sábado, 27 de junio de 2009

Los criminales y los cursis

Uno de los errores más graves que se siguen cometiendo con el terrorismo de ETA es condenar sus crímenes con el argumento de que en nuestra democracia, toda idea o planteamiento político se puede defender legítimamente sin recurrir a la violencia. Esta misma tarde, sin ir más lejos, se lo he escuchado en la COPE al presidente de la patronal navarra, José Manuel Ayesa.

Dicho argumento transmite, generalmente de manera involuntaria, dos falsas ideas. La primera es que, si no hubiese libertad política, sería lícito extorsionar y asesinar para conseguir determinados fines. Lógicamente, eso es lo que piensan los propios terroristas, que sólo tienen que negar que exista una "verdadera" democracia para considerarse justificados, y en ello basan de hecho casi toda su propaganda ("la opresión del Estado español", etc).

La segunda idea falsa, es que los fines de una organización criminal como ETA son separables de los medios empleados para conseguirlos, es decir, que uno podría teóricamente lograr la implantación, en un territorio determinado, de una dictadura socialista contra la voluntad de la mayoría de la población, por métodos democráticos. Los terroristas tienen perfectamente claro, por supuesto, que esto es imposible y que sus objetivos sólo podrían lograrse por el recurso a la violencia.

En esta estrategia encuentran toda una serie de colaboradores conscientes, que reconocen abiertamente compartir sus fines, pero no sus métodos, y que son partidos nacionalistas tanto del País Vasco como de fuera (PNV, ERC...). A su vez, estos se benefician de la colaboración involuntaria de pardillos como Ayesa, cuando incurren en las habituales politicucherías sobre que se puede defender cualquier idea "con la palabra", que es como si le dijéramos a la mafia que existen maneras honradas de ganar dinero. ¡Claro, casualmente las que no le interesan!

Los terroristas no quieren convencer a nadie, porque jamás lo lograrían: Ellos quieren vencer, es decir, imponer su voluntad a millones de personas. Es exactamente la misma diferencia que existe entre un mafioso y un empresario. Por supuesto, el Sr. Ayesa ya lo sabe; si además se desembarazara de cursilerías superfluas, sabría incluso expresarlo.