El breve documento por el cual las trece colonias originarias de los Estados Unidos proclaman su independencia en 1776 contiene más sabiduría política que muchos pesados volúmenes de grandes pensadores, escritos antes y después. Por esta razón me gusta tenerlo siempre presente encabezando la columna derecha de este blog. Su pasaje más memorable posiblemente sea aquel en el que enuncia, sin pretensión de exhaustividad, derechos inalienables del hombre como son el derecho a la vida, la libertad y la “búsqueda de la felicidad” (pursuit of happiness). Este último giro resulta especialmente ilustrativo de la lucidez de hombres como Thomas Jefferson o Benjamin Franklin. No hablaron del derecho a la felicidad, sino a su búsqueda. Nótese la diferencia crucial. La búsqueda de la felicidad es obviamente algo que compete a cada cual, y nos parecería impertinente que alguien se arrogara la facultad de realizarla por nosotros. Recientemente el ex presidente Aznar llamó la atención sobre el paternalismo implícito en el eslogan de la DGT, “no podemos conducir por ti”, dando lugar a las burlas farisaicas de quienes fingieron ver en sus palabras una apología de conductas incívicas. Ayer mismo, por poner otro ejemplo, escuché en una emisora una cuña de una campaña del gobierno autonómico catalán recomendando a los padres precaución para evitar accidentes domésticos ¡de sus propios hijos! Que un gobierno pretenda extender el ámbito de sus preocupaciones incluso sobre los vínculos más estrechos entre los individuos, como si estos fueran incapaces de valerse por sí solos, nos da una idea de lo lejos que hemos llegado en nuestras cesiones al papel del Estado todoprotector. El mero hecho de que parezca normal e incluso digno de elogio este tipo de mensajes es algo que debería hacernos reflexionar.
La búsqueda de la felicidad es una tarea individual, sencillamente porque no está claro que todo el mundo deba tener el mismo concepto de felicidad. Sólo si asumimos el riesgo personal e intransferible de equivocarnos, de no ser felices, seremos libres para escoger el tipo de vida que queremos, para bien o para mal. En cierto modo, la pursuit of happiness no es más que un desarrollo de la idea de libertad, ya viene contenida en ella. Pero es interesante su formulación, porque nos recuerda que la libertad no garantiza la felicidad. Dicho con rotundidad, si postulamos el derecho a la libertad, entonces NO EXISTE EL DERECHO A LA FELICIDAD.
Demostrémoslo ahora por reducción al absurdo. Imaginemos que sí existe un derecho a la felicidad. Es lo que está implícito en propuestas como la del gobierno andaluz, prometiendo vivienda para todos. Es obvio que garantizar la felicidad universal requiere el desvío de recursos siempre crecientes a manos de los burócratas encargados de esa misión. Ese desvío de recursos es por definición coactivo, pues se basará en la presión fiscal o en imposiciones sobre la actividad económica, frenando el crecimiento y en definitiva, sustrayendo el dinero que los ciudadanos administran por sí mismos para entregárselo a funcionarios que decidirán por ellos cómo emplearlo. La cuestión no es que esta propuesta sea demagogia electoralista y que no se vaya a cumplir, sino: ¿Es deseable que se cumpla -que la vivienda nos la proporcione el Estado? ¿Queremos ser “felices” a cualquier precio, incluida nuestra libertad? Si esto es lo que queremos, no hay más que hablar. Sigamos ahondando en el crecimiento del llamado Estado del Bienestar. La libertad, mantenida sobre el papel, será “redefinida” a conveniencia de las benevolentes autoridades, que por supuesto también acabarán definiendo lo que debemos entender por felicidad. Parafraseando a Churchill, por la felicidad renunciaréis a la libertad, y al final no tendréis ni libertad ni felicidad.