Hace más de dos años (todavía no escribía este blog) vi una tertulia en televisión en la cual participaba Gustavo de Arístegui (el único cuyo nombre recuerdo) y diversos periodistas. El tema debatido era el terrorismo islámico, y un periodista de El País contrapuso las violaciones sistemáticas y cotidianas de los derechos humanos en los países musulmanes, a las que acababa de referirse sobriamente Arístegui, a los "campos de concentración" de Estados Unidos, donde (esto lo añado yo) se hallan recluidos algunos centenares de prisioneros, y no precisamente por repartir octavillas. Pero al periodista le bastó la alusión a Guantánamo para concluir triunfalmente que "en todas partes cuecen habas", igualando así el Occidente democrático a las dictaduras más impresentables.
La técnica de la equidistancia es la que emplea la izquierda en contextos en los que la mentira demasiado grosera no es oportuna, normalmente porque se encuentra en frente a un interlocutor cualificado. Es un recurso que te permite fingir una imparcialidad y moderación desarmantes, y si además se echa mano del refranero, que es para mucha gente su único trasfondo teórico, se apunta uno un tanto. Por supuesto, la moderación dura justo el tiempo necesario para parar el golpe dialéctico del adversario, porque el objetivo es volver a la inversión pura y dura de la realidad: "El verdadero terrorismo es el capitalismo" y la basura habitual.
Otro ejemplo, de ayer mismo. Un comentarista anónimo me replica que la técnica de la inversión la practica también "la derecha", y pone como ejemplo que se quiera culpar de la crisis a las regulaciones, no a la falta de ellas ("toma del frasco", sazona el anónimo). Por supuesto, eso no es un ejemplo de inversión de la realidad, sino de la pura verdad: ¿O es que los bancos centrales y la emisión de moneda no son monopolios fuertemente regulados? Pero lo interesante aquí es como se trata de confundir una vez más con el socorrido "en todas partes cuecen habas".
Pues no, en todas partes no cuecen habas, y el tópico cartesiano de la prudente equidistancia entre la verdad y el error, si para algo sirve, es sólo para evitarnos la fatiga de intentar averiguar dónde se halla la primera.