Cuando en el año 2000 el biólogo Randy Thornhill y el antropólogo Craig Palmer publicaron su A Natural History of Rape (Una historia natural de la violación), se produjo un escándalo mayúsculo, incluyendo manifestaciones, sabotajes de conferencias, y todo tipo de improperios contra sus autores. Lo cuenta Steven Pinker en La tabla rasa, cap. 18.
¿El motivo? Que esos autores afirmaban que la violación algo tenía que ver con el deseo sexual. Es posible que algún lector desprevenido se pregunte qué hay de malo en afirmar tal obviedad, pero es que resulta que según la doctrina feminista oficial, eso es inadmisible. El violador, según tal doctrina, es una persona que actúa por un impulso exclusivamente agresivo ("machista", es decir, cultural) hacia las mujeres, en el que el componente sexual funciona sólo como un pretexto. Decir, pues, que la violación tiene al menos un importante componente sexual equivale a considerarla algo natural, es decir, algo "bueno" -o por lo menos disculpable.
Evidentemente, he aquí un típico ejemplo de la falacia naturalista (definir lo bueno como lo natural), estrechamente relacionada con el mito del "buen salvaje", según el cual el mal sólo puede proceder de la sociedad, no de la naturaleza humana en su estado prístino. Pero los terremotos o las enfermedades infecciosas son fenómenos incuestionablemente "naturales", y no por ello a nadie se le ocurriría calificarlos como benéficos. ¿Por qué no podemos aplicar la misma lógica a la especie humana? De hecho, Thornhill y Palmer, como no podía ser menos, abominaban de la violación, y el fin último de su estudio, más allá del aspecto puramente científico, era contribuir a una mejor prevención de los delitos sexuales.
Sin embargo, para el pensamiento seudoprogresista, la búsqueda de soluciones realistas a los problemas se subordina a la aceptación de determinados tabúes ideológicos, con lo cual muchas veces las soluciones se aplazan indefinidamente, e incluso se exacerban los problemas. Así, se deploran los altos índices de desempleo, pero cuidadito con hablar de liberalizaciones (lo que los burócratas denominan con el eufemismo "flexibilizar el mercado laboral"), que se te echan a la yugular. Y análogamente ocurre en otros terrenos.
Es el caso de una publicación católica mexicana, que en un artículo enumera una serie de recomendaciones prácticas para evitar una agresión sexual, como por ejemplo, no usar "ropa provocativa", no dar pie a determinadas familiaridades con según qué personas, etc. Pues bien, le ha faltado tiempo a El País, en su edición digital, para sacar de ello un titular: "Si quieres evitar una agresión sexual, no uses ropa provocativa". Aunque la frase reproduce literalmente palabras del artículo, es obvia su intención de sugerir que la Iglesia está culpabilizando, al menos en parte, a la mujer que es víctima de una violación por no vestir de forma más pudorosa. Es como si, por recomendarle a una persona que no se pasee con un Rolex de oro en la muñeca, sobre todo por determinados barrios y a determinadas horas, se dijera que se está justificando al potencial ladrón y culpabilizando a la víctima, cuando se trata de consejos bienintencionados que responden al más elemental sentido común.
Ello no obsta para que determinadas sentencias judiciales, tristemente famosas, nos parezcan indignantes. Una vez se ha cometido el delito, el juez no es nadie para vejar a la víctima con alusiones a la longitud de la falda que llevaba en el momento de la agresión, y mucho menos para basar en ello atenuante alguno. Pero si una madre le dice a su hija antes de salir de casa que no le parece adecuada la ropa que viste, es retorcido ver en ello algo distinto de una preocupación perfectamente justificada y apegada a la realidad, aun pudiendo pecar de exagerada en algún caso.
Como dice Steven Pinker en el lugar citado:
"Por supuesto que las mujeres tienen derecho a vestirse como les dé la gana, pero la cuestión no es a qué tienen derecho las mujeres en un mundo perfecto, sino cómo pueden maximizar su seguridad en este mundo. La indicación de que las mujeres que se encuentran en situaciones peligrosas deben cuidar las reacciones que puedan estar provocando o las señales que inadvertidamente puedan estar mandando es algo de sentido común, y es difícil creer que una persona adulta pueda pensar lo contrario -a menos que la hayan adoctrinado los programas estándar de prevención de la violación en los que se dice a las mujeres que 'la agresión no es un acto de gratificación sexual' y que 'el aspecto y el atractivo no son relevantes' ". (Paidós, 2003, pág. 537)
El pensamiento seudoprogresista, al amoldar la realidad a sus esquemas, en lugar de al revés, es la receta perfecta para el desastre, sea cual sea el tema de que se trate, y el sexo no es una excepción. Pero lo que resulta más irritante es que se erija en el verdadero defensor de aquellos a quienes en realidad está desprotegiendo con su irresponsable buenismo, sean las mujeres, los trabajadores o cualquier otro colectivo que tenga la desgracia de caer bajo su interés.