programa del canal citado, "El hormiguero", el humorista (?) Leo Bassi se dedica a mofarse de la Iglesia Católica, anunciando la fundación de una nueva religión llamada patolicismo, que girará en torno al culto a un patito de goma. Hasta aquí, simplemente no le veo la gracia. (En este sitio se puede ver el vídeo.) Es todo indeciblemente más vulgar que la patafísica inspirada en Alfred Jarry, pero la cosa no merecería mayor comentario. Sin embargo, no contento con esto, Bassi se interna decididamente en el terreno del mal gusto, invitando a los espectadores a acudir a la ceremonia "patólica" de una boda entre una mujer y una perra, para recrearse en el carácter zoofílico y lésbico (sic) del acto. Todo ello parece una parodia del sectarismo laicista elaborada por su peor enemigo. La pregunta que surge inevitablemente es: ¿Por qué esa furia anticlerical y anticatólica tan destemplada? Y solo me cabe una respuesta: Bassi está absolutamente convencido de que el catolicismo, además de equivocado, es una perfecta estupidez. Y para pensar esto, tiene que ser bastante estúpido uno mismo.

Personalmente, estoy convencido de que ciertas ideologías, como por ejemplo el socialismo, o ciertas religiones, como por ejemplo el islam, son erróneas. Pero nunca se me ha pasado por la cabeza que sean estúpidas. En todo caso, pueden ser estúpidos algunos entre quienes creen en ellas. ¡Incluso hay idiotas que defienden por accidente ideas acertadas! Por supuesto que existen argumentos inteligentes contra el cristianismo, lo que no significa que estén en lo cierto. Pero quien elabora o repite un argumento estúpido contra algo, inevitablemente se comporta como un tonto, tanto si ese algo es verdad como si es falso. Si lo primero, porque yerra; si lo segundo, porque perjudica su propia causa, al comprometerla con argumentos falaces. Naturalmente, no se trata de elevar las obscenidades de Bassi a la categoría de argumentos. Son simplemente estupideces de pésimo gusto, que más bien deberían tener el efecto de avergonzar a cualquier laicista. Por eso no creo que sea necesario ningún boicot, ni siquiera a "El hormiguero". Se lo hacen ellos solitos.

La LOMCE y sus enemigos

El Anteproyecto de Ley Orgánica para la mejora de la calidad educativa (LOMCE) del ministro Wert parte de la constatación de que el sistema educativo español tiene un problema de calidad: abandono escolar, bajas calificaciones en las evaluaciones internacionales y reducido número de estudiantes en alcanzar la excelencia. Si el principal objetivo de la educación debe ser permitir la movilidad social, no es suficiente con su universalidad, sino que es fundamental la calidad de la enseñanza recibida. De nada sirve una igualación en la mediocridad.

Para ello la LOMCE emprende una moficación de la anterior Ley Orgánica de Educación, de 2006, consistente básicamente en los siguientes puntos:

-Simplificación del currículo (es decir, priorizar las asignaturas importantes).
-Facilitar que los alumnos puedan seguir distintas trayectorias según sus capacidades.
-Reforzar los conocimientos instrumentales, como idiomas o matemáticas.
-Instaurar sistemas de evaluación nacional, de manera que los centros educativos tengan una referencia clara de sus objetivos y que sus resultados sean conocidos.
-Aumentar la autonomía de los centros y la rendición de cuentas de los docentes, para favorecer la competitividad y la especialización.
-Reforzar la Formación Profesional.
-Hacer efectivo el derecho a estudiar en español en las comunidades autónomas con lenguas cooficiales y asegurar unos contenidos troncales comunes en todo el territorio nacional.
-Eliminar una asignatura de adoctrinamiento obligatorio como era Educación para la Ciudadanía, y permitir a los padres elegir entre religión y "Valores Culturales y Sociales" (Primaria) o "Valores Éticos" (ESO).

En resumen, todo esto se podría resumir en tres o cuatro ideas fundamentales: Que los centros educativos funcionen con criterios mensurables de eficiencia, eliminar adoctrinamiento ideológico o nacionalista, y que el objetivo de la enseñanza no es conseguir un gran número de titulados universitarios en paro, sino personas formadas para la profesión que elijan. Puro sentido común. No es de extrañar, por tanto, que izquierdistas, nacionalistas y laicistas hayan puesto el grito en el cielo.

La izquierda detesta que los alumnos que tienen más talento y que se esfuerzan más obtengan mejores resultados, y que los caminos de los estudiantes puedan divergir según sus capacidades. Ellos quieren que todos sean iguales, que todos vayan a las mismas clases y estudien lo mismo, aunque el resultado sea que muchos lleguen a la universidad con faltas de ortografía y sin saber quién era Gracián. Vamos, que podamos presumir como Cuba de tener un gran porcentaje de población con una titulación superior, aunque no tenga donde caerse muerta.

Los nacionalistas ven cualquier intento de legislar en educación desde el gobierno central como una injerencia inadmisible en sus competencias, porque para su poder es básico el control de los medios de comunicación y el sistema educativo. Lamentablemente, el hecho es que tienen cedidas las competencias, por lo que ninguna ley orgánica va a resolver este problema.

Por último, los laicistas quieren que la alternativa a la religión sea el patio, para que los que optan por conocer los fundamentos cristianos de nuestra civilización sean los menos, y los tentados por el recreo los más. (Sobre todo a partir de la edad en que se resisten más a la opinión paterna.) Aunque su objetivo sea perverso, al menos hay que reconocer que de algún modo los laicistas tienen razón. Porque eso de los valores culturales, sociales o éticos sin referencia trascendente no deja de ser una engañifa, aunque se trate de una de las engañifas con más prestigio apadrinadas por la intelectualidad. Basta citar algunas de las últimas obras de Savater, de Salvador Giner (El origen de la moral, Península, 2012) o Norbert Bilbeny (Ética, Ariel, 2012), para constatar el heroico empeño en ofrecernos la salvación laica, en fundamentar algo así como una ética de manual de autoayuda al estilo de "Cómo ser buenos sin esfuerzo (y sin todos esos incordios de Dios, el pecado y la culpa)".

A pesar del escepticismo que pueda inspirar la enésima reforma educativa de la democracia, sus enemigos no pueden conseguir otra cosa, en mi caso, que hacerme simpatizar con ella. Ojalá lograra solo la mitad de los que pretende, que sería mucho.