La Unión Europea es una especie de confederación escasamente democrática, en la cual los Estados tienen más peso que los ciudadanos, pero las repercusiones en la política nacional de las elecciones al parlamento europeo no son en absoluto despreciables. La izquierda lo ha entendido perfectamente y ha planteado una campaña electoral en términos de confrontación entre la izquierda y la derecha. En cambio, el Partido Popular rehúye como si fuera la peste el debate ideológico de fondo, y se dedica a criticar al gobierno en aspectos que no tienen nada que ver con su condición de izquierdas, porque son errores o culpas en la que podría haber incurrido un ejecutivo de cualquier signo desde los tiempos de Escipión, como la falta de transparencia, el despilfarro o el nepotismo.
El resultado es que en esta campaña, en lugar de debatir acerca de las reformas concretas que se requieren para salir de la crisis, y contraponerlas al populismo ruinoso del gobierno, la derecha se encuentra teniéndose que defender una vez más de la burda y demagógica acusación de que quiere implantar el despido libre y recortar las pensiones.
Tampoco se hablará apenas de los miles de seres humanos en edad fetal que serán abortados sin que haya que aducir el menor motivo, simplemente porque llamarán “derecho” al capricho de una chica de dieciséis años de continuar disfrutando de las noches locas del fin de semana, sin esa pesada carga de tener que criar a un bebé. Demos gracias a Zapatero, que nos quiere librar de ese atavismo judeocristiano llamado responsabilidad. (Véase el artículo de Antonio Robles en Libertad Digital.)
No, en lugar de hablar de esto, el PP se encontrará defendiéndose de la acusación de que está en contra de la igualdad de las mujeres.
Y todo por lo mismo de siempre, porque el PP oculta sus ideas como si se avergonzara de ellas, no es capaz o no quiere hacer una campaña en la que se diga sin tapujos que la izquierda está aprovechándose de la crisis para implantar su programa en lo económico y en lo cultural, es decir, la promoción de una sociedad más dependiente del gobierno, en la cual se acaben barriendo las “interferencias determinantes” de cualquier institución que el Estado no pueda absorber, sea la familia, la Iglesia, o cualquier asociación civil que no haya sido todavía controlada por el poder político.
Con este discurso de fondo, tendría perfecto sentido, por ejemplo, editar unas pegatinas del tipo “Stop a la Izquierda”, en respuesta a las que ya está pegando la izquierda en las vallas publicitarias del Partido Popular. ¿Por qué la derecha partidocrática, en cambio, renuncia a movilizar a tanta gente -más de la que se suele imaginar- que está harta de la hegemonía progre en todos los ámbitos?
Si es por el miedo a provocar una movilización indeseada de la izquierda, la pregunta inevitable es: ¿Por qué la izquierda no parece tener ese mismo miedo a provocar a la derecha con su agresiva campaña? Respuesta: Porque sabe que el PP no hará lo mismo, y por tanto recibirán seguro más votos que los que gane el adversario. O dicho de otro modo, el problema no está en la sociedad, sino en el Partido Popular, o más exactamente, en sus dirigentes.
¿Qué debemos hacer entonces? En mi opinión, en estas elecciones está más justificada que nunca la abstención.
Primero, como protesta por el escaso peso del parlamento europeo en las instituciones europeas, que se asemejan más a una dictadura burocrática que a una democracia. Bajo el pretexto de crear un mercado único, en lugar de limitarse a conminar a los Estados nacionales a simplificar legislaciones y eliminar trabas, y dedicarse a lo importante, que debería ser una política exterior y de defensa común, el tinglado de Bruselas ha favorecido todo lo contrario, una hiperrregulación que no nos ayuda a ser más competitivos ante Estados Unidos y las potencias asiáticas, y una carencia total de política exterior seria.
Segundo, la abstención, además de permitir expresar nuestro desacuerdo con las actuales instituciones europeas, es la decisión más consecuente con el hecho de que no existe ningún partido al que valga la pena votar. Al PSOE, por las obvias razones expuestas, y al PP porque dándole nuestro voto no evitamos que el primero continúe gobernando, por mucho que algunos fantaseen con una moción de censura, y además sólo conseguimos retrasar lo inevitable y necesario, que es la profunda renovación de los dirigentes populares, una cuadrilla de ineptos que no son capaces de (o en el fondo no quieren) hacer frente al proyecto totalitario socialista.
En cuanto a partidos como UPyD o Libertas-Ciudadanos, o como se diga, no sabemos verdaderamente lo que defienden acerca de diversos temas, más allá de las declaraciones oportunistas de Rosa Díez que tratan de atraer al electorado de derechas; por no hablar de Albert Rivera, que defiende el laicismo aliándose con un partido ultracatólico. O sea, todo el mundo quiere los votos de la derecha, pero sin que se le vea un compromiso inequívoco de aplicar un programa basado en la defensa sin medias tintas de la vida, el mercado libre y la familia.
Lo que nunca haré para castigar al Partido Popular, por su tibieza en la defensa de sus principios connaturales, es votar a partidos que aún ofrecen menos garantías de defenderlos. Para eso, prefiero no votar a nadie.
sábado, 30 de mayo de 2009
viernes, 29 de mayo de 2009
¡Uy, qué miedo!
“Nos vamos a ver, tenlo por seguro”. Así, en plan matonesco, pero sin salir del cobarde anonimato, concluye el último comentario (pero no el primero de esta guisa) que me envía un sujeto que firma JL. No lo leeréis porque no pienso publicarlo, y además he borrado los que, en un momento de debilidad, no censuré. Mi error ha sido entrar en diálogo con un tipo que no conozco (quién sabe si es un desequilibrado) y posiblemente, lo admito, sea también un error darle importancia escribiendo esta entrada. ¿Por qué esta clase de gente no abre su propio blog –es gratis– y suelta allí lo que le dé la gana? ¿Creerán que los demás tenemos algún tipo de obligación de publicar toda impertinencia que se le ocurra a cualquiera?
Cualquiera que siga este blog comprobará que publico a menudo comentarios discrepantes, a veces de un sarcasmo hiriente, a pesar de que, insisto, no tengo obviamente ninguna obligación de hacerlo. Ser liberal no es dejar que entre cualquiera en tu casa, y un blog personal es algo así como tu casa, yo al menos así lo considero. Muchas veces veo mis escritos en el contexto de una batalla ideológica sin cuartel, y por ello censuro con plena consciencia aquellos comentarios que no buscan debatir racionalmente, sólo destruir, o sencillamente tocar los huevos. Insisto: ¡Que se busquen otro blog para sus insidias, o que abran el suyo!
Dicho esto, el tal JL, si piensa que me va a intimidar, se ha equivocado de persona. En el comentario al que hacía referencia demuestra su obsesión conmigo mandándome, cual si de un trofeo se tratara, una carta al director que me publicó La Vanguardia el 20 de diciembre de… 1999 (Pequeño detalle, el anónimo no deja constancia de la fecha.) Aquí la tenéis, es la de la izquierda; podéis clicar para aumentar:
Nunca he ocultado –al contrario, es una seña de identidad de este blog– que yo antes fui progre, y que tonteé con el nacionalismo, cosa por lo demás que suele ir unida. También fui a alguna manifestación contra las centrales nucleares, y tengo escritas cartas privadas, hace aún más años, en las que confesaba mi admiración por el sandinismo, entre otras memeces juveniles. En fin, que cuando me refiero a los progres, sé de lo que hablo, porque yo fui uno de ellos. Dicho esto, tampoco me desdigo de lo que afirmo en aquella carta, creo que el tema de las balanzas fiscales debería ser una cuestión meramente académica, y los titulares de prensa, sea cual sea su intención, suelen simplificarlo en exceso. Pero también es verdad que hoy, a diferencia de hace diez años, he llegado a la conclusión de que las autonomías son un error, y que mejor nos hubiera ido con un modelo más centralista.
Termino con una advertencia a JL. Cualquier actuación que implique una violación tuya o de terceros de la Ley de Protección de Datos (ya que insinúas conocerme), será inmediatamente denunciada. Yo de ti no me complicaría la vida, la verdad. Así que vete a incordiar a tu padre.
Cualquiera que siga este blog comprobará que publico a menudo comentarios discrepantes, a veces de un sarcasmo hiriente, a pesar de que, insisto, no tengo obviamente ninguna obligación de hacerlo. Ser liberal no es dejar que entre cualquiera en tu casa, y un blog personal es algo así como tu casa, yo al menos así lo considero. Muchas veces veo mis escritos en el contexto de una batalla ideológica sin cuartel, y por ello censuro con plena consciencia aquellos comentarios que no buscan debatir racionalmente, sólo destruir, o sencillamente tocar los huevos. Insisto: ¡Que se busquen otro blog para sus insidias, o que abran el suyo!
Dicho esto, el tal JL, si piensa que me va a intimidar, se ha equivocado de persona. En el comentario al que hacía referencia demuestra su obsesión conmigo mandándome, cual si de un trofeo se tratara, una carta al director que me publicó La Vanguardia el 20 de diciembre de… 1999 (Pequeño detalle, el anónimo no deja constancia de la fecha.) Aquí la tenéis, es la de la izquierda; podéis clicar para aumentar:
Nunca he ocultado –al contrario, es una seña de identidad de este blog– que yo antes fui progre, y que tonteé con el nacionalismo, cosa por lo demás que suele ir unida. También fui a alguna manifestación contra las centrales nucleares, y tengo escritas cartas privadas, hace aún más años, en las que confesaba mi admiración por el sandinismo, entre otras memeces juveniles. En fin, que cuando me refiero a los progres, sé de lo que hablo, porque yo fui uno de ellos. Dicho esto, tampoco me desdigo de lo que afirmo en aquella carta, creo que el tema de las balanzas fiscales debería ser una cuestión meramente académica, y los titulares de prensa, sea cual sea su intención, suelen simplificarlo en exceso. Pero también es verdad que hoy, a diferencia de hace diez años, he llegado a la conclusión de que las autonomías son un error, y que mejor nos hubiera ido con un modelo más centralista.
Termino con una advertencia a JL. Cualquier actuación que implique una violación tuya o de terceros de la Ley de Protección de Datos (ya que insinúas conocerme), será inmediatamente denunciada. Yo de ti no me complicaría la vida, la verdad. Así que vete a incordiar a tu padre.
El sorpasso culé
Casi nadie discute que el FC Barcelona es ahora mismo el mejor equipo de fútbol de España, y tal vez del mundo. Sin embargo, los aficionados de su gran rival, el Real Madrid, siempre tienen a mano el consuelo de la historia: Las 31 Ligas frente a las 19 del Barça, y las 9 Copas de Europa, frente a las 3 del conjunto azulgrana.
Desde luego, los números son incontrovertibles, y los intentos, tanto de unos como de otros, de devaluar los títulos obtenidos en distintas circunstancias históricas no van más allá de lo patético. Los barcelonistas, que si Franco nos quitó a Di Stéfano y los árbitros favorecían al "equipo del régimen". Los madridistas, que si la Champions actual, con eliminatorias a dos partidos y la participación de los segundos clasificados en las ligas nacionales no es tan viril como las competiciones que ganaron ellos... Todo eso no son más que excusas de mal pagador, intentos vanos de restar validez a los éxitos del rival, que ahí están y no se pueden borrar.
En este sentido, hay que reconocer que los madridistas tienen motivos para sentirse orgullosos de su historia. Pero cuidado, las estadísticas demuestran que la hegemonía indiscutible del Madrid es eso, historia, al menos si nos atenemos a las últimas dos décadas. Desde 1990, el Barça ha ganado 9 ligas, frente a 7 del Madrid. Y en Copas de Europa, después de la gesta del miércoles frente al Manchester United, han quedado empatados a 3. Si prestamos atención a los otros títulos, como la Copa del Rey, la Supercopa de España o la Supercopa de Europa, el Barça supera también globalmente a su eterno rival, y sólo se le resiste el trofeo de la Intercontinental, que el Madrid ha obtenido dos veces en los tiempos recientes. Y aunque no se trate de un título oficial, el Barcelona puede presumir ahora de ser el único equipo español en haber conseguido el triplete.
No es exagerado decir, por tanto, que en esta temporada se ha consolidado definitivamente el sorpasso del FC Barcelona que empezó a gestarse en la era de Cruyff, y que en la última década parecía haber perdido algo de fuerza (4 ligas del Madrid frente a 3 del Barça). Como barcelonista, mi felicidad sería completa si además los nacionalistas quitaran de una vez sus sucias manos del Barça, pero me temo que no caerá esa breva.
Desde luego, los números son incontrovertibles, y los intentos, tanto de unos como de otros, de devaluar los títulos obtenidos en distintas circunstancias históricas no van más allá de lo patético. Los barcelonistas, que si Franco nos quitó a Di Stéfano y los árbitros favorecían al "equipo del régimen". Los madridistas, que si la Champions actual, con eliminatorias a dos partidos y la participación de los segundos clasificados en las ligas nacionales no es tan viril como las competiciones que ganaron ellos... Todo eso no son más que excusas de mal pagador, intentos vanos de restar validez a los éxitos del rival, que ahí están y no se pueden borrar.
En este sentido, hay que reconocer que los madridistas tienen motivos para sentirse orgullosos de su historia. Pero cuidado, las estadísticas demuestran que la hegemonía indiscutible del Madrid es eso, historia, al menos si nos atenemos a las últimas dos décadas. Desde 1990, el Barça ha ganado 9 ligas, frente a 7 del Madrid. Y en Copas de Europa, después de la gesta del miércoles frente al Manchester United, han quedado empatados a 3. Si prestamos atención a los otros títulos, como la Copa del Rey, la Supercopa de España o la Supercopa de Europa, el Barça supera también globalmente a su eterno rival, y sólo se le resiste el trofeo de la Intercontinental, que el Madrid ha obtenido dos veces en los tiempos recientes. Y aunque no se trate de un título oficial, el Barcelona puede presumir ahora de ser el único equipo español en haber conseguido el triplete.
No es exagerado decir, por tanto, que en esta temporada se ha consolidado definitivamente el sorpasso del FC Barcelona que empezó a gestarse en la era de Cruyff, y que en la última década parecía haber perdido algo de fuerza (4 ligas del Madrid frente a 3 del Barça). Como barcelonista, mi felicidad sería completa si además los nacionalistas quitaran de una vez sus sucias manos del Barça, pero me temo que no caerá esa breva.
jueves, 28 de mayo de 2009
Test
Lean la siguiente cita y elijan a continuación la opción que estimen correcta, A, B o C:
"Los políticos debemos estar por encima de ciertas cosas porque es intolerable y muy irresponsable que el líder de la oposición (…) haya sido capaz de propagar una noticia falsa (…) Esto es insólito y ni lo vamos a ver en ninguna oposición del mundo".
A) La frase la ha pronunciado Carme Chacón refiriéndose a Rajoy y al caso de los militares afectados por la gripe A.
B) Esta frase la pronunció Rajoy para referirse al que era candidato de la oposición, antes de las elecciones del 14 de marzo de 2004, Rodríguez Zapatero, quien llamó a varios medios de comunicación para propagar el bulo de los terroristas suicidas del 11-M, también difundido por la cadena SER.
C) La frase no es verdadera. En ningún país del mundo (democrático, al menos) un miembro de un gobierno con tales antecedentes tendría la imprudencia o la desfachatez de acusar al adversario en términos que tan fácilmente podrían volverse en su contra, si hubiera una oposición digna de ese nombre.
Resultados:
Si usted ha elegido la opción C, es una persona bastante ingenua.
Si ha elegido B, además de ingenuo hace tiempo que usted no sigue mucho las declaraciones de Rajoy, ni está al tanto de su estilo de extremo centro.
Si ha elegido A, es usted una persona que no se hace muchas ilusiones acerca de la clase de país en que vive. Y además, lamentamos decirle que su información o intuición es correcta.
"Los políticos debemos estar por encima de ciertas cosas porque es intolerable y muy irresponsable que el líder de la oposición (…) haya sido capaz de propagar una noticia falsa (…) Esto es insólito y ni lo vamos a ver en ninguna oposición del mundo".
A) La frase la ha pronunciado Carme Chacón refiriéndose a Rajoy y al caso de los militares afectados por la gripe A.
B) Esta frase la pronunció Rajoy para referirse al que era candidato de la oposición, antes de las elecciones del 14 de marzo de 2004, Rodríguez Zapatero, quien llamó a varios medios de comunicación para propagar el bulo de los terroristas suicidas del 11-M, también difundido por la cadena SER.
C) La frase no es verdadera. En ningún país del mundo (democrático, al menos) un miembro de un gobierno con tales antecedentes tendría la imprudencia o la desfachatez de acusar al adversario en términos que tan fácilmente podrían volverse en su contra, si hubiera una oposición digna de ese nombre.
Resultados:
Si usted ha elegido la opción C, es una persona bastante ingenua.
Si ha elegido B, además de ingenuo hace tiempo que usted no sigue mucho las declaraciones de Rajoy, ni está al tanto de su estilo de extremo centro.
Si ha elegido A, es usted una persona que no se hace muchas ilusiones acerca de la clase de país en que vive. Y además, lamentamos decirle que su información o intuición es correcta.
martes, 26 de mayo de 2009
¿Primeras fisuras en el bloque oficialista?
Vía Barcepundit, me entero de que Hermann Terstch escribe en ABC (uno de los medios que ha apoyado más fieramente la versión oficial del 11-M) que su salida de El País tuvo que ver precisamente con su "puñetera manía de albergar dudas", en este caso acerca de la explicación que nos han vendido de los atentados del 11 de marzo. Atentados que compara con uno cometido hace 40 años en Alemania y cuya verdad acaba de descubrirse ahora. "No se trata de hacer paralelismo alguno", dice Tertsch, pero el caso es que los hace. Ignoro si nosotros tardaremos cuarenta años en saber la verdad, pero me pregunto si no estaremos asistiendo a los primeros síntomas de resquebrajamiento del bloque oficialista, el de la "verdad judicial" y vale ya.
Si algún día la verdad aflora, al menos en parte, quienes van a quedar en posición más desairada son aquellos que pese a ser críticos con el zapaterismo no han querido ni oír hablar de cuestionar la VO; sospecho que, en el fondo, para que no los confundan con oyentes de Jiménez Losantos, ya saben, esa plebe de taxistas, conserjes y quiosqueros, puaj.
Y ah, por cierto, a ver cuándo Intereconomía TV dice algo del 11-M. Que lo de la gripe A en los cuarteles ya aburre hasta a las ovejas. (De las demás cadenas no hablo, sé que sería pedir demasiado.)
Si algún día la verdad aflora, al menos en parte, quienes van a quedar en posición más desairada son aquellos que pese a ser críticos con el zapaterismo no han querido ni oír hablar de cuestionar la VO; sospecho que, en el fondo, para que no los confundan con oyentes de Jiménez Losantos, ya saben, esa plebe de taxistas, conserjes y quiosqueros, puaj.
Y ah, por cierto, a ver cuándo Intereconomía TV dice algo del 11-M. Que lo de la gripe A en los cuarteles ya aburre hasta a las ovejas. (De las demás cadenas no hablo, sé que sería pedir demasiado.)
Horror: la contaminación disminuye
Josep Lluís Domingo, director del Laboratorio de Toxicología y Salud Medioambiental de la Universidad Rovira i Virgili (Tarragona), ha afirmado, en una entrevista publicada por el gratuito local Diari Més que los contaminantes detectados en la alimentación muestran una tendencia “a la baja y, en algunos casos, de forma muy espectacular”, y pone como ejemplo las dioxinas, que “en los años noventa eran muy preocupantes, pero creo que dentro de seis o siete años ya no serán un tema prioritario.” Y cuando la entrevistadora le pide un mensaje para la gente responde: “Que no estamos nada mal en cuanto a contaminación química de los alimentos, vamos a mejor.”
Pero ¿no quedamos en que la contaminación no para de aumentar por culpa del ultraliberalismo depredador y bla bla bla? Pues sospecho que los medios de comunicación, pese a informaciones como esta, continuarán con su raca raca de la degradación cada vez mayor del medio ambiente. Y no es porque las malas noticias vendan más, porque cuando día sí y día también escuchamos decir lo contrario, que alguien afirme que la contaminación disminuye, es de por sí suficientemente llamativo para atraer al lector. Pero no, nuestros periodistas (el 90 % progres) prefieren el titular trillado y que nos corrobore en nuestros prejuicios de personas concienciadas con los problemas medioambientales, como el de esta entrevista: “La presencia de grasa en los alimentos hace que aumenten sus contaminantes.” Y así, sobre todo si nos quedamos sólo en el titular, nos podemos entregar al masoquismo fático del “cada vez está todo peor, a dónde iremos a parar” etc.
Y los gobiernos, encantados de tener que salvarnos de los males atribuibles a los “industriales sin escrúpulos”, preferiblemente cuando esos males son genéricos y por tanto imaginarios, que así sus soluciones tampoco necesitan demostrar ninguna efectividad.
Pero ¿no quedamos en que la contaminación no para de aumentar por culpa del ultraliberalismo depredador y bla bla bla? Pues sospecho que los medios de comunicación, pese a informaciones como esta, continuarán con su raca raca de la degradación cada vez mayor del medio ambiente. Y no es porque las malas noticias vendan más, porque cuando día sí y día también escuchamos decir lo contrario, que alguien afirme que la contaminación disminuye, es de por sí suficientemente llamativo para atraer al lector. Pero no, nuestros periodistas (el 90 % progres) prefieren el titular trillado y que nos corrobore en nuestros prejuicios de personas concienciadas con los problemas medioambientales, como el de esta entrevista: “La presencia de grasa en los alimentos hace que aumenten sus contaminantes.” Y así, sobre todo si nos quedamos sólo en el titular, nos podemos entregar al masoquismo fático del “cada vez está todo peor, a dónde iremos a parar” etc.
Y los gobiernos, encantados de tener que salvarnos de los males atribuibles a los “industriales sin escrúpulos”, preferiblemente cuando esos males son genéricos y por tanto imaginarios, que así sus soluciones tampoco necesitan demostrar ninguna efectividad.
Qué es normal
El presidente del Institut d’Estudis Catalans, Salvador Giner, sostiene en una entrevista que “el catalán debe ser hegemónico”.
La pregunta es ¿por qué? A lo largo de miles de años, las lenguas han evolucionado en el tiempo y en el espacio. En lo que ahora es Cataluña han existido y coexistido muchas lenguas. La primera de que tenemos noticia increíblemente no es el catalán, sino el ibérico, que convivió varios siglos con el fenicio, el griego y el latín, que terminaría imponiéndose. En el último milenio han coexistido el catalán y el castellano, y parece que van a continuar haciéndolo todavía durante bastante tiempo.
Dentro de dos mil años, posiblemente ya no se hable el catalán, pero puede que el español tampoco. Si a un ciudadano romano del siglo I o II, en el apogeo del Imperio, le hubieran dicho que antes de dos mil años el latín sería una lengua muerta, habría reaccionado seguramente con incredulidad.
Sin duda, el señor Giner expresa un deseo perfectamente legítimo, que el catalán sea la lengua dominante en Cataluña. Pero lo que no nos explica es el paso del deseo al imperativo, del “me gustaría” al “debe”. Invitado a hacerlo, seguramente nos hablaría de la persecución de la cultura catalana bajo el franquismo y de contrarrestar una injusticia histórica. Hay que decir, frente a esta visión victimista, que el catalán superó la prueba bastante bien, en parte porque la represión, pasada la posguerra, fue muy irregular y en general tendió a remitir. Pero lo fundamental no es eso.
Lo fundamental es que hoy el catalán, o mejor dicho, los catalanoparlantes, se desenvuelven con total libertad, pero para los nacionalistas esto no es suficiente. Ellos defienden la discriminación positiva, es decir, la idea de que una cierta dosis de trato desigual (es decir, de injusticia) es aceptable si tiene como finalidad restaurar una teórica situación de “normalidad”. Pero el problema de la discriminación positiva es que como nunca consigue lo que pretende, eterniza la injusticia. Y no lo consigue porque la “normalidad” es una quimera. ¿Qué es lo normal? ¿Que haya el mismo número de fontaneros de sexo femenino que masculino? ¿Que en un cine en Cornellà de Llobregat Clint Eastwood hable en catalán? Pues quizá lo sea en algún sentido que de verdad se me escapa, pero parece que no es lo que sucede en unas mínimas condiciones de libertad.
Y es que la libertad va unida a lo imprevisible. Si los nacionalistas dejan a la gente en paz, no podemos garantizar la hegemonía del catalán, ni siquiera su supervivencia. Pero la incertidumbre está en la esencia de la vida y los intentos de eliminarla drásticamente, de “normalizarla”, que caracterizan a todos los utopismos, jamás han hecho nada por mejorarla, sino más bien todo lo contrario.
La pregunta es ¿por qué? A lo largo de miles de años, las lenguas han evolucionado en el tiempo y en el espacio. En lo que ahora es Cataluña han existido y coexistido muchas lenguas. La primera de que tenemos noticia increíblemente no es el catalán, sino el ibérico, que convivió varios siglos con el fenicio, el griego y el latín, que terminaría imponiéndose. En el último milenio han coexistido el catalán y el castellano, y parece que van a continuar haciéndolo todavía durante bastante tiempo.
Dentro de dos mil años, posiblemente ya no se hable el catalán, pero puede que el español tampoco. Si a un ciudadano romano del siglo I o II, en el apogeo del Imperio, le hubieran dicho que antes de dos mil años el latín sería una lengua muerta, habría reaccionado seguramente con incredulidad.
Sin duda, el señor Giner expresa un deseo perfectamente legítimo, que el catalán sea la lengua dominante en Cataluña. Pero lo que no nos explica es el paso del deseo al imperativo, del “me gustaría” al “debe”. Invitado a hacerlo, seguramente nos hablaría de la persecución de la cultura catalana bajo el franquismo y de contrarrestar una injusticia histórica. Hay que decir, frente a esta visión victimista, que el catalán superó la prueba bastante bien, en parte porque la represión, pasada la posguerra, fue muy irregular y en general tendió a remitir. Pero lo fundamental no es eso.
Lo fundamental es que hoy el catalán, o mejor dicho, los catalanoparlantes, se desenvuelven con total libertad, pero para los nacionalistas esto no es suficiente. Ellos defienden la discriminación positiva, es decir, la idea de que una cierta dosis de trato desigual (es decir, de injusticia) es aceptable si tiene como finalidad restaurar una teórica situación de “normalidad”. Pero el problema de la discriminación positiva es que como nunca consigue lo que pretende, eterniza la injusticia. Y no lo consigue porque la “normalidad” es una quimera. ¿Qué es lo normal? ¿Que haya el mismo número de fontaneros de sexo femenino que masculino? ¿Que en un cine en Cornellà de Llobregat Clint Eastwood hable en catalán? Pues quizá lo sea en algún sentido que de verdad se me escapa, pero parece que no es lo que sucede en unas mínimas condiciones de libertad.
Y es que la libertad va unida a lo imprevisible. Si los nacionalistas dejan a la gente en paz, no podemos garantizar la hegemonía del catalán, ni siquiera su supervivencia. Pero la incertidumbre está en la esencia de la vida y los intentos de eliminarla drásticamente, de “normalizarla”, que caracterizan a todos los utopismos, jamás han hecho nada por mejorarla, sino más bien todo lo contrario.
lunes, 25 de mayo de 2009
Controlar desde la más tierna infancia. ACTUALIZACIÓN
He añadido una actualización importante al final de mi entrada anterior.
Controlar desde la más tierna infancia
Existen varias razones por las cuales el gobierno de Rodríguez Zapatero me produce la indignación y la repulsa más profundas: La más grave, moralmente, es sin lugar a dudas la ley del aborto libre, que supone legalizar lo que ya se está produciendo de hecho, el aborto de miles de fetos perfectamente viables, sin que sea ya necesario siquiera el pretexto de una "depresión" de la madre. Sin embargo, a veces determinados hechos aparentemente menores destacan por su carácter simbólico, y nos sacuden con la fuerza de una revelación. Acabo de llegar a casa de la caragolada de Lérida, o sea, un domingo de comer, beber y montar con mis hijos en las atracciones de la feria. O dicho de otro modo, que hoy no he seguido la actualidad para nada. Y ahora, leyendo Libertad Digital, me encuentro con esto: "El PSOE pide que los niños jueguen a la comba y las niñas, al fútbol".
Atención: No se trata de que alguna lumbrera del partido socialista haya expresado un mero deseo, como da a entender un titular algo torpón (soy fan de LD, pero como decían los clásicos, a veces Homero también se dormía), sino de una iniciativa formal presentada en el Congreso para que por ley, los profesores "puedan controlar desde la más tierna infancia" los juegos de los niños para que no reproduzcan "roles sexistas".
Aquí lo de menos es la tontería feminista de negar las diferencias congénitas entre los sexos, que ya he criticado en otras ocasiones. El pretexto podía haber sido igualmente erradicar los juegos "belicistas", o cualquier otro. También lo de menos es si esta propuesta acabará prosperando o no, porque en caso afirmativo vendría a sumarse a una ya larga lista de fechorías del partido en el poder, sin olvidamos del tripartito catalán, que pretende también controlar la lengua utilizada por los niños en el patio del colegio.
Lo sobrecogedor de la noticia es la mentalidad profundamente totalitaria que deja traslucir. Estos tíos quieren cargarse incluso la espontaneidad de los niños que hayan sobrevivido al aborto, y se atreven ya a proclamarlo descaradamente. Si queréis, es sólo un símbolo, pero creo que difícilmente el peor enemigo de los socialistas podía haberse inventado un gesto más desaforado para retratarlos. Posiblemente la propuesta, ante los problemas aparentemente más importantes que aquejan al país, como sugiere el propio redactor de LD (que ya digo, hoy no ha estado fino), acabe pasando desapercibida, pero no debería hacerlo. Porque no existe problema más grave que la libertad humana, y apenas se me ocurre una forma más repugnante de erradicarla que esta, que el Estado sistemáticamente llegue a "interferir de manera determinante" (aquí sí que vale) en la inocencia de los niños.
De pequeño tuve una maestra que cuando nos veía una pistola de juguete, nos la confiscaba. Aún recuerdo mi asombro de niño de ocho años al verla llorar cuando murió Franco. Aunque la señora era ya un poco mayor (a mí al menos me parecía vieja), no me sorprendería que hubiera tenido tiempo de evolucionar a progre, es decir, de un autoritarismo a otro, como tantos otros. Pero por supuesto, su capacidad de coaccionar nuestra libertad era irrisoria, no estaba sostenida por un aparato estatal, ni siquiera por una ideología coherente.
Creo que incluso aunque prosperase esta aberración, las niñas seguirán jugando con muñecas, si les da la gana, y aunque sea a escondidas. Pero me inquieta y me repugna que haya quien maquine borrar las diferencias entre niños y adultos, que trate a los adultos como a niños, y a los niños les inculque escrúpulos e hipocresías de adultos. Y me parece tan definitorio de esta camarilla odiosa que nos gobierna, que no puedo pasarlo por alto. Hay que decirlo bien claro y repetirlo mil veces: El socialismo es exactamente esto. Controlar, controlar y controlar, y si puede ser desde la más tierna infancia mejor.
ACTUALIZACIÓN: A media mañana ya se podía acceder al texto de la "Proposición no de Ley relativa a la promoción de juegos infantiles no sexistas en el ámbito escolar". Nótese la contradicción de pretender regular tanto el juego "reglado" como el "no reglado". En realidad, claro, se pretende prohibir el juego no reglado. Y obsérvese también el verbo empleado en "se eliminen estereotipos que mantengan los roles machistas". ¿Cómo harán para eliminarlos? ¿Avergonzarán a los niños que incurran en el pecado de lesa ideología de género? ¿Los castigarán? ¿Apercibirán a los padres? Y si extendemos esto a la promoción de la "cultura de la paz", ¿prohibirán un día que los niños jueguen a pegar tiros? ¿Les obligarán a sentarse a "dialogar"? Es todo a la vez tan estúpido y siniestro...
Atención: No se trata de que alguna lumbrera del partido socialista haya expresado un mero deseo, como da a entender un titular algo torpón (soy fan de LD, pero como decían los clásicos, a veces Homero también se dormía), sino de una iniciativa formal presentada en el Congreso para que por ley, los profesores "puedan controlar desde la más tierna infancia" los juegos de los niños para que no reproduzcan "roles sexistas".
Aquí lo de menos es la tontería feminista de negar las diferencias congénitas entre los sexos, que ya he criticado en otras ocasiones. El pretexto podía haber sido igualmente erradicar los juegos "belicistas", o cualquier otro. También lo de menos es si esta propuesta acabará prosperando o no, porque en caso afirmativo vendría a sumarse a una ya larga lista de fechorías del partido en el poder, sin olvidamos del tripartito catalán, que pretende también controlar la lengua utilizada por los niños en el patio del colegio.
Lo sobrecogedor de la noticia es la mentalidad profundamente totalitaria que deja traslucir. Estos tíos quieren cargarse incluso la espontaneidad de los niños que hayan sobrevivido al aborto, y se atreven ya a proclamarlo descaradamente. Si queréis, es sólo un símbolo, pero creo que difícilmente el peor enemigo de los socialistas podía haberse inventado un gesto más desaforado para retratarlos. Posiblemente la propuesta, ante los problemas aparentemente más importantes que aquejan al país, como sugiere el propio redactor de LD (que ya digo, hoy no ha estado fino), acabe pasando desapercibida, pero no debería hacerlo. Porque no existe problema más grave que la libertad humana, y apenas se me ocurre una forma más repugnante de erradicarla que esta, que el Estado sistemáticamente llegue a "interferir de manera determinante" (aquí sí que vale) en la inocencia de los niños.
De pequeño tuve una maestra que cuando nos veía una pistola de juguete, nos la confiscaba. Aún recuerdo mi asombro de niño de ocho años al verla llorar cuando murió Franco. Aunque la señora era ya un poco mayor (a mí al menos me parecía vieja), no me sorprendería que hubiera tenido tiempo de evolucionar a progre, es decir, de un autoritarismo a otro, como tantos otros. Pero por supuesto, su capacidad de coaccionar nuestra libertad era irrisoria, no estaba sostenida por un aparato estatal, ni siquiera por una ideología coherente.
Creo que incluso aunque prosperase esta aberración, las niñas seguirán jugando con muñecas, si les da la gana, y aunque sea a escondidas. Pero me inquieta y me repugna que haya quien maquine borrar las diferencias entre niños y adultos, que trate a los adultos como a niños, y a los niños les inculque escrúpulos e hipocresías de adultos. Y me parece tan definitorio de esta camarilla odiosa que nos gobierna, que no puedo pasarlo por alto. Hay que decirlo bien claro y repetirlo mil veces: El socialismo es exactamente esto. Controlar, controlar y controlar, y si puede ser desde la más tierna infancia mejor.
ACTUALIZACIÓN: A media mañana ya se podía acceder al texto de la "Proposición no de Ley relativa a la promoción de juegos infantiles no sexistas en el ámbito escolar". Nótese la contradicción de pretender regular tanto el juego "reglado" como el "no reglado". En realidad, claro, se pretende prohibir el juego no reglado. Y obsérvese también el verbo empleado en "se eliminen estereotipos que mantengan los roles machistas". ¿Cómo harán para eliminarlos? ¿Avergonzarán a los niños que incurran en el pecado de lesa ideología de género? ¿Los castigarán? ¿Apercibirán a los padres? Y si extendemos esto a la promoción de la "cultura de la paz", ¿prohibirán un día que los niños jueguen a pegar tiros? ¿Les obligarán a sentarse a "dialogar"? Es todo a la vez tan estúpido y siniestro...
sábado, 23 de mayo de 2009
Por qué somos una minoría
Según el último barómetro de opinión política de Cataluña, sólo un 4,4 % de los encuestados declaran ser de derechas, frente a un 34 % que se considera de izquierdas. A nivel nacional, el estudio equivalente del CIS de marzo no ofrece resultados demasiado dispares, aunque las preguntas no son estrictamente comparables. La encuesta realizada en Cataluña propone al encuestado situarse entre izquierda, centro-izquierda, centro, centro-derecha y derecha, mientras que la del CIS propone una escala numérico-espacial, en la que izquierda y derecha ocupan los extremos. Esto hace que la gente que se defina tanto de izquierdas como de derechas sea muy inferior, del 6,8 y del 2,5 %, respectivamente. Pero el hecho es que los que se definen cómo de izquierdas son casi tres veces más que los que se definen como de derechas.
Sin embargo, tal asimetría a favor de la izquierda no parece casar con los resultados electorales, en los que siempre se dan en número de votos unos resultados cercanos al empate, aunque luego la ley electoral magnifique las pequeñas diferencias y atribuya más escaños a una formación u otra. De hecho, si nos circunscribimos al caso de Cataluña, no parece muy congruente que, siendo sólo el 11,5 % los que se consideran de centro-derecha o derecha, y al mismo tiempo opinando más del 55 % que CiU es un partido de centro-derecha o de derecha simplemente, más de un 40 % reconozca sentirse “cercano” o “muy cercano” a él. O sea, resumiendo, casi nadie quiere ser de derechas, pero luego la votan casi tanto como a la izquierda, y a veces, o según en qué comunidades, incluso más.
Todo indica que lo que ocurre es que la gente (tanto los de izquierdas como la mayoría de los de derechas) ha llegado a percibir el término derecha como un insulto, hasta el punto de que cuando defiende ideas de derechas, niega que lo sean. Y los dirigentes del principal partido de la derecha española, el PP, se atienen a esta realidad, habiendo abandonado hace mucho tiempo toda esperanza de revertirla. Por eso siempre repiten que lo que necesitamos no es ideología sino buena gestión, sentido común, y demás tópicos retóricos. El problema es que, así la cosas, la izquierda goza de una ventaja decisiva, porque en el terreno de las ideas, la derecha se ha retirado del combate. Como no se atreve a presentarse como tal, basta con que el adversario hable de la derechona, del ultraliberalismo o los neocón para tener mucho ganado, y a la derecha a la defensiva, o queriendo pasar desapercibida. Quizá de esta manera se pueda ganar a veces las elecciones (¡aunque tiene mérito!) pero desde luego, una vez en el gobierno, no se podrá aplicar el programa con el que se ha presentado, ni hacer frente a la aplastante hegemonía cutural de la izquierda. Más bien se corre el riesgo de que la derecha gobernante se convierta en un remedo de la propia izquierda, es decir, populista, autoritaria e intervencionista.
Revertir este estado de cosas sería bueno para todos, porque la izquierda es un camino equivocado, que conduce al empobrecimiento y al despotismo, como he tratado de argumentar numerosas veces en este blog. Pero para ello, es necesario conocer sus causas.
En mi opinión, las causas básicamente son dos. La primera es el triunfo de una interpretación de la historia, por la cual los desastres provocados por el fascismo y el nazismo se cargan en la cuenta de la derecha, mientras que la izquierda actual no parece sentirse concernida por los que han provocado los sistemas socialistas, pese a que siempre los ha bendecido, por acción u omisión. La segunda y más profunda es la fuerza de ciertos prejuicios atávicos de tipo anticapitalista, que están enquistados en nuestra naturaleza, debido a nuestro pasado de cazadores-recolectores (el 90 % de la historia humana; la civilización es una creación reciente). Esto explica que los mensajes gregarios e igualitaristas calen fácilmente, porque encuentran terreno abonado en nuestra psicología profunda, forjada en pequeñas comunidades en las que apenas existía propiedad privada ni intercambio, ni tampoco Estado, por lo que ni estamos preparados para asimilar el individualismo sin un esfuerzo intelectual previo, ni inmunizados frente a los peligros del estatismo.
Ahora bien, para poder trabajar en la causa profunda, hay que centrarse en la primera o coyuntural, que actúa en gran medida como un dique mental que impide a muchísima gente replantearse sus esquemas y abrirse a un discurso alternativo al seudoprogresismo imperante. Más concretamente, es preciso:
1) Desmontar la imagen del fascismo como lo más antitético a la izquierda, cuando en realidad se describe mucho mejor como una forma de socialismo despojado de la retórica humanista, tal y como mostró Hayek en su clásico Camino de servidumbre, y como demuestra la historia de la evolución del Estado alemán desde sus orígenes prusianos, de los inicios socialistas de Mussolini, etc. Por cierto, que es un error pensar que esto sólo tiene un interés académico. Estos temas, tratados en un estilo divulgativo, pueden interesar a muchísima gente; sólo una derecha burocratizada y esclerotizada es capaz de creer que la ciudadanía sólo está interesada en el precio de las judías o de los garbanzos. Hay que promover debates, exposiciones, actos de todo tipo que den a conocer la verdad de la historia desde el punto de vista del liberalismo y del conservadurismo ilustrado.
2) Denunciar implacablemente las dictaduras socialistas pasadas y presentes, convocar manifestaciones de rechazo del régimen cubano o venezolano, dar a conocer mejor las atrocidades del GULAG soviético, de la revolución cultural china, de la actual dictadura posmaoísta… E insisto, es de una ceguera total pensar que a la gente le importa un pito la situación de Cuba o de China. ¿No moviliza la izquierda a las masas por Palestina o Iraq? ¿Quién dice que no se puede hacer lo mismo contra las violaciones de los derechos humanos en los países islámicos?
3) Estrechamente ligado con lo anterior, explicar la globalización, desmontando el mito de que en el mundo cada vez hay más pobres por culpa del capitalismo, cuando es exactamente al revés, como demuestran libros como el ya clásico de Johan Norberg, En defensa del capitalismo global.
4) En el caso particular de España, insistir en la divulgación (en la línea de la obra de Pío Moa) del papel de la izquierda en el desencadenamiento de la guerra civil, para terminar con la patraña de asociar a priori democracia con izquierda y autoritarismo con derecha. Para ello es necesario conocer mejor la historia del siglo XIX y principios del XX, mostrar cómo las ideas utópicas, milenaristas y antiespañolas de unos intelectuales alejados del conocimiento empírico no hicieron más que sabotear y desprestigiar las reformas posibilistas de la derecha, hasta desembocar en el conflicto del 36.
Una vez se extienda el conocimiento objetivo de los hechos, es posible que se abra paso la pregunta esencial, que nos lleva a la causa profunda de que hablaba antes. ¿Por qué el socialismo no funciona y el libre mercado sí? ¿Por qué lo que se suele entender por progresismo en realidad no resuelve nunca los problemas, sino que los cronifica, los exacerba o incluso los crea –eso sí, culpando siempre a la derecha?
Esta es la tarea, pero entiéndaseme bien, se trata de una tarea de la sociedad civil, de todos nosotros, no de un partido político, que en todo caso no es el PP, que ha demostrado sobradamente su incapacidad y su nula voluntad para trabajar más allá del cortoplacismo electoral, dejando de lado honrosas excepciones personales, como el ex presidente Aznar (¡más vale tarde que nunca!).
Sin embargo, tal asimetría a favor de la izquierda no parece casar con los resultados electorales, en los que siempre se dan en número de votos unos resultados cercanos al empate, aunque luego la ley electoral magnifique las pequeñas diferencias y atribuya más escaños a una formación u otra. De hecho, si nos circunscribimos al caso de Cataluña, no parece muy congruente que, siendo sólo el 11,5 % los que se consideran de centro-derecha o derecha, y al mismo tiempo opinando más del 55 % que CiU es un partido de centro-derecha o de derecha simplemente, más de un 40 % reconozca sentirse “cercano” o “muy cercano” a él. O sea, resumiendo, casi nadie quiere ser de derechas, pero luego la votan casi tanto como a la izquierda, y a veces, o según en qué comunidades, incluso más.
Todo indica que lo que ocurre es que la gente (tanto los de izquierdas como la mayoría de los de derechas) ha llegado a percibir el término derecha como un insulto, hasta el punto de que cuando defiende ideas de derechas, niega que lo sean. Y los dirigentes del principal partido de la derecha española, el PP, se atienen a esta realidad, habiendo abandonado hace mucho tiempo toda esperanza de revertirla. Por eso siempre repiten que lo que necesitamos no es ideología sino buena gestión, sentido común, y demás tópicos retóricos. El problema es que, así la cosas, la izquierda goza de una ventaja decisiva, porque en el terreno de las ideas, la derecha se ha retirado del combate. Como no se atreve a presentarse como tal, basta con que el adversario hable de la derechona, del ultraliberalismo o los neocón para tener mucho ganado, y a la derecha a la defensiva, o queriendo pasar desapercibida. Quizá de esta manera se pueda ganar a veces las elecciones (¡aunque tiene mérito!) pero desde luego, una vez en el gobierno, no se podrá aplicar el programa con el que se ha presentado, ni hacer frente a la aplastante hegemonía cutural de la izquierda. Más bien se corre el riesgo de que la derecha gobernante se convierta en un remedo de la propia izquierda, es decir, populista, autoritaria e intervencionista.
Revertir este estado de cosas sería bueno para todos, porque la izquierda es un camino equivocado, que conduce al empobrecimiento y al despotismo, como he tratado de argumentar numerosas veces en este blog. Pero para ello, es necesario conocer sus causas.
En mi opinión, las causas básicamente son dos. La primera es el triunfo de una interpretación de la historia, por la cual los desastres provocados por el fascismo y el nazismo se cargan en la cuenta de la derecha, mientras que la izquierda actual no parece sentirse concernida por los que han provocado los sistemas socialistas, pese a que siempre los ha bendecido, por acción u omisión. La segunda y más profunda es la fuerza de ciertos prejuicios atávicos de tipo anticapitalista, que están enquistados en nuestra naturaleza, debido a nuestro pasado de cazadores-recolectores (el 90 % de la historia humana; la civilización es una creación reciente). Esto explica que los mensajes gregarios e igualitaristas calen fácilmente, porque encuentran terreno abonado en nuestra psicología profunda, forjada en pequeñas comunidades en las que apenas existía propiedad privada ni intercambio, ni tampoco Estado, por lo que ni estamos preparados para asimilar el individualismo sin un esfuerzo intelectual previo, ni inmunizados frente a los peligros del estatismo.
Ahora bien, para poder trabajar en la causa profunda, hay que centrarse en la primera o coyuntural, que actúa en gran medida como un dique mental que impide a muchísima gente replantearse sus esquemas y abrirse a un discurso alternativo al seudoprogresismo imperante. Más concretamente, es preciso:
1) Desmontar la imagen del fascismo como lo más antitético a la izquierda, cuando en realidad se describe mucho mejor como una forma de socialismo despojado de la retórica humanista, tal y como mostró Hayek en su clásico Camino de servidumbre, y como demuestra la historia de la evolución del Estado alemán desde sus orígenes prusianos, de los inicios socialistas de Mussolini, etc. Por cierto, que es un error pensar que esto sólo tiene un interés académico. Estos temas, tratados en un estilo divulgativo, pueden interesar a muchísima gente; sólo una derecha burocratizada y esclerotizada es capaz de creer que la ciudadanía sólo está interesada en el precio de las judías o de los garbanzos. Hay que promover debates, exposiciones, actos de todo tipo que den a conocer la verdad de la historia desde el punto de vista del liberalismo y del conservadurismo ilustrado.
2) Denunciar implacablemente las dictaduras socialistas pasadas y presentes, convocar manifestaciones de rechazo del régimen cubano o venezolano, dar a conocer mejor las atrocidades del GULAG soviético, de la revolución cultural china, de la actual dictadura posmaoísta… E insisto, es de una ceguera total pensar que a la gente le importa un pito la situación de Cuba o de China. ¿No moviliza la izquierda a las masas por Palestina o Iraq? ¿Quién dice que no se puede hacer lo mismo contra las violaciones de los derechos humanos en los países islámicos?
3) Estrechamente ligado con lo anterior, explicar la globalización, desmontando el mito de que en el mundo cada vez hay más pobres por culpa del capitalismo, cuando es exactamente al revés, como demuestran libros como el ya clásico de Johan Norberg, En defensa del capitalismo global.
4) En el caso particular de España, insistir en la divulgación (en la línea de la obra de Pío Moa) del papel de la izquierda en el desencadenamiento de la guerra civil, para terminar con la patraña de asociar a priori democracia con izquierda y autoritarismo con derecha. Para ello es necesario conocer mejor la historia del siglo XIX y principios del XX, mostrar cómo las ideas utópicas, milenaristas y antiespañolas de unos intelectuales alejados del conocimiento empírico no hicieron más que sabotear y desprestigiar las reformas posibilistas de la derecha, hasta desembocar en el conflicto del 36.
Una vez se extienda el conocimiento objetivo de los hechos, es posible que se abra paso la pregunta esencial, que nos lleva a la causa profunda de que hablaba antes. ¿Por qué el socialismo no funciona y el libre mercado sí? ¿Por qué lo que se suele entender por progresismo en realidad no resuelve nunca los problemas, sino que los cronifica, los exacerba o incluso los crea –eso sí, culpando siempre a la derecha?
Esta es la tarea, pero entiéndaseme bien, se trata de una tarea de la sociedad civil, de todos nosotros, no de un partido político, que en todo caso no es el PP, que ha demostrado sobradamente su incapacidad y su nula voluntad para trabajar más allá del cortoplacismo electoral, dejando de lado honrosas excepciones personales, como el ex presidente Aznar (¡más vale tarde que nunca!).
jueves, 21 de mayo de 2009
Lectura absolutamente obligada
Una de las batallas ideológicas más agotadoras, pero necesarias, es la que genera el análisis de los efectos perversos de las ideologías emancipatorias. Es agotadora porque te llueven las críticas de izquierda pero también de muchos liberales, que andan bastante confundidos. Es necesaria porque las dichas ideologías son el caballo de Troya del estatismo, de un totalitarismo de nuevo cuño que sólo algunas mentes lúcidas (desde un Tocqueville a un Aldous Huxley, por citar dos ejemplos heterogéneos) han atisbado.
Tras el aborto, el matrimonio homosexual o la eutanasia late con fuerza el núcleo de estas concepciones que pretenden ignorar milenios de evolución biocultural, que tratan de transformar al hombre sin el menor asomo de duda acerca del derecho que les asiste para ello, ni de los resultados. Los portaestandartes de las ideologías emancipatorias, a menudo partiendo de una ignorancia verdaderamente cósmica, pretenden redefinir qué es un ser humano y qué no lo es, la naturaleza del bien y del mal y el sentido de instituciones tan contrastadas como la familia y el matrimonio. Para ellos la experiencia no cuenta en absoluto, y se guían exclusivamente por prejuicios recientes de una espantosa simplicidad, que se resumen en la defensa de un sentimentalismo hedonista que lo justifica casi todo.
El resultado es la atomización de la sociedad en un agregado de individuos dependientes, material y espiritualmente, del Estado, es decir, de una minoría burocrático-política que a todos los efectos funciona como un despotismo oriental tradicional... Paradojas de la modernidad.
Por cierto que hace tiempo que no leía un artículo que explicara esto de manera tan magistral como el de Alberto Gómez Corona, que publica Libertad Digital. Es de esos textos que hay que guardar y hasta imprimir en letra grande. No dejéis de leerlo.
Tras el aborto, el matrimonio homosexual o la eutanasia late con fuerza el núcleo de estas concepciones que pretenden ignorar milenios de evolución biocultural, que tratan de transformar al hombre sin el menor asomo de duda acerca del derecho que les asiste para ello, ni de los resultados. Los portaestandartes de las ideologías emancipatorias, a menudo partiendo de una ignorancia verdaderamente cósmica, pretenden redefinir qué es un ser humano y qué no lo es, la naturaleza del bien y del mal y el sentido de instituciones tan contrastadas como la familia y el matrimonio. Para ellos la experiencia no cuenta en absoluto, y se guían exclusivamente por prejuicios recientes de una espantosa simplicidad, que se resumen en la defensa de un sentimentalismo hedonista que lo justifica casi todo.
El resultado es la atomización de la sociedad en un agregado de individuos dependientes, material y espiritualmente, del Estado, es decir, de una minoría burocrático-política que a todos los efectos funciona como un despotismo oriental tradicional... Paradojas de la modernidad.
Por cierto que hace tiempo que no leía un artículo que explicara esto de manera tan magistral como el de Alberto Gómez Corona, que publica Libertad Digital. Es de esos textos que hay que guardar y hasta imprimir en letra grande. No dejéis de leerlo.
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Anécdota inconveniente
Entrevista a Antonio Robles en TeleTaxi TV, repetición ofrecida el pasado domingo. El entrevistador, Justo Molinero –quien no en vano ha levantado su tinglado mediático a la sombra del nacionalismo– recuerda las dificultades que tuvo él mismo para ascender en la Renault (en la que trabajó de joven en Barcelona) por culpa de su desconocimiento del catalán, lo cual le lleva a defender el actual modelo de enseñanza obligatoria en esta lengua, en contra de la posición de Robles.
El argumento es falaz por varias razones en las que no voy a entretenerme ahora, pero lo llamativo de la anécdota, que incomprensiblemente no señaló Robles en su tibia réplica, es que eso sucedía allá por… 1968. ¿Cómo? ¿No fue la dictadura franquista una feroz represora del catalán en todos los ámbitos?
Pues ya ven, parece que no tanto. Testimonios como el de Molinero los hay en abundancia. A mi madre, cuando entró a trabajar en una panadería de Barcelona a los trece años, en el 59 o en el 60, lo primero que le preguntaron fue si hablaba catalán. Ahora bien, el nacionalismo sólo cuenta una parte de la historia, la que le conviene para aparecer siempre como víctima, y sostener el embuste de que el catalán se extinguirá si no se adoptan medidas coercitivas. Lo cual, incluso aunque fuese cierto no las justificaría, pero no caigamos en el error de dejar pasar una premisa falsa porque no afecte lógicamente a nuestra posición. La argumentación de que la injusticia pasada no justifica otra injusticia presente, es en términos generales correcta, pero por sí sola no evita que aceptemos acríticamente la versión simplista y maniquea de la historia que a nuestro interlocutor le interesa. Por eso, con frecuencia una simple anécdota vale más que muchas disquisiciones.
El argumento es falaz por varias razones en las que no voy a entretenerme ahora, pero lo llamativo de la anécdota, que incomprensiblemente no señaló Robles en su tibia réplica, es que eso sucedía allá por… 1968. ¿Cómo? ¿No fue la dictadura franquista una feroz represora del catalán en todos los ámbitos?
Pues ya ven, parece que no tanto. Testimonios como el de Molinero los hay en abundancia. A mi madre, cuando entró a trabajar en una panadería de Barcelona a los trece años, en el 59 o en el 60, lo primero que le preguntaron fue si hablaba catalán. Ahora bien, el nacionalismo sólo cuenta una parte de la historia, la que le conviene para aparecer siempre como víctima, y sostener el embuste de que el catalán se extinguirá si no se adoptan medidas coercitivas. Lo cual, incluso aunque fuese cierto no las justificaría, pero no caigamos en el error de dejar pasar una premisa falsa porque no afecte lógicamente a nuestra posición. La argumentación de que la injusticia pasada no justifica otra injusticia presente, es en términos generales correcta, pero por sí sola no evita que aceptemos acríticamente la versión simplista y maniquea de la historia que a nuestro interlocutor le interesa. Por eso, con frecuencia una simple anécdota vale más que muchas disquisiciones.
miércoles, 20 de mayo de 2009
La paz del Titadyn
Los españoles, según las conocidas palabras de Rubalcaba, se merecen un gobierno que no les mienta. En cambio, por lo visto se merecen una cadena de emisoras, como la SER, que les mintiera masivamente en los días y horas previos a las elecciones del 2004, cuando aseguraba la existencia de terroristas suicidas en el 11-M, cuando afirmaba tener informes de los servicios secretos que jamás han aportado o incluso cuando presumía de haber conocido el contenido de una cinta reivindicativa de los atentados… horas antes de que fuese grabada. También nos merecemos que los funcionarios públicos mientan en sede parlamentaria y judicial, que manipulen las pruebas de la investigación del mayor crimen de la historia de España desde Paracuellos, o que se las inventen. Incluso se merecen que el candidato socialista a las elecciones, Rodríguez Zapatero, llamase a los medios de comunicación ayudando a difundir el bulo de los suicidas.
Todo eso es aceptable, pero que el gobierno del Partido Popular dijera que el explosivo era el habitualmente utilizado por ETA, eso es inadmisible. Salvo, claro está, que al final resultara ser cierto. En cuyo caso, debería reinar la reconciliación. Sí, es muy sencillo. El PP se olvida de las mentiras de los socialistas, sus medios afines y sus topos en las fuerzas de seguridad. Y a cambio, los socialistas se olvidan de que ganaron las elecciones acusando injustamente al gobierno de ocultar la verdad del 11-M. Alguno pensará que es una broma, pero en realidad, este pacto no escrito ya está en vigor. Sólo falta extenderlo al ámbito de la llamada “memoria histórica”. La derecha se olvida de que la izquierda provocó la guerra civil en el 34, y a cambio la izquierda se olvida de que la perdió, y que la transición a la democracia la hizo la derecha cuarenta años después. Y todos tan contentos.
Todo eso es aceptable, pero que el gobierno del Partido Popular dijera que el explosivo era el habitualmente utilizado por ETA, eso es inadmisible. Salvo, claro está, que al final resultara ser cierto. En cuyo caso, debería reinar la reconciliación. Sí, es muy sencillo. El PP se olvida de las mentiras de los socialistas, sus medios afines y sus topos en las fuerzas de seguridad. Y a cambio, los socialistas se olvidan de que ganaron las elecciones acusando injustamente al gobierno de ocultar la verdad del 11-M. Alguno pensará que es una broma, pero en realidad, este pacto no escrito ya está en vigor. Sólo falta extenderlo al ámbito de la llamada “memoria histórica”. La derecha se olvida de que la izquierda provocó la guerra civil en el 34, y a cambio la izquierda se olvida de que la perdió, y que la transición a la democracia la hizo la derecha cuarenta años después. Y todos tan contentos.
Interferencias
Rodríguez Zapatero no tolera que una madre o un padre puedan ejercer una "interferencia determinante” en la decisión de una hija de 16 años que desee abortar. “Su decisión”, dice, poniendo énfasis en el posesivo, con esa entonación insufrible que se gasta el inquilino de La Moncloa, entre didáctica y hastiada por tener que repetir obviedades que sólo la derecha cavernícola se atreve a cuestionar. (Cuando habla silabeando, “tra-ba-ja-do-res”, para que los cavernícolas lo entendamos, sencillamente no lo aguanto, tengo que apagar la tele o la radio.)
O sea, a ver si lo entiendo, en mi condición troglodítica. El Estado puede interferir en si esa chica bebe alcohol, en si conduce un automóvil, en su educación o en su contrato laboral, y por supuesto, puede asesorarla acerca de si conviene que aborte o no. Pero los padres no deben meterse. Es más, incluso si la niña tiene diez años, no le pueden dar un cachete correctivo, porque puede venir un juez y dictar una orden de alejamiento, es decir, separarlos de la hija.
Me pregunto si no será pronto obligación de los hijos denunciar a los padres que manifiesten opiniones escépticas sobre el calentamiento global, o sencillamente muestren desafección al gobierno socialista. De hecho, ¿no sería mejor derogar la figura de los padres? Al menos la del padre; Bibiana Aído seguro que intercederá ante el Líder Supremo por las madres. ¿Por qué no terminar con esa institución retrógrada y autoritaria que sólo sirve para poner trabas a las reformas ilusionantes del zapaterismo? ¿Quién se ha creído que es ningún padre para decirle a los hijos menores de edad a qué hora deben volver a casa, o controlar lo que ven por la tele?
Zapatero viene a liberar a los adolescentes, y no me sorprendería que cuando tengan edad de votar (eso si no la adelanta a los dieciséis) le correspondan con su gratitud. Eso sí, luego que no se quejen si no encuentran trabajo. Zapatero no permitirá que pasen privaciones, es más, velará por que sean eternamente adolescentes.
O sea, a ver si lo entiendo, en mi condición troglodítica. El Estado puede interferir en si esa chica bebe alcohol, en si conduce un automóvil, en su educación o en su contrato laboral, y por supuesto, puede asesorarla acerca de si conviene que aborte o no. Pero los padres no deben meterse. Es más, incluso si la niña tiene diez años, no le pueden dar un cachete correctivo, porque puede venir un juez y dictar una orden de alejamiento, es decir, separarlos de la hija.
Me pregunto si no será pronto obligación de los hijos denunciar a los padres que manifiesten opiniones escépticas sobre el calentamiento global, o sencillamente muestren desafección al gobierno socialista. De hecho, ¿no sería mejor derogar la figura de los padres? Al menos la del padre; Bibiana Aído seguro que intercederá ante el Líder Supremo por las madres. ¿Por qué no terminar con esa institución retrógrada y autoritaria que sólo sirve para poner trabas a las reformas ilusionantes del zapaterismo? ¿Quién se ha creído que es ningún padre para decirle a los hijos menores de edad a qué hora deben volver a casa, o controlar lo que ven por la tele?
Zapatero viene a liberar a los adolescentes, y no me sorprendería que cuando tengan edad de votar (eso si no la adelanta a los dieciséis) le correspondan con su gratitud. Eso sí, luego que no se quejen si no encuentran trabajo. Zapatero no permitirá que pasen privaciones, es más, velará por que sean eternamente adolescentes.
viernes, 15 de mayo de 2009
El mal existe, o el motivo para no ser progre
En un típico caso de ajuste de cuentas, un traficante de drogas asesina en Florida, acribillándolo a tiros, a un individuo, junto a su mujer y sus dos hijos pequeños. El cadáver de la madre fue hallado abrazado a los niños, como si hubiera intentado vanamente protegerlos.
En Tabasco, un comando de los narcos asesina con fusiles AK-47 a un comandante de la policía, a su mujer, a sus dos hijos, a otra pariente también con sus dos hijos y a una vecina.
¿Qué tienen en común estos hechos? Entre otras cosas, que son dos noticias que pueden leerse hoy en los periódicos. Más exactamente, los medios se refieren a la condena a muerte del autor del primer crimen, cometido hace tres años, y al relato del segundo, que las autoridades mejicanas dieron a conocer ayer.
Pero lo significativo no es la actualidad de los hechos, sino su carácter casi arquetípico. Acontecimientos así nos recuerdan, todos los días, que el mal existe, que no se trata de una simplificación de Hollywood, donde los malos son malísimos y los buenos, buenísimos.
Ahora bien, el seudoprogresismo imperante no cree en el individuo, ni por tanto en la responsabilidad individual. Siempre trata de encontrar explicaciones sistémicas, sociales o culturales al delito. Según el marxismo canónico, cuya influencia en la izquierda sigue siendo fundamental, el robo existe por culpa de la propiedad privada, y los demás crímenes se derivan en general de ahí. El mal, por tanto, no es un fenómeno de la voluntad, sino de unas estructuras que deben cambiarse. Lo cual, por descontado, suena muy científico y objetivo, de ahí que tantos intelectuales se sientan seducidos por esta visión de la realidad.
Esta concepción se refuerza con la equiparación del delito con otras formas de violencia, como son las de los ejércitos y las fuerzas policiales. Evidentemente, tanto los militares como los policías cometen en ocasiones delitos, pero la ideología seudoprogresista arremete en general contra toda actuación de estas instituciones, sea legítima o no. Así, los atentados terroristas del 11-S o del 11-M se han querido explicar como una respuesta adecuada a operaciones militares de los Estados Unidos y otros países democráticos, que se enfrentan a estados dictatoriales cuando no directamente terroristas, poniendo al mismo nivel las motivaciones y los procedimientos de unos y otros. Como al intelectual progre le repugna hablar en términos de “buenos y malos” (eso no parece “científico”) opta por tanto por cultivar un relativismo pretendidamente superior, en el cual todo queda reducido a ciegas estructuras de dominación que tratan de perpetuarse a sí mismas, y donde la moral no es más que una mera arma discursiva de la burguesía o de las potencias hegemónicas.
En definitiva, el mal para el seudoprogresismo siempre es estructural, y por tanto los únicos malos verdaderos son aquellos que tienen un supuesto interés en mantener las estructuras que realmente originan el mal, a los cuales, a todos los efectos, se les considera como una parte de ellas. O sea, Bush, Aznar… ya saben.
Esta es la razón, dicho sea incidentalmente, por la cual, en los regímenes totalitarios, los presos políticos suelen recibir mucho peor trato que los delincuentes comunes, que en las cárceles y campos de concentración acostumbran a actuar en connivencia con los propios guardianes para amargar la vida a los disidentes. El auténtico malvado, para el seudoprogresista, es el contrarrevolucionario, el reaccionario, no tanto el delincuente común, que es más bien una víctima del sistema, una herencia del régimen burgués anterior.
Y de este tinglado ideológico procede también la absurda doctrina de la reinserción, la idea de que las sanciones penales tienen como principal función, no proteger de los delincuentes al resto de individuos, sino reeducarlos. Nótese la premisa que subyace en esta doctrina: Que la razón última por la cual unos sicarios asesinan a la familia entera de un policía es una carencia educativa.
La doctrina seudoprogresista del mal es una sugestiva teoría, pero tiene un problema: Es falsa, es estúpida, y además es peligrosa. Primero, porque tiende a desarmarnos ante los malvados, a los que se cree que se podrá reconducir siempre con el diálogo y la Alianza de Civilizaciones. Y segundo porque, al negar o ignorar el mal que procede de la voluntad (el único genuino), dicha doctrina conduce a abrazar una fe temeraria en determinados gobiernos o movimientos políticos, que so capa de enfrentarse a las estructuras existentes se convierten en fortalezas o incluso en máquinas de guerra desde las cuales los malvados son mucho más temibles y difíciles de combatir. Sólo la desconfianza hacia el mal que potencialmente late en todo individuo es la que ha originado los sistemas sociales más soportables y exitosos, aquellos que tratan de prevenir la excesiva concentración de poder, no aumentar sus medios con el pretexto de nobles causas, que luego por supuesto jamás se materializan: siempre se puede culpar del previsible fracaso al sabotaje de los eternos reaccionarios, a “la oligarquía y los pitiyanquis”, por utilizar el lenguaje del conocido psicópata venezolano.
Los “malos malísimos” no son sólo personajes de las películas. Existen, por desgracia, y tienen unos inapreciables aliados: los buenos tontos, también conocidos como progres, aunque no todos son tan tontos ni tan buenos.
En Tabasco, un comando de los narcos asesina con fusiles AK-47 a un comandante de la policía, a su mujer, a sus dos hijos, a otra pariente también con sus dos hijos y a una vecina.
¿Qué tienen en común estos hechos? Entre otras cosas, que son dos noticias que pueden leerse hoy en los periódicos. Más exactamente, los medios se refieren a la condena a muerte del autor del primer crimen, cometido hace tres años, y al relato del segundo, que las autoridades mejicanas dieron a conocer ayer.
Pero lo significativo no es la actualidad de los hechos, sino su carácter casi arquetípico. Acontecimientos así nos recuerdan, todos los días, que el mal existe, que no se trata de una simplificación de Hollywood, donde los malos son malísimos y los buenos, buenísimos.
Ahora bien, el seudoprogresismo imperante no cree en el individuo, ni por tanto en la responsabilidad individual. Siempre trata de encontrar explicaciones sistémicas, sociales o culturales al delito. Según el marxismo canónico, cuya influencia en la izquierda sigue siendo fundamental, el robo existe por culpa de la propiedad privada, y los demás crímenes se derivan en general de ahí. El mal, por tanto, no es un fenómeno de la voluntad, sino de unas estructuras que deben cambiarse. Lo cual, por descontado, suena muy científico y objetivo, de ahí que tantos intelectuales se sientan seducidos por esta visión de la realidad.
Esta concepción se refuerza con la equiparación del delito con otras formas de violencia, como son las de los ejércitos y las fuerzas policiales. Evidentemente, tanto los militares como los policías cometen en ocasiones delitos, pero la ideología seudoprogresista arremete en general contra toda actuación de estas instituciones, sea legítima o no. Así, los atentados terroristas del 11-S o del 11-M se han querido explicar como una respuesta adecuada a operaciones militares de los Estados Unidos y otros países democráticos, que se enfrentan a estados dictatoriales cuando no directamente terroristas, poniendo al mismo nivel las motivaciones y los procedimientos de unos y otros. Como al intelectual progre le repugna hablar en términos de “buenos y malos” (eso no parece “científico”) opta por tanto por cultivar un relativismo pretendidamente superior, en el cual todo queda reducido a ciegas estructuras de dominación que tratan de perpetuarse a sí mismas, y donde la moral no es más que una mera arma discursiva de la burguesía o de las potencias hegemónicas.
En definitiva, el mal para el seudoprogresismo siempre es estructural, y por tanto los únicos malos verdaderos son aquellos que tienen un supuesto interés en mantener las estructuras que realmente originan el mal, a los cuales, a todos los efectos, se les considera como una parte de ellas. O sea, Bush, Aznar… ya saben.
Esta es la razón, dicho sea incidentalmente, por la cual, en los regímenes totalitarios, los presos políticos suelen recibir mucho peor trato que los delincuentes comunes, que en las cárceles y campos de concentración acostumbran a actuar en connivencia con los propios guardianes para amargar la vida a los disidentes. El auténtico malvado, para el seudoprogresista, es el contrarrevolucionario, el reaccionario, no tanto el delincuente común, que es más bien una víctima del sistema, una herencia del régimen burgués anterior.
Y de este tinglado ideológico procede también la absurda doctrina de la reinserción, la idea de que las sanciones penales tienen como principal función, no proteger de los delincuentes al resto de individuos, sino reeducarlos. Nótese la premisa que subyace en esta doctrina: Que la razón última por la cual unos sicarios asesinan a la familia entera de un policía es una carencia educativa.
La doctrina seudoprogresista del mal es una sugestiva teoría, pero tiene un problema: Es falsa, es estúpida, y además es peligrosa. Primero, porque tiende a desarmarnos ante los malvados, a los que se cree que se podrá reconducir siempre con el diálogo y la Alianza de Civilizaciones. Y segundo porque, al negar o ignorar el mal que procede de la voluntad (el único genuino), dicha doctrina conduce a abrazar una fe temeraria en determinados gobiernos o movimientos políticos, que so capa de enfrentarse a las estructuras existentes se convierten en fortalezas o incluso en máquinas de guerra desde las cuales los malvados son mucho más temibles y difíciles de combatir. Sólo la desconfianza hacia el mal que potencialmente late en todo individuo es la que ha originado los sistemas sociales más soportables y exitosos, aquellos que tratan de prevenir la excesiva concentración de poder, no aumentar sus medios con el pretexto de nobles causas, que luego por supuesto jamás se materializan: siempre se puede culpar del previsible fracaso al sabotaje de los eternos reaccionarios, a “la oligarquía y los pitiyanquis”, por utilizar el lenguaje del conocido psicópata venezolano.
Los “malos malísimos” no son sólo personajes de las películas. Existen, por desgracia, y tienen unos inapreciables aliados: los buenos tontos, también conocidos como progres, aunque no todos son tan tontos ni tan buenos.
miércoles, 13 de mayo de 2009
El libro electrónico
El libro electrónico provoca emociones encontradas, incluso en la misma persona (es mi caso, sin ir más lejos). Por un lado, el alma de bibliófilo que hay en todo lector empedernido no puede dejar de experimentar cierta inquietud ante la idea de que los libros de papel, que pueblan de entrañables recuerdos nuestras bibliotecas privadas, acaben desapareciendo en un futuro cercano. Pero por otro, es difícil no sustraerse ante el encanto de la idea: Miles de libros en la palma de la mano, en un dispositivo que aún debe perfeccionarse mucho, pero que cada vez tiene menos que envidiar, en comodidad y manejabilidad, al libro tradicional, y lo supera en otros aspectos.
Entre los entusiastas de los nuevos lectores electrónicos existe cierta tentación de ridiculizar a los nostálgicos del papel. Carmelo Jordá se mofaba de manera inmisericorde, la semana pasada, de un escrito de Juan Manuel de Prada, quizás pasado de rosca lírica, pero que expresa sentimientos que muchos conocemos. También el periodista económico Carlos Salas incidía, el pasado domingo en su columna de El Mundo, en este subgénero de hombre-duro-que-está-por-encima-de-mariconadas-romanticoides, cachondeándose de los que deploran que se pierda el “olor” de la letra impresa. Pero sinceramente no creo que seamos tan raritos los que hemos olido un libro abierto o nos deleitamos con las sensaciones visuales y táctiles que produce un volumen de bella factura.
Dicho esto, no veré con desagrado, en absoluto, el triunfo de los lectores de e-books. Desde la más remota antigüedad, el formato de los libros ha experimentado cambios muy notables, pero dos son trascendentales. Uno, por supuesto, es la invención de la imprenta; el otro no suele recordarse mucho, aunque quizás fue el que influyó más en la experiencia individual: La lectura en silencio. San Agustín, en las Confesiones, manifiesta su asombro cuando descubre a San Ambrosio, obispo de Milán, leer silenciosamente para sí, sin siquiera mover los labios. Hoy, leer en voz alta es un placer prácticamente olvidado. Cuando tenía diez años, un profesor de lengua tuvo la feliz idea de leernos entero en clase, a lo largo de varias semanas, El camino, de Miguel Delibes. Estoy convencido de que mi amor por la lectura debe mucho a aquel libro, pese a que no lo tuve físicamente en mis manos hasta la edad adulta.
El placer que puede producir la audición de un libro demuestra que el canal físico, por entrañable que resulte, no tiene importancia. Lo que queremos a fin de cuentas es leer, y poder hacerlo en cualquier lugar, con un acceso lo más económico posible a cuantos más libros mejor. Creo que nos olvidaremos de los libros de papel, al igual que en su día nos olvidamos de los rollos de papiro o de las tablillas de arcilla, que seguro (y no es ironía) también tenían sus encantos.
Entre los entusiastas de los nuevos lectores electrónicos existe cierta tentación de ridiculizar a los nostálgicos del papel. Carmelo Jordá se mofaba de manera inmisericorde, la semana pasada, de un escrito de Juan Manuel de Prada, quizás pasado de rosca lírica, pero que expresa sentimientos que muchos conocemos. También el periodista económico Carlos Salas incidía, el pasado domingo en su columna de El Mundo, en este subgénero de hombre-duro-que-está-por-encima-de-mariconadas-romanticoides, cachondeándose de los que deploran que se pierda el “olor” de la letra impresa. Pero sinceramente no creo que seamos tan raritos los que hemos olido un libro abierto o nos deleitamos con las sensaciones visuales y táctiles que produce un volumen de bella factura.
Dicho esto, no veré con desagrado, en absoluto, el triunfo de los lectores de e-books. Desde la más remota antigüedad, el formato de los libros ha experimentado cambios muy notables, pero dos son trascendentales. Uno, por supuesto, es la invención de la imprenta; el otro no suele recordarse mucho, aunque quizás fue el que influyó más en la experiencia individual: La lectura en silencio. San Agustín, en las Confesiones, manifiesta su asombro cuando descubre a San Ambrosio, obispo de Milán, leer silenciosamente para sí, sin siquiera mover los labios. Hoy, leer en voz alta es un placer prácticamente olvidado. Cuando tenía diez años, un profesor de lengua tuvo la feliz idea de leernos entero en clase, a lo largo de varias semanas, El camino, de Miguel Delibes. Estoy convencido de que mi amor por la lectura debe mucho a aquel libro, pese a que no lo tuve físicamente en mis manos hasta la edad adulta.
El placer que puede producir la audición de un libro demuestra que el canal físico, por entrañable que resulte, no tiene importancia. Lo que queremos a fin de cuentas es leer, y poder hacerlo en cualquier lugar, con un acceso lo más económico posible a cuantos más libros mejor. Creo que nos olvidaremos de los libros de papel, al igual que en su día nos olvidamos de los rollos de papiro o de las tablillas de arcilla, que seguro (y no es ironía) también tenían sus encantos.
domingo, 10 de mayo de 2009
Progresismo y nacionalismo
Félix de Azúa, uno de los primitivos impulsores de Ciudadanos, dijo en aquellas circunstancias fundacionales que "todo nacionalismo es siempre de derechas." Recientemente, María Jesús González, candidata de Ciudadanos en las pasadas elecciones legislativas, ha roto con este partido por la decisión de su presidente, Albert Rivera, de coaligarse para las europeas con Libertas, formación que algunos consideran prácticamente de extrema derecha. En un vibrante artículo, María Jesús González se reafirma en sus ideas, señalando la "imposible sinonimia en los contrarios progresista y nacionalista."
Ambas frases contienen un barrunto de verdad, pero sobre todo la primera, no ayudan gran cosa a esclarecer un debate de una mínima calidad intelectual.
Lo que no me gustó desde el principio en Ciudadanos, ni en UPyD, fue precisamente esta actitud poco elegante de darle una patada al nacionalismo... en el culo de la derecha. Aunque desde el principio hubo en ambas formaciones un componente liberal (es decir, progresista de verdad) que potencialmente es tan crítico con la izquierda como con la derecha, lo cierto es que han tendido a mostrarse más próximos a la primera. Y aunque la derecha real está lejos de identificarse con un ideario liberal consistente, como nos gustaría a muchos, hay que decir bien claro que la izquierda real lo está muchísimo más: a años luz.
Si la derecha no defiende el mercado libre todo lo que debiera, ni mucho menos, no digamos ya la izquierda. Los autodenominados progresistas suelen ser partidarios del multiculturalismo, lo que supone en la práctica supeditar la libertad de millones de individuos (las mujeres) a la tiranía islámica o clánica. La izquierda suele apoyar dictaduras como la de Castro o Hugo Chávez. La izquierda suele jalear los delirios del ecologismo más retrógrado, que defiende detener el crecimiento económico, condenando a la pobreza perpetua a gran parte de la humanidad. La izquierda, en el sentido empírico del término, y dejando de lado elucubraciones esencialistas, es hoy profundamente antiliberal, mucho más que la derecha.
Desde este punto de vista, los que entendemos que el verdadero progreso se basa en la libertad individual, no vemos qué incompatibilidad esencial existe entre izquierda (o "progresismo") y nacionalismo. Ambos se caracterizan por supeditar al individuo, en la práctica, a algún concepto sacrosanto, sea la sociedad, la naturaleza, la nación, etc. Ambos son formas del colectivismo o antiliberalismo, y su alianza no es conyuntural, sino que obedece a una razón profunda.
Los argumentos con los cuales los nacionalistas justifican las restricciones de la libertad lingüística son (aparte los directamente etnicistas o reaccionarios) básicamente dos: Uno, de apariencia liberal, se expresa en términos del derecho del individuo a utilizar su lengua materna (siempre y cuando sea la adecuada) y equivale a la típica pretensión de la izquierda de imponer la igualdad de hecho -con lo cual se incurre frecuentemente en la violación del principio liberal clásico de la igualdad de oportunidades. El segundo argumento suele girar en torno a la idea de "protección" de una lengua supuestamente amenazada de extinción, que equivale a conocidos pretextos de la izquierda para coartar las libertades individuales como son la protección de los más débiles, del medio ambiente, etc. No son paralelismos casuales, sino que responden a un impulso común: La desconfianza hacia la libertad, a la cual se considera como causante de injusticia e insolidaridad, o mejor dicho, la utilización de esa desconfianza atávica para justificar el ejercicio inmoderado del poder político.
Ambas frases contienen un barrunto de verdad, pero sobre todo la primera, no ayudan gran cosa a esclarecer un debate de una mínima calidad intelectual.
Lo que no me gustó desde el principio en Ciudadanos, ni en UPyD, fue precisamente esta actitud poco elegante de darle una patada al nacionalismo... en el culo de la derecha. Aunque desde el principio hubo en ambas formaciones un componente liberal (es decir, progresista de verdad) que potencialmente es tan crítico con la izquierda como con la derecha, lo cierto es que han tendido a mostrarse más próximos a la primera. Y aunque la derecha real está lejos de identificarse con un ideario liberal consistente, como nos gustaría a muchos, hay que decir bien claro que la izquierda real lo está muchísimo más: a años luz.
Si la derecha no defiende el mercado libre todo lo que debiera, ni mucho menos, no digamos ya la izquierda. Los autodenominados progresistas suelen ser partidarios del multiculturalismo, lo que supone en la práctica supeditar la libertad de millones de individuos (las mujeres) a la tiranía islámica o clánica. La izquierda suele apoyar dictaduras como la de Castro o Hugo Chávez. La izquierda suele jalear los delirios del ecologismo más retrógrado, que defiende detener el crecimiento económico, condenando a la pobreza perpetua a gran parte de la humanidad. La izquierda, en el sentido empírico del término, y dejando de lado elucubraciones esencialistas, es hoy profundamente antiliberal, mucho más que la derecha.
Desde este punto de vista, los que entendemos que el verdadero progreso se basa en la libertad individual, no vemos qué incompatibilidad esencial existe entre izquierda (o "progresismo") y nacionalismo. Ambos se caracterizan por supeditar al individuo, en la práctica, a algún concepto sacrosanto, sea la sociedad, la naturaleza, la nación, etc. Ambos son formas del colectivismo o antiliberalismo, y su alianza no es conyuntural, sino que obedece a una razón profunda.
Los argumentos con los cuales los nacionalistas justifican las restricciones de la libertad lingüística son (aparte los directamente etnicistas o reaccionarios) básicamente dos: Uno, de apariencia liberal, se expresa en términos del derecho del individuo a utilizar su lengua materna (siempre y cuando sea la adecuada) y equivale a la típica pretensión de la izquierda de imponer la igualdad de hecho -con lo cual se incurre frecuentemente en la violación del principio liberal clásico de la igualdad de oportunidades. El segundo argumento suele girar en torno a la idea de "protección" de una lengua supuestamente amenazada de extinción, que equivale a conocidos pretextos de la izquierda para coartar las libertades individuales como son la protección de los más débiles, del medio ambiente, etc. No son paralelismos casuales, sino que responden a un impulso común: La desconfianza hacia la libertad, a la cual se considera como causante de injusticia e insolidaridad, o mejor dicho, la utilización de esa desconfianza atávica para justificar el ejercicio inmoderado del poder político.
sábado, 9 de mayo de 2009
El misterio de la Atlántida (y yo que me lo creo)
Conozco pocas cosas más ociosas que las especulaciones acerca de si la Atlántida existió y dónde podría estar sumergida. Como es sabido, Platón en dos de sus Diálogos, el Timeo y el Critias, se refiere a una civilización que habría florecido 9.000 años antes de Solón (o sea , hacia el 9.600 a.C.) en una isla situada en algún lugar impreciso del Océano Atlántico, y que se habría enfrentado con los antiguos atenienses, antes de que un terremoto la sepultara bajo el mar. La datación, desde luego, bastaría ya para ponernos sobre aviso de que se trata de una pura fabulación, pues se considera que el Neolítico empezó como muy pronto en Oriente Medio hacia el 8.000 a.C. Y la escritura, único medio concebible de transmisión de noticias tan antiguas, surgió muchos miles de años de después, hacia el 4.000 a.C.
Pero lo esencial no es tanto la información que aporta Platón (podría estar deformada pero tener un fondo de verdad) como el contexto. Platón es un filósofo, no es un historiador ni un geógrafo, como por ejemplo Heródoto o Estrabón, que por cierto jamás hablaron de la isla en cuestión. De hecho, en sus obras emplea con profusión el género del relato mítico-simbólico, y no existe absolutamente ningún motivo para distinguir la fábula de la Atlántida de las que aparecen en otros lugares de sus escritos. Vamos, al menos no más que el que podría existir respecto a la Utopía de Tomás Moro o el Macondo de García Márquez.
Pero hete aquí que durante siglos, las mentes fantasiosas se han encaprichado con el tema de la Atlántida, e incluso se han realizado numerosos intentos de hallar su ubicación. El último ha sido a través de Google Earth: Analizando los mapas de los fondos marinos accesibles a través de esta aplicación, el ingeniero aeronáutico Bernie Banford descubrió la siguiente imagen a unos 1.000 km al oeste de las Islas Canarias:
Que la imagen se encuentra realmente en Google Earth (al menos mientras no lo actualicen) podéis comprobarlo vosotros mismos, en las coordenadas 31º 21' de latitud Norte, y 24º 19' de longitud Oeste.
Hay que decir, eso sí, que según un comunicado de Google, lo que parecen restos arqueológicos de antiguas construcciones es en realidad el rastro en el agua de embarcaciones que participan, precisamente, en la cartografía de los fondos marinos para el gigante de internet. Por eso seguramente en la próxima actualización desaparecerán.
Por supuesto, no será la última vez que veremos a algún majadero afirmando haber descubierto la Atlántida. Es curioso como, en esta época que se cree tan científica, los mitos y las supercherías se resisten a desaparecer, y muchísima gente sigue creyendo en los horóscopos, en los amuletos y hasta en el socialismo.
Pero lo esencial no es tanto la información que aporta Platón (podría estar deformada pero tener un fondo de verdad) como el contexto. Platón es un filósofo, no es un historiador ni un geógrafo, como por ejemplo Heródoto o Estrabón, que por cierto jamás hablaron de la isla en cuestión. De hecho, en sus obras emplea con profusión el género del relato mítico-simbólico, y no existe absolutamente ningún motivo para distinguir la fábula de la Atlántida de las que aparecen en otros lugares de sus escritos. Vamos, al menos no más que el que podría existir respecto a la Utopía de Tomás Moro o el Macondo de García Márquez.
Pero hete aquí que durante siglos, las mentes fantasiosas se han encaprichado con el tema de la Atlántida, e incluso se han realizado numerosos intentos de hallar su ubicación. El último ha sido a través de Google Earth: Analizando los mapas de los fondos marinos accesibles a través de esta aplicación, el ingeniero aeronáutico Bernie Banford descubrió la siguiente imagen a unos 1.000 km al oeste de las Islas Canarias:
Que la imagen se encuentra realmente en Google Earth (al menos mientras no lo actualicen) podéis comprobarlo vosotros mismos, en las coordenadas 31º 21' de latitud Norte, y 24º 19' de longitud Oeste.
Hay que decir, eso sí, que según un comunicado de Google, lo que parecen restos arqueológicos de antiguas construcciones es en realidad el rastro en el agua de embarcaciones que participan, precisamente, en la cartografía de los fondos marinos para el gigante de internet. Por eso seguramente en la próxima actualización desaparecerán.
Por supuesto, no será la última vez que veremos a algún majadero afirmando haber descubierto la Atlántida. Es curioso como, en esta época que se cree tan científica, los mitos y las supercherías se resisten a desaparecer, y muchísima gente sigue creyendo en los horóscopos, en los amuletos y hasta en el socialismo.
viernes, 8 de mayo de 2009
Radiante futuro
Ayer por la mañana leía el artículo de Luis del Pino en LD, en el cual se desmarcaba de la euforia dominante por la investidura de Patxi López. Pues bien, por la tarde, en el informativo de Antena 3 emitieron unos brevísimos fragmentos de entrevista muy reveladores, que le dan toda la razón al periodista. A la pregunta de si protegería la libertad lingüística en la enseñanza, López respondió como respondería cualquier nacionalista vasco o catalán: Asegurando que al acabar el ciclo formativo, los alumnos dominarían el castellano, la lengua de la comunidad y -puso énfasis en ello- el inglés. O sea, no respondió con claridad si se podría estudiar en castellano en el País Vasco... ¡en el primer día de su mandato! Por supuesto, los alumnos no van a acabar dominando el inglés ni el castellano ni nada, si la calidad de la enseñanza no mejora muchísimo.
Por si quedaba alguna duda, a la pregunta de si ondeará la bandera española en los edificios institucionales del País Vasco, dijo que él no era un "fundamentalista" de las banderas, pero que si la ley lo exigía, estaría la bandera de España. Le faltó decir: "si no hay más remedio..." Y por último, acerca del mapa de Euskal Herria en los informativos de la televisión autonómica, y a pesar de que es otro de los puntos del pacto firmado con el PP, ya no dijo que se sustituiría por el mapa de la comunidad, sino que no tendría un sentido "político".
Traducción de lo anterior al lenguaje común: Todo seguirá igual, tanto en lo esencial como en lo simbólico (que es más importante de lo que parece, pues sirve de justificación a todo lo demás.) López será el Montilla del País Vasco, pero con un agravante: tendrá el apoyo formal del Partido Popular, con lo cual la oposición al nacionalismo en el País Vasco será como en Cataluña, es decir, nula.
Por lo menos, en Cataluña tenemos el consuelo de que algún día se traspasarán las competencias de los trenes de cercanías, tras la reunión entre Montilla y José Blanco. Oigan, que yo no podía dormir hasta ahora. Que los trenes lleguen puntuales o no, eso no me importa. Pero que el revisor te pida el billete en catalán ¡qué ilusión, qué felicidad! Qué... ganas de exiliarme que me dan.
Por si quedaba alguna duda, a la pregunta de si ondeará la bandera española en los edificios institucionales del País Vasco, dijo que él no era un "fundamentalista" de las banderas, pero que si la ley lo exigía, estaría la bandera de España. Le faltó decir: "si no hay más remedio..." Y por último, acerca del mapa de Euskal Herria en los informativos de la televisión autonómica, y a pesar de que es otro de los puntos del pacto firmado con el PP, ya no dijo que se sustituiría por el mapa de la comunidad, sino que no tendría un sentido "político".
Traducción de lo anterior al lenguaje común: Todo seguirá igual, tanto en lo esencial como en lo simbólico (que es más importante de lo que parece, pues sirve de justificación a todo lo demás.) López será el Montilla del País Vasco, pero con un agravante: tendrá el apoyo formal del Partido Popular, con lo cual la oposición al nacionalismo en el País Vasco será como en Cataluña, es decir, nula.
Por lo menos, en Cataluña tenemos el consuelo de que algún día se traspasarán las competencias de los trenes de cercanías, tras la reunión entre Montilla y José Blanco. Oigan, que yo no podía dormir hasta ahora. Que los trenes lleguen puntuales o no, eso no me importa. Pero que el revisor te pida el billete en catalán ¡qué ilusión, qué felicidad! Qué... ganas de exiliarme que me dan.
Qué guapos son los progres
Entre las clases medias urbanas han calado las ideas liberalconservadoras, según un artículo de El País, titulado “La ciudad nos ha derechizado”. Como no podía ser menos, el periódico de referencia del progre español no podía quedarse en la mera enunciación de hecho tan desconcertante para sus lectores habituales, y nos ofrece una sesuda explicación sociológica: Básicamente, lo que ocurre es que el encarecimiento de la vivienda ha expulsado a los jóvenes de las ciudades, en las que sólo quedan inmigrantes (que por ahora suelen abstenerse de votar), trabajadores del sector servicios “agobiados” por la crisis y viejos asustados por la inseguridad ciudadana; gente, en suma, entre la cual “la solidaridad no es un valor en alza”.
Debe admitirse que algo de razón tienen los articulistas. En el sector servicios trabaja la inmensa mayoría de la población, agobiada o no, con lo cual en las capitales donde la derecha cosecha más votos que la izquierda, la mayor parte procede de ahí, por mera estadística. Por otra parte, la seguridad ciudadana preocupa a mucha gente de todas las edades, y posiblemente las milongas acerca de las supuestas causas sociales del delito y la reinserción del delincuente, propias del discurso soi-disant progresista, empiezan a asquear a bastantes. En cuanto a la solidaridad, no es de sorprender tampoco que muchos contribuyentes estén hartos de solidarizarse con el Sindicato de la Ceja, con los bancos y con los ayuntamientos.
Pero reconozco que esto es una manera poco “exquisita” de decirlo. (Ver el post de La frase Progre.) Así no queda de manifiesto la gran superioridad moral, no digamos estética, de la izquierda. En cambio, afirmar que “el miedo y el envejecimiento explican el voto urbano más conservador”, aunque sea una inanidad intelectual, halaga mucho más a la pagada imagen de sí mismos que tienen los progres.
Supongamos que el caso fuera el inverso, que el voto de derechas fuera predominante en los núcleos pequeños de población. Me imagino a estos mismos periodistas ensalzando el dinamismo, el carácter abierto y progresista de las grandes ciudades, si estas votaran a la izquierda. El problema es que la mayoría votan a la derecha. Por tanto, ya no son dinámicas, abiertas, ni nada, sino aglomeraciones degradadas y decrépitas. Qué fácil es ser progre, y qué guapo se ve uno en el espejo.
Debe admitirse que algo de razón tienen los articulistas. En el sector servicios trabaja la inmensa mayoría de la población, agobiada o no, con lo cual en las capitales donde la derecha cosecha más votos que la izquierda, la mayor parte procede de ahí, por mera estadística. Por otra parte, la seguridad ciudadana preocupa a mucha gente de todas las edades, y posiblemente las milongas acerca de las supuestas causas sociales del delito y la reinserción del delincuente, propias del discurso soi-disant progresista, empiezan a asquear a bastantes. En cuanto a la solidaridad, no es de sorprender tampoco que muchos contribuyentes estén hartos de solidarizarse con el Sindicato de la Ceja, con los bancos y con los ayuntamientos.
Pero reconozco que esto es una manera poco “exquisita” de decirlo. (Ver el post de La frase Progre.) Así no queda de manifiesto la gran superioridad moral, no digamos estética, de la izquierda. En cambio, afirmar que “el miedo y el envejecimiento explican el voto urbano más conservador”, aunque sea una inanidad intelectual, halaga mucho más a la pagada imagen de sí mismos que tienen los progres.
Supongamos que el caso fuera el inverso, que el voto de derechas fuera predominante en los núcleos pequeños de población. Me imagino a estos mismos periodistas ensalzando el dinamismo, el carácter abierto y progresista de las grandes ciudades, si estas votaran a la izquierda. El problema es que la mayoría votan a la derecha. Por tanto, ya no son dinámicas, abiertas, ni nada, sino aglomeraciones degradadas y decrépitas. Qué fácil es ser progre, y qué guapo se ve uno en el espejo.
martes, 5 de mayo de 2009
La blogosfera va por delante, una vez más
Con el trancazo que llevo encima y las noticias de la gripe porcina, se supone que debería estar intranquilo. Pero parece ser que las informaciones que vienen aportando desde hace días Barcepundit y otros blogs, una vez más han demostrado ser más certeras que el alarmismo de los medios tradicionales y los gobiernos (sobre todo cuando te dicen que "todo está bajo control": ahí es cuando se acojona hasta el más pintado). Según el comunicado de la Organización Médica Colegial, que daba a conocer ayer el digital Tot Tarragona, la gripe A/H1N1 es eso, gripe, más o menos como la de todos los años, que unas veces es un poco más virulenta que otras.
Y me atrevería a añadir algo de mi cosecha: Un catarro (como el que sufro yo ahora) es un catarro, no la gripe. Se cura de dos formas, como es sabido: Con medicación, en siete días, y sin medicación, en una semana. Eso sí, una simple aspirina ayuda a sobrellevarlo (todo lo demás es puro marketing).
De nada.
Y me atrevería a añadir algo de mi cosecha: Un catarro (como el que sufro yo ahora) es un catarro, no la gripe. Se cura de dos formas, como es sabido: Con medicación, en siete días, y sin medicación, en una semana. Eso sí, una simple aspirina ayuda a sobrellevarlo (todo lo demás es puro marketing).
De nada.
lunes, 4 de mayo de 2009
Daños colaterales del Madrid 2-Barça 6
Soy oyente mañanero de la COPE (de siete a ocho), o más exactamente de Jiménez Losantos. Y soy aficionado del Barça. Aunque el comunicador turolense no oculta precisamente su madridismo, nunca hasta ahora había mezclado las consideraciones políticas con las futbolísticas, salvo cuando lo hacen otros. Más me chincha, por cierto, el barcelonismo de Rodríguez Zapatero que el madridismo de algunos. De hecho la información deportiva no la sigo por la COPE. Bueno, en realidad no la sigo por ningún sitio, porque los chismorreos extradeportivos, que es en lo que consiste básicamente la información que pasa por deportiva, me interesan muy poco. No digamos ya las cábalas sobre cuándo se presenta o se deja de presentar Florentino como candidato a presidente del Madrid.
Pero esta mañana, lo siento Federico, te has pasado de cargante. Calificar de “agresión” la metáfora escasamente original de Mayor Oreja, quien dijo ayer que el PP ganaría por “goleada” las elecciones europeas, porque los madridistas se puedan sentir aludidos, es algo excesivo. Pero atribuir el desliz patoso del candidato a un “resentimiento” propio de su origen donostiarra, como si Mayor Oreja fuera un Odón Elorza cualquiera, me ha parecido una rabieta impropia de una persona de la inteligencia de Jiménez Losantos.
Pase que la línea editorial de la sección deportiva de la COPE sea madridista. Están en su derecho. Pase incluso –aunque menos– que parezca como si dieran por sentado que todos sus oyentes sean del Real Madrid, y que entre veras y burlas se refiera siempre Losantos, machaconamente, a las derrotas o los malos partidos de su equipo preferido como acontecimientos “luctuosos” (según para quien ¿no?). Pero que la emprenda contra un líder político como venganza por el 2-6, es francamente lastimoso. De todos modos, seguiré escuchando a Losantos, porque a mí sí que me importa un carajo de qué equipo sea. Al menos mientras no vuelva a mezclar churrras con merinas.
Pero esta mañana, lo siento Federico, te has pasado de cargante. Calificar de “agresión” la metáfora escasamente original de Mayor Oreja, quien dijo ayer que el PP ganaría por “goleada” las elecciones europeas, porque los madridistas se puedan sentir aludidos, es algo excesivo. Pero atribuir el desliz patoso del candidato a un “resentimiento” propio de su origen donostiarra, como si Mayor Oreja fuera un Odón Elorza cualquiera, me ha parecido una rabieta impropia de una persona de la inteligencia de Jiménez Losantos.
Pase que la línea editorial de la sección deportiva de la COPE sea madridista. Están en su derecho. Pase incluso –aunque menos– que parezca como si dieran por sentado que todos sus oyentes sean del Real Madrid, y que entre veras y burlas se refiera siempre Losantos, machaconamente, a las derrotas o los malos partidos de su equipo preferido como acontecimientos “luctuosos” (según para quien ¿no?). Pero que la emprenda contra un líder político como venganza por el 2-6, es francamente lastimoso. De todos modos, seguiré escuchando a Losantos, porque a mí sí que me importa un carajo de qué equipo sea. Al menos mientras no vuelva a mezclar churrras con merinas.
sábado, 2 de mayo de 2009
El problema sí es el islam
Acabo de leer las memorias de Ayaan Hirsi Ali, la mujer que se atrevió a romper con el islam, y que tras el asesinato de Theo van Gogh en 2004, el director de la película basada en su guión, vive protegida por guardaespaldas las veinticuatro horas del día. Porque el islam es una religión de paz… siempre y cuando no te metas con él. Entonces sencillamente te matan. Pero repito, es una religión de paz y además la culpa de todo la tienen los americanos y los judíos, como nos enseñan no ya los imanes que predican en las mezquitas, sino cualquier corresponsal de cualquier periódico occidental (por ejemplo, Mónica G. Prieto en El Mundo, que mira que es cansina, como diría el humorista.)
La importancia de este libro, que se lee como una novela, estriba en que quienes tachan de desconocedores del "verdadero islam" a sus críticos, no pueden decir lo mismo de su autora, que además de haberse criado en la cultura islámica, haber vivido en Arabia e incluso coqueteado en la adolescencia con los Hermanos Musulmanes, tiene la experiencia añadida de conocer de primera mano la situación de la mujer musulmana en una parte de Europa (Holanda) por su profesión de intérprete de la administración. Y su veredicto es claro: El problema sí es el islam, no una interpretación particularmente radical de una minoría de fanáticos.
Recomendando el libro sin reservas, hay una cuestión en la que sin embargo discrepo de Ayaan Hirsi. Ella es favorable a la abolición del artículo 23 de la constitución de los Países Bajos, que establece la libertad de “orientación” de la escuela privada. Su argumento es que si prohibimos las escuelas musulmanas, no podemos coherentemente permitir que haya escuelas confesionales cristianas, judías o budistas. Pero desde un punto de vista liberal, tampoco esto elude la incoherencia. ¿Cómo un liberal puede prohibir a los padres que elijan la educación que desean para sus hijos?
Creo que la solución –al menos en teoría: la práctica, como siempre, ya es otra cosa– es bien sencilla. La tolerancia se acaba con los que son intolerantes, lo cual incluye a los que adoctrinan en la intolerancia. ¿Libre orientación de la escuela privada? Sí, pero con un límite: No podrá adoctrinase a los niños en ideas contrarias a los derechos humanos o la igualdad jurídica entre hombre y mujer.
Como la propia autora parece admitir en algún pasaje, el problema no procede de la creencia en Dios, sino de cómo se concibe su relación con el hombre. En el islam, a diferencia del judaísmo y del cristianismo, esta relación es la propia del amo y el esclavo. La traducción de esto a la esfera política y social es el totalitarismo y el estancamiento. Por el contrario, sería un error ignorar el papel del judeocristianismo en la génesis de los valores liberales. El problema, por tanto, no es el colonialismo, ni Palestina, ni la probreza ni la marginación: Ayaan Hirsi es un ejemplo emblemático de la actitud de un inmigrante que decide integrarse en el país de acogida, y prosperar por su propio esfuerzo en lugar de caer en el círculo vicioso del victimismo y la dependencia de las ayudas públicas. Pero tampoco es el problema la religión en general. Afirmar eso sería tanto como olvidar aquello que hay de incompatible en el islam con una sociedad abierta y la autonomía individual, que si se han desarrollado en primer lugar en la Europa y la América cristianas, seguramente no es por casualidad.
La importancia de este libro, que se lee como una novela, estriba en que quienes tachan de desconocedores del "verdadero islam" a sus críticos, no pueden decir lo mismo de su autora, que además de haberse criado en la cultura islámica, haber vivido en Arabia e incluso coqueteado en la adolescencia con los Hermanos Musulmanes, tiene la experiencia añadida de conocer de primera mano la situación de la mujer musulmana en una parte de Europa (Holanda) por su profesión de intérprete de la administración. Y su veredicto es claro: El problema sí es el islam, no una interpretación particularmente radical de una minoría de fanáticos.
Recomendando el libro sin reservas, hay una cuestión en la que sin embargo discrepo de Ayaan Hirsi. Ella es favorable a la abolición del artículo 23 de la constitución de los Países Bajos, que establece la libertad de “orientación” de la escuela privada. Su argumento es que si prohibimos las escuelas musulmanas, no podemos coherentemente permitir que haya escuelas confesionales cristianas, judías o budistas. Pero desde un punto de vista liberal, tampoco esto elude la incoherencia. ¿Cómo un liberal puede prohibir a los padres que elijan la educación que desean para sus hijos?
Creo que la solución –al menos en teoría: la práctica, como siempre, ya es otra cosa– es bien sencilla. La tolerancia se acaba con los que son intolerantes, lo cual incluye a los que adoctrinan en la intolerancia. ¿Libre orientación de la escuela privada? Sí, pero con un límite: No podrá adoctrinase a los niños en ideas contrarias a los derechos humanos o la igualdad jurídica entre hombre y mujer.
Como la propia autora parece admitir en algún pasaje, el problema no procede de la creencia en Dios, sino de cómo se concibe su relación con el hombre. En el islam, a diferencia del judaísmo y del cristianismo, esta relación es la propia del amo y el esclavo. La traducción de esto a la esfera política y social es el totalitarismo y el estancamiento. Por el contrario, sería un error ignorar el papel del judeocristianismo en la génesis de los valores liberales. El problema, por tanto, no es el colonialismo, ni Palestina, ni la probreza ni la marginación: Ayaan Hirsi es un ejemplo emblemático de la actitud de un inmigrante que decide integrarse en el país de acogida, y prosperar por su propio esfuerzo en lugar de caer en el círculo vicioso del victimismo y la dependencia de las ayudas públicas. Pero tampoco es el problema la religión en general. Afirmar eso sería tanto como olvidar aquello que hay de incompatible en el islam con una sociedad abierta y la autonomía individual, que si se han desarrollado en primer lugar en la Europa y la América cristianas, seguramente no es por casualidad.
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