lunes, 14 de julio de 2008

Por qué no me convence el anarco-capitalismo

Albert Esplugas ha repescado un artículo suyo en el cual expone la idea básica del anarco-capitalismo (AC, en adelante). La limpidez de su razonamiento es innegablemente sugestiva. Otra cosa es que nos convenza.

El artículo parte de refutar la objeción típica, la de que el AC postula una concepción demasiado optimista de la naturaleza humana. Para el autor, esto supone malentender la teoría, la cual no defiende que pueda existir una sociedad sin policías ni ejércitos. Lo que afirma es que la protección debería ser un servicio completamente privatizado, exactamente igual que cualquier otro, y que nada justifica los actuales monopolios estatales en seguridad y defensa. El Estado sencillamente sobra.

En una sociedad basada en el AC, los individuos serían más libres, pues ante la agresión de una organización que supuestamente existe para su defensa, podrían reclamar el auxilio de otra, es decir, contratar a la competencia, mientras que en la actualidad no existe defensa posible ante la agresión de quien detenta el monopolio de la violencia, que es el Estado.

En realidad, yo no creo que la objeción basada en la naturaleza humana haya sido refutada. El AC parece sobreentender que los ejércitos y las policías privados respetarán siempre las reglas de juego, compitiendo por su cuota de mercado como cualquier otra empresa que no dispone del recurso a la fuerza, y que no se aliarán y terminarán fusionándose entre sí para oprimir a la población. Es decir, que no acabaríamos en una situación muy parecida a la actual, en la cual aproximadamente unos doscientos ejércitos, y no sé cuántas policías, se reparten sus áreas de influencia en todo el planeta, sin dar otra opción a los que no estén conformes con la "protección" que reciben, que la de migrar de un área a otra.

No me sirve la objeción de que, al igual que ocurre ahora con las empresas que concurren en el mercado libre, ese peligro podría evitarse con unas adecuadas leyes de defensa de la competencia y antimonopolio. Porque eso presupone la existencia de un árbitro ajeno al mercado, con todas las imperfecciones que se quiera, que en última instancia aplica esas leyes por la fuerza. ¿Qué ocurre entonces cuando determinadas empresas son ellas mismas la fuerza? ¿Quién impedirá que conspiren unidas contra el público?

Analicemos la cuestión desde otro punto de vista. Imaginemos que efectivamente se diera un escenario anarco-capitalista, en el cual los ejércitos y las policías no fueran más que empresas como otras cualesquiera, cuyos servicios serían contratados por los usuarios libremente. Por supuesto, no cabe pensar que todo el mundo pudiera contratar los servicios de un ejército, o siquiera de una unidad militar menor. Incluso es dudoso que los servicios de un guardaespaldas estuvieran al alcance de cualquiera. Más verosímil resulta que por ejemplo una ciudad o entidad mayor contratase su propia fuerza policial o militar para defenderse de posibles agresiones de sus vecinos y establecer el orden en el interior. Pero cuando hablamos de entidades colectivas ¿no estamos presuponiendo ya un Estado, un tipo de organización colectiva, sea cual sea su tamaño, que habla y establece contratos con terceros en nombre de los individuos, atribuyéndose algún tipo de legitimidad para hacerlo?

Hay una cosa en la que estoy plenamente de acuerdo con Esplugas, y es que la existencia de un único Estado mundial sería probablemente la peor posibilidad de todas desde un punto de vista liberal. Pero no estoy seguro de que la situación diametralmente opuesta, la de un mundo en el que el poder estuviera totalmente fragmentado, en el cual no existiera a nivel planetario una potencia hegemónica como son los Estados Unidos, fuera un lugar demasiado seguro para vivir.

La violencia, para bien y para mal, siempre existirá. En eso estamos de acuerdo. La idea de que impedir su concentración reducirá sus usos malévolos no carece de cierta lógica, pero parece despojar al mal del atributo de la inteligencia, es decir, conceder que los malvados persistirán indefinidamente en su inoperante aislamiento y no se les ocurrirá nunca coaligarse para acrecentar su poder. No estoy en absoluto seguro de que un mundo regido por el AC fuera deseable. Pero sobre todo, me cuesta mucho creer que pudiera ser estable, y que no acabara de todos modos evolucionando hacia uno muy similar al que ya conocemos. O incluso peor.