Entre las clases medias urbanas han calado las ideas liberalconservadoras, según un artículo de El País, titulado “La ciudad nos ha derechizado”. Como no podía ser menos, el periódico de referencia del progre español no podía quedarse en la mera enunciación de hecho tan desconcertante para sus lectores habituales, y nos ofrece una sesuda explicación sociológica: Básicamente, lo que ocurre es que el encarecimiento de la vivienda ha expulsado a los jóvenes de las ciudades, en las que sólo quedan inmigrantes (que por ahora suelen abstenerse de votar), trabajadores del sector servicios “agobiados” por la crisis y viejos asustados por la inseguridad ciudadana; gente, en suma, entre la cual “la solidaridad no es un valor en alza”.
Debe admitirse que algo de razón tienen los articulistas. En el sector servicios trabaja la inmensa mayoría de la población, agobiada o no, con lo cual en las capitales donde la derecha cosecha más votos que la izquierda, la mayor parte procede de ahí, por mera estadística. Por otra parte, la seguridad ciudadana preocupa a mucha gente de todas las edades, y posiblemente las milongas acerca de las supuestas causas sociales del delito y la reinserción del delincuente, propias del discurso soi-disant progresista, empiezan a asquear a bastantes. En cuanto a la solidaridad, no es de sorprender tampoco que muchos contribuyentes estén hartos de solidarizarse con el Sindicato de la Ceja, con los bancos y con los ayuntamientos.
Pero reconozco que esto es una manera poco “exquisita” de decirlo. (Ver el post de La frase Progre.) Así no queda de manifiesto la gran superioridad moral, no digamos estética, de la izquierda. En cambio, afirmar que “el miedo y el envejecimiento explican el voto urbano más conservador”, aunque sea una inanidad intelectual, halaga mucho más a la pagada imagen de sí mismos que tienen los progres.
Supongamos que el caso fuera el inverso, que el voto de derechas fuera predominante en los núcleos pequeños de población. Me imagino a estos mismos periodistas ensalzando el dinamismo, el carácter abierto y progresista de las grandes ciudades, si estas votaran a la izquierda. El problema es que la mayoría votan a la derecha. Por tanto, ya no son dinámicas, abiertas, ni nada, sino aglomeraciones degradadas y decrépitas. Qué fácil es ser progre, y qué guapo se ve uno en el espejo.