La Unión Europea es una especie de confederación escasamente democrática, en la cual los Estados tienen más peso que los ciudadanos, pero las repercusiones en la política nacional de las elecciones al parlamento europeo no son en absoluto despreciables. La izquierda lo ha entendido perfectamente y ha planteado una campaña electoral en términos de confrontación entre la izquierda y la derecha. En cambio, el Partido Popular rehúye como si fuera la peste el debate ideológico de fondo, y se dedica a criticar al gobierno en aspectos que no tienen nada que ver con su condición de izquierdas, porque son errores o culpas en la que podría haber incurrido un ejecutivo de cualquier signo desde los tiempos de Escipión, como la falta de transparencia, el despilfarro o el nepotismo.
El resultado es que en esta campaña, en lugar de debatir acerca de las reformas concretas que se requieren para salir de la crisis, y contraponerlas al populismo ruinoso del gobierno, la derecha se encuentra teniéndose que defender una vez más de la burda y demagógica acusación de que quiere implantar el despido libre y recortar las pensiones.
Tampoco se hablará apenas de los miles de seres humanos en edad fetal que serán abortados sin que haya que aducir el menor motivo, simplemente porque llamarán “derecho” al capricho de una chica de dieciséis años de continuar disfrutando de las noches locas del fin de semana, sin esa pesada carga de tener que criar a un bebé. Demos gracias a Zapatero, que nos quiere librar de ese atavismo judeocristiano llamado responsabilidad. (Véase el artículo de Antonio Robles en Libertad Digital.)
No, en lugar de hablar de esto, el PP se encontrará defendiéndose de la acusación de que está en contra de la igualdad de las mujeres.
Y todo por lo mismo de siempre, porque el PP oculta sus ideas como si se avergonzara de ellas, no es capaz o no quiere hacer una campaña en la que se diga sin tapujos que la izquierda está aprovechándose de la crisis para implantar su programa en lo económico y en lo cultural, es decir, la promoción de una sociedad más dependiente del gobierno, en la cual se acaben barriendo las “interferencias determinantes” de cualquier institución que el Estado no pueda absorber, sea la familia, la Iglesia, o cualquier asociación civil que no haya sido todavía controlada por el poder político.
Con este discurso de fondo, tendría perfecto sentido, por ejemplo, editar unas pegatinas del tipo “Stop a la Izquierda”, en respuesta a las que ya está pegando la izquierda en las vallas publicitarias del Partido Popular. ¿Por qué la derecha partidocrática, en cambio, renuncia a movilizar a tanta gente -más de la que se suele imaginar- que está harta de la hegemonía progre en todos los ámbitos?
Si es por el miedo a provocar una movilización indeseada de la izquierda, la pregunta inevitable es: ¿Por qué la izquierda no parece tener ese mismo miedo a provocar a la derecha con su agresiva campaña? Respuesta: Porque sabe que el PP no hará lo mismo, y por tanto recibirán seguro más votos que los que gane el adversario. O dicho de otro modo, el problema no está en la sociedad, sino en el Partido Popular, o más exactamente, en sus dirigentes.
¿Qué debemos hacer entonces? En mi opinión, en estas elecciones está más justificada que nunca la abstención.
Primero, como protesta por el escaso peso del parlamento europeo en las instituciones europeas, que se asemejan más a una dictadura burocrática que a una democracia. Bajo el pretexto de crear un mercado único, en lugar de limitarse a conminar a los Estados nacionales a simplificar legislaciones y eliminar trabas, y dedicarse a lo importante, que debería ser una política exterior y de defensa común, el tinglado de Bruselas ha favorecido todo lo contrario, una hiperrregulación que no nos ayuda a ser más competitivos ante Estados Unidos y las potencias asiáticas, y una carencia total de política exterior seria.
Segundo, la abstención, además de permitir expresar nuestro desacuerdo con las actuales instituciones europeas, es la decisión más consecuente con el hecho de que no existe ningún partido al que valga la pena votar. Al PSOE, por las obvias razones expuestas, y al PP porque dándole nuestro voto no evitamos que el primero continúe gobernando, por mucho que algunos fantaseen con una moción de censura, y además sólo conseguimos retrasar lo inevitable y necesario, que es la profunda renovación de los dirigentes populares, una cuadrilla de ineptos que no son capaces de (o en el fondo no quieren) hacer frente al proyecto totalitario socialista.
En cuanto a partidos como UPyD o Libertas-Ciudadanos, o como se diga, no sabemos verdaderamente lo que defienden acerca de diversos temas, más allá de las declaraciones oportunistas de Rosa Díez que tratan de atraer al electorado de derechas; por no hablar de Albert Rivera, que defiende el laicismo aliándose con un partido ultracatólico. O sea, todo el mundo quiere los votos de la derecha, pero sin que se le vea un compromiso inequívoco de aplicar un programa basado en la defensa sin medias tintas de la vida, el mercado libre y la familia.
Lo que nunca haré para castigar al Partido Popular, por su tibieza en la defensa de sus principios connaturales, es votar a partidos que aún ofrecen menos garantías de defenderlos. Para eso, prefiero no votar a nadie.