martes, 14 de abril de 2009

11-M: ¿Una operación de las cloacas del estado?

A quienes acostumbran a despachar con el adjetivo "conspiranoica" cualquier afirmación que cuestione la versión oficial del 11-M, les convendría leer La cuarta trama (Ciudadela), de José María de Pablo, abogado de la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M.

Muchas de las informaciones que aparecen en este libro no son nuevas para quienes hayan ido siguiendo las investigaciones de El Mundo y de Luis del Pino, sea directamente o a través de su principal divulgador, Federico Jiménez Losantos. Pero creo que era necesaria una obra de estas características, que expusiera el estado de la cuestión después del juicio del 11-M, basándose principalmente en los hechos cuya interpretación deja escaso margen a la duda.

Desde el principio hubo algo que no cuadraba en los atentados del 11 de marzo de 2004. Alfonso Merlos, periodista experto en yihadismo, ha recordado recientemente las dos anomalías definitorias del 11-M, que son: Primero, "la contratación exterior de una parte del atentado a una red española de delincuentes comunes, una circunstancia completamente inédita y anormal en el modus operandi de las redes yihadistas infiltradas en suelo europeo". (No digamos ya si muchos de estos delincuentes encima eran confidentes de los distintos cuerpos policiales.) Y segundo, las flagrantes lagunas en nuestro conocimiento de lo sucedido en los atentados de Atocha. "La realidad hoy -señala Merlos- es que Estados Unidos ha despejado todos los interrogantes decisivos de los que España no tiene respuesta. Los estadounidenses conocen con certeza quién ordenó los atentados contra Washington y Nueva York, cuándo lo hizo y desde dónde, quién los diseñó y planificó, y quiénes los ejecutaron. (...) Los españoles, por el contrario, no manejan ni una sola de estas claves sobre la matanza de Atocha." A ambas anomalías yo añadiría una tercera: La intención -evidente por la fecha elegida- de influir en unas elecciones, cosa que tampoco se da en los atentados de Nueva York ni en los de Londres.

Ahora bien, si a estos hechos genéricos añadimos el cúmulo de irregularidades y manipulaciones de la investigación policial y judicial de los atentados de Madrid, minuciosamente descritas en el libro de José María de Pablo, lo que tenemos es mucho más que una duda razonable acerca de la versión oficial.


Por limitarnos a lo más grave, tenemos fundadas sospechas de que dentro de las fuerzas de seguridad existiría una trama criminal que desde mucho antes de los atentados, habría protegido a una banda asturiana de traficantes de explosivos, que contaba con ETA entre sus clientes. Es decir, que en este país habría gente de uniforme dispuesta a permitir, por dinero u otros motivos, que se atente contra las vidas y propiedades de unos ciudadanos a los que se supone que está para defender. Y tenemos sospechas más que fundadas de que se ha tratado de impedir que se conociera el arma del crimen utilizada en el 11-M, es decir, el tipo de explosivo utilizado: Se impidió desde el primer momento que la policía científica pudiera analizar los restos de los focos de las explosiones, violando todos los protocolos de actuación policiales y judiciales; se destruyeron e inutilizaron pruebas y se crearon otras falsas; se llegó a manipular los resultados en laboratorio ¡con apagones incluidos, durante los que las cámaras judiciales obviamente no pudieron grabar...!

No sabemos quién, ni cómo, planeó y organizó los atentados. Pero a la luz de los hechos, no es en absoluto irracional suponer que fuese alguien relacionado con aquellos que han manipulado la investigación, es decir, una trama adicta al PSOE dentro de las fuerzas de seguridad y los servicios secretos. Aunque no faltan indicios que parecen apuntar a ETA, o incluso a los servicios secretos de un país magrebí, sin la intervención en algún grado de elementos policiales y de inteligencia españoles se hace difícil comprender muchas cosas, tanto en la génesis, como en la utilización política del 11-M.

Desde luego, lo más cómodo sería creer que el 11-M no es tan diferente del 11-S o de los atentados de Londres. Ello equivaldría, entre otras cosas, a pensar que España es hoy un país normal de Occidente, en el cual el Estado de Derecho es algo a defender y no una simple quimera. Desgraciadamente, creo que esta visión no se puede sostener.

En cualquier caso, postular la teoría de una conspiración no es lo mismo que caer en el conspiracionismo, es decir, convertir las conspiraciones en el eje causal de la Historia. Y es que el problema no es tanto que haya gente capaz de los peores crímenes con tal de lograr sus propósitos políticos, sino que un pueblo sea tan fácilmente pastoreable que criminales semejantes acaben saliéndose con la suya. La conspiración -al menos en este caso- no es tanto la causa como el efecto. El efecto de una grave decadencia moral, que permitió al autor intelectual de los atentados de Madrid prever con insultante clarividencia la reacción de millones de votantes el 14 de marzo de aquel fatídico año 2004.