viernes, 31 de mayo de 2013

Aborto y verdad

Consideremos estas afirmaciones:

1) Los embriones y los fetos humanos tienen derecho a vivir como cualquier otro ser humano.

2) Los embriones y los fetos humanos de edad < n semanas no tienen derecho a vivir.

3) No sabemos si los embriones o fetos de edad < n semanas tienen derecho a vivir o no.

Las consecuencias de las dos primeras afirmaciones son claras. De la primera se deduce que el aborto provocado es como llamamos al homicidio o al asesinato cuando la víctima es un ser humano nonato. De la segunda, por el contrario, se deduce que un aborto es tan legítimo como una operación de cirugía estética.

Gran parte del debate entre los provida y los abortistas consiste en discutir acerca de si es cierta la primera o la segunda afirmación. Pero no existen argumentos definitivos que permitan zanjar la cuestión de una vez por todas. Al tratar de fundamentar una posición u otra, nos encontramos en última instancia con dos concepciones metafísicas. Una de tipo trascendente, que considera que la vida no puede reducirse a procesos bioquímicos, y otra de tipo materialista, que sostiene justo lo contrario. Ambas (el materialismo también) son una forma de fe, pues son indemostrables.

El problema del materialismo (aunque ello no sea una prueba de su falsedad) es que no sólo permite justificar el aborto, sino también el asesinato y hasta el genocidio, aunque pocos materialistas están dispuestos a extraer esas conclusiones extremas de sus principios, afortunadamente. Si la vida no es más que un proceso físico-químico, no se comprende por qué estaríamos obligados a preservarlo, siendo los instintos de conservación o sociabilidad meras subrutinas de dicho proceso.

Esto parece que nos conduce al agnosticismo de la tercera afirmación: que en realidad no sabemos si un embrión humano es un ser dotado de dignidad personal o no. Esta conclusión es precipitada, pues reduce el concepto "saber" a aquello que se puede verificar o falsar. Y esta misma idea del conocimiento es inverificable. El positivismo descansa en argumentos que no superan el análisis positivista. En el fondo, es también una fe.

Algunos abortistas que terminan por reconocer que la posición materialista es tan indemostrable como la contraria se refugian en el agnosticismo porque creen poder deducir de él que no hay motivos para prohibir el aborto. ¡De nuevo se equivocan gravemente! Pues ante la duda, lo más prudente podría ser la "presunción de humanidad", es decir, suponer, "salvo que se demuestre lo contrario", que un embrión o un feto de cualquier edad es un ser humano. Pero incluso aunque no se acepte la "presunción de humanidad", no vemos por qué hay que deducir la legalización del aborto partiendo de consideraciones agnósticas. El argumento de que, ante el desacuerdo, cada cual debería ser libre de decidir, es particularmente torpe. Porque precisamente el desacuerdo se da entre quienes piensan que esa decisión es lícita y quienes piensan que no lo es. Quienes defendieron la abolición de la esclavitud estaban en contra de que nadie poseyera esclavos. Que cada cual decidiera libremente si quería o no poseerlos, no era una posición "liberal" o "neutral", sino exactamente lo que defendían los esclavistas.

En realidad, la cosa es más sencilla de lo que pueden hacer pensar los párrafos precedentes. Entre considerar que un embrión es un ser humano y considerar que no lo es, no hay término medio. Se es humano o no se es. Las leyes de supuestos o de plazos pueden parecer soluciones de compromiso, pero no lo son, porque ninguna circunstancia justifica la muerte deliberada de un ser humano inocente (1), salvo que no lo consideremos un ser humano o (para los partidarios de la pena de muerte) que no lo consideremos inocente.

De ello se deducen dos cosmovisiones incompatibles, porque sólo una puede ser cierta. Toda sociedad debe elegir entre la una y la otra. Es imposible contentar a las dos partes. Una forma pacífica de elegir se llama democracia. Consiste en que cada cual pueda defender libremente su posición para conformar las leyes a su gusto, si obtiene el respaldo de la mayoría. Otra forma es la guerra civil. Personalmente, prefiero la primera; pero en ambos casos, el resultado es que una cosmovisión se impone sobre la otra, temporalmente o para siempre, sea o no sea la verdad.

Si es verdad que la verdad no existe, tampoco esto será verdad; luego la verdad existirá. Y si es mentira, es que la verdad existe. Por tanto, toda sociedad, como todo individuo, vive en la verdad o en la mentira. La neutralidad no existe, por mucho que algunos se hagan la ilusión de no tener que elegir. Y una forma muy capciosa de esta ilusión es fingir que lo importante es elegir en sí, no lo que elegimos.
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(1) La única excepción es que tengamos una certeza razonable de que esta vida entre en conflicto directo con la vida de otra persona inocente. Puesto que ambas tienen el mismo valor, es lícito elegir; por ejemplo, para salvar la vida de la madre. Por lo demás, esta situación posiblemente es mucho más rara de lo que sugieren ciertas noticias, presentadas de manera tendenciosa. Otra cosa es que una ley que redujera de facto, drásticamente, el aborto en términos absolutos, aunque lo despenalizara en ciertos supuestos (como la violación), sería muy preferible a las leyes actuales vigentes en gran parte del mundo. Pero nos resulta preferible esto porque partimos de que los embriones son seres humanos, y evidentemente es peor la muerte de millares que la muerte de decenas.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Programa de 10 puntos

Para su discusión, presento a continuación un programa político liberal-conservador de diez propuestas que me parecen imprescindibles, lo suficientemente concretas y al mismo tiempo nada utópicas. De todas ellas pueden encontrarse ejemplos en otros países. No he pretendido que fueran precisamente diez; inicialmente pensé en nueve, tres por cada sección (política, economía, sociedad). Tampoco me quiero extender tratando de razonarlas una por una. Creo que su finalidad global es bastante evidente, y encaja dentro de los cinco objetivos reformistas enumerados por José María Aznar en su reciente entrevista en Antena 3: un Estado viable y eficaz, un correcto funcionamiento del estado de derecho, favorecer la economía productiva, encarar de una vez el problema demográfico (posiblemente el mayor que tenemos) y recuperar la posición internacional de España.  

Propuestas políticas:

1) Devolver las competencias de Sanidad y Educación al estado central.

2) Renegociar la relación de España con la UE.

3) Eliminar la influencia de los partidos políticos en el poder judicial.

Propuestas económicas:

4) Reducir el número de funcionarios y empresas estatales.

5) Eliminar subvenciones a partidos, sindicatos y patronales.

6) Reducir los impuestos.

7) Libertad de contratación para empleados y empresarios.

Propuestas sociales:

8) Derogación de cualquier ley que permita, de derecho o de facto, el aborto libre.

9) Derogación del matrimonio entre personas del mismo sexo.

10) Apoyo fiscal y en prestaciones sociales a familias con hijos.

domingo, 26 de mayo de 2013

El mensajero y el mensaje



Según Epicteto, el problema fundamental de los seres humanos no es nunca lo que nos pasa, sino lo que pensamos que nos pasa. Hay quien, al serle diagnosticada una enfermedad incurable, se hunde y barrunta el suicidio. Y hay quien decide luchar para conseguir que los médicos se equivoquen, o como mínimo darle un sentido a los últimos días que le quedan.

Lo mismo que decimos de los individuos, podría decirse de los países. Hace pocos días, José María Aznar fue entrevistado en Antena 3. El pretexto inmediato de la entrevista era preguntarle al expresidente por las insinuaciones vertidas por algunos medios, según los cuales se habría beneficiado de sobresueldos ilícitos, en su etapa como gobernante y dirigente del Partido Popular. Aznar respondió cargando sin contemplaciones contra el grupo PRISA, al que acusó de quererle destruir desde hace años. No lo llamó, como había hecho tras los atentados del 11-M, "poder fáctico fácilmente reconocible", sino que incluso se remontó más atrás y se refirió (bien que sin entrar en detalles) a los intentos de que no fuera elegido como presidente del gobierno tras su victoria electoral de 1996. (Imprescindible el libro clásico de Jesús Cacho, publicado en diciembre de 1999, El negocio de la libertad.)

Aznar no habló sólo del pasado, sino del presente. Y bosquejó las cinco "cuestiones esenciales" que debería abordar el proyecto político que necesita España en la actual crisis política, económica e institucional:

1) Un Estado viable, eficaz y sostenible.

2) Reformar unas instituciones que garanticen un funcionamiento correcto del Estado de derecho.

3) Reformar nuestra economía incluyendo una reforma fiscal que reduzca los impuestos y que promueva las clases medias y los aparatos productivos del país.

4) Hacer un pacto social que sea una respuesta a la realidad nueva del país en términos de pensiones, demografía, sanidad, etc.

5) Recuperar la situación internacional de España.

Aznar resumió lo anterior como "más España, una España más fuerte y unos ciudadanos más libres". Se podría objetar que se trata de objetivos excesivamente vagos. También se le podría reprochar al expresidente que cuando gobernó hizo concesiones al nacionalismo catalán que contrastan con su actual contundencia verbal, o que no llevó a cabo las reformas que ahora necesita España urgentemente, cuando llegó a disponer de mayoría absoluta. Pero la opinión publicada ni siquiera ha entrado al trapo de estas propuestas. El líder del PSOE se ha limitado a decir que le "espantan" las palabras de Aznar, sin entrar en más detalles. Lo que ha animado los espacios de opinión ha sido la grave cuestión de si el expresidente ha sido leal o desleal con Mariano Rajoy, o si ha dejado entreabierta la puerta a su regreso a la política. De sus propuestas apenas se ha discutido, ni mucho menos se ha intentado desarrollarlas.

Y a esto me refería. El problema de España no es lo que le sucede, sino lo que los españoles pensamos que sucede. O más bien lo que no pensamos. No hay un debate público serio y profundo sobre la verdadera naturaleza de la crisis, ni sobre los auténticos remedios. Y esto es precisamente la crisis, o parte de ella: Que algunos discutan sobre si los expresidentes deberían opinar o callarse y en cambio no se hayan dado cuenta todavía de que el viejo modelo social y político ya no da más de sí. Todo lo contrario: se resisten con denuedo a que se reformulen los llamados "derechos sociales" y a cualquier "retroceso" (como lo denominan) en el Estado autonómico. "La derecha está aprovechando la crisis para desmantelar el Estado del bienestar", aseguran. Ni remotamente se plantean que tal vez lo que está en crisis es el propio Estado del bienestar, junto con el modelo político de la Transición. Malgastan el tiempo hablando sobre el mensajero  y no sobre el mensaje. Miran el dedo que señala la luna, en lugar de la luna. No han entendido nada; por eso ellos mismos forman parte de la crisis.

jueves, 23 de mayo de 2013

Francisco y el capitalismo salvaje

El papa Francisco ha hablado del "capitalismo salvaje". Los socialistas de todos los partidos se felicitarán de ello, por mucho que la doctrina social de la Iglesia deje bien claro que no reniega ni de la propiedad privada ni de la libre iniciativa. ¿Por qué entonces hace el papa este gesto tan innecesario como fácil de malinterpretar, tomando prestada una expresión del machacón progresismo dominante?

Según el director del digital InfoCatólica, Luis Fernando Pérez Bustamante, "la doctrina social de la Iglesia no es una loa al liberalismo capitalista económico reinante". Seguramente que no, pero aquí me chirría un adjetivo: "reinante". El capitalismo reina aproximadamente tanto como reina el estatalismo. Es importante que cuando diagnostiquemos los males de nuestras sociedades, sepamos diferenciar cuáles proceden del Estado y cuáles del mercado. Y efectivamente, no creo que esto sea tarea de la Iglesia, sino de las ciencias empíricas. La Iglesia puede condenar la gula, pero no es de su competencia recomendar una dieta baja en grasas o en carbohidratos, como no lo es recomendar una u otra política económica.

Luis Fernando cita un pasaje del Nuevo Testamento (Carta de Santiago, 5-1-6) que habla severamente de los ricos que han "defraudado" el jornal de sus obreros. Desde luego, nadie duda que defraudar, como robar, estafar, cometer desfalcos, etc, es un pecado, además de un delito. Pero ¿es consustancial al capitalismo o más bien a la naturaleza humana? Marx, con su teoría de la plusvalía, opinaba lo primero. La Iglesia, dudo mucho que se apunte a semejante tesis. Y si lo hiciera, se metería en terreno de las ciencias sociales, como si no tuviera suficiente con sus pasados desencuentros (tan innecesarios como explotados por sus enemigos) con las ciencias naturales.

El problema del capitalismo, desde un punto de vista cristiano, no es que produzca pobreza, sino justo lo contrario, que crea riqueza. Y ello es algo que legítimamente nos debe preocupar a los cristianos, pues ya advirtió Jesucristo de lo difícil que es que los ricos entren en el Reino de los Cielos. Hay razones serias para pensar que el bienestar material de que disfrutan las clases medias y altas está detrás, al menos en parte, del proceso de descristianización que padece Occidente, al infundir en muchos individuos una falsa sensación de autosuficiencia que los aleja de Dios, y multiplicar las tentaciones. Ahora bien, las alternativas históricas al capitalismo, además de que (ellas sí) generan pobreza, tampoco se han caracterizado por acercar al hombre más a Dios, sino más bien exactamente lo contrario.

El mensaje cristiano se dirige en esencia a los individuos. Pensar que existe un modelo de sociedad tan bien organizada que en ella sería más fácil amar al prójimo, o incluso innecesario, es algo completamente ajeno al cristianismo. La responsabilidad individual no se puede externalizar en el "sistema". ¿Por qué entonces -pregunto de nuevo- la Iglesia, y en especial los papas, caen tan fácilmente en este equívoco?

Quizás sea porque se quiera contrarrestar la vieja acusación (tan insidiosa como todas las medias verdades) de connivencia de la jerarquía católica con los poderosos. Pero la reacción no puede ser más desafortunada. Haga los gestos que haga, la Iglesia jamás aplacará a sus enemigos, que sólo aplaudirían si el papa desmantelara el Vaticano, convirtiera los templos cristianos en locales sociales para los gays, lesbianas y transexuales y afirmara que no hace falta creer en Dios, si no se quiere. Así que no vale la pena hacer concesiones (siquiera sea terminológicas) a una opinión públicada que todo lo mide por la escala de valores "progresistas". La Iglesia, por el contrario, debe dejar bien claro que esa no es su escala, que su verdad tiene dos mil años y no vale desnaturalizarla adoptando expresiones cargadas de ideologías. Esto es lo que yo siento como católico que quiero que la Iglesia siga siendo lo que ha sido siempre, una referencia inamovible en medio de las opiniones cambiantes.

miércoles, 22 de mayo de 2013

La izquierda esnob

Según Manuel Vicent, la derecha española, "ante un cuadro de Picasso o de Miró sigue pensando que eso lo pinta mejor su niño de cinco años". Esta observación, cuya objetividad no entraré a discutir, nos sugiere por contraste un rasgo psicológico característico de lo que suele llamarse progresismo. Incluso aunque no definamos al progresista como persona culta y entendida en arte contemporáneo, habrá que convenir que aquella expresión tan popular ("mi niño de cinco años lo haría mejor") no nos encaja con su perfil. El progresista es un adorador de la Cultura, que se detendrá estudiadamente sus dos o tres buenos minutos ante el lienzo indescifrable, y hasta le dedicará algún reverente comentario, del tipo: "hay que ver qué cromatismo" o "cómo trabaja las texturas".

Esto puede extenderse a otros ámbitos, además del estético. Como cualquier hijo de vecino, el progresista preferirá tener un hijo al que le gusten las chicas o una hija que sienta atracción por los chicos; no que sean homosexuales: pero ni borracho lo admitirá, si es un progre comme il faut. Nos jurará que eso no le importaría lo más mínimo, "mientras sean felices"; que la cuestión es que cada cual elija su propia "opción", etc.

El progresista se deshará en elogios de la escuela pública, pero en cuanto pueda permitírselo, matriculará a esos hijos en un colegio privado, o incluso los enviará a Estados Unidos, al tiempo que profiere pestes del "imperialismo" y el "capitalismo salvaje", donde la gente se desangra ante la puerta del hospital si carece de seguro médico.

Condenará el progresista sin paliativos la liberalización del mercado de trabajo, pero si es empresario despedirá sin problemas a los empleados que no le resulten productivos. (Hay muchos empresarios de izquierdas, por si alguno -¿en qué mundo vive?- no se había enterado.)

Defenderá la inmigración y el "mestizaje", como le gusta llamar a las oleadas de extranjeros (muchos de los cuales vienen atraídos por los subsidios del estado del bienestar), pero casualmente vivirá, en muchos casos, en una urbanización de clase media-alta donde no se verán nunca en la calle grupos de señoras magrebíes empujando cochecitos de bebés y cubiertas de tela de la cabeza a los pies -ya sea en pleno mes de julio.

El progresista consciente se lee los editoriales de El País para saber qué hay que opinar preceptivamente, como algunos leen los programas de mano de los conciertos de música contemporánea ("concierto de silbato y aullidos para orquesta") para saber cuándo hay que aplaudir. Si toca cerrar los ojos ante el terrorismo de estado y llamar "sindicato del crimen" a los medios que informan de él, pues se cierran y se les llama. Si más tarde toca negociar con ETA y pronunciar la palabra Paz poniendo los ojos en blanco, pues se negocia, se la pronuncia y se ojiblanquea. Y todo con el mismo arrobamiento que aparentemente les produce la contemplación de un cuadro de Tàpies. Claro que lo peor es cuando te lo explican, y te hablan de "cromatismo" o de "mestizaje".

sábado, 18 de mayo de 2013

Jugar con la vida humana

Cada vez que salta la noticia de un éxito científico que nos acerca más a la clonación de seres humanos plenamente desarrollados, se repite la misma estrategia desde determinados sectores periodísticos e intelectuales. Por un lado, se ponen por delante los supuestos fines terapéuticos, sugiriendo un futuro prometedor en el que se curará una gran variedad de enfermedades y se salvarán numerosas vidas, gracias a las células madres embrionarias. Por otro lado, se niega que las investigaciones en cuestión conduzcan hacia la clonación humana viable, debido a los obstáculos tanto técnicos como legales que habría que superar.

El objetivo es presentar bajo un aspecto impopular y ridículo a quienes formulen escrúpulos éticos contra los avances científicos que juegan a manipular la naturaleza humana, al menos mientras la opinión pública no esté lo suficientemente "preparada" para aceptar todas sus implicaciones y los cambios legislativos que se requieran. ¿Qué clase de fanáticos religiosos podrían oponerse a que se salven vidas humanas? ¿Quién puede ser tan ignorante como para pretender que estamos cerca de crear un "hitlerito", como en la película Los niños del Brasil?

Estas preguntas retóricas se basan en el engañoso concepto de clonación humana terapéutica, por contraposición a la clonación reproductiva. En realidad, lo único que diferencia la una de la otra es que en la primera se clona un embrión (a fin de cuentas, un ser humano) que es destruido a los pocos días para obtener sus células madres, mientras que en la segunda, se implanta ese embrión en un útero y se le permite desarrollarse. Esto se ha logrado hace tiempo en mamíferos (desde la famosa oveja Dolly) y, si se permite progresar en esta línea de investigación, se logrará en seres humanos, tarde o temprano.

Por supuesto, la mayoría de la gente ve por el momento con inquietud la "producción" de seres humanos. Cualquier persona cuyas intuiciones morales no estén oscurecidas por consideraciones ideológicas (meros eslóganes aprendidos, generalmente) desaprobará que unos seres humanos decidan las características genéticas de otros. También son muchos quienes no pueden dejar de experimentar recelos ante la posibilidad de una forma de reproducción humana asexual, en la cual no se requiere el concurso de los gametos masculinos.

Sin embargo, no son menos quienes se dejan seducir por el chantaje emocional de las promesas terapéuticas. Esta actitud obedece fundamentalmente a la ignorancia y a que la propaganda en favor del aborto ya ha hecho gran parte del trabajo sucio ideológico. Así como se justifica la negociación con terroristas en nombre de la "paz", quienes piden carta blanca para producir y destruir embriones humanos sugieren que se trata del único camino para el avance de la ciencia. Pero esto es falso. Al igual que en la lucha contra el terrorismo la acción policial se ha revelado como la más efectiva, en la lucha contra la enfermedad, los resultados más tangibles y abundantes no provienen de los experimentos con embriones humanos, sino de las líneas de investigación que trabajan con células madre adultas, las germinales, las procedentes de cordones umbilicales y la clonación de animales transgénicos.

Por supuesto, quien aprueba el aborto, incluso de seres humanos en edad fetal, no verá problema en cargarse un embrión de menos de una semana, el blastocisto que algunos definen con brutal ligereza como "una especie de pelota de células". Pero esta pelota tiene la asombrosa capacidad de convertirse por sí sola, en el entorno uterino, en un bebé. (También los humanos adultos necesitamos un entorno adecuado para vivir.) Sus células no constituyen una masa amorfa, sino que se hallan perfectamente organizadas y coordinadas no sólo para duplicarse, sino para diferenciarse formando todos los tejidos que constituyen a un feto, un niño, un adulto. Como señalan Mónica López y Salvador Antuñano, también "el embrión, el niño de un año o de ocho, el joven de 20 y el anciano de 90 años son cúmulos de células; unos de más y otros de menos células, pero todos ellos pertenecen a la especie humana." (La clonación humana, Ariel, Barcelona, 2002, pág. 26.)

Los experimentos con embriones humanos son una aberración moral. Y los resultados obtenidos por científicos de Oregón, saludados con indisimulado entusiasmo por gran parte de los medios, no son más que eso: experimentos que se pretenden justificar con especulativas aplicaciones médicas en un futuro impreciso. Una vez la opinión pública haya sido "trabajada" suficientemente (recuerden lo que se llegó a decir de Bush por restringir el uso de fondos públicos para investigar con células madre embrionarias), no duden que el siguiente paso será vendernos la clonación reproductiva. Y también se emplearán "argumentos" emocionales, presentando, por ejemplo, casos dramáticos de padres desquiciados por el dolor (y mal aconsejados) que querrán "resucitar" a un hijo muerto, clonándolo a partir de una de sus células.

Si la vida es un don sagrado, no podemos jugar con ella, y mucho menos destruirla. Pero si no lo es, todo está permitido. Algunos lo han comprendido demasiado bien, pero se cuidarán de manifestar tanta franqueza ante una opinión pública a la que van conquistando paso a paso, de manera gradual pero constante.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Equidistancia injusta

Nadia Eweida, la cristiana copta que hace siete años fue despedida de British Airways por llevar un pequeño crucifijo colgado del cuello, ha sido premiada por la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, por su contribución a la libertad religiosa.

El veterano periodista Antoni Coll, en su columna diaria del Diari de Tarragona, se hace eco de esta noticia y, rememorando el papel de aquella fundación en la resistencia contra el comunismo, concluye su escrito con esta frase: "También el capitalismo necesita ejemplos de resistencia."

¿Fue el sistema capitalista la causa de que algún estúpido directivo de una empresa despidiera a una trabajadora por llevar un crucifijo? Me pregunto también si el capitalismo es la causa de las leyes a favor del aborto y del matrimonio gay. ¿Son los manifestantes provida resistentes contra el capitalismo?

El Tribunal de Estrasburgo obligó a British Airways, a principios de año, a indemnizar a Nadia. No es que las instituciones europeas se caractericen por su esmerada protección del legado cristiano de Europa, pero ¿se imaginan a un tribunal soviético fallando a favor de una empleada, despedida por razones ideológicas?

En nombre del marxismo fueron asesinados y perseguidos muchos miles de cristianos en el siglo XX. El próximo 13 de octubre, medio millar de ellos serán beatificados en Tarragona. Sospecho que quienes criticarán esta ceremonia, así como aquellos que se oponen a la presencia de simbología cristiana en el espacio público, en gran parte son también simpatizantes del socialismo, sea en su variante socialdemócrata o en otras más extremistas.

Puede que el bienestar sea una de las causas del proceso de descristianización de Occidente. Jesús dijo que antes pasará un camello por el ojo de una aguja que un rico entrará en el cielo. Y no hay duda de que en el capitalismo la gente es mucho más rica que en cualquier otro modelo social. Pero esto es, en cualquier caso, algo muy distinto de perseguir a las personas por sus creencias.

Si algo como lo que ocurrió en España en 1936 se llegara a repetir en Occidente, no sería debido a la economía de mercado, sino a la acción de gobiernos u organizaciones que no tienen nada que ver con el mercado libre, cuando no son abiertamente hostiles a él. Poner al capitalismo al mismo nivel del comunismo no sólo es hacerle un inmerecido favor al segundo: es una forma de espectacular ceguera para reconocer a los auténticos enemigos.

sábado, 11 de mayo de 2013

Qué es ser liberal para mí

No esperen una reflexión muy original. Para mí el liberalismo es defender unos derechos humanos básicos: el derecho a la vida, a la propiedad, a la libertad de expresión, a la libre circulación... Pero si defender el aborto, el matrimonio gay, la legalización del tráfico de drogas, los vientres de alquiler, el tráfico legal de órganos, etc, es ser liberal, entonces no soy liberal en absoluto. No discutiré por etiquetas, aunque tampoco renunciaré a emplearlas como a mí me parezca. Mi liberalismo se basa en ciertas creencias sobre la naturaleza humana y su filiación trascendente. No se basa en una idea abstracta de la liberté como principio supremo. Creo que defender los derechos humanos, el mercado libre y la libertad religiosa nos da para un buen rato de entretenimiento. Lo demás son ganas de hacerle el juego al socialprogresismo que sólo se acuerda del liberalismo para atacar al cristianismo en general y a la Iglesia católica en particular, con el fin de imponer sus ideas prometeicas de ingeniería social.

Nada me parece más groseramente simplista que la distinción entre "libertades de cintura para abajo" y "libertades de cintura para arriba", como si hubiera liberales a pensión completa y a media pensión, en función de su posición ante un tipo u otro de libertades. El liberalismo, desde que esta palabra existe, ha defendido la limitación del poder político. Para ello, la moralidad es un aliado indispensable, no el enemigo. Si atacamos los "prejuicios" morales, nos privamos de algunos criterios muy útiles para evaluar a los gobernantes. En Europa tendemos a reírnos con nuestro habitual complejo de superioridad de esos políticos de Estados Unidos que dimiten porque han cometido una infidelidad conyugal. Nosotros somos más sofisticados, y sabemos separar -decimos- la vida privada de la pública. Es decir, nos importa un pimiento la moralidad de los gobernantes, mientras no les descubramos con las manos en la masa del erario público, cuando el daño ya está hecho. En cambio, aceptamos que ellos nos den lecciones éticas (no ejemplos) de todo tipo. Mal negocio. Quien engaña a su cónyuge, ¿por qué no va a intentar engañar a los ciudadanos?

Es más cómodo, sin duda, no ser demasiado exigentes con los gobernantes, porque así no tenemos por que ser tan exigentes con nosotros mismos. Y bien que han comprendido esto los primeros. Por eso nos "conceden" todo tipo de mal llamadas libertades: al aborto, al matrimonio gay, a drogarnos, a "decidir sobre nuestro propio cuerpo". Pero no son concesiones gratuitas, sino que nos las cobran, vaya si lo hacen. Por cada batalla ganada contra un "prejuicio" moral, surgen diez nuevas regulaciones, diez nuevos funcionarios, un nuevo departamento burocrático, destinado a asegurar la nueva "conquista social". Por cada minoría que ve reivindicados sus caprichos, una gran mayoría descubre de repente que debe expresarse con cuidado para no ser acusada de "homofobia" o de cualquier otro nuevo delito que nuestros amados legisladores tengan a bien inventar, para proteger su particular concepto de "libertades".

La libertad se basa en el respeto a la ley, que es lo contrario de la arbitrariedad del déspota. Pero unas leyes que están totalmente sometidas a la evolución de la opinión pública (o de quienes influyen en ella) acaban mereciendo muy poco respeto. Esto no significa que no puedan existir leyes injustas, sino precisamente lo contrario. El incesante activismo legislador y judicial es una fuente envenenada de leyes injustas, y no hay más remedio que intentar abolirlas o reformarlas. Pero el objetivo último debe ser tender a la mayor estabilidad jurídica posible, al menos en los principios fundamentales. No somos más libres porque se reduzca el número de tipos delictivos, sino porque no esté sujeto a variaciones imprevisibles. Libre es quien puede prever las consecuencias de sus actos, de manera que pueda limitarse a sí mismo sin necesidad de coacción del poder público.

Para ello, el individuo necesita esa capacidad de autocontrol, que no es más que una cierta interiorización de normas morales, la cual hace en gran medida superflua la intervención de la autoridad. Dicho de otro modo, toda relajación del autocontrol producido por el constante cuestionamiento ideológico de la moral recibida (y no una mera crítica serena y alejada de agitaciones propagandísticas) tendrá el efecto de que sea necesaria más represión estatal para mantener el orden civilizado. Un ejemplo evidente es la violencia doméstica, que sólo puede aumentar a medida que se relativiza la familia natural, lo que a su vez requiere leyes más represivas. Y no es casual que gran parte de la legislación "progresista" gire en torno a la destrucción de la institución familiar, tal como se ha venido conformando durante siglos. Pues es en el seno de la familia donde se ha venido produciendo tradicionalmente el proceso de interiorización de la moral que nos convierte en seres más responsables y, por tanto, autónomos. Al interferir en dicho proceso, los poderes públicos tienden a disolver los vínculos más fuertes entre los individuos (con el pretexto falaz de proteger "otros modelos de familia", mucho más precarios e inestables), y se aprestan a sustituirlos.

Los ataques a la familia, la moral y la religión se realizan siempre en nombre de la libertad, pero ella es su principal víctima. Tampoco es casual que estos ataques sean perpetrados, casi siempre, por los mismos que desprecian las libertades económicas y la propiedad privada, lo que ellos llaman el "capitalismo salvaje". Nada ayuda más a estos déspotas, o aprendices de déspotas, que la división entre quienes defienden la moral judeocristiana y quienes defienden el mercado libre, como si fueran cosas incompatibles, y su suerte no estuviera inextricablemente ligada.

Vientres de alquiler y dignidad humana

En la entrada anterior he criticado la idea del vientre de alquiler, a propósito de un artículo de Juan Ramón Rallo, por considerarla contraria a la dignidad humana.

Daniel Rodríguez Herrera, lúcido y certero casi siempre (y no es coba), me ha replicado en dos comentarios suyos, con los siguientes argumentos:

1) Hablar de "dignidad humana" se reduce en última instancia a "esto me parece mal", sin aclarar por qué.

2) Cualquier método que contribuya a frenar el preocupante descenso de la natalidad debe ser bien visto.

3) Es mejor nacer que no nacer, por tanto es mejor nacer en un vientre de alquiler que en ninguno.

Los examino en orden inverso.

El tercer argumento sugiere que quien está en contra de los vientres de alquiler está a favor de que no nazcan ciertos niños. Esto es como decir que quien está en contra del robo, prefiere que los hambrientos se mueran antes de robar pan. Evidentemente, yo no pretendo que determinados niños no deban nacer; afirmo que es mejor nacer en unas condiciones que en otras.

El segundo argumento presupone que los vientres de alquiler contribuyen a aumentar la natalidad. Esto, sin que concurran otros factores, es sencillamente ilógico. Para que nazcan niños, hoy por hoy se necesitan mujeres fértiles. No pueden nacer más niños de los que permiten los úteros existentes, sean subrogados o no. A no ser que las mujeres opten por quedarse embarazadas más veces (sea para tener sus propios hijos, o los de otros), el resultado neto es un ejemplo de suma cero. Lo que aumentaría la natalidad sería que hubiera más mujeres que quieran ser madres o tener más hijos (méthode traditionnelle), o que existieran úteros artificiales.

Ahora bien, ¿vale todo con tal de aumentar la natalidad? Mi opinión es que no, que producir bebés en serie como en la novela de Aldous Huxley sería una pesadilla, porque atentaría contra... la dignidad humana. Lo que nos lleva al primer argumento de DRH. Pero antes quiero intercalar una reflexión.

La grave decadencia de la natalidad que padecen la mayoría de países desarrollados puede empujarnos (me temo), en cuanto la opinión pública cobre consciencia de ella (por ahora no lo ha hecho), hacia "la alternativa del diablo", si me permitís jugar con el título de un viejo best-seller de Forsyth. Me refiero a la externalización estatal de la reproducción humana. Muchos preferirán eso antes que rehabilitar las concepciones tradicionales sobre la familia y la maternidad. Y una aberración semejante sólo llegaría a implantarse por pasos graduales, aparentemente inofensivos, que serán saludados como "avances médicos" por gentes bienintencionadas. Subrogar la gestación me parece uno de esos pasos.

Y voy ya al primer y principal argumento de DRH contra mi posición. ¿Qué es la dignidad humana? Creo que todos lo sabemos, aunque sea tan difícil definirla. Es aquello, por ejemplo, por lo cual los provida conscientes defendemos que la vida humana debe ser protegida desde la fecundación. Porque si el motivo de ello no es la dignidad del ser humano, ¿cuál es? ¿Que en el cigoto ya se encuentra el genotipo del adulto sujeto de derechos? Desafío a cualquiera a que extraiga una prescripción moral de un mero hecho biofísico. La dignidad humana es también aquello que nos prohíbe esclavizar a los seres humanos. ¿Hay algún otro argumento? Hablar de la unidad genética de la especie humana, como del genotipo del cigoto, no sirve de nada por sí solo. Toda ética es palabrería, si sólo ha de basarse en consideraciones sobre la estructura molecular.

Podemos negar que los vientres subrogados sean asunto que afecte a la dignidad humana. Pero lo mismo se puede decir en el caso del aborto. ¿Diremos que los provida que aluden explícitamente al argumento de la dignidad del nonato se limitan a decir "esto me parece mal", que su posición es meramente sentimental? ¿Es que hay otros argumentos realmente mejores? Dígaseme cuáles son, y los refutaré. Lo único que no puedo refutar es la dignidad del hombre, porque se trata de algo previo a cualquier argumentación racional.

Se me podrá acusar de hacer de la dignidad humana una cuestión de fe. Pues se trataría de una acusación totalmente justa, porque es esto exactamente lo que sostengo. (Por supuesto, fe y razón no viven aisladas: se necesitan mutuamente.) Sé que de esta manera no convenceré, al menos en principio, a quien no esté ya convencido. Y sé que blandir la fe no ayuda a que los agnósticos y ateos se sumen al movimiento provida, no digamos ya a mis recelos contra determinadas técnicas biomédicas. Quizás debería optar por un cierto tacticismo, y sostener, como hacen muchos, incluidos creyentes, que existen sobrados argumentos "laicos" para oponerse al aborto. Pero es que yo no lo creo, yo no conozco esos argumentos, y los que conozco me parecen defectuosos, literalmente: les falta algo. Pueden ayudar a vislumbrar la verdad, pero no la enuncian.

Lo que sé es que cuando los creyentes tratamos de disimular el carácter trascendente de nuestros principios morales, para "tener la fiesta en paz", nos estamos equivocando. Quizás sumaremos mayor participación en la próxima manifestación contra el aborto, pero a costa de oscurecer vergonzantemente la verdad, y a costa de que muchas personas no tengan opiniones sólidamente fundadas, y terminen a la larga cediendo a la presión ambiental, que es tremenda.

La posibilidad de los vientres de alquiler no me parece ni de lejos tan grave como la triste realidad cotidiana del aborto. Pero lo que tengo claro es que no puede tratarse como una cuestión meramente económica o científica, como una cuestión ante la cual cabe una posición "neutral" (al igual que muchos ven las leyes abortistas), y que cada cual haga lo que quiera en conformidad con sus creencias. Esto no es liberalismo, sino relativismo. Posiblemente los vientres de alquiler acabarán legalizándose en muchos países. Y yo seguiré pensando lo mismo que la Iglesia católica:

"Las técnicas que provocan una disociación de la paternidad por intervención de una persona extraña a los cónyuges (donación del esperma o del óvulo, préstamo del útero) son gravemente deshonestas. Estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales heterólogas) lesionan el derecho del niño a nacer de un padre y una madre conocidos de él y ligados entre sí por el matrimonio." (Catecismo de la Iglesia Católica, 2012, párrafo 2376.)

jueves, 9 de mayo de 2013

Los sueños de la lógica

Un razonamiento aparentemente lógico puede jugarnos a veces malas pasadas. Daré tres ejemplos.

Uno. Arcadi Espada ha sugerido en su blog que la diputada Beatriz Escudero podría ser acusada de crimen contra la humanidad por criticar el aborto eugenésico (sic). Para el señor Espada, permitir que nazcan "hijos tontos, enfermos y peores" (sic) constituye un "particular diseño eugenésico". Pero eugenesia significa precisamente seleccionar el nacimiento de los "mejores", es decir, eliminar lisa y llanamente a los que no cumplen determinados criterios. La señora Escudero no propone eliminar a nadie, sino exactamente lo contrario. Es Arcadi Espada quien se muestra partidario de la doctrina de la eliminación. O bien flojea de etimologías, o bien de lógica.

Dos. Otra particular forma de lógica es la empleada por Luis I. Gómez en la entrada de su blog titulada "Aborto sí. Aborto no?" Según él, lo esencial no es la definición de ser humano, sino si A (el legislador) puede obligar a B (la madre) a destinar sus propios recursos fisiológicos y económicos al mantenimiento de C (el hijo que se está gestando en su vientre). Su respuesta es negativa. Pero de lo que no parece percatarse Luis es que, con ese argumento triunfalmente libertario, puede justificarse también el infanticidio de recién nacidos, y de niños hasta una edad que habría que determinar. Del "fuera de mi útero" al "fuera de mi bañera (donde puedo ahogar a mi bebé si me place)", no hay más que un paso estrictamente lógico, si es que de ser lógicos se trata.

En una sociedad perfectamente ácrata no habría coacción legal, esto es, no sería perseguible de oficio ni el aborto ni ningún otro crimen. Pero si admitimos (como hago yo) que alguna coacción legal es inevitable, la única cuestión que no podemos escamotear es precisamente esta: quién es un ser humano, sujeto del derecho inalienable a la vida.

Tres. El tercer ejemplo se debe al economista Juan Ramón Rallo, y también procede de su blog, donde defiende los vientres de alquiler. Afirma Rallo que la gestación es un proceso de por sí externalizable. Así como el padre externaliza la gestación en la madre (no se queda él embarazado, pese a aportar el 50 % del material genético), la madre también puede externalizar la gestación a otro vientre, por las razones que sean. Rallo incluso sugiere que no habrá ningún problema en utilizar úteros artificiales, cuando ello sea tecnológicamente posible.

Lo que Rallo olvida, obviamente, es que los seres humanos no son productos, como los televisores o los automóviles, no porque técnicamente no sea posible todavía fabricarlos en serie, sino porque el concepto de producto es por completo ajeno a la dignidad humana. Los vientres de alquiler plantean problemas éticos porque un bebé no es un muñeco cuyos costes de fabricación pueden abaratarse. No resolvemos la cuestión aplicando categorías económicas improcedentes, del mismo modo que no se resuelve el debate del aborto llamándolo "interrupción voluntaria del embarazo".

Pensar, como en los casos anteriores, que se trata de un tema de pura lógica revela el empleo de una lógica defectuosa, que pasa por alto justo lo esencial. ¿A usted le gustaría haber sido engendrado en el vientre de una persona anónima, distinta de su madre biológica? ¿Y si la respuesta es "no", debemos despacharla como un mero "prejuicio" sin más? ¿Cómo podemos estar seguros de que eliminando todo "prejuicio" que no casa con una lógica simplista no corremos el riesgo de deshumanizarnos en un camino sin retorno? Cuidado con los monstruos que producen los sueños de la lógica.

miércoles, 8 de mayo de 2013

La igualdad y la naturaleza de las cosas

Los avatares judiciales de la hija del rey me aburren. Sea cual sea el final de esta historia, seguiré creyendo en las dos tesis siguientes:

Primera: No existe Justicia igual para todos... Ni Educación, ni Sanidad, etc. Es evidente que las personas con mayores rentas tienen acceso a servicios de mayor calidad, en todos los órdenes.

Segunda: Contra lo que buena parte de la opinión pública quiere creer, no hay en ello ninguna injusticia, sino una mera necesidad económica. En un mundo distinto del Paraíso, es decir, regido por la escasez de todos los recursos, es sencillamente imposible que toda la gente pueda acceder a los servicios más costosos, jurídicos, médicos o del tipo que sean.

Quizás se comprenda mejor la segunda tesis si reflexionamos sobre las consecuencias (teóricas, al menos) de los intentos por remediar el hecho que expresa la primera. Si se impidiera que nadie gozara de rentas por encima de la media, la vida del resto no por ello mejoraría de manera apreciable o sostenible. En rigor, si repartimos equitativamente el "excedente de riqueza" (vamos a llamarlo así) entre la población, la renta media continuará siendo exactamente la misma. Sólo se beneficiarían quienes hasta ese momento tenían rentas por debajo de la media. Pero ¿por cuánto tiempo? Prohibir el enriquecimiento personal no es posible sin detener el crecimiento. Si nadie puede tener acceso a mejores productos y servicios, sencillamente estos no se producirán, y la sociedad se estancará.

La desigualdad económica es la que tira del crecimiento. Porque hace veinte años los teléfonos móviles sólo eran accesibles a altos ejecutivos occidentales, hoy proliferan incluso en África, donde están contribuyendo al crecimiento económico del continente más atrasado. Si las clases altas no hubieran adquirido esta tecnología en sus inicios, esta no se hubiera podido desarrollar. Los ejemplos se pueden multiplicar casi hasta el infinito.

Las desigualdades económicas no sólo son inevitables, sino deseables. Pues son las que permiten que todo individuo pueda mejorar socialmente. No hubiera servido de nada abolir las diferencias de cuna de las sociedades estamentales si luego nadie hubiera podido aspirar a mejorar sus condiciones de vida, sobresaliendo entre el resto. Sin duda, las monarquías son un atavismo, un islote del Antiguo Régimen que sobrevive como los dinosaurios del relato de Arthur Conan Doyle, El mundo perdido. Pero es evidente que la existencia de unas pocas familias reales en Europa no supone la menor amenaza para la bendita desigualdad económica, paradójicamente basada en la igualdad de cuna.

Por eso me aburren las tertulias sobre si la Justicia es igual para todos o no. Es evidente que no lo es, que la mayoría de la población no podrá contratar nunca los mejores abogados, ni los mejores médicos, ni llevar a sus hijos a los mejores colegios. Pero sólo si hay diferencias podrá haber movilidad social, del mismo modo que sólo las diferencias de nivel hacen que el agua de los ríos fluya. Es un hecho que todo el mundo critica a los ricos, al mismo tiempo que desea serlo. La palabrería de la igualdad no puede ocultar la naturaleza de las cosas.

lunes, 6 de mayo de 2013

Que ladren

Dentro de cinco meses, el 13 de octubre, serán beatificados en Tarragona unos quinientos mártires de la Guerra Civil. El socialprogresismo no oculta su antipatía por este acto. Así, un artículo de El País habla de "ofensiva de la jerarquía católica para elevar a los altares a sus víctimas", e implícitamente justifica el asesinato de miles de religiosos, a manos de las izquierdas, por el apoyo que manifestó la Iglesia a la sublevación militar contra el Frente Popular. Es de prever que las críticas a esta ceremonia irán in crescendo.

El pensamiento dominante sencillamente no puede sufrir que nadie ose cuestionar su historieta de republicanos demócratas (apenas los hubo, y desde luego no fueron quienes ganaron las elecciones de 1936) contra militares fascistas (la Falange ni de lejos tuvo el poder real, en el régimen de Franco, que llegó a tener el Partido Comunista en la España frentepopulista). La Guerra Civil fue una guerra entre derechas e izquierdas. El resultado sólo pudo ser, probablemente, uno de estos dos: la implantación de un régimen totalitario comunista, satélite de Moscú, o una dictadura de signo conservador, que es lo que finalmente se impuso. Lo primero hubiera sido sin duda mucho peor, si comparamos el régimen de Franco con los que se erigieron en Europa Oriental tras la Segunda Guerra Mundial.

El apoyo de la Iglesia a Franco es comprensible. Las izquierdas habían intentado erradicar el cristianismo con una violencia sin apenas precedentes en la Historia, que venía de mucho antes de julio del 36. La Iglesia ha sobrevivido durante dos mil años a imperios, gobiernos y revoluciones, en muchas ocasiones pactando con unos poderes políticos u otros. Quienes parecen pretender que debería haberse inmolado ejemplarmente como institución son los mismos que detestan reconocer a sus miles de mártires. Para ellos, el catolicismo cometió el pecado de no dejarse exterminar por completo, de manera que ahora no quedara nadie que pudiera homenajear a quienes sufrieron tan atroz persecución.

El socialprogresismo no tiene suficiente con zaherir al catolicismo día sí y día también. Lo quiere mudo, amnésico e inhabilitado para ejercer sus derechos civiles, como cuando se manifiesta contra el abortismo y la ideología de género. No le basta con eliminar su presencia en el espacio público: aspira al monopolio de la verdad histórica, que es el fundamento de todo auténtico poder totalitario, como mostró George Orwell en 1984.

No se trata sólo de que los católicos tengan derecho a expresar sus creencias. Es que, sin ellos, esta sociedad perdería definitivamente incluso el recuerdo de lo que significa la dignidad humana, fuente de la libertad y de todo valor moral. Así pues, que ladren nuestros enemigos. Es señal de que resistimos.