sábado, 14 de septiembre de 2013

Información

Acabo de leer un tuiteo de alguien que sostiene que vivimos en la época más informada, y la más mediocre intelectualmente. Seguramente acierta en lo segundo, pero no en lo primero, que no deja de ser un tópico. ¿A qué llamamos información? Con la información pueden ocurrir dos cosas. La primera, que exista, pero no se sepa o pueda encontrar. La segunda, que ni siquiera exista. Creo que la realidad es una mezcla de ambas cosas. Hay mucha información inencontrable, debido al famoso "ruido", y no me refiero sólo a la cháchara y la basura mediática. Basta entrar en cualquier librería para darse cuenta de la cantidad de gilipolleces que se llegan a publicar al año. Miles de libros que caerán en un merecido olvido en cuestión de pocos años. Pero luego está la información que sencillamente falta. La información no crece en los árboles, hay que elaborarla. Y existe una ingente cantidad de cuestiones que no se investigan, primero porque no existen recursos infinitos, pero segundo, porque los prejuicios han cegado la inquietud intelectual. Por "prejuicios" no me refiero principalmente a ideas atávicas y reaccionarias, sino más bien lo contrario, a ideas nuevas y hasta novísimas que pasan por evidentes, y de las que tenemos a rebosar. Producir información es difícil, y a menudo caro. Producir tonterías cuesta mucho menos.

Para encontrar la información y para producirla, es obvio que se necesita primero formación. Y la formación no es más que disponer de cierta información acumulada. Pero esto es algo que a su vez sólo nos puede trasmitir una persona ya formada, es decir, una persona que ya haya encontrado antes esa información, y que no se deje obnubilar por la primera idea supuestamente novísima que se encuentra en el periódico de la mañana. O dicho crudamente: la formación no puede existir sin autoridad. Y esto es algo que la pedagogía imperante no ha hecho más que desacreditar durante décadas. El profesor no tiene que ser un "mero" transmisor de conocimientos "memorísticos", sino un tío guay que excite la pasión por aprender. ¿Aprender el qué? No se sabe muy bien. "Valores", dicen. pero ¿a qué llamamos valores? Ah, y que todo esto sea divertido.

Los resultados de estas majaderías están a la vista: los alumnos no aprenden apenas nada que no se pueda olvidar al día siguiente de un examen, y encima tampoco se divierten. Aprender no puede ser divertido, porque hay muchas cosas que no pueden empezar a interesarnos hasta que no sabemos algo de ellas. Se requiere un esfuerzo inicial para formarse, y una vez más, esto significa autoridad, es decir, que alguien me obligue a formarme, porque me inspira respeto, y no tengo más remedio que admitir que no hay otro camino, aunque me pese, aunque preferiría estar haciendo otras cosas.

Es mentira que vivamos la época más informada. La información primordial, la que nos forma y nos permite seguir aprendiendo y producir más información de calidad, está en buena parte ahí, pero cada vez a más profundidad bajo el estiércol del entretenimiento masivo. Así que puede que en realidad no estemos más informados, sino menos. Y todo porque se ha extendido la fábula de que el conocimiento progresa en lucha contra la autoridad, cuando en realidad no puede florecer sin ella. Sin un canon, sin unas referencias transmitidas celosamente de generación en generación, todo se disuelve en el subjetivismo de la primera tontería que se le ocurre a cualquier tonto. Y así no hay manera de construir, de formar.

Sin formación, no podemos ni aprovechar ni producir verdadera información, solo recrearnos en chismes y tópicos. Por tanto, decir que es una época informada pero poco formada, es contradictorio. Sin formación, a todos los efectos es como si la información no existiera. La formación es información ya consolidada, son reservas contabilizadas, con las que podemos contar. Y no podemos producir petróleo donde no hay reservas. La oposición entre información y formación, bien que engañosamente sugerida por la propia etimología, es parte del problema, revela ella misma que a cualquier cosa la llamamos información, porque esta nos falta a raudales y nos conformamos con lo primero que aparentemente nos sirve de alimento. Es una paradoja estéril, porque en realidad no hay tal paradoja, sino una consecuencia lógica. Abolido el prestigio de la autoridad, se deja de estar formado y, por tanto, informado. La retórica sustituye al razonamiento, y el entretenimiento al aprendizaje. Tenemos lectores digitales con capacidad para almacenar miles de libros, que no servirán de nada si entre ellos no hay por lo menos el centenar de libros que verdaderamente importan. No sirve de nada que en Google podamos encontrar cualquier cosa, si no sabemos qué debemos buscar.

No, no somos la época más informada de la historia. Posiblemente sí seamos la más olvidadiza.