sábado, 1 de mayo de 2010

Cómo distinguir la extrema derecha de la extrema izquierda (es fácil con un poco de práctica)

Últimamente en las calles de mi ciudad pueden verse unas pegatinas con el texto "ESTADOS UNIDOS E ISRAEL CÓMPLICES Y ASESINOS. PALESTINA PARA LOS PALESTINOS". Las dos eses de la palabra asesinos han sido sustituidas por el símbolo del dólar. El texto se acompaña de una ilustración, debida al dibujante brasileño Carlos Latuff, que muestra a un soldado israelí lavándose las manos manchadas de sangre con el agua de un grifo tuneado con las barras y estrellas de la bandera de los USA.

Alguno podría pensar, con esta descripción, que se trata de propaganda de cualquier grupúsculo de extrema izquierda, o de una de tantas oenegés que, bajo el manto de la solidaridad y los derechos humanos, se dedican al sectarismo ideológico y a la captación de subvenciones, no necesariamente por este orden. Sin embargo, la pegatina pertenece al partido ultraderechista Movimiento Social Republicano, dirigido por el catalán Juan Antonio Llopart Senent, histórico neonazi que ha sido condenado recientemente por negar el Holocausto y hacer apología del genocidio a través de su editorial.

Esta información sobre el MSR se puede encontrar en internet, y más en detalle en el libro del periodista Joan Cantarero, La huella de la bota. De los nazis del franquismo a la nueva ultraderecha (Temas de Hoy, 2010). Tras leerlo, me veo confirmado en el análisis somero que hice de los programas de los principales partidos ultras, según podemos conocerlos en sus sitios webs, en mi entrada del 24-06-2009, "La extrema derecha en España". Allí yo afirmaba que, en contra de lo que se suele creer, el denominador común de todos los partidos de la (mal) llamada extrema derecha no es el contenido xenófobo o racista (salvo en los francamente neonazis, como es lógico), sino el antiliberalismo y el anticapitalismo... O sea, aquello que comparten con la extrema izquierda y la no tan extrema.

Por lo demás, en el entorno progresista, "xenófoba" es cualquier consideración sobre la inmigración que contravenga los tabués de la corrección política. Así, por ejemplo, afirmar que existe una relación entre inmigración y delincuencia se considera prácticamente un delito de incitación al odio, cuando se trata de una mera verdad estadística. La tasa de delitos cometidos por extranjeros es muy superior a la de los nativos, como está sobradamente demostrado. Por supuesto, la solución de los problemas derivados de la inmigración no consiste en conculcar los derechos humanos de nadie, sino en revisar las políticas buenistas que han convertido a España en el País de Jauja de los indeseables de todas partes. Pero cuando la corrección política nos impide plantear siquiera algo tan de sentido común, no hacemos más que ceder espacio a las "soluciones" de la extrema derecha.

Cantarero distingue diferentes bloques dentro del fascismo español actual. El primero estaría integrado por los distintos grupos que reivindican la herencia de la Falange y los nostálgicos del franquismo. Estos "rechazan abiertamente el racismo" debido a su "condición de cristianos católicos". El resto, que el autor divide en tres grupos según el grado de maquillaje de sus ideas, son los propiamente neonazis, como el citado MSR y Alianza Nacional. Dentro de estos, además de las proclamas socialistas y el populismo anticapitalista (que comparten con los falangistas) encontramos por supuesto el definitorio elemento racista y el antisemitismo. Este último se manifiesta habitualmente, como hemos visto, por una salvaje denigración de Israel que es prácticamente imposible de distinguir de la que realiza la izquierda, y que se enmarca en un odio visceral al judeocristianismo.

Tampoco debemos olvidar el elemento ecologista, característico tanto de los grupos explícitamente neonazis como de partidos que Cantarero llama "marcas blancas", cuyas siglas parecen inscribirlos en el movimiento verde, pero que se inspiran en el Hitler vegetariano que legisló sobre el medioambiente y la protección de los animales, por los que evidentemente sentía mucha mayor estima que por el género humano no ario. O quizás sea que el movimiento verde no es tan ajeno al nacional-socialismo, como sugiere Víctor Farías en un libro que ya he comentado. Una ideología que pone unos supuestos "derechos" de la Tierra por encima de los del hombre puede servir para justificar el peor de los totalitarismos, y de vez en cuando, algunos no pueden evitar manifestar esta tendencia. (V.g., Lovelock proponiendo "suspender" la democracia para salvar al planeta.) El citado neonazi Llopart, por cierto, es simpatizante de PECTA, Patriotas Españoles contra la Tortura Animal, contrario a las corridas de toros.

Por mucho que halague a la izquierda verse como el bastión antifascista por excelencia, son mucho más radicales las diferencias entre el liberalismo conservador y el fascismo que entre éste y la izquierda. Ambos odian el liberalismo, al que consideran incompatible con la justicia social, y tienen en los Estados Unidos e Israel sus particulares bestias negras. El hecho de que, además, los fascistas detesten a los socialistas de izquierdas y a los comunistas, no deja de ser un efecto secundario: Ambos se disputan la primacía en la lucha contra la malvada globalización neoliberal sionista y bla bla bla, y por ello no es de extrañar que el odio sea mutuo.

La huella de la bota
, hay que decirlo, no pretende apadrinar esta conclusión. Es un libro útil por su aporte de datos, pero de nulo valor reflexivo, que no escapa a la interesada concepción progre de la izquierda y la derecha. Así, elogia por su antifascismo un sitio web como Kaosenlared, un nido de sectarismo infumable, donde se apoya a Hugo Chávez, se habla con unción del "prisionero político" De Juana Chaos y se defiende explícitamente la destrucción del Estado de Israel. ¿Les suena la música?