miércoles, 30 de julio de 2008

Socialismo y miseria

¿Debe reducirse el consumo para salir de una crisis económica? En realidad, la pregunta está mal planteada. El consumo se va a reducir de todos modos, queramos o no. Las empresas que ven disminuir sus ventas, los trabajadores que ven menguar sus ingresos, todos aquellos a quienes los bancos deniegan préstamos, por narices van a tener que reducir sus gastos. La reducción del consumo no es la solución a la crisis, es la crisis -al menos un aspecto de ella.

Otro tópico archirrepetido es el de la dependencia energética. Desde el punto de vista de la seguridad, posiblemente sería bueno contar con cierta autosuficiencia energética, y no sólo energética. Pero en términos estrictamente económicos, lo importante es tener acceso a energía, como a cualquier otra mercancía, lo más barata posible, no importa dónde se produzca, mientras nosotros podamos exportar los suficientes productos o servicios, los cuales podamos canjear por aquellos que otras naciones poseen o saben producir más eficazmente. Lógicamente, ello no implica que, si tenemos posibilidad de ser competitivos en la producción de, por ejemplo, electricidad de origen nuclear, nos debamos conformar con comprársela a Francia, en lugar de generarla nosotros mismos. Si por el contrario el coste de producir nuestra propia electricidad es mayor que el de adquirirla fuera, saldremos perdiendo.

Así pues, el plan de ahorro energético del ministro de Industria, Miguel Sebastián, es una perfecta tontería, que no sólo no sirve para poner remedio a la crisis, sino que posiblemente la exacerbará. Decir que "cuando cogemos el Metro en vez de usar el coche, creamos empleo" es una de las mayores estupideces que he oído en mucho tiempo -y eso que llevamos oyendo muchas en los últimos años. Crear empleo y crear riqueza en general es obtener mayor rendimiento de los recursos limitados de los que disponemos, es decir, producir más y por tanto consumir más. Reducir el consumo, como mucho, nos permite mantenernos estancados en nuestro actual nivel de vida -y en realidad, ni siquiera eso, porque en un mundo competitivo, si no mejoramos nuestra productividad, nuestras mercancías no podrán ser colocadas en el mercado, al ser desplazadas por otros productores más eficaces.

Una crisis económica, por definición implica un periodo de transición en el que la gente se estrecha el cinturón. Por culpa de las intervenciones políticas en el sistema financiero, la sociedad ha estado viviendo por encima de sus posibilidades, y el déficit resultante debe ser amortizado, lo que inevitablemente incluye sacrificios. Pero para salir de la crisis lo antes posible, y sobre todo prevenir su repetición, no existe otro camino que mejorar nuestra productividad, disminuyendo la fiscalidad, el gasto público y las regulaciones que restringen la libre iniciativa individual. Hay que crear riqueza, no repartir miseria mediante la aplicación de ridículas fórmulas precapitalistas.

Aunque claro, recomendarle esto a un socialista es como decirle que vaya contra su propia naturaleza.

Carcalejos, Carcalejos, Carcalejos

Una juez ha condenado a Jiménez Losantos, por "intromisión ilegítima en el derecho fundamental al honor", a indemnizar a Carcalejos con 100.000 euros, a publicar el fallo de la sentencia en tres periódicos y a leerlo tres veces en su programa. (No precisa si debe hacerlo de rodillas.)

Están haciendo con Jiménez Losantos lo mismo que hicieron en su día con Gómez de Liaño, tratar de destruirlo. También entonces hubo una serie de jueces adictos al polanco-cebrianismo (Auger, Bacigalupo, etc) que pusieron todo su empeño en destruir civilmente a quien había osado desafiar al poder fáctico fácilmente reconocible.


Esta vez se trata de eliminar al periodista que con mayor vehemencia ha denunciado la mentira de la versión oficial del 11-M, lo que le lleva a oponerse a personajes como Gallardón o
Carcalejos. Para ello, el gobierno cuenta con inestimables apoyos en la judicatura y en los medios de comunicación, que actúan con coordinación casi militar, en el mejor estilo soviético. Y así nos vamos acercando peligrosamente al punto de no retorno en el deterioro de nuestra democracia, si es que no lo hemos sobrepasado ya.

***

Una juez ha condenado a Jiménez Losantos, por "intromisión ilegítima en el derecho fundamental al honor", a indemnizar a Carcalejos con 100.000 euros, a publicar el fallo de la sentencia en tres periódicos y a leerlo tres veces en su programa. (No precisa si debe hacerlo de rodillas.)

Están haciendo con Jiménez Losantos lo mismo que hicieron en su día con Gómez de Liaño, tratar de destruirlo. También entonces hubo una serie de jueces adictos al polanco-cebrianismo (Auger, Bacigalupo, etc) que pusieron todo su empeño en destruir civilmente a quien había osado desafiar al poder fáctico fácilmente reconocible.


Esta vez se trata de eliminar al periodista que con mayor vehemencia ha denunciado la mentira de la versión oficial del 11-M, lo que le lleva a oponerse a personajes como Gallardón o
Carcalejos. Para ello, el gobierno cuenta con inestimables apoyos en la judicatura y en los medios de comunicación, que actúan con coordinación casi militar, en el mejor estilo soviético. Y así nos vamos acercando peligrosamente al punto de no retorno en el deterioro de nuestra democracia, si es que no lo hemos sobrepasado ya.

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Una juez ha condenado a Jiménez Losantos, por "intromisión ilegítima en el derecho fundamental al honor", a indemnizar a Carcalejos con 100.000 euros, a publicar el fallo de la sentencia en tres periódicos y a leerlo tres veces en su programa. (No precisa si debe hacerlo de rodillas.)

Están haciendo con Jiménez Losantos lo mismo que hicieron en su día con Gómez de Liaño, tratar de destruirlo. También entonces hubo una serie de jueces adictos al polanco-cebrianismo (Auger, Bacigalupo, etc) que pusieron todo su empeño en destruir civilmente a quien había osado desafiar al poder fáctico fácilmente reconocible.


Esta vez se trata de eliminar al periodista que con mayor vehemencia ha denunciado la mentira de la versión oficial del 11-M, lo que le lleva a oponerse a personajes como Gallardón o
Carcalejos. Para ello, el gobierno cuenta con inestimables apoyos en la judicatura y en los medios de comunicación, que actúan con coordinación casi militar, en el mejor estilo soviético. Y así nos vamos acercando peligrosamente al punto de no retorno en el deterioro de nuestra democracia, si es que no lo hemos sobrepasado ya.

martes, 29 de julio de 2008

Fines sociales

Me parece muy respetable, faltaría más, que haya quien no quiera marcar la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta.

Personalmente, la que no he marcado nunca es la de "fines sociales", sencillamente porque desconozco qué parte de mis impuestos irá a parar a grupos terroristas, a través de ONGs que encubren sus verdaderas actividades con hipócritas palabras como "paz", "solidaridad" o "derechos humanos".

El pasado sábado fue detenida en Madrid una ciudadana española, acusada de colaboración con las FARC colombianas. Esta persona había trabajado en una ONG llamada OSPAAAL (Organización de Solidaridad con los Pueblos de África, Asia y América Latina). Una elemental indagación en Internet nos permite descubrir que tras las declaraciones de "promoción de la paz y de los derechos humanos entre los pueblos", se ampara una organización comunista cubana que apoya (ideológicamente, como mínimo) a diversos movimientos extremistas, antiliberales y antioccidentales de todo el mundo.

La administración socialista subvencionó a OSPAAAL, entre el 2006 y el 2007, con cerca de 40.000 euros. Años antes, en 1998, el Ayuntamiento de Valencia también aportó unos 20.000 euros a esa organización "no" gubernamental (nacida en un país donde todo es del gobierno, y financiada por gobiernos). Me gustaría saber realmente cuánto dinero recaban en conjunto este tipo de tapaderas. Mientras tanto, ya digo, ni borracho marco la casilla de fines sociales.

lunes, 28 de julio de 2008

La culpa de la crisis (y de todo)

¿Recuerdan cuando la izquierda y los sabios de taberna de todos los colores nos decían que la guerra de Iraq era para asegurarse el petróleo barato? No debíamos creernos el bulo de las armas de destrucción masiva (ADM), nos decían, con pose de personas experimentadas.

También vaticinaban muchos (¿anhelaban?), que Iraq se convertiría en un nuevo Vietnam para los americanos.

Pues bien, los americanos han ocupado Iraq, han derrocado a Saddam Hussein y han apoyado la implantación de un gobierno democrático. El terrorismo, lentamente, pero de manera claramente mensurable, va reduciéndose. Y el petróleo no se ha abaratado, sino todo lo contrario, aunque no parece que ello tenga mucho que ver con la actual crisis económica.

Cierto que las ADM no han aparecido, pero eso puede significar tanto que nunca existieron, como que fueron destruidas u ocultadas fuera del país.

Conclusión: La culpa de la actual crisis económica la tiene el trío de las Azores (al menos según el dotor Pepiño Blanco).

¿Captan la lógica? Yo tampoco. Pero no deja de admirarme la forma que tienen los seudoprogresistas, ya no de sobreponerse a los hechos contrarios a sus prejuicios, sino incluso de invocarlos como si hablaran en su favor. Y me temo que abundan quienes se dejan impresionar de esta manera.

domingo, 27 de julio de 2008

Qué intereses económicos ni qué leches

Ante la nauseabunda recepción del dictador venezolano Hugo Chávez en nuestro país, muchos ingenuos repiten aquello de "lo que hacen los intereses económicos", como si de esta manera nos dieran a entender su desengañada visión de las cosas.

Pero es sencillamente ridículo. Si los intereses de nuestras empresas en el extranjero fueran la prioridad de este gobierno, su obsesión sería mantener las relaciones más estrechas con países como Estados Unidos (donde por cierto nuestras inversiones son incomparablemente mayores), no con dictaduras bananeras sin seguridad jurídica alguna, ni la menor garantía de que no se robará a nuestros inversores, sino todo lo contrario.

No, lo que hay aquí son intereses puramente ideológicos, como acabo de decirle (perdón por repetirme) a un comentarista anónimo en este incisivo post de Fonseca. Tenemos la desgracia de padecer el gobierno más sectario e izquierdista de Occidente, y su majadera política exterior es buena prueba de ello. Lo que hay es precisamente un desprecio absoluto por nuestros intereses económicos, como lo demuestra que ante las agresiones a la propiedad privada del régimen venezolano, que han afectado especialmente a muchos ciudadanos de la colonia española, el gobierno español no ha hecho siquiera un gesto de crítica.

Hablan de no sé cuántos miles de barriles de petróleo que nos servirá Chávez "a cambio de tecnología". (Ver también este post de Martha Colmenares). Tecnología que en lugar de vender a países que podrían hacer un buen uso de ella, nos servirá para convertirnos en dependientes de los caprichos del psicópata caribeño. Flaco negocio. Ah, y no me olvido del papelón del rey. Otro cuyos negocios no siempre transparentes y aventuras de otro tipo le han convertido en dependiente del gobierno y de la Academia de la Progresía Española, también conocida como PRISA, quienes tienen en su mano dinamitar la monarquía el día que ésta no se pliegue al programa de actos del establishment izquierdista.

No nos equivoquemos. El interés de Zapatero por las cuestiones económicas es puramente marginal. Sólo le preocupan en la medida en que se necesita dinero para sus reformas totalitarias, que nos conducirán a mayores cotas de autoritarismo (con la división de poderes abolida de hecho, y todo contrapoder fáctico domesticado o aplastado), así como mayores cotas de miseria.

El gobierno debería

Se trata de una manía absolutamente generalizada. Ante cualquier aspecto de la realidad que se considera injusto, lamentable o simplemente mejorable, un elevado porcentaje de la gente invoca la intervención del Estado. "El gobierno debería..."

En una revista leía hace poco una entrevista a un mediático divulgador de remedios naturales, el cual decía que "los gobiernos deberían obligarnos por ley a consumir más arroz integral". (!)

"El gobierno debería" equivale lisa y llanamente a: "Si yo pudiera, obligaría a todo el mundo a..." No es otra cosa, en suma, que la forma socialmente admitida de dar rienda suelta al tirano que todos llevamos dentro.

Y ¿dónde está el límite de aquello que deberían hacer los gobiernos "por nuestro bien"? Orwell, por ejemplo, imaginó gimnasia obligatoria vigilada por cámaras en el interior de los domicilios. Las posibilidades son inagotables, y los think tanks progres tienen mucho tiempo y dinero para idear eslóganes y consignas nuevas, que vayan calando en la población y permitan justificar las intromisiones más escandalosas en la vida privada, y las restricciones más bárbaras de la libertad. Eso sí, con la cándida colaboración, en forma de granito de arena, de muchos Txumaris. (Que ahora me ha venido el nombre a la cabeza.)

viernes, 25 de julio de 2008

Tarragona será un poco más pobre

El Fortí de la Reina Anna Stuart es (era) un emblemático restaurante de Tarragona construido en las ruinas de un fortín de la Guerra de Sucesión, junto a la Platja del Miracle. Tras un largo proceso judicial, en pocos días se supone que deberá procederse a la demolición del establecimiento, para devolver el edificio a su estado anterior, que al parecer se reducía a poco menos que los muros exteriores. El motivo es que la licencia concedida en 1989 (!) para la construcción de un restaurante era inválida, por tratarse de una zona verde.

Los que son favorables a la demolición argumentan que la ley está para cumplirse. La ley sentenciaba (al menos si debemos creer a sus intérpretes) que en aquellas ruinas no se podía construir un restaurante. Por tanto, no podemos aceptar la política de los hechos consumados y alegar, a fin de que no se ejecute la sentencia, que es una verdadera lástima derruir tan bellas instalaciones. El prestigio y la autoridad de la ley es un bien superior a cualquier perjuicio particular que pueda originar su riguroso cumplimiento. Dura lex, sed lex: Esto es lo que, en esencia, nos vienen a decir.

Análogo argumento emplean frente a la rumorología que durante años ha protagonizado la persona que denunció la concesión de la licencia, la procuradora Rosa Elías, la cual supuestamente habría actuado por motivaciones personales, relacionadas con el paso de su marido por el Ayuntamiento. Aunque así fuera, nos dicen, no afectaría en lo más mínimo a lo ya dicho. La ley es la ley, y las motivaciones psicológicas por las cuales alguien pueda emprender acciones judiciales son irrelevantes de cara a juzgar si tiene o no razón.

Desde luego, se trata de argumentos difíciles de objetar. Sólo cabe preguntarse si se puede considerar justa una decisión judicial que se materializa con casi veinte años de retraso. Pero curiosamente, algunos de los que hacen gala de tan exquisito formalismo jurídico, pretenden al mismo tiempo reforzar su posición mediante consideraciones de orden ideológico que son tan ajenas al derecho como las de tipo sentimental o psicológico que repudian. Porque hay quien no sólo saluda la ejecución de la sentencia de demolición como un triunfo de la legalidad, sino como un bien para la ciudad, al devolver al público un espacio privatizado irregularmente. Pero ¿no quedamos en que lo que debe decidir la justicia en todo caso es si hay transgresión de la ley, no si las consecuencias de un acto son supuestamente deseables o no?


Pues ya que se empeñan en sacar el tema, abordémoslo. ¿Tenemos motivos para la alegría los tarraconenses, porque hayamos perdido un establecimiento privado de innegable categoría, a cambio de recuperar para uso público unas ruinas junto al mar? En mi opinión, claramente no. Para empezar, la expresión "uso público" es ya en sí misma tendenciosa. En realidad deberíamos decir que esos terrenos pertenecen a la administración. Es decir, que los ciudadanos de Tarragona no decidiremos lo que queremos hacer con ellos, sino que unos políticos o funcionarios decidirán por nosotros qué nos conviene en relación al uso de ese espacio. Lo más probable es que nos digan que al devolver el recinto a su apariencia anterior, la ciudad recupera un valor "cultural". Pero la palabra cultura funciona también aquí como un verdadero fetiche. Sería absurdo que toda construcción humana tuviera que conservarse inalterada, independientemente de su calidad artística. Es más que dudoso que este fortín del siglo XVIII pertenezca a la categoría de las obras de arte del periodo que merezcan siquiera mención.


Hasta ahora, mucha gente de Tarragona y de fuera de Tarragona habíamos podido disfrutar de una buena gastronomía y un excelente servicio en un entorno difícil de olvidar. El Fortí representaba un elemento más de atracción y prestigio que beneficiaba objetivamente a la ciudad. Esto ya se ha acabado. Los adictos a la demagogia barata dirán que a cambio ahora todo el mundo, sea cual sea su nivel de renta, podrá disfrutar de... ¿de qué? ¿De deambular entre unos muros medio derruidos? ¿Es mejor la miseria repartida equitativamente que la riqueza, aunque el acceso a ella sea desigual? Para mí, insisto, es evidente que no. Sin el restaurante El Fortí de la Reina, Tarragona es un poco más pobre. Un poco más socialista.

Por supuesto, si en su momento, cuando se concedió la licencia, las cosas se hubieran hecho bien, modificando antes la legislación urbanística, El Fortí podría seguir existiendo, y además ser legal. Pero gobernaba la ciudad el alcalde Recasens. Socialista, por cierto.

jueves, 24 de julio de 2008

Homo antiamericanensis

El pasado miércoles, el profesor José Luis Sampedro pronunció un discurso en El Escorial, con ocasión de un acto organizado en su honor por la Universidad Complutense. Entre otras cosas, allí dijo que "en Estados Unidos el homo sapiens parece haber sido reemplazado por el homo faber".

Supongo que Sampedro, que ha vivido en Estados Unidos, no ignora la calidad de las universidades, bibliotecas e instituciones científicas y culturales norteamericanas. Tampoco creo que haya querido decir que el perfil del ciudadano europeo medio sea el de una persona leída y sensible, asidua de teatros, museos y galerías de arte, y no de bares, parques temáticos y televisión (como el estadounidense, se entiende). Estoy convencido de que la pretenciosa y chovinista idea que, comparativamente, a los europeos nos gusta hacernos de nosotros mismos, en el fondo no se la cree nadie -salvo los neoyorquinos progres.

Entonces, ¿qué diablos puede querer decir eso del homo faber? ¿No será una vaciedad apta sólo para públicos predispuestos a aplaudir cualquier cosa que se diga contra el Imperio Yanqui, sobre todo si aparenta ser una reflexión profunda? Sin duda, algo de eso hay.

Pero sobre todo, este tipo de retórica me recuerda poderosamente a la que se estilaba en las primeras décadas del siglo XX, de crítica de la cultura "materialista" de Estados Unidos, y que tuvo su clímax en el pensamiento de autores próximos al nazismo, o directamente nazis, como por ejemplo Spengler o Heidegger. Son concepciones cuyos antecedentes se remontan a la reacción romántica germánica contra la Ilustración anglofrancesa, que oponía el concepto de cultura o espíritu al de civilización, en un sentido no muy diferente de la oposición, algo más burdamente expresada, entre el hombre que sabe y el hombre que fabrica (pero ¿realmente son opuestos?). En fin, el viejo y conocido tufillo antiliberal de siempre.

Según El País, Sampedro es "una de las principales personalidades de la intelectualidad española de izquierda". Me lo creo. Y ello me reafirma en la opinión que me merece la izquierda.

miércoles, 23 de julio de 2008

Y ¿quién protege a los lectores?


El Gremio de Libreros de Cataluña ha demandado a la cooperativa Abacus (con varias librerías por toda la comunidad autónoma) por hacer descuentos en los libros superiores al 5 %. Abacus aplica, en efecto, descuentos del 15 % a los que estamos en posesión de la correspondiente tarjeta de socio. Y además tiene el descaro de abrir ininterrumpidamente desde la mañana hasta las 9.30 de la noche. Esto es inadmisible. ¿Habráse visto tantas facilidades para comprar libros?

El pretexto que aduce la competencia es que hay que proteger al librero tradicional, que por lo visto es una especie de erudito venerable y un amante idealista de los libros; algo así como un personaje salido de una novela de Carlos Ruiz Zafón, cuya extinción es preciso evitar como sea. Pero qué quieren que les diga. Yo creo que esos libreros hace mucho que se extinguieron. Prueben a pedir cualquier libro que no esté en la lista de novedades en cualquier pequeña librería. En el mejor de los casos, se limitarán a consultar en el ordenador, exactamente igual que harán en cualquier Carrefour. Y no se sorprendan si alguna vez incluso les contestan algo así como: "¿queeeeé?"

Si de verdad quedan libreros de los de antes, no necesitan que nadie les proteja restringiendo la libertad de precios ni de horarios. Ellos mismos se ganarán la fidelidad de sus clientes. Pedir protección es precisamente un reconocimiento de la propia mediocridad impotente. Creo que fue Rothbard quien dijo que cuando alguien habla de "competencia desleal", ya podemos prepararnos para aflojar la cartera.

Con o sin cooperativas como Abacus, cada vez somos más los que compramos la mayoría de los libros por Internet. Está abierto las 24 horas, y te los sirven en tu domicilio con mucha mayor rapidez que si los encargas en la librería. Que sigan los gremios defendiendo sus privilegios. A este paso, pronto se quedarán sin afiliados, y no me van a dar ninguna pena.

domingo, 20 de julio de 2008

Cine y literatura

Seguramente todo el mundo estará de acuerdo en que la base para una buena película se encuentra en un buen guión. Luego son fundamentales, qué duda cabe, la dirección y la música, pero si el guión falla, nada puede salvar el producto que pueda salir.

Sin embargo, siendo esto cierto, es algo muy distinto de afirmar que, en el caso de las películas basadas en una obra literaria, la novela que sirve de inspiración también debe ser buena, por no hablar de aquel tópico, tantas veces refutado, de que "la novela siempre es mejor que la película". Naturalmente, si uno se empeña en hacer una película de una gran obra literaria, se pone un listón temerariamente alto. Por eso me atrevo a decir, no sin cierto ánimo polémico, que una buena película debe estar basada en una mala novela, mientras que se conocen pocos casos de grandes novelas guionizadas para una película que estuviese a la altura.

La razón, según creo, no es difícil de comprender. Cine y literatura son artes distintas, cada una con sus propias leyes. Hay autores de best-sellers que ya escriben sus obras pensando en la película que se rodará a partir de ellas, pero está claro que, sin dejar de reconocer sus virtudes técnicas, no se trata de aportaciones relevantes a la historia de la literatura. Lo malo es cuando el tipo de película que ya entrevé el novelista se corresponde con las convenciones más trilladas del género. Así ocurre por ejemplo con John Grisham, cuyas novelas acostumbran a tener unas cuatrocientas páginas, de las cuales las doscientas primeras suelen cautivar la atención del lector, mientras que las doscientas restantes, en las que lo esencial de la intriga ya ha sido desvelado, se limitan a relatar la carrera entre buenos y malos por salirse con la suya, con la victoria de los primeros como desenlace. Y análogamente puede decirse de las adaptaciones para el cine.

Otro autor de éxito cuyas novelas parecen escritas ex profeso para el cine es Frederick Forsyth. En general tanto las novelas como las películas son olvidables (aunque yo disfruté mucho de crío leyendo algunas como Chacal, La alternativa del diablo, Odessa, etc). De hecho, la primera adaptación cinematográfica de Chacal por Fred Zinnemann sí que es una película notable dentro del género, mucho mejor -una vez más- que la novela. No así, también hay que decirlo, la mamarrachada perpetrada entre Bruce Willis y Richard Gere un cuarto de siglo después. Pero incluso en el caso de una mala película, la ventaja sobre una mala novela es evidente: Pierdes sólo hora y media viéndola, mientras que cualquier novela de doscientas y pico páginas ya te ocupa una o dos tardes.

¿Por qué no puede haber una gran película basada en una gran obra literaria? Imposible no es, desde luego, pero está claro que el Ulises de Joyce no parece el texto más adecuado para inspirar un guión cinematográfico. Si algún día se rueda una buena película pretendidamente basada en la novela del escritor dublinés (ignoro si ya se ha hecho), seguramente no podrá ser muy "respetuosa", como suele decirse, con el texto de partida: Será necesariamente otra cosa. ¿No es entonces más fácil aprovechar el material de otro tipo de productos literarios, incluso aunque sean de calidad incomparablemente inferior?

Es lo que de hecho han preferido grandes maestros del cine, como Hitchcock y muchos otros, que se inspiraban en novelas mediocres que ya nadie recuerda. También existen novelas relativamente apreciables, aun siendo de valores literarios discretos, que han servido de base para películas muchísimo más interesantes que la obra literaria. Recuerdo en particular Fahrenheit 451, de Truffaut, película de ciencia-ficción que me impactó mucho, y que vi antes de leer la novela de Bradbury. Tiempo después, la lectura de ésta tampoco diré que me decepcionara, pero creo que perdurará mucho más el filme.

sábado, 19 de julio de 2008

Por qué he elegido la asignatura de religión para mis hijos

El niño que recibe educación religiosa puede en la edad adulta conservar la fe, o tal vez no. Pero aquel que es educado en principios laicos y positivistas, lo más probable es que se mantenga en ellos toda la vida. El Estado, o sus padres, habrán decidido por él lo que será seguramente para siempre.

La razón es que la mente humana ama lo simple, y es mucho más fácil que desde creencias complejas (como son las de nuestro legado cultural judeocristiano) evolucionemos hacia las ideas esquemáticas de tipo materialista o positivista, que no al revés. La persona que desde pequeño ha mamado que los relatos bíblicos son meras supercherías, difícilmente tomará en consideración el esfuerzo de intentar -tardíamente- conocer y comprender los fundamentos de la religión que ha forjado nuestra civilización.

Para los antirreligiosos, se ahorra con ello una lastimosa pérdida de tiempo. Para quienes somos verdaderamente escépticos -no como muchos que se ufanan de serlo, pero sólo practican el escepticismo en una dirección- lo que se ha ahorrado aquí, en la práctica, es la libertad de elegir de un futuro adulto.

Durante el debate en las Cortes de la II República sobre la Ley de Congregaciones Religiosas, el diputado Antonio Pildain (futuro obispo de Canarias), citó una carta atribuida al socialista Jean Jaurès (aunque no he hallado el original francés), y luego reproducida muchas veces, en la cual se dirigía a su hijo explicándole los motivos por lo cuales, pese a no ser hombre de convicciones religiosas, se negaba a firmarle un justificante que le eximiera de cursar la asignatura de religión. "Sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos -decía Jaurès- los que tienen facultad para serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión."

Vale la pena leer la carta entera. Hoy la he descubierto en el blog Nihil Obstat, que lamentablemente echa el cierre después de varios años. Una gran pérdida para la blogosfera catalana.

No quiero, en fin, que mis hijos sean unos ignorantes. Quiero que cuando llegue el momento puedan decidir con conocimiento de causa. Y que sean cuales sean sus creencias, no se sientan huérfanos de referencias ni de raíces, no estén fatalmente desconectados de un pasado que sin la religión resulta incomprensible. Pues si no sabemos de dónde venimos, nos harán ir a donde quieran.

viernes, 18 de julio de 2008

Semos superiores

Uno de los temas favoritos de los seudoprogresistas es la supuesta superioridad de la cultura europea sobre la estadounidense. Para corroborar su punto de vista utilizan como elemento de comparación los productos más banales de Hollywood, como si en cambio John Ford o Kubrick fuesen de Pontevedra.

Antes de ayer vi en la tele una película española, a pesar del título inglés, Stranded (Náufragos), dirigida por María Lidón en 2002. Trata de una expedición que se estrella en el planeta Marte y de las tensiones entre unos personajes que intentan sobrevivir en tan inhóspitos parajes. El guión no está mal contruido, pero hacia el final no es capaz de resolver con pericia el viraje fantasioso que toma la historia, y acaba haciendo honor al título: naufragando.

Sin embargo, en alguna de las webs donde se puede encontrar información sobre la película, nos la presentan como "alejada de los tópicos" del cine de ciencia-ficción estadounidense, centrada no en "batallas" y efectos especiales, sino en unos "personajes bastante más cuidados de lo que es común en las producciones americanas". No se lo crean. Los personajes de Stranded, pese a que el guión no carezca de algún mérito, no son menos esquemáticos que los de tantas películas americanas que plantean situaciones muy similares, en las que un grupo reducido debe enfrentarse a una situación límite, con los conflictos internos que ello genera.

¿Por qué entonces ese petulante sentimiento de superioridad? Lo bueno es que las escenas dentro de la nave espacial se rodaron en la misma reproducción utilizada en la película de Clint Eastwood, Space Cowboys, que sin ser una de las obras maestras del director de Sin perdón, le da cien mil vueltas a la película española. De acuerdo que las comparaciones son odiosas e injustas. Pero son los propios creadores y los críticos quienes imprudentemente se empeñan en hacerlas.

Despreciamos a los americanos, pero luego bebemos los vientos por imitarles y que nos conceda un Óscar la Academia. Semos superiores: En ridiculez.

jueves, 17 de julio de 2008

Cosas del capitalismo despiadado

En Estados Unidos, ya se sabe, rige el capitalismo más despiadado y salvaje, en el cual sólo "quien puede permitírselo" (¿les suena el latiguillo?) disfruta de acceso a la atención sanitaria de calidad (es decir, privada).

Pero no serán tan pocos esos privilegiados que pueden permitírselo, cuando resulta que los norteamericanos en su conjunto tienen más probabilidades de sobrevivir a un cáncer que los europeos, según un extenso estudio publicado por The Lancet Oncology. (Ver noticia en El Mundo.)

miércoles, 16 de julio de 2008

Típica propuesta facha de un progre

"Libertad ¿para qué?" es lo que contestó Lenin al socialista Fernando de los Ríos cuando éste le manifestó su inquietud por la ausencia de libertades (dicho suavemente) que observó durante un viaje a la URSS.

Significativamente, son palabras muy similares a las que emplea cierto progre latoso como título de un post publicado hace más de dos años en un blog inactivo, y que dice lo siguiente:

Sobre la libertad de expresión propongo la siguiente máxima: "La expresión que propugne limitar derechos más fundamentales que el de la libertad de expresión no debe ser libre."

Casos: Apología del terrorismo (contraría el derecho a la vida), apología del franquismo (contraría la libertad de conciencia, de reunión, de manifestación, etc.), insulto (contraría la dignidad del receptor)
.


Por alguna razón, nuestro entrañable progre ha llegado a la conclusión de que la libertad de conciencia, de reunión, de manifestación e incluso algo que llama "dignidad del receptor" son más fundamentales que la libertad de expresión. No debe extrañarnos: una de las tácticas favoritas de la izquierda consiste en recortar derechos pretextando la defensa de otros derechos, reales o inventados para la ocasión, que por supuesto se consideran superiores a los viejos derechos burgueses. La fecundidad de la máxima es por ello inagotable. Podemos por ejemplo prohibir la defensa del mercado libre, arguyendo que "contraría los derechos de los trabajadores", los cuales serían más importantes que la libertad de expresión. Vamos, que podemos prácticamente prohibir todo lo que no concuerde con el Pensamiento Mao, o aquel que esté vigente en cada momento o lugar. ¿No es magnífico?

Nota: No crean que ahora me ha dado por la arqueología de blogs progres. Ha sido googleando a partir del nick de un comentarista que últimamente la ha tomado conmigo, como he dado con esa "defecación colateral", como el propio autor la define.

martes, 15 de julio de 2008

Violencia simbólica

Hay frases que son estúpidas. Y hay frases que además de estúpidas, son peligrosas. El conseller de Cultura de la Generalitat catalana ha dicho en un programa de radio lo siguiente:

"Estamos acostumbrados a ver como violencia sólo la física, pero también hay violencia simbólica; cuando se intenta convencer a amplios colectivos de cosas que son falsas al servicio de determinados intereses políticos, es una forma de violencia simbólica."

Se estaba refiriendo al Manifiesto por la Lengua Común, pero esto es lo de menos ahora. Podría haber estado aludiendo a cualquier otra bestia negra de los nacionalistas, como la COPE. Lo grave aquí es que se equipare la difusión de determinadas ideas y opiniones a la violencia. Esto supone, veladamente, justificar, o "comprender" la eventual violencia física que podría emplearse contra quienes manifiestan esas ideas u opiniones.

Es la misma psicología de quienes no ven mal que Jiménez Losantos sufriera un atentado de Terra Lliure, por haber sucrito en los ochenta otro manifiesto en defensa de los derechos lingüísticos. Es también la mentalidad de quienes han llegado a comparar a la COPE con la Radio de las Mil Colinas de Ruanda.

La mente humana está hecha de tal manera que para actuar violentamente contra alguien, primero tienes que odiarlo. Y no hay nada para sentir odio como recibir una agresión: real o imaginaria.

Quienes tanto protestan contra la catalanofobia tienen un objetivo claro: cultivar la hispanofobia. Necesitan sentirse agredidos para quizás algún día poder justificar sus propias agresiones. Es lo que lleva ocurriendo en el País Vasco desde hace décadas, y a algunos parece que les gustaría importar el modelo.

No existe, por definición, tal cosa como la "violencia simbólica". En todo caso existe la amenaza de usar la violencia. Que alguien hable de violencia simbólica es señal innegable de que carece de mejores argumentos para atizar el odio, que es lo que a fin de cuentas acaba conduciendo muchas veces a la verdadera violencia.

lunes, 14 de julio de 2008

Por qué no me convence el anarco-capitalismo

Albert Esplugas ha repescado un artículo suyo en el cual expone la idea básica del anarco-capitalismo (AC, en adelante). La limpidez de su razonamiento es innegablemente sugestiva. Otra cosa es que nos convenza.

El artículo parte de refutar la objeción típica, la de que el AC postula una concepción demasiado optimista de la naturaleza humana. Para el autor, esto supone malentender la teoría, la cual no defiende que pueda existir una sociedad sin policías ni ejércitos. Lo que afirma es que la protección debería ser un servicio completamente privatizado, exactamente igual que cualquier otro, y que nada justifica los actuales monopolios estatales en seguridad y defensa. El Estado sencillamente sobra.

En una sociedad basada en el AC, los individuos serían más libres, pues ante la agresión de una organización que supuestamente existe para su defensa, podrían reclamar el auxilio de otra, es decir, contratar a la competencia, mientras que en la actualidad no existe defensa posible ante la agresión de quien detenta el monopolio de la violencia, que es el Estado.

En realidad, yo no creo que la objeción basada en la naturaleza humana haya sido refutada. El AC parece sobreentender que los ejércitos y las policías privados respetarán siempre las reglas de juego, compitiendo por su cuota de mercado como cualquier otra empresa que no dispone del recurso a la fuerza, y que no se aliarán y terminarán fusionándose entre sí para oprimir a la población. Es decir, que no acabaríamos en una situación muy parecida a la actual, en la cual aproximadamente unos doscientos ejércitos, y no sé cuántas policías, se reparten sus áreas de influencia en todo el planeta, sin dar otra opción a los que no estén conformes con la "protección" que reciben, que la de migrar de un área a otra.

No me sirve la objeción de que, al igual que ocurre ahora con las empresas que concurren en el mercado libre, ese peligro podría evitarse con unas adecuadas leyes de defensa de la competencia y antimonopolio. Porque eso presupone la existencia de un árbitro ajeno al mercado, con todas las imperfecciones que se quiera, que en última instancia aplica esas leyes por la fuerza. ¿Qué ocurre entonces cuando determinadas empresas son ellas mismas la fuerza? ¿Quién impedirá que conspiren unidas contra el público?

Analicemos la cuestión desde otro punto de vista. Imaginemos que efectivamente se diera un escenario anarco-capitalista, en el cual los ejércitos y las policías no fueran más que empresas como otras cualesquiera, cuyos servicios serían contratados por los usuarios libremente. Por supuesto, no cabe pensar que todo el mundo pudiera contratar los servicios de un ejército, o siquiera de una unidad militar menor. Incluso es dudoso que los servicios de un guardaespaldas estuvieran al alcance de cualquiera. Más verosímil resulta que por ejemplo una ciudad o entidad mayor contratase su propia fuerza policial o militar para defenderse de posibles agresiones de sus vecinos y establecer el orden en el interior. Pero cuando hablamos de entidades colectivas ¿no estamos presuponiendo ya un Estado, un tipo de organización colectiva, sea cual sea su tamaño, que habla y establece contratos con terceros en nombre de los individuos, atribuyéndose algún tipo de legitimidad para hacerlo?

Hay una cosa en la que estoy plenamente de acuerdo con Esplugas, y es que la existencia de un único Estado mundial sería probablemente la peor posibilidad de todas desde un punto de vista liberal. Pero no estoy seguro de que la situación diametralmente opuesta, la de un mundo en el que el poder estuviera totalmente fragmentado, en el cual no existiera a nivel planetario una potencia hegemónica como son los Estados Unidos, fuera un lugar demasiado seguro para vivir.

La violencia, para bien y para mal, siempre existirá. En eso estamos de acuerdo. La idea de que impedir su concentración reducirá sus usos malévolos no carece de cierta lógica, pero parece despojar al mal del atributo de la inteligencia, es decir, conceder que los malvados persistirán indefinidamente en su inoperante aislamiento y no se les ocurrirá nunca coaligarse para acrecentar su poder. No estoy en absoluto seguro de que un mundo regido por el AC fuera deseable. Pero sobre todo, me cuesta mucho creer que pudiera ser estable, y que no acabara de todos modos evolucionando hacia uno muy similar al que ya conocemos. O incluso peor.

domingo, 13 de julio de 2008

Que la arranquen de aquí, si pueden


Esta placa, que hasta hace poco lucía en su fachada norte la iglesia de San Pedro Ad Vincula en Pedro Bernardo (Ávila), ha sido arrancada a trozos por el Ayuntamiento de la localidad a pesar de las protestas del párroco y el Obispado de Ávila.

La placa, como puede comprobarse por la fotografía, reza:

CAÍDOS POR DIOS Y POR LA PATRIA

Sigue el símbolo falangista del yugo y las flechas, y a continuación:

¡PRESENTES!

JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA

Luego, en cuerpo de letra más pequeña, muestra la siguiente lista de víctimas del Frente Popular:

RICARDO GÓMEZ ROJÍ
PABLO PRIETO HERBELLA
VÍCTOR PRIETO HERBELLA
ANASTASIO GONZÁLEZ MARTÍN
GREGORIO GÓMEZ GARCÍA
PATRICIO DÍAZ SÁNCHEZ
PABLO SÁNCHEZ FERNÁNDEZ
RICARDO GONZÁLEZ HERNÁNDEZ
LÁZARO CRUZ MOLERO
DOMINGO SÁNCHEZ Y SÁNCHEZ
AGAPITO DÍAZ GARCÍA
NICOLÁS DE LEÓN CORRAL
LUIS OVEJERO BARDERA
LORENZO DÍAZ GARCÍA
ZOILO ALONSO SÁNCHEZ
LEÓN ROBLES DÍAZ
ASTERIO GONZÁLEZ BLÁZQUEZ

Salvo de José Antonio Primo de Rivera y de Ricardo Gómez Rojí (ambos fueron diputados), no tengo información acerca de los integrantes de la lista. Probablemente ninguno de ellos era liberal, puede que ni siquiera demócrata. Pero murieron violentamente a manos de gente de partidos de izquierda, entre ellos del que en estos momentos se encuentra en el gobierno. Me pregunto qué daño podía hacer una placa conmemorativa que no menciona al dictador ni, que sepamos, a nadie que hubiera cometido otro delito que defender unas ideas o unas creencias determinadas.

Pero por encima de todo, me parece indignante que un partido cuyo papel durante aquellos años fue tan siniestro, promulgue una Ley de Memoria Histórica con la finalidad de destruir los rastros de su actuación, y la ejecute con tales maneras despóticas. ¿Quiénes se han creído que son?

sábado, 12 de julio de 2008

Por fin hablan de mí en Libertad Digital

Hombre, hubiera preferido, para qué negarlo, que Luis Margol hubiera puesto mi blog por las nubes en su artículo. Porque la verdad es que no me deja muy bien parado, que digamos. Califica de "más cursi que un lazo rosa" lo de poner "una cita de Josemari como si de los rollos de la ley se tratase" (eso "no lo hace ni el ¡Hola!", remata sin piedad), entre otras apreciaciones poco lisonjeras.

Pero, qué coño, la cuestión es que, bien o mal, hablen de uno. Si llego a saber que incluir la palabra "macho" en el título de un post me llevaría a ser citado por un columnista de Libertad Digital, hubiera titulado mi blog desde el principio "Cómo ser un macho viril y no morir en el intento". Bueno, lo sé, demasiado largo. Tendré que leer el cómic que me recomienda Margol, a ver si aprendo a escribir.

Nota: Le he mandado a Luis una foto dedicada con afecto. Que de bien nacido es ser agradecido.

¿Qué es el bienestar?

A los políticos europeos les gusta llenarse la boca de expresiones como Estado del Bienestar. Dan por sentado que los europeos disfrutamos de una calidad de vida superior a los estadounidenses, gracias a que sufragamos unos mastodónticos servicios sociales, gestionados por legiones de funcionarios de reconocida ineficacia.

El motivo por el cual este sofisma se sostiene entre gran parte de la población (y hasta se lo acaban creyendo no pocos norteamericanos) es que, por alguna extraña razón, restringimos el significado de la palabra bienestar al acceso a servicios como la educación, la sanidad o las pensiones. Casualmente, aquellas que suele prestar el Estado, con los resultados que ya conocemos de colas, retrasos, baja calidad, etc. Curioso concepto de bienestar.

En su lugar, yo propongo la siguiente definición:

Bienestar es que pueda ir a comprarme un cepillo de dientes a una tienda de barrio, y me encuentre con una docena de tipos distintos.

Y podríamos añadir: Socialismo es cuando vas a comprar un cepillo de dientes y te encuentras que sólo hay de dos clases, el duro y el blando. Y además del blando ya no les queda, o sea que te tienes que quedar con el duro.

No hace falta decir que podemos sustituir el cepillo de dientes por cualquiera de los millones de productos y servicios que produce la civilización actual. Porque a fin de cuentas, el bienestar o la riqueza no pueden medirse de otra manera que por todos los objetos o servicios a los que tenemos acceso, gracias a la productividad de millones de trabajadores y empresarios en todo el planeta.

Aún hoy en día, años después del derrumbe de la URSS, no falta quien se pregunta para qué queremos una docena de tipos de cepillos de dientes. La respuesta es bien sencilla: Porque así tenemos cepillos más baratos y mejores. El mercado libre es el único sistema que permite perfeccionar continuamente la producción, mediante la competitividad. De hecho, fue este proceso el que inspiró a Darwin su teoría de la evolución, según la cual las millones de especies biológicas existentes son el producto de una incesante e insospechadamente creadora adaptación competitiva. Por eso El origen de las especies empieza hablando no de la selección natural, sino de la artificial, es decir, el proceso por el cual los seres humanos, no siempre conscientemente, han seleccionado multitud de especies vegetales y animales desde la prehistoria.

Podemos especular sobre qué hubiera ocurrido si la evolución hubiera sido dirigida desde sus inicios por alguna especie de burócrata extraterrestre. Probablemente no habríamos pasado del nivel de las bacterias, que a fin de cuentas se adaptan de maravilla a todos los entornos, y cuyas necesidades se han reducido al mínimo imaginable. Por no hablar de la maravillosa igualdad socialista que reinaría.

Más allá de las crisis

La solución a la actual crisis económica es perfectamente conocida. Hay que reducir impuestos, recortar el gasto público y liberalizar el mercado laboral. Esta política económica, por supuesto, es mucho más que una receta para tiempos de vacas flacas: Es la que debería aplicar todo gobierno que de verdad aspire a incrementar la prosperidad de un país.

Tampoco es necesario decir que se trata de la política exactamente opuesta a la que cabe esperar de un gobierno socialista. No es que la izquierda nunca aplique, parcialmente y disimulando, algunas medidas liberales, pero al hacerlo queda expuesta no sólo a las críticas de los sectores más izquierdistas, sino sobre todo a que unos buenos resultados hagan caer la venda de los ojos de los electores, y que a medio plazo opten por aquellas siglas que francamente abogan por la liberalización. Siempre será preferible el original a una mera imitación.

Lo que ya resulta absurdo es que la propia derecha se limite a constatar obviedades y evite pasar del nivel de las vaguedades, cuando de exponer su política económica se trata. Las declaraciones de los dirigentes del PP en estos días, al menos las que llegan a la opinión pública (no me sirven conferencias del Campus FAES), se limitan a acusar al gobierno de proponer sólo parches y de no adoptar las medidas adecuadas, sin entrar apenas en cuáles se supone que deberían ser esas medidas. Tiene gracia que encima se evite polemizar sobre temas como la eutanasia o el aborto, pretextando que son meras cortinas de humo para no hablar de la economía, como si en este campo aportaran gran cosa.

No se me escapa que si la derecha decidiera abrir seriamente el debate económico, el gobierno y la mayoría de los medios de comunicación pondrían en marcha la campaña de siempre contra el "neoliberalismo", acusando a la derecha de querer aprovecharse de la crisis para desmantelar el Estado del Bienestar. Pero es que alguien tarde o temprano deberá decirle a la gente que el Estado del Bienestar es precisamente lo que nos priva del nivel de vida que podríamos alcanzar si se redujera drásticamente su carga sobre la economía productiva, que es la que realmente genera bienestar. Y que de todos modos, es insostenible a la larga. Como más tarde se diga esto a los ciudadanos, más traumático resultará. Es cierto que la gente, por lo general, prefiere escuchar bellas mentiras que no verdades desagradables -aunque a la larga saludables. Por ello lo más fácil es limitarse a hablar vacuamente de buena gestión y de sentido común, y esperar que sea la crisis económica la que haga el trabajo de la oposición, desgastando lo suficiente al gobierno para vencerlo en las urnas.

Sin embargo, la consecuencia de no dar la batalla ideológica contra el pensamiento hegemónico seudoprogresista, es que el papel de la derecha queda reducido al de solucionar los desaguisados provocados por la izquierda durante los breves paréntesis en los que una ciudadanía cabreada decide castigarla. Paréntesis tras los cuales, puesto que en ningún momento se ha disputado a la izquierda el terreno ideológico, la gente vuelve a votarla, como el drogadicto que recae en su adicción tras cada cura de desintoxicación.

El resultado es que la izquierda progresa, penetra cada vez más en los corazones de hombres y mujeres. La gente no sólo no se resiste al creciente intervencionismo estatal, sino que llega a exigir que el Estado le solucione todos los problemas, es decir, se inmiscuya más en la vida de todos. La izquierda nunca ha dejado de ser revolucionaria, ha aspirado siempre a cambiar las mentes (la realidad es mucho menos asequible) y las palabras de Zapatero en el reciente congreso de su partido, confesando su aspiración de ir "más allá de la alternancia", son un buen ejemplo de ello.

Así que la derecha liberal-conservadora puede seguir conformándose con su papel de asistente de la izquierda, para sacarla de los atolladeros en los que ella misma se mete, o bien contraponer su propia revolución, a fin de intentar disputar el terreno (que como digo, es el de las mentes) a su adversaria. Esperemos que la crisis (me refiero ahora a la del PP) acabe alumbrando esa nueva ambición.

viernes, 11 de julio de 2008

El macho se resiste a desaparecer


Desde algunas posiciones feministas se nos dice, no sin razón, que las mujeres caen a veces en el error de pretender copiar modelos masculinos, en lugar de aportar su propio estilo a ciertos puestos de la sociedad que tradicionalmente han ocupado hombres. Incluso no falta quien advierte que el género femenino, entendido como rol cultural, "se está extinguiendo".

Luego se verá por qué -aunque algo de verdad haya en ello- semejante afirmación me parece una inexactitud. Lo que ahora me interesa traer a la consideración del amable lector es la contradicción que supone que, a la vez que se lamenta esa conducta mimética en las mujeres, se predique que los hombres deberían parecerse más a ellas, es decir, que deberían renunciar a su masculinidad, entendida como la glorificación de ciertos valores que culturalmente se han plasmado en la figura del guerrero: el desprecio del riesgo, la contención de los sentimientos, etc.

Se nos dice que eso beneficiaría en primer lugar a los hombres, que al no ser ya prisioneros de su propio estereotipo, podrán expresar mejor sus emociones ("si quieren llorar, llorarán") y no necesitarán adoptar conductas peligrosas para demostrar su hombría, tal y como argumenta Carmen Morán en el artículo de El País del que proceden los entrecomillados, titulado El hombre nuevo tarda en llegar.

En realidad, aquello que a la articulista le preocupa, como pronto nos explica, es más bien que la persistencia de ese rol masculino supone una barrera para la igualdad, la cual no será completa hasta que los hombres renuncien definitivamente al arquetipo inconsciente del guerrero. La pregunta entonces es: ¿dónde está el límite de la igualdad? Porque si admitimos que la naturaleza humana debería transformarse hasta el punto de eliminar las diferencias psicológicas entre los sexos, no veo el motivo para no ir más lejos. Hoy las técnicas de reproducción asistida ya permiten prescindir del pene. Eliminémoslo, pues. Hombres, ¿para qué? Las mujeres se bastan ya por sí solas para asegurar la continuidad de la humanidad.

No pretendo sugerir que ese sea el inconfeso objetivo de todas las feministas, claro está. Tampoco pretendo defender el macho ibérico ni los códigos de conducta de los pandilleros adolescentes. Lo que digo es que estoy en contra de toda ingeniería social encaminada a fabricar un "hombre nuevo".

Lo decisivo aquí es que se parte de una falsa premisa, la de que las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres son meras construcciones culturales. Es mentira, y todos los que somos padres sabemos que los niños espontáneamente sienten inclinación por juegos más violentos que las niñas. Aunque sus padres sean unos progres pacifistas y nos les compren juguetes bélicos, cualquier palo les parecerá una espada. Y no se empeñen: ¡Los niños no quieren jugar con muñecas!

La agresividad masculina, no lo niego, es uno de los problemas que toda civilización trata de un modo u otro de contrarrestar, sea canalizándola, reprimiéndola o, lo que es más habitual, con una mezcla de ambos métodos. Pero en nuestra sociedad estamos asistiendo a un fenómeno nuevo. Por un lado desde hace tiempo se viene desprestigiando irresponsablemente toda forma de interiorización de la represión (la religión y la moral tradicional), y por otro se condena o censura determinado tipo de entretenimientos (desde la caza hasta los videojuegos) que pueden actuar como válvulas de escape. De modo que la única vía que se percibe como factible es la tranformación del ser humano mediante la educación, la cual cada vez consiste menos en transmitir conocimiento que en suministrar ese cuerpo de supersticiones modernas conocidas como lo políticamente correcto. Supersticiones que no logran nunca sus objetivos declarados, pero que allanan el terreno para el despotismo.

En efecto, como no se trata principalmente de un problema de educación, sino derivado de nuestro pasado evolutivo como cazadores-recolectores, que sólo recientemente hemos producido una civilización a la cual no estamos adaptados biológicamente, el fracaso de esa estrategia es patente. Pero en vez de abandonarla y reconsiderar viejas medidas desprestigiadas, se incide más en la propaganda desde el poder político, se justifican cada vez mayores dosis de intervencionismo, incluso leyes que atentan contra la igualdad. Y cada vez que se produce un nuevo episodio de maltrato a una mujer, se insiste en culpar al machismo cultural y por extensión, sutilmente, a todo lo que huela a tradición. Se olvida que según la vieja moralidad de nuestros padres, ningún hombre que se preciara de serlo podía jamás ponerle la mano encima a una mujer, ni tratarla con grosería. Desde luego, eso no evitaba que existieran maltratadores (aunque me pregunto si más o menos que ahora), pero es evidente que ello no era debido a la cultura machista, sino más bien a pesar de ella, en contra de la tesis comúnmente admitida. Que es algo así como culpar del alcoholismo a la cultura del vino.

Como a algunos comentaristas que últimamente se prodigan por aquí hay que explicárselo todo, quiero aclarar que no estoy defendiendo el machismo, sino cuestionando la burda caricaturización que el seudoprogresismo hace de él, de la misma manera que cuestionar ciertos tópicos de la izquierda sobre el franquismo no significa necesariamente simpatizar con este régimen.

En definitiva, la ignorancia, la hipocresía y el negarse a mirar la realidad, no pueden conducir a nada bueno. Del mismo modo que empeñarse en ignorar la íntima conexión entre la distribución de la riqueza y su producción sólo conduce a la miseria, desconocer los componentes biológicos de nuestra conducta es una receta segura para la frustración y la anomia social; terreno abonado para los políticos salvadores, siempre fértiles en ocurrencias que ofrecer al eterno coro de los memos, anhelantes de algo que aplaudir, y así continuar progresando por la senda de un totalitarismo huxleyano que por fin dé con la fórmula perfecta de la esclavitud feliz. O sea, de la castración indolora.

miércoles, 9 de julio de 2008

El origen del mal

Según la tradición judeocristiana, el pecado original contamina a toda la especie humana. Todos somos pecadores desde que nacemos. Esta concepción, paradójicamente, no se halla muy alejada de las conclusiones de la psicología evolucionista, en el sentido de que el componente agresivo y egoísta de nuestra naturaleza no puede explicarse ignorando su base biológica, es decir, innata.

Por el contrario, el pensamiento autodenominado progresista se caracteriza por culpar a la sociedad, la cultura, el sistema o como sea que llame a la forma de organizarse los seres humanos. Los males de este mundo, como son la pobreza, la violencia, etc, se explican por la adopción de un sistema social perverso, que impide a las personas manifestar sus verdaderos sentimientos fraternales y las lleva a enfrentarse entre sí, o a explotar las unas a las otras.

De concepciones tan dispares, es lógico que surjan propuestas irreconciliables. El pensamiento liberal-conservador, que es heredero de la visión judeocristiana de la responsabilidad individual y la dignidad personal, al localizar el origen del mal en cada uno de nosotros, defenderá un sistema social basado en la desconfianza hacia quienes ejercen el poder, y por tanto preocupado por mantener aquellas instituciones que lo limitan, y tratará de sacar partido de nuestro propio egoísmo, sin pretender ignorarlo. En cambio, la izquierda cree que reformando conscientemente la organización de la sociedad, incluyendo la educación, podrá alcanzarse un mundo más justo, en el que la naturaleza humana, intrínsecamente buena, dará lo mejor de sí.

Dos son los peligros que entraña el proyecto del mal llamado progresismo, íntimamente relacionados. El primero es que se olvida que la mayoría de instituciones y normas sociales no son producto deliberado de ninguna inteligencia individual, sino el resultado de un largo proceso evolutivo. Esto significa que si las trastocamos alegremente, movidos por esquemáticas ideas "racionales", seguramente seremos incapaces de predecir o controlar todas sus consecuencias. El segundo peligro es que, al faltarle la necesaria desconfianza hacia el elemento maligno de nuestra naturaleza, tiende fatalmente a favorecer la concentración de poder político, en la ilusoria esperanza de que ello le permitirá llevar a cabo las reformas que imagina.

Lo anterior podría resumirse diciendo que la izquierda está aquejada de un temerario optimismo antropológico, que no se justifica por los hechos conocidos en los que se basan la biología, la psicología, la historia y la economía. Sin embargo, el pensamiento de izquierdas también posee un potencial sutilmente depresivo, al menos para quien no se beneficia o se lucra directamente de él. El izquierdismo atribuye la culpa de la infelicidad universal a algo que escapa al control del individuo, a un sistema en el que estaríamos presos como en una jaula. En el Evangelio, Jesús predica que cada uno, incluso el mayor de los pecadores, tiene en su mano su propia salvación. La izquierda desdeña implacablemente esa posibilidad, pero al mismo tiempo ha heredado del cristianismo el espíritu milenarista, alimentando esperanzas ilimitadas en un paraíso terrenal, con la inevitable frustración que ello comporta. La derecha, mucho más cauta, más "pesimista", no nos infunde esperanzas tan desmedidas, no aspira a la felicidad universal ni propone reformas inalcanzables. Sus objetivos son mucho más modestos, y por ello contribuyen mucho más al bienestar general que los delirios de la falsa racionalidad progresista.

Porque en efecto, que una idea sea simple y se formule de manera silogística, no significa que sea racional, si desprecia los hechos y parte de premisas equivocadas. En realidad, bajo la retórica racionalista (que no racional) de la izquierda, laten emociones e instintos atávicos ferozmente irracionales, que explican en gran medida su éxito a la hora de movilizar a amplias masas. Esta es la razón por la cual, pese a culpar al "sistema" de todos los males, la izquierda no es políticamente eficaz si no personaliza el mal en grupos o incluso personas concretas. La burguesía, la derecha, los especuladores, los intermediarios, los fabricantes de armas y, por supuesto, Bush y Aznar: En todo discurso progre que se precie no pueden faltar algunos de esos personajes, burdamente estereotipados y caricaturizados, en contraste con los cuales, los líderes de izquierdas son seres angélicos en los que debe depositarse una confianza ilimitada, y cualquier asomo de sospecha o de crítica hacia ellos se califica de reaccionario y malintencionado, o como servil dependencia de turbios intereses.

Hay quien se pregunta cómo la demagogia más grosera puede triunfar en sociedades altamente civilizadas. Pero ya hemos respondido. El mal está en cada uno de nosotros, y es lo que conduce a muchos a apoyar a quien sabe excitar mejor los odios y las falsas ilusiones.

martes, 8 de julio de 2008

Puede

La vida no es un don divino, según el Dr. Montes.

Puede que no lo sea.

Puede que mucha gente haya venido haciendo el bien hasta ahora por las razones equivocadas.

Puede que de todos modos, aunque hubiera sido atea, lo hubiera hecho igual. O puede que no.

También puede haber gente que haga el mal.

Puede haber gente que haga el mal por razones equivocadas.

Puede que de todas maneras, lo hubiese hecho igual. O puede que no.

Puede que si el Dr. Montes hubiera actuado movido por ciertos prejuicios, inspirados en una rancia tradición, algunos ancianos que murieron debido a sedaciones practicadas en la sala de Urgencias del hospital Severo Ochoa, ahora estuvieran vivos.

Pero eso ya no puede ni debe volver a ocurrir. Puede que siempre haya gente que muera por culpa de trágicos errores, por creencias desdichadamente extraviadas, sean antiguas o modernas. Pero puede que al menos evitemos que nadie viva por culpa de ninguna superstición estúpida y rancia (sobre todo no olviden lo de rancia).

¿No es un avance extraordinario?

lunes, 7 de julio de 2008

Proyecto Gran Zapatero

La esencia del zapaterismo se halla en el concepto de "extensión de derechos". Esta consiste lisa y llanamente en el mayor ataque frontal contra los derechos clásicos (derecho a la vida, libertad de expresión, derecho de propiedad, etc) jamás sufrido por nuestra democracia en las últimas tres décadas, exceptuando el terrorismo.

José María Aznar, en su libro Cartas a un joven español, un breviario del pensamiento liberal-conservador que recomiendo sin reservas, lo expresa con claridad meridiana. Vale la pena citar el párrafo entero:

"Es una paradoja interesante, sobre la que invito a reflexionar. Hoy en día, nadie aguanta que le digan lo que tiene que hacer, pero quienes más alto vocean su libertad y exigen que sea total y absoluta por principio, están dispuestos a que los demás, y sobre todo los gobiernos, se ocupen de partes cada vez más importantes de sus vidas. Es lo que llaman, equivocadamente, 'derechos'. Los derechos se inventaron para poner coto a la acción de los gobernantes en la vida de los gobernados. Para salvaguardar su libertad: de expresión, de religión, de movimiento. Hoy parece que se entienden los derechos al revés, como una invitación a los gobiernos a que intervengan más y más en la vida de las personas."

Es exactamente así.

En el nombre del derecho de la mujer a disponer de su propio cuerpo, se desprotege a la criatura más vulnerable que existe, y se restringe (perdón, "regula") la objeción de conciencia de los médicos.

En el nombre del derecho a una muerte digna (como si los cuidados paliativos no fueran práctica corriente en todos los hospitales) se desprotege a un enfermo o a un anciano con cuya opinión se ha dejado de contar en algún momento ("firme aquí, abuelo, es por su bien").

En el nombre del derecho a hacer visible la personal orientación sexual se pretenden limitar la libertad de expresión ("homofobia") o la libertad económica (leyes contra la discriminación).

Los edificios públicos podrán izar la bandera gay, pero en cambio no se tolerará la presencia de un crucifijo. En nombre de la laicidad, se conculca la libertad religiosa.

Y además, todas estas imposiciones se pretenden establecer con carácter irreversible, "más allá de la alternancia", como ha declarado Zapatero sin asomo de pudor. No se trata sólo de que un gobierno que debería serlo de todos los españoles se dedique a atacar a la moral y la religión, sino de construir un régimen en el que la derecha que conocemos sencillamente ya no tenga cabida, porque no podrá oponerse legalmente a los cambios introducidos por el zapaterismo.

En la radiante nueva era de Zapatero, los "derechos" de los grandes simios estarán mucho más escrupulosamente salvaguardados que los de cualquier mero homo sapiens, no digamos si encima es varón, cristiano y heterosexual. Esas reliquias burguesas serán cosa del pasado, conceptos periclitados de un tiempo en el que imperaban supersticiones como el bien y el mal, y una insana desconfianza hacia nuestros preclaros gobernantes.

sábado, 5 de julio de 2008

Montserrat Nebrera o la política de tercera generación



Aunque la llegada al poder de Zapatero no sería inteligible sin los atentados del 11-M, vista con cierta perspectiva no podemos ignorar que pocos meses antes los socialistas, pactando con el independentismo y el poscomunismo clorofílico, se habían hecho con el gobierno de Cataluña. Ya entonces algunos interpretaron la victoria de Maragall como un anuncio del próximo triunfo socialista en toda España.

Hoy podemos aventurar una tesis análoga, aunque de signo político opuesto. La derecha sólo podrá tener éxito en la reconquista de España si antes consigue arrancarse esa espina llamada Cataluña (y podríamos añadir el País Vasco). Todo indica que este análisis es el que ha hecho la cúpula nacional del Partido Popular. El problema es que parece haber optado por la peor estrategia de todas.

Simplificando, podríamos enumerar tres formas posibles de enfrentarse a los nacionalismos centrífugos:

1. Tratar de acercarse a ellos, cediendo en algunas de sus pretensiones. (Básicamente en los aspectos lingüísticos, culturales y simbólicos). Esta estrategia es un error porque jamás el PP se hará perdonar por esta vía ser quien es. Lo único que consigue es envalentonar todavía más a los nacionalistas, que interpretan toda cesión como debilidad y como un reconocimiento de que tienen la razón. Amén de ganarse la desafección de parte de sus votantes.

2. Hacer de la oposición frontal al nacionalismo el eje de la acción política. Aunque opuesta evidentemente a la estrategia anterior, ésta ha demostrado también su total ineficacia. Jamás se conseguirá romper así el hechizo nacionalista, porque sistemáticamente se interpreta esta postura como un simple choque de nacionalismos, el español con el catalán o vasco. El discurso de los derechos individuales, aunque merezca todas nuestras simpatías, no suena convincente por sí solo porque la afectación de cosmopolitismo no va bien con la derecha. Eso en realidad es un tema, por no decir un tic, de la izquierda; de ahí el relativo éxito de Ciutadans y UPyD.

Frente a esta aparente disyuntiva, podemos concebir otra estrategia, que es en mi opinión la única viable:

3. Sustituir el debate nacionalista por el debate izquierda-derecha. Con ello no se trata de mirar hacia otro lado frente a los atropellos del nacionalismo (lo que sería caer en la estrategia 1) sino de poner en evidencia su carácter monomaníaco sin que parezca que se cae en otra pulsión maníaca de naturaleza simétrica. Para ello hay que defender un ideario positivo global, que no se perciba como una mera reacción frente al de otros, y dentro del cual la critica a las políticas nacionalistas emerga como consecuencia de la coherencia intelectual, no como una especie de particular fobia anticatalana o antivasca que se quiere adornar con una retórica liberal insincera. Esta estrategia es la que por defecto, pese a los devaneos del zapaterismo con el nacionalismo, caracteriza a la izquierda, a la cual precisamente lo que más le gusta es hablar de... la derecha. Pues ya va siendo hora de que la derecha hable de la izquierda, y por supuesto de sí misma.

Quien podría en este momento encarnar la postura más similar a esta estrategia es Montserrat Nebrera, la candidata a la presidencia del Partido Popular de Cataluña, enfrentada a la candidata de "consenso", Alicia Sánchez Camacho. A la señora Nebrera se la ha criticado precisamente por considerarla como tentada por la estrategia 1. Algunas de su declaraciones, en efecto, abonan esa interpretación. Sin embargo, en su discurso podemos ver señales inequívocas de la defensa sin ambigüedades de un ideario liberal-conservador que constituye una innegable ruptura con la retórica burocrática de nuestros políticos profesionales al uso. Nebrera, digámoslo sin tapujos, de Mari Complejines no tiene nada. Y ello es condición inexcusable para poder aplicar la estrategia de tercera generación. Lo cual en ningún momento he dicho que sea algo sencillo, ni inmune a malas interpretaciones, incluso por parte de la misma persona que más o menos instintivamente se proponga aplicarla.

No creo que el congreso del PPC que empieza hoy sea el momento de Montserrat Nebrera, y ello a pesar de que, con todos los respetos hacia Alicia Sánchez, no hay color. La brillantez intelectual y la fuerza moral de la primera son apabullantes. Basta comparar, a título de muestra, los blogs de una (pese a su reciente creación) y de otra. Pero todo indica que las maniobras del aparato del partido, consistentes en hacer que todo cambie para que todo siga igual, tendrán éxito a corto plazo, lo que le permitirá a Rajoy seguir ganando tiempo, frente a Esperanza Aguirre y frente a todo lo que huela a ruptura con el vetusto centrorreformismo fragallardoniano, más conocido como sobre-todo-que-no-nos-llamen-fachas. Esperemos que al menos, la presencia de personas muy valiosas en el equipo de la señora Sánchez compense la mediocridad general.

Con todo, lo cierto es que las primarias del PP (In God We Trust!), tanto nacionales como regionales (son lo único bueno que ha producido el congreso de Valencia) deberán celebrarse dentro de esta legislatura, a menos que Zapatero adelante las elecciones. Y no lo tiene fácil, porque no le conviene hacerlo mientras dure la crisis económica, que va para largo.

Conclusión: Hay Esperanza. Y hay Montse.

ACTUALIZACIÓN: Montserrat Nebrera ha obtenido el 43 % de los votos. La ganadora, Alicia Sánchez, deberá por tanto contar con ella, si quiere mantener al partido unido e ilusionado.

martes, 1 de julio de 2008

La idea de España

En la derecha ha triunfado el discurso decimonónico de la nación de "ciudadanos libres e iguales". A mí no me satisface del todo. La nación española existía antes de que hubiera libertad e igualdad. En el Antiguo Régimen existían incluso aduanas interiores, y no por ello España estaba desunida. En cuanto a la lengua castellana, no se puede defender exclusivamente sobre la base de los derechos individuales, pues los enemigos de España los reducirán al absurdo defendiendo el derecho de los hablantes de urdu o mandinka.

Hay que recuperar para el discurso político la idea de España entendida como un legado cultural que algunos quieren arrebatar a la gente. El totalitarismo no puede prosperar allí donde no ha creado un desierto cultural, donde no ha debilitado la tradición, que es lo que aporta a las personas referencias, juicios de valor sólidos, en lugar de meros estados de opinión fabricados por los medios de comunicación. No puede ser que unas pocas décadas de propaganda antiespañola acaben con una tradición cultural de siglos.

Poder vivir plenamente en español en España no es sólo una cuestión de derechos individuales, sino de sentido común. Sencillamente, siempre ha sido así, y ningún político tiene derecho a cambiar nuestra forma de vida sólo porque él sea un renegado y un amargado. Todo el mundo debe tener la libertad de emplear la lengua que quiera, pero ninguna puede ser utilizada para enfrentarla a la lengua común. También en Francia existe diversidad de lenguas regionales, pero nuestros vecinos jamás han caído en el error de cuestionar la idea de Francia. Porque no se puede cuestionar lo evidente, sin ponerlo todo en cuestión.

He dicho que no es sólo una cuestión de derechos individuales. Pero lo acabará siendo por encima de todo si cedemos. Defendamos España por sí misma (argumentos los hay de sobra) y con ello ayudaremos más a la libertad que si defendemos la unidad de la nación de manera vergonzante, hablando de libertad y derechos lingüísticos. No sea que al final perdamos ambas.

Quiero aclarar que, aunque el Manifiesto por la Lengua Común es un ejemplo de esta estrategia equivocada, que da pie a los nacionalistas a denunciar el "nacionalismo españolista" bajo el "disfraz" liberal, lo he apoyado, porque comparto sus objetivos. Pero yo no los defiendo sólo por una cuestión de derechos lingüísticos -que también- sino porque creo en España. Coincido, pues, con el análisis que hace Albert Esplugas del texto, al señalar su contenido digamos no liberal. La diferencia es que yo creo que el error no está en defender una cierta concepción de España sino, como digo, en no hacerlo más explícitamente, distinguiéndola de la cuestión de los derechos. Aunque al final son estos los que están en juego, pues los derechos, la libertad, no existen en abstracto, sino que arraigan en una tradición.