El presidente del Institut d’Estudis Catalans, Salvador Giner, sostiene en una entrevista que “el catalán debe ser hegemónico”.
La pregunta es ¿por qué? A lo largo de miles de años, las lenguas han evolucionado en el tiempo y en el espacio. En lo que ahora es Cataluña han existido y coexistido muchas lenguas. La primera de que tenemos noticia increíblemente no es el catalán, sino el ibérico, que convivió varios siglos con el fenicio, el griego y el latín, que terminaría imponiéndose. En el último milenio han coexistido el catalán y el castellano, y parece que van a continuar haciéndolo todavía durante bastante tiempo.
Dentro de dos mil años, posiblemente ya no se hable el catalán, pero puede que el español tampoco. Si a un ciudadano romano del siglo I o II, en el apogeo del Imperio, le hubieran dicho que antes de dos mil años el latín sería una lengua muerta, habría reaccionado seguramente con incredulidad.
Sin duda, el señor Giner expresa un deseo perfectamente legítimo, que el catalán sea la lengua dominante en Cataluña. Pero lo que no nos explica es el paso del deseo al imperativo, del “me gustaría” al “debe”. Invitado a hacerlo, seguramente nos hablaría de la persecución de la cultura catalana bajo el franquismo y de contrarrestar una injusticia histórica. Hay que decir, frente a esta visión victimista, que el catalán superó la prueba bastante bien, en parte porque la represión, pasada la posguerra, fue muy irregular y en general tendió a remitir. Pero lo fundamental no es eso.
Lo fundamental es que hoy el catalán, o mejor dicho, los catalanoparlantes, se desenvuelven con total libertad, pero para los nacionalistas esto no es suficiente. Ellos defienden la discriminación positiva, es decir, la idea de que una cierta dosis de trato desigual (es decir, de injusticia) es aceptable si tiene como finalidad restaurar una teórica situación de “normalidad”. Pero el problema de la discriminación positiva es que como nunca consigue lo que pretende, eterniza la injusticia. Y no lo consigue porque la “normalidad” es una quimera. ¿Qué es lo normal? ¿Que haya el mismo número de fontaneros de sexo femenino que masculino? ¿Que en un cine en Cornellà de Llobregat Clint Eastwood hable en catalán? Pues quizá lo sea en algún sentido que de verdad se me escapa, pero parece que no es lo que sucede en unas mínimas condiciones de libertad.
Y es que la libertad va unida a lo imprevisible. Si los nacionalistas dejan a la gente en paz, no podemos garantizar la hegemonía del catalán, ni siquiera su supervivencia. Pero la incertidumbre está en la esencia de la vida y los intentos de eliminarla drásticamente, de “normalizarla”, que caracterizan a todos los utopismos, jamás han hecho nada por mejorarla, sino más bien todo lo contrario.