sábado, 28 de diciembre de 2013

Las vueltas que da la vida

Rubalcaba dice sentirse avergonzado de que en Francia sólo Le Pen padre haya apoyado el anteproyecto de ley del aborto de Gallardón. En cambio, no parece que se sienta avergonzado de las muchas coincidencias ideológicas del PSOE con el Frente Nacional. La formación ultraderechista ha propuesto una medida laicista radical como prohibir los "signos religiosos ostentosos", es sumamente beligerante contra el "ultraliberalismo" y la "tiranía de las finanzas", defiende incrementar el salario mínimo, etc.

Cada vez que algún miembro del PSOE propone alguna medida contraria a la libertad económica o a la libertad religiosa, desde el PP deberían afearle sus coincidencias con el lepenismo. Desgraciadamente, no lo harán, porque probablemente algunas de esas medidas también las comparta la cúpula de un partido que, con mayoría absoluta, ha subido los impuestos y está prorrogando las políticas de ingeniería social y del pacto con ETA del anterior gobierno socialista.

No estoy de acuerdo con Jean-Marie Le Pen en que la nueva ley del aborto que pretende tramitar el gobierno de España sea una victoria indudable de las posiciones provida. Todo dependerá de su aplicación. Pero si Le Pen, o el presidente de Ecuador, Rafael Correa, o quien sea, dicen que matar a un feto humano no es ningún "derecho", en esto tienen absoluta razón, aunque yerren gravemente en muchas otras cosas. Por cierto, no he sabido que el PSOE haya criticado a Correa por haberse negado rotundamente a legalizar el aborto en su país.

Y es que la izquierda, de tan "avanzada" que es, ha realizado hace tiempo una circunvolución casi completa y se ha situado tras la derecha "retrógrada" y "cavernaria". No les sorprenda que un día la alcance y descubra que lo más progresista es el derecho a la vida, los impuestos bajos y la libertad económica. Algo análogo ya ha ocurrido otras veces: en Estados Unidos, el partido de Obama fue en sus orígenes el defensor de los esclavistas sureños. Y en un lugar llamado España, el PSOE fue un ardiente apologista de la dictadura del proletariado, hasta el punto de que, para implantarla, se sublevó violentamente contra la II República. Hoy, en cambio, es la oficina principal de reparto de carnés de demócrata y de beatería republicana.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Navidad multicultural

La tarde del día de Navidad, tras haberse marchado los familiares que habíamos invitado a comer, mis hijos encendieron la tele, y estuvieron viendo un episodio de una serie de humor; no me hagan decir cuál, porque no tengo ni idea. El argumento consistía en que un supercomputador despótico y analítico (que se manifestaba mediante el holograma de un señor gordito) trataba de impedir que Papá Noel accediera a un edificio bajo su control (dentro del cual se encontraba la pandilla de chicos y chicas protagonistas), porque lo consideraba un tipo de amenaza. Los jóvenes, para hacer cambiar de idea a esa inteligencia artificial, trataban de explicarle "el espíritu de la Navidad", tema recurrente de tantas películas y teleseries algo bobaliconas.

Cuál fue mi grata sorpresa cuando los chicos empezaron a escenificar una escena del Nacimiento, con Reyes Magos incluidos. Y digo sorpresa porque generalmente, en todo este tipo de productos audiovisuales que nos llegan de la primera democracia del mundo, se habla mucho de amor, de paz, de valores familiares, etc., pero sin aludir remotamente al nacimiento de Jesús, al auténtico significado de la Navidad; supongo que para no soliviantar a los protestantes que deploran las imágenes religiosas. Pero mi satisfacción duró poco, porque a continuación, los jóvenes ensayaron una representación de la Hanukkah hebrea, y después una de no sé qué mito escandinavo. Cuando el holograma, fríamente lógico, les reprocha a los niños que esas representaciones carecen de validez racional, una de las niñas le habla de la fe. Entonces, el computador, sobrepasado por el concepto, se bloquea, y el edificio queda liberado.

Nótese la idea vacía de la fe que trasluce el producto televisivo. Fe es creer en "algo", no importa demasiado si se trata de Jesucristo, de una tradición judía o un mito neopagano. No importa lo que celebre la gente, la cuestión es celebrar "algo". La fe reducida a un sentimiento más o menos pasteloso, en suma. Me dirán que qué esperaba de una teleserie infantil. Evidentemente, no esperaba nada. Posiblemente los guionistas sean judíos, agnósticos o ambas cosas (dudo que noruegos adoradores de Odín), cosas todas ellas a las que tienen pleno derecho, faltaría más. Pero a lo que no tienen derecho es a decir que la Navidad (natividad del Señor) es lo mismo que la Hanukkah, el solsticio de invierno o cualquier otro rito que se celebre en fechas cercanas.

Recordar que la Navidad es la principal festividad cristiana no tiene que ofender a nadie, es simplemente enunciar un hecho objetivo, como lo es señalar que la pizza es un alimento de origen italiano. Podemos sostener que en Nochebuena y el 25 de diciembre, cada cual celebra lo que quiere. Muy bien, pero en ese caso, unos celebrarán la Navidad y otros, otra cosa. Afirmar que equivale a la Navidad cualquier cosa, con tal de que se celebre en determinada época del calendario, es sencillamente un fraude semántico. Y además -esta vez sí- resulta ofensivo, porque se trivializa un término central de la cultura cristiana y de ninguna otra. Aunque quizá lo peor es que tal mensaje multicultural nos lo cuelen en programas infantiles supuestamente inofensivos.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Envidiables esclavos

Juan Manuel de Prada ha escrito artículos admirables en defensa del catolicismo. Pero entre estos no cuento aquellos en los que carga contra el Gran Satán del Mercado. El último que he leído de esta guisa se titula "Esclavitud", publicado en la revista dominical de ABC del pasado 22 de diciembre.

Nos explica De Prada que el trabajo es "causa eficiente de una economía sana", lo cual ignoro qué significa, seguramente debido a mis limitaciones intelectuales, que son muchas, y lo digo sin ironía alguna. Pero a continuación añade que "allá donde la economía está degenerada" (léase: bajo la férula del capitalismo-salvaje-y-explotador), el trabajo se ha convertido en "mero instrumento al servicio de la producción". Y yo que creía que precisamente esa era la esencia del trabajo... Un servidor pensaba que el agricultor trabajaba para producir cereal y patatas; que el ganadero lo hacía para producir leche, huevos y carne; que el trabajador industrial produce sartenes, ordenadores y zapatos; que el agente comercial produce contratos, que el médico produce servicios sanitarios y el policía, servicios de seguridad. Yo pensaba, en suma, que la Biblia tenía razón cuando decía que el hombre obtendrá el alimento del suelo con fatiga, y con el sudor de su rostro comerá el pan. (Génesis, 3, 17-19.)

Sí, ya sé lo que sostienen algunos: que el trabajo debe permitir que el hombre se gane dignamente su sustento. Pero ¿qué es esto si no otra forma de decir lo mismo, que el hombre necesita pan, calzado y que alguien lo cure cuando enferma? Y esto no se obtiene sin esfuerzo, sin preocupación, sin desvelos, porque ningún producto ni servicio surge de los árboles sin más, ni cae del cielo. El trabajo es consustancial a un mundo de recursos escasos. Si todos tuviéramos garantizada la subsistencia desde el primer día que ingresáramos en el mercado laboral, eso no sería trabajo, no sería afán, no sería esfuerzo. Sería el Jardín del Edén.

De Prada le enmienda la plana a Adam Smith y dice que no es el egoísmo lo que mueve a la mayoría de trabajadores, sino el miedo: "ese miedo que... impulsa [al trabajador] a aceptar trabajos cada vez más miserables, condiciones de contratación cada vez más leoninas y tratos cada vez más envilecedores, porque sabe que la cola del paro es muy larga." A esta situación laboral, nuestro autor contrapone la del esclavo antiguo, que (salvo ese pequeño detallejo de la libertad) "gozaba de una estabilidad hoy impensable para cualquier trabajador (y quimérica para los más jóvenes)". Más aún, el esclavo tenía garantizados "alojamiento, manutención y vestido, un lujo inalcanzable para muchos trabajadores de nuestra muy progresada civilización occidental."

Los dos rotundos errores en los que reposan esas citas textuales son precisamente de la misma naturaleza que los que De Prada reprocha a ese hombre de paja al cual denomina "economicismo clásico".

Uno es un error empírico. Pues que las condiciones laborales se hayan endurecido en los últimos cinco años es un fenómeno que viene después de muchas décadas, en que ha sucedido lo contrario en todo Occidente. Habría que analizar por qué ocurre ahora esto. Sostener que es una consecuencia del capitalismo-salvaje-y-depredador es una tesis que podemos considerar, pero para ello habrá que explicar por qué durante doscientos años, ese mismo capitalismo-salvaje-y-depredador ha tenido consecuencias exactamente opuestas: una elevación de la renta per cápita sin precedentes en la historia de la humanidad.

El otro es el error teológico. Se comete cuando se sugiere que es un derecho inalienable del hombre gozar de un empleo fijo y bien pagado para toda la vida, y tener la certidumbre de que el mes que viene, o el trimestre, o el año que viene, podrá seguir pagando el alquiler o la hipoteca de su casa. Qué duda cabe de que se trata de aspiraciones honradas. Pero excluir la libertad de la comparación entre el trabajador contemporáneo y el esclavo antiguo convierte en absolutamente falaz dicha comparación; pues precisamente es la total renuncia a la libertad la que le proporciona al esclavo su seguridad. Cuando a Jesucristo le plantearon este tipo de preocupaciones materiales respondió con uno de los pasajes más liberadores del Evangelio:

"Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis: porque la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido; fijaos en los cuervos: ni siembran, ni cosechan; no tienen bodega ni granero, pero Dios los alimenta." (Lucas, 12, 22-24.)

Considerar que es indignante que el hombre carezca de contrato laboral indefinido y de catorce pagas: esto sí que es economicismo del más estrecho. Yo al menos no disfruto de esas condiciones, y aunque ya me gustaría, les aseguro que no experimento ningún resentimiento hacia quienes viven mucho mejor, con o sin merecimiento; ni ninguna envidia hacia los esclavos.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Las falacias ideológicas más comunes

Según el diccionario de la Academia, una falacia es un “engaño, fraude o mentira con que se intenta dañar a alguien”. Bien es verdad que, una vez puesta en circulación, una falacia puede hallarse en boca de muchas personas que realmente no abrigan mala intención, pues sinceramente creen en los engaños que contribuyen a seguir difundiendo. Pero lo decisivo es que las falacias nacen con una finalidad manipuladora. Por eso, dentro de este subgénero del error, quizá la falacia por excelencia sea la de tipo ideológico, es decir, aquella destinada a tratar de desmotivar o desconcertar a quienes de otro modo ofrecerían resistencia ante determinados abusos del poder político.

Una falacia puede consistir en un razonamiento incorrecto. Estas son relativamente fáciles de desmontar, puesto que en realidad no es imprescindible ser profesor de lógica formal para razonar correctamente, salvo en casos muy complejos que no suelen darse en el debate público. Más frecuentemente, las falacias se basan en premisas que en sí mismas no son ni demostrables ni refutables. Pero nótese que una premisa indemostrable no es en sí misma una falacia, pues sin ellas no podría existir ningún conocimiento humano, ni siquiera la matemática. Lo falaz es pretender encubrir ese carácter indemostrable, sustrayéndolo a la crítica y la discusión. A continuación enumero algunas de las falacias ideológicas más comunes.

1) Falacia sentimental: los buenos sentimientos justifican cualquier acto, aunque sus efectos sean catastróficos. Es una falacia muy extendida en economía, donde conduce a controles de precios u otras medidas intervencionistas cuyos efectos suelen ser exactamente los contrarios a las supuestas intenciones de quienes las aplican. También es una falacia común en bioética; así entre los defensores del aborto, que se arrogan el monopolio de la empatía hacia las mujeres que abortan, pero curiosamente no experimentan ninguna hacia los indefensos embriones o fetos humanos que son víctimas de su permisividad.

2) Falacia relativista: puesto que es lícito que cada cual viva como quiera (sin dañar a terceros), cualquier estilo de vida tiene el mismo valor y merece recibir la misma consideración. Así por ejemplo, se considera que las parejas homoparentales o monoparentales son tan idóneas para adoptar niños (en igualdad de otros factores) como un padre y una madre, y cualquiera que ose expresar la menor duda al respecto no solo yerra, sino que atenta contra la libertad de determinados individuos, por lo que si es necesario, debe ser acallado. Se trata de un caso claro de non sequitur. Libertad para x no equivale a x es tan bueno como. Más bien al contrario, la libertad, en su sentido más profundo, no es elegir el color de mi camisa, sino poder elegir entre el bien y el mal, entre la salvación y la perdición. Por tanto, por definición, las opciones fundamentales jamás son equiparables.

3) Falacia del experto: determinadas afirmaciones no pueden ser discutidas racionalmente porque se consideran avaladas por un supuesto consenso académico. Con frecuencia, este consenso es más una invención periodística que una realidad, pero incluso aunque existiera, no justifica la clausura de ningún debate. Un claro ejemplo de abuso monstruoso de esta falacia es el discurso del cambio climático, en el que quienes discrepan de las tesis oficialistas son llamados “negacionistas”, con una intención criminalizadora poco disimulada.

4) Falacia de la suma cero: la riqueza es una magnitud fija; por tanto, toda desigualdad procede de que algunos (individuos, clases sociales, países) se apoderan de más bienes de los que les corresponden. Aunque probablemente sea mucho más antigua, puede hallarse una formulación clásica en Montaigne, en su ensayo titulado “El provecho del uno es daño del otro” (Ensayos, I, XXI). Esta falacia es utilizada sistemáticamente por todos los defensores del socialismo, es decir, de que los estados violen las libertades económicas y el derecho a la propiedad privada, so pretexto de redistribuir la riqueza entre los más pobres. El resultado es que se destruyen los incentivos de la creación de riqueza que precisamente permiten negar la mayor (que aquella es una magnitud estática) y en consecuencia se bloquea la movilidad social, eternizando la pobreza que supuestamente quieren combatir (no sin antes aprovecharse de sus votos).

5) Falacia del caldo de cultivo o del buen salvaje: el hombre es bueno por naturaleza; por tanto, todos los males tienen causas sistémicas. Contra abundantes evidencias empíricas, se pretende que la violencia y el terrorismo en particular nacen de la pobreza o de las injusticias (el “imperialismo”). De esta manera se consigue desplazar la culpa siempre hacia agentes distintos de quienes la ejercen, que así se ven justificados para proseguir con sus acciones violentas.

6) Falacia del derecho a decidir o democrática: cualquier cosa puede y debe decidirse por voluntad popular. Esta falacia supone ignorar que la democracia no es un método para conocer la verdad (como si esta dependiera del número de quienes asienten a una determinada tesis), sino de elegir a los gobernantes de manera pacífica. Cualquier extensión ilegítima del principio democrático conduce en realidad a exacerbar o multiplicar los conflictos, pues no hay cuestión que no pueda ser objeto de polémica.

7) Falacia igualitaria: todos tenemos los mismos derechos; por tanto (y aquí viene la deducción incorrecta), la finalidad de la vida civilizada es que todos acabemos siendo iguales de hecho. Esta falacia tiene su desarrollo más delirante en la ideología de género. Según esta, toda diferencia sexual, salvo las estrictamente fisiológicas, tiene un origen cultural impuesto por el patriarcado, una especie de conspiración eterna y universal de los varones contra las mujeres. El feminismo radical es una teoría blindada contra cualquier contrastación empírica, pues incluso si algunas mujeres admiten priorizar la dedicación a la familia en lugar de su profesión, se nos dirá que es porque han interiorizado la opresión masculina.

8) Falacia estatista: los poderes económicos se mueven por intereses egoístas; los políticos, no. Esta falacia es constante en el discurso político, dominado por salvadores que se erigen en defensores de los intereses del pueblo, de los débiles y de los supuestamente oprimidos, pero que a cambio exigen poderes incondicionales.

9) Falacia darwinista: la historia entera es una lucha constante por el poder. (De los explotadores sobre los explotados, de los hombres sobre las mujeres, de los blancos sobre las demás razas, etc.) En esta falacia se fundamentan los peores totalitarismos, como el comunismo y el nacional-socialismo, pero también las majaderías paranoicas de la corrección política, nacidas en los campus universitarios de Estados Unidos. (Historias de la literatura que sustituyen el estudio de “varones blancos muertos” como Shakespeare por el de alguna infumable escritora negra y lesbiana, y demás patologías intelectuales por el estilo.)

10) Falacia de la víctima: la parte más débil de un conflicto siempre tiene la razón. Esta falacia es una consecuencia de la falacia igualitaria. Puesto que todos los seres humanos son iguales en derechos, incorrectamente se deduce que cualquier diferencia tiene necesariamente un origen injusto, y no solo eso, sino que se justifica que esa parte más débil (o simplemente minoritaria) inicie un conflicto que en muchos casos ni siquiera existía. Esto se manifiesta claramente en las teorizaciones de los movimientos terroristas, revolucionarios y nacionalistas. Estos perciben (con razón) al estado y las fuerzas de seguridad como entes muy superiores a sus organizaciones, lo que ya en sí mismo convierten en una forma de opresión intolerable, de “fuerzas de ocupación” que no les permiten disfrutar de una libertad quimérica (edad dorada) que nunca existió más que en sus confusas mentes.

11) Falacia del precio justo. En realidad, es una consecuencia de la falacia de la suma cero, aunque por su popularidad es útil distinguirla. Efectivamente, si la riqueza es una magnitud dada e inamovible, cada bien tendrá un precio relativo invariable, aunque la experiencia y el sentido común lo contradigan una y otra vez. Esta falacia suele ir unida a demagogias resentidas sobre los altos sueldos de los ejecutivos del sector privado, o a las elevadas sumas pagadas por el fichaje de futbolistas, mientras se pasan por alto los costes salariales de burocracias insostenibles.

12) Falacia cronológica: determinadas instituciones, creencias o conductas son mejores porque son nuevas (modernismo) o por el contrario porque son antiguas (tradicionalismo). En nuestros días domina abrumadoramente la variante modernista. Esta falacia suele ir acompañada de perezosos latiguillos como “a estas alturas del siglo XXI” o “tal cosa nos devuelve a la Edad Media”. Para combatirla basta notar que la democracia existe hace 2.500 años, con lo cual los modernistas, para ser consecuentes, deberían desdeñarla. De hecho, es lo que hicieron comunistas y fascistas.

13) Falacia naturalista: lo natural (identificado con lo fáctico) es la medida de lo bueno. Que algo sea natural, frecuente o simplemente habitual nos obliga a aceptarlo de algún modo. Esta falacia hunde sus raíces en una concepción materialista o positivista de la existencia. En ocasiones puede parecer que tiene un origen teológico (pensemos en la expresión “contra natura”) pero conviene distinguir una cosa de la otra. La falacia naturalista se basa en la idea de que los conceptos morales surgen en un proceso evolutivo ciego (ver El gen egoísta, de Dawkins), mientras que el pensamiento teísta defiende exactamente lo contrario. Lo segundo podría estar equivocado, pero lo primero carece de sentido. ¿Por qué algo debería ser aprobado por el mero hecho de existir? En esta falacia se justifican multitud de argumentos ideológicos. Por ejemplo, que prohibir el aborto es absurdo, pues sólo promueve que haya abortos clandestinos. De este modo habría que justificar el asesinato y el robo, pues es obvio que no existe apenas ninguna ley que no sea violada por algunos individuos.

14) Falacia del agotamiento de los recursos. Es una variante de la falacia de la suma cero. Se considera que los recursos naturales (energía y materias primas) son cantidades físicas finitas, cuando en realidad el concepto de recurso va unido a la posibilidad tecnológica de su aprovechamiento. Por eso han fracasado tantas profecías agoreras, que no tenían en cuenta los avances en las técnicas de extracción y producción, en la sustitución de unos materiales por otros, etc., etc. Esta falacia incluye la falacia neomalthusiana, según la cual el crecimiento de la población mundial es un problema, cuando en realidad en Europa (y a medio plazo en todo el planeta) nos enfrentamos a la amenaza estrictamente opuesta: el envejecimiento de la población.

sábado, 21 de diciembre de 2013

La batalla decisiva

Salvo que introduzcamos una definición de "ser humano" convencional (lo que nos puede llevar por derroteros verdaderamente siniestros), negar que el ser humano empieza siendo un cigoto es negar una mera evidencia científica. Y si abortar es matar a un ser humano, la única ley admisible es la prohibición total, salvo en el caso extremo (mucho más raro de lo que se pregona, en el estado actual de la medicina) en el que la vida del nasciturus sea incompatible con la supervivencia de la madre.

Personalmente tengo dudas sobre el supuesto de violación, lo que requiere alguna explicación. Es cierto que, como ha señalado Elentir en la correspondiente (y como siempre, excelente) entrada de su blog, el concebido es un ser inocente, que no tiene culpa alguna de que su padre biológico haya usado la violencia para engendrarlo. Pero la mujer tampoco tiene culpa alguna. Hay aquí un conflicto real entre la libertad y la vida en el que cualquier solución será siempre mala: destruir una vida inocente u obligar a una mujer a ser madre del fruto de una brutal agresión. Ante este dilema, quizas sea lícito conceder libertad a la madre, teniendo en cuenta que no necesariamente todas optarán por abortar, y que el número de embarazos producto de la violencia sexual es estadísticamente casi irrelevante. [Reconozco que mi posición en este tema es algo oscilante, como se puede comprobar en mi entrada de hace un año, "Dilemas morales".]

Aparentemente, estas consideraciones pueden parecer encaminadas a defender la nueva ley del aborto patrocinada por el ministro Gallardón. Pero, aunque admito que -sobre el papel- me parece mucho mejor que la promulgada bajo el gobierno de Zapatero, debe señalarse que esta "Ley Orgánica de protección de la vida del concebido y los derechos de la mujer embarazada" va más lejos de los supuestos descritos. El legislador contempla como motivo para abortar legalmente cualquier peligro grave para la salud física y psíquica de la madre. En la práctica, esto no erradica el famoso "coladero" de la ley del 85, responsable de los más de cien mil abortos anuales que se están cometiendo actualmente. Es cierto que Gallardón introduce medidas contra ese fraude legal, como la necesidad de que dos médicos independientes certifiquen el problema de salud de la madre. Pero a nadie se le escapa lo fácil que será concertar a profesionales de la medicina que, por desgracia, cada vez están más ideologizados para tener manga ancha. Como ha señalado el director de InfoCatólica, Luis F. Pérez Bustamante, no hace falta ser un lince para imaginar que los médicos de los abortorios se firmarán recíprocamente los certificados que sean menester.

Por supuesto, nada me gustaría más que equivocarme y que, dentro de un año, el drástico descenso de las tenebrosas estadísticas de abortos me llevara a reconciliarme con la "ley Gallardón". Pero tanto si ocurre esto como si no, no les quepa ninguna duda de que el histerismo feminoico, que ya alcanza niveles de descarado satanismo (con eslóganes del tipo "el aborto es sagrado" o "Jesús ha sido abortado") se empleará a fondo para movilizar a sus huestes contra el más tímido intento de defender la vida de los seres humanos más indefensos que existen. Y es aquí donde me temo que el gobierno del PP puede flaquear, diluyendo aún más los puntos loables de una ley ya de por sí fácil de burlar.

Habrá que estar atentos al desarrollo legislativo y a su aplicación. Y sobre todo, dar la batalla cultural, en la que está en juego todo. El aborto y la eutanasia legales son la máxima expresión del suicidio de una civilización cansada y envejecida, que ha dejado de creer en sí misma, que sólo aspira a vegetar subsidiada por un Estado que fagocita todas las energías, antes de que estas se apaguen definitivamente. No es la economía; es la eterna lucha de la vida contra la muerte, estúpido.

sábado, 14 de diciembre de 2013

No y No

La ocurrencia de descomponer en dos la pregunta sobre la separación de Cataluña ha surtido un primer efecto efímero: los comentaristas han dedicado buena parte de tiempo y espacio a consideraciones más o menos ingeniosas sobre el sentido de tal formato. Transcribo la doble pregunta para quienes hayan estado de ejercicios espirituales en Tierra Santa (qué envidia) los últimos días:

VOL QUE CATALUNYA ESDEVINGUI UN ESTAT?

En cas de resposta afirmativa,

VOL QUE AQUEST ESTAT SIGUI INDEPENDENT?

(Fuente: Portada del diario El Punt Avui del 13-12-13.)

La interpretación más audaz ha sido, como de costumbre, la de Salvador Sostres, para quien esta formulación representa una victoria negociadora de Durán Lleida, cuyo objetivo (y aquí viene lo original de su tesis) es hacer "prácticamente imposible que gane el a la independencia", dice Sostres.

Su razonamiento es el siguiente: Como mucho, habrá un 60 % de partidarios del a la primera pregunta; y de estos, siendo también generosos, un 70 % de partidarios del a la segunda. Esto supone menos de un 50 % (exactamente el 42 %, preciso yo) de los votantes. Derrota, por tanto, de los independentistas.

Declaro solemnemente no entender este argumento. Es decir, no veo por qué razón, si la pregunta sólo fuera la segunda (¿quiere que Cataluña sea un Estado independiente?), deberían aparecer más independentistas que si les ponemos el formidable obstáculo de tener que responder afirmativamente a una pregunta previa.

Es más, yo sostengo que, a todos los efectos, la pregunta es sólo una, aunque innecesariamente prolija. Pues está claro que Cataluña no puede esdevenir (llegar a ser) un Estado más que nominalmente, por la sencilla razón de que ya lo es de facto. Tiene su parlamento, su gobierno, sus televisiones y medios afines, sus maestros y, sobre todo, tiene su policía. No tiene ejército, pero tampoco lo tienen Andorra ni Costa Rica. No tiene moneda propia, pero tampoco la tienen España, Francia ni Alemania. Lo único que le queda es ser independiente, cosa que, de todos modos, tampoco lo será jamás de otro modo que nominalmente.

Cataluña puede ser como mucho tan poco independiente como lo son hoy la mayoría de estados que no serían capaces de defender su territorio e intereses de una agresión seria. Independientes de verdad en el mundo no creo que haya una docena de países, aquellos que tienen armamento nuclear y, si me apuran, Suiza, que a ver quién es el guapo que invade un país de reservistas armados y puentes minados. Los demás juegan a ser estados soberanos, es decir, a complicarles la vida a sus ciudadanos para que parezca que sin el oneroso intervencionismo de sus gobernantes no podrían vivir.

Así que yo no me dejo liar por la apariencia de pregunta doble. Pero, por si acaso, que quede clara mi doble respuesta: No y No.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Transparencia comunista

Izquierda Unida ha elaborado una página web llamada "Transparencia" (izquierda-unida.es/transparencia) en la cual informa de los ingresos y propiedades de sus diputados. Me voy a centrar sólo en la ficha del coordinador general, Cayo Lara. En ella se nos informa de que Cayo Lara percibe, en calidad de diputado, catorce pagas de 4.543 €; esto es, un promedio de 5.300 € al mes. Además de esto posee dos viviendas (una de ellas unifamiliar) y un huerto en Ciudad Real. A esto se añaden unos 15.500 euros en depósitos de varias cajas de ahorros y un modesto Peugeot 105, de trece años.

Lo del coche llama la atención. Ganando cinco mil euros al mes, ¿qué sentido tiene conservar semejante chatarra, por la que pagará impuestos, seguro, mantenimiento y reparaciones? Sólo se explica si es con el fin de ostentar una austeridad postiza. Aunque sólo sea para ir al huerto de vez en cuando, vale la pena comprarse un utilitario seminuevo, que los hay en magníficas condiciones por menos de lo que cobra al mes.

Tampoco me cuadra demasiado incluir los gastos de alojamiento y manutención. ¿Acaso los diputados no cobran dietas? Por otra parte, sabiendo las largas vacaciones que se pegan nuestros representantes, no es exacto sugerir que todos los meses tiene dichos gastos, a no ser que se trate de un promedio. En cualquier caso, las pagas son catorce, y los gastos, siendo generosos, se multiplican por doce. Restando también las aportaciones a IU (1.328 €), tendríamos que los ingresos mensuales netos del dirigente comunista son de 3.537 €. Pero ya digo, esto suponiendo que esos cuatrocientos euros de manutención no se los paguemos todos los españoles en concepto de dietas. Lo que es mucho suponer.

La intención de maquillar los datos para que parezca que Cayo Lara gana 2.780 €, una cantidad no excesivamente superior a la de un trabajador cualificado del sector industrial, es bastante obvia. Pero puestos a ser transparentes, sería interesante no ya que se nos presentaran los datos sin maquillaje, sino conocer además los ingresos y propiedades de su cónyuge. Porque, incluso suponiendo que su mujer no trabaje, no acabo de entender cómo un señor que ocupa cargos públicos o políticos como mínimo desde 1987, haya ahorrado sólo 15.000 euros. O se lo patea en vicios o hay por ahí algo más, que en esta demostración de "transparencia" se nos oculta.

Sí, ya sé lo que dicen algunos. Que sesenta mil euros son pocos para un diputado, que en los países de nuestro entorno ganan más y que unos políticos bien pagados tienen menos incentivos para corromperse. Pero les diré lo que pienso yo: que esto son estupideces aprendidas, pedanterías de tertuliano que se da aires de ser inmune al populismo. En realidad, la peor corrupción posible es que alguien pueda vivir de la política. Porque esto significa que no trabajará por el interés general, sino por aferrarse a su sillón el mayor tiempo posible.

Lo que nos demuestra Cayo Lara con su "transparencia" es que fuera de la política no tiene donde caerse muerto. Esto significa que, en comparación con la alternativa, sacarse cuatro o cinco mil euracos al mes es un verdadero chollo. Y encima queda como el amigo de los pobres y de los mileuristas.