miércoles, 19 de diciembre de 2007

Por qué no votaré a UPD

Unión Progreso y Democracia, la nueva formación de Rosa Díez y compañía, se presenta como un partido transversal, que no estaría obsesionado por las etiquetas de izquierda y derecha, aunque el espíritu de su Manifiesto fundacional encaja más bien con la primera. En cualquier caso, sus propuestas encaminadas a reducir la influencia de los nacionalismos, así como a corregir la actual supeditación de los poderes legislativo y judicial al ejecutivo, son un soplo de aire fresco que hay que agradecer. Pero admitido esto como es de justicia, no hay que llamarse a engaño. El paso adelante que supone la reivindicación de una verdadera división de poderes queda anulado por los dos pasos atrás de sus formulaciones socialistas. Y su concepción del laicismo, que se diría más preocupada por la presencia social del catolicismo que por la amenaza islamista, denota cierta ceguera en la elección del verdadero enemigo.


Formulaciones socialistas

El Manifiesto distingue entre democracia formal y democracia “material”, aquélla que sólo se consigue eliminando la miseria y la ignorancia. Suena muy bonito. Pero la democracia con adjetivos debería inspirar los mayores recelos. A la postre, por mucho que se jure fidelidad eterna a los formalismos legales, quienes creen que la justicia no empieza y termina con ellos, acabarán encontrando la forma de violentarlos. Y eso y no otra cosa ha sido siempre lo que se ha entendido por "tiranía", desde Aristóteles por lo menos. Si jugamos con el significado de las palabras, al estilo de Zapatero, corremos el riesgo de perder el original, y de abrir la puerta a manipulaciones sin límite.

Por si quedara alguna duda, más adelante se afirman cosas como que “toda riqueza es social y se debe en último término a la sociedad” o que “la redistribución de la riqueza requiere que el sistema fiscal mejore su control sobre todas las fuentes de renta”. Previsiblemente, se apuesta por unos servicios públicos amplios, y con el descaro habitual de la izquierda, que le lleva invariablemente a culpar al mercado del fracaso de sus políticas económicas, se anticipan a las críticas acerca de la ineficacia del sector público achacándola a desidia premeditada para “fomentar luego su privatización”. Supongo que conscientes de que se les ha ido la mano en su defensa del intervencionismo, se han visto obligados a incluir una línea para asignar al Estado la misión de “garantizar la libertad económica [y] el ejercicio de la competencia”. Vamos, que no hay razones para asustarse, señores empresarios, sus donativos serán bien recibidos.


Concepción del laicismo

El Manifiesto afirma que el Estado debe ser neutral ante todas las creencias, religiosas o no. Nada que objetar, pero ¿en qué se traduce esto? En que en la escuela pública no debe impartirse ninguna asignatura religiosa, ni tampoco el ateísmo. En cambio, se defiende “la introducción de asignaturas concebidas para enseñar los principios éticos y políticos comunes a todos los españoles”. Evidentemente, esto no es jugar limpio. ¿Deja de ser neutral el Estado cuando ofrece a los padres elegir entre la enseñanza de varias confesiones o ninguna, y en cambio lo es cuando se arroga la prerrogativa de oficializar una doctrina ética común? Hombre, ya puestos, el autor de los libros de texto de esta Educación para la Ciudadanía podría ser Savater, que por lo menos es ameno de leer.

Sinceramente, cuando hablan de las “intromisiones exageradas del clero en la enseñanza pública” o de “la manipulación teocrática de las instituciones”, ignoro si se refieren a los países islámicos o a España. Si lo primero, cabe preguntarse cómo piensan enfrentarse a una amenaza que ni siquiera se atreven a nombrar. Si lo segundo, me pregunto qué traumáticas experiencias personales les han llevado a considerar que es este país y no ellos el que tiene un tremendo problema con el catolicismo. ¿Realmente hiere tanto su sensibilidad la mera visión de una casilla de la declaración de la renta que nadie les obliga a tachar? Que Zapatero se crea el salvador de las mujeres, de los gays y de los laicos, como si aquí hubieran venido rigiendo hasta su venida las mismas costumbres y leyes que al otro lado del Estrecho, es un fenómeno que hasta cierto punto podemos comprender, dada la crisis de ideas de la izquierda tradicional. Con unos enemigos hábilmente recreados, el ejercicio del poder puede llegar a ser una fiesta. ¿Que la Conferencia Episcopal se opone al aborto y a la experimentación con embriones humanos? Pues ya tenemos a la Santa Inquisición. Sutilezas las justas, que los matices no movilizan el voto. Lo que ya me parece más preocupante es que un partido que nace con afán renovador demuestre la necesidad de recurrir a tópicos tan desfasados, propios de los años treinta, como los que deja traslucir su Manifiesto.