lunes, 22 de septiembre de 2008

¿La ideología está en los genes?

Un estudio científico recientemente publicado en la revista Science (John R. Alford y otros, "Political Attitudes Vary with Physiological Traits") concluye que las opiniones políticas pueden tener una base biológica. Los autores han sometido a un grupo de 46 personas con "firmes creencias políticas" a una serie de estímulos (ruidos bruscos, imágenes desagradables) con la intención de medir sus respuestas fisiológicas involuntarias: o sea, el mayor o menor grado en que se sobresaltan. El resultado es que quienes son partidarios de la ayuda económica a otros países, de las políticas tolerantes con la inmigración, el pacifismo y el control de las armas, manifiestan reacciones menos intensas que quienes son más favorables al gasto en defensa, la pena de muerte, el patriotismo y la guerra de Iraq.

A El País le faltó tiempo para sacar el mismo día su titular, haciéndose eco del estudio: "Más carca, más miedoso". Desde luego, hubiera sido mucho pedir al diario del monopensamiento progre que no cayera en el trazo grueso ante tema tan jugoso. Al menos, el periodista no propone que se investigue si existe correlación entre ser de derechas y la propensión a la caspa y el descuido en la higiene personal; se limita a sugerir que la ideología conservadora es una actitud de raíz irracional -y la ciencia por fin lo habría demostrado.

Por supuesto, el tipo de reacción de un individuo a un estímulo, no es por sí solo indicativo de que exista una amenaza real o no. Que uno sea de naturaleza tranquila puede ser tan ventajoso en algunas circunstancias como imprudente en otras. Definir la racionalidad como una tendencia a reacciones fisiológicas poco intensas sólo puede considerarse como una especie de broma, aunque tampoco descartaría que los propios autores del estudio flirteen con ella. De la atmósfera asfixiantemente izquierdista que se respira en los campus americanos y europeos se puede esperar cualquier cosa.

Por otra parte, no acabo de ver claro por qué las reacciones fisiológicas observadas deben correlacionarse con las opiniones políticas en bloque, y no acaso aisladamente con alguna de ellas.

Pero lo verdaderamente interesante del estudio es la hipótesis de que la ideología política puede estar más relacionada de lo que habitualmente se admite con nuestro carácter, e incluso que exista una predisposición genética a simpatizar con unas ideas más que con otras. Dos de los coautores del artículo de Science (John R. Alford y John R. Hibbing) ya publicaron en 2005, con un tercer colega, una investigación realizada con miles de hermanos gemelos, en la cual observaron que los gemelos monocigóticos (que comparten el 100 % de los genes) mostraban una mayor coincidencia en sus preferencias políticas que los dicigóticos (que comparten sólo el 50 % de su dotación genética). De esto concluían que las tendencias ideológicas están mucho más determinadas por los genes que por el ambiente.

Steven Pinker, en su libro La tabla rasa, recoge las conclusiones de otros estudios similares, algunos de los cuales revelaban coincidencias ideológicas e incluso religiosas verdaderamente asombrosas en gemelos que se habían criado separados.

Naturalmente, esto no significa que nuestra ideología esté absolutamente determinada desde que nacemos. La prueba de que no es así es que muchos hemos cambiado nuestra manera de pensar a lo largo del tiempo. Pero resulta inevitable hacerse una pregunta inquietante: ¿Hemos cambiado gracias a la reflexión, las lecturas y la experiencia, o es que finalmente nuestra naturaleza innata se ha acabado imponiendo? O dicho de otro modo: Si nuestras convicciones más profundas están condicionadas en mayor o menor grado por nuestra naturaleza biológica ¿quiere esto decir que la argumentación racional no sirve para nada, que nada es verdadero ni falso en política?

En realidad, que tengamos una cierta predisposición a creer en A, no afecta para nada a la cuestión de si A es verdadero o falso. Pero lo que sí se desprende de las observaciones científicas es que no podemos esperar que una idea triunfe por el mero hecho de ser verdadera. Y por supuesto, lo contrario también es cierto. Por muy equivocada que esté determinada concepción de las cosas, puede llegar a tener éxito si quienes la defienden son lo suficientemente hábiles para pulsar los resortes psicológicos adecuados de mucha gente.

La estrategia política más efectiva consistirá, por tanto, no en poner el énfasis sobre un solo tema, sino en tratar de activar la visión global de la realidad que hay en cada uno de nosotros. Esto parecen haberlo comprendido muy bien políticos como Zapatero. Demuestra una gran ingenuidad pensar que los debates sobre el aborto, la eutanasia o la guerra civil no tienen otra función que distraer a la población de los problemas económicos. En verdad, actúan como catalizadores del sentido de pertenencia a una ideología. En cambio, el empecinamiento de Mariano Rajoy en eludir determinadas cuestiones, en decir que eso no es lo que interesa a la gente, en "mirar al futuro" e incluso negar que existan las diferencias ideológicas (sólo la buena o la mala gestión) es un profundo error. A veces me pregunto si no estará en el ADN de la derecha española.