En un artículo publicado ayer en El País, Carlos Mulas-Granados, director general de la Fundación Ideas (la réplica del PSOE a FAES), propone el término neoprogre para hacer frente a la caricatura "grosera e interesada" del progre que según él difunden los "neoconservadores".
Lo primero que cabe señalar es que la caricatura que el autor traza de los conservadores no es menos burda que la que denuncia. Por lo visto, el conservadurismo es un genotipo invariable que se transmite a través de los siglos. Los conservadores actuales, aunque lo disimulen, están en contra del sufragio universal o la libertad de expresión igual que lo estaban sus antepasados del siglo XVIII. La diferencia es que ahora estas conquistas de los progres ya no tienen marcha atrás, de ahí que los conservadores finjan aceptarlas e incluso pretendan apropiárselas.
Por supuesto, los conservadores tienen su contraparte en los progres, que también se mantienen invariables a través de las edades, "herederos de una larga y épica historia de libertad". Es una visión que me recuerda a aquella serie francesa de dibujos animados, "Érase una vez... el hombre", en la cual veíamos a los mismos personajes, en sus respectivos papeles de buenos y malos, reaparecer en cada época histórica.
Este esquema pueril, por cierto, no es más que la extrapolación del discurso que sobre la derecha española viene haciendo sistemáticamente la izquierda desde la muerte de Franco, aunque sus precedentes son muy anteriores: La derecha es autoritaria por naturaleza, y sólo acepta la democracia por oportunismo o porque no le queda otro remedio.
En realidad, la historia de la libertad, desde la Antigüedad hasta los tiempos modernos, ha estado muy ligada a la de clases patricias y feudales, celosas defensoras de sus privilegios, que imponían constituciones y cortes estamentales a los reyes, claros precedentes de las actuales instituciones parlamentarias, mientras que las clases populares (con las que se identifica el ideario progre) jugaron a menudo un papel de colaboradoras de las monarquías, y por tanto favorecedor del perfeccionamiento de la maquinaria estatal, e incluso del absolutismo. Más tarde, fueron el capitalismo y la revolución industrial quienes verdaderamente acabaron con las viejas sociedades regidas por una aristocracia y un clero decadentes, que ya no representaban un verdadero contrapoder frente al Estado, sino todo lo contrario. Por cierto que la revolución francesa para lo único que sirvió es que, en medio de todas estas transformaciones, el poder del Estado saliera reforzado. (Véase El Antiguo Régimen y la Revolución, de Tocqueville.) Y en fin, para qué hablar de las revoluciones rusa o china, que produjeron tiranías infinitamente más brutales que todo lo conocido hasta la fecha, en nombre del progreso.
El discurso, pues, que asocia izquierda con libertad, y derecha con autoritarismo, no es que sea inexacto, es que es radicalmente falso. Y lo bueno es que en el propio articulo queda meridianamente claro, al incurrir una vez más en la vieja confusión entre libertad y bienestar. Dice Mulas-Granados:
"¿Cómo puede llegar a ser libre un niño que no accede a la mejor educación posible a causa de la pobreza de sus padres? ¿Cómo puede ser libre una persona con discapacidad si no se garantiza desde el Estado que pueda circular como cualquiera por las calles? ¿Cómo puede una mujer ser libre si no se garantiza su igualdad cuando trabaja? ¿Cómo puede un país ser libre si no se le protege de los abusos del mercado y no se favorece su nivelación?"
Como se ve, el director de la fundación socialista contrapone la libertad individual y su corolario la libertad de mercado, a la "verdadera libertad" (expresión que utiliza varias veces), que consistiría en la coacción estatal vía impuestos. En realidad, si ignoramos su extravagante uso del término libertad, está defendiendo precisamente restringir determinadas libertades para favorecer la igualdad de hecho, frecuentamente incluso a costa de la igualdad de oportunidades (con las leyes de discriminación positiva).
¿Por qué lo llaman libertad cuando quieren decir igualdad de hecho, es decir, impuesta? ¿Quién es aquí el que utiliza el nombre de la libertad en vano, la izquierda o la derecha?
La libertad es una precondición para prosperar, no al revés, como propone el seudoprogresismo. Incluso en condiciones de ausencia de libertades políticas, si un país ve crecer su riqueza es porque al menos en el ámbito económico, el poder político tolera una cierta libertad.
La retórica de "proteger al débil" ha sido siempre, no sólo hoy, la gran coartada del estatismo. Históricamente, quien ha hecho más por los débiles, ha sido claramente el mercado (es decir, la libertad que los progres desprecian), favoreciendo la ascensión social a millones de seres humanos, que así han podido acceder a una mejor educación, sanidad, etc. En casi todas partes, el Estado ha nacionalizado servicios que el mercado y el asociacionismo (la también despreciada caridad) estaban prestando a capas cada vez más amplias de la población, para después autojustificarse como la solución frente a las "insuficiencias" de la economía libre. Ejemplo paradigmático de esto fue la Segunda República, que tras cerrar numerosos colegios religiosos, donde se impartía una excelente educación, incluso a las clases más desfavorecidas, se ha presentado siempre como una Arcadia Feliz de la cultura, pese a que creó menos centros educativos de los que cerró, por no hablar del patrimonio artístico, las bibliotecas, etc, cuya destrucción permitió, cuando no alentó.
Si este es el argumentario de los neoprogres, desde luego, tiene bien poco de nuevo. Son las viejas cantinelas de siempre, revestidas con un término patéticamente inspirado en sus adversarios.
miércoles, 17 de junio de 2009
Érase una vez... el neoprogre
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