jueves, 21 de mayo de 2009

Anécdota inconveniente

Entrevista a Antonio Robles en TeleTaxi TV, repetición ofrecida el pasado domingo. El entrevistador, Justo Molinero –quien no en vano ha levantado su tinglado mediático a la sombra del nacionalismo– recuerda las dificultades que tuvo él mismo para ascender en la Renault (en la que trabajó de joven en Barcelona) por culpa de su desconocimiento del catalán, lo cual le lleva a defender el actual modelo de enseñanza obligatoria en esta lengua, en contra de la posición de Robles.

El argumento es falaz por varias razones en las que no voy a entretenerme ahora, pero lo llamativo de la anécdota, que incomprensiblemente no señaló Robles en su tibia réplica, es que eso sucedía allá por… 1968. ¿Cómo? ¿No fue la dictadura franquista una feroz represora del catalán en todos los ámbitos?

Pues ya ven, parece que no tanto. Testimonios como el de Molinero los hay en abundancia. A mi madre, cuando entró a trabajar en una panadería de Barcelona a los trece años, en el 59 o en el 60, lo primero que le preguntaron fue si hablaba catalán. Ahora bien, el nacionalismo sólo cuenta una parte de la historia, la que le conviene para aparecer siempre como víctima, y sostener el embuste de que el catalán se extinguirá si no se adoptan medidas coercitivas. Lo cual, incluso aunque fuese cierto no las justificaría, pero no caigamos en el error de dejar pasar una premisa falsa porque no afecte lógicamente a nuestra posición. La argumentación de que la injusticia pasada no justifica otra injusticia presente, es en términos generales correcta, pero por sí sola no evita que aceptemos acríticamente la versión simplista y maniquea de la historia que a nuestro interlocutor le interesa. Por eso, con frecuencia una simple anécdota vale más que muchas disquisiciones.