domingo, 31 de agosto de 2008

El ómnibus de la muerte

Acabo de leer el éxito de ventas del periodista Toni Orensanz, L'òmnibus de la mort: Parada Falset. El libro trata de los crímenes cometidos durante la Guerra Civil por la conocida como "Brigada de la Muerte", una banda de anarquistas que recorrió diversos pueblos de las provincias de Tarragona y Zaragoza, a bordo de un autobús Ford AA de cuatro cilindros, pintado de calaveras, y sembrando la muerte a su paso. Como es natural, el autor se detiene especialmente en los hechos acaecidos en su pueblo natal, Falset (capital de la comarca del Priorat, merecidamente famosa por sus vinos), entre el 13 y el 14 de septiembre de 1936, y que terminaron con el fusilamiento, frente a la tapia del cementerio, de veintisiete vecinos.

Aparte del interés en sí de unos hechos que Orensanz ha conseguido aclarar por vez primera (¡hasta el punto de descubrir, muy a pesar suyo, la implicación de un miembro de su propia familia!), el libro es notable por el modo en que está escrito. El autor ha optado, con gran olfato literario, por ir desvelándonos la historia dentro del relato de su propia investigación, que le lleva durante varios años a entrevistar a historiadores y a decenas de testigos directos o a sus descendientes, y a recorrerse archivos históricos de Madrid, Barcelona o incluso Holanda (donde se encuentran unos archivos históricos de la CNT).

El resultado es una obra que se lee como una verdadera novela policiaca, con giros inesperados y momentos dramáticos, como cuando Orensanz descubre una de las pocas fotografías que tenemos de los integrantes de la Brigada de la Muerte, que reproduzco aquí. Observen al sujeto del bigotillo a lo Errol Flynn, con sus manos sacrílegas en la imagen del Cristo y el pistolón al cinto. Este era Fresquet, el cabecilla de la banda, y claro protagonista del libro, que efectivamente daría para escribir una novela.


Por cierto que, como ha señalado Antoni Coll en el Diari de Tarragona, es inevitable acordarse de la magnífica Soldados de Salamina, de Javier Cercas. Aunque ésta, a diferencia del libro de Orensanz, es una obra de ficción, ambas coinciden (aparte del paralelismo de la indagación del pasado, narrada desde el presente) en tomar como punto de partida hechos reales poco favorables al bando republicano. En el caso de Cercas, eso le lleva, después de todo, a componer la que acaso sea la última gran elegía de los que lucharon a favor de la República (o más bien lo que creían seguía siendo la República del 31). Toni Orensanz no se ha permitido semejantes expansiones, pero ha tenido la suficiente habilidad para no cuestionar (o que no parezca que lo hace) lo que llamaré Versión Progresista Estándar de la Guerra Civil (VPEGC), lo cual le ha evitado sufrir el silencio hostil del establishment mediático-académico. Y me explico.

La VPEGC se erige básicamente sobre dos premisas:
  • La premisa legalista, según la cual, en 1936 existía un gobierno legítimo e inequívocamente democrático, contra el cual se sublevó una parte del ejército -de lo que se deduce que la Guerra Civil fue un conflicto entre los que tenían la legitimidad y los que no, entre los demócratas y los antidemócratas.
  • La premisa relativista, según la cual, la violencia en la zona republicana sólo puede juzgarse comparándola con la de la zona franquista (más sistemática, intensa y duradera) y no puede achacarse a las autoridades del Frente Popular, sino a "incontrolados" que actuaron sólo en los primeros meses, algo muy distinto del carácter de la represión en el bando nacional.
El autor de L'òmnibus de la mort asume sin amago de crítica la premisa legalista. Esta, de todos modos, no afecta esencialmente al tema del libro, por lo cual no me detendré en ella (aunque pienso tratarla en una próxima entrada). En cambio, sus conclusiones concernientes a la premisa relativista son mucho más matizadas.

Por un lado, sus averiguaciones acerca de los miembros de la Brigada de la Muerte y sus procedimientos le hacen ser muy crítico con el demasiado cómodo concepto de los "incontrolados". Traduzco del catalán a Orensanz:

"¿Incontrolados, espontáneos, desorganizados, unas personas capaces de reunirse y actuar concertadas en determinados momentos, en según qué sitios? Permítanme que lo dude. (...) Mi hipótesis no es otra que toda esta gente -forjada en el pistolerismo anarquista de la Guerra Civil- no hicieron otra cosa que poner en marcha la Revolución con todas sus consecuencias y de manera más bien organizada de lo que podríamos habernos imaginado." (p. 267).

Pero por otro lado, en el libro existe un claro empeño en minusvalorar la responsabilidad de las autoridades frentepopulistas en los asesinatos de gente de derechas y religiosos. Así, en el caso de Falset, el comité izquierdista que dirigía el pueblo cuando llegó la siniestra columna capitaneada por Fresquet, habría sido formalmente detenido por los anarquistas, y varios de sus miembros obligados contra su voluntad a colaborar en los registros y detenciones de los "fascistas" que terminaron siendo fusilados. El libro es también, por tanto, una especie de desagravio póstumo a los miembros de ese comité a los que el franquismo condenó a muerte, bajo la acusación de colaboración con los asesinos. A ello hay que añadir los casos de otros pueblos en los que las autoridades locales, alertadas a tiempo de la llegada de la Brigada de la Muerte, consiguieron frustrar sus propósitos, con la persuasiva intervención de los Guardias de Asalto. (Que sin embargo no sólo no detenían a esa banda de criminales, sino que les permitían proseguir su macabra ruta hacia otras localidades más desprevenidas o quién sabe si acogedoras.)

Incluso si nos limitamos a los hechos narrados en el libro, este es su aspecto menos consistente, a mi modo de ver. Quizás los dirigentes de Falset colaboraron con Fresquet y sus hombres por temor a perder sus propias vidas, pero aunque humanamente podamos comprenderlo ¿qué pensaríamos de un magistrado que dejara libre a un terrorista por miedo a ser asesinado -no digamos ya si se pusiera a su servicio? ¿Se puede justificar que la policía republicana no detuviera a todos los componentes de la Brigada de la Muerte?

Pues Orensanz, si no justificarlo, al menos intenta explicarlo. Dice:

"¿Quién era el guapo que se atrevía a plantar cara a los anarquistas violentos en las primeras semanas de guerra? Habían contribuido a parar a los fascistas los primeros días del golpe de estado. Los equilibrios eran frágiles en exceso, y detener a Fresquet y su gente hubiese representado desencadenar, ya entonces, un conflicto de magnitud similar al que vivieron Barcelona y Cataluña en mayo de 1937, con comunistas y anarquistas disparándose en pleno día." (p. 103)

O sea, que como la amenaza eran los franquistas, había que tolerar los asesinatos en la zona republicana, para no crear divisiones en la retaguardia. Sin duda, como explicación es muy válida, aunque quizás algo incompleta. Pero no habla muy a favor de las autoridades frentepopulistas, creo yo. Es como si dijéramos que el PNV no quiere el fin de ETA, porque aunque desaprueba sus "métodos", coincide en el objetivo final. No creo que nadie pueda considerar eso como un gran elogio del partido fundado por Sabino Arana, aunque sí quizás una "explicación".

Aparte del tema de la relación del Frente Popular con la violencia, Orensanz también se mete en un jardín intentando desentrañar las causas de la violencia revolucionaria, pintándonos el acostumbrado cuadro de miseria y explotación. Tampoco es que con ello pretenda justificarla, pero es que incluso como explicación, me parece sumamente tópica y simplista. Desde Tocqueville al menos, muchos autores vienen sospechando que las revoluciones no nacen de la miseria absoluta, sino de otro tipo de agravios más relativos, más subjetivos. Y de hecho, su propio relato de los hechos -una vez más- nos permite entrever esta verdad, cuando describiendo el conflicto entre jornaleros y patronos, que podían castigar a los primeros sencillamente con no darles trabajo, retrata a uno de los cenetistas de Falset que colaboraron en los asesinatos como un hombre que

"sufría el rechazo de los amos por su carácter belicoso, su pose chulesca, porque se enfrentaba de palabra y porque les escupía a la cara si hacía falta." (p. 252)

Hombre, ¡no querría que con esta actitud encima le ascendieran!

De todo lo dicho se desprenden dos cosas. Primero, que el autor evidentemente no pretende cuestionar la VPEGC, que defiende con tanto celo el gremio historiográfico de los embates del herético Pío Moa. Gremio al que pertenece sin ir más lejos el propio prologuista del libro, que en mi opinión le hace un flaco favor al prologado, perdonándole la vida por no ser historiador profesional y reduciendo casi a anécdota los hechos narrados en el libro (hay que "evitar el riesgo de convertir episodios extremos como este en norma"). Y segundo, que L'òmnibus de la mort es lo suficientemente honesto, en su relato de los hechos, como para que cada cual pueda sacar sus propias conclusiones. Creo que a pesar del prologuista, y no sé si del propio autor, serán muchos los lectores que empiecen a ver puesta en entredicho la imagen romántica del bando republicano que siguen transmitiendo tantos textos y películas. Porque los hechos son los hechos, y por mucho que se adornen y se presenten correctamente "interpretados", para el seudoprogresismo dominante, la violencia en la retaguardia republicana sigue siendo, no ante todo un "episodio" condenable y atroz, sino... "delicado". Desde luego, para quien tiene en gran estima su prejuicios ideológicos, debe serlo.