lunes, 28 de enero de 2013

Ni pacto ni política expansiva ni leches

Cuando el PSOE pide un pacto, puede ocurrir lo peor: Que el PP lo acepte. Ya ocurrió con el pacto contra el terrorismo, que propuso Zapatero y que ahora vemos cómo ha terminado: Con ETA gobernando en medio País Vasco. Y un pacto contra el paro acabaría de manera análoga, con el paro enquistado ad aeternum.

¿Para qué sirve un pacto? Pueden darse dos situaciones. O bien el partido en el gobierno no tiene mayoría suficiente para llevar a cabo determinadas reformas, con lo cual será él mismo quien busque los apoyos necesarios. O bien el gobierno tiene mayoría suficiente, en cuyo caso el pacto solo sirve para que la oposición intente introducir sus propias recetas, o rebajar las del gobierno, apelando a ese sentimentalismo idiota de buena parte de la opinión pública y publicada, tejido con palabras vacías como diálogo, consenso, etc. Que es exactamente la situación actual.

¿Qué puede proponer Rubalcaba si no más intervencionismo y endeudamiento? Más preocupante, sin embargo, es que sea Rajoy quien le pida algo parecido a Angela Merkel, con ese eufemismo de las "políticas expansivas". Es decir, que el Estado alemán gaste más para que sus ciudadanos y sus empresas puedan comprarnos más a los españoles, forma sutil de pedir que nos subvencione indirectamente. Sin duda, esto nos beneficiaría a corto plazo, pero a la larga, un endeudamiento de Alemania haría inevitables nuevos recortes, que también terminarían afectándonos.

Las políticas expansivas o keynesianas no son más que una forma de trasladar los problemas hacia un futuro nada lejano. Los recortes no son populares porque a corto plazo, parecen tener efectos contrarios a los deseados. Al recortarse en funcionarios, en pedidos de la administración al sector privado y en infraestructuras, es normal que la economía se contraiga y que el paro aumente. Pero a medio y largo plazo, esta es la única forma de recuperarnos. Al disminuir la carga estatal que soporta la sociedad, se ponen las bases para que la economía privada (que es la que mantiene todo el tinglado) vuelva a crecer. Las políticas expansivas y los "estímulos" significan dejar todo como está, dopando la economía para que unos resultados trucados se perciban en poco tiempo, es decir, el suficiente para que volvamos a votar a los mismos gobernantes cortoplacistas.

Hay que recortar más en estructuras estatales, privatizar empresas públicas, empezando por las inútiles y carísimas televisiones, y eliminar administraciones inútiles en el nivel subautonómico. Hay que volver a bajar los impuestos directos. Y hay que aprovechar el momento de crisis para aplicar la parte no económica del programa, que es la más importante: Abolir la ley de plazos del aborto y el supuesto psicológico. Es el momento para afrontar sin miedo el reformismo moral, después de los siete devastadores años de Zapatero, que nos han convertido en la nación a la cabeza en paro, corrupción, problemas separatistas, abortos y matrimonios gays (sí, amigos progres, os guste escucharlo o no, todo va unido). ¿A qué espera el Partido Popular, a que vuelvan los tiempos de bonanza, cuando la gente es todavía más reacia a escuchar discursos morales?

Desgraciadamente, nada indica que el PP esté dispuesto a llevar a cabo esta tarea. Arrieros somos, y dentro de tres años nos encontraremos.

sábado, 19 de enero de 2013

La funesta manía de volver a empezar

El caso Bárcenas ha vuelto a poner de moda el deporte preferido de los españoles, después del fútbol: La funesta manía de demoler y edificar desde los cimientos, en lugar de restaurar, como se hace en todos los países civilizados, que respetan sus instituciones. Incluso Salvador Sostres, tan insobornablemente lúcido casi siempre, ha cedido a esta pulsión ibérica primaria.

Entre 1812 y 1931 España tuvo seis constituciones. La que más duró, la de 1876, fue sustituida por la republicana de 1931, que acabó como todos sabemos. Pero parece que nos resistimos a extraer la lección. Una constitución perfecta no existe, y la estabilidad de las instituciones es un bien fundamental, que deberíamos cuidar con unción casi religiosa.

Ningún sistema por sí solo previene la corrupción ni la malversación de caudales públicos. Ni la partidocracia ni la politización de la justicia ni el despilfarro autonómico son consecuencias de las leyes, sino de los hombres. Podemos cambiar las leyes cada veinte años, o treinta, pero no cambiaremos la naturaleza humana.

Es un síntoma de inmadurez querer cambiar las leyes cuando la corrupción y el delito alcanza a las esferas más altas. Porque el yerno del rey se enriqueció a costa de las administraciones, algunos ya temen (o acarician) el fin de la monarquía. Porque los nacionalistas catalanes se han llevado el 3 % (o el 13) a Suiza y a Luxemburgo, muchos concluyen que el problema es el estado autonómico. Porque el extesorero del PP repartió sobres de dinero a diestro y siniestro, algunos ya proclaman la defunción del propio sistema de partidos. ¿Y qué más? Si mañana descubrimos que algunos diputados han recibido sobornos ¿tendremos que suspender la democracia parlamentaria?

En las naciones serias, el propio Jefe del Estado puede ser juzgado por los actos más vergonzosos y todo lo demás seguir igual. El presidente de Israel, Moshe Katsav, fue condenado por agresión sexual, entre otros delitos, por lo que, tras renunciar a su cargo, fue encarcelado. Más recientemente, el presidente alemán Christian Wulff tuvo que dimitir por corrupción y tráfico de influencias. Que yo sepa, nadie ha planteado en estos países que haya que reformar el sistema de arriba abajo para evitar que casos como estos puedan repetirse.

Las personas cambian, las instituciones permanecen. Desgraciado el país que tiene que empezar de nuevo cada generación. Sin principios morales, las mejores instituciones se convertirán en nido de corrupción, en refugio de criminales. Y sin principios morales, ni siquiera existe la menor garantía de que las reformas vayan a ser para mejorar, y no una ocasión para preparar las fechorías futuras y, de paso, como quien no quiere la cosa, absolver las pasadas.

El día que se aplicaran con rigor las leyes que tenemos, la corrupción habría terminado, y los corruptos entrarían en la cárcel. Ergo, el problema no son las leyes. El problema es una sociedad encallanada, que se revuelca en una ciénaga moral y todavía se sorprende de que huela mal. El problema es que en lugar de buscar la Salvación, la gente siga viendo Sálvame. Pero la culpa, naturalmente, no es de la gente: la culpa la tiene el mando a distancia.

sábado, 12 de enero de 2013

Partido de los Derechos

El partido que me gustaría que alguien fundara...

El Partido de los Derechos defiende los derechos inalienables de la persona contra los ataques que vienen sufriendo desde hace tiempo no solo en regímenes dictatoriales, sino también en los países democráticos. La ideología del sedicente "progresismo" ha inventado, y sigue inventando, nuevos seudoderechos cuyo ejercicio y protección sirven para justificar la violación sistemática de los auténticos derechos humanos, que son los siguientes:

1) Derecho a la vida. La vida humana debe ser protegida y respetada desde la concepción hasta la muerte por causas naturales. Se prohíbe el aborto, la eutanasia, la asistencia al suicidio, la tortura, los tratos degradantes y la experimentación con seres humanos en ninguna fase de su desarrollo, incluida la embrionaria.

2) Derecho a la libertad ideológica, religiosa, de culto y de participación política. La necesaria separación entre Iglesia y Estado no puede justificar ningún intento de erradicar los símbolos católicos del espacio público, ni impedir que los creyentes puedan participar en política como tales. Ninguna medida política puede ser considerada "neutral", con el fin de imponerla sobre otras. 

3) Libertad de expresión. Ningún código de "corrección política" puede justificar que se sancione o persiga a personas o instituciones por expresar críticas contra individuos o colectivos que no entrañen apología directa de la violencia. 

4) Derecho a la propiedad privada, el libre comercio y la libre contratación. No se podrán justificar violaciones de la propiedad privada, la fiscalidad confiscatoria o duplicada, la hiperregulación que vacíe de sentido el libre uso de la propiedad ni ninguna otra práctica que limite este derecho, bajo pretextos como la planificación, la redistribución, el interés general o cualesquiera otros, salvo para proteger la salud pública y en las situaciones de emergencia o fuerza mayor que determine la ley.

5) Derecho a la libertad de movimientos: De circulación, asociación y reunión; a no ser detenido arbitrariamente, a la inviolabilidad del domicilio y al secreto de las comunicaciones. Todo español podrá elegir ejercer su voto en su Comunidad Autónoma de origen o en la de residencia, cuando estas sean distintas.

6) Derecho de la infancia, de los ancianos y de las personas con disminución psíquica o física a recibir protección especial. Los niños tienen derecho a recibir la educación elegida por sus padres, siempre y cuando no se les inculquen conductas delictivas o que lesionen de manera directa su propia integridad psíquica o física. Las leyes de adopción estarán encaminadas a salvaguardar el interés de los menores, por encima de cualquier otra consideración o supuesto "derecho" de los adultos a la adopción.

7) Derecho a ser defendido eficazmente por las fuerzas del orden y las leyes contra quienes conculcan estos derechos. A tal efecto, su ejercicio podrá ser restringido en personas acusadas formalmente de cometer delitos y, tras los períodos legales de detención preventiva, en la forma y duración que se determine en sentencia judicial, que deberá primar la protección de los ciudadanos inocentes sobre la reinserción de los delincuentes. Estos derechos son aplicables a ciudadanos españoles, sin perjuicio de que puedan extenderse a extranjeros en la forma que determinen las leyes, que en cualquier caso reconocerán el derecho a la vida a todo ser humano.

¿Cómo llamar a los seguidores del Partido de los Derechos? Pues derechistas, naturalmente.

viernes, 11 de enero de 2013

Supersticiones

El ser humano siempre trata, por naturaleza, de darle sentido a todo, de interpretarlo, de buscar una explicación. Esto forma parte de lo mejor de nosotros mismos. El problema viene cuando esa búsqueda de sentido nos lleva a conformarnos con la primera explicación que se nos pasa por la cabeza. Esto se llama superstición.

Esta mañana han atracado (o intentado atracar) un estanco en mi barrio, San Pedro y San Pablo de Tarragona. A los pocos minutos, la gente en la calle ya estaba relacionándolo con la crisis y lamentando "lo mal que se está poniendo todo". Involuntariamente, estaban justificando en parte la violencia, al explicarla implícitamente como una consecuencia de las penurias económicas.

Es sabido que un hecho aislado tiene un valor explicativo nulo. Cuando no había crisis económica, también había atracos a estancos. Y cuando se termine esta, los seguirá habiendo. Un aumento de la pobreza no tiene por que causar un aumento de la delincuencia. Se necesitan otros factores, principalmente morales. Paradójicamente, relacionar crisis con violencia puede ser uno de esos factores, al proporcionar pretextos ideológicos a los delincuentes.

Yo observo, por otra parte, que las terrazas de bares y cafeterías siguen estando bastante frecuentadas. ¿Deduciré de aquí que no hay más gente que antes que lo está pasando mal? No me atrevería a tanto. Sin embargo, sí tengo la sensación de que una buena parte de los seis millones de parados (según la UE), no están realmente mano sobre mano, sino trabajando en la economía sumergida. Algunos dirán que la crisis se solucionaría si estos ciudadanos pagaran sus impuestos. Yo creo que gracias a ellos, las cosas no están mucho peor.

Un economista me contó que en Holanda los autónomos pagaban unos 50 euros... ¡al año! Aquí, como somos tan ricos, pagamos más de doscientos euros al mes. Algunos todavía creen que el problema es el fraude fiscal. Personalmente, pienso que el problema es el aparato estatal que soportamos. Pero a lo mejor es también una superstición mía.

miércoles, 9 de enero de 2013

X de Xanadú

El nuevo Partido X, o Partido del Futuro, me resulta de lo más aburrido. Enumero mis razones:

1) No tienen ideología, dicen, porque lo urgente ahora es ponerse de acuerdo alrededor de un "mínimo común denominador". Pero eso es lo que establece toda ideología, una serie de principios que considera evidentes, axiomáticos. ¿Quién decide cuál es el MCD? "Nuestra ideología es la lógica", sentencian, y se quedan tan frescos. O sea, que quienes discrepen de ellos, serán idiotas incapaces de sumar dos más dos. Recelo siempre de los dogmatismos que no reconocen serlo.

2) Defienden la democracia directa, con métodos de la cibercultura, como si fueran la panacea. Olvidan que la política es el arte de lidiar con intereses e ideas opuestas y que la democracia parlamentaria es solo un método (bastante exitoso, por cierto) y la democracia directa, otro (lleno de incertidumbres). No porque al pueblo se le permita una mayor participación, los conflictos se desvanecerán como por ensalmo, ni las decisiones serán siempre a gusto de todos, ni desaparecerán las posibilidades de manipulación ni los caudillismos. Los ciudadanos como conjunto no son víctimas inocentes de los pérfidos políticos, sino que generalmente tienen lo que se merecen, especialmente si los han votado.

3) Incurren en los consabidos tics anticapitalistas y conspiranoicos, hablando de los "patológicamente ricos" (?), de los "especuladores", del "juego manejado por el dinero de los privilegiados y los mercados" (ver vídeo aquí). Esto está más visto que los cuadros de paisajes con ciervos. ¿No se puede ser algo más original?

4) No contentos con ello, se lanzan al utopismo más naif, cuando prometen un futuro en el que "se trabaja lo justo", todo el mundo tiene vivienda, "formación moderna y adecuada" y los ciudadanos, felizmente liberados de "preocupaciones que lastraban el avance de las generaciones pasadas", pueden dedicarse a ejercer armoniosamente sus intereses para, todos a una, "alimentar el bienestar general de forma imparable" (y que los pájaros canten y el cielo sea más azul).

5) Como toda ideología redentora, no se olvidan de su chivo expiatorio (los políticos, los banqueros y los especuladores; vamos, lo de siempre, desde la extrema izquierda a la extrema derecha).

6) Y además, anuncian que "el cambio es inevitable", lo que también es típico. Es la concepción del progreso como un tren al que hay que subirse en marcha, para no quedarse demodé. Aunque no sepamos muy bien a dónde nos lleva.

Se me podrá tachar de aguafiestas y enemigo de la novedad. Pero qué me gustaría a mí más que apareciera un partido al que pudiera votar con ganas, y no por ser el mal menor. Un partido que dejara bien claro su ideario, para poder juzgar si coincide con el mío. Un partido que no cuestionara algunas cosas básicas que está demostrado que funcionan, cuando se aplican: el Estado de derecho, la separación de poderes, el mercado libre, los impuestos bajos, los políticos lejos de las cajas y los tipos de interés no artificialmente reducidos. Un partido que no nos prometiera el paraíso a la vuelta de la esquina, ni el gratis total, ni hablara de la marcha imparable del progreso. Un partido, en definitiva, que no pretenda halagar las emociones para alcanzar el poder, sino simplemente ofrecer sus propuestas para que las votáramos, como personas adultas, que no confundimos la realidad con pirotecnia sentimentalista rollo "V de Vendetta".

miércoles, 2 de enero de 2013

La rueda ideológica

Empiezo el año con uno de esos diagramas que tanto me gustan. Es que uno en el fondo sigue siendo un niño...

La rueda se basa en el viejo esquema de los dos ejes, liberal-estatista y conservador-progresista, que divide el plano en cuatro partes: Liberal-conservadores, liberal-progresistas, estatistas progresistas y estatistas conservadores. Lo único que he hecho ha sido desdoblar cada sector, resultando un octógono. Como puede comprobarse, distingo entre liberal conservador y conservador liberal, entre progresista estatista y estatista progresista, etc., según que el acento se coloque en un término u otro. (El término principal es siempre el sustantivo y el otro, el adjetivo.) Las etiquetas en el exterior de la rueda identifican, de manera aproximada, a qué puede corresponder cada posición en el lenguaje político ordinario.

Dos son las ventajas de este esquema respecto al de solo dos ejes. La primera es que permite afinar más en la clasificación de las distintas actitudes políticas. La segunda es que muestra de manera muy intuitiva las relaciones entre cada ideología.

Un breve comentario sobre cada una de las ocho posiciones:

Conservador: Cree en unos valores trascendentes, y que estos son el límite infranqueable de la intervención del Estado. Defiende, en Occidente, los valores judeocristianos, el mercado y la libre iniciativa. El partido más cercano es el Republicano de Estados Unidos. (Y por cierto, es la posición de quien escribe.)

Liberal: Cree que la libertad individual es el valor supremo, ya lo considere trascendente o inmanente, por lo que defiende un Estado mínimo, generalmente de manera más drástica que los conservadores. Se centra más en las cuestiones económicas que en las "guerras culturales".

Libertario: Cree también que la libertad es el valor supremo, pero además que es posible y necesario revolucionar la sociedad por completo, o casi, mediante instituciones no estatales, sean naturales, como el mercado, o artificiales, como falansterios o comunas. (Existe un libertarismo propio de ciertas sectas religiosas, o comunidades cerradas, recelosas del Estado secular, que no es progresista; pero normalmente no propone un modelo social, sino que se limita a reclamar un estatuto especial.)

Republicano: Tiene como valores supremos la libertad y la igualdad. Defiende un Estado que intervenga en la economía, pero sin suplantar a la sociedad civil. En cuestiones morales es progresista. En la España actual está representado por partidos como UPyD y Ciudadanos. Durante la República se encarnó en la llamada izquierda burguesa, aunque con actitudes más cercanas al progre actual. (Deslealtad institucional cuando no gobierna, anticlericalismo exacerbado, etc.)

Progre: Es el tipo predominante en España. Su valor supremo es el progreso, a menudo trivializado en una actitud del tipo "estar a la última". Defiende un Estado providencialista, creador de derechos y dispensador de la felicidad, por lo general sin llegar al extremo de apoyar una economía totalmente regulada. Está a favor del aborto y de cualquier innovación legislativa, con tal de que moleste a los conservadores, de los cuales es la antítesis. Aquí está representado por el PSOE y el periódico El País.

Socialista: Es el votante comunista o ecosocialista, aunque puede decantarse por el voto útil del PSOE. (Por eso he optado por el término socialista, que es más amplio que comunista.) Se caracteriza por una mayor simpatía hacia regímenes dictatoriales como el cubano, y hacia los grupos antisistema. Siente nostalgia de la revolución, su valor supremo.

Fascista: Su valor supremo es el Estado. Es revolucionario en el sentido de que pretende supeditar todas las instituciones naturales y tradicionales (familia, propiedad, etc) al interés supremo del Estado, pero es conservador porque trata de aprovecharse de ellas, más que destruirlas o atacarlas frontalmente. Es el hermano totalitario del socialismo.

Franquista: Defiende un régimen autoritario, limitado por la defensa de unos valores tradicionales. En el siglo XIX la referencia podría ser el carlismo. Y fuera de Occidente, el islamismo moderado. (El régimen de Irán entraría dentro del fascismo.)

Por último, ¿dónde colocamos al PP de Mariano Rajoy? He intentado ubicarlo, pero todas las veces me ha estallado el octógono en las manos.