miércoles, 7 de noviembre de 2012

El TC avala la ingeniería social

El fallo del TC avalando la constitucionalidad del mal llamado "matrimonio" homosexual es una aberración jurídica y moral. La Constitución no dice "los españoles tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica", sino: "El hombre y la mujer tienen derecho", etc. (Artículo 32.) El espíritu está claro; el matrimonio es entre hombre y mujer. Aunque no conocemos todavía los razonamientos jurídicos del fallo, es fácil intuir por dónde irán: Que el texto no precisa que hombre y mujer tienen derecho a contraer matrimonio "entre sí". Pero esto solo puede tomarse como una burla. Con este método, también se puede aceptar la independencia de Cataluña, porque la Constitución no menciona explícitamente a esta región como una parte de España.

Como ha señalado Elentir, cualquier violación de la Constitución puede acabar imponiéndose por la vía del hecho consumado, desde que en los inicios de nuestra democracia, el PSOE se cargó el recurso previo de inconstitucionalidad, que impedía la promulgación de una ley hasta que su adecuación a nuestra carta magna no fuera confirmada por el Tribunal Constitucional. Y esto es lo que ha vuelto a suceder, con la colaboración del propio TC, politizado hasta la náusea, que ha retrasado su dictamen siete años, dando tiempo a que se acogieran a la nueva ley veinte mil parejas homosexuales.

Más grave aún es la aberración moral. Nadie impide que los homosexuales se casen, siempre y cuando sea con personas de diferente sexo. Porque el matrimonio es esto, una unión entre hombre y mujer. Si dos personas adultas del mismo sexo quieren firmar un contrato de convivencia, que les otorgue derechos y obligaciones similares a las del contrato matrimonial, nada debería impedírselo. Pero eso no es un matrimonio. No es una cuestión de palabras, sino de conceptos. Al alterar el significado original de la palabra, estamos destruyendo el concepto. Porque el matrimonio es una institución estrechamente ligada, desde hace miles de años, con la reproducción sexual y la crianza de los hijos, con la familia "tradicional" y el hogar. Desde el momento que esta vinculación se destruye conceptualmente, nuestra civilización comete un suicidio moral, pues instaura la ficción ideológica de un mundo en el que solo existen los individuos y el Estado. Y sobre todo, se desprotege a los más indefensos, que son los niños. La cuestión no es si una pareja de gays o lesbianas puede criar razonablemente bien a un niño. La cuestión es: ¿En qué cabeza cabe que, en igualdad de condiciones, se dé un niño en adopción a una pareja homosexual, en lugar de a una pareja compuesta por un padre y una madre? Los caprichos de los adultos no pueden estar por encima del bien de los niños. Si esto es discriminación, lo es cualquier otro criterio (nivel de renta, formación, etc) por el cual la administración atiende las demandas de adopción.

El fallo del TC era de esperar, no solo por su composición "progresista", sino por el clima de acobardamiento de la opinión publica que padecemos. Sobre todo, que no nos llamen carcas ni dogmáticos. Parece que no hubiera narices en este país para oponerse a la dictadura de lo políticamente correcto. Somos líderes en desempleo y ahora líderes en ingeniería social. Un radiante futuro se abre ante nosotros.