Rodríguez Zapatero no tolera que una madre o un padre puedan ejercer una "interferencia determinante” en la decisión de una hija de 16 años que desee abortar. “Su decisión”, dice, poniendo énfasis en el posesivo, con esa entonación insufrible que se gasta el inquilino de La Moncloa, entre didáctica y hastiada por tener que repetir obviedades que sólo la derecha cavernícola se atreve a cuestionar. (Cuando habla silabeando, “tra-ba-ja-do-res”, para que los cavernícolas lo entendamos, sencillamente no lo aguanto, tengo que apagar la tele o la radio.)
O sea, a ver si lo entiendo, en mi condición troglodítica. El Estado puede interferir en si esa chica bebe alcohol, en si conduce un automóvil, en su educación o en su contrato laboral, y por supuesto, puede asesorarla acerca de si conviene que aborte o no. Pero los padres no deben meterse. Es más, incluso si la niña tiene diez años, no le pueden dar un cachete correctivo, porque puede venir un juez y dictar una orden de alejamiento, es decir, separarlos de la hija.
Me pregunto si no será pronto obligación de los hijos denunciar a los padres que manifiesten opiniones escépticas sobre el calentamiento global, o sencillamente muestren desafección al gobierno socialista. De hecho, ¿no sería mejor derogar la figura de los padres? Al menos la del padre; Bibiana Aído seguro que intercederá ante el Líder Supremo por las madres. ¿Por qué no terminar con esa institución retrógrada y autoritaria que sólo sirve para poner trabas a las reformas ilusionantes del zapaterismo? ¿Quién se ha creído que es ningún padre para decirle a los hijos menores de edad a qué hora deben volver a casa, o controlar lo que ven por la tele?
Zapatero viene a liberar a los adolescentes, y no me sorprendería que cuando tengan edad de votar (eso si no la adelanta a los dieciséis) le correspondan con su gratitud. Eso sí, luego que no se quejen si no encuentran trabajo. Zapatero no permitirá que pasen privaciones, es más, velará por que sean eternamente adolescentes.