jueves, 29 de agosto de 2013

Coca-Cola y la dignidad humana

Una mujer desnuda bañada en chocolate: nada a lo que la telebasura no nos tenga desgraciadamente acostumbrados. Pese a ello, la campaña promovida por HazteOír para que los anunciantes se retiren del programa que emitió ese espectáculo denigrante ha sido un éxito. Ello ha provocado además una polémica con el presidente de Coca-Cola España, Marcos de Quinto, que se ha negado a retirar su publicidad acusando a HazteOír de intolerante e hipócrita.

HO es tan libre de promover un boicot contra un programa indecente como Coca-Cola es libre de mantener su publicidad en Tele5. Con sus declaraciones, Marcos de Quinto hace gala de una considerable ignorancia de los principios liberales que aparentemente defiende. Posiblemente confunde, como tantos, tolerancia con relativismo, el respeto a la persona con la indiferencia ante cualquier actitud u opinión.

Confieso que no había prestado mucha atención a la campaña, y que ni siquiera firmé en apoyo del boicot, como he hecho en otras ocasiones a petición de HO. En primer lugar, no firmé porque no he visto el programa en cuestión, ni un solo minuto. Creo que uno debe ofrecer su firma en cualquier caso con conocimiento de causa, y yo no estaba dispuesto a tener ese obsceno conocimiento.

En segundo lugar, no me pareció del todo acertada la fórmula de la campaña: acusar al programa de humillar "a la mujer". Creo que bañar en chocolate a una mujer desnuda no es denigrar, humillar o vejar a la mujer, sino a un ser humano. Si ceñimos una correa al cuello de un hombre, y le decimos que ladre, no estamos denigrando "al varón", sino a un ser humano, a una persona. ¿Por qué con una mujer sería distinto? ¿No somos iguales?

Entiendo que, al enfocar la campaña como una defensa de la dignidad de la mujer, se pretendía lograr un apoyo transversal, que no pueda identificarse con una ideología de derechas ni de izquierdas. Pero creo que a la larga esto es un error. Porque ya es hora de que alguien defienda simplemente la decencia, sin necesidad de hacerse perdonar esa defensa con estribillos políticamente correctos. De lo contrario, lo único que conseguimos es que los anunciantes se retiren de una mierda de programa. No está mal, pero yo ambiciono más: que empecemos a quebrar la dictadura de la corrección política, no a asumirla como un paisaje en el que conviene camuflarse.

No ha dejado de ser previsible la respuesta del presidente de Coca-Cola exigiendo a HO que se posicione sobre el aborto y el "matrimonio" gay. Para el ejecutivo, al parecer la dignidad de la mujer incluye, además de poderse embadurnar públicamente de chocolate, el aborto libre, y la equiparación del lesbianismo con la sexualidad procreadora. No comparto ese concepto de "dignidad" (sé que HO tampoco), y por ello mismo, pienso que no deberíamos utilizar el término sin despejar antes cualquier equívoco. Por lo demás, yo no bebo Coca-Cola; como refresco me gusta mucho más la cerveza.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Un mundo sin curvas

Es posible que la responsabilidad del descarrilamiento del tren de Santiago no se limite al maquinista. Ni entro ni salgo en esta cuestión, pues no entiendo nada de trenes, ni me he molestado en aprenderme extrañas siglas de sistemas de seguridad. Con la edad, cada vez estoy más convencido de que, como sostiene Sherlock Holmes en Estudio en escarlata, el saber ocupa lugar, y procuro no llenar mi cabeza de informaciones inútiles para mí, que de todos modos acabaré olvidando o, peor aún, desplazarán de mi memoria conocimientos más valiosos.

Dicho esto, afirmo que pretender extremar las medidas de seguridad en todos los ámbitos concebibles es imposible, al menos en el mundo real de recursos escasos en el que vivimos. Thomas Sowell ha señalado que, a partir de cierto punto, los costes de seguridad provocarían una inhibición del crecimiento económico que arrojaría un balance negativo en término de vidas humanas. Podríamos, sin duda, construir infraestructuras de transporte mucho más seguras. Incluso podríamos, teóricamente, eliminar todas las curvas. Pero esto tendría un coste desorbitado en expropiaciones y túneles kilométricos, lo que inevitablemente supondría detraer los recursos necesarios, como mínimo, para la seguridad de otros sectores. Es imposible elegir sin sacrificar opciones, porque elegir es sacrificar opciones.

Pero es que además, por muy extraordinarias que fueran las medidas de seguridad, la incertidumbre constitutiva del mundo físico no nos permitiría garantizar la imposibilidad de un accidente. La seguridad absoluta no existe, porque somos seres finitos.

Tras la pretensión de alcanzar niveles quiméricos de ausencia de riesgo hay algo más que un desconocimiento de la economía más elemental. Hay una larvada ideología determinista, una concepción opuesta a lo que Karl Popper llamó "universo abierto", en el que suceden cosas inesperadas, para bien y para mal. Creen algunos que el universo es algo clausurado, una maquinaria autosuficiente, de la cual la ciencia se limita a describir sus engranajes. Y estos mismos creen que las personas también somos esencialmente máquinas. Que en el futuro las neurociencias y la biogenética habrán eliminado los últimos atavismos irracionales, y ya nadie correrá al volante (porque la pasión por el riesgo habrá sido extirpada), ni se distraerá mirando una falda demasiado corta (porque se habrá erradicado el machismo) ni se reirá de un chiste ofensivo para el colectivo gay-lésbico-bisexual-transexual-y-otras-hierbas (porque el sentido del humor habrá sido lobotomizado). Y por si la felicidad, pese a todo, no es completa, habrá las máximas facilidades para el suicidio asistido.

[ACTUALIZACIÓN 22-8-13, a las 9:41: Esta reflexión no obsta para que, como digo al principio, en el caso del accidente de Santiago, no podamos señalar responsabilidades que vayan más allá del error humano. Y tras leer la entrada de Elentir, esta impresión sale muy reforzada.]