domingo, 30 de mayo de 2010

Por qué no me gusta Antanas Mockus

Escribo estas líneas cuando faltan horas para que cierren los colegios electorales en Colombia. La verdad es que sé muy poca cosa de ninguno de los candidatos. Hace unos días ni siquiera había oído hablar de Antanas Mockus, quien se perfila como el principal contrincante del uribista Juan Manuel Santos. Se ha dicho que era el candidato preferido de Hugo Chávez, y lo cierto es que las declaraciones del interesado no han contribuído demasiado a despejar las dudas que rodean su excéntrica figura. De por sí, eso ya debería hacernos recelar. Pero leyendo esta mañana a la corresponsal de El Mundo en Bogotá, mi intuición se ha visto claramente reforzada.

Dos son los indicios que me llevan a desconfiar del candidato del Partido Verde. El primero, que el principal mérito que se le atribuye es "una honestidad inquebrantable". Supongo que con ello se refieren a que no se le ha sorprendido nunca robando, pero entonces cabe preguntarse si del resto de candidatos no puede decirse lo mismo. Cuando la principal virtud que algunos hallan en un político es lo mínimo que se le puede exigir, que no es un ladrón, no es como para quedarse muy tranquilo. ¡Faltaría más que no fuese honesto quien pretende alcanzar la máxima magistratura de un país!

Pero hay un segundo indicio que me parece mucho más decisivo, casi definitivo. Y es que según la corresponsal Salud Hernández, los medios de comunicación y los columnistas de opinión "apoyan con abrumadora mayoría" a Mockus. ¡Ya está, ahora sí que no tengo ninguna duda! Cuando los periodistas, mayoritariamente, están del lado de un político, es que nos encontramos ante un individuo peligroso, y puede que incluso nefasto. Que me perdonen los buenos profesionales, que los hay, pero es que no falla: este gremio no sé qué tiene, que sistemáticamente siempre se alista a las peores causas, se derrite ante todo lo que suponga entronizar el relativismo buenista, el apaciguamiento que sólo sirve para reforzar a los tiranos y a los criminales (valga la redundancia), ante las retóricas melifluas y cargadas de presupuestos ideológicos redentores. O sea a los Obamas, Zapateros y Mockus, que cultivan un "nuevo estilo de hacer política" y no hacen más que resucitar los mismos viejos errores de siempre en los que incurren las sociedades humanas, las falsas soluciones fáciles, adornadas por el lenguaje de un moralismo insustancial, que no compromete a nada, porque basta con que el líder sea bienintencionado ("progresista") para que casi todo se le perdone. Al menos, hasta que provocan una catástrofe, como le ha pasado a Zapatero, al que prácticamente ya sólo defienden los hooligans tipo Enric Sopena. Por eso no me fío de Mockus: porque les gusta a los periodistas.

miércoles, 26 de mayo de 2010

El Estado que sobra: ¿un tercio?

¿Cuánto Estado podemos recortar? Mill, uno de los autores del blog Desde el Exilio, ha publicado un interesantísimo artículo titulado "El Estado 10 %, una alternativa liberal al Estado del bienestar". Mill propone privatizar la mayor parte del sector público, es decir, desmantelar el mal llamado Estado del Bienestar, que es insostenible. Según sus cálculos, bastaría un 5 % del PIB (unos 50.000 millones de euros) para las funciones esenciales de un Estado mínimo (Justicia, Defensa, etc). Además, opina que se podría emplear otro 5 % de la riqueza nacional para combatir la pobreza. Esto supondría pasar de un gasto público del 47 % del PIB al 10 %. Es decir, ¡un recorte de casi el 80 %!

Aunque simpatizo plenamente con la propuesta, haré dos objeciones. La primera, sobre la distribución del presupuesto. Creo que sería un error destinar ese 5 % del PIB a redistribuir la riqueza, por las mismas razones que el propio Mill apunta. La pobreza más extrema se puede combatir muy bien mediante la caridad privada, como hacen la Iglesia y otras asociaciones, fundaciones, etc. En cuanto a la pobreza relativa, es imposible de eliminar, salvo que defendamos un igualitarismo extremo, lo cual sin dictadura es imposible (y con ella también, siempre hay algunos que acaban siendo "más iguales que otros"). Por el contrario, el gasto en Justicia y Defensa que propone me parece completamente insuficiente. Precisamente pienso que una de las ventajas de un Estado mínimo es que permitiría dedicar muchos más recursos a lo que verdaderamente importa: Una Justicia que asegure realmente el cumplimiento de los contratos y la efectiva igualdad ante la ley, y unas Fuerzas Armadas con la suficiente capacidad disuasoria, en un mundo donde persisten demasiados Estados dictatoriales y criminales. Es evidente que los actuales presupuestos destinados a estas materias son completamente insuficientes. En el caso de la Defensa, no vería irrazonable que nuestro gasto se multiplicara por tres, y aún así no alcanzaríamos el porcentaje del PIB del Reino Unido o Francia. Ya que nuestros soldados participan en misiones de riesgo en el exterior, deseo que cuenten con los mejores medios posibles.

La segunda objeción es que no todo se puede basar en el volumen de gasto público. Existen países con un gasto superior al español, y que sin embargo se encuentran más arriba que nosotros en el ranking de libertad económica. Y al revés, Haití tiene un gasto público mucho más bajo que los Estados Unidos. Tan importantes o más que la presión fiscal, son las regulaciones, los trámites necesarios para fundar una empresa, la estructura del mercado laboral, la seguridad jurídica, etc. Un Estado más reducido, en general tenderá a ser menos intervencionista, pero la relación no es estrictamente lineal. Simplificando mucho, para poder hacer una aproximación cuantitativa a la cuestión, el gasto público deseable podría estar en función de la renta per cápita, según el siguiente razonamiento: Cuanto mayor nivel de vida tiene la población de un país, más se puede permitir el lujo de tener un Estado comparativamente grande, lo cual no quiere decir que eso sea lo recomendable. Así, por ejemplo, tenemos que la renta per cápita de España es aproximadamente el 80 % de la de Australia, cuyo gasto público es del 37 %. Por tanto, nuestro gasto público (el Estado que podemos permitirnos) podría ser 80 X 37/100 = 29,6. Es decir, en lugar del Estado 10 % que propone Mill, pienso que un objetivo más modesto y realista, teniendo en cuenta de dónde partimos, podría ser el Estado 30 %. (Se obtiene un resultado similar con los datos de renta per cápita y gasto público de Estados Unidos.) Con ello volveríamos al nivel de gasto que tenían los países industrializados en la década de los sesenta. Una vez conseguido este objetivo (que supone nada menos que recortar una tercera parte del Estado actual), podríamos entonces plantearnos otros más ambiciosos.

El tema, por supuesto, queda abierto. Lo importante es que las ideas de reducción del Estado se difundan, y toda propuesta cuantitativa concreta como la de Mill es de agradecer.

ACTUALIZACIÓN 28-5-10: Esta mañana, Federico Jiménez Losantos en esRadio ha propuesto un recorte del 20 %. Esto supondría un Estado 37,6 % (80 X 47/100), es decir, un tamaño del Estado como el australiano, en porcentaje del PIB. Firmaba ahora mismo.

Artículo en LD: El espantajo del liberalismo

Con honrosas excepciones, son raros los políticos, al menos en España, que se atreven a definirse explícitamente como liberales; en cambio, abundan quienes utilizan este término y otros derivados (neoliberalismo, ultraliberalismo) como un espantajo. Esto se observa sobre todo en la izquierda, pero también en la derecha. (Seguir leyendo en LD o en Semanario Atlántico, donde se publicó antes.)

miércoles, 19 de mayo de 2010

Artículo en LD: La realidad es de derechas

Libertad Digital ha publicado en su sección Ideas mi último artículo en Semanario Atlántico:

Rodríguez Zapatero, el presidente que había hecho del llamado gasto social una seña de identidad irrenunciable de su política, se ve ahora obligado por la presión internacional a tomar medidas creíbles de reducción del déficit público. (Seguir leyendo.)

UPyD se suma al coro de ecologistas antiliberales (valga la redundancia)

A estas alturas, ya no sorprende a nadie que un catedrático escriba sandeces como las siguientes:

"...resulta ya ineludible escapar de la maldita ecuación que liga el bienestar con el crecimiento económico ilimitado: en un mundo finito no es posible el crecimiento infinito. En la hora actual no se trata de crecer más sino de repartir mejor. De idear un plan nuevo de convivencia -más justo o menos feroz- entre los habitantes de una Tierra que no está hecha para acoger una industrialización como la que han vivido los países tempranamente industrializados..." [Negritas mías.]

Lo que sí es digno de nota es quién escribe esto, contra quién lo dirige y, sobre todo, a quién pretende engañar. El autor es el eurodiputado de UPyD, Francisco Sosa Wagner, en un artículo titulado "El alcohólico y su botella", que se puede leer en la edición impresa de El Mundo de hoyayer, así como en la web de UPyD. Sosa Wagner parte de un libro recién publicado en Alemania por Meinhard Miegel, profesor cercano a la CDU, para establecer una confusa amalgama de la que llama "religión del crecimiento" con las políticas de endeudamiento keynesiano, lo que le permite halagar al lector conservador, y potencial votante de UPyD, como si su alegato fuera contra la "progresía oficial".

Lo más gracioso es cuando habla de la "actitud reaccionaria" de "quienes blasonan de izquierdismo". Me pregunto si puede haber algo más reaccionario que oponerse al crecimiento económico, lujo que sólo pueden permitirse, evidentemente, las personas acomodadas de Occidente. Dígaseles a los mileuristas (no digamos ya a los africanos) que ya está bien la broma, que se acabó eso de querer prosperar materialmente a toda costa... ¿Pues qué se han creído? A ver si ahora cualquier camarero pretenderá que sus hijos estudien en Stanford, y cualquier nigeriano querrá tener lavavajillas...

Por supuesto, la tontería del "mundo finito" se basa en el olvido de una de las primeras lecciones de cualquier manual de economía mínimamente serio: Que los recursos no permanecen constantes en el tiempo, sino que están en función de la innovación tecnológica. Y la idea de que lo importante no es crear riqueza, sino repartirla, ha sido refutada de manera tan contundente por la Historia (además de por la teoría), que el hecho de que personas inteligentes y cultas sigan empeñadas en defenderla provoca un sentimiento mezcla de melancolía y desesperación. ¿Pero no se ha demostrado hasta la saciedad que todos los intentos políticos (es decir, coactivos) de redistribución, al asfixiar la productividad, no sólo no reducen la pobreza, sino que la incrementan? Pues el catedrático Sosa faltó ese día a clase, por lo visto.

El liberalismo siempre ha sufrido ataques procedentes tanto de la izquierda como de la derecha realmente existentes. Este blog lleva tres años posicionándose en la derecha liberal, pero aquí me refiero a la clase política que padecemos, no al debate intelectual. Y hoy, tanto los hunos como los otros emplean el argumentario ecologista con total descaro. Zapatero con sus cretineces ("la Tierra pertenece al viento") y su empeño en regalarle el dinero de los contribuyentes a las compañías de "energía verde"; Juan Costa, del PP, con su "revolución imparable", una recopilación de sobados tópicos a la mayor gloria de Gaia; y ahora se suma a la fiesta UPyD. Por cierto, y dicho sea desde el respeto y la admiración: Federico, ¿cuándo te caerá la venda de los ojos con este partido?

domingo, 16 de mayo de 2010

Libertad y felicidad, el eterno debate filosófico

En El Mundo de hoy, una periodista le pregunta a Carlos Alberto Montaner: "¿Qué le preocupa más: la falta de libertad o la penuria en Cuba?" A lo que el escritor y periodista responde: "Hay una relación directa entre ambas. Los países libres son los más prósperos, no tener libertad para producir, crear riqueza y tener iniciativa significa el empobrecimiento. Si queremos una Cuba próspera, tenemos que querer una Cuba libre." La respuesta me parece inobjetable. Los aparentes contraejemplos como son la China actual, el Chile de Pinochet o la España de Franco (años sesenta), en los que la dictadura coexiste con la libertad de mercado y la creación de riqueza, son en principio fácilmente explicables. Un régimen como el de Franco (y mutatis mutandis podría decirse lo mismo del de Pinochet) era en todos los órdenes, comparado con el soviético, mucho más liberal, como ya señaló Soljenitsin en la década de los setenta, para escándalo de los progres locales. (El episodio ha sido recordado a menudo por Pío Moa.) Ello no implica en modo alguno justificar estas dictaduras, sino simplemente constatar algo de sentido común, que la URSS, o Corea del Norte, eran mucho peores. Sólo una persona cegada por los prejuicios ideológicos podrá negar que la mayoría de españoles disfrutaba de más libertades durante las dos últimas décadas (aproximadamente) de la dictadura franquista que los ciudadanos soviéticos, que debían solicitar permiso hasta para cambiar de residencia, y ni hablar de viajar al extranjero.

Algo más desconcertante resulta el caso de China, por tratarse de un sistema totalitario, con muchos rasgos verdaderamente brutales, pero en el que unas ciertas libertades económicas han producido efectos espectaculares. Sin embargo, no debemos olvidar que en el país asiático sigue existiendo una población rural de cientos de millones de personas, para las que hablarles de libertad es poco más que un sarcasmo cruel. En cierto modo podemos decir, simplificando, que existen dos Chinas superpuestas, una urbana y autoritaria, pero que ha adoptado el mercado libre como en su día lo hizo la España de Franco, y otra precapitalista y salvajemente despótica, que actúa como un lastre que impide la evolución institucional hacia formas demoliberales. Veremos qué ocurre en el futuro.

Lo que sí es indiscutible, como ha señalado Xavier Roig en su libro La dictadura de la incompetencia, es que, aunque el mercado libre pueda coexistir en determinadas circunstancias con regímenes autoritarios, jamás se ha dado el caso de un sistema económico planificado que fuera democrático. Es decir, que al menos desde un punto de vista empírico y práctico, podemos considerar que el capitalismo es condición necesaria, aunque no suficiente, para la democracia. Es la tesis que ya expuso Hayek en su clásico Camino de servidumbre: la planificación económica es incompatible con un sistema de libertades, por lo que de implantarse en un país occidental, como pretendía abiertamente buena parte de la intelectualidad hasta la caída del comunismo (ahora se encubre con retórica ecologista y altermundista), la democracia habría quedado vaciada de sentido.

La razón de esto nos lleva a un debate filosófico fascinante. Según cuentan, Hayek advirtió contra los intentos de justificar el liberalismo en concepciones utilitaristas (la libertad es buena porque genera prosperidad), ya que pueden volverse fácilmente en contra. Cuando alguien le señaló que generalmente la libertad y la prosperidad solían ir unidas, el sabio austríaco respondió con una sonrisa: "Sí, es una maravillosa coincidencia."

Personalmente, no creo que debamos tomarnos al pie de la letra la idea de la "maravillosa coincidencia". Desde ciertos intentos racionalistas de fundamentar una ética liberal, puede efectivamente parecer un agradable accidente que la libertad sea beneficiosa socialmente, pero si partimos de los seres humanos reales en circunstancias reales, lo sorprendente sería que no fuera así. Ludwig von Mises demostró que el cálculo de los precios era imposible en una economía planificada, por lo que no existe alternativa al sistema de mercado, en que las decisiones económicas las toman autónomamente los individuos. Se trata, pues, de un argumento negativo en favor del liberalismo: el socialismo no es posible. Pero creo que además existe un argumento positivo, aunque de naturaleza empírica: Dado lo que sabemos de la naturaleza humana, todo indica que gran parte de los individuos tenderán a prosperar materialmente si se encuentran con las menores trabas artificiales posibles para tomar sus propias decisiones.

Ello no es óbice para que tengamos muy en cuenta la advertencia de Hayek, y por eso simpatizo con los argumentos iusnaturalistas: La libertad es un valor en sí mismo, y ninguna argumentación utilitarista, como las que emplean invariablemente los Estados (el bien común, etc), puede justificar su limitación. En lo que me aparto de autores como Rothbard es que yo no creo en absoluto que el derecho natural sea formalmente demostrable, sino que requiere inevitablemente una fundamentación religiosa o metafísica: en ambos casos, un acto de fe, aunque no más extraordinario que el que implica defender la esencial racionalidad de lo real, que ninguna experiencia podrá jamás demostrar, y en la que sin embargo creyeron profundamente grandes científicos como Einstein o Planck.

En este sentido, me siento muy próximo a la postura de David Friedman, tal como nos la expone Albert Esplugas: "Friedman rechaza el utilitarismo como patrón último para determinar lo que debe hacerse y lo que no, pero considera que los argumentos de esta clase son en general los más eficaces para defender la doctrina libertaria. La gente tiene ideas muy diversas acerca de lo que es justo, sin embargo la mayoría coincide en que la felicidad y la prosperidad son propósitos deseables." Aunque desde luego donde dice "libertaria" yo pondría liberal, porque no le sigo en sus argumentaciones ácratas. Pero esta es otra cuestión.

Evidentemente, desde un punto de vista individual la libertad no garantiza la felicidad. Sin embargo, desde una perspectiva probabilística, cuando hablamos de millones de individuos, la cosa es bien distinta. En el caso del individuo la idea de libertad es necesariamente axiomática, debe considerarse como un valor apriorístico. Desde el punto de vista colectivo, sin embargo, el argumento utilitarista, que la libertad además es mejor para la sociedad, es decisivo, y tiene el discreto encanto de que no requiere postulados metafísicos o trascendentes.

lunes, 10 de mayo de 2010

Vosotros, capitalistas, sois los terroristas

Las fuerzas vivas del zapaterismo se han lanzado en tromba a culpar a los "especuladores" del marasmo al que nos ha conducido este gobierno por su incompetencia, su sectarismo ideológico y su falta absoluta de credibilidad. Incluso el Fiscal General del PSOE, digo del Estado, ha hablado de "criminales económicos". Pero como no hay burrada, por majestuosa que sea, que no pueda ser superada por un progre, un periodista nos acaba de regalar con el adjetivo "neoterroristas". Dice Xavier Salvador en El Periódico:

"El capitalismo engendró ese neoterrorismo de nuevo cuño y los acérrimos teóricos del liberalismo lo aupan y defienden dotándole de un cuerpo teórico con el que argumentar sin rubor que no hay mayor bondad humana que dejar actuar a su libre albedrío a las fuerzas del mercado. (...) Lo de los tres muertos griegos del miércoles es como el eufemismo bélico de los daños colaterales." (Entero.)

En efecto, si alguien, en su ingenuidad, pensaba que los culpables de esas muertes eran los manifestantes izquierdistas que pegaron fuego a una oficina bancaria, ya es hora de que reconozca su profundo error. La culpa fue del capitalismo. Y aún podemos generalizar más. Los cien millones de muertos que se atribuyen al comunismo en el siglo xx, fueron en realidad víctimas del mercado libre, que forzó a los regímenes marxistas a defenderse de los especuladores, saboteadores y demás agentes de la burguesía internacional.
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P. S.: Aunque, sinceramente, no sé quiénes son peores, si los izquierdistas, que al menos van de frente, o viscosos personajes como Enric Juliana, que habla de "colisión" entre los gobiernos y los mercados, adoptando una actitud comprensiva con los primeros, claro. No es verdad que Hayek, cuando escribió su famoso ensayo, "¿Por qué no soy conservador?", estuviera pensando en alguien del PP. Lo más probable es que tuviera en mente a un periodista de La Vanguardia.

martes, 4 de mayo de 2010

El juego sucio de la izquierda con la inmigración

La columnista de El Periódico de Catalunya, Nachat el Hachmi, a la que ya me referí en una entrada anterior, nos invita a no usar la palabra "racismo" en vano, en un artículo titulado "¿De qué hablamos al decir racismo?". Lamentablemente, su escrito, y el medio donde escribe, son precisamente un ejemplo de lo que ella denuncia. El Periódico se refiere rutinariamente al "folleto racista" de Badalona, porque en él aparecían fotografías que ilustraban algunos problemas de la ciudad: Inmigración descontrolada e inseguridad. Irónicamente, el propio Ayuntamiento, pretendiendo negar cualquier correlación entre ambos fenómenos, la ha puesto de manifiesto, al afirmar que aproximadamente el 50 % de los detenidos en el municipio, en los últimos doce meses, son españoles. Es decir, que en una población donde el 15 % de los habitantes son extranjeros, la proporción de presuntos delincuentes inmigrantes es en cambio del 50 %, más del triple. Claro que tampoco se trata de ninguna sorpresa, porque estos datos encajan con aquellos de que disponemos a nivel nacional.

Sin embargo, en la actual dictadura de lo políticamente correcto, la mera constatación de unos datos objetivos ya es tachada de racista (aunque se refiera a poblaciones de lo más diverso, incluyendo balcánicos rubios y de ojos azules), y permite a la escritora catalana de origen magrebí escribir un artículo cargado de patetismo, en el que recomienda a Xavier García Albiol, al alcalde de Vic y a Josep Anglada, juntos y revueltos, el libro del anglocatalán Matthew Tree, Negre de merda. El racisme explicat als blancs. (Puestos a recomendar, yo le sugiero a Nachat el Hachmi el libro de Anthony Browne, recién traducido al catalán, Ridículament correcte. El perill totalitari de la correcció política.)

Por supuesto, afirmar que cualquiera que aluda a los problemas generados por la inmigración descontrolada es un Josep Anglada, es hacerle un gran favor a este personaje. Nada nuevo bajo el sol; se trata de la vieja táctica de aquel sinvergüenza de Mitterrand, que en Francia tanto benefició a Le Pen. La izquierda era esto: Primero, negar la realidad para que los problemas se pudran; a continuación, acusar de fascista, racista, islamófobo, etc, a quienquiera que dé la voz de alarma; y por último, postularse como la única alternativa posible al caos que ella misma ha contribuido a crear, con sus políticas buenistas y su inacción. Si otras veces le ha funcionado ¿por qué no va a hacerlo ahora?

sábado, 1 de mayo de 2010

Cómo distinguir la extrema derecha de la extrema izquierda (es fácil con un poco de práctica)

Últimamente en las calles de mi ciudad pueden verse unas pegatinas con el texto "ESTADOS UNIDOS E ISRAEL CÓMPLICES Y ASESINOS. PALESTINA PARA LOS PALESTINOS". Las dos eses de la palabra asesinos han sido sustituidas por el símbolo del dólar. El texto se acompaña de una ilustración, debida al dibujante brasileño Carlos Latuff, que muestra a un soldado israelí lavándose las manos manchadas de sangre con el agua de un grifo tuneado con las barras y estrellas de la bandera de los USA.

Alguno podría pensar, con esta descripción, que se trata de propaganda de cualquier grupúsculo de extrema izquierda, o de una de tantas oenegés que, bajo el manto de la solidaridad y los derechos humanos, se dedican al sectarismo ideológico y a la captación de subvenciones, no necesariamente por este orden. Sin embargo, la pegatina pertenece al partido ultraderechista Movimiento Social Republicano, dirigido por el catalán Juan Antonio Llopart Senent, histórico neonazi que ha sido condenado recientemente por negar el Holocausto y hacer apología del genocidio a través de su editorial.

Esta información sobre el MSR se puede encontrar en internet, y más en detalle en el libro del periodista Joan Cantarero, La huella de la bota. De los nazis del franquismo a la nueva ultraderecha (Temas de Hoy, 2010). Tras leerlo, me veo confirmado en el análisis somero que hice de los programas de los principales partidos ultras, según podemos conocerlos en sus sitios webs, en mi entrada del 24-06-2009, "La extrema derecha en España". Allí yo afirmaba que, en contra de lo que se suele creer, el denominador común de todos los partidos de la (mal) llamada extrema derecha no es el contenido xenófobo o racista (salvo en los francamente neonazis, como es lógico), sino el antiliberalismo y el anticapitalismo... O sea, aquello que comparten con la extrema izquierda y la no tan extrema.

Por lo demás, en el entorno progresista, "xenófoba" es cualquier consideración sobre la inmigración que contravenga los tabués de la corrección política. Así, por ejemplo, afirmar que existe una relación entre inmigración y delincuencia se considera prácticamente un delito de incitación al odio, cuando se trata de una mera verdad estadística. La tasa de delitos cometidos por extranjeros es muy superior a la de los nativos, como está sobradamente demostrado. Por supuesto, la solución de los problemas derivados de la inmigración no consiste en conculcar los derechos humanos de nadie, sino en revisar las políticas buenistas que han convertido a España en el País de Jauja de los indeseables de todas partes. Pero cuando la corrección política nos impide plantear siquiera algo tan de sentido común, no hacemos más que ceder espacio a las "soluciones" de la extrema derecha.

Cantarero distingue diferentes bloques dentro del fascismo español actual. El primero estaría integrado por los distintos grupos que reivindican la herencia de la Falange y los nostálgicos del franquismo. Estos "rechazan abiertamente el racismo" debido a su "condición de cristianos católicos". El resto, que el autor divide en tres grupos según el grado de maquillaje de sus ideas, son los propiamente neonazis, como el citado MSR y Alianza Nacional. Dentro de estos, además de las proclamas socialistas y el populismo anticapitalista (que comparten con los falangistas) encontramos por supuesto el definitorio elemento racista y el antisemitismo. Este último se manifiesta habitualmente, como hemos visto, por una salvaje denigración de Israel que es prácticamente imposible de distinguir de la que realiza la izquierda, y que se enmarca en un odio visceral al judeocristianismo.

Tampoco debemos olvidar el elemento ecologista, característico tanto de los grupos explícitamente neonazis como de partidos que Cantarero llama "marcas blancas", cuyas siglas parecen inscribirlos en el movimiento verde, pero que se inspiran en el Hitler vegetariano que legisló sobre el medioambiente y la protección de los animales, por los que evidentemente sentía mucha mayor estima que por el género humano no ario. O quizás sea que el movimiento verde no es tan ajeno al nacional-socialismo, como sugiere Víctor Farías en un libro que ya he comentado. Una ideología que pone unos supuestos "derechos" de la Tierra por encima de los del hombre puede servir para justificar el peor de los totalitarismos, y de vez en cuando, algunos no pueden evitar manifestar esta tendencia. (V.g., Lovelock proponiendo "suspender" la democracia para salvar al planeta.) El citado neonazi Llopart, por cierto, es simpatizante de PECTA, Patriotas Españoles contra la Tortura Animal, contrario a las corridas de toros.

Por mucho que halague a la izquierda verse como el bastión antifascista por excelencia, son mucho más radicales las diferencias entre el liberalismo conservador y el fascismo que entre éste y la izquierda. Ambos odian el liberalismo, al que consideran incompatible con la justicia social, y tienen en los Estados Unidos e Israel sus particulares bestias negras. El hecho de que, además, los fascistas detesten a los socialistas de izquierdas y a los comunistas, no deja de ser un efecto secundario: Ambos se disputan la primacía en la lucha contra la malvada globalización neoliberal sionista y bla bla bla, y por ello no es de extrañar que el odio sea mutuo.

La huella de la bota
, hay que decirlo, no pretende apadrinar esta conclusión. Es un libro útil por su aporte de datos, pero de nulo valor reflexivo, que no escapa a la interesada concepción progre de la izquierda y la derecha. Así, elogia por su antifascismo un sitio web como Kaosenlared, un nido de sectarismo infumable, donde se apoya a Hugo Chávez, se habla con unción del "prisionero político" De Juana Chaos y se defiende explícitamente la destrucción del Estado de Israel. ¿Les suena la música?