domingo, 2 de septiembre de 2007

Liberales y conservadores (II)


1.2. Libertad económica y libertad de la otra

Al pensar en la libertad solemos limitarnos a las libertades de pensamiento, de prensa, de opinión religiosa... Esto es un completo error... La expresión literaria de libertad entraña adornos inútiles... De hecho, la libertad de acción es la libertad primaria.

A. N. Whitehead


He argumentado, en mi post anterior, en contra de la falacia de que el liberalismo beneficia a los ricos, y que por ello sería la ideología de los más pudientes. Sólo desde las más grosera de las demagogias puede reducirse el liberalismo a una retórica al servicio de determinada plutocracia, ignorando tanto discurso anticapitalista financiado por poderosos grupos económicos a través de los medios de comunicación de su propiedad, como a tantos anti-sistema montados en los coches oficiales del sistema.

Sentado esto, se comprende que la distinción entre libertades económicas y de otro tipo sirve básicamente a los que quieren restringir las primeras, con el pretexto de que sólo interesarían a los empresarios, que por lo visto no harían buen uso de ellas. ¿Podemos realmente distinguir entre libertades de un tipo u otro? ¿Cuál es el criterio por el que la libertad de expresión no debería ser limitada, y en cambio la de empresa sí? ¿La propiedad privada es un derecho menos fundamental que otros? Si para cambiar de residencia se nos impusieran las mismas regulaciones que para fundar una empresa, ¿no nos parecería opresivo, más propio de regímenes como el soviético? Parece, sin embargo, que por mucho que nos esforcemos, la distinción va a ser difícil de remover cuando la han aceptado, sin dejar de admitir su imprecisión, autores liberales como David Boaz. Este, en su excelente libro Liberalismo. Una aproximación (ed. Gota a Gota) propone un esquema rómbico (clicar imagen para agrandar) de las relaciones entre las diferentes ideologías, en cuyos vértices inferior y superior sitúa al liberal y al autoritario, y en los izquierdo y derecho al socialdemócrata y al conservador, pudiendo cada cual situarse en algún punto dentro del rombo, en función de su mayor o menor proximidad a una de las cuatro tendencias. En sentido vertical se expresa el grado de creencia (medido en una escala de 0 a 100) en la libertad del individuo, mientras que en sentido horizontal se representa si se es más favorable a la limitación de las libertades económicas (socialdemócrata) o a la restricción de la libertad en las costumbres (conservador). El esquema de Boaz me parece útil desde el momento que sustituye la antítesis entre liberal y conservador por la mucho más acertada entre liberal y autoritario. Son dos cosas distintas. Los señores feudales que se oponían a la centralización de las monarquías medievales, sin duda actuaban movidos por el instinto conservador de sus privilegios, pero está claro que con ello, al mismo tiempo, estaban poniendo trabas a la autoridad de los reyes. A lo largo de la historia ha existido una lucha constante entre el poder y el conservadurismo de una parte de la sociedad, en la medida en que éste antepone determinadas tradiciones de origen religioso, familiar, o jurídico, a la arbitrariedad de los gobernantes. Bertrand de Jouvenel ha llegado a afirmar por ello que el Estado es por esencia revolucionario, por su tendencia natural a destruir todo el entramado social y espiritual que impide la atomización del tejido social, y hace a los individuos menos dependientes de un poder burocrático, centralizado y “racional”.

Con todo, el rombo de Boaz sigue pareciéndome insatisfactorio, desde el momento que nos presenta cómo el liberalismo, en la medida en que se acerca al conservadurismo, lo hace también al autoritarismo, es decir, sería menos coherente, que es precisamente lo que estoy tratando de refutar. Así, por ejemplo, este autor se manifiesta favorable al matrimonio homosexual con argumentos desde luego más sólidos que los esgrimidos por la izquierda en general, pero que aún así no son compartidos por todos los liberales, ni mucho menos, y no creo que ello se explique sencillamente porque sean menos liberales, o más incoherentes, o al menos no en todos los casos. Otra objeción que puede hacérsele al rombo ideológico es que no está claro dónde se ubicarían en él determinadas ideologías. El anarquismo colectivista, que está contra la propiedad privada y contra el Estado, ¿dónde lo situamos? Más sencillo parece el caso del anarco-capitalismo, que propugna igualmente la abolición del Estado pero desde el libre mercado, y que indudablemente ocuparía el vértice liberal. Pero ¿significa esto que los liberales clásicos, que creen en un Estado mínimo, se sitúan algo más abajo de ese vértice, es decir, que no son tan consecuentes como los anarco-capitalistas? Esta explicación satisfará a los segundos, pero no a los primeros. ¿Quiere esto decir que el rombo toma partido por una determinada ideología, y por tanto no es un método neutral de clasificación? Por último, en la base del esquema se halla la suposición, siquiera formal, de que sería posible una sociedad con un mínimo de libertad económica y un máximo de libertad personal, y viceversa. Sin duda, el esquema de Boaz se refiere sólo a tendencias ideológicas, no a sus ensayos prácticos, pero tal vez eso sea precisamente el problema, que deja a cada ideología decidir desde sus propios planteamientos su ubicación respecto a las otras, los que nos llevaría a contradicciones que en el mundo real no se darían, porque sencillamente determinados planteamientos serían irrealizables.

En mi siguiente post daré algunas pistas acerca de los argumentos que justifican el hecho de que liberalismo y conservadurismo están más íntimamente interconectados de lo que esquematizaciones como la de Boaz (por más que suponga una gran mejora respecto a la imagen lineal de izquierda-derecha) nos dan a entender.