domingo, 26 de junio de 2011

La infalibilidad climática

En los últimos cien años, la temperatura global ha aumentado 0,7 grados centígrados. Según algunos científicos, la causa de este incremento se halla en las emisiones industriales de CO2. De aquí infieren que, salvo que se restringieran severamente estas emisiones, el calor seguirá aumentando, lo cual puede llegar a tener efectos catastróficos (elevación del nivel del mar, desertización, mayor frecuencia de tormentas, huracanes, etc).

En adelante, para abreviar, uso la expresión abreviada cambio climático para referirme a la teoría sobre las causas, la tendencia y los efectos del aumento de temperatura, no al mero hecho de este. Dicha teoría, como cualquier otra, puede ser verdadera o falsa. Personalmente creo que es lo segundo; entre otras razones, porque en los últimos diez años, pese al incremento del CO2, el calentamiento se ha estancado. Pero en cualquier caso, pretender que una teoría es indiscutible, tachar de negacionistas a quienes discrepan de ella e incluso sugerir que se debería legislar penalmente contra ellos, es una actitud anticientífica y dictatorial. Lo cual no se contradice con que muchos científicos, generosamente subvencionados, tengan un interés material directo en sostener la verdad oficial.

Lo que más contribuye a este clima dogmático e inquisitorial no son tanto las exposiciones directas como la lluvia fina de infinidad de artículos y reportajes que, de manera automática (es decir, acrítica), atribuyen al cambio climático los más variados fenómenos adversos, favoreciendo una mentalidad de histeria colectiva. No hay un solo día en que algún periódico o alguna televisión no haga alusión al cambio climático para referirse a la extinción de una especie, una sequía en algún lugar del planeta o una tormenta tropical.

Por poner un ejemplo entre miles, un reciente artículo de El País titulado "Un parásito que ataca el hígado afecta a 400 personas en España" se acompaña con el subtítulo: "La fasciolasis, casi desconocida en Europa, se dispara ahora por el cambio climático". De aquí a sugerir, como en realidad ya se ha hecho, que el cambio climático provocará la llegada al mundo desarrollado de enfermedades tropicales, hay un paso muy pequeño. Pero incluso aunque el cambio climático fuera cierto, habría mucho que hablar antes de incluir entre sus efectos cualquier cosa que se nos ocurra. Para ser atacado por el parásito en cuestión es condición indispensable comer berros silvestres. ¿Quién sabe si la moda de alimentos naturales no ha podido influir en un aumento del número de personas que consumen esos vegetales? 400 afectados por la fasciolasis en una población de 47 millones de habitantes es una cifra tan pequeña que las causas podrían ser muy diversas, incluyendo el mero azar. Esto recuerda cuando las autoridades de Tráfico se atribuyen el mérito de que un fin de semana hayan muerto seis personas menos que el mismo fin de semana del año anterior. El sentido común nos dice que pueden haber concurrido muchos otros factores; quizás salieron menos coches por la crisis económica, el mal tiempo o porque había un partido de fútbol televisado importante; quizás los accidentes ocurrieron cerca de hospitales más preparados; puede que simplemente fuera suerte.

Sin embargo, un investigador del nuevo (e imaginamos que flamante) centro de la OMS en Valencia, consultado por el articulista, se decanta por la explicación del cambio climático, que en su opinión favorece la proliferación de un caracol de agua dulce que transmite la fasciola a los vegetales acuáticos. Como hipótesis, puede ser tan válida como cualquier otra, pero es difícil no sospechar que, cuando hay tan jugosas subvenciones en juego, el interés por la contrastación de las hipótesis (que es lo que caracteriza a la ciencia, o eso creíamos) pasa a un segundo plano.

Como sostiene Nassim N. Taleb en El cisne negro, nuestra sociedad está dominada por la superstición de que existen unos supuestos "expertos" en determinados campos, como la economía o el clima (1), capaces de hacer predicciones, de manera análoga a como los astrónomos predicen los eclipses. Se trata de uno de los mayores fraudes intelectuales de nuestro tiempo, como lo demuestra el vasto cementerio de las predicciones pasadas, erróneas en su abrumadora mayoría. Aún así, la patulea de los engreídos "expertos" y sus divulgadores periodísticos se empeñan cada día en desacreditar a los escépticos, como si fueran estos la encarnación del oscurantismo y no al revés.

Son muchos los factores que pueden influir en la temperatura global, aparte del CO2. Quizás uno de los más deliciosamente paradójicos sea el descenso de la contaminación por partículas pesadas que contribuyen a velar el sol y por tanto a enfriar la atmósfera, como apuntan Levitt y Dubner en Superfreakonomics (2). ¡Un aire más limpio podría haber acelerado el calentamiento global en los últimos años! Esta complejidad hace que "sea muy difícil predecir el futuro climático. En comparación, los modelos de riesgo utilizados por las modernas instituciones financieras parecen muy fiables..." (3) (y ya sabemos lo bien que previeron la crisis económica del 2007). Pero a pesar de la manifiesta incertidumbre que rodea todo el asunto, los gurús del cambio climático pretenden que la humanidad reduzca su crecimiento, desviando ingentes recursos a restricciones del CO2 que ni siquiera es seguro que vayan a servir de algo, y condenando de esta manera a millones de personas de países en desarrollo a no salir de la miseria.

Lo que mueve esta histeria colectiva no es más que la tentación totalitaria de los gobiernos, organismos internacionales e intelectuales por intervenir en las vidas de los individuos. Uno de sus mayores pretextos es la distribución de la riqueza, pero cada vez más será la salvación del planeta, lo que permite criminalizar sin ningún pudor a los opositores o discrepantes que obstaculizan tan noble empeño.

Si alguien necesita un indicio serio de que las políticas de reducción de CO2 son meros pretextos para incrementar los controles gubernamentales sobre el sector privado, lo podrá encontrar en el libro citado anteriormente, Superfreakonomics (secuela del exitoso Freakonomics.) Enfriar la atmósfera del planeta podría lograrse en muy poco tiempo con una inversión menor que lo que gasta la fundación de Al Gore en difundir su religión climática. Bastaría con lanzar a la estratosfera 100.000 toneladas de dióxido de azufre al año. Nadie se asuste, esto supone el 0,05 % de lo que emiten los volcanes, los vehículos a motor y las centrales térmicas que usan carbón. Podría hacerse con una simple manguera de solo 5 cm de diámetro, por 30 kilómetros de altura, sostenida por globos de helio. Aunque parezca una bomberada, el proyecto ha sido propuesto seriamente, con todo lujo de detalles, por la empresa de ingeniería que ha inventado el láser para matar al mosquito de la malaria. Y su coste, comparado con el del Protocolo de Kyoto, es irrisorio. Lo bueno es que tienen proyectos alternativos, alguno de ellos tan original como aumentar la producción de nubes sobre el océano mediante una flota de veleros de fibra de vidrio que incrementen la producción de espuma marina. También han calculado los costes, por supuesto mucho más baratos que la restricción de las emisiones de CO2 y el retraso consiguiente impuesto al Tercer Mundo. (3)

La ventaja de estas ideas, además de su bajo coste, es que se pueden poner en práctica en muy poco tiempo, con resultados casi inmediatos, porque en lugar de contrarrestar unas hipotéticas e inciertas causas del calentamiento, lo que hacen es provocar un enfriamiento compensatorio de manera directa, fácilmente verificable, y que en cualquier momento puede interrumpirse o graduarse. Sin embargo, no interesan a los gobiernos ni a todos los que viven de la lucha contra el cambio climático porque se les acabarían el negocio y los pretextos. Ellos lo que quieren es salvarnos, y para ello es necesario que los creamos ciegamente, sin asomo del espíritu crítico del que tanto se enorgullece nuestra civilización. Como dice Taleb, y con ello concluyo:

"Me irritan muy a menudo aquellos que atacan al obispo pero de algún modo confían en el analista de inversiones, aquellos que ejercen su escepticismo contra la religión pero no contra los economistas, los científicos sociales y los falsos estadísticos. [A los que añadiría, los "expertos" climáticos.] (...) Estas personas nos dicen que la religión fue horrible para la humanidad (...) pero no nos dicen cuántas fueron las víctimas del nacionalismo, de la ciencia social y de la teoría política en el régimen estalinista o durante la guerra de Vietnam. [Ni los costes para millones de seres humanos de no poder utilizar libremente energías baratas como el carbón.] (...) Ya no creemos en la infalibilidad papal; pero parece que creemos en la infalibilidad del Nobel." (4)
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(1) Nassim Nicholas Taleb, El cisne negro. El impacto de lo altamente improbable, Paidós, 2008, pág. 384.
(2) Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner, Superfreakonomics. Enfriamiento global, prostitutas patrióticas y por qué los terroristas suicidas deberían contratar un seguro de vida, Random House Mondadori, 2010, pág. 223.
(3) Levitt y Dubner, ob. cit, págs. 206-207.
(4) N. N. Taleb, ob. cit., pág. 389.

sábado, 25 de junio de 2011

Laicismo orwelliano

"La presencia de capillas en las universidades públicas constituye, a mi juicio, una sacralización del espacio docente laico, un atentado contra la autonomía universitaria, una muestra del control que sigue ejerciendo la Iglesia católica en el terreno de la ciencia y de la docencia, y una censura religiosa del pensamiento crítico y libre."

Estas sandeces, aunque parezca mentira, las escribe un teólogo. Bien es verdad que se trata de Juan José Tamayo, personaje que se distingue por sus diatribas contra Ratzinger y contra el anterior papa, y sus simpatías por el movimiento antiglobalización y la teología de la liberación. Pero centrémonos en su último escrito.

"Sacralización del espacio docente laico". Según sostiene Tamayo, España todavía no ha llevado a cabo la transición religiosa a un Estado laico. Esto es difícilmente cuestionable, salvo por la palabra "todavía", que implícitamente va más allá del hecho, sugiriendo una prescripción: Que esa transición debería hacerse. Es su respetable opinión, pero, como él mismo reconoce, la Constitución no la avala. El modelo español de relaciones entre Iglesia católica y Estado es un caso particular, que a unos podrá gustar más y a otros menos, pudiendo reformarse mediante los correspondientes procedimientos legales y democráticos. Dar por sentado que se trata de una anomalía, elevando una opinión personal a categoría de hecho, revela una escasa pulcritud intelectual.

"Atentado contra la autonomía universitaria". Esto es un ejemplo antológico de inversión de la realidad. Como el mismo Tamayo nos recuerda, la universidad Carlos III, en un ejercicio claro de autonomía, no admite capillas en sus recintos. Y lo que propone es que las otras universidades no puedan ejercer la suya para permitirlas. Por si no ha quedado meridianamente claro: ¡el "atentado contra la autonomía universitaria" es real, y lo quieren perpetrar los laicistas!

"Control que sigue ejerciendo la Iglesia católica en el terreno de la ciencia y de la docencia." Esto ya es de risa. ¿De verdad alguien cree que hoy en día la Iglesia controla la ciencia y la enseñanza? Se nos dirá que hay colegios y universidades religiosos, que existen think tanks y grupos de presión religiosos... Claro, como los hay laicistas y ateos. ¿O es que los católicos van a ser los únicos que no van a poder ejercer la docencia, la investigación o la mera libertad de expresión? ¿Quién es aquí el que quiere controlarlo absolutamente todo, sin que nada escape a su intervención, si no es el laicismo radical?

"Censura religiosa del pensamiento crítico y libre". Claro, pasa un estudiante atemorizado delante de la capilla, y automáticamente ya no se atreve a pensar con libertad, pobrecito. ¿Se pueden decir más gilipolleces en un solo párrafo?

El artículo empezaba saludando con entusiasmo la elección de José Carrillo como rector de la Complutense, el cual, en relación con el asunto de las capillas en las universidades, ha asegurado que el problema de fondo es de libertad religiosa. Y efectivamente, tiene toda la razón, aunque en el sentido exactamente opuesto al que pretende, que prohibiendo las capillas habrá más libertad y no menos. (Como diría Orwell: "La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud", etc.)

Sin embargo, Tamayo disiente en esto del nuevo rector, pues según él en realidad no se trata tanto de la libertad como de la igualdad religiosa. Es decir, si lo he entendido bien, para que no haya agravios comparativos, en la universidad no se debe poder celebrar ningún culto religioso, sea católico, judío, islámico, evangélico o mormón. Desde luego, es una manera de ver la igualdad muy propia de la izquierda. Todos iguales en la miseria y en la esclavitud, excepto los que mandan (en este caso, ateos y agnósticos) que como ya dijo el escritor citado, "son más iguales que otros".

viernes, 24 de junio de 2011

La ideología del No pasa nada

Hace varios años, una conocida marca de tampones higiénicos puso en marcha una campaña publicitaria basada en el eslogan "No pasa nada". La evidente intención era intentar influir en los hábitos de las españolas, más acostumbradas a las tradicionales compresas. Para ello mostraban a chicas que transmitían sensación de despreocupación y comodidad mientras se suponía que utilizaban el producto de la compañía anunciante. "No pasa nada", proclamaban con expresión de (casi sospechosa) radiante felicidad.

Este lema resume a la perfección la táctica de la izquierda contra quienes desconfían de sus propósitos y de sus métodos. Si alguien se escandaliza por la llegada al poder del brazo político de ETA, los voceros del PSOE, principal culpable de que hayamos llegado a esta situación, tratarán de ridiculizar las críticas, asegurando que todo se enmarca dentro de la normalidad democrática. Si alguien cuestiona que sea indiferente que los niños sean criados por sus padres biológicos o por un "modelo alternativo de familia", se le ridiculiza también, caricaturizándolo como un personaje desfasado e incluso atrabiliario, que se empeña en buscar problemas donde no los hay. Si alguien protesta por que niñas de dieciséis años puedan abortar legalmente sin alegar ningún motivo, y sin que ni siquiera sus padres tengan conocimiento de ello... En fin, se le replicará: ¡No pasa nada!

La concepción del mundo subyacente a esta alegre despreocupación, para la cual nada es realmente grave, nada es sagrado, es fácil de resumir: Somos un accidente de la materia, y por tanto el que las cosas se juzguen de un modo u otro es puramente subjetivo, opinable, discutido y discutible. En última instancia, es literalmente cierto que nunca pasa nada nuevo, porque todo es reducible a movimientos de átomos en el vacío (sustitúyase el viejo dogma epicúreo por la más reciente formulación de la física).

Esto no significa que la coherencia con esta ideología sea habitual. Los mismos que ven natural negociar con organizaciones terroristas son proclives a las demostraciones de indignación moral cuando las víctimas caen del lado políticamente correcto; verbigracia, en Palestina. Quienes defienden el aborto como un "derecho" de la mujer acostumbran a ser contrarios a la pena de muerte, cuestión en la cual presumen de una exquisita consciencia ética.

Entendámonos: quienes sin cesar proclaman que no pasa nada, en la práctica se arrogan la facultad ilimitada de decidir cuándo pasa algo y cuándo no. Nada tiene importancia hasta que les convenga que la tiene. Cualquier cosa puede ser clasificada dentro de la normalidad, siempre y cuando sean ellos quienes definan qué es lo normal. Acto seguido, lo que procede es reírse de aquellos a los que ciertas cosas nunca nos parecerán normales, para poco a poco ir transformando las mentalidades, los hábitos, las costumbres, creando así una nueva normalidad. La ingeniería social pasa necesariamente por el no pasa nada. Antes de eliminar las "vidas inútiles" mediante la eutanasia estatalizada, se necesita una labor de "sensibilización" (como ahora se llama a la propaganda), de desacralización de la dignidad humana; de restar seriedad a las cuestiones más trascendentes, convirtiendo lo que son graves decisiones en meras opciones burocráticas.

Contra el No pasa nada, debemos ser rotundos: Sí pasa algo, no da todo igual, no es normal que los terroristas lleguen a alcaldes; no es normal abortar; no es normal que los médicos maten; no es normal que en la escuela se hable de los derechos humanos y en lugar de mencionar los países donde estos son violados de manera tan brutal como cotidiana, se inculque que la democracia formal occidental es poco menos que un engaño. No es normal que las mujeres vayan tapadas de pies a cabeza, ni aquí ni en Afganistán, salvo si definimos la normalidad en un sentido meramente estadístico. Claro, en función del punto de vista geográfico o cultural, todo puede ser normal, desde el asesinato con arma de fuego hasta la ablación del clítoris. No me sorprendería que las abuelas somalíes también sostengan algo parecido: Total, una pequeña intervención; pero si no pasa nada.

lunes, 13 de junio de 2011

El mapa de la infamia


Este es el mapa de los ayuntamientos del País Vasco que en adelante tendrán un alcalde de Bildu, el brazo político de ETA. Lo he elaborado partiendo de informaciones de varios medios, que me han permitido identificar 102 municipios. Quizás falte alguno, que incluiré en cuanto me entere. A estos habría que añadir 17 ayuntamientos de Navarra que también han caído en manos de los mismos filoterroristas de extrema izquierda. (No aparecen en este mapa porque aquí no hacemos el juego a los anexionistas.)

Los culpables de este desastre sin paliativos son el gobierno Zapatero-Rubalcaba, el Tribunal Constitucional, el PNV y, por supuesto, los más de trescientos mil pedazo de bestias que han votado a estos sujetos, y viceversa. Digamos las cosas claras, porque mientras nos entretenemos con eufemismos, este país se está yendo a la mierda. Estamos arruinados, estamos a la cabeza de Europa y del mundo en legislación antiliberal, en abortos y déficit de natalidad y, por si fuera poco, permitimos que los terroristas gobiernen en más de un centenar de municipios. Y a esto lo llamamos progresismo, mientras clasificamos como ultraderechistas a quienes denuncian la situación. Peor aún, el movimiento de los "indignados", inspirado en el best-seller de Stéphane Hessel, se manifiesta a favor de más socialismo (la ideología del PSOE y de Bildu), boicotea las tomas de posesión de los alcaldes del PP y ni por asomo reclama elecciones anticipadas.

La única salida a esta pesadilla es la democracia, no esa mamarrachada chavista de la "democracia real" que reclamaban los acampados de la Puerta del Sol, sino la única democracia que existe: Algo tan simple como echar a un gobierno con los votos. Y cuanto antes.

sábado, 11 de junio de 2011

Fábula

Hace mucho tiempo, existió un príncipe cuyas ideas de gobierno se basaban en los principios de la Uniformidad, la Simetría, la Lógica y la Utilidad. Este príncipe creía que las costumbres y leyes tradicionales estaban en general reñidas con tales principios, de ahí que emprendió una serie de reformas que abolían los usos antiguos con el fin de inaugurar una nueva Era Racional.

El príncipe estableció la semana decimal, que constaba de diez días. Su razonamiento fue que mientras el número 7 era primo, no divisible por ningún otro número menor salvo la unidad, el 10 permitía dos maneras de agrupación de la semana por períodos iguales. Algunos críticos arguyeron que este cambio había sido concebido deliberadamente para importunar a las personas religiosas, que apelaban a la autoridad del Libro Sagrado para seguir manteniendo la semana tradicional. A lo que el príncipe respondió:

-No toleraré que los sacerdotes sigan oprimiendo al pueblo.

Hubo también quien mostró la inconveniencia de un año compuesto de 36 semanas y media. Y se inició entonces un debate acerca de si no sería mejor un año de 370 días, o incluso de 400, con 40 semanas. Si bien es verdad que ello requeriría una serie de complejos ajustes, para no trastornar las fechas de las siembras y las cosechas, la polémica se alargó durante mucho tiempo, con brillantes aportaciones de partidarios y detractores.

Entretanto, la pobreza no cesaba de aumentar en todo el país, porque el príncipe no estaba interesado en los asuntos económicos, cuyo análisis definitivo, según los principios de la Simetría y la Lógica, aplazaba indefinidamente.

El príncipe también quiso reformar el matrimonio, de manera que no solo pudieran casarse las mujeres con los hombres, sino un hombre con otro hombre, y una mujer con otra mujer. Su razonamiento era que no tenía sentido una institución basada en un criterio biológico, que no había sido diseñado según los principios de la Simetría ni la Utilidad. De nuevo surgieron los críticos contumaces, que enarbolaban textos sagrados, y los defensores de la medida, según los cuales venía siendo reclamada por muchos. Los más audaces, incluso, se preguntaron por qué el matrimonio debía limitarse a solo dos personas, y no tres o más. Incluso se planteó por qué no podía ser toda la sociedad un gran matrimonio, en el que los niños fueran criados colectivamente, sin egoístas reivindicaciones de paternidad o maternidad.

Entretanto, la pobreza iba en aumento, porque a pesar de las dificultades, el príncipe seguía adelante con la gravosa construcción de la Academia de la Simetría, subordinada a la Alta Autoridad Simétrica; uno de sus proyectos más queridos, con el que pretendía reunir a los lógicos y gramáticos más afamados del orbe.

Cuentan que el descontento popular obligó al príncipe a abdicar, y que sus reformas fueron poco a poco siendo abandonadas, al tiempo que regresaban los tiempos de prosperidad. Pero el príncipe sigue teniendo sus admiradores, que recuerdan con nostalgia los relojes de diez horas, la gramática sin normas (que solo prohibía las expresiones de descontento y el proselitismo religioso) y los libros en blanco, en los que cada cual podía libremente imaginar el texto que quisiera, a condición de que no fomentara la desobediencia a las leyes del principado.

domingo, 5 de junio de 2011

El espantapájaros franquista

Cerca del 90 % de los españoles ya ha vivido más tiempo en democracia que bajo la dictadura franquista; faltan pocos años para que sea el 100 %. Más del 60 % nació después de la muerte de Franco, o bien no gozaba todavía de uso de razón cuando esta se produjo. Ello no es obstáculo para que el discurso político del PSOE siga identificando habitualmente a la derecha con el régimen político anterior, poniendo en duda su pedigrí democrático. Esta práctica insidiosa procede, curiosamente, de un partido político que desde sus orígenes, y hasta poco antes de la muerte de Franco, defendió la dictadura del proletariado; que colaboró con la dictadura de Primo de Rivera; que intentó implantar por la fuerza de las armas una dictadura en 1934 y que durante los cuarenta años de dictadura franquista apenas dio señales de vida. Por lo demás, muchos altos cargos del PSOE y personalidades afines son hijos de miembros del régimen de Franco, cosa absolutamente normal, pero que se opone a cualquier tentación de extraer conclusiones generales de circunstancias similares, en relación con militantes del PP.

La izquierda siempre ha pretendido monopolizar la democracia, como si fuera invención suya, o peor aún, como si fuera su propiedad. En esto consistió el drama de la República, que terminó en la guerra civil. Pero la izquierda se niega a aprender. Ella sigue adjudicándose la prerrogativa de definir qué se entiende por "derecha democrática", es decir, aquella que asume lo esencial de la cosmovisión de izquierdas, y solo se permite algún leve matiz diferenciador en la política económica. Una cierta derecha oportunista se presta encantada a este vasallaje, coquetea con el ecologismo, el feminismo y la socialdemocracia, colaborando así en la exclusión de la vulgar ultraderecha, que se atreve a cuestionar los ídolos de la tribu políticamente correcta: Son esas personas incómodas que se pronuncian en contra del aborto, a favor de la familia tradicional, ponen en duda el cambio climático y hablan sin melindres "sociales" a favor de la propiedad privada y el libre mercado.

Ahora bien, la posición que se adopte en esos temas, sea cual sea, no es en sí misma democrática ni lo contrario. Los pro vida, por ser tales, no son más demócratas que los pro abortistas, ni viceversa. Los escépticos climáticos no son ni más ni menos demócratas que quienes creen a pies juntillas que en la última tormenta tropical tiene algo que ver el CO2 emitido por la industria. La única manera inequívoca de poder desprestigiar al contrario con la acusación más o menos velada de autoritario (facha), es relacionarlo con un período histórico concreto. Y aquí es donde la izquierda española goza de una indudable ventaja. En España hubo una dictadura de derechas durante cuarenta años. En cambio, la única dictadura de izquierdas duró solo de 1936 a 1939, en los territorios dominados por el Frente Popular durante la guerra civil. Y la izquierda ni siquiera reconoce que fuera una dictadura. Es por tanto mucho más fácil relacionar a la derecha con el autoritarismo, que no a la izquierda. Franco es aún un espantapájaros utilísimo.

Ante esto, el error típico de la derecha es "mirar al futuro", como si le conviniera que olvidemos el pasado. En realidad, lo que debería hacer es recordar siempre que sea oportuno cómo surgió la dictadura de Franco, que no fue más que una reacción contra una dictadura de izquierdas en ciernes. Esto es algo muy distinto de justificar el franquismo. Precisamente porque todas las dictaduras son aborrecibles, debemos estar prevenidos contra los milenarismos que acaban conduciendo a regímenes autoritarios o totalitarios, qué más da si de forma directa o indirecta. Bien es verdad que durante el siglo XX, las dictaduras más largas y sangrientas han sido predominantemente de izquierdas. La historia es en sí misma la refutación de la idea según la cual la izquierda, a diferencia de la derecha, es intrínsecamente democrática.

miércoles, 1 de junio de 2011

Rubalpásalo

En 2004 el PP perdió unas elecciones que tenía ganadas porque muchos españoles creyeron que los terroristas islamistas nos perdonarían la vida (no cometerían otro 11-M) si castigábamos en las urnas la foto de las Azores. En 2012, o en otoño de este año, el PP podría también, contra todo pronóstico, perder las elecciones. Bastaría con que tres días antes de los comicios, ETA anunciara la entrega de las armas... Por supuesto, con el mensaje implícito de que su gesto solo sería efectivo e irreversible si votamos la opción correcta, la del gobierno que habría conseguido la "paz".

Excuso decirlo: no sé si ocurrirá exactamente de esta forma. Pero de lo que no tengo duda es que el PSOE de Rubalpásalo y ETA comprenden perfectamente la necesidad de algún tipo de golpe de efecto espectacular. Y lo que me desasosiega no es tanto la posibilidad en sí (con ser desastrosa) de que Rubalpásalo ganara las elecciones, sino que una mayoría de españoles fuera capaz de doblegarse por segunda vez ante el terrorismo.

Un tipo que se defiende de graves acusaciones (caso Faisán) haciendo un mal chiste con el estribillo de una canción, no demuestra mucha inteligencia ni brillantez. Si por un minuto ha pasado por poseedor de tales atributos, es porque en este país hay demasiados lameculos, demasiados sujetos dispuestos a reírle las gracias al poderoso. Rubalpásalo es nefasto, de acuerdo, pero mediocre. Los que por desgracia no son mediocres son quienes planearon el 11-M y los dirigentes de ETA. Y siete años después de aquella masacre, seguimos sin saber quiénes son los primeros, y sin haber derrotado a los segundos, que incluso se presentan con gran éxito a las elecciones locales. Pero todavía hay gente tan babosamente servil que apunta no sé qué logros de la lucha antiterrorista en el haber de Rubalpásalo, como hoy leía en un periódico provincial. Si mucha de la opinión publicada refleja verdaderamente la opinión pública, es para preocuparse.