viernes, 20 de septiembre de 2013

La entrevista a Francisco

La larga entrevista al papa Francisco publicada en una revista jesuita ha provocado básicamente dos tipos de reacciones. Una es la de la mayoría de medios de comunicación, que han visto en ella a un papa que se muestra dispuesto a abrir la Iglesia a las ideas progresistas dominantes. La otra es la de quienes creen que se han manipulado sus palabras para hacerle decir algo que en absoluto pretendió el pontífice. Tras mi propia lectura, opino que la primera reacción es errónea, y que el papa no ha anunciado el menor cambio doctrinal. Pero también pienso que la segunda reacción, aun cuando no vaya en absoluto desencaminada, es demasiado piadosa: creo que el papa se ha equivocado en la manera de expresar ciertas cosas.

En general, la entrevista es bastante rica intelectualmente, y no cabe duda de que los medios han simplificado groseramente el contenido de sus 27 densas páginas. Si tuviera que destacar un fragmento de ella, sería el siguiente:

"Dios está en la vida de toda persona. Dios está en la vida de cada uno. Y aun cuando la vida de una persona haya sido un desastre, aunque los vicios, la droga o cualquier otra cosa la tengan destruida, Dios está en su vida. Se puede y se debe buscar a Dios en toda vida humana." (pág. 20).

Estas palabras son profundamente evangélicas. El papa no dice que ciertas conductas no sean malas; dice que a las personas que las tienen hay que ayudarlas, no condenarlas de manera inmisericorde, alejándolas aún más de la Iglesia. El papa critica tanto el rigorismo legalista como el laxismo de quien niega el pecado por un buenismo equivocado, lo que en definitiva supone privar de sentido al arrepentimiento, que es la única vía de curación.

El papa dice que siendo más joven se le pudo considerar ultraconservador por su estilo autoritario. En realidad está destrozando uno de los tópicos más caros al progresismo hegemónico: la idea de que la derecha es por definición autoritaria y más bien propia de cierta senilidad. Francisco, por el contrario, reconoce haber sido un joven impetuosamente autoritario, mas no "de derechas". ¿Qué entiende entonces por este término? Creo que a la luz de otras partes de la entrevista, como la antes transcrita, Francisco ha elegido muy mal la palabra derecha para referirse a lo que siempre habíamos denominado fariseísmo: la actitud rigorista de quienes creen que la medida de la salvación no es más que el cumplimiento de la ley, como si la mediación de Cristo fuera superflua.

En este sentido podemos entender el sentido de las palabras "no es necesario estar hablando de estas cosas [el aborto, el "matrimonio" gay, etc.] sin cesar". Francisco no cuestiona en absoluto la posición de la Iglesia al respecto, sino que lo que pretende decir es que el mensaje evangélico se funda ante todo en la esperanza de la salvación, más que en la condena de los pecadores.

Francisco se describe a sí mismo como "ingenuo", y desde luego debe serlo, porque de lo contrario habría elegido o matizado mejor ciertas expresiones, para evitar que fueran instrumentalizadas por los medios. Si hubiera sido menos ingenuo habría evitado que algunos interpretaran sus palabras como una forma de desentenderse del movimiento provida o el movimiento contra el gaymonio en Francia.

Como católico y de derechas, sólo me cabe rezar para que el papa Francisco siga siendo como es, pero que su locuacidad no le siga (ni nos siga) jugando malas pasadas.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Información

Acabo de leer un tuiteo de alguien que sostiene que vivimos en la época más informada, y la más mediocre intelectualmente. Seguramente acierta en lo segundo, pero no en lo primero, que no deja de ser un tópico. ¿A qué llamamos información? Con la información pueden ocurrir dos cosas. La primera, que exista, pero no se sepa o pueda encontrar. La segunda, que ni siquiera exista. Creo que la realidad es una mezcla de ambas cosas. Hay mucha información inencontrable, debido al famoso "ruido", y no me refiero sólo a la cháchara y la basura mediática. Basta entrar en cualquier librería para darse cuenta de la cantidad de gilipolleces que se llegan a publicar al año. Miles de libros que caerán en un merecido olvido en cuestión de pocos años. Pero luego está la información que sencillamente falta. La información no crece en los árboles, hay que elaborarla. Y existe una ingente cantidad de cuestiones que no se investigan, primero porque no existen recursos infinitos, pero segundo, porque los prejuicios han cegado la inquietud intelectual. Por "prejuicios" no me refiero principalmente a ideas atávicas y reaccionarias, sino más bien lo contrario, a ideas nuevas y hasta novísimas que pasan por evidentes, y de las que tenemos a rebosar. Producir información es difícil, y a menudo caro. Producir tonterías cuesta mucho menos.

Para encontrar la información y para producirla, es obvio que se necesita primero formación. Y la formación no es más que disponer de cierta información acumulada. Pero esto es algo que a su vez sólo nos puede trasmitir una persona ya formada, es decir, una persona que ya haya encontrado antes esa información, y que no se deje obnubilar por la primera idea supuestamente novísima que se encuentra en el periódico de la mañana. O dicho crudamente: la formación no puede existir sin autoridad. Y esto es algo que la pedagogía imperante no ha hecho más que desacreditar durante décadas. El profesor no tiene que ser un "mero" transmisor de conocimientos "memorísticos", sino un tío guay que excite la pasión por aprender. ¿Aprender el qué? No se sabe muy bien. "Valores", dicen. pero ¿a qué llamamos valores? Ah, y que todo esto sea divertido.

Los resultados de estas majaderías están a la vista: los alumnos no aprenden apenas nada que no se pueda olvidar al día siguiente de un examen, y encima tampoco se divierten. Aprender no puede ser divertido, porque hay muchas cosas que no pueden empezar a interesarnos hasta que no sabemos algo de ellas. Se requiere un esfuerzo inicial para formarse, y una vez más, esto significa autoridad, es decir, que alguien me obligue a formarme, porque me inspira respeto, y no tengo más remedio que admitir que no hay otro camino, aunque me pese, aunque preferiría estar haciendo otras cosas.

Es mentira que vivamos la época más informada. La información primordial, la que nos forma y nos permite seguir aprendiendo y producir más información de calidad, está en buena parte ahí, pero cada vez a más profundidad bajo el estiércol del entretenimiento masivo. Así que puede que en realidad no estemos más informados, sino menos. Y todo porque se ha extendido la fábula de que el conocimiento progresa en lucha contra la autoridad, cuando en realidad no puede florecer sin ella. Sin un canon, sin unas referencias transmitidas celosamente de generación en generación, todo se disuelve en el subjetivismo de la primera tontería que se le ocurre a cualquier tonto. Y así no hay manera de construir, de formar.

Sin formación, no podemos ni aprovechar ni producir verdadera información, solo recrearnos en chismes y tópicos. Por tanto, decir que es una época informada pero poco formada, es contradictorio. Sin formación, a todos los efectos es como si la información no existiera. La formación es información ya consolidada, son reservas contabilizadas, con las que podemos contar. Y no podemos producir petróleo donde no hay reservas. La oposición entre información y formación, bien que engañosamente sugerida por la propia etimología, es parte del problema, revela ella misma que a cualquier cosa la llamamos información, porque esta nos falta a raudales y nos conformamos con lo primero que aparentemente nos sirve de alimento. Es una paradoja estéril, porque en realidad no hay tal paradoja, sino una consecuencia lógica. Abolido el prestigio de la autoridad, se deja de estar formado y, por tanto, informado. La retórica sustituye al razonamiento, y el entretenimiento al aprendizaje. Tenemos lectores digitales con capacidad para almacenar miles de libros, que no servirán de nada si entre ellos no hay por lo menos el centenar de libros que verdaderamente importan. No sirve de nada que en Google podamos encontrar cualquier cosa, si no sabemos qué debemos buscar.

No, no somos la época más informada de la historia. Posiblemente sí seamos la más olvidadiza.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Diez consejos para no volverse marica

1) Un machote no utiliza paraguas, salvo si está diluviando en el estadio.

2) No hay que poner intermitentes cuando se gira a la derecha, o en una rotonda. Los machotes no deben demostrar sus sentimientos -ni siquiera sus intenciones.

3) Prohibido tajantemente emocionarse viendo una película. Si uno acaba de ver La lista de Schindler, dirá que es una película muy dura, adoptando una voz neutra, como si se dijera de un vino que es muy tánico en boca.

4) Beber agua helada recién sacada de la nevera, a grandes tragos. Si se contrae una faringitis, decir que ha sido gritando en un espectáculo de lucha libre.

5) Terminantemente prohibido ponerse los guantes de plástico que suministran en las gasolineras.

6) Prohibido lavarse las manos después de mear. En rigor, no hay que lavarse las manos nunca, o al menos no te deben ver hacerlo.

7) Está desaconsejado mostrar la menor reacción cuando uno come algo muy picante. Si se suda, hay que decir que hace calor. Por ejemplo: "Joder macho, qué calor hace en este puto restaurante".

8) Al estrechar la mano, hay que intentar romper los metacarpianos del otro, con una mirada franca y penetrante.

9) Nada de llevar monedero. Uno se saca las monedas del bolsillo sin mirar, deposita tres o cuatro sobre la barra y se guarda las sobrantes. Mejor aún no llevar suelto, un billete de veinte sirve para cualquier pequeño gasto del macho viril.

10) Cultivar exclusivamente aficiones viriles, que te ocupen todo el tiempo libre, como el deporte, la caza o la pesca. Leer es sospechoso, aunque puede hacerse una excepción con manuales de artes marciales o de mantenimiento del cazabombardero.

La Cataluña de los idiotas

Es curioso que ahora que sabemos que el universo tiene un diámetro de miles de millones de años luz, y está constituido por miles de millones de galaxias, haya gente que esté tan preocupada por poner una frontera en Alcanar. Pero tampoco es dificil de entender. Les han dicho que el universo es inmenso, y muy viejo, pero que no es más que materia, algo sin sentido ni propósito alguno. No es de extrañar que cualquier objetivo, cualquier finalidad, por fútil que pueda parecer, ocupe ese vacío de significado. Así, en un rincón del Mediterráneo, hay quien aspira a que el 0,006 % de la superficie terrestre tenga un estado propio.

Si ponemos entre paréntesis por un momento las consideraciones precedentes, tres son las razones que desaconsejan la separación de Cataluña:

La primera, que es ilegal. Un proceso de separación requiere una reforma constitucional. Los separatistas pretenden que se incumpla este procedimiento, lo cual puede tener dos consecuencias distintas. Una, que el gobierno, ante una secesión unilateral, se vea obligado a suspender la autonomía de Cataluña, con la posibilidad de que ello desemboque en un conflicto violento más o menos grave. La otra sería aún peor: que el gobierno no hiciera nada, y que por tanto se sentara el precedente de que la Constitución puede ser violada flagrantemente con total impunidad. Históricamente, esto ha sido la madre de todas las guerras y todas las dictaduras.

La segunda razón contra la independencia de Cataluña, es que supone para los catalanes entrar en un período de serias dificultades económicas (ríanse de las actuales), por mucho que el nacionalismo quiera darle la vuelta a este argumento. Pero quizás la más importante a largo plazo sea la tercera razón: la irrelevancia geopolítica de las dos entidades resultantes de la separación, la nueva España cercenada de una parte importante de su territorio, y por supuesto la insignificante Cataluña independiente, que no pintará nada en una Europa que, a su vez, se ha autocondenado a pintar cada vez menos en el mundo. Sin duda, la unidad de España es un patrimonio geopolítico desaprovechado desde hace tiempo por las élites políticas. Pero ante las incertidumbres del futuro, sería de una frivolidad suicida dilapidarlo.

No obstante, todos estos argumentos palidecen si se contemplan con una perspectiva más amplia. Porque la preservación de la unidad de España no garantiza que no haya conflictos graves en el futuro, ni garantiza que se pueda escapar a la decadencia económica y geopolítica, que en esencia no es más que un efecto secundario de la auténtica y devastadora decadencia, la demográfica. Con la actual tasa de natalidad, dentro de mil años (como ha señalado Alejandro Macarrón en su imprescindible obra El suicidio demográfico de España) no quedará ni un solo español; catalán, ni les cuento. Por supuesto, ni usted ni yo estaremos ahí para comprobarlo. Pero sí que estaremos, Dios mediante, dentro de unas décadas, cuando no exista suficiente población activa que pueda sostener, entre muchas otras cosas, el sistema de pensiones por las que actualmente cotizamos de manera obligatoria. La diversión estará asegurada.

Lo peor de la separación de Cataluña es que servirá para que millones de idiotas se sientan por unos días un poco mejor, a pesar de que no habrán solucionado absolutamente ningún problema real, y con toda probabilidad los habrán agravado, además de crear otros nuevos. Lo peor de la separación es su insignificante, su ridícula futilidad. Porque si al menos la senyera tuviera un significado, si simbolizara unos valores de trascendencia, de libertad o de civilización, estaría justificado incluso verter la propia sangre por ella. Pero ¿a qué aspiran los nacionalistas? ¿A tener un D.N.I. catalán? ¿A que el presidente de Estados Unidos reciba con honores de estado al presidente de la Generalidad? ¿A que Cataluña consiga cuatro o cinco medallas en los Juegos Olímpicos -como si quieren ser quince?

Porque si a lo que aspiran es a que en la nueva Cataluña independiente vayamos a cobrar las pensiones, y a "tenerlo todo pagado", como dijo Francesc Pujols, es que se merecen sobradamente el adjetivo calificativo que he deslizado al inicio del párrafo. Y por si alguien me echa en cara que insultar está muy mal: cuando los idiotas se convierten en peligrosos, ha llegado el momento en que ya no podemos continuar eludiendo el llamarlos por su nombre.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Madrid 2092

Sé que a toro pasado es fácil escribir esto, pero el fracaso de Madrid 2020 estaba cantado. A la capital española los Juegos no se los ha robado Tokio, como a primera vista parece. Se los robó Barcelona en 1992. No deja de ser irónico, tras décadas de escuchar el tedioso "Madrid ens roba". Dirán: "Ah, pero Madrid no se presentó entonces". Pues por eso.

Después de la Segunda Guerra Mundial ningún país ha celebrado dos veces los Juegos con un período intermedio inferior a cuarenta años, con la excepción de Estados Unidos, que es también el país que ha sido más veces sede. El Reino Unido tardó justamente eso, cuatro décadas, en volver a organizar las Olimpíadas. Australia, 44 años. Y Japón habrá tardado 56. Por cierto, Francia, si resulta sede en 2024, habrá tardado ¡un siglo! (París 2024 sí que parece cantado, máxime habiéndose celebrado hace poco la Olimpíada en Londres.) Conclusión. Dado que también desde los años cincuenta se ha respetado la rotación de continentes, y que según esto, después de París 2024 se celebrarían fuera de Europa, los madrileños se pueden despedir de los Juegos Olímpicos como mínimo hasta el 2032. Pero yo apuntaría más bien, dado el precedente galo, al 2092.

¿Es esto una tragedia? Yo creo que no. La tragedia es que se produzcan cien mil abortos al año en España. La tragedia es que aquí la preocupación mayor sean los dichosos "recortes" y la "pérdida de derechos sociales", mientras nuestra productividad produce risa y nuestro sistema educativo, lo mismo. (Y que todavía se repitan las mismas necedades -vean, si no, los resultados- de hace más de medio siglo, como que el profesor debería dejar de ser "un mero transmisor de conocimientos" o que hay que conseguir que el aprendizaje sea algo "divertido", y sobre todo, "no memorístico".) La tragedia es que haya quien en lugar de ayudar a enderezar este país, trate de aprovechar la ocasión para romperlo, y que algunos, incluso desde Madrid, los jaleen. "Eso, que se separen estos putos catalanes, así nos dejarán tranquilos." Sobre todo eso, tranquilidad, y a seguir envejeciendo demográficamente, a ver si con suerte podemos pillar una pensión con la que ir tirando. Y como la vida es difícilmente soportable sin ilusiones, pues hombre, unos jueguecitos olímpicos de vez en cuando, que nos distraigan y nos hagan creer que estamos vivos. Pero de momento, como en una novela de Philip K. Dick titulada Ubik, estamos más bien en la semivida.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Maquiavelo en el supermercado

En un foro alguien ha publicado los "Diez trucos que usan los supermercados para engañarte". Voy a darlos por fidedignos, pese a que algunos suenan un tanto conspiranoicos, como eso de que los carritos tienden a desviarse a la izquierda, obligando a que los clientes los manejen con la zurda, y así tengan libre la derecha para alcanzar los productos. La conclusión que se desprende de todos estos trucos es que en nuestros días Maquiavelo se inspiraría no en Fernando el Católico, sino en Juan Roig. O por decirlo con un estremecimiento: ¡los supermercados tratan de presentar sus productos del mejor modo posible, y que la gente que entre en ellos compre cuanto más mejor! Esta es la dura, la terrible verdad.

Los supermercados, en lugar de limitarse a proporcionar unos ridículos cestitos en los que no quepa prácticamente nada, ponen a disposición de los clientes unos pérfidos carros en los que se pueda colocar cómodamente la compra. En lugar de iluminar sus estanterías con una luz mortecina, en la que apenas pueda distinguirse la fecha de caducidad, se empeñan, con premeditación y alevosía, en ofrecer una iluminación generosa, con intenciones evidentes. Y no sólo eso, sino que además, evitan colocar los productos de primera necesidad cerca de la entrada, cuando lo tendrían facilísimo para lograr que nadie pisase por descuido la sección de perfumería. ¡Es que la avaricia por vender toda clase de productos les ciega!

Esto es lo que sucede cuando permitimos que entes impersonales dirijan nuestras vidas. Por supuesto, las personas no obramos así. Si estamos vendiendo nuestro piso, cuando lo visita un posible comprador para nada se nos ocurre centrarnos en las reformas del baño y la cocina, que nos han costado una pasta. No; cualquier ser humano decente le llamará la atención sobre esa ventana que no cierra bien, la baldosa que suena al pisarla, y el vecino que pone la tele a todo volumen. Así de maravillosos somos los seres humanos, que cuando queremos vender algo, sólo ponemos énfasis en los inconvenientes y pasamos de puntillas sobre las ventajas. Pero las grandes superficies, esas entidades siniestras, no actúan en absoluto así. Ya que estamos, sería sumamente útil conocer de dónde proceden. ¿Podrían ser la cabeza de puente de una invasión extraterrestre? Buen tema para un programa de "Cuarto Milenio".