domingo, 9 de enero de 2011

Utopía feísta

El PSOE prosigue con su implantación decidida de una dictadura de la corrección política, posiblemente la más avanzada del mundo. Ahora se trata de una "Ley de Igualdad de Trato y No Discriminación". Muchos pensábamos que la Constitución de 1978 ya establecía la igualdad de todos los españoles ante la ley, prohibiendo explícitamente cualquier discriminación "por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social". Pero ha tenido que llegar Zapatero Nuestro Salvador, y su ayudante terrenal Leire Pajín, para que cobráramos conciencia súbitamente de que debemos construir "una sociedad que no humille a nadie".

¿Qué harían los más débiles sin la infatigable actividad legislativa del gobierno? Antes de Zapatero, ni las mujeres ni los homosexuales veían reconocida su dignidad. Ahora, serán los enfermos, los obesos y los feos quienes por fin podrán levantar la mirada ante sus opresores (o sea, los sanos, los flacos y los guapos). Algunos medios ya hablan de multas de 500.000 euros para los discriminadores. Ojo con no darle un puesto de trabajo o un alquiler a precio razonable a un calvo (subgrupo de los feos). De ahora en adelante, te podrá denunciar y deberás ser tú quien demuestres que la alopecia no fue el verdadero motivo que te llevó a contratar a otro solicitante de empleo o elegir a otro inquilino.

Cometeríamos sin embargo un grave error si tomáramos el asunto a broma. Esto no es ninguna anécdota, sino que se inscribe dentro del proyecto de ingeniería social que Zapatero impulsó desde que llegó al poder, con una serie de pasos perfectamente planificados. Basándose en las ideas de Philip Pettit, se trata de laminar gradualmente la democracia liberal para sustituirla por una "democracia avanzada". Según Pettit, los liberales clásicos desconfían del Estado porque son ciegos ante otras formas de dominación, como las que sufren las mujeres, los trabajadores, los homosexuales o las minorías nacionales. Nada nuevo en el fondo, se trata de los mismos pretextos de siempre, completados con algunos de moda, para justificar el intervencionismo gubernamental.

El liberalismo evidentemente está en contra de toda dominación, es decir, de toda coerción arbitraria. Ahora bien, a diferencia de las ideologías utópicas, el liberalismo no promete el paraíso terrenal, no asegura que en ausencia de coerción todo el mundo será feliz. De hecho, ni siquiera puede garantizar que la coacción desaparezca por completo, aunque sí pretende reducirla al mínimo posible. Quienes se cierran en banda a comprender el pensamiento liberal razonan en cambio de la manera siguiente: Puesto que sigue habiendo gente infeliz, esto es debido a que existen formas más o menos sutiles de dominación que el liberalismo no reconoce o es inhábil para eliminar. En consecuencia, proponen olvidar las prevenciones del liberalismo contra el poder político para poder luchar adecuadamente contra las otras formas de coerción.

Esto sencillamente es como si, decepcionados porque la ciencia médica es incapaz de desterrar todas las enfermedades [incluidas las imaginarias], y no digamos ya de abolir la muerte, volviéramos al curanderismo. Argumentar contra el liberalismo es siempre una regresión, es olvidar que los mayores males de la historia (y no hace falta remontarnos más allá del siglo XX) los han provocado los Estados, en nombre de ideologías salvadoras como el comunismo y el fascismo, que proclamaban que el viejo liberalismo burgués estaba superado.

Por supuesto, el profesor Pettit expone su argumentación contra el liberalismo como si en realidad lo que hiciera es llevarlo más lejos, ampliarlo, no quedarse en la estrechez de miras de los liberales clásicos. Es el viejo truco de siempre de la izquierda. Pero en cuanto pasamos a las aplicaciones concretas de su concepción, que él denomina republicanismo, no falla: Los impuestos (participio de imponer) son intrínsecamente buenos, cualquier intervención para defender el bien común es legítima (adivinen quién definirá el bien común) y la Casa Blanca debería tener más poder frente al Congreso, dominado por los malvados lobbies. Pettit incluso lamenta que en Estados Unidos no exista una televisión pública, que no sea "rehén de los intereses comerciales". Esto lo confiesa en una entrevista del diario Avui, con motivo de la traducción al catalán de uno de sus libros, financiada por la Generalidad y prologada por Carod-Rovira. Dice éste en el prólogo -pero podría ser el propio Zapatero:

"No hay libertad plena, y a menudo de ningún tipo, si hay dominación. Hay que encontrar aquella libertad que libera. Y ¿cómo hacerlo? Pues desde la política, sea en el activismo, sea en un gobierno. Es necesario que la política intervenga para combatir la dominación. La de unas personas sobre otras, la de un sector social sobre otro, la de un género sobre otro y, por descontado, la de un pueblo sobre el pueblo vecino."

Traducción: El Estado no debe limitarse a defender la ley y el orden, en un marco de libertades individuales, sino que debe transformar la sociedad a fin de realizar un quimérico ideal de justicia absoluta.

La experiencia demuestra que eso, o bien requiere una violencia muy superior a la que declara combatir, o bien, si se realiza de forma más lenta y gradual, conduce a una sociedad en la cual el poder discrecional de una casta de burócratas está por encima de todo. Justo lo contrario de lo que se prometió en el inicio del proceso. La diferencia con utopismos del pasado es que hoy, en lugar de la dictadura del proletariado, nos quieren conducir a la dictadura de los feos.