lunes, 31 de enero de 2011

Pintadas anticristianas

Algún cafre ha profanado la fachada renacentista de la iglesia de San Agustín, en Tarragona, con estas pintadas:

ABORTO LIBRE Y GRATUITO!!

FUERA DIOS!!

Mientras los cristianos son asesinados y perseguidos en Asia y en África, en Europa, gota a gota, se les trata de arrinconar, de ridiculizar, de convertir en apestados. Se eliminan crucifijos de las escuelas, en nombre del laicismo; se cierran capillas de la Universidad y otras instituciones; se convierten en rutinarias las burlas en los medios de comunicación... Y todo ello acompañado de una legislación (aborto libre, matrimonio homosexual y lo que vendrá) para la cual no había ninguna "demanda social", salvo que consideremos como tal las reclamaciones de lobbies subvencionados muy minoritarios. Según el Barómetro del CIS de diciembre pasado, pág. 20, el 73,6 % de los españoles se definen como católicos, vayan o no a misa. En cualquier caso, los sondeos no pueden justificar cualquier cosa. La retórica democrática con la cual el PSOE ha implantado sus medidas de ingeniería social, además de falsa, es improcedente.

Pero posiblemente lo peor es que esta dinámica de intolerancia, de odio indisimulado hacia el cristianismo, que cínicamente se disfraza de exigencia de libertad (¡incluso de libertad religiosa!), va en aumento, porque los fanáticos nunca tienen bastante. Por lo visto, para algunos la actual ley no convierte el aborto en suficientemente libre y gratuito. Deben pretender que se pueda abortar hasta la semana treinta y seis, y que la Seguridad Social pague el psicólogo para la depresión postaborto y, ya puestos, el taxi de ida y vuelta a la clínica. Tampoco, al parecer, basta con que el catolicismo sea completamente desterrado de la vía pública. El siguiente paso será que las iglesias sean convertidas en ludotecas o, por qué no, en abortorios.

No sé lo que tardarán en borrar estas asquerosas pintadas. Pero a cualquier persona decente, sea o no católica, deberían repugnarle tan profundamente como deberían hacerlo las pintadas antisemitas.




sábado, 29 de enero de 2011

Meditación neocón (no apta para almas sensibles)

Cuando escribo estas líneas, los acontecimientos de Egipto hacen temer lo peor: Un desenlace à la Tiananmen. Ocurra lo que ocurra a corto plazo, ahora es más oportuna que nunca esta reflexión: ¿Qué actitud debe tomar Occidente ante las dictaduras? El conservadurismo en política exterior tradicionalmente ha sido partidario de la Realpolitik, es decir, de apoyar si es preciso a regímenes poco o nada democráticos, siempre que sean "de los nuestros". Esta tendencia (muy propia de las ex potencias coloniales europeas) ha dominado también en Estados Unidos. Su formulación más conocida, aunque posiblemente apócrifa, se debería al demócrata Franklin. D. Roosevelt, quien refiriéndose a Somoza habría admitido que "es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta."

En el último tercio del siglo XX surgió en los Estados Unidos una línea de pensamiento distinta, la neoconservadora. Los neocón de primera generación eran intelectuales desencantados de la izquierda, que en su evolución hacia las ideas liberal-conservadoras vinieron a aportar un aire de radicalismo o, según se mire, de idealismo, al conservadurismo tradicional. Los neocón eran partidarios de implantar la democracia incluso por la fuerza, si es necesario, tanto por razones morales como de interés, pues los países democráticos tienden a ser aliados firmes de Occidente.

Esta concepción, que permitió justificar ideológicamente la Segunda Guerra de Irak, recibió críticas desde la derecha y desde la izquierda, por razones menos disímiles a veces de lo que se suele reconocer. Muchos progresistas que ahora echan en cara de los gobiernos occidentales sus buenas relaciones con el derrocado dictador de Túnez, defendieron de hecho alguna forma de convivencia con Sadam Hussein con tal de evitar una guerra. Más aún, en general han sido reacios incluso a medidas mucho más suaves, como embargos y apoyo político a las disidencias internas, las cuales han sido tachadas igualmente de imperialistas, sobre todo cuando iban dirigidas a regímenes que contaran con su comprensión, como la Cuba castrista.

Una versión especialmente radical de estas concepciones contrarias al neoconservadurismo llegó en los años noventa de la mano de Samuel P. Huntington, que la expuso en su célebre libro El choque de civilizaciones. Este profesor de Harvard sostuvo que las ideas liberales y democráticas que caracterizan a Occidente no son en absoluto universales y sería una insensata arrogancia pretender exportarlas a otras civilizaciones. "La creencia de Occidente -afirma Huntington- en la universalidad de su cultura adolece de tres males: es falsa; es inmoral, y es peligrosa. (...) El imperialismo es la necesaria consecuencia lógica del universalismo." Consecuentemente, calificó la guerra de Irak como un "error terrible" (La Vanguardia, 9-10-2004). Resulta cuando menos cómico que el progre típico, pese a no haber leído una línea de Huntington (o precisamente por ello), por alguna razón lo considere una especie de ideólogo del imperialismo, cuando en realidad coincide en gran medida con sus planteamientos.

Desde luego, la diferencia entre el pacifismo estilo "Alianza de Civilizaciones" y el "choque de civilizaciones" que vaticina Huntington no es intrascendente. Este último pretende evitar o paliar un gran conflicto de civilizaciones preservando al mismo tiempo la identidad cultural de los Estados Unidos y Occidente, aun a riesgo de caer en una posición francamente nacionalista, que en el caso de su país llega a excluir a los hispanos. Es decir, reconoce el multiculturalismo en el nivel de las relaciones internacionales, pero lo deplora dentro de cada civilización, incluida la occidental. Huntington cree que Occidente está inmerso en un proceso de lenta decadencia, y que su destino es acabar perdiendo la hegemonía mundial. Sin embargo, piensa que podemos replegarnos en nosotros mismos evitando ser devorados por el islam o por China, siempre y cuando no provoquemos un conflicto a gran escala (que posiblemente perderíamos) por culpa de nuestros delirios universalistas (recordemos: imperialistas).

En cambio, los líderes islamistas y los tontos útiles como Zapatero, los burócratas de la ONU, la UE y la tropa de periodistas, maestros, activistas e intelectuales del montón, tras sus melifluas expresiones de paz y concordia, en la práctica proponen una especie de "muerte digna" de Occidente, la única civilización que por lo visto no tendría derecho a defender su identidad. La "alianza de civilizaciones" equivale a pregonar el respeto por todas las culturas, especialmente la islámica, pero sin exigir claramente que éstas deban correspondernos. Por ilustrarlo con una anécdota reciente, nosotros estamos obligados a admitir a Turquía en la Unión Europea, pero Turquía no se siente obligada a condenar la persecución de los cristianos en Oriente Medio. Véase si no la Recomendación 1957 (2011) del Consejo de Europa y las abstenciones y votos en contra (Doc. 12493).

Sin embargo, tanto el realismo huntingtoniano como el buenismo progre parten de la misma concepción relativista. Para el profesor de Harvard, los valores liberales, por mucha simpatía que le inspiren, no son expresión de elevada civilización, sino que forman parte de la idiosincrasia de una civilización concreta, que ha tenido un principio en el tiempo y tendrá algún día su final, como todas las demás. Esta idea enfermizamente sugestiva ya fue expuesta en 1918 por Spengler en su clásico La Decadencia de Occidente, donde lleva el relativismo y el irracionalismo polilogista a sus últimas consecuencias, negando incluso que exista una matemática universal.

El problema de estas profecías de decadencia es que de alguna manera tienden al autocumplimiento. Si nosotros mismos divulgamos alegremente urbi et orbi que nuestros valores no tienen vigencia más allá de ciertas fronteras culturales, inevitablemente estamos concediendo una ventaja inestimable a otras civilizaciones, que previsiblemente no tendrán tantos escrúpulos a la hora de intentar imponer los suyos propios. Con lo cual es posible que al final ni siquiera podamos preservar los nuestros dentro del ámbito geopolítico occidental.

Es preciso reconocer que la estrategia de entenderse con aquellas dictaduras que no nos sean hostiles, sin pretender venderles con demasiada insistencia la democracia y los derechos humanos, es a veces un triste imperativo realista. En determinados casos ha funcionado, y no hace falta que nos vayamos muy lejos para encontrar ejemplos. Durante la guerra fría, Estados Unidos seguramente no tuvo otra opción que apoyar a Franco y, a la vista del desarrollo económico de los años sesenta, y de la transición democrática posterior, es evidente que la jugada salió bien no sólo para los americanos, sino también para España. Algo parecido podemos decir del caso de Chile.

Ahora bien, en cuanto salimos del ámbito occidental, no está tan claro que el apoyo a dictaduras, o por lo menos la coexistencia pacífica con ellas, no acabe siendo a la postre un mal negocio. Tras el derrocamiento del sah de Persia, amigo de Washington, se instauró una teocracia que hoy representa una seria amenaza, sólo retardada mediante las admirables acciones de la inteligencia israelí. Por otra parte, las excelentes relaciones con Arabia Saudita no han servido para impedir que en ella se incube el huevo de la serpiente de Ben Laden, autor del mayor ataque contra Estados Unidos desde Pearl Harbour. Por no hablar de Pakistán, extraño aliado cuyos servicios secretos apoyan a los talibanes.

Renunciar a la universalidad de nuestros valores, incluso aunque fuera un cínico cuento imperialista, supone incumplir la primera regla de toda negociación, que es no dilapidar las propias bazas. ¿Debemos dejar de comerciar con China porque no respeta los derechos humanos? No seremos tan ilusos para sostener esto. Pero llegar hasta el extremo de no hacer la menor mención al tema es una estúpida demostración de debilidad, que nuestros competidores y nuestros enemigos aprovecharán sin miramientos. El factor diferencial de Occidente, lo que le permitió derrotar al comunismo, aparte de la carrera armamentística, es su cultura, lo que incluye desde las ideas políticas y el mercado libre hasta el cine, la música popular e internet. Todas las dictaduras temen la popularidad de la cultura europea, y sobre todo estadounidense, y reaccionan con la censura y la represión para que sus poblaciones no reclamen mayores libertades individuales, aunque sea bajo el influjo trivializador de ciertos productos culturales importados. Y es bueno que los dictadores, como mínimo, sigan sintiendo ese temor.

Esto no significa que la cultura occidental, por sí sola, esté destinada a triunfar en todo el mundo. Habrá circunstancias en las que será preciso además defender nuestros intereses militarmente, como han hecho siempre todas las civilizaciones. Y también habrá casos en que deberemos establecer alianzas, tapándonos la nariz, con regímenes dictatoriales, basándonos en el que quizás sea el principio geoestratégico más viejo de todos: El enemigo de mi enemigo es mi amigo (o por lo menos, no me interesa que se debilite demasiado). El objetivo final, sin embargo, aunque acaso no llegue a realizarse nunca, debe seguir siendo que la libertad y la democracia triunfen en todo el mundo. Tal vez el idealismo neocón sea una forma más sutil de realismo; y aspirar a lo máximo, el único medio que tenemos de no perderlo todo.

jueves, 27 de enero de 2011

Los mercados tienen la culpa de todo, pero todo todo

Cada tres o cuatro días, en El País toca sermón contra "los mercados". Este miércoles corría a cargo de Jorge M. Reverte; artículo titulado "Europa acorchada". Otro manido lamento de que la política pierde protagonismo en favor de la economía, tópico muy usado por los fascistas y los nazis en los años treinta del pasado siglo, como nos recordaba hace poco Jorge Valín. No busquen originalidad en este tipo de piezas de afirmación de la tribu progre. Pero estaba por saltarme tan intrascendente escrito, cuando me doy de bruces con el siguiente párrafo:

"Porque son los mercados los que nos dicen ahora cosas que entran en el terreno más sensible y delicado de lo que creíamos que era Europa: hay que tener cuidado con que nadie haga caricaturas de Mahoma; hay que ser muy cauto al permitir que una ONG nórdica le dé un premio que se llama Nobel a un disidente chino; hay que poner sordina a la represión en el Magreb porque lo que viene después será mucho peor; hay que ignorar las violaciones de los derechos humanos en Cuba y Venezuela."

La verdad, desconozco qué representante de alguna institución financiera, o de alguna agencia de calificación, ha podido recomendar la autocensura para no molestar al islam, o ha puesto algún pero ante la concesión del Nobel a Liu Xiaobo. No descarto que alguno haya habido, porque imbéciles los hay en todas partes, pero semejante grado de estulticia merecería ser señalado con nombre y apellidos. No entiendo por qué Reverte nos priva de tan sabroso dato, en el que sin duda se basa para afirmaciones tan notables.

Ahora bien, que se responsabilice a los mercados de pretender ignorar las violaciones de los derechos humanos en Venezuela y Cuba, es sencillamente conmovedor. Anda que no se van a ofender los de Público como les digan que ejercen de portavoces de los pérfidos mercados... Estábamos acostumbrados a que el capitalismo tuviera la culpa de todo, de la crisis económica, del hambre en el mundo, del cambio climático, de las guerras y hasta de la disfunción eréctil. Pero que se le acuse de connivencia con Castro y Hugo Chávez, esos entusiastas apologistas del mercado libre, era lo último que nos quedaba por leer... O no. Porque recuerden cómo desde antiguo se defendía la izquierda de las críticas a los países comunistas: Que aquellos regímenes no eran en realidad de izquierdas, sino una modalidad de "capitalismo de Estado". Y creo que fue Manuel Vázquez Montalbán quien, tras la caída del Muro de Berlín, dijo algo así como que el capitalismo no tardaría en echarlo de menos.

Lo dicho: no busquen originalidad. Pero no sé cómo lo hace la izquierda, que su desfachatez todavía consigue sorprenderme de vez en cuando.

martes, 25 de enero de 2011

Televisión para la Ciudadanía

Con una actitud de sacrificio completamente desinteresada (vamos, que nadie me paga por ello) ayer vi el primer episodio de la nueva serie de la televisión pública, "La República". Quiero aclarar que no pienso repetir el experimento (salvo que alguien se decida a remunerarme, excuso decirlo).

Lo primero que hay que decir es que se trata de un bodrio infumable, técnicamente hablando. Guión malo, simplón, diálogos inverosímiles, actores penosos... Algunas escenas, como por ejemplo la de los jornaleros que se disponen a quemar la casa del señorito, y la subsiguiente carga de la Guardia Civil, son de risa, parecen ejercicios de estudiantes poco aplicados. Sin duda el director se debe creer Francis Ford Coppola, por el trilladísimo contrapunto con la apacible petición de mano del señorito.

El argumento trata de endilgarnos una visión de panfleto de la República, combinada con una trama romántica como excipiente que ayude a ingerirla. En esencia, se identifica a la República con el PSOE, con la democracia, la igualdad y hasta con la felicidad. "Disfrutar de la vida, ¿no es eso la República?" dice un personaje. Para que se hagan una idea, la heroína principal es una militante del PSOE que suelta unos discursos estilo Zapatero... (¿Los habrá escrito él?) Su amante, en cambio, es de la CNT, y desde su primera aparición se nos pinta como el malo que hará sufrir mucho a la protagonista, y adivinamos la intención: Los "excesos" de la República serán achacados en la serie exclusivamente a los anarquistas, de manera que los socialistas queden como unos demócratas moderados y lúcidos, en fin, como los preclaros antecesores del zapaterismo.

Por descontado, no falta el retrato de los señoritos, desde el primer momento conspirando contra la República, y abundando en frases tan brillantes como "los dichosos socialistas nos van a quitar lo que es nuestro" o "rojos del demonio".

La acción propiamente dicha, tras una primera escena misteriosa de una exhumación (el excipiente folletinesco al que me refería) arranca con la llegada de una nueva criada a la casa de los señoritos, que por error entra por la puerta principal, en lugar de la de servicio. Ejercicio para una clase de Educación para la Ciudadanía. Contesta las siguientes preguntas:

1) ¿Qué era la puerta de servicio?

2) ¿Qué tipo de sociedad nos refleja esta escena? Señala la respuesta correcta:

a) Una sociedad clasista;

b) Una sociedad democrática e igualitaria como por ejemplo la que gozamos desde la llegada al gobierno de Zapatero;

c) Una comunidad aborigen australiana.

(Pista: la respuesta correcta es una vocal. Consulta en Google qué es una vocal o pregúntalo en Twitter.)

Como diría un castizo: Este es el nivel, Maribel.

lunes, 24 de enero de 2011

¡Por poco!

El rebote por la ley antitabaco está bastante extendido, tanto en la izquierda como en la derecha. Si hace unos días El País nos propinaba una de sus monsergas pedagógicas tratando de convencernos de las bondades de la delación, con el argumento tan caro a los progres de que, supuestamente, es algo a lo que ya están acostumbrados los civilizados países nórdicos, Javier Marías se desahogaba ayer en el mismo periódico con un artículo en el que prácticamente comparaba al dúo Zapatero-Pajín con Franco, Pinochet, Hugo Chávez, Castro y Ahmadineyah.

No seré yo quien diga que ha exagerado un poco la nota, aunque a muchos que ahora acusan de fascista al gobierno por la prohibición de fumar en los bares se les echaba de menos cuando promulgaba leyes muchísimo peores, o cuando negaba la condición de humano al feto de una madre humana, como hacían los nazis con los judíos. Al contrario, algunos que ahora ven asomar un bigotito hitleriano en la faz de Zapatero nos afeaban la comparación a quienes la dábamos por buena, en el caso de la ley que promueve la barra libre abortiva.

En todo caso, bienvenidos al club. Marías incluso ha rozado, seguramente sin darse cuenta, alguno de los tabúes más sólidos del progresismo (y también de gran parte de la derecha) cuando se queja de que la presidenta de una organización de no fumadores (nofumadores.org) le insinuara en una carta que estaba comprado por las tabacaleras. "Es el franquismo redivivo, lo que estamos padeciendo", sentencia. Y prosigue: "Entonces era por el oro de Moscú (...) Ahora es por la industria tabaquera, o por las ganaderías si se defienden las corridas. (...) Sólo pueden discrepar de mí, que estoy en posesión de la verdad, quienes están sobornados."

¡Uy, casi! Por un pelo no ha dicho que ahora es por las compañías petroleras, si se cuestiona el cambio climático. (A fin de cuentas, esto se ha escrito muchas más veces que no la acusación de estar untado por Philip Morris o por Miura.) Cualquiera pensaría que Javier Marías ya está un poco más cerca de que El País le censure algún artículo, como a Carlos Herrera. Aunque si tenemos en cuenta dónde publica el escritor sus novelas, creo que por ambas partes antes se impondría aquello de "vamos a llevarnos bien". Yo tenso un poquito la cuerda, pero sin pasarme, y vosotros quedáis encima como un periódico abierto y plural. Excepto para fachas indóciles que defienden el derecho a la vida, se entiende.

domingo, 16 de enero de 2011

De mayor quiero ser de izquierdas

El atentado contra el consejero de Cultura de Murcia, Pedro Alberto Cruz, presagia a pequeña escala lo que podría ocurrir en una España gobernada por el Partido Popular. Hoy tenemos unos sindicatos que protestan contra los recortes sociales de Zapatero con el freno de mano echado y alguna bravata esporádica de nulo recorrido ("¡porque me agarran, que si no...!"). Mañana, con Rajoy en La Moncloa, nos podemos temer un ambiente de conflictividad social rayano en la kale borroka. Y ya que estamos: ¿Por qué creen que ETA sigue pertrechándose en Francia para la actividad terrorista? ¿Volverán a asesinar con el PSOE todavía en el poder, o están preparándose para cuando gobierne el PP?

Si el último año de Aznar la izquierda lo acusaba de asesino por la guerra de Iraq, donde nuestras tropas no dispararon un tiro, ahora esta misma gente acusa al gobierno de Murcia de hacer "sufrir" a los murcianos por aplicar medidas de austeridad que el gobierno central socialista está imponiendo en toda España. Así es la izquierda, ellos pueden decretar estados de Alarma y no pasa nada: Es una medida eficaz y necesaria. En cambio, les basta imaginar que la derecha pudiera estar remotamente tentada de pensar en algo similar, con mil veces más motivo (ejemplo: el 11-M), y no tarda dos minutos en salir la patum de turno a denunciar un intento de golpe de Estado.

Por no hablar del diferente tratamiento mediático de un suceso ocurrido en Tucson y otro en Murcia, cuando en un caso puede ser explotado miserablemente, y en el otro conviene pasar página rápido.

Ser de izquierdas es un negocio redondo. Mandas más que la derecha, y encima los fachas son los otros.

Los que vivimos, de Ayn Rand

Casualmente estaba leyendo Los que vivimos (We the Living), la primera novela de Ayn Rand, cuando supe que era uno de los libros favoritos del tarado que perpetró la matanza de Tucson. (Ver su Perfil en You Tube; inserto la captura de pantalla abajo.) Lo cual evidentemente no significa nada porque, además de Mi lucha y el Manifiesto Comunista, el asesino también cita la Odisea, Alicia en el País de las Maravillas y la República de Platón, entre otras obras. Aunque no duden de que habrá más de uno que aprovechará también esto para extraer conclusiones contra "los conservadores".

Mientras leía la novela me enteré por la Wikipedia (entrada Ayn Rand) de algo más sorprendente, y es que en la Italia fascista se realizó una película basada en el libro, que se llegaría a estrenar en España en 1951. Tanto el régimen de Mussolini como el de Franco debieron ver en la obra de la escritora rusoamericana un alegato contra el comunismo perfectamente compatible con sus propagandas. De hecho, la edición de que dispongo es una traducción española publicada en Barcelona en 1943 por Hispano Americana de Ediciones, que encontré en el mercadillo de los viernes de la Rambla Nova de Tarragona.

No sé cómo sería la película, pero resulta digno de nota que la novela superara la censura española de posguerra, tan pacata en cuestiones sexuales. La protagonista, Kira Argounova, a los dieciocho años se va a vivir "en pecado" con un hombre, del que se enamora perdidamente, sin que falten algunos pasajes de un erotismo contenido pero intenso. Por si esto no fuera suficientemente escandaloso para la España de la época, más adelante, con el fin de salvar a su amante, persona poco grata al régimen soviético, se lía con un agente de la GPU, y hasta el final mantiene ambas relaciones, sin que quede del todo claro que se lo pase tan mal cuando está con el comunista... De todos modos, tampoco debemos olvidar que en 1942 Cela publicó La familia de Pascual Duarte, una de las obras maestras de la literatura del siglo XX. Si hubiera sido una novela situada en Rusia, seguramente hubiera tenido problemas mucho más serios con la censura estalinista que los que pudo tener con la franquista.

Yendo propiamente al contenido, he de decir que la novela está escrita con destreza, y se lee con gusto. Sin embargo, tiene un considerable defecto, y es que los personajes principales, Kira y sus dos amantes, Leo y Andrei, no acaban siendo creíbles. Ninguno de los dos hombres descubre el engaño amoroso hasta el final, cosa inverosímil sobre todo en el caso del policía, que se supone es una persona perfectamente informada sobre la vida de todo quisque. Tampoco resultan naturales los bandazos psicológicos e ideológicos de ambos personajes masculinos. Pero lo peor de todo es la insuficiente descripción de los sentimientos de la heroína. El lector querría comprender, adentrarse en la complejidad sentimental de esta mujer, pero la autora es muy parca en análisis, como si bastase con los hechos objetivos para conocerla y hasta empatizar con ella. Rand brilla más en el retrato de algunos personajes secundarios, así como en la descripción de la miseria y la corrupción "estraperlista" de San Petersburgo en los años veinte.

En cuanto a las ideas filosóficas de la autora, mi conocimiento es muy superficial, porque no he leído ningún otro libro suyo. Pero por lo que se trasluce de algunos párrafos de este, he de decir que aquellas no me interesan demasiado, por mucho que coincida con sus conclusiones anticomunistas. Al final del capítulo II hay un pasaje de resonancias thatcherianas con el cual simpatizo plenamente. Uno de los personajes reprocha a Kira su actitud "antisocial", y ella replica: "¿Y qué es la sociedad?" Sin embargo, el individualismo del alter ego de Rand se sale en ocasiones de madre, como cuando en el cap. VI proclama que "los hombres no han nacido iguales, y no sé por qué hay que querer que lo sean." Nada que objetar, salvo que innecesariamente añade que odia "a la mayor parte de ellos." Pío Moa, en una entrada reciente de su blog califica certeramente este pensamiento como "histérico".

En otros pasajes Ayn Rand apunta su concepto de la "vida" como valor supremo -aunque no tiene nada que ver con el movimiento antiabortista. No se trata más que otra formulación de su egolatría, que a veces adquiere un tono más bien cursi, y le lleva a rechazar radicalmente cualquier fundamento trascendente de la moral, cuando contrapone con ecos nietzscheanos creer en Dios y "creer" en la vida:

"Todo aquel que pone su más alta concepción por encima de sí mismo y de sus propias posibilidades, se estima poco y no da importancia a la vida. No es un don frecuente (...) mirar con reverencia la vida propia de uno y desear cuanto hay de más alto, más grande y mejor... para sí mismo." (Cap. IX)

Y hacia el final del libro (cap. XIII), otro personaje sentencia: "Dais la vida, morís por vuestro ideal; ¿pero acaso este ideal no es 'vuestro'? Todo hombre honrado vive para sí mismo, y quienes no viven así no pueden decir que vivan."

El problema es que a partir de este principio solipsista, resulta imposible definir qué es un hombre "honrado". ¿Cómo evitar caer en la paradoja de Max Stirner, que al defender un egocentrismo extremo, como si fuera un discurso liberador, es incapaz de argumentar contra un Yo perverso, como por ejemplo un tirano que goce esclavizando a millones?

Pese a todo, vale la pena leer esta novela, que refleja la verdad siniestra del comunismo mejor que muchas teorizaciones, incluídas las de la propia autora.

viernes, 14 de enero de 2011

Ofensiva contra el liberalismo

El poder político, por su propia naturaleza, siempre trata de crecer. Incluso un gobernante bienintencionado se sentirá a menudo contrariado por los obstáculos legales que dificultan sus reformas, y exprimirá su ingenio para encontrar la manera de sortearlos, creyendo de este modo favorecer el bien común. El problema es que todo incremento de poder, en el mejor de los casos, tarde o temprano es heredado por un dirigente que encontrará maneras mucho menos escrupulosas de usarlo. Todavía hoy los estudiosos siguen preguntándose cómo un pueblo tan civilizado como el alemán pudo caer en el nazismo. En su clásico Camino de Servidumbre, Friedrich A. Hayek defendió la tesis de que Hitler no destruyó la democracia de un día para otro, sino que el proceso de estatalización, experimentado por Alemania desde hacia décadas, había preparado el terreno para el advenimiento de una tiranía atroz. Hayek encabezó su libro con una cita de Hume: “Es raro que la libertad, del tipo que sea, se pierda súbitamente.”

El liberalismo clásico, tal como lo entendía el pensador austríaco, se basa en la desconfianza, hija de la observación, hacia toda concentración excesiva de poder político. No es por tanto una ideología entre otras, como el socialismo, el fascismo o el islamismo, que aspiran a conquistar el aparato estatal para implantar un determinado modelo de sociedad, sino que por el contrario defiende un gobierno limitado y lo que se sigue de ello, la búsqueda individual de la felicidad. A diferencia de las ideologías, el mejor argumento a favor del liberalismo no es de tipo teórico, sino práctico: Las sociedades más prósperas de la historia son las que se han inspirado en sus principios.

Sin embargo, como decíamos, el poder y sus servidores nunca descansan, y como no pueden argumentar frontalmente contra la libertad, se centran en desprestigiar determinadas instituciones que la hacen posible, como por ejemplo la propiedad privada, la independencia del poder judicial y determinadas tradiciones. Para ello, la estrategia habitual consiste en oponerlas a otros principios, ya sea la igualdad o la democracia, lo que permite ganarse a la parte menos documentada de la opinión pública y, sobre todo, tachar a quienes intentan desenmascarar estos procedimientos de antidemócratas y sometidos a intereses particulares, como si los gobiernos por definición fueran siempre desinteresados.

El indicio más preocupante de una operación de calado para desnaturalizar el Estado de Derecho y minar las libertades es que los teóricos se pongan a buscar justificaciones para ello, generalmente limitándose a remozar viejos argumentos. Ha ocurrido siempre antes, que a los déspotas les han preparado el terreno pensadores y juristas, no necesariamente inocentes. En el caso del gobierno de Zapatero, es bien conocida la influencia del irlandés Philip Pettit, a quien me he referido recientemente. Se trata de un pensador muy poco original que se limita a invertir la tesis de autores como Spencer o Hayek, para los cuales el concepto de libertad empleado por el "progresismo" es una desviación o adulteración del principio liberal clásico. Pettit dice que es al revés, son los liberales quienes elaboraron el concepto de "libertad negativa", por expresarlo en los términos de Isaiah Berlin, restringiendo el alcance de la idea original. La posición de Pettit, como adivinarán, conduce a revalorizar el papel del Estado como justiciero y emancipador frente a los otros poderes, el económico, el patriarcal, etc.

Otro ideólogo a tener en cuenta es el profesor de sociología Ignacio Sánchez-Cuenca. Personaje  muy sectario de la órbita socialista (véase aquí como botón de muestra), partidario del "proceso de paz" con ETA y articulista habitual de El País, donde acaba de publicar un artículo defendiendo la legalización de Batasuna. Sánchez-Cuenca es autor de un ensayo cuyo título no puede ser más elocuente: Más democracia, menos liberalismo. En él argumenta que este régimen político no se puede reducir a la definición popperiana (un método que sirve para cambiar de gobierno sin violencia), y basándose en los conceptos de igualdad y autogobierno, definidos ad hoc, critica las limitaciones constitucionales al principio de mayoría, que según él revelan una desconfianza sospechosa hacia el principio democrático. Aunque el autor intenta distinguirse de concepciones populistas, el último capítulo, titulado “Los jueces contra el pueblo”, seguramente complacería a Hugo Chávez.

En las doscientas páginas del libro, Sánchez-Cuenca ni siquiera se plantea el problema fundamental del liberalismo, al que tanto menciona, que gira en torno a los límites de la acción del gobierno. No es de extrañar, entonces, que no pueda encontrar justificación alguna para aquellas reglas institucionales que “atan las manos de los gobiernos”, salvo oscuros intereses económicos.

Lo irónico del asunto es que quien tanto alaba la democracia realiza también una crítica de la democracia directa, frente a la representativa, pues considera que el autogobierno debe restringirse esencialmente a la elección entre distintas ideologías. Por un lado defiende los referéndums de autodeterminación nacional, pero por otro, ni siquiera trata de las consultas al pueblo sobre temas concretos, tan habituales en países como los Estados Unidos o Suiza. La razón es obvia: Cuando la democracia se convierte en un medio de control del gobierno, deja de parecerle tan atractiva; él sólo la aprecia cuando sirve para obligar a los individuos a amoldarse a proyectos ideológicos omnicomprensivos, es decir, cuando la libertad individual no tienen nada que ganar, y sí mucho que perder. Dejemos que el pueblo elija un gobierno que le suba los impuestos (así luego no podrá quejarse), pero no se nos ocurra preguntarle si está a favor de la cadena perpetua, que eso sólo pueden decidirlo sus sabios representantes.

Cuando los políticos atacan el liberalismo o sus plasmaciones institucionales, no nos encuentran desprevenidos, pues, como le dice el escorpión a la rana en la conocida fábula, "es mi naturaleza". Pero cuando algunos intelectuales (demasiados, por desgracia) dedican sus esfuerzos académicos a tareas tan serviles, tenemos razones para ponernos doblemente en guardia. Todo poder, incluso el más bárbaro, se basa en el triunfo de determinada mentalidad. Y a su vez, toda mentalidad, por muy simples que parezcan los clichés con que se manifiesta en el hombre de la calle, es una simplificación, una filtración de teorías abstractas, cuyos autores ese hombre de la calle ni siquiera sospecha que existan. Para juzgar cualquier elucubración, por muy académica que parezca, es aconsejable realizar el ejercicio de preguntarnos: ¿Sirve o favorece al poder? No falla, siguiendo este hilo, verán luego que todas las piezas encajan.

martes, 11 de enero de 2011

ETA no engaña

ETA vuelve a tomar a media España por idiota. Y, desgraciadamente, me temo que tiene buenas razones para ello. Ha vuelto a declarar un "alto el fuego permanente" pero, eso sí, que se puede interrumpir en cualquier momento si no se satisfacen todas sus exigencias, a saber: La independencia del País Vasco, la anexión de Navarra y una parte del territorio francés, y la liberación de los presos. Lo dice en su jerga política ("territorialidad", "derecho a decidir", "llamamiento a las autoridades de España y Francia para que abandonen para siempre las medidas represivas", etc) pero se entiende perfectamente.

También tiene ETA razón en otra cosa. Se define "socialista" y a mí no me cabe ninguna duda de que lo es. No sólo aspira a la independencia del País Vasco sino que además, como es sabido, defiende la implantación de una dictadura al estilo de Cuba o Venezuela, países donde se trata tan bien a los etarras.

No sería exacto decir que ETA engaña. Nunca oculta sus intenciones, pero a veces las presenta con un lenguaje lo suficientemente cifrado para que quienes quieran engañar o engañarse, lo puedan hacer. Y al mismo tiempo lo suficientemente claro para que los suyos no se desconcierten y no desafinen. Hablar de tregua-trampa, aunque pueda ser mediáticamente útil para poner sobre aviso a la gente, no es lo más apropiado. El mero término tregua ya supone adoptar el lenguaje paranoico de unos criminales que creen estar librando una guerra de liberación, o actúan como si lo creyeran.

Los medios para acabar con ETA son básicamente tres: El policial, el policial y el policial. Cualquier otra cosa (sea la negociación o el terrorismo de Estado) sólo sirve para prolongar su existencia, permitir que se rearme o regalarle argumentos. Si ETA no ha sido derrotada hace tiempo es porque las cosas, en  las últimas tres décadas, se han hecho mal, rematadamente mal. Se ha perdido el tiempo reclamando la "unidad de los demócratas", cuando un gobierno responsable lo único que tiene que hacer es aplicar la ley, perseguir a los criminales y encarcelarlos.

Menos cháchara y menos condenas rituales de atentados, confiriéndoles categoría política, que es exactamente lo que pretenden los terroristas. Que un ministro diga, como hizo Corcuera en tiempos de González, que los etarras son unos "gudaris de mierda", podrá darle popularidad, pero eso no sirve absolutamente para nada. Lo que hay que hacer es ir a por esos gudaris de mierda (que en efecto lo son) y encerrarlos, sin aspavientos, sin darle mayor importancia que a cualquier otro tipo de delincuencia organizada. Asimismo, toda la palabrería de hipócrita tono pedagógico de Rubalcaba no tiene otro objetivo que favorecer su valoración como sucesor de Zapatero en las encuestas. No sólo no tiene ninguna utilidad en la lucha contra ETA, sino que la sitúa en el primer plano del debate político, lo cual para ella es siempre un triunfo.

El problema es que hoy condenamos ritualmente todo tipo de violencia, sea la de un maltratador de mujeres o la del asesino de Olot. Es decir, convertimos en política incluso lo que siempre se había denominado delincuencia común. El paradigma seudoprogresista nos ha enseñado que no hay tanto individuos culpables como conflictos sociales, y en este clima mental, los terroristas se encuentran en su elemento. Nuestro relativismo, nuestra carencia de principios morales sólidos, de ideas claras sobre la responsabilidad, sobre el bien y el mal, es su fuerza. Les hemos dado la razón antes de luchar. ¿Para qué iban a necesitar engañarnos?

La izquierda profunda

Como comentamos ayer [domingo] varios blogueros, la izquierda ha aprovechado miserablemente el atentado de Tucson para cargar contra la derecha. (Véase especialmente, además de Barcepundit, la entrada de Elentir.) Pese a que no existe por ahora ningún indicio de que el lunático que mató a seis personas e hirió gravemente a una congresista tuviera nada que ver con el Tea Party, El País de hoy [lunes] titula en primera página: "La matanza de Tucson cuestiona al Tea Party". Y editorializa "sobre la crispación que vive Estados Unidos y de la que el Tea Party ha hecho su principal y casi única estrategia".

Claro está que si no existiera el Tea Party, los progres no hubieran tenido mayor problema en señalar los culpables: La libertad de llevar armas y la "América profunda". Es lo que hace Antonio Caño en un artículo titulado "Sarah Palin no es responsable". Aunque el autor no oculta su animadversión por la política conservadora, prefiere apuntar a causas más profundas. Dice lo siguiente:

"Si se quiere buscar un responsable por encima del culpable o culpables que los investigadores identifiquen, señálese a esta sociedad, o a la parte de ella que cree en la venganza individual, que le niega al Estado el patrimonio de la violencia y que exhibe sus armas con tanto orgulloso [sic] constitucional como exhibe su libertad.


Es sabido que hay una América que nos abofetea de vez en cuando. Existe, desde luego, esa América tolerante, abierta, intelectual y emprendedora que eligió presidente a Barack Obama. Pero hay otra porción de América rural, inculta y salvaje que ruge intermitentemente cuando siente sus intereses en peligro. La primera América milita en ambos partidos, pero el Partido Republicano se ha quedado con la otra parte al completo."

Sobre el derecho a portar armas, nótese la falacia de asociarlo con el espíritu de venganza. Como es sabido, quienes defienden la Segunda Enmienda invocan el inalienable derecho del individuo a defenderse de delincuentes y de un gobierno tiránico. Por tanto, sí, efectivamente, niegan que el Estado deba tener el monopolio absoluto de la violencia, pero ello es muy distinto de tomarse la justicia por su mano. Resulta significativo que, al parecer, el asesino de Tucson fue entregado a la policía por unos ciudadanos que podrían haberlo abatido con sus armas, si hubieran querido.

Lo que ya resulta más díficil de calificar es la retórica sectaria del segundo párrafo. Que los votantes de Obama son gente "tolerante, abierta, intelectual y emprendedora" provoca sonrojo, sin duda. Bueno, es la imagen que tienen de sí mismos los progres. Gente que, como en las películas de Woody Allen, sabe elegir un buen vino (o eso creen), a diferencia del votante republicano, puaj, esa plebe que sólo bebe Coca-Cola o cerveza. Pero lo de la "América rural, inculta y salvaje" sencillamente ya produce hastío. ¿La repetición de los tópicos más sobados -también difundidos con no poco entusiasmo por la industria de Hollywood, en un sinfín de películas- es lo que entienden nuestros progres por análisis político?

Algún día habrá que hablar de la España profunda que vota al PSOE. Pero hoy ya es tarde, y me da una pereza enorme.

domingo, 9 de enero de 2011

Tucson, España

Las reacciones al atentado de Tucson, que ha causado seis muertos y varios heridos, entre ellos la congresista demócrata Grabrielle Giffords, se han ajustado al guión previsible en función de la tendencia ideológica de cada medio u opinante. A los progres, como enseguida advirtió Barcepundit, les faltó tiempo para acusar prácticamente al Tea Party y a Sarah Palin de instigadores de la matanza. Recomiendo seguir el blog citado para situar en su justo lugar las especulaciones que se están difundiendo estas primeras horas, a la espera de que las investigaciones policiales arrojen más luz sobre el asunto.

Con todo, creo que es interesante destacar el tratamiento de la noticia en determinados medios. Uno de los informativos de mayor audiencia, el Telediario de las 15 h. de la televisión pública, ha fijado la doctrina oficial, la que millones de espectadores distraídos a la hora de comer se habrán tragado sin asomo de crítica o de duda. La corresponsal en Estados Unidos ha señalado que el asesino material había manifestado en internet su odio contra las políticas de Obama; que la congresista Giffords era una política eminentemente progresista; que despertaba las iras del "movimiento ultraconservador Tea Party"... Por último han mostrado el dichoso mapa de los blancos de fusil utilizado por los republicanos en la pasada campaña. Acto seguido han complementado el reportaje con otro en recuerdo de matanzas como las del instituto Columbine, lo que les ha permitido referirse a la libertad de posesión de armas en Estados Unidos. En fin, cualquier persona cuya información no sea superior a la media habrá extraído las conclusiones adecuadas: Otro atentado de un derechista pirado en ese país de cow-boys donde cualquiera puede conseguir un arma.

El problema no es lo que se dice, seguramente cierto, sino lo que se omite. No nos dicen que además de estar probablemente contra Obama, el autor de la matanza tenía entre sus libros de cabecera Mi lucha de Adolf Hitler y el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Que le gustaba quemar banderas de Estados Unidos y que había realizado declaraciones irreligiosas, como que "no confiaba en Dios", en alusión a la leyenda de los dólares, In God We Trust. Cosas todas ellas que no encajan con la ideología del Tea Party, que por lo demás es algo heterogénea (Desde libertarios hasta integristas religiosos). Tampoco dicen que los demócratas también habían difundido un mapa del país con dianas metafóricas en los Estados dominados por sus rivales republicanos. Ni que la ejemplar progresista Giffords había votado contra la demócrata Nancy Pelosi y era partidaria del derecho constitucional a la posesión de armas.

Naturalmente, en un reportaje de dos minutos no van a decirlo todo, pero es evidente que han seleccionado los hechos que más favorecen la lectura maniquea de progresistas buenos y conservadores malos. Esta es una técnica que en la sección internacional se utiliza sistemáticamente, pues confían -seguramente con razón- en que al PP sólo le preocupa el tratamiento de las noticias de política nacional. La ceguera de la derecha, efectivamente, es proverbial. No rechista lo más mínimo ante el sesgo izquierdista que domina las informaciones de la televisión pública sobre Estados Unidos, Oriente Medio, cultura, sociedad, etc, y se conforma con tener unos minutos en la crónica parlamentaria o en las campañas electorales. Luego no debería sorprendernos que en las encuestas, la mayoría de la gente se defina como de izquierda o centro-izquierda.

Más patético es cuando los medios teóricamente de centro-derecha se prestan a estas manipulaciones. Así, La Razón titula, citando al padre de la congresista: "El Tea Party era su enemigo", y añade con aviesa intención que Sarah Palin la había declarado "objetivo político". Hechos indudables, pero que claramente se presentan de modo que sugieren un contexto de crispación creado por los fanáticos ultraconservadores, en el cual no es casual que acaben sucediendo cosas tan lamentables como la matanza de Arizona. La Vanguardia, por su parte, tampoco escapa a la tentación del delicado juego de palabras: "Sarah Palin apuntaba hacia Giffords". A las 9.45 de la mañana, el diario barcelonés ya nos ofrecía prácticamente la explicación del crimen que anda investigando el FBI: "El ataque iba directamente contra la congresista Giffords por defender las reformas migratoria y sanitaria". Y qué decir de El Mundo: "Gabrielle Giffords, en el punto de mira del Tea Party". ¡Qué sutileza, qué ingenio metafórico!

Si los medios de derecha o centro-derecha se prestan estúpidamente a machacar al Tea Party (o sea, la derecha que es mu mala malísima) a las pocas horas de un crimen todavía por aclarar, no debe extrañarnos que la televisión del gobierno socialista y demás medios afines hagan lo mismo, apenas con una pizca más de descaro. Lo raro es que todavía quede gente que no se defina de izquierdas. Deben ser los mismos desvergonzados que reconocen estar más interesados en el fútbol que en los documentales sobre fauna.

Utopía feísta

El PSOE prosigue con su implantación decidida de una dictadura de la corrección política, posiblemente la más avanzada del mundo. Ahora se trata de una "Ley de Igualdad de Trato y No Discriminación". Muchos pensábamos que la Constitución de 1978 ya establecía la igualdad de todos los españoles ante la ley, prohibiendo explícitamente cualquier discriminación "por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social". Pero ha tenido que llegar Zapatero Nuestro Salvador, y su ayudante terrenal Leire Pajín, para que cobráramos conciencia súbitamente de que debemos construir "una sociedad que no humille a nadie".

¿Qué harían los más débiles sin la infatigable actividad legislativa del gobierno? Antes de Zapatero, ni las mujeres ni los homosexuales veían reconocida su dignidad. Ahora, serán los enfermos, los obesos y los feos quienes por fin podrán levantar la mirada ante sus opresores (o sea, los sanos, los flacos y los guapos). Algunos medios ya hablan de multas de 500.000 euros para los discriminadores. Ojo con no darle un puesto de trabajo o un alquiler a precio razonable a un calvo (subgrupo de los feos). De ahora en adelante, te podrá denunciar y deberás ser tú quien demuestres que la alopecia no fue el verdadero motivo que te llevó a contratar a otro solicitante de empleo o elegir a otro inquilino.

Cometeríamos sin embargo un grave error si tomáramos el asunto a broma. Esto no es ninguna anécdota, sino que se inscribe dentro del proyecto de ingeniería social que Zapatero impulsó desde que llegó al poder, con una serie de pasos perfectamente planificados. Basándose en las ideas de Philip Pettit, se trata de laminar gradualmente la democracia liberal para sustituirla por una "democracia avanzada". Según Pettit, los liberales clásicos desconfían del Estado porque son ciegos ante otras formas de dominación, como las que sufren las mujeres, los trabajadores, los homosexuales o las minorías nacionales. Nada nuevo en el fondo, se trata de los mismos pretextos de siempre, completados con algunos de moda, para justificar el intervencionismo gubernamental.

El liberalismo evidentemente está en contra de toda dominación, es decir, de toda coerción arbitraria. Ahora bien, a diferencia de las ideologías utópicas, el liberalismo no promete el paraíso terrenal, no asegura que en ausencia de coerción todo el mundo será feliz. De hecho, ni siquiera puede garantizar que la coacción desaparezca por completo, aunque sí pretende reducirla al mínimo posible. Quienes se cierran en banda a comprender el pensamiento liberal razonan en cambio de la manera siguiente: Puesto que sigue habiendo gente infeliz, esto es debido a que existen formas más o menos sutiles de dominación que el liberalismo no reconoce o es inhábil para eliminar. En consecuencia, proponen olvidar las prevenciones del liberalismo contra el poder político para poder luchar adecuadamente contra las otras formas de coerción.

Esto sencillamente es como si, decepcionados porque la ciencia médica es incapaz de desterrar todas las enfermedades [incluidas las imaginarias], y no digamos ya de abolir la muerte, volviéramos al curanderismo. Argumentar contra el liberalismo es siempre una regresión, es olvidar que los mayores males de la historia (y no hace falta remontarnos más allá del siglo XX) los han provocado los Estados, en nombre de ideologías salvadoras como el comunismo y el fascismo, que proclamaban que el viejo liberalismo burgués estaba superado.

Por supuesto, el profesor Pettit expone su argumentación contra el liberalismo como si en realidad lo que hiciera es llevarlo más lejos, ampliarlo, no quedarse en la estrechez de miras de los liberales clásicos. Es el viejo truco de siempre de la izquierda. Pero en cuanto pasamos a las aplicaciones concretas de su concepción, que él denomina republicanismo, no falla: Los impuestos (participio de imponer) son intrínsecamente buenos, cualquier intervención para defender el bien común es legítima (adivinen quién definirá el bien común) y la Casa Blanca debería tener más poder frente al Congreso, dominado por los malvados lobbies. Pettit incluso lamenta que en Estados Unidos no exista una televisión pública, que no sea "rehén de los intereses comerciales". Esto lo confiesa en una entrevista del diario Avui, con motivo de la traducción al catalán de uno de sus libros, financiada por la Generalidad y prologada por Carod-Rovira. Dice éste en el prólogo -pero podría ser el propio Zapatero:

"No hay libertad plena, y a menudo de ningún tipo, si hay dominación. Hay que encontrar aquella libertad que libera. Y ¿cómo hacerlo? Pues desde la política, sea en el activismo, sea en un gobierno. Es necesario que la política intervenga para combatir la dominación. La de unas personas sobre otras, la de un sector social sobre otro, la de un género sobre otro y, por descontado, la de un pueblo sobre el pueblo vecino."

Traducción: El Estado no debe limitarse a defender la ley y el orden, en un marco de libertades individuales, sino que debe transformar la sociedad a fin de realizar un quimérico ideal de justicia absoluta.

La experiencia demuestra que eso, o bien requiere una violencia muy superior a la que declara combatir, o bien, si se realiza de forma más lenta y gradual, conduce a una sociedad en la cual el poder discrecional de una casta de burócratas está por encima de todo. Justo lo contrario de lo que se prometió en el inicio del proceso. La diferencia con utopismos del pasado es que hoy, en lugar de la dictadura del proletariado, nos quieren conducir a la dictadura de los feos.

jueves, 6 de enero de 2011

La vuelta al mundo a vela

A quien le interese seguir en tiempo real la Barcelona World Race, en el sitio web de la organización encontrará esta maravilla, el Race Tracker. Así se ve sin desplegar las pestañas:


Y así con las pestañas desplegadas:


Situando el cursor sobre cada barco, aparece su nombre. ¡Suerte para los regatistas españoles!

martes, 4 de enero de 2011

Una posible virtud de la ley antitabaco

Esta tarde hablaba con una amiga que no sabe nada de política. En ocasiones la corrijo cariñosamente cuando, ingenuamente, sin la menor malicia partidista, juzga loable alguna medida o propuesta del gobierno que, en mi opinión, merece todo lo contrario, un total rechazo. No siempre la convenzo, pero eso me estimula a perfeccionar mis argumentos, a formularlos de la manera más lógica y natural.

Hoy mi amiga me ha sorprendido muy gratamente. Ante un comentario de un tercero, que se mostraba casi entusiasta con las denuncias contra los fumadores (se trata de un exfumador), yo he replicado que todo esto de la cruzada antitabaco me parece una aberración, que es inadmisible que el gobierno se inmiscuya en espacios privados y que las delaciones anónimas nos sitúan en un clima fascistoide. Y esta amiga entonces ha dicho algo así como lo siguiente: "Todo esto lo hace el gobierno porque le gusta mucho mandar."

Lo ha clavado, desde luego. En esencia, todo se reduce a eso, la pasión por mandar, por demostrar quién es el jefe. Al igual que el decreto de Estado de Alarma, este tipo de medidas autoritarias despiertan, no lo olvidemos, un alto grado de simpatía que no hace más que reforzar el apetito del poder. De hecho, sin esa simpatía, sin esa vil admiración que cultiva el poderoso, éste no existiría, o se vería seriamente limitado.

Y no me digan que exagero. Nunca he sido fumador, no tengo el menor interés (más bien todo lo contrario) en que bares y restaurantes estén llenos de humo. Pero no puedo soportar que el gobierno me quiera salvar de aquello que nunca le pedí que me salvara. Que se dedique a perseguir a quienes violan los derechos de los demás, a quienes matan, roban, defraudan y estafan. Si se limitara a hacer mínimamente bien esto, lo único que de verdad le compete, todo iría mucho mejor. Como más trata de demostrar su poder, más desatiende su cometido, menos nos sirve y se convierte en todo lo contrario, el principal violador de los derechos.

Por eso, cuantas más personas, incluso las de menor cultura política, sean refractarias a esta fascinación y reaccionen con suspicacia ante los actos del poder político, sin caer en sus trampas emocionales, más esperanzas tenemos de que la libertad siga teniendo futuro. Con un poco de suerte, la ley antitabaco podría acabar produciendo un efecto contrario al deseado por el ejecutivo. Sería, sin duda, su mayor virtud.

Apunte psicológico. Quizás los no fumadores seamos, paradójicamente, más proclives a rebelarnos. El fumador, esclavo de su vicio, y a menudo de la mala conciencia, está dispuesto a soportar otro amo más. Sólo le preocupa encontrar lugares donde le sea tolerado encender un cigarrillo, y a medida que estos se reducen, su única obsesión es encontrar vías de escape, autodegradarse en la reserva donde su afición está ya desprovista de las costumbres, de los ritos y circunstancias que la ennoblecían y le daban sentido. Creyendo ciscarse en el poder con cada calada obediente, acordonada y graciosamente concedida, lo legitima. Al igual que hace cada vez que compra un paquete y paga los elevados impuestos que lo gravan. Lo ideal sería que la gente al final tuviera la dignidad de dejar de fumar, ni siquiera donde el Estado sigue queriendo que fumemos. Que se quedara con un palmo de narices con una ley perfectamente inútil, ridículamente minuciosa, que ya no serviría para amedrentar a nadie.

domingo, 2 de enero de 2011

Ideas y personas

Nuevo episodio interno del PP (la marcha de Álvarez-Cascos) que será utilizado por el socialismo y sus medios afines para intentar paliar algo la ventaja del Partido Popular en las encuestas... Pero también por una parte de la derecha liberal (Libertad Digital y su fiel infantería internáutica) para alimentar la visión tremendista y desmoralizadora en la que lleva más de dos años instalada. A saber, aquella que, resumidamente, no deja de proclamar que el PP y el PSOE son la misma m... Por lo visto, ni en UPyD ni en Ciudadanos existen problemas de personalismos, no, qué va, allí todo son profundos debates filosóficos.

A mí Álvarez-Cascos sinceramente me parecía un valor sólido del PP, un tipo que ayudaba a conseguir votos y no se andaba con tibiezas. Al menos así lo veía hasta que filtró a la prensa que estaba dispuesto a presentarse por su cuenta, si no se atendían sus ambiciones asturianas. Pero nunca se me ocurrió pensar que sin Cascos, el PP perdía ninguna esencia. Si he sido y soy crítico del pepeísmo (de poner al partido por encima de las ideas), más lo soy aún de los personalismos, de pensar que existan individuos providenciales. Aquellos que El País y LD llaman "cadáveres políticos de Rajoy", Mayor Oreja, María San Gil, Ortega Lara, Acebes, Zaplana o Pizarro, son personas con sus virtudes y defectos, como todos, y según demos más relieve a unas u otros, podemos obtener retratos muy distintos.

A Mayor Oreja hay que escucharle siempre con la máxima atención cuando habla del País Vasco, pero si le desvías de ese tema, pierde muchísimo, se vuelve evanescente y escurridizo. Recuerdo una entrevista radiofónica en la que Federico y Pedro J intentaron sacarle alguna opinión sobre las actuaciones policiales y judiciales sobre el 11-M (creo que fue antes de las elecciones del 2008), pero el hombre se escabulló como una anguila.

Y ya que hablamos del 11-M, no podemos decir que aquellos infaustos días Ángel Acebes tuviera una brillante actuación, por mucho que su honradez quedara acreditada, informando a los ciudadanos prácticamente en tiempo real del curso de las investigaciones (o lo que la policía le contaba de ellas).

Pero es que Manuel Pizarro, siendo como es una persona indudablemente preparada y competente, como político es otra alma de cántaro. En el famoso debate entre él y Solbes, no me he cansado de decirlo desde el día siguiente, tener la razón no le sirvió de nada, porque no supo comunicarlo. Solbes le venció -y resulta penoso decirlo- utilizando el más puro método lakoffiano: Buscó llevar el debate al terreno ideológico (impuestos altos sí o no, pensiones públicas o privadas) y Pizarro (no Rajoy, señores, Manuel Pizarro: el mismo) lo rehuyó despavorido; ingenuamente pensó que con mostrar estadísticas, en lugar de ideas, podía contrarrestar la propaganda gubernamental.

En fin, si queremos podemos hablar incluso de Aznar (por quien siento la máxima admiración), de su "viaje al centro" y del catalán en la intimidad. O de Esperanza Aguirre (ídem) y el dinero que se gasta en publicidad institucional, especialmente en campañas inspiradas en la ideología de género. Pero la verdad, me da mucha pereza. Si siguiera por ese camino, llegaría a conclusiones parecidas a las de Pío Moa, para quien el PP no es más que otra marca del PSOE, y Rajoy un personaje tan nefasto o más que Zapatero.

¿Por qué no estoy de acuerdo con Moa en esto? Primeramente por una razón empírica. Si comparo los veinte años que han gobernado los socialistas con los ocho años de Aznar, no hay color. Aznar, ya digo, no era el Mesías, cometió errores graves (como la retirada de su tímida reforma laboral tras la huelga general, por citar sólo uno) y omisiones quizás peores. Pero globalmente fue el mejor presidente de la democracia española. Por mera analogía, creo que es lícito pensar que aunque Rajoy no nos lleve al éxtasis, puede llegar a ser un buen gobernante. Concedámosle al menos el beneficio de la duda. Incluso si nos engañara, creo que es imposible que lo hiciera peor que Zapatero.

En segundo lugar, me considero una persona conservadora. Quizás conservadora a fuer de liberal, pero conservadora al fin y al cabo. Y lo que define al conservador es que antepone (o eso intenta) el mundo real al mundo de la imaginación. Podemos fantasear todo lo que queramos sobre el partido liberal-conservador que necesitaría este país, sobre un líder político carismático y que defendiera sin complejos el liberalismo económico y se enfrentara heroicamente a la corrección política en temas como la ideología de género o el ecologismo. Pero al final tenemos lo que tenemos. El radicalismo del todo o nada es más fácil que conduzca a lo segundo que a lo primero.

Por supuesto, ser conservador no implica la renuncia a mejorar las cosas. No es sólo válido, sino obligado, tratar de forzar a los políticos a que tengan en cuenta las demandas de la sociedad civil, y en este sentido el movimiento del Tea Party me parece ejemplar. Los americanos no han ido a cargarse al Partido Republicano, no han dicho que todos los políticos son iguales. Han tratado de influir en la formación que más se acerca a sus ideas, y -todo hay que decirlo- su sistema político de primarias y listas abiertas les ha facilitado mucho la tarea. El resultado ha sido un gran éxito en las recientes elecciones parciales, no sólo de un partido, sino también en gran medida de las ideas centrales que defiende el Tea Party. ¿Qué hubieran conseguido diciendo que el Partido Republicano ya no les representaba, y aconsejando el voto a formaciones minoritarias?

Cada vez me aburren más las beatificaciones, sean las de María San Gil, Manuel Pizarro o Álvarez-Cascos. Y me incomoda que quienes elaboran con gran mérito las bases intelectuales de una derecha liberal se deslicen con tanta facilidad al género hagiográfico. No necesitamos eso. A mí al menos me basta con saber cómo piensan en general los militantes del PP y cómo piensan los del PSOE. Les aseguro que no es fácil confundirlos.

sábado, 1 de enero de 2011

La pinza

"La democracia no tiene que pedir perdón por ser un régimen esencialmente relativista", ha dicho la abogacía del Estado (Ver texto aquí, página 19).

El relativismo es la concepción filosófica según la cual no existe una verdad absoluta en el terreno moral. Las normas éticas, en consecuencia, varían según las épocas y la geografía. Lo que a nosotros puede parecernos un crimen, en otra sociedad puede ser tolerado y hasta elogiado. Y viceversa. Los principios morales, pues, serían de carácter convencional, es decir, resultado de acuerdos o pactos colectivos cambiantes y diversos.

El relativismo fue formulado ya en la antigua Grecia por los sofistas, que en muchos aspectos son los precursores de los actuales asesores políticos. Pero según Paul Johnson fue a inicios del siglo XX cuando se convirtió en una idea popular. Ello fue debido a que los avances científicos parecían cuestionar cualquier tipo de sabiduría tradicional, y especialmente el cristianismo. Tras el período colonial, disciplinas como la antropología prácticamente convirtieron el relativismo en una doctrina incuestionable, anticipando el fenómeno posterior de la corrección política. Se dejaron de utilizar términos como "primitivo", "bárbaro" o "salvaje" para referirse a determinadas culturas, porque ello suponía transigir, implícitamente, con el anatema de que existen sociedades más avanzadas que otras.

El problema del relativismo es que, si todas las concepciones morales valen lo mismo, ninguna vale nada. O dicho de otro modo, si todo el mundo tiene razón, ello incluye también (¿por qué no?) a aquellos que no creen ni en el derecho ni en la democracia. Ya lo vieron contemporáneos de los sofistas como Sócrates: si todos los valores son meras convenciones, al final sólo la fuerza decidirá cuáles pueden acabar imponiéndose. El relativismo, aunque suele confundirse con el espíritu de pluralismo y diálogo, en realidad da vía libre a las peores formas de opresión y de injusticia, que pasan a ser justificadas en nombre del multiculturalismo o de la neutralidad ideológica. (Pensemos en el caso del aborto libre.)

La aparente neutralidad ideológica del relativismo, por cierto, encubre una opción muy concreta por las concepciones del positivismo jurídico, lo que significa privar completamente al individuo de su derecho a cuestionar ninguna norma emanada del Estado. Son muy significativas las citadas alegaciones de la abogacía del Estado a unos padres que se oponen a la asignatura de Educación por la Ciudadanía, por considerarla adoctrinadora. (Imprescindible la entrada de Elentir.) Citando al filósofo del positivismo jurídico Kelsen, los servicios jurídicos estatales sentencian que el relativismo es la base de la democracia. Pero al mismo tiempo, alertan contra el ejercicio genérico de la objeción de conciencia, por el riesgo de "relativizar" los mandatos jurídicos. Por lo visto, el entusiasmo relativista se detiene justo ante la coacción estatal. Destruida cualquier noción de una moral universal anterior a todo derecho, el poder del Estado se convierte en lo único intocable, en lo verdaderamente sagrado.

El islamismo puede parecer lo más opuesto que existe al pensamiento relativista, pero como se deduce de lo anterior, en realidad conduce a los mismos resultados, sólo que de manera mucho más directa y brutal. El islam es la creación doctrinal de Mahoma, un caudillo político y militar que en el siglo VII aprovechó el vacío dejado por el Imperio Romano de Occidente para imponer el dominio árabe desde Oriente Medio hasta España. A diferencia del cristianismo, el islam no pone el énfasis en la salvación individual, sino en la organización social y en el sometimiento o la destrucción de los infieles. No es tanto una religión como un sistema político. El islam supone la entronización de la fuerza (llámese Alá o como se quiera) por encima de todo. Y el islamismo no es más que la adaptación en términos ideológicos modernos del islam.

Las analogías históricas entre el cristianismo y el islam son superficiales y conducen a graves equívocos. El cristianismo, a diferencia por ejemplo del judaísmo, es proselitista, trata de ganar adeptos, pero este carácter nace de su vocación universalista. Todos los seres humanos son criaturas de Dios, y por tanto tienen derecho a recibir el Evangelio. Por muchos abusos que se hayan producido en el pasado, la religión cristiana no se ha identificado con un sistema político determinado, ni siquiera con una cultura específica. Todo lo contrario, la noción de la dignidad de la persona, que está en la base de la democracia, los derechos humanos y la tolerancia, procede del cristianismo. El islam, en cambio, sólo tolera a los infieles tras su completo sometimiento, y utiliza la democracia con completo cinismo, como un instrumento para terminar implantando su modelo despótico, con métodos muy similares a los de los totalitarismos modernos. Para sostener esta afirmación, basta comparar los sistemas políticos de los países con población mayoritariamente cristiana, con los musulmanes.

En Occidente, el relativismo trata de relegar a los cristianos cada vez más fuera de la esfera pública. En Oriente y en África, directamente son exterminados, generalmente por los islamistas. Ambas persecuciones, aunque de grado muy dispar, convergen de manera evidente. Los medios de comunicación occidentales han dedicado mucho más espacio a las denuncias de pedofilia contra curas católicos (sin duda gravísimas), que a los asesinatos masivos y la violencia sufrida por las poblaciones cristianas en Iraq, Nigeria y otros muchos lugares del mundo.

Aquí se trata de condenar a los cristianos a la invisibilidad: Eliminación de los crucifijos y otros símbolos religiosos; utilización de un lenguaje aséptico, desprovisto de connotaciones cristianas; sustitución de la liturgia cristiana por artificiosos remedos laicistas ("bautismos" civiles, "comuniones" civiles); ridiculización -cuando no criminalización- cotidiana en los medios de comunicación... Allá los cristianos son simplemente expulsados o asesinados. En Irak, desde el 2003 se estima que el 60 % del millón de cristianos que vivían en el país, lo han abandonado o han sido exterminados. Según el Vaticano, unos 150.000 cristianos mueren al año por la persecución religiosa en todo el mundo. Si esta cifra es cierta, significa que cada año es asesinado un número de cristianos superior al total de víctimas de la guerra de Iraq desde el 2003 hasta hoy, incluso si contamos entre estas a las causadas por los terroristas islamistas, muchas de los cuales lo son por su condición de cristianos.

El resultado hacia el que nos dirigimos es que, mientras fuera de Europa y América, los cristianos son hostigados de manera creciente y despiadada, y en algunos lugares están condenados a desaparecer, en Occidente los islamistas no dejan de exigir mayor reconocimiento, prerrogativas e influencia. Y en virtud de la ideología relativista y multiculturalista imperante resulta cada vez más difícil negárselos. A diferencia de lo que ocurre con la religión cristiana, nadie tiene el valor de bromear lo más mínimo con las creencias islámicas, con lo cual éstas van ocupando gradualmente el vacío dejado por aquella en el espacio público. En el programa de humor de José Mota de la pasada Nochevieja, como no podía ser menos, no faltó una parodia del Papa bailando la canción de moda. Hay que decir que la broma -por lo que pude entender en medio de la celebración familiar de la que participaba- no era como otras veces de mal gusto ni malintencionada, pero, también como de costumbre, no hubo ninguna sátira de Ahmadineyah ni nada equivalente.

El relativismo laicista y el islamismo actúan objetivamente como una pinza contra el cristianismo. Irónicamente, los laicistas no dudan ocasionalmente en utilizar ejemplos de la expansión islamista en Occidente para prevenirnos contra la religión en general. Pero al tratar a todas las confesiones por igual están favoreciendo a la que emplea métodos implacablemente violentos para crecer. Y sobre todo, están liquidando los fundamentos morales de la democracia liberal, que como decíamos, en buena parte derivan del legado cristiano. Con lo cual todavía se favorece más el avance de un sistema teocrático carente de complejos humanistas. Se trata de un proceso que se retroalimenta a velocidad infernal, y en el que determinados acontecimientos, como una posible entrada de Turquía en la Unión Europea, podrían convertirlo prácticamente en inexorable.

Tanto los cristianos como los no creyentes que se inspiren en los principios humanistas clásicos deben forjar una alianza estratégica para intentar desviarnos del camino hacia el abismo, para romper la pinza relativismo-islamismo que amenaza no sólo a la religión fundada por Jesucristo, sino a los principios de nuestra civilización: la libertad individual, la igualdad ante la ley y la democracia. Es preciso desmontar sin tapujos las trampas de la corrección política y dejar de pedir perdón por que la civilización judeocristiana haya producido los mayores niveles de libertad y prosperidad de la historia.

[ACTUALIZACIÓN: Recién publicada esta entrada, leo esto.]