domingo, 10 de mayo de 2009

Progresismo y nacionalismo

Félix de Azúa, uno de los primitivos impulsores de Ciudadanos, dijo en aquellas circunstancias fundacionales que "todo nacionalismo es siempre de derechas." Recientemente, María Jesús González, candidata de Ciudadanos en las pasadas elecciones legislativas, ha roto con este partido por la decisión de su presidente, Albert Rivera, de coaligarse para las europeas con Libertas, formación que algunos consideran prácticamente de extrema derecha. En un vibrante artículo, María Jesús González se reafirma en sus ideas, señalando la "imposible sinonimia en los contrarios progresista y nacionalista."

Ambas frases contienen un barrunto de verdad, pero sobre todo la primera, no ayudan gran cosa a esclarecer un debate de una mínima calidad intelectual.

Lo que no me gustó desde el principio en Ciudadanos, ni en UPyD, fue precisamente esta actitud poco elegante de darle una patada al nacionalismo... en el culo de la derecha. Aunque desde el principio hubo en ambas formaciones un componente liberal (es decir, progresista de verdad) que potencialmente es tan crítico con la izquierda como con la derecha, lo cierto es que han tendido a mostrarse más próximos a la primera. Y aunque la derecha real está lejos de identificarse con un ideario liberal consistente, como nos gustaría a muchos, hay que decir bien claro que la izquierda real lo está muchísimo más: a años luz.

Si la derecha no defiende el mercado libre todo lo que debiera, ni mucho menos, no digamos ya la izquierda. Los autodenominados progresistas suelen ser partidarios del multiculturalismo, lo que supone en la práctica supeditar la libertad de millones de individuos (las mujeres) a la tiranía islámica o clánica. La izquierda suele apoyar dictaduras como la de Castro o Hugo Chávez. La izquierda suele jalear los delirios del ecologismo más retrógrado, que defiende detener el crecimiento económico, condenando a la pobreza perpetua a gran parte de la humanidad. La izquierda, en el sentido empírico del término, y dejando de lado elucubraciones esencialistas, es hoy profundamente antiliberal, mucho más que la derecha.

Desde este punto de vista, los que entendemos que el verdadero progreso se basa en la libertad individual, no vemos qué incompatibilidad esencial existe entre izquierda (o "progresismo") y nacionalismo. Ambos se caracterizan por supeditar al individuo, en la práctica, a algún concepto sacrosanto, sea la sociedad, la naturaleza, la nación, etc. Ambos son formas del colectivismo o antiliberalismo, y su alianza no es conyuntural, sino que obedece a una razón profunda.

Los argumentos con los cuales los nacionalistas justifican las restricciones de la libertad lingüística son (aparte los directamente etnicistas o reaccionarios) básicamente dos: Uno, de apariencia liberal, se expresa en términos del derecho del individuo a utilizar su lengua materna (siempre y cuando sea la adecuada) y equivale a la típica pretensión de la izquierda de imponer la igualdad de hecho -con lo cual se incurre frecuentemente en la violación del principio liberal clásico de la igualdad de oportunidades. El segundo argumento suele girar en torno a la idea de "protección" de una lengua supuestamente amenazada de extinción, que equivale a conocidos pretextos de la izquierda para coartar las libertades individuales como son la protección de los más débiles, del medio ambiente, etc. No son paralelismos casuales, sino que responden a un impulso común: La desconfianza hacia la libertad, a la cual se considera como causante de injusticia e insolidaridad, o mejor dicho, la utilización de esa desconfianza atávica para justificar el ejercicio inmoderado del poder político.