domingo, 30 de diciembre de 2007

Comentario a ZPorky

Tras leer el último post de HdeZP, empecé a escribirle un comentario, pero como me ha quedado un poco largo, lo copio aquí:

Hartos de ZPorky,

Nuestros blogs son bastante distintos, el mío tiene un estilo más "intelectual" (perdón por la petulancia), y el tuyo más visceral: Por eso me ha ido gustando cada vez más, a veces hay cosas que sólo se pueden decir como tú las dices, un exceso de argumentación para defender cosas que son de sentido común puede ser hasta contraproducente. Es una duda que tengo a veces al releer algunos de mis propios posts.

Dicho esto, comprendo tu estado de ánimo, pero no lo comparto. Empecé mi blog hace medio año, pero podía haberlo empezado (si no fuera casi un lego en ordenadores) hace diez. Para mí, ZP es sólo un síntoma de una enfermedad que se llama estatismo. Como yo ya pasé el sarrampión izquierdista cuando tenía veintipocos años, conozco muy bien la dolencia y hace, ya digo, mucho tiempo que tenía ganas de soltar muchas cosas que llevo dentro. A veces la actualidad me sirve de pretexto, pero no es mi obsesión, ni tengo tiempo de estar informado del día a día todo lo que quisiera.

Por tanto, para mí, que vuelva a ganar ZP será una muy mala noticia, pero soy consciente que la verdadera lucha viene de mucho antes de que apareciera este desgraciado en escena, y continuará mucho después.

Yo votaré al PP, porque no hay otro remedio. Es el único partido en el que la ideología liberal-conservadora tiene cobijo, aunque ya sabemos que sus dirigentes no son de esta ideología ni de ninguna. Pero conozco a gente majísima del PP de Tarragona, empezando por Alejandro Fernández, y creo que eso es motivo de esperanza.

Al día siguiente de las elecciones, si gana Rajoy lo celebraré, pero desde luego, como no milito en el PP, no va a tener ningún cheque en blanco mío. Cuando llegue el momento de criticarlo, lo haré con toda la dureza que crea necesaria. Y si pierde Rajoy, yo ya tengo su recambio (que ahora no revelaré para no enredar) y empezaré mi particular campaña a su favor desde el primer día.

Por último, HdZP: No decaigas, aunque aquí todos estamos porque nos da la gana, al final tenemos una responsabilidad, nos lean cuatro (como es mi caso) o muchísimos más, no podemos dejar en la estacada a esta gente que nos apoya con sus comentarios o simplemente sus visitas. Te llames ZPorky o como sea, tú tienes que continuar el 10 de marzo. Si no, pondremos el enlace a tu blog en un apartado del blogroll dedicado a los rajados... ;)

viernes, 28 de diciembre de 2007

Nota sobre la expresión políticamente correcto

Como es sabido, la political correctness nace en Estados Unidos (trasplantada quizás del maoísmo) como un movimiento reivindicador de los colectivos supuestamente oprimidos frente a los WASP (blancos anglosajones protestantes). Sus derivaciones extremas hasta el ridículo, como era aquello de desdeñar a Shakespeare como un "varón blanco muerto", son bien conocidas. Con el tiempo, al menos en nuestro idioma, la expresión ha ampliado su significado hasta abarcar genéricamente la visión autodenominada progresista (la que yo procuro llamar siempre seudoprogresista).

Sin embargo, hace tiempo que vengo observando la propagación de un uso completamente equivocado de la traducción castellana. La ignorancia seudoprogresista es a veces tan abismal, que muchos interpretan lo "políticamente correcto" como opuesto a aquel concepto tan grato a nuestros herederos del sesentayochismo, que es lo "transgresor". Así, estoy harto de oír en multitud de ocasiones decir a alguien aquello de "bueno, esto puede que no sea políticamente correcto, pero..." y a continuación explayarse en los tópicos progres más trillados, que a él le parecen por supuesto epatantes a más no poder.

Se trata de un fenómeno parecido a lo del "pensamiento único", que la izquierda utiliza como sinónimo de recambio del ya sobadísimo "neoliberalismo", mientras que la derecha, por el contrario, emplea como referencia precisamente al izquierdismo del establishment académico-mediático, sin que yo ahora mismo tenga muy claro cuál es el significado más antiguo.

Para evitar confusiones, se impone elegir términos, sean nuevos o viejos, que no dejen lugar a dudas acerca de lo que estamos hablando. La izquierda ya lo hace, todo el día nos está llamando fachas. No seamos menos. Hablemos de los giliprogres y los ecolojetas sin miedo a ser tachados de... Bueno, ¿qué más nos pueden decir que no nos hayan dicho ya?

jueves, 27 de diciembre de 2007

Solidariduriduradidad

El egoísmo individual como motor de prosperidad colectiva es un tema recurrente del liberalismo clásico -y extrapolable fuera del ámbito económico. Escuchaba hace unos días a Benigno Blanco, presidente del Foro Español de la Familia, decir que las personas -cito de memoria- fundan una familia "porque les da la gana" y con ello hacen un gran bien a la sociedad. Gran verdad. Del mismo modo, aunque el móvil original de un empresario no sea la creación de empleo, sino el ánimo de lucro, no por ello su actividad deja de ser la única forma verdadera de creación y distribución de riqueza. El bendito egoísmo mueve el mundo.

Quienes se oponen a esta visión creen que las mejoras sociales pasan por la renuncia al egoísmo, por privarse unos en favor de los otros. Naturalmente, ellos se ven a sí mismos como profundamente altruistas. Y sin duda, dentro del ámbito familiar, suelen serlo: como casi todo el mundo. Ah, pero ellos, que son muy "críticos" con la familia "tradicional", entienden que eso no cuenta, que la generosidad debe extenderse a toda la sociedad. Y ¿cómo la practican? Pues obligando a los otros a practicarla. Su curioso altruismo consiste en tratar de imponer al común de los mortales más impuestos, cánones, prohibiciones -siempre por su propio bien. Y lo bueno es que así es como se sienten mucho más solidarios que los demás.

Así como el "egoísta" suele respetar deportivamente al prójimo, porque comprende que no le mueven objetivos distintos de los suyos, y por tanto tiene el mismo derecho que él de defender sus legítimos intereses, el "solidario" por el contrario, divide a los demás en dos categorías: Quienes comparten sus imperiosos propósitos de felicidad universal, y quienes no se prestan a ser el juguete de Savonarolas decididos a redimirnos a todos, queramos o no.

El "solidario" es implacable con quienes no se solidarizan. Si su poder es suficiente, llega hasta el extremo de recluirlos en campos de concentración o simplemente matarlos. Cuando no es así, el "progresista" (porque ellos se autodenominan así) se dedica a sabotear cualquier otra forma de hacer el bien que no encaje con su particular superstición. Así, pondrá trabas a la empresa que dificultarán la creación de puestos de trabajo y animarán a las multinacionales a la búsqueda de entornos más acogedores. Culpabilizará a los consumidores que, sobre todo en estas fechas festivas, emplean su dinero favoreciendo el comercio, abominando del "consumismo desenfrenado" que agosta el planeta. Estigmatizarán a quienes se oponen a nuevos impuestos para favorecer a grupos de presión organizados y todo ello mientras imparten lecciones magistrales de ética.

Para ser precisos, habría que distinguir dos clases de seudoprogresistas, uno es el sentimental y otro es el profesional, el que vive de ello, bien sea en la política o en organizaciones o empresas satélites del poder. Naturalmente, entre ambas tipologías tendríamos toda una gradación, desde quien carece de opiniones propias, y por tanto se deja arrastrar por el papanatismo ambiente, hasta el cínico redomado, tipo Al Gore, pasando por los pelotilleros, medradores, etc. Pero lo que conviene observar es que el progre más o menos profesional ha alcanzado un nivel de concienciación superior, en el cual el bien colectivo se identifica con su propio bien, sea un puesto de trabajo, una subvención o el ejercicio directo del poder. Y en cierto sentido inesperado, tiene razón. Porque no existe tal cosa como el bien colectivo. Todo bien se traduce en última instancia en una persona concreta de carne y hueso, en un individuo.

Tendríamos entonces, por un lado, el sano y creativo egoísmo cooperante que no se inmiscuye en los asuntos de los demás y por otro, el egoísmo parasitario, que consiste en ser generoso con el dinero ajeno, autoritario por la vía de usurpar la voz de los más desfavorecidos -e implacable con quien se atreve a desenmascararle. Razón por la cual aquí no valen las medias tintas. Se trata de ellos o nosotros.

Nota: Naturalmente, aquí no pretendo afirmar que no puedan existir formas nobles de solidaridad más allá del ámbito íntimo. Pensemos en la cultura del filantropismo norteamericana, en la caridad organizada o espontánea, etc. Pero si nos atenemos a sus consecuencias, nada hay más solidario (es decir, eficaz en la redistribución de la riqueza) que el egoísmo que está en la base de la economía de mercado.

La abolición de la responsabilidad

Cuando uno llama accidentes a los atentados, no debería sorprenderse demasiado de que luego alguien establezca la equivalencia de los accidentes con atentados. Jugar con el relativismo de lo discutido y discutible es lo que tiene.

Está en la naturaleza tanto del comunismo, sea del Partido de las Tierras Vascas o de Corea del Norte, como del nacionalismo, considerar la realidad individual como algo inseparable en esencia de lo colectivo, de lo social. Por eso en el fondo (pero no crean que muy al fondo) no creen tales ideologías en la libertad. La individual, claro: la única que existe, la de usted, la mía, la de la chica que veo paseando al perro desde mi ventana. Y si no existe libertad individual, tampoco responsabilidad. Por eso, cuando un terrorista mata, lo explican, lo comprenden, lo justifican como la consecuencia del “conflicto”. Para ellos, la moral no tiene nada que ver. Y coherentemente, cuando ese mismo terrorista muere mientras manipula un explosivo, o incluso si es su suegra la que fallece en accidente de tráfico al ir a visitarlo a la cárcel, se los considera como mártires, como otra consecuencia más del “conflicto”. Tampoco sería la primera vez que ETA relativiza sus asesinatos comparándolos con las cifras de muertos en carretera. En su ideología colectivista, y por tanto determinista, matar y morir son eventos igualmente ajenos al libre albedrío.

Por eso se equivoca Boadella cuando afirma que el nacionalismo es de derechas. El eje tradición-modernidad es independiente del eje individuo-colectivo, incluso aunque diéramos con una función matemática que situara a todas la ideologías en las coordenadas de ambos. Ahí tenemos al gobierno del PNV coincidiendo con las canallescas declaraciones de un batasuno. Si el deliro de una Euskal Herria independiente es de “derechas”, con la misma razón puedo decir que considerar a la suegra del etarra como víctima del “conflicto”, es de izquierdas. Lean lo que decía Marx del concepto de individuo en sus Manuscritos económico-filosóficos. No tengo a mano el libro. Pero me acuerdo. Y también me acuerdo de un profesor de la Universidad que nos decía que el terrorismo de ETA era “guerra revolucionaria” (o sea, nada que ver la cuestión del bien y del mal, de la culpa o la inocencia: eso son conceptos burgueses). Seguro que comparte las declaraciones de Miren Azcárate o de Barrena sobre los familiares de presos etarras. Hay que ser hijo de puta.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

La Resistencia AntiZp: La reseña

En el aspecto formal, lo primero que llama la atención del libro La Resistencia AntiZP, concebido, coordinado y editado por Persio (The New Babylon Times), es su variedad: verso y prosa, humor y reflexión grave, narración y ensayo, ficción y relato autobiográfico... Sólo por ello este volumen ya merecería la atención de un departamento de Literatura. Al menos, nadie podrá negar la amenidad de texto semejante.

Más allá de esta constatación, de lo que estoy convencido es de la grata sorpresa que se llevarán muchos al descubrir páginas de verdadera calidad literaria, como son las debidas a Monsieur de Sans-Foy, Persio, Visconti, Alcides, Gutiforever o Luis Amézaga.

Pero vayamos al contenido, y digamos de entrada lo esencial: Este libro es una carga de profundidad dirigida a la línea de flotación del zapaterismo. Porque no se trata sólo de un conjunto de escritos más o menos satíricos, más o menos indignados, contra un gobernante, sino de una crítica frontal y descarnada del pensamiento autodenominado progresista, en toda regla.

El seudoprogresismo no es una interpretación de la realidad, sino una verdadera recreación de ésta, comparable a aquellos espectaculares decorados de Cinecittá con los que Hollywood nos transportaba a la antigua Roma (Visconti: el blogger). Pero en lugar de cartón piedra, la materia con la que trabaja es el lenguaje. No es casual que ZP sea “experto en retorcer el lenguaje, en envilecerlo, en pervertirlo, en someterlo” (Butzer).

La estrategia no es nueva: “Hace treinta años, el pensamiento progre quería cambiar el mundo... Y todo empezó con un pequeño cambio en el lenguaje. Se hablaba de la cultura popular, la interrupción voluntaria del embarazo, la liberación sexual. Qué bien sonaba todo aquello... cambiaron los nombres de las cosas, para luego, poco a poco, cambiar la sociedad entera.” (Persio). Ahora dominan los medios de comunicación, pero la infiltración empezó primero en el mundo de la educación y de la cultura. En la que quizá sea una de las entradas con más fuerza del libro, “La jodida generación de los cuarentones...”, Hartos de ZPorky apunta directamente al autor material: “Aquellos "profes" que no nos obligaban a hablarles de usted y que lo empezaron todo. Querían ser nuestros coleguis y sólo consiguieron que nadie les tomara en serio. Fumaban porros delante nuestro porque era moderno...” Sin embargo, señala HdZP, esta gente no contaba “con que los cuarentones saliéramos respondones... Neofachas nos llaman.... Les damos miedo porque saben que los conocemos, porque saben que sabemos dónde estuvieron entonces y dónde están ahora, pero, sobre todo, porque sabemos cómo lo hicieron.”

Enseguida vuelvo sobre el tema de estos “respondones”, de la Resistencia, que da título al libro. Baste señalar ahora el fenómeno por el cual las monsergas ideológicas que en su día introdujeron aquellos profesores han sido asimiladas hasta por el más tonto del pueblo, y así asistimos a que “cualquier necio se coloque unas gafas de diseño y se convierta en intelectual”, e incluso se atreva a negarle tal condición a quien le da cien mil vueltas. (Impagable el retrato que hace Luis Amézaga, en “Personajillos”, de un engreído personaje mediático que rechazó compartir un premio con Federico Jiménez Losantos).

En efecto, pieza indispensable de la distorsión sistemática de la realidad es la estigmatización sin límites (todo vale) de la derecha liberal-conservadora, que siempre está “haciendo demagogia y llamando a las cosas por su nombre.” (Persio). En “Guerra y Paz”, Natalia Pastor nos ofrece un análisis magistral de esta estrategia, consistente en hacerle la guerra sin cuartel al PP presentándolo como el partido... de la guerra.

Estrechamente ligado con esto, el papel del terrorismo (11-M, negociación con ETA) resulta clave para destruir a la oposición. Zapataplús llega a hablar de “terrorismo democrático”, haciendo referencia a “aquel golpe de Estado llevado al alimón entre políticos y periodistas”. Fernando Luis Fernández Vivar (Respuesta a progres) y Carlos López Díaz (un servidor) analizamos con algún detenimiento el carácter golpista de este gobierno, tanto por sus orígenes como por sus violaciones de la ley. Y sobre la negociación con ETA, no he leído palabras más lúcidas que las de Luis Amézaga cuando, dirigiéndose a quienes apoyan esta política, dice: “Ya sé que les han convencido de que con ETA no se puede acabar sólo por la vía policial, con los jueces, con el ahogo económico, con la ley de partidos, con la presión social e internacional. Pero no me explico cómo son capaces de tragarse ese mensaje antidemocrático y al tiempo creerse que se puede acabar con ETA mediante una negociación donde no haya precio político.”

La conclusión a la que nos llevan estas reflexiones y argumentaciones, se encuentra quizás en estas palabras de HdZP, cuando afirma, en su característico estilo sin medias tintas, que “estamos en una dictadura: la de los medios de comunicación que auparon al poder a un gobierno que, como poco, ha estado negociando con asesinos desde bastante antes de entrar al poder”. Y en un ejercicio de la perspectiva que jamás podemos perder se pregunta si algunos no se darán cuenta de su error hasta que “empiecen a rodar cabezas de pacifistas de mierda que, creyendo en una utópica alianza de imbéciles que renuncian a defender sus derechos, van a caer en manos de un enemigo que se está preparando a fondo para acabar con nosotros.” Y añade, por si hubiera alguna duda de a quién se refiere: “No se equivocó el gobierno de Aznar con Iraq, como espero que acertemos en Afganistán y dondequiera que nos debamos enfrentar al enemigo de nuestra civilización: el terrorismo islámico.”

Este es el espíritu del libro. En él además se habla de la memoria histórica, del nacionalismo, de la educación para la ciudadanía, del aborto, la eutanasia, etc... Y desde luego, como no podía ser menos, de la Resistencia. Alberto Esteban observa el hecho cada vez más incontrovertible de que “los blogs de la derecha española han conseguido ganar la batalla en la red a la izquierda, por tener mejores ideas, por constancia y por decencia”. Intentar fijar en libro unos contenidos tan fluidos y en cierto sentido (que puede llegar a ser literal) perecederos, como son los de Internet, es algo cuya necesidad será cada vez más patente. Pero sobre todo, de lo que no me cabe duda es que La Resistencia AntiZP será un hito en la bibliografía de los futuros historiadores sobre la oposición al totalitarismo a principios del siglo XXI, siempre y cuando éste no acabe triunfando por completo. A esto es a lo que, con mayor o menor acierto, nos resistimos.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Alberto Acereda

Ayer tuvimos el honor unos cuantos conspiradores de contar en una cena con la presencia de Alberto Acereda, director de Diario de América, riojano de nacimiento, tarraconense de adopción y estadounidense por convicción. Hay que decir que el principal culpable de tal evento fue Javier Hurtado, con la complicidad de Alejandro Fernández. En el contubernio participaban conspicuos cosetanos como Cesc, Jordi, Enrique, Frederic...

Alberto improvisó un discurso breve pero contundente –e ilusionante, basado en su profundo conocimiento de la política estadounidense. La derecha liberal-conservadora, dijo, siempre que ha defendido sus valores y principios sin complejos ni tibiezas, ha conseguido el apoyo mayoritario del pueblo, porque la respaldan la Historia y la razón. Enfrente se sentaban Alejandro y Jordi, que aunque no pertenecen precisamente a la derecha acomplejada, escuchaban con atención estas observaciones y otras de naturaleza más “técnica”, sobre cómo sobrevivir en la selva de la política sin renunciar a esos principios. No siendo nuestro invitado político profesional (compagina Diario de América con su cátedra de Literatura en la Universidad del Estado de Arizona), sus palabras me parecieron de un certero realismo. Sobre las dichas técnicas de supervivencia no daré pistas aquí, que se pone sobre aviso a los malos.

Fue un auténtico placer debatir entre amigos sobre la libertad. Alberto, con admirable desprecio por su reputación, aceptó fotografiarse con quien esto escribe, que no dejó pasar la ocasión de promocionar el libro La Resistencia AntiZp, oportunamente recibido ayer. (Gracias, Persio.) Prometo reseña en breve.

jueves, 20 de diciembre de 2007

El Hacedor de derechos

Imaginemos que los vividores de la SGAE defendieran el canon digital invocando un supuesto derecho al robo. Por supuesto, todos pensaríamos que un exceso de soberbia les habría llevado a cometer un fatal error de imagen. Es lo que debería ocurrir cuando algunos hablan del derecho al aborto, con el fin de justificar el homicidio en determinadas circunstancias.

Sí, he dicho homicidio.

En todo tiempo y lugar se acepta que matar a alguien en defensa de la propia vida está justificado. Posiblemente sólo ocurra en España que, si tú eres un joyero y consigues matar al atracador antes de que éste te mate a ti, vayas a la cárcel.

Asimismo han existido desde la más remota antigüedad unas leyes o usos de la guerra, dentro de las cuales causar la muerte del enemigo no se considera punible. En estos tiempos de falso sentimentalismo pacifista, hablar en estos términos se considera de mal gusto. Pero es sabida la diferencia entre el pacífico y el pacifista. Ambos quieren la paz. Sólo que el segundo cree además que eso basta para conseguirla.

En algunos países existe incluso la pena de muerte. Según estimaciones de Amnistía Intenacional, en China, en el año 2006, pudieron ser ejecutadas entre 7.500 y 8.000 personas, aunque no existen datos oficiales. Por supuesto, nuestros seudoprogresistas están indignados… por las 53 ejecuciones que hubo en el mismo período en Estados Unidos.

Defensa propia, conflictos bélicos, pena capital. Son circunstancias en las que el derecho a la vida se ve limitado, y podríamos discutir si son todas ellas moralmente aceptables o no. Pero a nadie se le ocurriría jamás justificar esas excepciones en un supuesto derecho al homicidio.

La vida de un asesino en serie por lo visto es sagrada (al menos en Texas: en China, como señalábamos, no llama tanto la atención) y el tema no admite discusión. ¿Alguien se imagina en Europa un referéndum sobre la pena de muerte? En cambio, ante un organismo cuyos genes ya caracterizan en gran parte a un ser humano con su carácter, sus inclinaciones y sus facultades, se aceptan como pertinentes bizantinas disquisiciones acerca de la semana de gestación a partir de la cual tendría derecho a vivir.

Podemos discutir si se quiere sobre algunas limitaciones del derecho a la vida, como las que implican la pena de muerte, el aborto bajo ciertos supuestos o las muertes de militares en los conflictos bélicos. Pero en ningún caso puede hablarse de unos aberrantes derechos al aborto o al homicidio. Ni siquiera un ministro, qué digo, ni el propio Zapatero (pero Alá es más grande) puede crear derechos que no existen.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Dos por el precio de uno

Respondo a dos memes. El de Cesc consiste en dar tres características que uno considere imprescindibles en un buen blog. Coincido con él en la segunda y la tercera, y en la primera difiero ligeramente, aunque también me parece muy válida la suya:
  1. Un blog ante todo debe ser personal. Su autor debe volcar en él sus propias obsesiones, para lo cual la actualidad puede ser un pretexto, pero sin que ello suponga ligarse excesivamente a ella. Un blog que no se entregue de vez en cuando a divagaciones intempestivas, incluso inoportunas si se quiere, acaba siendo superfluo.
  2. Debe tener un mínimo nivel literario, o de lo contrario no es más que un ejercicio de narcisismo que sólo interesa a su autor. El lector que comparta sus opiniones debe experimentar algo así como agradecimiento porque alguien haya dado con una brillante expresión de lo que él mismo pensaba. Y el que está en desacuerdo, debe sentirse acicateado para ofrecer una réplica que esté a la altura.
  3. Y por supuesto, debe actualizarse con cierta frecuencia. Creo que la óptima es la semanal (pienso por ejemplo en un blog de la calidad de Diarios de las Estrellas), pues ello permite escribir posts bien meditados y al mismo tiempo mantener el interés.
Y ahora, el meme de Jordi:
  1. ¿Cuánto tiempo de bloguero llevas? Véase archivo.
  2. ¿Cómo supiste de la existencia de los blogs? El primer blog al que me aficioné fue el magistral de Barcepundit.
  3. Cinco blogs que sigas a diario: Alejandro, Jordi, Cesc, ZPorky, Persio... Me gustaría nombrar a otros, pero sería hacer trampa.
  4. ¿Eres lector anónimo de algún blog? Siempre que hago comentarios me identifico.
  5. Algunos autores que te generen especial simpatía. Ver respuesta 3.
  6. Con qué 5 blogueros irías de marcha. En casa no me dejan.
  7. Con qué tres bloggers pasarías una noche de locura sexual. Creo haber contestado antes. Lo siento chicas.
  8. ¿Te has enamorado nunca de un blogger? Tanto como enamorarme no sé, pero como buen liberal me gusta mucho Hayek. Salma Hayek. Lo que no sé es si tiene un blog.
  9. ¿Estás satisfecho con tu blog? Digamos que me da satisfacciones.
  10. Pasa el meme a... Para todo el que quiera.

Por qué no votaré a UPD

Unión Progreso y Democracia, la nueva formación de Rosa Díez y compañía, se presenta como un partido transversal, que no estaría obsesionado por las etiquetas de izquierda y derecha, aunque el espíritu de su Manifiesto fundacional encaja más bien con la primera. En cualquier caso, sus propuestas encaminadas a reducir la influencia de los nacionalismos, así como a corregir la actual supeditación de los poderes legislativo y judicial al ejecutivo, son un soplo de aire fresco que hay que agradecer. Pero admitido esto como es de justicia, no hay que llamarse a engaño. El paso adelante que supone la reivindicación de una verdadera división de poderes queda anulado por los dos pasos atrás de sus formulaciones socialistas. Y su concepción del laicismo, que se diría más preocupada por la presencia social del catolicismo que por la amenaza islamista, denota cierta ceguera en la elección del verdadero enemigo.


Formulaciones socialistas

El Manifiesto distingue entre democracia formal y democracia “material”, aquélla que sólo se consigue eliminando la miseria y la ignorancia. Suena muy bonito. Pero la democracia con adjetivos debería inspirar los mayores recelos. A la postre, por mucho que se jure fidelidad eterna a los formalismos legales, quienes creen que la justicia no empieza y termina con ellos, acabarán encontrando la forma de violentarlos. Y eso y no otra cosa ha sido siempre lo que se ha entendido por "tiranía", desde Aristóteles por lo menos. Si jugamos con el significado de las palabras, al estilo de Zapatero, corremos el riesgo de perder el original, y de abrir la puerta a manipulaciones sin límite.

Por si quedara alguna duda, más adelante se afirman cosas como que “toda riqueza es social y se debe en último término a la sociedad” o que “la redistribución de la riqueza requiere que el sistema fiscal mejore su control sobre todas las fuentes de renta”. Previsiblemente, se apuesta por unos servicios públicos amplios, y con el descaro habitual de la izquierda, que le lleva invariablemente a culpar al mercado del fracaso de sus políticas económicas, se anticipan a las críticas acerca de la ineficacia del sector público achacándola a desidia premeditada para “fomentar luego su privatización”. Supongo que conscientes de que se les ha ido la mano en su defensa del intervencionismo, se han visto obligados a incluir una línea para asignar al Estado la misión de “garantizar la libertad económica [y] el ejercicio de la competencia”. Vamos, que no hay razones para asustarse, señores empresarios, sus donativos serán bien recibidos.


Concepción del laicismo

El Manifiesto afirma que el Estado debe ser neutral ante todas las creencias, religiosas o no. Nada que objetar, pero ¿en qué se traduce esto? En que en la escuela pública no debe impartirse ninguna asignatura religiosa, ni tampoco el ateísmo. En cambio, se defiende “la introducción de asignaturas concebidas para enseñar los principios éticos y políticos comunes a todos los españoles”. Evidentemente, esto no es jugar limpio. ¿Deja de ser neutral el Estado cuando ofrece a los padres elegir entre la enseñanza de varias confesiones o ninguna, y en cambio lo es cuando se arroga la prerrogativa de oficializar una doctrina ética común? Hombre, ya puestos, el autor de los libros de texto de esta Educación para la Ciudadanía podría ser Savater, que por lo menos es ameno de leer.

Sinceramente, cuando hablan de las “intromisiones exageradas del clero en la enseñanza pública” o de “la manipulación teocrática de las instituciones”, ignoro si se refieren a los países islámicos o a España. Si lo primero, cabe preguntarse cómo piensan enfrentarse a una amenaza que ni siquiera se atreven a nombrar. Si lo segundo, me pregunto qué traumáticas experiencias personales les han llevado a considerar que es este país y no ellos el que tiene un tremendo problema con el catolicismo. ¿Realmente hiere tanto su sensibilidad la mera visión de una casilla de la declaración de la renta que nadie les obliga a tachar? Que Zapatero se crea el salvador de las mujeres, de los gays y de los laicos, como si aquí hubieran venido rigiendo hasta su venida las mismas costumbres y leyes que al otro lado del Estrecho, es un fenómeno que hasta cierto punto podemos comprender, dada la crisis de ideas de la izquierda tradicional. Con unos enemigos hábilmente recreados, el ejercicio del poder puede llegar a ser una fiesta. ¿Que la Conferencia Episcopal se opone al aborto y a la experimentación con embriones humanos? Pues ya tenemos a la Santa Inquisición. Sutilezas las justas, que los matices no movilizan el voto. Lo que ya me parece más preocupante es que un partido que nace con afán renovador demuestre la necesidad de recurrir a tópicos tan desfasados, propios de los años treinta, como los que deja traslucir su Manifiesto.

martes, 18 de diciembre de 2007

La antigüedad del futuro

Tal como yo lo veo, la cuestión política fundamental sería cómo mantener la libertad del individuo a través de los cambios que experimenta la sociedad. Dos son los tipos de amenazas a las que está eternamente expuesta la libertad. Una procede de los autodenominados progresistas que idolatran el cambio, sin pararse a pensar en los posibles efectos sobre las libertades individuales. Así, todos aquellos que están dispuestos a otorgar al Estado una preponderancia siempre creciente, al convertirlo en el agente de bienintencionadas transformaciones, son posiblemente los enemigos más formidables que puede tener la libertad, precisamente porque no suelen ser conscientes de ello.

El otro gran peligro se halla por el contrario en los inmovilistas, aquellos que están dispuestos a sacrificar al individuo en el altar de una comunidad mítica, sea de naturaleza nacional o religiosa, fundamentada en una Edad de Oro que debe ser restaurada. Los nacionalismos, con sus pretensiones “normalizadoras”, es decir, restauradoras de un supuesto estado primitivo de pureza, libre de contaminaciones culturales foráneas, así como el islamismo nostálgico de su sobrevalorada grandeza medieval, constituyen las manifestaciones inequívocas de esta categoría.

Tanto el socialismo como el nacionalismo y el integrismo trabajan por el fortalecimiento del Estado, al que ven como el instrumento para lograr sus fines. Y a pesar de sus objetivos opuestos, han demostrado una capacidad sorprendente para aliarse e incluso fusionarse. El ejemplo paradigmático es el de los fascismos, que fueron resultado del cruce monstruoso de socialismo y nacionalismo, o el del régimen iraní, mezcla de socialismo e integrismo. En parte, ello es debido a que todo movimiento político se presenta como democrático o popular a fin de triunfar, pero además me resulta difícil sustraerme a la sospecha de que habría algo profundamente reaccionario en el propio socialismo, una especie de nostalgia atávica de las primitivas sociedades de cazadores-recolectores, mucho más igualitarias.

En este sentido, la distinción entre los autodenominados progresistas y los reaccionarios encierra un equívoco, pues ni el futuro que prometen unos es realmente algo tan nuevo, ni el pasado que añoran los otros seguramente ha existido jamás -salvo en la imaginación retrospectiva de malos historiadores e ideólogos brillantes.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Cómo mantener los prejuicios contra viento y marea

El dogma fundamental de los adeptos de la antiglobalización es que, mientras los ricos cada vez son más ricos, los pobres cada vez son más pobres. Se trata de una tesis que los estudios más serios, destacando entre ellos los de Xavier Sala i Martín, han echado por tierra hace tiempo. Cada vez son más, sobre todo en Asia, los pobres que ingresan en las clases medias, las más interesadas por cierto en la economía de mercado y el Estado de Derecho, en los cuales el esfuerzo personal se ve entorpecido mucho menos por el intervencionismo y la corrupción que en cualquier otro sistema. Globalización y meritocracia van unidas.

Esto es lo que afirma también el economista indio Surjit Bhalla. Sin embargo, en un artículo publicado hoy en La Razón Digital, aludiendo a una conferencia que al parecer ha impartido en España, lo que se destaca es que el crecimiento de China y La India suponen una "amenaza" a la hegemonía de Estados Unidos. Nos habían dicho hasta ahora que los Estados Unidos eran los malos malísimos de la película, cuyas malvadas multinacionales porfiaban por extender la globalización sin piedad. Pues ahora resulta que la globalización es buena, y en consecuencia, los Estados Unidos son... malos malísimos, y tienen motivos para preocuparse de que cada vez haya menos pobres que no puedan consumir sus productos.

Lo más bueno es cuando, en relación a la defensa de la meritocracia que hace Bhalla, es decir, del mercado y la sociedad abierta, el articulista nos la presenta, en tono elogioso, como "una percepción bastante llamativa... desde el punto de vista occidental". De la manera que lo dice, no sabemos si es Carrascosa (el autor del artículo) o Bhalla quien acaba de descubrir el liberalismo. Sospecho que más bien es el primero, pero vaya usted a saber. Vamos, que el esquema es invariable. Cuando ciertas ideas son defendidas por think tanks americanos, no son más que la expresión de los turbios intereses del capital, pero en boca de un sabio oriental, y escuchadas sobre todo por alguien lo suficientemente ignorante, suenan revolucionarias y "transgresoras" (he echado en falta la palabra, la verdad). Y de hecho lo son, las diga quien las diga.

El articulista concluye, tras aludir a los esperanzadores datos de disminución de la pobreza, que "la utópica teoría de la distribución de la riqueza parece que funciona". Dada la habilidad de este Carrascosa para entender las cosas al revés, ya no sé si se refiere a la defensa del crecimiento como principal motor de la riqueza que propugna Surjit Bhalla, o más bien eso de "distribución de la riqueza" le suena a socialdemocracia y ha creído que al final quedaba bien terminar así, reivindicando, fiel a su estilo, la posición contraria a la que defiende el economista indio.

Mucha gente aún conserva la capacidad de conmoverse al oír un pasaje de Prokofiev, sin saber nada de música clásica ni que existiera el tal Prokofiev. Prueba indubitable de que "Los 40 Principales" no han conseguido arruinar por completo el oído de todo el mundo. Quiero pensar que el tal Carrascosa es de éstos, le suena bien la música, aunque no sabe ni papa de liberalismo. Peor sería que manipulara con toda la intención.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Carta abierta al presidente del FC Barcelona

Sr. Joan Laporta:

Como seguidor del FC Barcelona, me siento ofendido cada vez que usted utiliza a nuestro club en apoyo de sus ideas nacionalistas. El club, me veo obligado a recordárselo, no es de su propiedad, sino de los socios, los cuales no le han votado para que, mientras dure su mandato, usted haga lo que le dé la gana con esta institución centenaria.

El Barça es una imagen de Cataluña, como lo pueda ser Gaudí o Montserrat. Eso es difícilmente discutible. Pero Cataluña es de todos los catalanes, no sólo del tripartito. Los naturales de esta tierra que nos sentimos españoles (o sea, la mayoría) también somos catalanes. El Barça tiene además muchísimos seguidores en toda España y fuera de ella, que merecen idéntico respeto.

No es tolerable que, mientras se reniega de todo lo que recuerde a España, sin ninguna consideración para los sentimientos de multitud de barcelonistas, en algunos países islámicos se vendan camisetas del Barcelona con el escudo sin la cruz de Sant Jordi (La Vanguardia). ¿Se prohibirá también a los jugadores que se persignen en el campo para no herir la delicada sensibilidad islámica? ¿Llegaremos al extremo de renegar de las raíces cristianas de nuestra cultura?

Quedo a la espera de que la directiva del FC Barcelona despeje de inmediato cualquier duda acerca de la implicación directa o indirecta del club en la fabricación de esas camisetas o cualquier otro producto con el escudo descristianizado, declarando formalmente que todos los escudos sin la cruz de Sant Jordi son apócrifos, y por tanto falsificaciones ilegales del distintivo azulgrana.




Visca el Barça!

Visca Catalunya!

Visca Espanya!

Atentamente,

Carlos López Díaz

miércoles, 12 de diciembre de 2007

El Estado tocapelotas

El gobierno se va a gastar mil millones de euros en convencernos de lo mucho que se preocupa por nosotros. Enternecedor. Pero esta cantidad no deja de ser insignificante en comparación con todo el volumen de gasto estructural dedicado a traer el Reino de la Felicidad sobre la Tierra.

Las funciones que desempeñan los Estados se podrían clasificar en tres grandes grupos:

  1. La función política, o núcleo duro. Dentro de éste englobaría defensa, seguridad, justicia, parlamento, hacienda, etc. Son las funciones que se asocian inextricablemente con el Estado desde sus orígenes.
  2. La función empresarial. Aquí incluyo infraestructuras, educación, asistencia médica, prestaciones sociales, deuda pública, etc. Se trata de aquellas funciones que absorben la mayor parte del presupuesto, a pesar de que prácticamente todas podrían ser asumidas por la iniciativa privada, que además las gestionaría con mucha más eficacia.
  3. La función tocapelotas. Se trata de todos aquellos capítulos de gasto tales que:
    • O bien su utilidad social es remota o muy dudosa. Por ejemplo, el Ministerio de Administraciones Públicas, el de Presidencia, el Consejo de Estado, la Casa del Rey, etc.
    • O bien consisten en toda una serie de regulaciones y medidas supuestamente de apoyo a la industria, la agricultura, la salud, la cultura, la vivienda, el medio ambiente, el empleo, la igualdad de género etc, etc.

A esta función se dedican más o menos la mitad de los ministerios actualmente existentes, absorbiendo quizás entre un 10 y un 15 % del presupuesto del Estado, unos 40.000 millones de euros.

Si queremos que algún día el Estado se repliegue a su función política, antes de cuestionar todo el sector público, debemos empezar por atacar la función tocapelotas del Estado, es decir, el dinero de nuestros impuestos que se destina, no a educación o a hospitales, sino a mantener ejércitos de burócratas parásitos, subvencionar películas que no queremos ver, imponer al comercio cuándo debe abrir y cerrar, o subvencionar a los agricultores que más carreteras cortan. Después ya veríamos si necesitamos sus hospitales y sus escuelas.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Ladridos en la noche

Estamos ya habituados a esos debates televisivos caracterizados por:

  1. Una proporción como mínimo de 2 a 1 a favor de los seudoprogresistas, que se justifica a menudo arteramente porque algún invitado, que podría haber equilibrado ligeramente la composición ideológica, ha rehusado entrar en ese juego con las cartas marcadas.
  2. Un guión trufado de supuestos previos hurtados al debate, que sitúa al elemento minoritario en una insuperable desventaja inicial, lo que junto con el punto anterior suele eximir al moderador de comprometer su imagen de imparcialidad. Basta con dejar que los perros destrocen a sus presas cautivas.
  3. Seudoprogresistas vociferantes e indignados, que no contentos con disponer en conjunto de más tiempo para sus intervenciones, interrumpen a sus oponentes sin cesar, pero se acaloran y amagan con largarse cuando no se hace un silencio sepulcral mientras hablan ellos, o se les arrojan a la cara verdades demasiado insoportables.
  4. Que se creen, además, con el derecho y hasta la obligación de insultar a quienes osan poner en duda las buenas intenciones congénitas de la izquierda.
  5. Que no se privan del más grueso efectismo demagógico ni del recurso a los tópicos más sonrojantes con tal de llevarse los aplausos de la claca. (Asegurados de todos modos porque ¿qué público sería tan masoquista para asistir a un programa a la mayor gloria de las opiniones dominantes, si no las compartiese en su gran mayoría?)

Estos elementos básicos se dan modélicamente en el programa de Tele5 “La noria”, que ha venido a sustituir al anterior dedicado al “corazón”, me imagino que hasta que en marzo se consiga el objetivo de que el partido socialista venza en las elecciones. Porque la selección de los temas no puede ser más reveladora. Andanadas contra la Iglesia, la monarquía, contra quienes critican a la monarquía (pero sólo si tienen un programa en la COPE y se llaman Federico), contra el ejército (incluso una medida tan popular como fue la supresión de la mili les parece digna del más encendido debate: claro, si la aplicó Aznar tiene que ser sospechosa.) Etc, etc. Típicos temas de la extrema izquierda y los nacionalismos, que permiten a los socialistas erigirse en adalides de la sensatez sólo con que aporten unas meras matizaciones retóricas, y a los que discrepan sin ambages como lacayos de la más negra reacción.

En el programa de hace dos semanas, todavía en la estela oportunista del “por qué no te callas”, la verdad es que no se atuvieron a ese guión, ¡los chavistas estaban en minoría!

Pero en el que fue emitido ayer, las cosas volvieron plenamente al esquema descrito. El tema del debate giraba en torno a la unidad en la lucha contra el terrorismo, ejemplificando con precisión el punto 2 al que antes me refería. Es decir, en lugar de debatir sobre si la política de Zapatero es correcta o no, merece credibilidad o no, parece que es mucho más importante tratar de explicarse cómo puede haber gente tan malvada que no le apoye. Así el escenario está servido para que estos izquierdistas y populistas (Revilla) muestren su indignación por la “utilización política” de las víctimas (punto 5), sin que nadie tuviera el valor de recordarles la utilización de 192 muertos que llevó a los socialistas al poder. Y sobre todo, para que vuelvan una y otra vez con el embuste increíble de equiparar la política antiterrorista de Aznar a la negociación de Zapatero con ETA, sacando petróleo de aquel mal día en que el primero mencionó al MLNV.

Hubo momentos antológicos, como cuando la Comisaria del Pueblo Pilar Rahola llamó malnacido a Jiménez Losantos (punto 4) por afirmar sarcásticamente que si Zapatero es reelegido, ofrecerá un ministerio a un etarra. ¿Qué tendríamos que decir entonces de los exabruptos de un José Blanco, entre otros mamporreros oficiales, acusando al Partido Popular un día sí y el otro también de hacerle el trabajo sucio a ETA? No faltó tampoco la Pilar Manjón de turno, encarnada en la viuda de un ertzaina, partidaria de la negociación con quienes asesinaron a su marido. Al parecer los responsables del programa no encontraron a otra víctima más representativa, después de que el presidente de la AVT rehusara la invitación de asistir a semejante encerrona.

El debate alcanzó su clímax cuando Miguel Ángel Rodríguez afirmó que la política de Zapatero no pretendía acabar con ETA, sino que era una estrategia política. ¡La que se montó! A la Rahola y a Enric Sopena sólo les faltó echar espumarajos por la boca. ¡Atreverse a dudar de las buenas intenciones del Líder Máximo! (punto 4). ¿Cuáles fueron sus argumentaciones? Creánme que no exagero si afirmo que no se molestaron en ofrecer ninguna en absoluto. Sencillamente, la bondad de los gobernantes es un axioma que no admite discusión. En una inversión espeluznante de la más básica cautela liberal, que consiste precisamente en no fiarse jamás de quien ostenta el poder, y con esa finalidad establecer todo el sistema de controles y contrapesos que caracteriza a los Estados de Derecho, nuestros seudoprogres sencillamente se niegan a admitir, siquiera como hipótesis, que un gobernante pueda abrigar intereses incompatibles con los de su pueblo. Cualquiera diría que si hubieran vivido en el siglo XVII, se habrían sentido cómodos defendiendo la monarquía de derecho divino. Por supuesto, si en vez de en el siglo XVII, se encuentran en el año 2008 con la derecha en el poder, descubriremos entonces a unos acrisolados liberales, que arrojarán todo tipo de sombras de sospecha sobre cada estornudo de Rajoy.

Toda discusión sobre las intenciones de los gobernantes es propia de una fase intelectual primitiva. De lo que se trata es de juzgar los resultados de sus actos, que con las mejores intenciones pueden perfectamente conducir a los mayores desastres. Atenerse a las bellas pero vacuas palabras de paz y democracia, que han acompañado tantas veces a los excesos del poder, no es menos estúpido en el fondo que si quisiéramos juzgar a Hitler exclusivamente por las filmaciones en las que aparecía acariciando afectuosamente a su perro.

ACTUALIZACIÓN: Elentir acaba de informarnos de un artículo criticando este programa que ha sido censurado en un periódico digital. En cuanto podamos conseguir el artículo, habrá que publicarlo.

ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN: Hartos de ZPorky ya lo tiene. ¡Esto es eficacia!

El clásico intervencionismo de siempre


Aparentemente las personas celíacas (intolerantes al gluten) están de enhorabuena. El ministro de Sanidad se ha comprometido a que, durante esta legislatura, se aprobará un real decreto que obligue a todos los fabricantes alimentarios a indicar en su etiquetado si sobrepasan un nivel máximo de gluten.

He dicho "aparentemente" porque en realidad es dudoso que los celíacos tengan verdaderos motivos para felicitarse. Si consideramos los costes que se derivarán de los análisis necesarios para detectar la presencia de gluten, así como de los cambios en los envoltorios y etiquetados, no es difícil llegar a la conclusión de que todos los consumidores (incluidos por supuesto los celíacos) acabaremos pagando esa nueva normativa a través de un incremento del precio de todos los productos alimentarios.

Se replicará (como si lo oyera) que los celíacos de todos modos necesitan esa información acerca de los alimentos, y que el mercado por sí solo es incapaz de satisfacer esa demanda minoritaria (se calcula que en torno a un 1 % de la población es celíaca, diagnosticada o no). Pero eso es falso. Los celíacos en España llevan años organizados en asociaciones que se encargan de publicar listas de alimentos aptos para su consumo, además de organizar conferencias, editar revistas, promover campañas de información, asesorar al sector alimentario y hostelero, e incluso financiar investigaciones clínicas. Todo esto con unos costes mínimos para los enfermos celíacos y nulos para el resto de los ciudadanos, y sin la intervención apenas de la administración.

¿Quién es más eficiente, el mercado y la sociedad civil o el gobierno? ¿Disfrutarían los enfermos celíacos del mismo nivel de información (con correos electrónicos y mensajes SMS habituales incluidos), entre otros servicios, si la dependencia de la administración les hubiera disuadido de asociarse? Puedo imaginarme los fabulosos trípticos informativos que editaría Sanidad con cargo a los presupuestos, para acabar en su mayoría distraídamente en las papeleras de salas de espera de la Seguridad Social...

Y lo que quizá es lo más importante. En cuanto el Estado decide aplicar una regulación obligatoria, las diferentes partes a las que afecta (productores y consumidores, básicamente) se ven obligadas a negociar sus términos concretos, es decir, a ceder algo. Por ejemplo, en los niveles de gluten considerados sin riesgo para los celíacos. Las asociaciones defienden las 20 ppm, pero es previsible que los fabricantes prefieran un límite menos estricto. ¿No sería mucho mejor para ambas partes que los productores siguieran voluntariamente las recomendaciones de las asociaciones, en lugar de que se impusiera una norma que acaso no contentará a nadie? Bueno, salvo al Estado, que tiene una ocasión más para inmiscuirse en los intereses de los ciudadanos y presentarse como el defensor de las minorías, mientras sigue ampliando una burocracia que costeamos todos.

ACTUALIZACIÓN: Nada más postear lo anterior he sabido que la Generalitat concedió el 2006 una subvención de 18.000 € a la Asociación de Celíacos de Cataluña (el equivalente a unos 3 € anuales que debería aportar cada socio). Es decir, que el coste para el conjunto de los contribuyentes no es exactamente nulo, como decía antes, sobre todo si tenemos en cuenta que existen infinidad de asociaciones relacionadas con la salud y con el mismo derecho a recibir ayudas. Sigo pensando, en cualquier caso, que estas subvenciones a la larga son un caramelo envenenado. Esperemos que la asociación catalana (también muy conocida por sus siglas originales SMAP) siga manteniendo su independencia, como se manifiesta por ejemplo en su política de exquisito bilingüismo en todos sus comunicados y publicaciones, cosa que, por supuesto, en absoluto podríamos esperar del gobierno autonómico.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Confieso que he dudado

Estimulado por algún que otro acalorado debate con Eduardo Robredo (siempre desde el respeto mutuo, y compartiendo con él más ideas de lo que pudiera parecer), llevo unos días pensando en escribir sobre ateísmo, agnosticismo y laicismo.

Agnósticos y ateos coinciden en la crítica a determinados argumentos que tratan de probar la existencia de Dios. La diferencia, se supone, es que el ateo concluye que Dios no existe, mientras que el agnóstico sencillamente niega que podamos llegar a una conclusión definitiva. Digo “se supone” porque a estas alturas, la mayoría de quienes se autodenominan ateos se cuidarán mucho de incurrir en un dogmatismo no menos ingenuo que la denostada “fe del carbonero”, sobre la que se complacen en sentirse superiores, tendiendo por el contrario a un positivismo mucho más discreto. Aquel tipo de ateo que retrata Sartre, evocando su infancia en Las palabras, no deja de ser hoy un anacronismo:

“... La incredulidad declarada –recuerda- conservaba la violencia y la indecencia de la pasión; un ateo era un original, un furioso a quien no se invitaba a comer, por temor a que «hiciera una de las suyas», un fanático lleno de tabúes que se negaba el derecho a arrodillarse en las iglesias... un maniático de Dios, que veía Su ausencia en todas partes y que no podía abrir la boca sin pronunciar Su nombre; en una palabra, un señor con convicciones religiosas.”

Al final, en una especie de dulcificación de las costumbres, lo que se ha producido es una convergencia entre agnósticos y ateos, que llegan a ser prácticamente términos sinónimos. Los primeros es raro que duden de la inexistencia de Dios en el mismo grado que lo hacen de su existencia, mientras que los segundos, con tal de evitar enredarse en debates metafísicos, y hasta se diría con tal de sacudirse cierta imagen del ateo de casino de pueblo, concederán deportivamente que la inexistencia de una divinidad (en realidad, de cualquier cosa) no es algo formalmente demostrable.

Personalmente, pese a que para abreviar me defino como agnóstico, me sucede una cosa curiosa: No puedo evitar, cuando leo o escucho cualquiera de las argumentaciones que en el pasado me llevaron a perder gradualmente la fe religiosa, que me parezcan petulantes e inmaduras. No tengo claro que Dios exista, pero no veo por qué no puede dudarse también de lo contrario, aunque sea poco fashion, como dicen ahora los niños. Hay dos temas de reflexión que me llevan a pensar con frecuencia que, después de todo, Dios podría existir. (Sáltese el primero -en verde- quien no sea amigo de disquisiciones metafísicas.)

El primero es sencillo de formular, y es el mero hecho de que estamos aquí. Existimos, cuando podríamos perfectamente no existir. Es más, podría no haber existido nada en absoluto. ¿Por qué hay algo en lugar de nada?

El positivista negará significado a la pregunta, partiendo de una definición de significado que en el mejor de los casos podría ser útil para la praxis científica, pero que es muy dudoso que sea válida para todos los registros del lenguaje. Planteémosla de otra manera. ¿Existe alguna contradicción en la proposición “Nada existe”? Si alguien replicara, como hizo Parménides de Elea hace 2.500 años, que la misma existencia de la proposición contradice su sentido, no hay problema: Eliminemos también la proposición. Nada existe, ni siquiera la proposición que lo afirma. ¿Hay contradicción en lo que queda, es decir, en la nada? Es evidente que no, por mucho que la gramática no ayude demasiado a expresarlo.

Ignoro deliberadamente especulaciones que he llegado a leer, inspiradas en la física cuántica, y que en el fondo se reducen a introducir subrepticiamente “algo” en la nada (el vacío cuántico, las leyes cuánticas, etc) a fin de sostener un falaz surgimiento probabilístico del ser a partir de esa "nada” trucada. Por muchas prestidigitaciones verbales que ensayemos, es por completo inexplicable que algo exista, pudiendo no hacerlo; es una vieja ilusión de los filósofos suponer que el Ser ha de existir necesariamente [?]. No hay tal necesidad [?] [Ahora, setiembre 2010, pienso que la posibilidad de la nada es un argumento contra el positivismo, no contra el racionalismo ontológico.]. Aunque el hecho de que existamos no prueba [formalmente] nada, es lo más asombroso que se ofrece a la contemplación de la mente humana. Más asombroso incluso que suponer que la razón de nuestra existencia respondiera al designio de un Ser infinito. No veo por qué a ese misterio no le podemos llamar Dios, aun admitiendo la audacia de semejante salto conceptual.

En segundo lugar, debemos enfrentarnos a la existencia del bien y del mal. Siempre he recelado de ese ejército de catedráticos que cada año publican un nuevo libro de “ética sin Dios” (que me recuerdan, salvando todas las distancias, a aquellos libros de autoayuda estilo “la guitarra clásica sin esfuerzo”) tratando de convencernos de que, en efecto, no hay en ello ninguna dificultad insalvable. Me parece mucho más honesta la actitud de Wittgenstein cuando, ante cualquier “debes” se preguntaba: “¿Y qué, si no lo hago?” Toda ética inmanente de intención edificante, por mucho que se envuelva en un tono ya sea fríamente analítico, ya desenfadado o incluso irónico (huyendo en suma de mojigaterías) no se reduce a otra cosa que a intentar persuadirnos de que hacer el bien es lo mejor para nosotros a largo plazo. Naturalmente, eso jamás se lo ha creído nadie en el fondo de su ser. Ni los buenos actúan movidos por ese cálculo, ni los malvados se han visto nunca frenados por él. Quizás el bien y el mal absolutos no existan. Pero la idea de que eso no entraña un verdadero problema es de una candidez pavorosa. La creencia en un legislador moral trascendente no sirvió en el pasado para evitar la opresión ni las guerras, incluso se la utilizó para justificarlas. Pero hay que estar ciego para afirmar que el crecimiento de los Estados en el siglo XX -con sus secuelas de destrucción y sufrimientos sin igual en la Historia- sea un proceso por completo ajeno a la secularización y la divulgación del relativismo entre amplias masas. ¿Podría ser que buena parte de la intelectualidad europea de los últimos doscientos años se haya precipitado al prescindir de los servicios de Dios? Por descontado, aunque respondiéramos afirmativamente a esta pregunta, ello no probaría su existencia. “No es cierto – dijo Hume- que una opinión sea falsa por tener consecuencias peligrosas”. Pero si la verdad o falsedad de esa opinión es formalmente indemostrable, ¿no es una ingenua temeridad ignorar dichas consecuencias?

No creo posible ya, ni siquiera estoy seguro de que me gustara, un renacimiento religioso. Pero en cambio veo muy necesaria la crítica de la mercancía que algunos quieren vendernos bajo la denominación de laicismo. Una visión indolora y banalizadora de la vida, en la que la preocupación por la salvación individual ha cedido el espacio a las salvaciones colectivas. Y que complementariamente, en la forma de un prolongado tratamiento anticristiano que nos ha dejado con las defensas bajas, ha coadyuvado a la expansión de un fanatismo religioso mucho más virulento. La estafa del “optimismo antropológico” ya ha hecho suficiente daño para que vengan ahora a reeditarla masones provincianos con ínfulas.

jueves, 6 de diciembre de 2007

La política del simulacro

Zapatero ha vaciado de sentido la Constitución, al promover que se aprobara un Estatuto catalán que, en flagrante contradicción con el texto aprobado hoy hace 29 años, define a Cataluña como nación. Ha vaciado de sentido la ley de partidos al permitir que siglas como el PCTV o ANV, que actúan ideológica y orgánicamente como brazos políticos de ETA, se presenten a las elecciones y estén presentes en los ayuntamientos y el parlamento vascos. Ha vaciado de sentido el Pacto contra el Terrorismo, al preferir la negociacion con la organización terrorista y la alianza con los nacionalistas antes que entenderse con el otro partido que lo firmó.

No contento con ello, ha reducido a huecos cascarones instituciones como el Tribunal Constitucional, la CNMV e incluso el matrimonio civil. Qué otra cosa implica si no el “divorcio exprés”, o el mal llamado “matrimonio homosexual”. Cuando Europa se encuentra sumida en una situación demográfica sólo comparable a la decadencia del Imperio Romano, con un retroceso imparable de la población nativa frente a la de origen musulmán, una de las prioridades de este gobierno ha sido drenar de contenido aquella institución que, a lo largo de los siglos, ha demostrado ser la más adecuada para el cuidado y la educación de los niños, así como para establecer redes de cooperación entre los individuos mucho más eficientes que las burocracias y las regulaciones legales.

Obsérvese el rasgo común a todas estas actuaciones. En lugar de promover una reforma constitucional (como el mucho más tosco Hugo Chávez en Venezuela), en lugar de abolir la ley de partidos o rescindir el Pacto de la pasada legislatura con el Partido Popular, Zapatero opta por mantener la ficción de unas leyes y unas instituciones que ni cumple ni respeta. Se trata de un método infinitamente más efectivo, porque permite sostener la imagen de una oposición apocalíptica, que hiperboliza sus críticas, incluso que es ella la responsable de la ruptura del consenso. Así el gobierno puede presentarse como defensor del Estado de Derecho, mientras prosigue minándolo, como habla de educación mientras la degradación de ésta se acelera. Se conserva, en suma, el decorado de la democracia para poder implantar sin mover a escándalo un nuevo sistema político en el que la derecha jamás podrá aspirar a gobernar, sino que servirá de mera coartada para revestir de legitimidad a un simulacro de régimen parlamentario. Si no se lo impedimos, claro.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Boicot ¿sí o no?

El blog Hasta los Huevos ha sido censurado hace varios días por orden de un juez, aunque no ha tardado en divulgarse por la Red un enlace que nos permite seguir accediendo a él. El desencadenante de esta decisión judicial ha sido la publicación de un listado a dos columnas de productos fabricados en Cataluña y productos alternativos, fabricados en otras partes de España. Explícitamente no se anima al boicot, pero sí se trata de facilitar su aplicación a quien quiera.

Varias bitácoras han puesto el grito en el cielo, calificando la medida como atentado a la libertad de expresión. Debe distinguirse entre lo que sería una violación de la libertad de expresión (o de cualquier otro tipo) y la restricción de esa libertad. Lógicamente, toda violación de la libertad consiste en una restricción, pero no viceversa. Puede haber restricciones legítimas de la libertad, como por ejemplo las que imponen las leyes contra las injurias o las amenazas. La pregunta, en el caso que nos ocupa, es si aquí ha habido una cosa u otra. Me ha llamado la atención que algunos hayan proclamado que se trataba de una violación, no ya sin argumentar esa opinión, sino sin plantearse siquiera la cuestión.

En primer lugar, nótese que sólo un juez es competente para decidir acerca del carácter delictivo o no de una publicación. Esta condición se cumple aquí.

En segundo lugar, no es cierto que divulgar informaciones meramente objetivas no pueda ser jamás delictivo. Hay por ejemplo una ley de protección de datos, sin la cual el comercio electrónico, y no sólo electrónico, sería una aventura como mínimo arriesgada. Determinadas informaciones, del tipo de instrucciones para fabricar explosivos, parece también cuando menos sensato que vean su circulación restringida, aun cuando no vayan acompañadas de exhortaciones a delinquir. Se dirá que aquí no se trata de una información que pueda ser utilizada con fines tan perniciosos, pero, dejando de lado el hecho de que toda distorsión de la libre competencia redunda a la larga en una disminución general de nuestro nivel de vida, me pregunto qué opinarían muchos si alguien elaborara un listado con productos fabricados por empresas de origen judío.

¿Quiero decir con ello que la decisión de este juez me parece correcta? Tampoco afirmaría tanto, no soy jurista, y por tanto no me siento capaz de dar una respuesta contundente. Puede que publicar una lista de productos judíos, o catalanes, sea moralmente cuestionable, y que al mismo tiempo no se pueda considerar ilegal, e incluso que no convenga que sea ilegal, por su posible extensión a multitud de otros casos, con deletéreas consecuencias para la libertad de expresión.

Me limito, pues, a juzgar el asunto desde un punto de vista moral. ¿Es admisible boicotear, o facilitar el ejercicio del boicot mediante listas de procedencia de productos, para protestar contra el Estatuto catalán? Mi respuesta esta vez es rotunda: No.

No, porque ello supone abandonarnos a nuestra suerte a todos aquellos catalanes que estamos en contra del Estatuto y en contra de la independencia de Cataluña. Supone dejarnos a los pies de los caballos del fanatismo nacionalista a todos aquellos que no comulgamos con él. España no puede desentenderse de Cataluña. Antes que eso debería suspender, si fuera necesario, su autonomía, pero nunca puede dejar de considerar españoles a quienes queremos seguir siéndolo.

El boicot es un trágico error. No sé si estas navidades se venderá mucho cava catalán en Madrid o en Murcia; personalmente seguiré bebiendo cava catalán, vino de La Rioja y me deleitaré con mantecados de Estepa. Los demás que hagan lo que quieran.

martes, 4 de diciembre de 2007

Tras la euforia inicial

No creo que los abstencionistas en el plebiscito de Venezuela fueran indiferentes, ni mucho menos favorables a Chávez, como se ha llegado a afirmar. Hay que tener en cuenta que el referéndum era ilegal, por lo que personas inteligentes como Juan Carlos Sosa, que ha denunciado a Chávez ante el TPI, recomendaban la abstención basándose en argumentaciones éticas. En efecto, no se puede participar en unas elecciones ilegales para decidir entre la libertad y la tiranía. Existen cuestiones que jamás podrán ser legítimamente sometidas a votación, y entrar en semejante juego, aunque sea para votar NO, supone aceptar implícitamente que la tiranía sería válida si la mayoría del pueblo la aprobase.

Por si fuera poco, hemos podido ver cómo a la gente se la despertaba por las mañanas a toque de corneta para que fueran a votar: no hacerlo, pues, era ya en sí mismo un acto de rebeldía.

Quizá no muy tarde sabremos si este NO ha sido una victoria pírrica, como la ha calificado el propio Chávez, o se trata del principio del fin de su régimen. Porque mañana puede volver a intentarlo, convocando otro referéndum, y así hasta tener éxito. O bien puede aprender de Zapatero, que prefiere vaciar de sentido la Constitución sin tener que modificarla formalmente. La verdad, no sé qué es más peligroso.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Qué queremos


¿Existe una base racional para defender lo que creemos es la vida mejor, por ejemplo la libertad frente a la esclavitud? En cierto sentido restringido de la palabra razón, la respuesta es no. David Hume (1711-1776) negó que existieran fines racionales. La razón, según él, sólo puede guiarnos en la elección de los medios que nos permiten obtener unos fines determinados, pero no en averiguar cuáles deben ser éstos.

De lo que se deduce que todo el que pretende imponernos determinadas valoraciones como si vinieran avaladas por el conocimiento científico, incurre en una falacia. De enunciados factuales no puede deducirse ningún imperativo. Valga esto para los Bernat Sorias que van por ahí dando lecciones de ética y pretendiendo que creamos que discrepar de sus opiniones es poco menos que el oscurantismo y la vuelta a la Inquisición. También se deduce que quienes pretenden que no existen valores universales, sino que debemos respetar las prácticas de otras culturas incluso cuando choquen con “nuestra” moral, incurren en idéntica falacia, aunque de forma menos evidente. El escepticismo de Hume, aplicado superficialmente, parecería apoyar el relativismo multiculturalista. Pero lo único que nos dice es que éste es tan imposible de refutar como de demostrar, porque de aserciones de hecho no se pueden deducir prescripciones éticas. Por tanto, racionalmente (en el sentido restrictivo del término, insisto) no hay justificación para imponer nuestros valores ni lo contrario.

Por supuesto, Hume también empleó en un sentido más usual el término racionalidad, que consistiría en guiar nuestra conducta basándonos en la experiencia. La certeza absoluta no existe, pero en la vida no se requiere tanto. Ciertas verdades, aunque formalmente indemostrables, han sido lo suficientemente contrastadas como para que podamos razonablemente confiar en ellas. Y por lo que sabemos de la naturaleza humana, es difícilmente cuestionable la existencia de ciertas aspiraciones básicas comunes a la mayoría de hombres y mujeres, como son que se les permita mejorar su bienestar material y el de su familia con el fruto de su trabajo y a no sufrir coacciones. El motor último de la llamada globalización no es otro que el deseo de las personas de todas las partes del planeta de alcanzar el nivel de vida de las democracias liberales, que conocen principalmente a través de la televisión. Todo el mundo quiere ganar más, quiere que existan empresas proveedoras de las más variadas mercancías y servicios, quiere tener coche y vivienda a ser posible en propiedad, expresarse libremente, no ser molestado por la policía sin motivo, etc.

Los que rechazan ese modo de vida suelen ser de dos tipos: O bien los que desesperan de alcanzarlo nunca, debido generalmente a que los gobiernos despóticos y corruptos que les oprimen les privan de ello, o bien quienes ya han alcanzado, en mayor o menor grado, ese bienestar, pero no ven contradicción en disfrutarlo ellos mientras se lo niegan a otros. Aquí tenemos desde el ecologista preocupado porque todos los chinos quieran tener coche (“el planeta no aguantará”), es decir, el egoísmo apenas disimulado de quien teme el momento de tener que repartir un supuesto pastel de dimensiones invariables, hasta el integrista islámico que suele disfrutar de todas las comodidades del way of life cuya destrucción anhela, hasta el extremo de inmolarse (salvo si es un multimillonario saudí, que tiene a otros para inmolarse por él).

Los terroristas suicidas en Occidente no suelen ser inmigrantes recién llegados. Éstos están más preocupados por salir adelante en el mercado laboral, encontrar vivienda, etc, que en defender la implantación de la sharia. Sólo cuando han conseguido un cierto grado de satisfacción de las necesidades materiales pueden empezar a permitirse el lujo de planear la destrucción del sistema que les ha permitido prosperar. Parece absurdo, pero es así. Y este mismo patrón caracteriza al seudoprogresista laico que ataca el capitalismo, gracias al cual disfruta de las comodidades, del ocio y de la libertad que le permiten adornarse con sentimientos de superioridad moral exigiendo el 0,7 % del PIB (no de su nómina, ojo) para los países pobres y odiar el consumismo (pero su coche no tiene más de cuatro años), la “globalización uniformizadora” (aunque en su ciudad hay muchos más restaurantes chinos que McDonald’s) y el “neoliberalismo salvaje”, aunque como todo hijo de vecino, agudiza su ingenio al máximo para pagar los menos impuestos posibles: sólo es socialdemócrata con el dinero ajeno.

El problema de los deseos autodestructivos es el de todos los deseos: que a veces se cumplen. Por eso es importante hacer ejercicio de autoaclaración, apercibirnos de lo que de verdad queremos.

Para que un pueblo pueda ser libre



Chávez recomienda que votemos a Zapatero, en una alocución en la cual, con desfachatez propia de un gángster, amenaza al Banco Santander con robarle sus filiales venezolanas si en España gana las elecciones el Partido Popular. Bueno, qué digo, los gángsters son mucho más discretos, ellos suelen ponerte sobre aviso de las "consecuencias desagradables" que se derivarían de no atender sus "consejos", rara vez te sueltan a la cara y ante millones de testigos amenazas tan francas.

Muchos españoles votamos el 14 de marzo de 2004 al PP porque quienes planearon la masacre del 11-M pretendieron que no lo hiciéramos. Por la misma razón, el dictador venezolano nos acaba de dar una motivación prácticamente irresistible para votar a Rajoy en las próximas legislativas. Cuando alguien me vuelva a hablar de las incoherencias, el eclecticismo chapucero y las blandenguerías del PP le diré: Sí, sí, de acuerdo. Pero, ¿a que no sabes a quién recomienda Chávez que no votemos?

Aprovecho para mostrar mi solidaridad con el pueblo venezolano en estos momentos tan difíciles, cuando Hugo Chávez se dispone a consumar mediante un plebiscito ilegal un golpe de Estado que remata al agonizante sistema democrático. Muchos venezolanos, posiblemente la mayoría, acudirán a votar NO a la reforma constitucional, con la vana esperanza de que los observadores internacionales impedirían un fraude masivo del gobierno. Pero como ha dicho el lúcido Juan Carlos Sosa Aizpúrua, demandante de Chávez ante el Tribunal Penal Internacional:

"Para que un pueblo pueda ser libre tiene que ganarse por sí mismo la libertad."

Creo que nos podemos aplicar también el cuento.

Las palabras de Sosa pueden escucharse en un impagable audio (duración aproximada 65 min.) que nos llega vía Martha Colmenares, de cuyo blog por cierto volvemos a disfrutar los amantes de la libertad, tras la ciberagresión sufrida.

sábado, 1 de diciembre de 2007

La trampa

Si ETA no comete asesinatos, el gobierno se atribuye el mérito.

Si la banda criminal comete atentados con víctimas mortales, como el de esta mañana contra dos guardias civiles, la oposición se ve obligada a prestar su apoyo al gobierno, a fin de evitar la acusación de utilizar el terrorismo con fines partidistas.

En los dos casos, Zapatero gana. Y ETA también. Porque si Zapatero es reelegido en marzo, reanudará las negociaciones con la organización terrorista. ¡Cómo no iba a hacerlo, si le dieran tan buenos réditos políticos!

¿Cómo salir de esta trampa? Ante todo, hay que seguir recordando sin descanso que quien ha utilizado el terrorismo con fines partidistas desde el 11 de marzo de 2004 no ha sido otro que el PSOE. Primero, explotando sin piedad la masacre terrorista del 11-M para ganar las elecciones, y segundo, pactando con ETA un nuevo statu quo, en el que se abandona el objetivo de la derrota policial de los terroristas, a cambio de que éstos dosifiquen su actividad violenta, lo que permite al partido gobernante erigirse en el garante de la "paz" en contraposición a la derecha "crispadora".

El PP se equivoca acudiendo conjuntamente con el gobierno a la manifestación del martes. Eso supone implícitamente admitir que tanto gobierno como oposición compartirían el objetivo de acabar con el terrorismo, aunque discreparan en los métodos. Supone ayudar al gobierno a mantener la ficción de la "unidad de los demócratas", unidad que es Zapatero quien rompió, poniéndose a negociar con ETA cuando sólo tenía que haber continuado con la política antiterrorista de Aznar de presión policial combinada con la asfixia política y financiera, para acabar definitivamente con la organización criminal.

Si el Partido Popular deja de "crispar", es decir, de basar su campaña en defender por encima de todo principios morales frente al relativismo narcotizante del zapaterismo, ya no hace falta ni que se presente a las elecciones. Una campaña tranquila beneficia más, como es sabido, a quien está en el poder que al aspirante. Esperar que la crisis económica por sí sola motive a los españoles a cambiar de gobernantes, es olvidar las lecciones del pasado, las mayorías de González con índices de paro por las nubes. Con anuncios de Mariano Rajoy limitándose a plagiar eslóganes de Carrefour, tenemos asegurados cuatro años más de "gobierno de España Zapatero". Y por supuesto, cuatro años más de una ETA influyente como nunca.