domingo, 22 de diciembre de 2013

Las falacias ideológicas más comunes

Según el diccionario de la Academia, una falacia es un “engaño, fraude o mentira con que se intenta dañar a alguien”. Bien es verdad que, una vez puesta en circulación, una falacia puede hallarse en boca de muchas personas que realmente no abrigan mala intención, pues sinceramente creen en los engaños que contribuyen a seguir difundiendo. Pero lo decisivo es que las falacias nacen con una finalidad manipuladora. Por eso, dentro de este subgénero del error, quizá la falacia por excelencia sea la de tipo ideológico, es decir, aquella destinada a tratar de desmotivar o desconcertar a quienes de otro modo ofrecerían resistencia ante determinados abusos del poder político.

Una falacia puede consistir en un razonamiento incorrecto. Estas son relativamente fáciles de desmontar, puesto que en realidad no es imprescindible ser profesor de lógica formal para razonar correctamente, salvo en casos muy complejos que no suelen darse en el debate público. Más frecuentemente, las falacias se basan en premisas que en sí mismas no son ni demostrables ni refutables. Pero nótese que una premisa indemostrable no es en sí misma una falacia, pues sin ellas no podría existir ningún conocimiento humano, ni siquiera la matemática. Lo falaz es pretender encubrir ese carácter indemostrable, sustrayéndolo a la crítica y la discusión. A continuación enumero algunas de las falacias ideológicas más comunes.

1) Falacia sentimental: los buenos sentimientos justifican cualquier acto, aunque sus efectos sean catastróficos. Es una falacia muy extendida en economía, donde conduce a controles de precios u otras medidas intervencionistas cuyos efectos suelen ser exactamente los contrarios a las supuestas intenciones de quienes las aplican. También es una falacia común en bioética; así entre los defensores del aborto, que se arrogan el monopolio de la empatía hacia las mujeres que abortan, pero curiosamente no experimentan ninguna hacia los indefensos embriones o fetos humanos que son víctimas de su permisividad.

2) Falacia relativista: puesto que es lícito que cada cual viva como quiera (sin dañar a terceros), cualquier estilo de vida tiene el mismo valor y merece recibir la misma consideración. Así por ejemplo, se considera que las parejas homoparentales o monoparentales son tan idóneas para adoptar niños (en igualdad de otros factores) como un padre y una madre, y cualquiera que ose expresar la menor duda al respecto no solo yerra, sino que atenta contra la libertad de determinados individuos, por lo que si es necesario, debe ser acallado. Se trata de un caso claro de non sequitur. Libertad para x no equivale a x es tan bueno como. Más bien al contrario, la libertad, en su sentido más profundo, no es elegir el color de mi camisa, sino poder elegir entre el bien y el mal, entre la salvación y la perdición. Por tanto, por definición, las opciones fundamentales jamás son equiparables.

3) Falacia del experto: determinadas afirmaciones no pueden ser discutidas racionalmente porque se consideran avaladas por un supuesto consenso académico. Con frecuencia, este consenso es más una invención periodística que una realidad, pero incluso aunque existiera, no justifica la clausura de ningún debate. Un claro ejemplo de abuso monstruoso de esta falacia es el discurso del cambio climático, en el que quienes discrepan de las tesis oficialistas son llamados “negacionistas”, con una intención criminalizadora poco disimulada.

4) Falacia de la suma cero: la riqueza es una magnitud fija; por tanto, toda desigualdad procede de que algunos (individuos, clases sociales, países) se apoderan de más bienes de los que les corresponden. Aunque probablemente sea mucho más antigua, puede hallarse una formulación clásica en Montaigne, en su ensayo titulado “El provecho del uno es daño del otro” (Ensayos, I, XXI). Esta falacia es utilizada sistemáticamente por todos los defensores del socialismo, es decir, de que los estados violen las libertades económicas y el derecho a la propiedad privada, so pretexto de redistribuir la riqueza entre los más pobres. El resultado es que se destruyen los incentivos de la creación de riqueza que precisamente permiten negar la mayor (que aquella es una magnitud estática) y en consecuencia se bloquea la movilidad social, eternizando la pobreza que supuestamente quieren combatir (no sin antes aprovecharse de sus votos).

5) Falacia del caldo de cultivo o del buen salvaje: el hombre es bueno por naturaleza; por tanto, todos los males tienen causas sistémicas. Contra abundantes evidencias empíricas, se pretende que la violencia y el terrorismo en particular nacen de la pobreza o de las injusticias (el “imperialismo”). De esta manera se consigue desplazar la culpa siempre hacia agentes distintos de quienes la ejercen, que así se ven justificados para proseguir con sus acciones violentas.

6) Falacia del derecho a decidir o democrática: cualquier cosa puede y debe decidirse por voluntad popular. Esta falacia supone ignorar que la democracia no es un método para conocer la verdad (como si esta dependiera del número de quienes asienten a una determinada tesis), sino de elegir a los gobernantes de manera pacífica. Cualquier extensión ilegítima del principio democrático conduce en realidad a exacerbar o multiplicar los conflictos, pues no hay cuestión que no pueda ser objeto de polémica.

7) Falacia igualitaria: todos tenemos los mismos derechos; por tanto (y aquí viene la deducción incorrecta), la finalidad de la vida civilizada es que todos acabemos siendo iguales de hecho. Esta falacia tiene su desarrollo más delirante en la ideología de género. Según esta, toda diferencia sexual, salvo las estrictamente fisiológicas, tiene un origen cultural impuesto por el patriarcado, una especie de conspiración eterna y universal de los varones contra las mujeres. El feminismo radical es una teoría blindada contra cualquier contrastación empírica, pues incluso si algunas mujeres admiten priorizar la dedicación a la familia en lugar de su profesión, se nos dirá que es porque han interiorizado la opresión masculina.

8) Falacia estatista: los poderes económicos se mueven por intereses egoístas; los políticos, no. Esta falacia es constante en el discurso político, dominado por salvadores que se erigen en defensores de los intereses del pueblo, de los débiles y de los supuestamente oprimidos, pero que a cambio exigen poderes incondicionales.

9) Falacia darwinista: la historia entera es una lucha constante por el poder. (De los explotadores sobre los explotados, de los hombres sobre las mujeres, de los blancos sobre las demás razas, etc.) En esta falacia se fundamentan los peores totalitarismos, como el comunismo y el nacional-socialismo, pero también las majaderías paranoicas de la corrección política, nacidas en los campus universitarios de Estados Unidos. (Historias de la literatura que sustituyen el estudio de “varones blancos muertos” como Shakespeare por el de alguna infumable escritora negra y lesbiana, y demás patologías intelectuales por el estilo.)

10) Falacia de la víctima: la parte más débil de un conflicto siempre tiene la razón. Esta falacia es una consecuencia de la falacia igualitaria. Puesto que todos los seres humanos son iguales en derechos, incorrectamente se deduce que cualquier diferencia tiene necesariamente un origen injusto, y no solo eso, sino que se justifica que esa parte más débil (o simplemente minoritaria) inicie un conflicto que en muchos casos ni siquiera existía. Esto se manifiesta claramente en las teorizaciones de los movimientos terroristas, revolucionarios y nacionalistas. Estos perciben (con razón) al estado y las fuerzas de seguridad como entes muy superiores a sus organizaciones, lo que ya en sí mismo convierten en una forma de opresión intolerable, de “fuerzas de ocupación” que no les permiten disfrutar de una libertad quimérica (edad dorada) que nunca existió más que en sus confusas mentes.

11) Falacia del precio justo. En realidad, es una consecuencia de la falacia de la suma cero, aunque por su popularidad es útil distinguirla. Efectivamente, si la riqueza es una magnitud dada e inamovible, cada bien tendrá un precio relativo invariable, aunque la experiencia y el sentido común lo contradigan una y otra vez. Esta falacia suele ir unida a demagogias resentidas sobre los altos sueldos de los ejecutivos del sector privado, o a las elevadas sumas pagadas por el fichaje de futbolistas, mientras se pasan por alto los costes salariales de burocracias insostenibles.

12) Falacia cronológica: determinadas instituciones, creencias o conductas son mejores porque son nuevas (modernismo) o por el contrario porque son antiguas (tradicionalismo). En nuestros días domina abrumadoramente la variante modernista. Esta falacia suele ir acompañada de perezosos latiguillos como “a estas alturas del siglo XXI” o “tal cosa nos devuelve a la Edad Media”. Para combatirla basta notar que la democracia existe hace 2.500 años, con lo cual los modernistas, para ser consecuentes, deberían desdeñarla. De hecho, es lo que hicieron comunistas y fascistas.

13) Falacia naturalista: lo natural (identificado con lo fáctico) es la medida de lo bueno. Que algo sea natural, frecuente o simplemente habitual nos obliga a aceptarlo de algún modo. Esta falacia hunde sus raíces en una concepción materialista o positivista de la existencia. En ocasiones puede parecer que tiene un origen teológico (pensemos en la expresión “contra natura”) pero conviene distinguir una cosa de la otra. La falacia naturalista se basa en la idea de que los conceptos morales surgen en un proceso evolutivo ciego (ver El gen egoísta, de Dawkins), mientras que el pensamiento teísta defiende exactamente lo contrario. Lo segundo podría estar equivocado, pero lo primero carece de sentido. ¿Por qué algo debería ser aprobado por el mero hecho de existir? En esta falacia se justifican multitud de argumentos ideológicos. Por ejemplo, que prohibir el aborto es absurdo, pues sólo promueve que haya abortos clandestinos. De este modo habría que justificar el asesinato y el robo, pues es obvio que no existe apenas ninguna ley que no sea violada por algunos individuos.

14) Falacia del agotamiento de los recursos. Es una variante de la falacia de la suma cero. Se considera que los recursos naturales (energía y materias primas) son cantidades físicas finitas, cuando en realidad el concepto de recurso va unido a la posibilidad tecnológica de su aprovechamiento. Por eso han fracasado tantas profecías agoreras, que no tenían en cuenta los avances en las técnicas de extracción y producción, en la sustitución de unos materiales por otros, etc., etc. Esta falacia incluye la falacia neomalthusiana, según la cual el crecimiento de la población mundial es un problema, cuando en realidad en Europa (y a medio plazo en todo el planeta) nos enfrentamos a la amenaza estrictamente opuesta: el envejecimiento de la población.