¿Cuántas veces hemos oído aquello de que izquierda y derecha son expresiones caducas, superadas, que ya no tienen sentido? Se trata de una cantinela que se escucha y se lee (a pesar de la escasa convicción que inspira) desde al menos los años treinta. Es digno de nota que fuera en esa década precisamente cuando estallara la guerra civil española, uno de los enfrentamientos más cruentos entre derecha e izquierda; no entre fascismo y democracia, como creen todavía muchos analfabetos funcionales, y siguen propagando historiadores ávidos de ascenso en el establishment seudoprogresista. Ya empezada la guerra, Ortega, que no siempre mantuvo el nivel, soltó el exabrupto de que ser de izquierdas o de derechas era "una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser imbécil". Se comprende que en medio de un conflicto fraticida, uno llegue a desesperar de la condición racional del ser humano. Pero no se nos oculta el carácter de recurso fácil que supone echar mano de esas palabras, o parecidas que se oyen a menudo, del estilo de "huir de los extremos", y que no es más que una forma discreta de evadir tomas de posición con el fin de contentar a todo el mundo (o a nadie).
Ciertamente, tras la supuesta crisis de los conceptos de izquierda y derecha, existe también la honesta perplejidad que produce el que dentro de cada una de ambas categorías se englobe, como señala Steven Pinker "una sorprendente colección de creencias que, a primera vista, parece que nada tienen en común." Este autor se pregunta por qué los partidarios de la libertad económica no lo son tanto -habitualmente- de la libertad de costumbres, y viceversa; o por qué los primeros suelen ser más partidarios de una firme política de defensa, y los segundos es típico que adopten posiciones pacifistas. Pinker es un científico que ha fustigado implacablemente el pensamiento dominante en la izquierda, consistente en negar o minimizar las bases biológicas de nuestra conducta (cuyo reconocimiento es tachado de "darwinismo social" y cosas peores), la cual consideran mucho más determinada por la cultura. En su importantísimo libro La tabla rasa, no ha retrocedido ante el análisis de las consecuencias políticas de esta negación de la naturaleza humana, que conduce a errores tan graves como pensar que todos los problemas, tanto en el ámbito de la geopolítica como en el de la seguridad interior, pueden resolverse con diálogo y pedagogía. Es lo que llama, siguiendo a Thomas Sowell, la Visión Utópica, que se contrapone a la Visión Trágica. Esta última consiste en reconocer precisamente que todos los seres humanos contamos con una "dotación de serie" genética (por utilizar la expresión que aparece en otro libro suyo, Cómo funciona la mente), que implica insoslayables limitaciones tanto de nuestra capacidad cognoscitiva como del grado de virtud alcanzable, y que ignorarlo nos conduce a desastrosos experimentos sociales y a políticas suicidas. Según esta Visión Trágica,
"...la naturaleza humana no ha cambiado. Tradiciones como la religión, la familia, las costumbres sociales, los usos sexuales y las instituciones políticas son una síntesis de técnicas comprobadas con el tiempo que nos permiten funcionar ante las deficiencias de la naturaleza humana."
(Estas tradiciones equivalen aproximadamente a lo que Hayek se refería como "orden espontáneo" y coinciden hasta cierto punto con lo que algunos sociólogos denominan "capital social".) Pinker, a pesar de que algunas de sus posturas recuerdan a las del clásico seudoprogresista, no tiene empacho en admitir que los progresos en biología y otras disciplinas científicas vienen a dar la razón a esta concepción, frente a aquellos utopismos más o menos lights que creen poder cambiar o mejorar al ser humano haciendo tabla rasa de toda tradición.
Ahora bien, como habrán adivinado, la Visión Trágica y la Visión Utópica se corresponden con lo que en lenguaje llano decimos derecha e izquierda, respectivamente. Así planteada la cuestión, dejaría de parecer incoherente que se puedan defender las libertades individuales y al mismo tiempo el respeto a la tradición, el legado de las generaciones pasadas. El mismo sano escepticismo hacia la naturaleza humana que inspiran las medidas de limitación del poder estatal (los seres humanos no estamos hechos para concentrar excesivo poder) es el que nos lleva a valorar la importancia de la experiencia acumulada de la humanidad y a desconfiar de las propuestas racionalistas que pretenden partir de cero.
¿Es entonces el liberalismo de derechas? Ciertamente, lo que la izquierda entiende por liberalismo (cuando presume de él; si es para achacárselo a la derecha acostumbra a denominarlo "neoliberalismo") está más bien relacionado con su activismo en contra de la tradición, hábilmente presentado, cuando conviene, como una genuina inquietud por los derechos individuales. Por ello, la defensa del individuo suele estar hoy más atendida por la derecha, aunque sólo sea como reacción a concretas imposiciones de la izquierda, que ésta presenta como "liberadoras" de colectivos.
Pero salvo que violentemos el uso cotidiano del término "derecha", restringiéndolo a lo que nos gustaría que fuera su significado, es evidente que existe una derecha claramente no liberal, así como una derecha (la que tiene más peso) cuyo liberalismo es, por decirlo de algún modo, bastante tibio. Y también debe admitirse que la izquierda moderada jamás reniega explícitamente de su genealogía liberal, aunque sus políticas entren en contradicción con ella.
El eje izquierda-derecha, aunque lejos de estar superado, es claramente insuficiente si queremos situar las diferentes posiciones ideológicas. Hayek ya propuso un esquema bidimensional, concretamente en la forma de un triángulo en cuyos vértices se situarían liberalismo, conservadurismo y socialismo. Su idea era refutar la errónea concepción que situaría al liberalismo en el centro de dos extremos, de manera que lo más alejado del conservadurismo sería el socialismo, cuando en realidad el primero ha tendido históricamente a asimilar mucho del segundo. Más recientemente, David Boaz desarrolló la intuición de Hayek, en forma de un rombo con dos ejes, el liberal-autoritario en sentido vertical, y el socialdemócrata-conservador en sentido horizontal. Aunque sugestivo, creo que este esquema incurre en un error, y es que define los conceptos socialdemócrata y conservador mediante la distinción entre la libertad económica y la libertad personal, distinción cuya arbitrariedad reconoce el propio Boaz. En su lugar, y se me perdonará la inmodestia, propongo la imagen siguiente:
Como puede verse, en el eje de las abcisas (x) sitúo el mayor o menor grado de defensa del par de opuestos tradición/modernidad, en el sentido de la teoría de las dos visiones de Sowell/Pinker, mientras que en las ordenadas (y) situaríamos los dos extremos de la defensa del individuo y del colectivo. Si convenimos que donde se cruzan ambos ejes sea la coordenada (0, 0), podríamos definir como de derechas toda ideología que se sitúe en valores positivos de x, o sea, la mitad derecha de la gráfica, y de izquierdas los valores negativos (mitad izquierda). La mitad superior de la gráfica (valores y positivos) abarcaría posiciones más o menos liberales y la mitad inferior, más o menos autoritarias (y < style="font-style: italic;">x, y) equivale a una determinada posición ideológica, haya sido formulada o no por algún pensador. En cambio, si consideramos los tipos de sociedad o de regímenes realmente factibles, tiendo a creer que existe una función ideal f(x) = y que relacionaría el grado de tradicionalismo/modernismo con el grado de individualismo/colectivismo. Más concretamente, intuyo que los valores extremos (tanto positivos como negativos) dentro de la abcisa izquierda-derecha coinciden con valores bajos de y (autoritarismo elevado), lo que encaja bastante bien con lo que nos dice el sentido común.
Por supuesto, el grado de derechismo o izquierdismo, o de liberalismo y autoritarismo, es algo difícilmente cuantificable, pero no se trata de eso, sino de comprender las posiciones ideológicas por sus posiciones relativas en la gráfica. He aquí un ejemplo:
Excuso decirlo, las posiciones relativas en las que he colocado a estos dirigentes son perfectamente discutibles. Para no alargarme, me limitaré a aclarar el caso de Hitler o de Mussolini. Algunos se preguntarán por qué no los he situado en coordenadas mucho más a la derecha del gráfico. Debe notarse que los fascismos predicaban, al igual que la izquierda, un "hombre nuevo", y que en gran parte, la supuesta tradición pre-ilustrada a la que pretendían retornar era una construcción seudomítica -en realidad, típicamente moderna. Recordemos también las relaciones del movimiento artístico conocido como futurismo (el canto a la máquina, al deporte de masas, etc) con el fascismo italiano. Por otra parte también es cierto que tanto en el nazismo como en el movimiento de Mussolini había claros elementos tradicionalistas, como la defensa del papel de la mujer reducido al hogar, etc, que nos permiten situarlo dentro del cuadrante asignado a la derecha. Pero insisto, todo esto es discutible.
Propongo al lector que juegue a asignar sus propias coordenadas a los dirigentes aquí elegidos o a los que se le ocurran. Podrían surgir muchos debates interesantes.
lunes, 19 de noviembre de 2007
Los dos ejes ideológicos
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