Una de las lumbreras progres habituales de las páginas de El País, Sami Naïr, nos deleita hoy con un artículo titulado "El alcance geopolítico de la crisis", en el cual nos anuncia por enésima vez el fatal declive de la potencia estadounidense, esta vez prefigurado por la crisis económica. Se trata del ejercicio habitual de confusión entre el deseo y la realidad, y no me molestaré en comentar las vaguedades insustanciales a las cuales se entrega a propósito de las "potencias emergentes".
Pero a pesar de lo que da a entender el título, casi dos terceras partes del texto se dedican a analizar (es un decir) la crisis en sí. Sus causas serían la falta de control de los movimientos del capital, la "especulación salvaje" y el monumental déficit estadounidense. Y la solución, por tanto, sólo puede venir de la mano de "nuevos mecanismos posliberales" -que al final resultan ser las recetas antiliberales de siempre: Más regulaciones, más déficits presupuestarios e incluso nacionalizaciones. Pero ¿no quedamos en que el déficit norteamericano era malo?
Se arguye que el mismo Bush está inyectando dinero público en la economía. ¿Y qué demuestra eso? Esa política puede ser acertada o errónea, y desde luego yo creo que es lo último, y que sólo servirá para prolongar la duración de la crisis. Pero en todo caso, mientras no conozcamos los resultados, es puro razonamiento circular justificar determinadas premisas señalando la puesta en marcha de aquellas políticas que se inspiran en ellas. A no ser que los únicos que puedan equivocarse sean los financieros e inversores privados, no los políticos. A juzgar por su fe ilimitada en la intervención estatal, es indudable que el articulista realmente cree en semejante disparate.
Con fidelidad inquebrantable a esta superstición, Naïr propone "acciones reguladoras de los tipos de interés", como si hasta ahora estos no hubieran estado regulados, y no se encuentre precisamente en esa regulación, que ha propiciado el endeudamiento de los últimos años basado en el dinero excesivamente barato, una de las causas principales de la crisis subprime.
Pero da igual que las autoridades monetarias sean políticas. La culpa es siempre del mercado, y punto. Es preciso, en consecuencia, ridiculizar "las sacrosantas leyes del mercado", y desechar "las recetas tradicionales del laissez faire liberal." En el colmo de no ver la viga en el propio ojo, nos dice el autor que, frente a la crisis, "nada sería peor que reaccionar ideológicamente [!], para proteger una religión económica dada." Claro, lo del señor Naïr no es ideología (y mucho menos religión: no le ofendamos). Es, se deduce, una forma de aprehensión directa de la realidad, que le permite entrar en contacto con la verdad absoluta, sin mediación. Vamos, algo así como la ciencia infusa, pero en versión laica.
Hay que señalar que el seudoprogresismo no se conforma con suposiciones infundadas, sino que recurre directamente a falsedades palmarias, como cuando afirma que la característica del "liberalismo mundial (...) es la competición a la baja de todo: calidad, sueldos, etcétera." Justo lo contrario de lo que demuestran todos los datos económicos de las últimas décadas, pero es que es tan difícil resistirse a hacer frases que quedan tan bien...
Esta es la intelectualidad que pasa por prestigiosa, y a la que ninguna crisis -nos tememos- curará jamás de su obsesión antiliberal. El problema es que, jaleadas por los medios de comunicación, sus ideas tienen repercusiones, que acabamos padeciendo todos.