martes, 27 de noviembre de 2012
El País reconoce que la izquierda empezó la Guerra Civil
Aznar ha estado brillante en la entrevista que le ha hecho esta mañana Carlos Herrera en Onda Cero, con motivo de la primera entrega de sus memorias. (Solo ha resultado poco convincente cuando Arcadi Espada le ha preguntado por el sacrificio de Vidal-Quadras en 1996.) Lo bueno ha venido al final, cuando el expresidente se ha referido a una información de El País digital, que acababa de leer en el trayecto hacia la emisora. Según ese medio, ayer, en la presentación de su libro, Aznar rememoró la guerra civil para analizar la situación catalana. (El titular lo han cambiado, pero en internet todo deja rastro.) Aznar ha puntualizado que él se refirió a los sucesos de 1934, cuando el gobierno catalán (y el PSOE de Largo Caballero: esto lo rememoro yo) se rebeló contra el gobierno legítimo de la república. Y ha añadido, recreándose en la ironía, que le sorprende gratamente que por fin El País haga suya la tesis de Pío Moa, esto es, que la guerra civil empezó realmente con la revolución de octubre del 34, promovida por la izquierda. Desde luego, sería un gran avance, pero, bromas aparte, seguro que no ocurrirá, porque supone derribar uno de los dogmas básicos del credo progresista. El otro es que los intelectuales son intrínsecamente de izquierdas. Pero no siempre es así. A veces, como observó Chesterton, hay inteligencia incluso en la intelligentsia.
martes, 20 de noviembre de 2012
Franco de serie B
El franquismo fue un régimen dictatorial. Lo cual casi nadie discute que es malo en sí mismo. ¿Tuvo sin embargo aspectos positivos? Una vez alguien me replicó: "Hombre, claro, si nos ponemos a buscar, hasta en Hitler encontraríamos alguna virtud". Pero el hecho de que Hitler fuera amante de la música y de los perros es irrelevante. Lo que importa es que, tras doce años de su régimen, Alemania estaba arrasada, y que millones de judíos habían sido exterminados. El balance del nacionalsocialismo es objetivamente desastroso, se mire por donde se mire. Sin embargo, es obvio que con el franquismo ocurre más bien lo contrario. A la muerte de Franco, España no solo estaba mucho mejor, en el aspecto material, que tras la guerra civil (cosa que tendría escaso mérito), sino claramente muchísimo mejor que en 1931, cuando se proclamó la República. Y ello con un nivel de represión muy inferior a la Europa Oriental comunista, cuyos ciudadanos no podían salir del país ni acceder a una fotocopiadora. Franco creó un régimen autoritario personal, en el cual el partido único estaba supeditado al Estado, y no al revés, lo que a su muerte facilitó una transición a la democracia universalmente alabada. Además, los índices de delincuencia y anomia social (rupturas familiares, malos tratos, drogadicción, telebasura, etc) se habían mantenido por debajo de otros países de nuestro entorno, empezando a incrementarse en los años posteriores a la muerte del dictador. Asimismo, el régimen franquista legó una enseñanza de calidad, que empezó a degradarse en los años noventa con la legislación socialista.
Todo esto son hechos objetivos, que solo personas mal informadas o parciales pueden negar. Pero lo cierto es que treinta y siete años después de la muerte del general, sigue siendo prácticamente imposible señalar estas obviedades sin que a uno le cubran de insultos y se le condene al ostracismo. (Pío Moa es el autor más importante que ha sufrido este tipo de consecuencias por su labor intelectual.) Bien es cierto que esta tergiversación del pasado es inseparable de una grave tergiversación del presente, por la cual los fenómenos de descomposición moral que nos afligen son considerados más bien como síntomas de progreso. Ya no tenemos una enseñanza "autoritaria" y "memorística"; ya no estamos dominados por los "prejuicios católicos contra el sexo", etc.
La revista Interviú ha publicado un número especial con fotos inéditas de Franco. En realidad, las fotografías no son nada del otro mundo. El redactor pretende que vienen a cuestionar el mito del dictador austero, al mostrarlo practicando un deporte entonces elitista, como el tenis, o en escenas cinegéticas, rodeado por un séquito relativamente fastuoso. Dice: "Cabras hispánicas abatidas, ristras de patos cazados; (...) salmones colosales... formaban parte de la rutina de Franco. El resto del país vivía condenado a una cartilla de racionamiento." Lo de la cartilla de racionamiento es válido por la época de las fotografías, los años cuarenta; pero no deja de ser una observación puerilmente demagógica, como la de quienes reprocharon a Juan Carlos que fuera a cazar elefantes a Botswana, mientras hay españoles que sufren penurias económicas.
Al reportaje se unen tres semblanzas literarias de Franco: Una visceralmente contraria de Juan José Millás, otra más bien neutra de Juan Pablo Fusi, y una tercera de Luis Suárez Fernández, muy favorable, pero basada en hechos incuestionables. El texto de Millás, titulado "Complejo de generalísimo" es un ejemplo de deformación ideológica llevada al delirio. Sin el menor asomo de justificación empírica, describe a Franco como un pobre hombre acomplejado por su estatura, su barriga y su voz atiplada, "de ahí que odiara el sexo, el baile, la lectura, la gastronomía, el júbilo, el pensamiento y la existencia en general." No solo elucubra con nociones psicológicas de telefilme, sino que incluso retuerce aquellos hechos que indicarían algo loable de la persona del anterior jefe de Estado, para que parezcan lo contrario. ¿Que fue el general más joven de Europa? Claro, eso se debió a que "los méritos de guerra servían para trepar por el escalafón", como si tales méritos fueran vicios inconfesables. ¿Qué era un hombre amante de su familia? Sí, pero se trataba de "una de las familias más mediocres de la historia de la humanidad" (¡!). Ah, y por supuesto, Franco se pasó los "cuarenta años matando", hasta convertir a España en una "funeraria".
Cuando uno se sitúa en determinada atalaya ideológica parece que toda exageración y toda mentira está justificada. Pero esta actitud perjudica incluso a la causa que supuestamente defiende. Si para condenar la represión política franquista nos inventamos un cuento de terror y vesania, estamos dando a entender que, descrita en sus justos términos, aquella no sería tan grave. Hubo policías torturadores, hubo ejecuciones injustas, hubo asesinatos. Eso es suficientemente condenable, sin necesidad de convertir el franquismo en un holocausto, cosa que a todas luces no fue. Los que éramos demasiado pequeños cuando Franco murió, e incluso los que todavía no habían nacido, tenemos el testimonio de padres y abuelos, de películas de la época, de libros. Es imposible falsificar de manera tan obvia la historia reciente, salvo que uno sea propenso también a falsificar el presente.
Todo esto son hechos objetivos, que solo personas mal informadas o parciales pueden negar. Pero lo cierto es que treinta y siete años después de la muerte del general, sigue siendo prácticamente imposible señalar estas obviedades sin que a uno le cubran de insultos y se le condene al ostracismo. (Pío Moa es el autor más importante que ha sufrido este tipo de consecuencias por su labor intelectual.) Bien es cierto que esta tergiversación del pasado es inseparable de una grave tergiversación del presente, por la cual los fenómenos de descomposición moral que nos afligen son considerados más bien como síntomas de progreso. Ya no tenemos una enseñanza "autoritaria" y "memorística"; ya no estamos dominados por los "prejuicios católicos contra el sexo", etc.
La revista Interviú ha publicado un número especial con fotos inéditas de Franco. En realidad, las fotografías no son nada del otro mundo. El redactor pretende que vienen a cuestionar el mito del dictador austero, al mostrarlo practicando un deporte entonces elitista, como el tenis, o en escenas cinegéticas, rodeado por un séquito relativamente fastuoso. Dice: "Cabras hispánicas abatidas, ristras de patos cazados; (...) salmones colosales... formaban parte de la rutina de Franco. El resto del país vivía condenado a una cartilla de racionamiento." Lo de la cartilla de racionamiento es válido por la época de las fotografías, los años cuarenta; pero no deja de ser una observación puerilmente demagógica, como la de quienes reprocharon a Juan Carlos que fuera a cazar elefantes a Botswana, mientras hay españoles que sufren penurias económicas.
Al reportaje se unen tres semblanzas literarias de Franco: Una visceralmente contraria de Juan José Millás, otra más bien neutra de Juan Pablo Fusi, y una tercera de Luis Suárez Fernández, muy favorable, pero basada en hechos incuestionables. El texto de Millás, titulado "Complejo de generalísimo" es un ejemplo de deformación ideológica llevada al delirio. Sin el menor asomo de justificación empírica, describe a Franco como un pobre hombre acomplejado por su estatura, su barriga y su voz atiplada, "de ahí que odiara el sexo, el baile, la lectura, la gastronomía, el júbilo, el pensamiento y la existencia en general." No solo elucubra con nociones psicológicas de telefilme, sino que incluso retuerce aquellos hechos que indicarían algo loable de la persona del anterior jefe de Estado, para que parezcan lo contrario. ¿Que fue el general más joven de Europa? Claro, eso se debió a que "los méritos de guerra servían para trepar por el escalafón", como si tales méritos fueran vicios inconfesables. ¿Qué era un hombre amante de su familia? Sí, pero se trataba de "una de las familias más mediocres de la historia de la humanidad" (¡!). Ah, y por supuesto, Franco se pasó los "cuarenta años matando", hasta convertir a España en una "funeraria".
Cuando uno se sitúa en determinada atalaya ideológica parece que toda exageración y toda mentira está justificada. Pero esta actitud perjudica incluso a la causa que supuestamente defiende. Si para condenar la represión política franquista nos inventamos un cuento de terror y vesania, estamos dando a entender que, descrita en sus justos términos, aquella no sería tan grave. Hubo policías torturadores, hubo ejecuciones injustas, hubo asesinatos. Eso es suficientemente condenable, sin necesidad de convertir el franquismo en un holocausto, cosa que a todas luces no fue. Los que éramos demasiado pequeños cuando Franco murió, e incluso los que todavía no habían nacido, tenemos el testimonio de padres y abuelos, de películas de la época, de libros. Es imposible falsificar de manera tan obvia la historia reciente, salvo que uno sea propenso también a falsificar el presente.
lunes, 19 de noviembre de 2012
El fátum de la corrupción
No sé si la corrupción en Cataluña es superior a la del resto de España. Cualitativamente es en todas partes lo mismo. Primero: Un aparato de captación de mordidas, básicamente a empresas constructoras, que a través de una ingeniería financiera de sociedades interpuestas, facturas inventadas y cuentas en el extranjero, canaliza el dinero hasta las arcas de los partidos y los bolsillos de dirigentes e intermediarios. Segundo: Unos jueces humanos, demasiado humanos. No hay que perderse la columna de Sostres de hoy en El Mundo, donde recuerda cómo se compraron los magistrados que hubieran debido procesar a Jordi Pujol por el caso Banca Catalana. Pero pensemos también en tantos ejemplos a nivel nacional, en la sentencia sobre la expropiación de Rumasa, en los narcotraficantes liberados "por error", etc. Tercero: Una policía de partido, tan competente para investigar a las formaciones de la oposición, como hábil para destruir pruebas que incriminen al partido gobernante. Policía cuyo servilismo con los políticos corruptos se convierte en sistemático en la medida en que también ella está corroída por la corrupción: Droga decomisada que desaparece de la comisaría, indicios de connivencia con el narcotráfico... de nuevo, tenemos ejemplos desde Sevilla a Barcelona. Y cuarto y más grave: Una opinión pública que apenas se inmuta ante casos de corrupción. Lo mismo en Andalucía (¿quién sigue gobernando pese a los casos Mercasevilla y EREs irregulares varios?) que en Cataluña.
Dice Jiménez Losantos que hay que "cortar con esa gangrena" de Cataluña. O sea, aceptar la secesión. Como si la corrupción, en sus cuatro aspectos enumerados, fuera un problema solo a partir de Alcanar. Por desgracia, no es así. Cataluña, en esto como en tantas cosas, no es diferente del resto de España, es españolísima. Su única singularidad se halla en su tamaño. "El meu país és tan petit...", canta Lluís Llach. Claro, al ser más pequeña, es menos plural. Solo hay dos periódicos importantes en Barcelona. Solo hay, prácticamente, una televisión privada de ámbito regional, 8TV, que pertenece al conde de Godó, como La Vanguardia. Solo hay dos equipos de fútbol en primera división, y no siempre. El nacionalismo separatista (por contraste con otros nacionalismos históricos, como el alemán o el ruso), es una enfermedad propia de países pequeños, que se construyen una imagen de unidad homogénea más fácilmente que un país grande y diverso. La corrupción puede que también florezca más fácilmente en ámbitos más reducidos, menos ventilados. Pero no procede de un fátum catalán propio, un ADN defectuoso al cual estemos condenados desde los tiempos del Consell de Cent. No en mayor medida que la Mallorca de María Antonia Munar o la Sicilia de Mario Puzo.
Dice Jiménez Losantos que hay que "cortar con esa gangrena" de Cataluña. O sea, aceptar la secesión. Como si la corrupción, en sus cuatro aspectos enumerados, fuera un problema solo a partir de Alcanar. Por desgracia, no es así. Cataluña, en esto como en tantas cosas, no es diferente del resto de España, es españolísima. Su única singularidad se halla en su tamaño. "El meu país és tan petit...", canta Lluís Llach. Claro, al ser más pequeña, es menos plural. Solo hay dos periódicos importantes en Barcelona. Solo hay, prácticamente, una televisión privada de ámbito regional, 8TV, que pertenece al conde de Godó, como La Vanguardia. Solo hay dos equipos de fútbol en primera división, y no siempre. El nacionalismo separatista (por contraste con otros nacionalismos históricos, como el alemán o el ruso), es una enfermedad propia de países pequeños, que se construyen una imagen de unidad homogénea más fácilmente que un país grande y diverso. La corrupción puede que también florezca más fácilmente en ámbitos más reducidos, menos ventilados. Pero no procede de un fátum catalán propio, un ADN defectuoso al cual estemos condenados desde los tiempos del Consell de Cent. No en mayor medida que la Mallorca de María Antonia Munar o la Sicilia de Mario Puzo.
domingo, 18 de noviembre de 2012
Dilemas morales
En la página 16 del suplemento "Crónica" de El Mundo de este domingo, 18 de noviembre, se cuenta la historia de Savita Halappanavar, una mujer india que murió hace unas semanas en un hospital de Irlanda, "tras negarse los médicos a practicarle un aborto". La redacción del artículo sugiere dos cosas que no se desprenden en rigor de los hechos. La primera, que la muerte de la mujer fue a causa de no practicarle un aborto. La segunda, que S. Halappanavar es una víctima de la superstición católica, que impide abortar para salvar la vida de la madre "en pleno siglo XXI", como exclama el desconsolado viudo. (Solo se nos aporta su versión, no la de los médicos.)
Los hechos son los siguientes: Savita, embarazada de 17 semanas, acude al hospital con dolores de espalda el 21 de octubre. Los médicos le dicen que sufre dilatación del útero y pérdida de líquido amniótico, por lo que el feto no sobrevivirá; solo queda esperar que se produzca un aborto natural. La mujer al día siguiente pide que se le realice un aborto, pero los médicos se niegan: No podrán extraer el feto hasta que no se certifique su muerte cardiológica. La tarde del martes, el estado de la paciente empeora, y es tratada con antibióticos. El miércoles, el bebé muere y es extraído del útero. "Al salir del quirófano estaba muy enferma", cuenta el marido. Su mujer muere cuatro días más tarde, el 28 de octubre, de una septicemia.
Por lo que se nos relata, no hay ninguna razón para establecer una relación causa-efecto entre no realizar un aborto y la muerte de la paciente. Al contrario, entre el ingreso en el hospital y su fallecimiento, se produce un aborto natural, por lo que con la misma razón se podría decir que fue el aborto la causa de la muerte. ¿Hubo una negligencia médica? No lo sabemos, pero con la información que proporciona el artículo, resulta imposible determinar en qué momento se podía haber producido una supuesta negligencia, si antes o después del aborto. Decir que la paciente "murió tras negarse los médicos a practicarle un aborto" es tendencioso, porque omite que ocurrieron más cosas durante la semana en que Savita estuvo hospitalizada; entre ellas, un aborto natural, solo tres días después de su ingreso. Si los médicos se hubieran adelantado dos días a la naturaleza, ¿estaría hoy viva Savita? Por la información del periódico no lo sabemos.
Este caso nos permite una reflexión más general, exactamente en el sentido opuesto al que pretende el redactor. El dilema que se nos sugiere, entre intentar salvar la vida de una madre o la del feto ¿se da en realidad en circunstancias que no ofrezcan la menor duda? ¿En qué sentido puede afirmarse que un embarazo pone en riesgo la vida de una mujer, de tal modo que la única opción posible sea provocar un aborto? ¿Nuestra avanzada medicina no es capaz de salvar a la madre de otra manera que provocando la muerte del feto? No pretendo tener respuestas a estas preguntas, pero me sorprende que se las dé por respondidas antes siquiera de plantearlas.
Como más pienso en este tema, más provida soy. No hace mucho, yo estaba sustancialmente de acuerdo con la anterior ley que despenalizaba los tres supuestos del aborto, aunque no con su abusiva aplicación. Veía aceptable que se pudiera realizar el aborto en caso de hallarse en riesgo la vida de la madre, pero no por cualquier riesgo para su salud; una diabetes gestacional o una depresión no lo justificarían. Consideraba aceptable el aborto en caso de malformaciones muy graves del feto, pero no por enfermedades genéticas como el síndrome de Down. Y estaba a favor del aborto cuando el embarazo es producto de una violación. Desde luego, de aplicarse con rigor estos supuestos de despenalización, el número de abortos se reduciría drásticamente.
Pero hoy incluso soy más radical, si se quiere llamarlo así. Puedo comprender perfectamente que una mujer no desee un hijo, porque es fruto de una violación, o porque una ecografía revele una grave discapacidad. Pero siempre se podrá darlo en adopción o acogida, y la ley debería facilitar este procedimiento. De hecho, es posible que, tras nueve meses de embarazo, la mujer pueda reconsiderar su idea inicial. El aborto en cambio es irreversible; si el arrepentimiento llega después, ya es demasiado tarde. Una vida humana bien vale el sacrificio de nueve meses de embarazo. El argumento de que eso debe decidirlo la mujer vale lo mismo para apoyar este supuesto de despenalización, que para justificar el aborto totalmente libre, es decir, arbitrario.
En su momento defendí el aborto en caso de violación argumentando que ahí sí que se daba un conflicto entre la libertad sexual de la mujer y la vida del feto. Cosa que no ocurre cuando se produce un embarazo no deseado, pero fruto de una relación sexual consentida. En el segundo caso, se da un acto que entraña responsabilizarse de sus consecuencias; en el primero, no. Sin embargo, mi argumento incurría en una falacia, pues el conflicto no es propiamente entre la vida del feto y la libre elección de la maternidad, puesto que se puede renunciar a ejercer la maternidad sin matar al nonato. El conflicto en todo caso sería entre sobrellevar los nueve meses de un embarazo no deseado y la vida del feto. Está claro que en ese caso, el interés del más débil debe prevalecer sobre cualquier consideración de mero bienestar psicológico y fisiológico.
Quedaría, pues, un único motivo de despenalización, cuando se produce el dilema entre salvar la vida de la madre y la del feto. Supongamos, haciendo abstracción de cualquier circunstancia real, que nos viéramos forzados a elegir entre la vida de dos personas, de tal modo que, si no matamos a una de ellas, con toda seguridad morirían las dos. Creo que no hay lugar a dudas que es mejor salvar al menos una que ninguna, aunque eso implique el difícil trance de matar a la otra. Existe otra variante de este dilema, un poco más difícil. Supongamos que sabemos que, si no matamos a una de las dos personas, de todos modos una de ellas morirá. ¿Sería lícito que pudiéramos decidir cuál sobrevive? Se me ocurren casos en que, intuitivamente, responderíamos afirmativamente. Imaginemos que hay que elegir entre una mujer con marido e hijos, a los cuales dejaría huérfanos y viudo, y el feto que lleva en el vientre.
Alguien podría argumentar, desde una perspectiva religiosa, que el hombre no tiene ningún derecho a elegir quién debe morir, porque la vida es sagrada. Pero creo que eso supone olvidar otro principio, también religioso (al menos, cristiano), y es que ninguna vida vale más que otra. Por tanto, si por omisión permitimos que mueran dos personas, estamos actuando moralmente peor que si, matando a una de ellas, salvamos la otra. El resultado neto es que muere solo una, no dos. E incluso en el segundo dilema, cuando el resultado neto es el mismo en cualquier caso, parece moralmente defendible poder elegir quién debe sobrevivir, si con ello obtenemos otros bienes también moralmente valiosos, como que unos hijos no pierdan a su madre.
Ahora bien, aunque este planteamiento me sigue pareciendo irreprochablemente lógico, el problema es que en el mundo real, rara vez se producen situaciones tan claras. El conocimiento humano está muy lejos de la certidumbre que presuponen este tipo de dilemas, que rara vez se observan fuera de la pizarra de una clase de ética. Es evidente que, incluso aunque las leyes no previeran ningún tipo de despenalización del aborto, de darse una situación tan nítida, entraría dentro de la discrecionalidad del juez emitir un fallo absolutorio del médico que hubiera incurrido en un aborto. El único motivo por el cual se podría condenar al profesional sería que cuestionáramos el pronóstico médico, es decir, los términos del dilema.
Si no tenemos verdadera seguridad de que la mujer va a morir (o incluso de que no muera de todos modos, pese a practicarle un aborto... ¡o precisamente a causa de ello!), lo más sensato es no intervenir, y como se decía cuando no éramos tan arrogantes como hoy, que sea lo que Dios quiera. En Edipo rey, de Sófocles, un oráculo le vaticina al protagonista que matará a su padre y se casará con su madre. Edipo, horrorizado, huye de la casa paterna, sin saber que los padres que conoce son adoptivos. En su huida, mata a un desconocido en un altercado, para después terminar casándose con la mujer de la víctima. Ambos son sus auténticos padres biológicos, como al final descubre.
La medicina está muy lejos de ser una ciencia exacta. Personas sentenciadas por los médicos, acaban sobreviviendo. Otras entran en un hospital para una intervención supuestamente trivial, y no salen con vida. ¿Debe un profesional de la medicina aventurarse a tomar decisiones que implican acabar con un ser humano, basándose en una presciencia de la que carece? A falta de conocer más detalles del caso de Savita Halappanavar, sería absolutamente precipitado asegurar que murió por no practicarle un aborto dos días antes de que este se produjera por causas naturales. Quizás hubiera muerto de todos modos. Pero es tan fácil tomar decisiones en una pizarra, o desde una tribuna periodística...
Los hechos son los siguientes: Savita, embarazada de 17 semanas, acude al hospital con dolores de espalda el 21 de octubre. Los médicos le dicen que sufre dilatación del útero y pérdida de líquido amniótico, por lo que el feto no sobrevivirá; solo queda esperar que se produzca un aborto natural. La mujer al día siguiente pide que se le realice un aborto, pero los médicos se niegan: No podrán extraer el feto hasta que no se certifique su muerte cardiológica. La tarde del martes, el estado de la paciente empeora, y es tratada con antibióticos. El miércoles, el bebé muere y es extraído del útero. "Al salir del quirófano estaba muy enferma", cuenta el marido. Su mujer muere cuatro días más tarde, el 28 de octubre, de una septicemia.
Por lo que se nos relata, no hay ninguna razón para establecer una relación causa-efecto entre no realizar un aborto y la muerte de la paciente. Al contrario, entre el ingreso en el hospital y su fallecimiento, se produce un aborto natural, por lo que con la misma razón se podría decir que fue el aborto la causa de la muerte. ¿Hubo una negligencia médica? No lo sabemos, pero con la información que proporciona el artículo, resulta imposible determinar en qué momento se podía haber producido una supuesta negligencia, si antes o después del aborto. Decir que la paciente "murió tras negarse los médicos a practicarle un aborto" es tendencioso, porque omite que ocurrieron más cosas durante la semana en que Savita estuvo hospitalizada; entre ellas, un aborto natural, solo tres días después de su ingreso. Si los médicos se hubieran adelantado dos días a la naturaleza, ¿estaría hoy viva Savita? Por la información del periódico no lo sabemos.
Este caso nos permite una reflexión más general, exactamente en el sentido opuesto al que pretende el redactor. El dilema que se nos sugiere, entre intentar salvar la vida de una madre o la del feto ¿se da en realidad en circunstancias que no ofrezcan la menor duda? ¿En qué sentido puede afirmarse que un embarazo pone en riesgo la vida de una mujer, de tal modo que la única opción posible sea provocar un aborto? ¿Nuestra avanzada medicina no es capaz de salvar a la madre de otra manera que provocando la muerte del feto? No pretendo tener respuestas a estas preguntas, pero me sorprende que se las dé por respondidas antes siquiera de plantearlas.
Como más pienso en este tema, más provida soy. No hace mucho, yo estaba sustancialmente de acuerdo con la anterior ley que despenalizaba los tres supuestos del aborto, aunque no con su abusiva aplicación. Veía aceptable que se pudiera realizar el aborto en caso de hallarse en riesgo la vida de la madre, pero no por cualquier riesgo para su salud; una diabetes gestacional o una depresión no lo justificarían. Consideraba aceptable el aborto en caso de malformaciones muy graves del feto, pero no por enfermedades genéticas como el síndrome de Down. Y estaba a favor del aborto cuando el embarazo es producto de una violación. Desde luego, de aplicarse con rigor estos supuestos de despenalización, el número de abortos se reduciría drásticamente.
Pero hoy incluso soy más radical, si se quiere llamarlo así. Puedo comprender perfectamente que una mujer no desee un hijo, porque es fruto de una violación, o porque una ecografía revele una grave discapacidad. Pero siempre se podrá darlo en adopción o acogida, y la ley debería facilitar este procedimiento. De hecho, es posible que, tras nueve meses de embarazo, la mujer pueda reconsiderar su idea inicial. El aborto en cambio es irreversible; si el arrepentimiento llega después, ya es demasiado tarde. Una vida humana bien vale el sacrificio de nueve meses de embarazo. El argumento de que eso debe decidirlo la mujer vale lo mismo para apoyar este supuesto de despenalización, que para justificar el aborto totalmente libre, es decir, arbitrario.
En su momento defendí el aborto en caso de violación argumentando que ahí sí que se daba un conflicto entre la libertad sexual de la mujer y la vida del feto. Cosa que no ocurre cuando se produce un embarazo no deseado, pero fruto de una relación sexual consentida. En el segundo caso, se da un acto que entraña responsabilizarse de sus consecuencias; en el primero, no. Sin embargo, mi argumento incurría en una falacia, pues el conflicto no es propiamente entre la vida del feto y la libre elección de la maternidad, puesto que se puede renunciar a ejercer la maternidad sin matar al nonato. El conflicto en todo caso sería entre sobrellevar los nueve meses de un embarazo no deseado y la vida del feto. Está claro que en ese caso, el interés del más débil debe prevalecer sobre cualquier consideración de mero bienestar psicológico y fisiológico.
Quedaría, pues, un único motivo de despenalización, cuando se produce el dilema entre salvar la vida de la madre y la del feto. Supongamos, haciendo abstracción de cualquier circunstancia real, que nos viéramos forzados a elegir entre la vida de dos personas, de tal modo que, si no matamos a una de ellas, con toda seguridad morirían las dos. Creo que no hay lugar a dudas que es mejor salvar al menos una que ninguna, aunque eso implique el difícil trance de matar a la otra. Existe otra variante de este dilema, un poco más difícil. Supongamos que sabemos que, si no matamos a una de las dos personas, de todos modos una de ellas morirá. ¿Sería lícito que pudiéramos decidir cuál sobrevive? Se me ocurren casos en que, intuitivamente, responderíamos afirmativamente. Imaginemos que hay que elegir entre una mujer con marido e hijos, a los cuales dejaría huérfanos y viudo, y el feto que lleva en el vientre.
Alguien podría argumentar, desde una perspectiva religiosa, que el hombre no tiene ningún derecho a elegir quién debe morir, porque la vida es sagrada. Pero creo que eso supone olvidar otro principio, también religioso (al menos, cristiano), y es que ninguna vida vale más que otra. Por tanto, si por omisión permitimos que mueran dos personas, estamos actuando moralmente peor que si, matando a una de ellas, salvamos la otra. El resultado neto es que muere solo una, no dos. E incluso en el segundo dilema, cuando el resultado neto es el mismo en cualquier caso, parece moralmente defendible poder elegir quién debe sobrevivir, si con ello obtenemos otros bienes también moralmente valiosos, como que unos hijos no pierdan a su madre.
Ahora bien, aunque este planteamiento me sigue pareciendo irreprochablemente lógico, el problema es que en el mundo real, rara vez se producen situaciones tan claras. El conocimiento humano está muy lejos de la certidumbre que presuponen este tipo de dilemas, que rara vez se observan fuera de la pizarra de una clase de ética. Es evidente que, incluso aunque las leyes no previeran ningún tipo de despenalización del aborto, de darse una situación tan nítida, entraría dentro de la discrecionalidad del juez emitir un fallo absolutorio del médico que hubiera incurrido en un aborto. El único motivo por el cual se podría condenar al profesional sería que cuestionáramos el pronóstico médico, es decir, los términos del dilema.
Si no tenemos verdadera seguridad de que la mujer va a morir (o incluso de que no muera de todos modos, pese a practicarle un aborto... ¡o precisamente a causa de ello!), lo más sensato es no intervenir, y como se decía cuando no éramos tan arrogantes como hoy, que sea lo que Dios quiera. En Edipo rey, de Sófocles, un oráculo le vaticina al protagonista que matará a su padre y se casará con su madre. Edipo, horrorizado, huye de la casa paterna, sin saber que los padres que conoce son adoptivos. En su huida, mata a un desconocido en un altercado, para después terminar casándose con la mujer de la víctima. Ambos son sus auténticos padres biológicos, como al final descubre.
La medicina está muy lejos de ser una ciencia exacta. Personas sentenciadas por los médicos, acaban sobreviviendo. Otras entran en un hospital para una intervención supuestamente trivial, y no salen con vida. ¿Debe un profesional de la medicina aventurarse a tomar decisiones que implican acabar con un ser humano, basándose en una presciencia de la que carece? A falta de conocer más detalles del caso de Savita Halappanavar, sería absolutamente precipitado asegurar que murió por no practicarle un aborto dos días antes de que este se produjera por causas naturales. Quizás hubiera muerto de todos modos. Pero es tan fácil tomar decisiones en una pizarra, o desde una tribuna periodística...
jueves, 15 de noviembre de 2012
Las cosas en su sitio
Según un estudio de la OCDE, China desplazará a los Estados Unidos como primera potencia mundial dentro de cuatro años, en 2016. No he tenido acceso al texto, por lo que esta conclusión, así a primera vista, me produce un leve escepticismo. Sin embargo, aunque el sorpasso no llegue a producirse tan pronto, sí parece cada vez más probable que lo veamos en el transcurso de las vidas de la mayoría de nosotros. Basta un sencillo cálculo para comprobar que, si los Estados Unidos y China siguieran creciendo al ritmo del último año (el 1,7 % y el 9,3 % respectivamente), el PIB chino superaría al americano en solo una década, hacia 2022.
En principio, esto parece que no debería preocuparnos excesivamente, desde una perspectiva liberal. En una economía global, lo que importa es que exista libre circulación de mercancías y capitales, para que los consumidores tengan acceso a productos cada vez más competitivos en calidad y precio. Poco importa si vivimos en un país de menos de 8 millones de habitantes, como Suiza, o en uno de más de 300 millones, como los Estados Unidos. Sin embargo, el mundo no es solo un mercado, ni mucho menos, sino que en él operan los Estados. Y no es indiferente que el Estado de la mayor economía del mundo sea una democracia o una dictadura de partido único.
Podría pensarse que ello es algo que concierne solo a los ciudadanos chinos. Pero esto supondría olvidarnos (pequeño detalle) del músculo militar de los Estados, que influye de manera determinante en las relaciones internacionales. Hoy por hoy, con un gasto militar de aproximadamente el 4 % de su PIB, los Estados Unidos son, con mucha diferencia, la mayor potencia militar del planeta. ¡El presupuesto de Defensa estadounidense es el 40 % del mundial! El chino (puesto que la UE no es una potencia militarmente unificada) es ya el segundo, el doble que el de Rusia... pero solo supone el 8,2 % mundial. Ahora bien, de continuar el ritmo de crecimiento del PIB, y si China no variara su actual presupuesto militar del 1,7 %, en unos veinte años Pekín sería no solo la primera potencia económica del planeta, sino también la primera potencia militar.
Con todo, un par de consideraciones pueden atemperar esta perspectiva inquietante. Una es que los Estados Unidos, cuyos únicos vecinos son Canadá y México, seguirán disfrutando de una posición geopolítica envidiable en comparación con la de China, flanqueada por Rusia y la India, dos pesos pesados en armamento (y no olvidemos que la India también crece a un ritmo trepidante). Aunque hoy en día la superioridad militar se dirima en el aire, el espacio y el ciberespacio, el hecho de tener en sus fronteras a estas potencias, obliga necesariamente a Pekín a preocuparse más de la estricta defensa del territorio que de ejercer de gendarme planetario.
La otra consideración es mucho más importante. Y es que no todo se puede medir por el PIB. Si atendemos a indicadores más cualitativos, la ventaja de los Estados Unidos respecto al resto del mundo sigue siendo decisiva. En el plano cultural, es obvia, pero no solo por el cine o la música. Según el anuario de The Economist, El Mundo en cifras (manejo la edición de 2010), de las 35 mejores universidades del mundo, 17 están en los Estados Unidos. Quizá vale la pena enumerarlas: Harvard, Yale, California Institute of Technology, Chicago, Massachusetts Institute of Technology, Columbia, Pennsylvania, Princeton, Duke, Johns Hopkins, Cornell, Stanford, Michigan, Carnegie Mellon, Brown, California y Northwestern. Solo el Reino Unido es una potencia comparable en educación superior, con 8 entre las 35 primeras. Las restantes se reparten entre siete países más. Ninguna es china.
Otro indicador que está muy ligado al anterior, pues se basa en las relaciones entre Universidad y empresa, es la lista Forbes de las 100 compañías más innovadoras del mundo. El dominio yanqui es también aquí abrumador, porque 43 de ellas son estadounidenses (entre ellas, las cuatro primeras), muy por encima de las 28 de la UE, y no digamos de las 7 que tienen su sede social en China.
De estos datos se deduce que China tiene la oportunidad de convertirse en primera potencia mundial en una o dos décadas. Pero deberá mantener durante este período de tiempo sus brutales tasas de crecimiento actuales, lo que resultará más difícil a medida que sea más grande. Lo previsible es que su crecimiento en algún momento tienda a normalizarse, convergiendo con las tasas típicas de los países más desarrollados. Y sobre todo, el dominio que obtendrá China no será comparable al que han disfrutado los Estados Unidos en el siglo XX, y mantienen aún en estos primeros años del XXI. No habrá tanto una hegemonía como un final de los tiempos de la hegemonía de una sola nación. Desde el siglo XV hasta hoy, las potencias dominantes han sido, cronológicamente, España, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. En el XXI posiblemente concluya el predominio occidental de los últimos quinientos años, al menos en el plano material. En el espiritual, que es realmente el decisivo -en contra de lo que creen tantos que hablan en prosa marxista sin saberlo- no veo ningún aspirante serio a desplazar la cultura euroamericana..., pese a los denodados esfuerzos que esta hace por suicidarse. Pero eso ya es otro tema.
En principio, esto parece que no debería preocuparnos excesivamente, desde una perspectiva liberal. En una economía global, lo que importa es que exista libre circulación de mercancías y capitales, para que los consumidores tengan acceso a productos cada vez más competitivos en calidad y precio. Poco importa si vivimos en un país de menos de 8 millones de habitantes, como Suiza, o en uno de más de 300 millones, como los Estados Unidos. Sin embargo, el mundo no es solo un mercado, ni mucho menos, sino que en él operan los Estados. Y no es indiferente que el Estado de la mayor economía del mundo sea una democracia o una dictadura de partido único.
Podría pensarse que ello es algo que concierne solo a los ciudadanos chinos. Pero esto supondría olvidarnos (pequeño detalle) del músculo militar de los Estados, que influye de manera determinante en las relaciones internacionales. Hoy por hoy, con un gasto militar de aproximadamente el 4 % de su PIB, los Estados Unidos son, con mucha diferencia, la mayor potencia militar del planeta. ¡El presupuesto de Defensa estadounidense es el 40 % del mundial! El chino (puesto que la UE no es una potencia militarmente unificada) es ya el segundo, el doble que el de Rusia... pero solo supone el 8,2 % mundial. Ahora bien, de continuar el ritmo de crecimiento del PIB, y si China no variara su actual presupuesto militar del 1,7 %, en unos veinte años Pekín sería no solo la primera potencia económica del planeta, sino también la primera potencia militar.
Con todo, un par de consideraciones pueden atemperar esta perspectiva inquietante. Una es que los Estados Unidos, cuyos únicos vecinos son Canadá y México, seguirán disfrutando de una posición geopolítica envidiable en comparación con la de China, flanqueada por Rusia y la India, dos pesos pesados en armamento (y no olvidemos que la India también crece a un ritmo trepidante). Aunque hoy en día la superioridad militar se dirima en el aire, el espacio y el ciberespacio, el hecho de tener en sus fronteras a estas potencias, obliga necesariamente a Pekín a preocuparse más de la estricta defensa del territorio que de ejercer de gendarme planetario.
La otra consideración es mucho más importante. Y es que no todo se puede medir por el PIB. Si atendemos a indicadores más cualitativos, la ventaja de los Estados Unidos respecto al resto del mundo sigue siendo decisiva. En el plano cultural, es obvia, pero no solo por el cine o la música. Según el anuario de The Economist, El Mundo en cifras (manejo la edición de 2010), de las 35 mejores universidades del mundo, 17 están en los Estados Unidos. Quizá vale la pena enumerarlas: Harvard, Yale, California Institute of Technology, Chicago, Massachusetts Institute of Technology, Columbia, Pennsylvania, Princeton, Duke, Johns Hopkins, Cornell, Stanford, Michigan, Carnegie Mellon, Brown, California y Northwestern. Solo el Reino Unido es una potencia comparable en educación superior, con 8 entre las 35 primeras. Las restantes se reparten entre siete países más. Ninguna es china.
Otro indicador que está muy ligado al anterior, pues se basa en las relaciones entre Universidad y empresa, es la lista Forbes de las 100 compañías más innovadoras del mundo. El dominio yanqui es también aquí abrumador, porque 43 de ellas son estadounidenses (entre ellas, las cuatro primeras), muy por encima de las 28 de la UE, y no digamos de las 7 que tienen su sede social en China.
De estos datos se deduce que China tiene la oportunidad de convertirse en primera potencia mundial en una o dos décadas. Pero deberá mantener durante este período de tiempo sus brutales tasas de crecimiento actuales, lo que resultará más difícil a medida que sea más grande. Lo previsible es que su crecimiento en algún momento tienda a normalizarse, convergiendo con las tasas típicas de los países más desarrollados. Y sobre todo, el dominio que obtendrá China no será comparable al que han disfrutado los Estados Unidos en el siglo XX, y mantienen aún en estos primeros años del XXI. No habrá tanto una hegemonía como un final de los tiempos de la hegemonía de una sola nación. Desde el siglo XV hasta hoy, las potencias dominantes han sido, cronológicamente, España, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. En el XXI posiblemente concluya el predominio occidental de los últimos quinientos años, al menos en el plano material. En el espiritual, que es realmente el decisivo -en contra de lo que creen tantos que hablan en prosa marxista sin saberlo- no veo ningún aspirante serio a desplazar la cultura euroamericana..., pese a los denodados esfuerzos que esta hace por suicidarse. Pero eso ya es otro tema.
miércoles, 14 de noviembre de 2012
No es un farol
Creo que para los que vivimos en Cataluña hay pocas dudas. Artur Mas no va de farol. Lo de la independencia va en serio, porque ha visto que España está blandita, y que ahora ha llegado su momento. El nacionalismo pujolista siempre ha sido separatista. La diferencia es que antes las encuestas no le permitían reconocerlo abiertamente. Pero ahora que les favorecen, por fin han decidido salir del armario. Artur Mas ya no necesita, como Pujol, ser un "hombre de estado". El fanatismo que manifiestan ahora los dirigentes de Convergència no es sobrevenido, es un sentimiento que llevaban reprimiendo (salvo a puerta cerrada) durante años, y que por fin explota.
He recibido la propaganda electoral de CiU. La palabra independencia no aparece, pero juzguen ustedes mismos. Traduzco: "Con tu voto, tienes la oportunidad de hacer historia (...) hacer realidad el sueño de muchas generaciones y hacer de Cataluña un nuevo país, (...) un nuevo camino. (...) el ejercicio del derecho a decidir (...) Cataluña necesita un estado propio (...) que Cataluña pueda decidir libre y democráticamente su futuro a través de una consulta durante los próximos 4 años (...)"
Nunca, en ninguna de las elecciones anteriores, la propaganda de CiU había sido tan clara. No necesita utilizar la palabra independencia, porque no le conviene tampoco alejar al votante que no quiere ver la realidad, que votar por CiU es hacerlo por un proyecto rupturista. Incluso tengo la sensación de que a CiU le conviene que algunos crean que va de farol, para desmovilizar a los catalanes que nos sentimos españoles. Estos tenemos que votar a los únicos partidos que defienden sin complejos una Cataluña dentro de España. Ciudadanos para el que tenga una sensibilidad más progresista, y el PP de Alicia Sánchez-Camacho para los que somos más conservadores. Si alguien no lo tenía claro en anteriores elecciones, ahora resulta bastante más sencillo.
He recibido la propaganda electoral de CiU. La palabra independencia no aparece, pero juzguen ustedes mismos. Traduzco: "Con tu voto, tienes la oportunidad de hacer historia (...) hacer realidad el sueño de muchas generaciones y hacer de Cataluña un nuevo país, (...) un nuevo camino. (...) el ejercicio del derecho a decidir (...) Cataluña necesita un estado propio (...) que Cataluña pueda decidir libre y democráticamente su futuro a través de una consulta durante los próximos 4 años (...)"
Nunca, en ninguna de las elecciones anteriores, la propaganda de CiU había sido tan clara. No necesita utilizar la palabra independencia, porque no le conviene tampoco alejar al votante que no quiere ver la realidad, que votar por CiU es hacerlo por un proyecto rupturista. Incluso tengo la sensación de que a CiU le conviene que algunos crean que va de farol, para desmovilizar a los catalanes que nos sentimos españoles. Estos tenemos que votar a los únicos partidos que defienden sin complejos una Cataluña dentro de España. Ciudadanos para el que tenga una sensibilidad más progresista, y el PP de Alicia Sánchez-Camacho para los que somos más conservadores. Si alguien no lo tenía claro en anteriores elecciones, ahora resulta bastante más sencillo.
lunes, 12 de noviembre de 2012
Vender Cataluña
Santiago Navajas ha escrito una entrada rotundamente equivocada. Iba a decir "desafortunada", pero qué leches, dejémonos de medias tintas. No es nada personal, pero hay cosas que me sublevan. Una de ellas es el opinante que se las da de cínico que dejó de creer en Papá Noel hace tiempo y se permite frivolizar con cualquier tema desde un supuesto realismo descarnado. Resumiendo, Navajas nos propone que se negocie con Artur Mas un precio por la separación de Cataluña. Es decir, que el gobierno español le pregunte cuánto estaría dispuesto a pagar por ella.
Hay una primera objeción evidente, aunque no sea la primordial. Y es que los nacionalistas dicen que Madrid les "roba". ¿Cómo van a aceptar pagar nada a cambio de la separación? La quieren gratis, y a ser posible que encima España indemnice a Cataluña por tantos siglos de opresión.
Pero lo grave es que Navajas piense que España podría salir ganando con la secesión de Cataluña. Que piense que deshacer España puede calcularse en dinero, o que vale la pena a cambio de que los castellanohablantes vean reconocidos derechos que nunca han dejado de tener, y no por ello el gobierno catalán ha respetado. Es decir, que piense que después que llevan décadas conculcando derechos, sería buena idea premiar a los nacionalistas por ello, ofreciéndoles un Estado propio. ¡Iban a respetar ningún acuerdo siendo independientes, cuando no lo hacen ahora, que están supuestamente oprimidos por Madrid!
A Santiago Navajas no se le ocurre que la unidad de España pueda implicar algún bien más allá de consideraciones pragmáticas. Y con total atrevimiento califica de "estúpida visión religiosa", propia de sujetos "feos, católicos y, sobre todo, sentimentales", cualquier concepción que cuestione un enfoque poco más que crematístico del asunto. Claro que en los últimos párrafos parece asustarse un poco de su propia osadia, y se niega a ser consecuente hasta el final. No negociaría el exterminio de los judíos con Hitler, ni la segregación racial con el KKK. ¡Bienvenido a la estúpida concepción religiosa, según la cual hay cosas que no se pueden comprar ni vender! Si lo saben hasta los de MasterCard...
La unidad de España no me parece sagrada, en sentido estricto, aunque yo, a diferencia de S. Navajas, sí crea en una dimensión sacra de la existencia. Sin embargo, tenemos el hecho de una continuidad cultural, desde hace unos mil quinientos años, a la que llamamos España, que nos ha permitido llegar al siglo XXI, con todas las vicisitudes que se quiera, estando entre los diez o doce países del mundo donde se vive mejor. Y algo de notable tendrá nuestra historia para que la lengua española sea hablada por más de cuatrocientos millones de personas en el mundo. Podemos seguir considerando que el Quijote es solo un personaje "patético" (debe hacer bastante tiempo que lo leyó por última vez), y que los únicos que saben hacer bien las cosas son los ingleses, con su "espíritu de tenderos" -aunque empezaron por la piratería; por cierto, qué coincidencia, asaltando nuestros barcos. Es decir, podemos continuar creyéndonos la Leyenda Negra que pergeñaron nuestros rivales, y que se halla, en buena parte, en el origen del autoodio español, el cual a su vez es la madre de todos los nacionalismos separatistas. Acabaremos actuando en ese caso como aquella viuda que vende la valiosa biblioteca de su marido a un anticuario avispado, por cuatro chavos. Total, ¿para qué tantos libros viejos, que no son más que un criadero de polvo? Si nosotros no apreciamos el valor de nuestra historia y nuestra cultura, otros países sí lo hacen, y qué casualidad, no les va nada mal.
Observa S. Navajas que la multiplicación de los lazos y los intereses comerciales contribuye a disminuir las guerras. En efecto, los nacionalismos, como es sabido, han sido históricamente defensores de las barreras proteccionistas, uno de los factores que, en los años treinta, contribuyeron a desencadenar la Segunda Guerra Mundial. Pues bien, de ello deduce S. Navajas... ¡que hay que negociar con los nacionalistas para ayudarles a conseguir que haya un estadito más en el mundo, con sus fronteritas, sus arancelitos y sus soldaditos! Como dijo Lenin, "los burgueses nos venderán la soga con la que los ahorcaremos." Más exactamente se refería a quienes confunden el liberalismo con los negocios, cuando se trata de cosas muy distintas. El liberalismo, ciertamente, es bueno para los negocios, pero mucho más lo es para el conjunto de los ciudadanos. Lo realmente bueno para los negocios, es decir, lo que ha permitido a muchos enriquecerse sin necesidad de competir ni innovar, no es el liberalismo, sino tener los contactos políticos adecuados, y si es posible, en un marco dictatorial donde la opinión pública no pinta nada. Así que es muy posible que, después de todo, la secesión de Cataluña pudiera ser un buen negocio para unos pocos. Pero no, desde luego, para la inmensa mayoría de catalanes, ni para el resto de los españoles.
Hay una primera objeción evidente, aunque no sea la primordial. Y es que los nacionalistas dicen que Madrid les "roba". ¿Cómo van a aceptar pagar nada a cambio de la separación? La quieren gratis, y a ser posible que encima España indemnice a Cataluña por tantos siglos de opresión.
Pero lo grave es que Navajas piense que España podría salir ganando con la secesión de Cataluña. Que piense que deshacer España puede calcularse en dinero, o que vale la pena a cambio de que los castellanohablantes vean reconocidos derechos que nunca han dejado de tener, y no por ello el gobierno catalán ha respetado. Es decir, que piense que después que llevan décadas conculcando derechos, sería buena idea premiar a los nacionalistas por ello, ofreciéndoles un Estado propio. ¡Iban a respetar ningún acuerdo siendo independientes, cuando no lo hacen ahora, que están supuestamente oprimidos por Madrid!
A Santiago Navajas no se le ocurre que la unidad de España pueda implicar algún bien más allá de consideraciones pragmáticas. Y con total atrevimiento califica de "estúpida visión religiosa", propia de sujetos "feos, católicos y, sobre todo, sentimentales", cualquier concepción que cuestione un enfoque poco más que crematístico del asunto. Claro que en los últimos párrafos parece asustarse un poco de su propia osadia, y se niega a ser consecuente hasta el final. No negociaría el exterminio de los judíos con Hitler, ni la segregación racial con el KKK. ¡Bienvenido a la estúpida concepción religiosa, según la cual hay cosas que no se pueden comprar ni vender! Si lo saben hasta los de MasterCard...
La unidad de España no me parece sagrada, en sentido estricto, aunque yo, a diferencia de S. Navajas, sí crea en una dimensión sacra de la existencia. Sin embargo, tenemos el hecho de una continuidad cultural, desde hace unos mil quinientos años, a la que llamamos España, que nos ha permitido llegar al siglo XXI, con todas las vicisitudes que se quiera, estando entre los diez o doce países del mundo donde se vive mejor. Y algo de notable tendrá nuestra historia para que la lengua española sea hablada por más de cuatrocientos millones de personas en el mundo. Podemos seguir considerando que el Quijote es solo un personaje "patético" (debe hacer bastante tiempo que lo leyó por última vez), y que los únicos que saben hacer bien las cosas son los ingleses, con su "espíritu de tenderos" -aunque empezaron por la piratería; por cierto, qué coincidencia, asaltando nuestros barcos. Es decir, podemos continuar creyéndonos la Leyenda Negra que pergeñaron nuestros rivales, y que se halla, en buena parte, en el origen del autoodio español, el cual a su vez es la madre de todos los nacionalismos separatistas. Acabaremos actuando en ese caso como aquella viuda que vende la valiosa biblioteca de su marido a un anticuario avispado, por cuatro chavos. Total, ¿para qué tantos libros viejos, que no son más que un criadero de polvo? Si nosotros no apreciamos el valor de nuestra historia y nuestra cultura, otros países sí lo hacen, y qué casualidad, no les va nada mal.
Observa S. Navajas que la multiplicación de los lazos y los intereses comerciales contribuye a disminuir las guerras. En efecto, los nacionalismos, como es sabido, han sido históricamente defensores de las barreras proteccionistas, uno de los factores que, en los años treinta, contribuyeron a desencadenar la Segunda Guerra Mundial. Pues bien, de ello deduce S. Navajas... ¡que hay que negociar con los nacionalistas para ayudarles a conseguir que haya un estadito más en el mundo, con sus fronteritas, sus arancelitos y sus soldaditos! Como dijo Lenin, "los burgueses nos venderán la soga con la que los ahorcaremos." Más exactamente se refería a quienes confunden el liberalismo con los negocios, cuando se trata de cosas muy distintas. El liberalismo, ciertamente, es bueno para los negocios, pero mucho más lo es para el conjunto de los ciudadanos. Lo realmente bueno para los negocios, es decir, lo que ha permitido a muchos enriquecerse sin necesidad de competir ni innovar, no es el liberalismo, sino tener los contactos políticos adecuados, y si es posible, en un marco dictatorial donde la opinión pública no pinta nada. Así que es muy posible que, después de todo, la secesión de Cataluña pudiera ser un buen negocio para unos pocos. Pero no, desde luego, para la inmensa mayoría de catalanes, ni para el resto de los españoles.
domingo, 11 de noviembre de 2012
Licencia para ejecutar
La "Carta del domingo" de Pedro J. Ramírez suele ser un ejemplo de cómo decir en 2.000 palabras lo que podría expresarse con mil. Cierto que el director de El Mundo aprovecha este espacio dominical para dar rienda suela a su pasión por la historia, lo cual ennoblece su prolijidad. En esta ocasión nos ofrece una comparación traída por los pelos entre la reelección presidencial de Lincoln y la de Obama, la cual engarza donosamente con una reflexión inspirada en el gran pensador liberal Bruce Wayne, más conocido como Batman, de la cual deduce que "la superioridad moral de los Estados Unidos y del modelo de civilización que abandera habrían quedado doblemente acreditados si Bin Laden hubiera sido conducido vivo ante un tribunal." Y concluye con una coda, supongo que irónica al estilo De Quincey, alusiva a la reciente dimisión del director de la CIA: "Se empieza autorizando asesinatos legales y se termina poniéndole los cuernos a tu esposa."
Pedro J. asegura, basándose en el reciente libro de uno de los miembros del comando que acabó con Bin Laden en su refugio pakistaní (M. Owen y K. Maurer, No Easy Day), que la muerte del líder terrorista debería haberse evitado, puesto que estaba desarmado y ni siquiera tuvo lugar el tiroteo previo que nos habían contado las primeras informaciones. Como no he leído ese libro, ni dispongo de mejores fuentes, no voy a entrar en detalles circunstanciales. Sí me parece discutible que mantener con vida a Bin Laden no implicara ningún riesgo para los militares norteamericanos. Podría estar aparentemente desarmado pero accionar a distancia, desde un teléfono móvil o cualquier otro pequeño dispositivo de fácil ocultación, una carga explosiva, por ejemplo. No creo que se trate de una hipótesis excesivamente fantasiosa, aplicada a un sujeto que organizó el mayor atentado suicida de la historia.
Vayamos, sin embargo, a la cuestión de fondo. ¿Es legítimo que democracias como los Estados Unidos o Israel cometan asesinatos selectivos de líderes terroristas? Pedro J. alude al superhéroe Batman, que siempre acaba capturando a su eterno enemigo Joker y lo entrega vivo a la Justicia. Sospecho que preservar a Joker responde más al interés del guionista por continuar sirviéndose del personaje en futuras entregas que no a un mensaje liberal. Puestos a buscar ejemplos en personajes de ficción, cabe también pensar en James Bond, el agente secreto británico con "licencia para matar". Se me ocurre que el occidental medianamente culto se ve aquejado de un cierto desdoblamiento de personalidad, desde el momento que cree en el Estado de Derecho, y por tanto que los criminales deben ser juzgados con garantías, pero al mismo tiempo se deleita con películas en las que policías o espías en el papel de buenos utilizan métodos "poco ortodoxos", con frecuencia con la incomprensión de sus jefes, o del departamento de Asuntos Internos (tema clásico), caracterizados como una recua de burócratas ineptos que desconocen el mundo real, puesto que no tienen que batirse el cobre todos los días en las calles como el sufrido protagonista.
Debo confesar que yo también estoy de parte de Harry el Sucio y del agente 007. (No digamos ya si el villano es Bardem.) Los servicios secretos son secretos porque algunas de las misiones que realizan (desde escuchas a ciudadanos a asesinatos) no serían factibles si requirieran la fiscalización previa, o posterior, del poder judicial o de la opinión pública. Son las famosas "alcantarillas" del Estado, en la expresión de Felipe González. Ahora bien, sobre estas alcantarillas hay tres posturas posibles. Primera: Rechazo total, por principio, de su existencia. Segunda: Pueden existir, pero ello no significa aprobar cualquier cosa que hagan. Tercera: Legitimación incondicional de sus actividades; todo vale con tal de preservar la seguridad nacional. Creo que muy pocas personas defenderán la tercera posición, por lo cual me permito descartarla sin más. Ahora bien, igualmente me parece que la primera, pese a que tenga bastantes partidarios, es extrema e irreal. Cuando nos enfrentamos a enemigos que tienen todas las ventajas de actuar "en la sombra" (¿han visto Skyfall?; se la recomiendo, pasarán un rato entretenido) pueden darse circunstancias en las cuales no haya más remedio que trabajar también en y desde la sombra. Por supuesto que en este tipo de películas está muy claro quiénes son los buenos y quiénes los malos; por eso no suelen plantear dilemas éticos, aunque en sus mejores momentos los sugieran. Pero que el mundo real sea más complicado es precisamente un argumento en contra del idealismo de Pedro J. Ramírez, no a favor. Que justifiquemos la eliminación de Bin Laden (o de un científico nuclear iraní) no significa que moralmente debamos transigir con el asesinato de inocentes o el saqueo de los fondos reservados.
No creo que los Estados Unidos hayan perdido la menor credibilidad política y moral porque hayan ejecutado a Bin Laden. Esto es perfectamente compatible con pensar que el riesgo de que las fuerzas de seguridad se desvíen de su verdadero cometido -el cual consiste en proteger la civilización y la democracia- es consustancial a su naturaleza; como es consustancial a los gobiernos tender a la corrupción; y del ser humano tender al mal. La democracia no se puede atar de manos a sí misma contra quienes quieren destruirla, sobre todo cuando han dado sobradas muestras de su capacidad para hacerlo. Existe, claro es, el peligro de que este argumento sea utilizado por políticos y funcionarios sin escrúpulos, con fines personales o incluso contrarios a lo que dicen defender. Pero precisamente lo que demostraría la grandeza del Estado de derecho sería que fuera capaz de distinguir esas desviaciones de aquellas que no lo son, aunque jurídicamente parezcan lo mismo; y por supuesto neutralizarlas. Solo que ningún criterio formalista nos garantizará nunca absolutamente poder hacer eso. Es mucho más fácil descubrir una infidelidad conyugal del general Petraeus que no un abuso de poder. Con James Bond, claro, no puede darse ese problema: Es soltero.
Pedro J. asegura, basándose en el reciente libro de uno de los miembros del comando que acabó con Bin Laden en su refugio pakistaní (M. Owen y K. Maurer, No Easy Day), que la muerte del líder terrorista debería haberse evitado, puesto que estaba desarmado y ni siquiera tuvo lugar el tiroteo previo que nos habían contado las primeras informaciones. Como no he leído ese libro, ni dispongo de mejores fuentes, no voy a entrar en detalles circunstanciales. Sí me parece discutible que mantener con vida a Bin Laden no implicara ningún riesgo para los militares norteamericanos. Podría estar aparentemente desarmado pero accionar a distancia, desde un teléfono móvil o cualquier otro pequeño dispositivo de fácil ocultación, una carga explosiva, por ejemplo. No creo que se trate de una hipótesis excesivamente fantasiosa, aplicada a un sujeto que organizó el mayor atentado suicida de la historia.
Vayamos, sin embargo, a la cuestión de fondo. ¿Es legítimo que democracias como los Estados Unidos o Israel cometan asesinatos selectivos de líderes terroristas? Pedro J. alude al superhéroe Batman, que siempre acaba capturando a su eterno enemigo Joker y lo entrega vivo a la Justicia. Sospecho que preservar a Joker responde más al interés del guionista por continuar sirviéndose del personaje en futuras entregas que no a un mensaje liberal. Puestos a buscar ejemplos en personajes de ficción, cabe también pensar en James Bond, el agente secreto británico con "licencia para matar". Se me ocurre que el occidental medianamente culto se ve aquejado de un cierto desdoblamiento de personalidad, desde el momento que cree en el Estado de Derecho, y por tanto que los criminales deben ser juzgados con garantías, pero al mismo tiempo se deleita con películas en las que policías o espías en el papel de buenos utilizan métodos "poco ortodoxos", con frecuencia con la incomprensión de sus jefes, o del departamento de Asuntos Internos (tema clásico), caracterizados como una recua de burócratas ineptos que desconocen el mundo real, puesto que no tienen que batirse el cobre todos los días en las calles como el sufrido protagonista.
Debo confesar que yo también estoy de parte de Harry el Sucio y del agente 007. (No digamos ya si el villano es Bardem.) Los servicios secretos son secretos porque algunas de las misiones que realizan (desde escuchas a ciudadanos a asesinatos) no serían factibles si requirieran la fiscalización previa, o posterior, del poder judicial o de la opinión pública. Son las famosas "alcantarillas" del Estado, en la expresión de Felipe González. Ahora bien, sobre estas alcantarillas hay tres posturas posibles. Primera: Rechazo total, por principio, de su existencia. Segunda: Pueden existir, pero ello no significa aprobar cualquier cosa que hagan. Tercera: Legitimación incondicional de sus actividades; todo vale con tal de preservar la seguridad nacional. Creo que muy pocas personas defenderán la tercera posición, por lo cual me permito descartarla sin más. Ahora bien, igualmente me parece que la primera, pese a que tenga bastantes partidarios, es extrema e irreal. Cuando nos enfrentamos a enemigos que tienen todas las ventajas de actuar "en la sombra" (¿han visto Skyfall?; se la recomiendo, pasarán un rato entretenido) pueden darse circunstancias en las cuales no haya más remedio que trabajar también en y desde la sombra. Por supuesto que en este tipo de películas está muy claro quiénes son los buenos y quiénes los malos; por eso no suelen plantear dilemas éticos, aunque en sus mejores momentos los sugieran. Pero que el mundo real sea más complicado es precisamente un argumento en contra del idealismo de Pedro J. Ramírez, no a favor. Que justifiquemos la eliminación de Bin Laden (o de un científico nuclear iraní) no significa que moralmente debamos transigir con el asesinato de inocentes o el saqueo de los fondos reservados.
No creo que los Estados Unidos hayan perdido la menor credibilidad política y moral porque hayan ejecutado a Bin Laden. Esto es perfectamente compatible con pensar que el riesgo de que las fuerzas de seguridad se desvíen de su verdadero cometido -el cual consiste en proteger la civilización y la democracia- es consustancial a su naturaleza; como es consustancial a los gobiernos tender a la corrupción; y del ser humano tender al mal. La democracia no se puede atar de manos a sí misma contra quienes quieren destruirla, sobre todo cuando han dado sobradas muestras de su capacidad para hacerlo. Existe, claro es, el peligro de que este argumento sea utilizado por políticos y funcionarios sin escrúpulos, con fines personales o incluso contrarios a lo que dicen defender. Pero precisamente lo que demostraría la grandeza del Estado de derecho sería que fuera capaz de distinguir esas desviaciones de aquellas que no lo son, aunque jurídicamente parezcan lo mismo; y por supuesto neutralizarlas. Solo que ningún criterio formalista nos garantizará nunca absolutamente poder hacer eso. Es mucho más fácil descubrir una infidelidad conyugal del general Petraeus que no un abuso de poder. Con James Bond, claro, no puede darse ese problema: Es soltero.
sábado, 10 de noviembre de 2012
¿Alguien se acuerda del Estatut?
Entre las matracas más cansinas del nacionalprogresismo catalán se encuentra aquella de que los verdaderos separadores están en Madrid. El candidato socialista a las elecciones catalanes la ha vuelto a reeditar cuando ha acusado al PP de ser "la mayor fábrica de independentistas". Pero lo verdaderamente ridículo ha sido el argumento empleado, la recogida de firmas del PP contra el Estatuto de autonomía de 2006. ¿Alguien se acuerda de él? Después de la paliza que nos dieron con el dichoso Estatut durante los últimos años, desde la campaña de agitación previa a su elaboración, que prosiguió luego durante su redacción, el referéndum de aprobación y culminó con la histeria colectiva contra la sentencia del TC en 2010 (que no retocó nada esencial), ahora absolutamente nadie habla de ese engendro jurídico que parecía cuestión de vida y muerte para Cataluña. Han pasado solo seis años desde que se aprobó, y hoy resulta que lo vital es separarse de España. Pues bien, según Pere Navarro, los separatistas fueron cultivados por recurrir el PP (entre otros) un Estatuto que a nadie en Cataluña le importa ya una higa. Quien se empeña en encontrar agravios, desde luego los encontrará. Dicen los del PSC en su eslogan electoral "no independencia, no centralismo", pero a la hora de la verdad, con tal de atacar a la derecha española, están dispuestos a suministrar a los secesionistas toda la munición dialéctica que haga falta. Bien es cierto que no es nada nuevo, es lo que llevan haciendo treinta años. Como tampoco no es anecdótico que fuera Maragall quien empezara el lío del Estatut, y Zapatero quien lo hiciera posible. Esto es lo que han logrado los socialistas, un Estatuto que a los seis años parece ya caducado. Y ahora pretenden que creamos en su nueva idea, el federalismo. Se me ocurre dónde podrían meterse sus estupendas propuestas, pero lo dejaré a la imaginación de los lectores.
Artur Mas: Der Wille eines Volkes
El eslogan de CiU en estas elecciones es revelador. No promete nada, sino que identifica al partido, y a su líder Artur Mas, con "la voluntad de un pueblo". Y añade: "Fem-ho possible", (hagámoslo posible). Primera persona del plural; el Guía se (con)funde con la comunidad. Esto tiene indudables ventajas, porque no le compromete a nada. Al contrario, Mas reconoce que la independencia no será un camino de rosas. Pero cuando el Volk se convierte en sujeto metafísico de la acción política, no hay leyes ni jueces que valgan. El (futuro) Estado lo es todo, está por encima de todo. No son interpretaciones, son las propias declaraciones de Mas en los últimos días. Ha asegurado que no lo detendrán ni constituciones ni tribunales. Y pretende que en su persona se encarna la voluntad de un pueblo. No lo ha dicho en alemán, sino en catalán, que se entiende mucho mejor. Pero todo ello desprende un inconfundible aroma a años treinta. Me refiero a Companys, claro. ¿En quién pensaban?
miércoles, 7 de noviembre de 2012
El TC avala la ingeniería social
El fallo del TC avalando la constitucionalidad del mal llamado "matrimonio" homosexual es una aberración jurídica y moral. La Constitución no dice "los españoles tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica", sino: "El hombre y la mujer tienen derecho", etc. (Artículo 32.) El espíritu está claro; el matrimonio es entre hombre y mujer. Aunque no conocemos todavía los razonamientos jurídicos del fallo, es fácil intuir por dónde irán: Que el texto no precisa que hombre y mujer tienen derecho a contraer matrimonio "entre sí". Pero esto solo puede tomarse como una burla. Con este método, también se puede aceptar la independencia de Cataluña, porque la Constitución no menciona explícitamente a esta región como una parte de España.
Como ha señalado Elentir, cualquier violación de la Constitución puede acabar imponiéndose por la vía del hecho consumado, desde que en los inicios de nuestra democracia, el PSOE se cargó el recurso previo de inconstitucionalidad, que impedía la promulgación de una ley hasta que su adecuación a nuestra carta magna no fuera confirmada por el Tribunal Constitucional. Y esto es lo que ha vuelto a suceder, con la colaboración del propio TC, politizado hasta la náusea, que ha retrasado su dictamen siete años, dando tiempo a que se acogieran a la nueva ley veinte mil parejas homosexuales.
Más grave aún es la aberración moral. Nadie impide que los homosexuales se casen, siempre y cuando sea con personas de diferente sexo. Porque el matrimonio es esto, una unión entre hombre y mujer. Si dos personas adultas del mismo sexo quieren firmar un contrato de convivencia, que les otorgue derechos y obligaciones similares a las del contrato matrimonial, nada debería impedírselo. Pero eso no es un matrimonio. No es una cuestión de palabras, sino de conceptos. Al alterar el significado original de la palabra, estamos destruyendo el concepto. Porque el matrimonio es una institución estrechamente ligada, desde hace miles de años, con la reproducción sexual y la crianza de los hijos, con la familia "tradicional" y el hogar. Desde el momento que esta vinculación se destruye conceptualmente, nuestra civilización comete un suicidio moral, pues instaura la ficción ideológica de un mundo en el que solo existen los individuos y el Estado. Y sobre todo, se desprotege a los más indefensos, que son los niños. La cuestión no es si una pareja de gays o lesbianas puede criar razonablemente bien a un niño. La cuestión es: ¿En qué cabeza cabe que, en igualdad de condiciones, se dé un niño en adopción a una pareja homosexual, en lugar de a una pareja compuesta por un padre y una madre? Los caprichos de los adultos no pueden estar por encima del bien de los niños. Si esto es discriminación, lo es cualquier otro criterio (nivel de renta, formación, etc) por el cual la administración atiende las demandas de adopción.
El fallo del TC era de esperar, no solo por su composición "progresista", sino por el clima de acobardamiento de la opinión publica que padecemos. Sobre todo, que no nos llamen carcas ni dogmáticos. Parece que no hubiera narices en este país para oponerse a la dictadura de lo políticamente correcto. Somos líderes en desempleo y ahora líderes en ingeniería social. Un radiante futuro se abre ante nosotros.
Como ha señalado Elentir, cualquier violación de la Constitución puede acabar imponiéndose por la vía del hecho consumado, desde que en los inicios de nuestra democracia, el PSOE se cargó el recurso previo de inconstitucionalidad, que impedía la promulgación de una ley hasta que su adecuación a nuestra carta magna no fuera confirmada por el Tribunal Constitucional. Y esto es lo que ha vuelto a suceder, con la colaboración del propio TC, politizado hasta la náusea, que ha retrasado su dictamen siete años, dando tiempo a que se acogieran a la nueva ley veinte mil parejas homosexuales.
Más grave aún es la aberración moral. Nadie impide que los homosexuales se casen, siempre y cuando sea con personas de diferente sexo. Porque el matrimonio es esto, una unión entre hombre y mujer. Si dos personas adultas del mismo sexo quieren firmar un contrato de convivencia, que les otorgue derechos y obligaciones similares a las del contrato matrimonial, nada debería impedírselo. Pero eso no es un matrimonio. No es una cuestión de palabras, sino de conceptos. Al alterar el significado original de la palabra, estamos destruyendo el concepto. Porque el matrimonio es una institución estrechamente ligada, desde hace miles de años, con la reproducción sexual y la crianza de los hijos, con la familia "tradicional" y el hogar. Desde el momento que esta vinculación se destruye conceptualmente, nuestra civilización comete un suicidio moral, pues instaura la ficción ideológica de un mundo en el que solo existen los individuos y el Estado. Y sobre todo, se desprotege a los más indefensos, que son los niños. La cuestión no es si una pareja de gays o lesbianas puede criar razonablemente bien a un niño. La cuestión es: ¿En qué cabeza cabe que, en igualdad de condiciones, se dé un niño en adopción a una pareja homosexual, en lugar de a una pareja compuesta por un padre y una madre? Los caprichos de los adultos no pueden estar por encima del bien de los niños. Si esto es discriminación, lo es cualquier otro criterio (nivel de renta, formación, etc) por el cual la administración atiende las demandas de adopción.
El fallo del TC era de esperar, no solo por su composición "progresista", sino por el clima de acobardamiento de la opinión publica que padecemos. Sobre todo, que no nos llamen carcas ni dogmáticos. Parece que no hubiera narices en este país para oponerse a la dictadura de lo políticamente correcto. Somos líderes en desempleo y ahora líderes en ingeniería social. Un radiante futuro se abre ante nosotros.
lunes, 5 de noviembre de 2012
Algo se mueve
Parece que la sociedad civil catalana da síntomas de no estar del todo anestesiada. Si un manifiesto como el publicado hoy en El Mundo era necesario y hasta imprescindible, lo cierto es que si no se planta cara al separatismo desde Cataluña, no hay nada que hacer. Desde este modesto blog apoyo esta iniciativa y las que hagan falta. (Clicando en la imagen de arriba [la he pasado abajo], en la que aparecen un mosso d'esquadra y un guardia civil, a ambos lados de una hipotética frontera, se enlaza con la web de la campaña Fem Pinya , que impulsa la Associació Moviment per Catalunya i Espanya.)
De lo que sí me desmarco es de manifiestos como el de El País, que en el mejor estilo de los editoriales de este medio (ya saben, una de cal y otra de arena, para intentar colar el mensaje de siempre -esto solo lo arregla la izquierda- entre los tontos útiles de costumbre), pretenden "salir al paso de la oleada soberanista"... asumiendo los planteamientos básicos de los separatistas. Esto es, que si existe un "sentimiento mayoritario" entre los catalanes de saltarse la Constitución, el resto de españoles tendrá que tragar de un modo u otro. Tiene gracia que la izquierda se plantee como antídoto contra los nacionalismos separatistas, cuando ideológicamente no ha hecho más que abonarles el terreno, denigrando durante décadas todo lo que sonara a español.
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