Que un diario supuestamente conservador como La Vanguardia le haga una entrevista abiertamente cómplice a un activista antitransgénicos titulada "A las multinacionales farmacéuticas les interesa mantener la sociedad medio enferma", ya no nos sorprende a estas alturas. Es más, casi me atrevo a decir, sin sorna, que me hace concebir cierta esperanza. Los progres están empezando a perder glamour a chorros desde que cualquier botiguer es capaz de propinarnos una soflama contra las multinacionales, y esa señora mayor que tiene un perrito llamado Cuqui asiente con sincera aprobación. "On anirem a parar?"
El activista en cuestión, llamado Josep Pàmies (no Jordi, como por error lo llama la edición digital, si no lo han corregido), una especie de José Bové catalán, aporta en la entrevista las siguientes afirmaciones en apoyo de sus tesis conspiratorias y catastrofistas:
-El sistema de salud se desplomará por los problemas derivados de la alimentación. Lo cual, suponiendo que sea cierto, no dice mucho en favor de la capacidad del sector público para satisfacer una demanda de salud cada vez más exigente.
-La OMS alerta de que la diabetes aumentará del 10 % actual al 25 % en 2030. Por supuesto, esto está relacionado con el aumento de la obesidad, lo cual a su vez es una consecuencia del crecimiento mundial de la riqueza. En cualquier caso, no parece, al igual que lo anterior, que ello tenga sólo que ver con los transgénicos.
-"La Unión Europea prohibió el maiz transgénico porque se comprobó que provocaba resistencia a antibióticos en humanos". Una inexactitud y una mentira. Desde luego, la política de la UE es claramente intervencionista en esta cuestión, pero no mantiene actualmente ninguna prohibición genérica. En cuanto a los efectos de resistencia en los antibióticos, según el profesor del CSIC Daniel Ramón Vidal, no existe ningún estudio que lo demuestre, y por ello la OMS declaró que no había riesgo per se en el consumo de alimentos genéticamente modificados.
-Los estudios sobre los efectos adversos de los trasgénicos, "no interesa que salgan a la luz". Por definición, indemostrable, claro. Tampoco se molesta Pàmies en aportar la menor prueba.
-"La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria está terriblemente influenciada por las grandes industrias farmacéuticas." Y por los agricultores no. Ellos, que representan menos del 5 % de la población activa, pero se tragan en subvenciones buena parte del presupuesto comunitario, no son un grupo de presión poderosísimo, qué va.
-Si no se usan transgénicos, las plagas que atacan los cultivos se equilibran "de forma natural". Pero los transgénicos han surgido entre otras razones para evitar el uso de plaguicidas. ¿Sugiere Pàmies que renunciemos también a ellos? Hombre, como medida para hundir la producción agrícola y sumir a la población mundial en el hambre, no está mal pensada.
-Un premio Nobel de medicina, Richard J. Roberts ha afirmado en una entrevista que las farmacéuticas no quieren producir medicamentos que curen totalmente, porque si no, se acaba el negocio. Hace poco, Albert Esplugas se refirió en un artículo a estas declaraciones. Suponiendo que el doctor Roberts tuviera pruebas de algún caso concreto en favor de lo que dice, su extrapolación a toda la industria farmacéutica sólo es posible si ignoramos la existencia de la competencia, e imaginamos a las farmacéuticas actuando de manera concertada, como un bloque ominoso.
-Abundando en lo mismo, el médico alemán Mattias Rath, denuncia que las farmacéuticas no están interesadas en prevenir las enfermedades mediante una alimentación natural. Lo que no menciona este activista es que el señor Rath también es de los que niegan que el VIH sea la causa del SIDA, y cuestiona por tanto el tratamiento con retrovirales... Menudo personaje.
En resumidas cuentas, la aparente profusión de "datos" ofrecida por Pàmies se reduce a una mera colección de opiniones, suposiciones y falsedades, sin un sólo hecho tangible.
Con ello no pretendo afirmar que los alimentos transgénicos tengan que ser a priori fantásticos, sin distinciones. Afirmar esto sería caer en un fundamentalismo de signo opuesto, aunque igual de condenable que el de los ecologistas.
Pero me parece que es tener una cara muy dura que un miembro del sector más protegido de Europa cargue contra no sé qué conspiraciones. A mí conspiración me parece que un grupo minoritario consiga casi la mitad del presupuesto comunitario en subvenciones, y le sea tolerado que oferte sus productos a un precio superior al de mercado, imponiendo aranceles que ayudan a mantener en la miseria a millones de personas de países pobres. Eso sí que es una conspiración como la copa de un pino. Aunque bien mirado, las conspiraciones se caracterizan por actuar en la sombra, y estos no lo necesitan, porque cuentan con el apoyo de la mayoría de los medios, como por ejemplo La Vanguardia, cada día más defensores de todo lo que huela a ese provincianismo de botiguer, que en todo ve la mano negra de las multinacionales.