miércoles, 13 de agosto de 2008

La ética de la libertad (y IV)

El núcleo del pensamiento anarcocapitalista podría resumirse diciendo que el Estado no sólo es un mal necesario, como afirma el liberalismo clásico, sino que además es inmoral. Los impuestos, según Rothbard, son literalmente un robo, y el monopolio de la violencia ejercida por el aparato estatal una agresión injustificable. De ahí que engañar, robar o desobedecer al Estado no se pueda considerar moralmente reprobable. Difícilmente podemos encontrar una manifestación más revolucionaria que estas palabras de Rothbard:

“Si, pues, los impuestos son obligatorios, forzosos y coactivos y, por consiguiente, no se distinguen del robo, se sigue que el Estado, que subsiste gracias a ellos, es una organización criminal, mucho más formidable y con muchos mejores resultados que ninguna mafia "privada" de la historia.” (pág. 232)

Personalmente, no tengo problema en aceptar conclusiones tan radicales. Quizás a los ciudadanos de países latinos no nos choquen tanto declaraciones semejantes como puedan hacerlo por ejemplo en personas educadas en la cultura germánica, tan imbuida del respeto reverencial hacia el Estado y su simbología. La opinión que me merecen los gobernantes y las legiones de burócratas que soportamos los contribuyentes nunca ha distado demasiado de la formulada por el anarcocapitalismo, y por ello la lectura de los capítulos dedicados por Rothbard al Estado es la que me ha procurado un placer más salvaje.

Sin embargo, pasado el entusiasmo inicial, surgen dos objeciones clásicas. La primera es la actitud ante las políticas de seguridad, tanto en el interior como en el exterior. De las concepciones de Rothbard se deduce claramente que el libertario consecuente debe oponerse siempre a toda acción militar en el exterior que no sea estrictamente defensiva. Me pregunto si eso incluye la invasión de Normandía por Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. O pongamos un ejemplo más reciente. ¿Es aceptable dentro de los rigurosos criterios libertarios la guerra de Afganistán posterior al 11-S?

Y el derrocamiento de Saddam Hussein en Iraq, ¿no excede claramente lo que se puede considerar una acción meramente defensiva? Si las respuestas del anarcocapitalismo son contrarias a todas estas intervenciones del Estado, yo desde luego no las comparto en absoluto. Puede que el Estado sea inmoral y criminal, pero en un mundo donde existen Estados mucho más criminales y nocivos que otros, a veces no hay más remedio que elegir el mal menor. Aunque hay que reconocer que los anarcocapitalistas prestan un servicio nada desdeñable al recordarnos constantemente que se trata de eso, de una elección entre males, evitando caer en la glorificación gratuita de “gestas” militares.

La segunda objeción se refiere al carácter factible o no de la utopía anarquista. En el capítulo XXVIII, Rothbard se entrega a una crítica bastante contundente de un conocido libro del filósofo Robert Nozick, el cual especula sobre el surgimiento inevitable del Estado a partir de unas condiciones ácratas. Aunque no puedo juzgar adecuadamente las afirmaciones de Rothbard, por no haber leído el libro objeto de su crítica (espero remediarlo pronto), estoy dispuesto a conceder que, en efecto, la justificación que hace Nozick de un Estado mínimo, garante del laissez-faire, es inválida. Pero la cuestión que me interesa no es si el Estado puede justificarse o no (ya digo, concedo sin problemas que no), sino si es evitable o no, por muy poco que nos guste.

Rothbard tiende a ridiculizar la idea de que un mercado libre de agencias de seguridad privada, necesariamente conduce al monopolio de una de ellas, que se convierte así en Estado. Según se desprende de sus argumentos, no hay ninguna razón por la que el mercado de la seguridad deba ser distinto de cualquier otro. Y sin embargo, es evidente que la hay, pues el mercado libre se caracteriza precisamente porque las empresas carecen del recurso de la fuerza, de ahí que se vean obligadas a competir limpiamente con mejores productos y precios más baratos. Por supuesto que incluso en el mundo actual estatalizado existen agencias de seguridad privada, pero su fuerza es insignificante comparada con la del aparato estatal.

Imaginemos, por el contrario, que no existe una fuerza claramente dominante. ¿Qué impide a empresas que disponen del recurso a la fuerza intentar saltarse las reglas del mercado, y tratar de obtener el dominio sobre las demás (y por tanto sobre la población), mediante una política de alianzas y de guerras con otros ejércitos o policías privados, hasta lograr imponerse en un determinado territorio?

En realidad, nada. Implícitamente, Rothbard parece reconocerlo al admitir que el ideario libertario, para triunfar, requiere ser asumido por “un número significativamente amplio de ciudadanos” (pág. 354). Es decir, cuando la mayoría de la gente se dé cuenta de que el principio de no agresión y el mercado libre, basado en la propiedad privada, son la única forma de vida moralmente justa, el Estado dejará de existir y la libertad se implantará en toda su plenitud. No lo discuto. Sin embargo, esto también podría decirse de otros idearios, por ejemplo el cristianismo. Si todo el mundo, o buena parte de él, amara al prójimo como a sí mismo, sin duda desaparecería la “necesidad” de la existencia del Estado. Se replicará que el precepto cristiano es irreal, por incompatible con la naturaleza humana, mientras que las ideas libertarias no exigen la adopción por parte del individuo de un código de conducta sobrehumano. Desde luego que no, pero me temo que siempre existirá una parte de la humanidad refractaria a las ideas de libertad, y que se sentirá más motivada por los cantos de sirena del igualitarismo, el nacionalismo o el fanatismo religioso. La suficiente para aguarle la fiesta al resto.

Ya me gustaría ser tan optimista como lo fue Rothbard. Por cierto, por si no quedaba claro, recomiendo vivamente la lectura del libro.