La tarde del día de Navidad, tras haberse marchado los familiares que habíamos invitado a comer, mis hijos encendieron la tele, y estuvieron viendo un episodio de una serie de humor; no me hagan decir cuál, porque no tengo ni idea. El argumento consistía en que un supercomputador despótico y analítico (que se manifestaba mediante el holograma de un señor gordito) trataba de impedir que Papá Noel accediera a un edificio bajo su control (dentro del cual se encontraba la pandilla de chicos y chicas protagonistas), porque lo consideraba un tipo de amenaza. Los jóvenes, para hacer cambiar de idea a esa inteligencia artificial, trataban de explicarle "el espíritu de la Navidad", tema recurrente de tantas películas y teleseries algo bobaliconas.
Cuál fue mi grata sorpresa cuando los chicos empezaron a escenificar una escena del Nacimiento, con Reyes Magos incluidos. Y digo sorpresa porque generalmente, en todo este tipo de productos audiovisuales que nos llegan de la primera democracia del mundo, se habla mucho de amor, de paz, de valores familiares, etc., pero sin aludir remotamente al nacimiento de Jesús, al auténtico significado de la Navidad; supongo que para no soliviantar a los protestantes que deploran las imágenes religiosas. Pero mi satisfacción duró poco, porque a continuación, los jóvenes ensayaron una representación de la Hanukkah hebrea, y después una de no sé qué mito escandinavo. Cuando el holograma, fríamente lógico, les reprocha a los niños que esas representaciones carecen de validez racional, una de las niñas le habla de la fe. Entonces, el computador, sobrepasado por el concepto, se bloquea, y el edificio queda liberado.
Nótese la idea vacía de la fe que trasluce el producto televisivo. Fe es creer en "algo", no importa demasiado si se trata de Jesucristo, de una tradición judía o un mito neopagano. No importa lo que celebre la gente, la cuestión es celebrar "algo". La fe reducida a un sentimiento más o menos pasteloso, en suma. Me dirán que qué esperaba de una teleserie infantil. Evidentemente, no esperaba nada. Posiblemente los guionistas sean judíos, agnósticos o ambas cosas (dudo que noruegos adoradores de Odín), cosas todas ellas a las que tienen pleno derecho, faltaría más. Pero a lo que no tienen derecho es a decir que la Navidad (natividad del Señor) es lo mismo que la Hanukkah, el solsticio de invierno o cualquier otro rito que se celebre en fechas cercanas.
Recordar que la Navidad es la principal festividad cristiana no tiene que ofender a nadie, es simplemente enunciar un hecho objetivo, como lo es señalar que la pizza es un alimento de origen italiano. Podemos sostener que en Nochebuena y el 25 de diciembre, cada cual celebra lo que quiere. Muy bien, pero en ese caso, unos celebrarán la Navidad y otros, otra cosa. Afirmar que equivale a la Navidad cualquier cosa, con tal de que se celebre en determinada época del calendario, es sencillamente un fraude semántico. Y además -esta vez sí- resulta ofensivo, porque se trivializa un término central de la cultura cristiana y de ninguna otra. Aunque quizá lo peor es que tal mensaje multicultural nos lo cuelen en programas infantiles supuestamente inofensivos.