domingo, 2 de enero de 2011

Ideas y personas

Nuevo episodio interno del PP (la marcha de Álvarez-Cascos) que será utilizado por el socialismo y sus medios afines para intentar paliar algo la ventaja del Partido Popular en las encuestas... Pero también por una parte de la derecha liberal (Libertad Digital y su fiel infantería internáutica) para alimentar la visión tremendista y desmoralizadora en la que lleva más de dos años instalada. A saber, aquella que, resumidamente, no deja de proclamar que el PP y el PSOE son la misma m... Por lo visto, ni en UPyD ni en Ciudadanos existen problemas de personalismos, no, qué va, allí todo son profundos debates filosóficos.

A mí Álvarez-Cascos sinceramente me parecía un valor sólido del PP, un tipo que ayudaba a conseguir votos y no se andaba con tibiezas. Al menos así lo veía hasta que filtró a la prensa que estaba dispuesto a presentarse por su cuenta, si no se atendían sus ambiciones asturianas. Pero nunca se me ocurrió pensar que sin Cascos, el PP perdía ninguna esencia. Si he sido y soy crítico del pepeísmo (de poner al partido por encima de las ideas), más lo soy aún de los personalismos, de pensar que existan individuos providenciales. Aquellos que El País y LD llaman "cadáveres políticos de Rajoy", Mayor Oreja, María San Gil, Ortega Lara, Acebes, Zaplana o Pizarro, son personas con sus virtudes y defectos, como todos, y según demos más relieve a unas u otros, podemos obtener retratos muy distintos.

A Mayor Oreja hay que escucharle siempre con la máxima atención cuando habla del País Vasco, pero si le desvías de ese tema, pierde muchísimo, se vuelve evanescente y escurridizo. Recuerdo una entrevista radiofónica en la que Federico y Pedro J intentaron sacarle alguna opinión sobre las actuaciones policiales y judiciales sobre el 11-M (creo que fue antes de las elecciones del 2008), pero el hombre se escabulló como una anguila.

Y ya que hablamos del 11-M, no podemos decir que aquellos infaustos días Ángel Acebes tuviera una brillante actuación, por mucho que su honradez quedara acreditada, informando a los ciudadanos prácticamente en tiempo real del curso de las investigaciones (o lo que la policía le contaba de ellas).

Pero es que Manuel Pizarro, siendo como es una persona indudablemente preparada y competente, como político es otra alma de cántaro. En el famoso debate entre él y Solbes, no me he cansado de decirlo desde el día siguiente, tener la razón no le sirvió de nada, porque no supo comunicarlo. Solbes le venció -y resulta penoso decirlo- utilizando el más puro método lakoffiano: Buscó llevar el debate al terreno ideológico (impuestos altos sí o no, pensiones públicas o privadas) y Pizarro (no Rajoy, señores, Manuel Pizarro: el mismo) lo rehuyó despavorido; ingenuamente pensó que con mostrar estadísticas, en lugar de ideas, podía contrarrestar la propaganda gubernamental.

En fin, si queremos podemos hablar incluso de Aznar (por quien siento la máxima admiración), de su "viaje al centro" y del catalán en la intimidad. O de Esperanza Aguirre (ídem) y el dinero que se gasta en publicidad institucional, especialmente en campañas inspiradas en la ideología de género. Pero la verdad, me da mucha pereza. Si siguiera por ese camino, llegaría a conclusiones parecidas a las de Pío Moa, para quien el PP no es más que otra marca del PSOE, y Rajoy un personaje tan nefasto o más que Zapatero.

¿Por qué no estoy de acuerdo con Moa en esto? Primeramente por una razón empírica. Si comparo los veinte años que han gobernado los socialistas con los ocho años de Aznar, no hay color. Aznar, ya digo, no era el Mesías, cometió errores graves (como la retirada de su tímida reforma laboral tras la huelga general, por citar sólo uno) y omisiones quizás peores. Pero globalmente fue el mejor presidente de la democracia española. Por mera analogía, creo que es lícito pensar que aunque Rajoy no nos lleve al éxtasis, puede llegar a ser un buen gobernante. Concedámosle al menos el beneficio de la duda. Incluso si nos engañara, creo que es imposible que lo hiciera peor que Zapatero.

En segundo lugar, me considero una persona conservadora. Quizás conservadora a fuer de liberal, pero conservadora al fin y al cabo. Y lo que define al conservador es que antepone (o eso intenta) el mundo real al mundo de la imaginación. Podemos fantasear todo lo que queramos sobre el partido liberal-conservador que necesitaría este país, sobre un líder político carismático y que defendiera sin complejos el liberalismo económico y se enfrentara heroicamente a la corrección política en temas como la ideología de género o el ecologismo. Pero al final tenemos lo que tenemos. El radicalismo del todo o nada es más fácil que conduzca a lo segundo que a lo primero.

Por supuesto, ser conservador no implica la renuncia a mejorar las cosas. No es sólo válido, sino obligado, tratar de forzar a los políticos a que tengan en cuenta las demandas de la sociedad civil, y en este sentido el movimiento del Tea Party me parece ejemplar. Los americanos no han ido a cargarse al Partido Republicano, no han dicho que todos los políticos son iguales. Han tratado de influir en la formación que más se acerca a sus ideas, y -todo hay que decirlo- su sistema político de primarias y listas abiertas les ha facilitado mucho la tarea. El resultado ha sido un gran éxito en las recientes elecciones parciales, no sólo de un partido, sino también en gran medida de las ideas centrales que defiende el Tea Party. ¿Qué hubieran conseguido diciendo que el Partido Republicano ya no les representaba, y aconsejando el voto a formaciones minoritarias?

Cada vez me aburren más las beatificaciones, sean las de María San Gil, Manuel Pizarro o Álvarez-Cascos. Y me incomoda que quienes elaboran con gran mérito las bases intelectuales de una derecha liberal se deslicen con tanta facilidad al género hagiográfico. No necesitamos eso. A mí al menos me basta con saber cómo piensan en general los militantes del PP y cómo piensan los del PSOE. Les aseguro que no es fácil confundirlos.