Casualmente estaba leyendo Los que vivimos (We the Living), la primera novela de Ayn Rand, cuando supe que era uno de los libros favoritos del tarado que perpetró la matanza de Tucson. (Ver su Perfil en You Tube; inserto la captura de pantalla abajo.) Lo cual evidentemente no significa nada porque, además de Mi lucha y el Manifiesto Comunista, el asesino también cita la Odisea, Alicia en el País de las Maravillas y la República de Platón, entre otras obras. Aunque no duden de que habrá más de uno que aprovechará también esto para extraer conclusiones contra "los conservadores".
Mientras leía la novela me enteré por la Wikipedia (entrada Ayn Rand) de algo más sorprendente, y es que en la Italia fascista se realizó una película basada en el libro, que se llegaría a estrenar en España en 1951. Tanto el régimen de Mussolini como el de Franco debieron ver en la obra de la escritora rusoamericana un alegato contra el comunismo perfectamente compatible con sus propagandas. De hecho, la edición de que dispongo es una traducción española publicada en Barcelona en 1943 por Hispano Americana de Ediciones, que encontré en el mercadillo de los viernes de la Rambla Nova de Tarragona.
No sé cómo sería la película, pero resulta digno de nota que la novela superara la censura española de posguerra, tan pacata en cuestiones sexuales. La protagonista, Kira Argounova, a los dieciocho años se va a vivir "en pecado" con un hombre, del que se enamora perdidamente, sin que falten algunos pasajes de un erotismo contenido pero intenso. Por si esto no fuera suficientemente escandaloso para la España de la época, más adelante, con el fin de salvar a su amante, persona poco grata al régimen soviético, se lía con un agente de la GPU, y hasta el final mantiene ambas relaciones, sin que quede del todo claro que se lo pase tan mal cuando está con el comunista... De todos modos, tampoco debemos olvidar que en 1942 Cela publicó La familia de Pascual Duarte, una de las obras maestras de la literatura del siglo XX. Si hubiera sido una novela situada en Rusia, seguramente hubiera tenido problemas mucho más serios con la censura estalinista que los que pudo tener con la franquista.
Yendo propiamente al contenido, he de decir que la novela está escrita con destreza, y se lee con gusto. Sin embargo, tiene un considerable defecto, y es que los personajes principales, Kira y sus dos amantes, Leo y Andrei, no acaban siendo creíbles. Ninguno de los dos hombres descubre el engaño amoroso hasta el final, cosa inverosímil sobre todo en el caso del policía, que se supone es una persona perfectamente informada sobre la vida de todo quisque. Tampoco resultan naturales los bandazos psicológicos e ideológicos de ambos personajes masculinos. Pero lo peor de todo es la insuficiente descripción de los sentimientos de la heroína. El lector querría comprender, adentrarse en la complejidad sentimental de esta mujer, pero la autora es muy parca en análisis, como si bastase con los hechos objetivos para conocerla y hasta empatizar con ella. Rand brilla más en el retrato de algunos personajes secundarios, así como en la descripción de la miseria y la corrupción "estraperlista" de San Petersburgo en los años veinte.
En cuanto a las ideas filosóficas de la autora, mi conocimiento es muy superficial, porque no he leído ningún otro libro suyo. Pero por lo que se trasluce de algunos párrafos de este, he de decir que aquellas no me interesan demasiado, por mucho que coincida con sus conclusiones anticomunistas. Al final del capítulo II hay un pasaje de resonancias thatcherianas con el cual simpatizo plenamente. Uno de los personajes reprocha a Kira su actitud "antisocial", y ella replica: "¿Y qué es la sociedad?" Sin embargo, el individualismo del alter ego de Rand se sale en ocasiones de madre, como cuando en el cap. VI proclama que "los hombres no han nacido iguales, y no sé por qué hay que querer que lo sean." Nada que objetar, salvo que innecesariamente añade que odia "a la mayor parte de ellos." Pío Moa, en una entrada reciente de su blog califica certeramente este pensamiento como "histérico".
En otros pasajes Ayn Rand apunta su concepto de la "vida" como valor supremo -aunque no tiene nada que ver con el movimiento antiabortista. No se trata más que otra formulación de su egolatría, que a veces adquiere un tono más bien cursi, y le lleva a rechazar radicalmente cualquier fundamento trascendente de la moral, cuando contrapone con ecos nietzscheanos creer en Dios y "creer" en la vida:
"Todo aquel que pone su más alta concepción por encima de sí mismo y de sus propias posibilidades, se estima poco y no da importancia a la vida. No es un don frecuente (...) mirar con reverencia la vida propia de uno y desear cuanto hay de más alto, más grande y mejor... para sí mismo." (Cap. IX)
Y hacia el final del libro (cap. XIII), otro personaje sentencia: "Dais la vida, morís por vuestro ideal; ¿pero acaso este ideal no es 'vuestro'? Todo hombre honrado vive para sí mismo, y quienes no viven así no pueden decir que vivan."
El problema es que a partir de este principio solipsista, resulta imposible definir qué es un hombre "honrado". ¿Cómo evitar caer en la paradoja de Max Stirner, que al defender un egocentrismo extremo, como si fuera un discurso liberador, es incapaz de argumentar contra un Yo perverso, como por ejemplo un tirano que goce esclavizando a millones?
Pese a todo, vale la pena leer esta novela, que refleja la verdad siniestra del comunismo mejor que muchas teorizaciones, incluídas las de la propia autora.